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AGUSTÍN ZEGERS BAE2A
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OBRAS COMPLETAS
DE
DON ANDRÉS BELLO
Santiago, Setiembre 5 de 1872.
Por cuanto el Congreso Nacional ha discutido i aprobado el si-
guiente
PROYECTO DE LEÍ
Art. 1.° En recompensa a los servicios prestados al país por el señor
don Andrés Bello, como escritor, profesor i codificador, el Congreso
decreta la suma de quince mil pesos, que so inscribirá por terceras
partes en los presupuestos correspondientes, para que se haga la edi-
ción completa de sus obras inéditas i publicadas.
Art. 2.° La Universidad nombrará a uno o dos comisionados quo
se entiendan con los de la familia del ilustre autor, para proceder a
la edición do dichas obras, haciendo las contratas con los impresores,
obteniendo en virtud de recibos los fondos quo se decretaren, invir-
tiéndolos i respondiendo de su inversión.
Aht. 3.° La edición no será do menos do dos mil ejemplares, i de
ellos se entregarán quinientos al Estado, quien no podrá venderlos a
menos de dos pesos cada volumen. El resto do la edición correspon-
derá a los herederos respectivos.
Art. 4.° El texto de esta lci irá impreso en el reverso do la primera
pajina do cada volumen.
I por cuanto, oído el Consejo do Estado, lo ho aprobado i san-
cionado; por tanto, promulgúese i llévese a efecto como loi do la
república.
Pedbrioo Errázuriz.
Abdon Cifuentes.
OBRAS COMPLETAS
DE
DON ANDRÉS BELLO
EDICIÓN HECHA BAJO LA DIRECCIÓN DEL CONSEJO DE INSTRUCCIÓN PUBLICA
EN CUMPLIMIENTO
DE LA LEÍ DE 5 DE SETIEMBRE DE 1872
Volumen Vil
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
II
( ¿>
AGUSTÍN ZEOEHo CAEZA
SANTIAGO DE CHILE
IMPRESO POR PEDRO G. RAMÍREZ
1884
1056741
: rr-
INTRODUCCIÓN
I
Don Andrés Bello, que, por índole, era empeñoso i per-
severante, observó prácticamente, durante su permanen-
cia de diez años en Londres, la importancia que los
ingleses atribuían al buen empleo del tiempo, i fortificó
con este espectáculo- las ideas que, desde antes, profe-
saba en la materia, i los hábitos de trabajo que natural-
mente había contraído.
Mas tarde, i cuando ya se encontraba en Chile, apro-
vechó gustoso una 'ocasión de dar cabida en El Arauca-
no número 180, fecha febrero 21 de 1834, a un artículo
en que se ponderaba esta virtud de los ingleses.
ECONOMÍA DEL TIEMPO
«En Inglaterra, el tiempo es una renta, un tesoro, un
objeto inapreciable. Los ingleses no economizan su di-
nero; pero son avaros del tiempo. Admira su exactitud
escrupulosa en acudir a las reuniones i citas. Un ingles
regla su reloj por el de su amigo, i se halla puntualmen-
te en el paraje, i al cuarto de hora convenidos. Parece
que hasta la pronunciación de la lengua inglesa se ha
VI OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
calculado para el ahorro del tiempo. Voltaire tenia ra-
zón de decir que los ingleses ganaban dos horas al dia
mas que nosotros, comiéndose las sílabas.
«Los ingleses son poco amigos de cumplimientos, por-
que se pierde en ellos el tiempo. Su saludo se reduce,
por lo regular, a una pequeña inclinación de cabeza,
o cuando mas, a una contracción de tres sílabas: ¿How
cVye do? Sus cartas terminan por una fórmula sencilla i
sin ceremonia: nada de su mui humilde, mui apasiona-
do, mui obediente servidor. Los ingleses hablan poco; i
su modo de hablar es como de prisa. Su lengua se com-
pone, en gran parte, de monosílabos, dos de los cuales
se funden muchas veces en uno: es un idioma de abre-
viaturas, una taquigrafía de palabras.
«Esta suma atención a la economía del tiempo nos da
a conocer cómo es que los ingleses llegan a ser excelen-
tes cronómetros, i por qué es que, entre ellos, hasta los
hombres do la clase ínfima andan provistos de relojes.
conductores de las malas de posta, los tienen exce-
lentes, que valen a veces hasta ochenta libras esterlinas,
como que no les es permitido atrasarse cinco minutos
en el camino. A la llegada de las dilijencias, los parien-
tes, amigos i criados de los pasajeros vienen a encontrar-
se con ellos al punto mismo do apearse. En todo, se
reconoco la in<! Inglaterra: Exactitud en las re-
OTítitud fu los ínnriinirntns. Esta regla, hie-
mal todo es desorden i desperdicio, está graba-
profundamente en la cabera de loa Ingleses.)
D 'ti Andrés Mello adoptó por modelo de su vida aquel
■ i' i da leer
denquiera que le Ii;i\;i COnOCidO i Iralado eeiiiliea-
ic lo logró completamente.
INTRODUCCIÓN VII
Era un perfecto ingles por el aprecio que hacía del
tiempo.
Desde temprano, se acostumbró a no desperdiciarlo.
Así se esplica que consiguiera adquirir tanta variedad
de conocimientos bien dijeridos i bien asimilados, i com-
puesto tanta variedad de obras notables.
II
Don Andrés Bello, no solo imitó a los ingleses en la
economía, o sea en el buen empleo del tiempo, sino que
ademas se apropió en mucha parte sus doctrinas i su
método.
En Venezuela, habia aprendido con profundidad, i
practicado con destreza los procedimientos aplicados por
la escolástica a la investigación filosófica i científica.
En Inglaterra, reconoció la eficacia prodijiosa del sis-
tema experimental i positivo para llegar a lo verdadero i
evitar lo erróneo, i la seguridad incomparable de los re-
sultados a que conduce.
Uno de los que le indujeron a seguir tan provechoso
plan de labor intelectual, fué un sabio médico llamado
Nicolás Arnott, nueve o diez años menor que nuestro
protagonista, i que le sobrevivió.
Don Andrés Bello profesó siempre a Arnott una ver-
dadera admiración.
En el aplaudido discurso que leyó el 17 de setiembre
de 1843 al instalarse la universidad de Chile, trajo a la
memoria con satisfacción haber sido honrado con su
amistad.
El doctor Arnott llegó a ser, con el trascurso del tiem-
po, médico extraordinario de la reina Victoria, i miem-
VIII OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
bro de la Sociedad Real i del senado de la universidad
de Londres.
Aunque, en 1827, no habia alcanzado aun la nombra-
día que mas tarde, dio a luz una obra titulada: Elements
of physic, or Natural Philosophy (Elementos de física,
o Filosofía Natural), que, hasta 1861, habia tenido seis
ediciones, que ha sido traducida a diversos idiomas, i
que fué el sólido fundamento de su reputación cientí-
íica.
Bello, en El Repertorio Americano, dio cuenta de esta
obra en los términos que van a leerse.
BLEMKNTS OF P HYSIC
por el doctor Nicolás Arnott.
«lié aquí una de aquellas obras que desearíamos ver
hábilmente traducidas a nuestra lengua, i que nos parece
mui a propósito para inspirar la afición al estudio de la na-
turaleza, dando a conocer sus levos i los grandes descubrí-
mientes que se han hecho en ella desde la de edad Bacon
i da Galileo hasta nuestros días. El doctor Arnott croo,
con mucha razón, que las ciencias naturales, no menos
la Influencia que tiene su cultivo sobre el espíritu*
que por el inmenso, i eada dia mayor número c impor-
tancia d aplicaciones prácticas, deben formar uno
los princ ducacion Jeneral. [Cuánto
'. o .1 la juventud es el conocimiento que
en el gran libro de la naturaleza, tan
bellamente compendiado i comentado por H doctor Ar-
nott, que el di lai lenguas antiguas, o por mejor decir,
ame tanto tiempo i trabajo ^n las
INTRODUCCIÓN IX
universidades americanas, sin que apenas uno entre cien-
to saque el solo fruto que pudiera mirarse como una re-
compensa proporcionada: la intelijencia de los modelos
de elocuencia i poesía que nos ha dejado la antigüedad!
Estamos mui lejos de deprimir el estudio de la literatura
clásica; pero quisiéramos se le considerase como un ra-
mo de importancia secundaria, o como una especie de
lujo literario, i que el Latin dejase de ser, como ha sido
hasta ahora entre nosotros, la puerta de las ciencias,
tratándose todas ellas (menos, por supuesto, las eclesiás-
ticas) en el idioma patrio. La verdadera puerta de to-
das las ciencias, i de todas las artes, es el conocimiento
de las leyes jenerales de la naturaleza intelectual i cor-
pórea.
«Nada mas ameno, ni mas elegante, que el modo con
que el doctor Arnolt ha tratado su asunto, despojándolo
esmeradamente de las espinas que pudieran retraer al
ignorante, o al desaplicado, e ilustrando amenudo las
grandes verdades de la física con los fenómenos mas fa-
miliares. Los instrumentos i juguetes comunes forman
gran parte de su colección de máquinas experimentales.
I no por eso, se desdeñe la instrucción encerrada en su
obra como superficial o para niños. El que entienda i
retenga el contenido de este pequeño volumen (pequeño
comparado con la doctrina que comprende), puede lison-
jearse de poseer un gran caudal científico, aplicable a in-
i mitos objetos i usos de los que suelen ocurrir en la vida.
Entre las dotes que le hacen singularmente apropiado a
su objeto, no olvidemos la relijiosa reverencia que inspi-
ra hacia el autor de la naturaleza, i el amor de la huma-
nidad i la libertad, que lo ha dictado. El que lo traduzca
hará a los americanos un presente que aseguramos será
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
recibido con entusiasmo; pero querríamos se encarga-
sen de esta tarea manos que la desempeñasen digna-
mente.»
Son mui notables, i mui adelantadas para el tiempo
en que fueron expuestas, las ideas expresadas por Bello
en el artículo precedente acerca del papel que ha de re-
servarse al latin en la enseñanza.
Mr. Pablo Janet, en una obra mui interesante que
acaba de publicar con el título de Víctor Cousin et son
ceuvre philosophique, refiere que, desde 1822 hasta 1830,
el estudio de la filosofía se hacía en Francia, no en el
idioma nacional, sino en latin.
El mismo Mr. Janet menciona, entre los grandes ser-
vicios de su maestro Cousin, el haber abolido, el año de
1830, el uso del latin en la enseñanza de la filosofía.
Los hechos recordados manifestarán el mérito con-
traído por Bello cuando, en 1827, levantaba la voz para
condenar enéticamente el empleo del latin en los cursos
de filosofía i de las demás ciencias.
Don Andrés Bello insertó en EL Repertorio Americano
una esmerada traducción de la introducción de la obra
de Arnott, la cual, anheloso de difundirlas ideas conté-
nulas en ella, reprodujo mas tardo en los números 0*2 i
de El Araucano, correspondientes al 19 i í¿0 de no-
mbre de 1831.
Y«*i • lejana, Bello ae habla dedicado «J
idio <lc la filosofía mental, i reconocía la necesidad do
un cuerpo de doctrinas, oombinando las
laa da los ingleses.
Pan dejarlo oomprobado, me pareos oportuno copiar
i i que te punto en El Repertorio
\0 de | v
INTRODUCCIÓN XI
ELEMENTOS DE IDEOLOJIA
por Destutt de Tracy, incluidos en diez i ocho lecciones, e ilustrados
con notas criticas por el catedrático don Mariano S***.
«El orijinal de esta traducción no son los Elementos
de ideolojía propiamente dicha del conde de Tracy, sino
el breve extracto analítico con que terminan, i que el
autor cree mas adecuado que la obra misma para servir
de texto a la enseñanza de la juventud. Acompañan a la
traducción juiciosas notas en que se ventilan ciertas opi-
niones, i se rebaten algunos (en el concepto del señor
S**\) errores o inadvertencias del autor. Acaso hubiera
sido mas conveniente que el señor 8***., en vez de ceñir-
se al ingrato i poco lucido trabajo de discutir teorías
ajenas, hubiese dado un solo cuerpo de doctrina, simple
i consecuente, excusando a los lectores la fatiga de seguir
dos cadenas de ideas, que se estorban i embarazan la
una a la otra con perjuicio de la atención, mas necesaria
en esta clase de materias que en otra alguna. Falta cier-
tamente una obra elemental de ideolojía; i el mejor mo-
do de llenar este vacío sería refundir en un tratado de
moderada extensión lo que encierran de verdaderamente
útil los escritos de Condillac, Destutt de Tracy, Cabanis,
Degerando, Reid, Dugald Stewart i otros modernos filó-
sofos, sin olvidar los de Locke, Mallebranche i Berkeley,
de cuyos profundos descubrimientos no siempre han sa-
bido aprovecharse los que vinieron tras ellos. Obra es
esta que falta, no solo a España, sino a Francia i a la
Inglaterra misma, a quien tanto debe la ciencia del en-
tendimiento.»
Bello no preveía, en 18*27, que era él quien habia de
\U OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
enriquecer a la literatura castellana con una obra seme-
jante, aunque elaborada conforme a un plan mas vasto.
111
Don Andrés Bello, a pesar de ser adepto de las teorías i
de los métodos ingleses, i de desear que se conocieran i
se practicaran por sus compatriotas de América, estaba
mui distante de pensar que el hermoso i opulento idioma
castellano, ese idioma propio de los dioses, según el em-
perador Carlos V., fuese un instrumento inadecuado para
el cultivo intelectual, i que el conjunto de las produccio-
nes españolas, tan abundante i variado, no contuviese
tesoros de fantasía lozana i de saber profundo.
Nó, de ninguna manera.
Por esto, desde la juventud a la vejez, consagró su
vida entera a la conservación i al perfeccionamiento del
idioma, lijándose en las menores particularidades, en el
alfabeto, en la ortografía, en las leyes gramaticales, en
nodifioadones i caprichos del uso, en las etimologías,
en la estructura métrica, en las estrofas mas artificiosas.
Por esto, restauró con una perspicacia i una laborío-
I admirables el monumento mas antiguo do la litera-
tura eastell tudió escrupulosamente los orijenes
deé > i releyó pluma en mano a nuestros prosis-
. como lo testifican los numerosos apuntes di1
ellos que ha dejado entre sus papeles, aplaudió i reco-
men edidon e Interpuso siempre su
influencia para que los que aspiraban a hablar i escribir
oorreccion i elegancia las consultasen amenudo.
Bello pretendía solo que la asimilación de elemenl
INTRODUCCIÓN XUI
extraños diese, como habla sucedido ya en distintas oca-
siones, nuevo vigor al jenio nacional; pero jamas renegó
de la raza a que pertenecía, ni desconoció las glorias de
su pasado o las lisonjeras esperanzas de su porvenir.
De aquí provino que, a pesar de estar aun frescos los
odios implacables enjendrados por la tremenda lucha de
la independencia, hizo ya el año de 1826 cuantos esfuer-
zos pudo para que los hispano-americanos apreciasen i
saboreasen como correspondía los frutos literarios de la
antigua metrópoli.
Voi a copiar por via de ejemplos algunos de los artícu-
los que Bello insertó en El Repertorio Americano para
anunciar las apariciones de obras españolas mas o me-
nos interesantes.
REVISTA DEL ANTIGUO TEATRO ESPAÑOL,
O SELECCIÓN DE PIEZAS DRAMÁTICAS DESDE EL TIEMPO DE LOPE DE VEGA
HASTA EL DE CAÑIZARES,
castigadas i arregladas a los preceptos del arte, por el emigrado
don Pablo Mendíbil.
«La empresa, anunciada en el título de esta obra, re-
quiere una vasta i prolija lectura (porque se trata de re-
correr un campo inmenso, en que las rosas están cerca-
das, i a veces ahogadas por los abrojos i espinas), un
gusto puro, i bastante habilidad poética para suplir los
pasajes sobre que se hubiere de pasar la esponja, que no
serán pocos, ni poco importantes. Bajo todos estos res-
pectos, era difícil haberla colocado en mejores manos.
Talvez desearían algunos que el señor Mendíbil no se
hubiese propuesto para la ejecución de su útilísimo de-
signio cánones dramáticos, que, por su severidad, pro-
JXIV OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
bablemente le harán sacrificar, no solo escenas, sino
dramas enteros de mucho mérito. De todos modos, la
continuación de su obra aumentará el surtido de piezas
que puedan representarse en nuestros teatros, i aun po-
nerse en manos de la juventud aficionada a las letras cas-
tellanas, sin que murmuren la moral i el buen gusto.»
COLECCIÓN
DB LOS MAS CÉLEBRES ROMANCES ANTIGUOS ESPAÑOLES
HISTÓRICOS I CABALLERESCOS
publicada por Jorjo Bernardo Depping, i ahora considerablemente
enmendada por un español refujiado.
«El editor de esta colección la ha reducido a doscien-
tos veinte i cuatro romances de la clase anunciada en el
título, omitiendo los restantes hasta el número de tres-
cientos publicados por Depping el año 1817 en Leipsick,
i que pertenecen a la de moriscos i mixtos, por haber creí-
do que esta parte de la colección del editor alemán, sobre
ser mui incompleta, adolece también de falta de tino en
la elección. Los romances históricos comprendidos en
esta edición ofrecen la inestimable ventaja de poderse
leer en letra clara i texto correcto, i limpio, ya de los mu-
B yerros tipográficos, ya de las frecuentes variantes
con que la multiplicidad de copias hechas por manos po-
co diestras e bateltyentee, tiene agraviado el sentido i la
medida del verso en casi todas Isa Impresiones do este
jóncro do poesía, pero especialmente en la hecha por
hrpping. El trabajo desate literato, aunque todavía deje
bástanle qu r con respecto a la clase do romances
fciaMrícof, que m Ifl mejor de su colección, puedo mirar-
no, no obstante, si «moco el editor e panol, come
INTRODUCCIÓN XV
la mas aprcciablc de cuantas hasta ahora se han hecho,
si, olvidando la incorrección del texto, se atiende única-
mente a su riqueza, al orden en que está distribuida i al
hilo cronolójico en el cual se suceden los romances, prin-
cipalmente los que son de una serie que forma un solo
lance histórico, como la vida del Cid, la de Bernardo del
Carpió, la trajedia de los siete infantes de Lara, etc. Es-
tos lances historiados, o por mejor decir, estas historias
romanceadas o escritas en romances, no se hallan ínte-
gras en la presente edición, que no hace mas que copiar
la de Depping, enmendando las innumerables faltas de
su texto; pero, no por eso, deja de presentar la parte mas
importante de los fastos de la historia i de la tradición
nacional, que se han consignado en este jénero de poe-
sía, mas jenuinamente española, que todos los demás de
que puede blasonar la literatura castellana.»
HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MÉJICO,
POULACION I PROGRESOS DE LA AMÉRICA SEPTENTRIONAL
CONOCIDA POR EL NOMDRE DE NUEVA ESPAÑA:
escribíala don Antonio Solis.
«Cualesquiera que sean las razones, que, de dia en
dia, va ofreciendo la sana crítica, para echar de menos
en esta historia muchas de las dotes de que deben estar
adornadas las obras de su clase, no se puede negar que,
en cuanto a las de lenguaje i estilo, es una de las mas
sobresalientes en lengua castellana, i que, mientras ésta
exista, se leerá con gran deleite i aprovechamiento. Por
lo mismo, es de celebrarse la reimpresión que de ella
anunciamos, cómoda i portátil en el tamaño, i mui no-
XVI OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
table por la corrección del texto, no menos que por la
pulcritud tipográfica, en lo cual aun es superior a la de
Madrid por Cano de 1798.»
OBRAS DRAMÁTICAS I LÍRICAS
de clon Leandro Fernández do Moratin, entre los Arcados de Roma.
I narco Celenio.
«La justa celebridad del nombre de Moratin nos dis-
pensa de dar una noticia del mérito de sus obras. Sin
embargo, la presente edición no deja de ofrecer a favor
de este distinguido injenio, nuevos títulos a la gratitud
de los amigos de las letras. Sus comedias orijinalcs, i las
excelentes traducciones de algunas de Moliere, han reci-
bido en ella el último retoque de su diestra mano; i como
esta circunstancia no las altera en nada de lo que acaso
podrían echar de menos sus apasionados, puede decirse
que, aun para los que las miraban como inmejorables,
han ganado en algunos accidentes que les dan todo el
brillo del pulimento. Se ha incorporado con ellas la tra-
ducción del Hamlet con las sabias notas sobre el texto
ingles que andaban impresas por separado. I para com-
pletar el realce do estos modelos de buen gusto en la dra-
mática, precede a cada una de las piezas una noticia his-
tórica dé loe incidentes do su primera representación, i
de \ Burtícularidadee mui apreciables para los fas-
tos del moderno teatro español. Finalmente, a los ejem-
plos con que Inarco Celenio ha sabido dar un glorioso
fomento a la perfección de la escena, ha añadido algo do
su acendrada doctrina on el prólogo que ha puesto al
fronte do osta edición, para explicar los motivos i pifa-
do en (a formación de un teatro,
INTRODUCCIÓN XVII
que, con toda justicia, puede llamar suyo. ¡Ojalá que la
severidad do las reglas que se ha impuesto no frustre en
otros talentos menos privilejiados las disposiciones que,
con algún ensanche mas, podrían quizá contribuir a que
la parte mas racional de sus reformas se adoptase con
menos dificultad i repugnancia!
«Las poesías líricas del señor Moratin solo se conocían
en muí pequeño número, i aun los que mas se precia-
ban de tener noticia de las inéditas, se hallaban mui dis-
tantes de contarlas hasta el número de setenta i seis, a
que ahora llegan en esta edición. En todas ellas, cam-
pea aquella finura, aquella inimitable facilidad, aquel to-
do acabado que se descubre en sus composiciones. Las
ha ilustrado con muchas notas, ricas en preceptos de la
crítica mas juiciosa, i de noticias literarias mui intere-
santes. En algunas de ellas, ha introducido ensayos
mui felices que, según su expresión, pueden considerar-
se como otras tantas cuerdas nuevas añadidas a la lira
española.
«Lo pulcro i correcto de la presente edición, las her-
mosas láminas del frontis, el retrato del autor i los di-
versos argumentos de sus comedias, la hacen mui supe-
rior a todas las anteriores aun en el mérito tipográfico.
Sin duda para proporcionar a toda clase de aficionados
la ventaja de poseer el texto tan mejorado i enriquecido
en esta última, se ha hecho otra del todo conforme a ella,
en tamaño mas pequeño, buen papel, aunque no tan
íino, con carácter mas menudo, i sin láminas.»
OPLSC.
XVIII OPÚSCULOS L1TERAIUOS I CIÚTICOS
ESPAGNE POETIQUK — ESPAÑA POÉTICA'.
Colección de poesías escojidas castellanas desde Carlos V hasta nues-
tros dias, puestas en verso francés, con una disertación com-
parada sobre la lengua i la versificación española,
una introducción en verso i varios artículos
biográficos, históricos i literarios
por don Juan María Maury.
«Creemos que el señor Maury ha hecho un servicio
distinguido a los franceses i a los pueblos cuya lengua
materna es el castellano. Los primeros hallarán en esta
obra todo el espíritu de los pensamientos, i aun de la
dicción poética de las piezas mas dignas de conocerse
entre las que han producido las musas castellanas, ex-
ceptuando las de la epopeya i dramática, que no han en-
trado en ej plan del autor. Tendrán asimismo adjuntas
a estas piezas todas las noticias históricas, observaciones
críticas i curiosidades mas apetecibles que se necesitan
para completar la adopción en una literatura extranjera
de un ramo de otra, difícil de conocer sin la concurren-
cia de las felices circunstancias que se reúnen en la em-
presa del señor Maury. La introducción, escrita en una
elegante tirada de versos franceses, que, a juicio de los
críticos de aquella nación, no desdicen del gran mérito
que encuentran en |08 piezas traducidas, ofrece el cua-
dro de la poesía castellana desde su oríjen hasta el siglo
XVI, figurando en ella la gloria literaria de los árabes-
íioles, de quienes, i de los mas celebrados injenios
Alonso el Sabio hasta Castillejo, se dan co-
piosas i mili escojidas noticias en las anotaciones. Esta
circunstancia n<> es menos apreoiable para los mismos
naturales cuyas riquezas poéticas se comunican a ios cx-
IranjcroH por medio de tu lengua mas universal; pero
INTRODUCCIÓN XIX
especialmente deben aquellos agradecerle el tino en la
elección, el método en la disposición, el juicio en la crí-
tica, el gusto en la reducción i el acierto en la ilustración
histórico-literaria de las piezas que, traducidas en fran-
cés con el texto orijinal al canto, presentan en estos dos
tomos a las musas castellanas en un arreo brillante, rico
i digno bajo todos respectos de llamar la atención i los
obsequios del mundo literario.»
0 BÚAS L I T K R A R I A S
de don Francisco Martínez de la Rosa. — Tomo primero: poética.
«De las cuatrocientas ochenta i cinco pajinas que lle-
va este tomo, precursor de la colección de las obras lite-
rarias de uno de los mas apreciables escritores españoles
de nuestros dias, apenas son ochenta las que compren-
den los seis cantos de su poema didáctico anunciado en
el título; todas las restantes de carácter mucho mas me-
nudo se emplean en mui copiosas anotaciones sobre los
diversos asuntos de cada uno de dichos cantos, en las
cuales se exponen las reglas jeneralcs de composición, se
dan a conocer las dotes de la locución poética, se expli-
can los preceptos de la versificación, se pinta la índole
propia do varias composiciones, se delinea el cuadro de
la trajedia i de la comedia, i finalmente, se establecen los
principios fundamentales de la epopeya. El poema reúne
lo mas acendrado i necesario que se encuentra en los
grandes maestros que han tratado de la materia. El can-
to cuarto recorre según la división del sistema clásico los
varios j eneros de poesía lírica, dando lugar al romance i
a la letrilla, que son, por decirlo así, peculiares de la poé-
tica española; i es acaso el trozo en que mas sobresale el
XX OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
carácter distintivo de la presente obra: versificación fá-
cil, pintoresca, tersa; lenguaje propio, puro, castizo; poe-
sía rica, lozana, armoniosa, dulce. Todas estas dotes
son las mismas que estamos acostumbrados a admirar
en las producciones que hasta ahora habíamos visto del
mismo autor; pero donde en realidad encontramos la
poética española, a lo menos en cuanto a las noticias,
aunque no en cuanto a las reglas particulares de que
nos parece se pudiera echar mano para fijarla i hacerla
verdaderamente nacional, es en las anotaciones, que por
lo mismo miramos como la parte mas apreciable de la
obra con relación a su objeto, aunque desde luego reco-
nozcamos un mérito sobresaliente en el poema por las
cualidades arriba dichas. Todo el contenido de las notas
es mui digno de leerse por la copia de noticias que com-
prende, por lo bien contraídas que están para formar un
cuerpo de doctrina sobre la poesía castellana, i por lo
bien discutidos que se presentan algunos puntos de los
mas interesantes en ella; tal es, entre otros, el del carác-
ter de la lengua castellana con relación a la locución poé-
tica i a la versificación. I^os tomos siguientes compren-
derán sin duda las producciones dramáticas del autor
en ambos ¡eneros cómico i trájico; pues nos remito a los
apéndices del segundo para las anotaciones relativas a
la dramática i a la épica españolas.»
El hombre que ha escrito i publicado los (¡rozos prein-
>e debe contarso, no entre los injustos detractores,
sino entre los más fervorosos admiradores do la litera»»
tollaña.
Poséis un talento demasiado sobresaliente, una cien*
', un juicio demasiado sano para ha-
podido pensar de otro modo.
INTHOUL'lXION
Bello comprendió desde temprano la ventaja inmensa
de consolidar, por el fuerte vínculo de un idioma común,
la unión mas fraternal entre los diversos pueblos de raza
española, que habitan uno i otro continente.
Esto explica su antiguo i perseverante empeño por im-
pedir la corrupción de ese idioma, a fin de que no fuera
reemplazado por dialectos que dificultasen las comuni-
caciones intelectuales, políticas, industriales i comer-
ciales.
Así era implacable contra los traductores ignorantes.
Entre los numerosos artículos cortos que insertó en
Et Repertorio Americano, se lee el que sigue:
VIAJE A LAS RKJIOXKS EQUINOCCIALES DEL NUEVO CONTINENTE
HECHO EN 179'.) HASTA 180 i
POR ALEJANDIlO DE HUMIiOI.DT I AMADO HONPLAND,
redactado por Alejandro do Ilumboldt, con mapas jeográficos
i físicos.
«Tiempo há que se echa menos una traducción del via-
je de Ilumboldt i Bonpland; i nos dolemos de que no
haya emprendido esta obra algún escritor dotado de las
cualidades necesarias para su desempeño, que, ademas
del cabal conocimiento de los dos idiomas, requiere cier-
ta familiaridad con el lenguaje técnico de las ciencias fí-
sicas, i nociones mas que medianas de historia natural.
Por falta de estos indispensables requisitos, está plaga-
da de errores la traducción de que damos noticia, seña-
lándose amenudo los objetos con denominaciones bár-
baras e inintelijiblcs. lió aquí unos pocos ejemplos que
nos han saltado a los ojos en menos de treinta pajinas
del tomo 1.°, i aun no son todos. A las hojas pinnadas,
llama el traductor peludas; a los cocos, cocoteros; a las
XXII OPÚSCULOS LITERARIOS I CRITICO?
casias en jcncral, (cassia L.), caña fístulas; a las tunas o
cactos, raquetas i cacteros; a las garzas, agrcfas; a la ma-
dera de la luna (le bois clu cactus), el bosque del cactus;
a los filos o bordes de los tallos de la tuna, pinchos; a la
culebra de cascabel, (serpent á sonnettes), serpiente de
campanillas; a los garfios venenosos de que está arma-
da la boca de éste i otros reptiles, saetas; a las palmas,
palmeros; a los guaiqueries, guaiqueros; a los mangles,
paletuvieros; a los totumos, (crescentia cujete), calabace-
ros; a las estufas, (serres)} sierras; a las cañas, {roseaux),
rosales; etc.»
De los hechos que quedan expuestos, se desprende
con la mayor claridad que lo que Bello anhelaba era, no
hacer olvidar nuestra gran literatura nacional, sino vi-
vificarla con la introducción i adaptación de elementos
nuevos, entre otros, de los que podían oxcojerse con
ventaja en la literatura inglesa, la cual, en jeneral, ha-
bia sido ignorada de los españoles, i poco explotada por
ell<<
IV
Pero si don Andrea lidio reconocía todos los primo-
■ íuista i abundante lengua castellana; si había
adquirido el convencimiento razonado de que pedia me-
jor..: .i el punto do no ser inferior a otra alguna;
dmiraba laa producciones, algunas portentosas, ;i
que ella habia servido de órgano; si encontraba en éstas
ato de provechosa reflexión, i en aquellas de deleito-
rechazaba las instituciones de la
antigua monarquía que hablan abatido a nuestra raza, i
o todo el réjimon opresor ¡ mal combinado que man*
INTRODUCCIÓN XXI 1 1
tenia en la ignorancia, en la pobreza, en el atraso, en la
degradación, en la nulidad a los dominios hispano-
americanos.
Lo que Bello combatió con moderación, pero con fran-
queza, fueron las doctrinas absurdas, las leyes opreso-
ras, las prácticas perniciosas, que iban precipitando de
caída en caída, a los españoles de ambos mundos, hasta
sumerj irlos en un abismo insondable.
No hacía diferencia sobre este punto entre la metró-
poli i sus colonias.
Reclamaba una misma cosa en favor de la una i de las
otras.
Lóase el siguiente artículo suyo que apareció en El
Repertorio Americano.
CONSIDERACIONES SOBRE I AS CAUSAS
DK LA GRANDEZA I DE LA DECADENCIA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA
por el señor Sempcrc, antiguo majistrado español.
«El señor Sempere goza con justicia en la república de
las lelras de un nombre digno de inspirar confianza i
recomendación a favor de sus producciones. Otras mu-
chas que lian salido de su pluma, casi (odas relativas a
puntos político-económicos de la historia de España, son
de las mas útiles que se han escrito en estos tiempos, por
la multitud de noticias poco comunes, i por lo bien con-
traídas al asunto. Estas Consideraciones, que ahora se
anuncian, excitan el interés del lector tanto mas que, en
medio de esa inmensa abundancia de historiadores i an-
ticuarios que tiene España, son muí contados los que, a
las demás prendas de este jénero de escritos, que en ellos
XXIV OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
brillan, reúnen la de la investigación filosófica de los
mismos hechos, que refieren muchos de ellos con tanta
dilijencia, como primor de estilo. No diremos por eso
que la obra del señor Semperc pueda satisfacer comple-
tamente lo que en este punto hai que desear; pero ha
dado un paso mui avanzado en este modo de considerar
la historia de España, nuevo, por decirlo así, todavía, i
que abre tan ancho campo a los que quieran empren-
derlo. Es mui copioso i escojido el número de noticias
que el autor reúne en el reducido volumen de su obra;
i a veces mui fundado el juicio que forma, í el resultado
que saca de los sucesos que apunta, de los cuadros que
presenta, i del verdadero estado de las cosas que sabe
poner en su punto. Pasa rápidamente sobre la monar-
quía visigoda, i las que, en la edad media, hubo en la
Península hasta el siglo XV; se detiene algo mas en ca-
racterizar el gobierno hispano-arábigo; corre mui por
encima sobre la constitución de Aragón; pero, en des-
quite, entra en consideraciones mas detenidas, i mui
profundas, sobro el reinado de los royes católicos, i los
disturbios que le precedieron, sobre los de la dinastía
austríaca, i finalmente los de la borbónica hasta el do
Fernando VII Inclusive, Nos atrevemos a decir que, en
cuanto a estas importantes épocas, la obra del señor
Bemperees lo mejor que se puede leer de cuanto se ha
ito por extranjeros, mas bien que por españoles, so-
be- la filosofía de la historia de la Península; pero tam-
bién observaremos que hubiéramos deseado que el señor
ipere hubiese dejado la pluma al llegar al reinado de
tomemos que se !<' note, i n<> sin razón, da
ioc píri tu de partido; i tampoco dejaremos de extra»
fiar que l.i conclusión de mis Comideracionea yenga a
INTRODUCCIÓN XXV
parar en la defensa del absolutismo, pretendiendo que
nunca ha sido mas grande España, que cuando la han
gobernado monarcas absolutos; pero sin considerar que
no hubieran existido las causas de la decadencia que él
mismo apunta, si aquellos monarcas hubieran templado
i fortificado su poder, dando al pueblo una parte razona-
ble on las deliberaciones del interés nacional, i por este
medio, una justa dosis de libertad.»
Don Andrés Bello no entendía que el modo de mani-
festar afecto a una raza fuese el defender o el ocultar los
vicios de un réjimen político, o los abusos de los gober-
nantes.
Creia con sobrado motivo que, para contribuir a su
prosperidad i engrandecimiento, era indispensable bus-
car en todo i para todo la verdad, i expresarla con since-
ridad i franqueza.
Así lo comprueba el siguiente artículo suyo que toma-
mos de EL Repertorio Americano.
NOTICIAS S B C 11 E T A S D B A M É H I C A
SOBI5E EL ESTADO NAVAL, MILITAR I POLÍTICO DE LOS REINOS DEL PERÚ
I PROVINCIAS DE QUITO, COSTAS DE NUEVA CHANADA I CU1LE;
CRUEL OPRESIÓN I EXTORSIONES DE SUS CORREJ1DOHES 1 CURAS;
ABUSOS ESCANDALOSOS
INTRODUCIDOS ENTRE ESTOS HABITANTES POR LOS MISIONEROS;
CAUSAS DE SU ORÍ JEN 1 MOTIVOS DE SU CONTINUACIÓN POR EL ESPACIO
DE TRES SIGLOS.
Escritas fielmente seprunlas instrucciones del excelentísimo señor mar-
ques de la Ensenada, primer secretario de estado, i presentadas cu
informe secreto a Su Majestad Católica el señor
don Fernando VI, por don JorjeJuan i don Antonio de Ulloa, tenicn-
tes-jenerales de la real armada, miembros de la real soeicdad
de Londres, i de las reales academias de Paris, Berlín i Estocolmo,
sacados a luz para el verdadero conocimiento del gobierno
de los españoles en la América Meridional,
por don David Barry.
SXVI OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
«El editor de esta preciosa obra nos dice en el prólogo,
que, habiendo pasado algunos años de su juventud en
España, i viajado luego en las provincias litorales do
la capitanía jeneral de Caracas, desde el Orinoco hasta
Maracaibo, con el solo objeto de adquirir conocimiento
de aquellos países, tuvo deseos de visitar otras partes de
aquel gran continente; que, en los añosde 1820, 21 i 22,
viajó por las provincias del Rio de la Plata, Chile i Perú,
a lin de informarse personalmente de aquellos países; i
que, vuelto a Inglaterra, pasó a España en 1823; i duran-
te su residencia en Madrid, supo la existencia de estas
Noticias Secretas, i obtuvo, con no poca dificultad, el
manuscrito que publica sin alterarlo en lo mas mínimo,
añadiendo solamente algunas notas. El señor Navarre-
te, en una nota de la introducción a la Colección de via-
jes i descubrimientos he el ios por los esjwñoles , se lamen-
ta amargamente de que se estuviese imprimiendo en
Londres esta obra; i en verdad que esta queja no parece
mui digna de ser atendida por la filosofía i amor a la
verdad i justicia que tan altamente se vindican en las
Noticia* Secretas de l<vs dos sabios españoles; ni es ad-
misible la imputación que en la misma nota se hace de
que no se imprimen por honrar a la nación española,
Bino para dividir a sus individuos de ambos mundos i
Bembrar entre ell08 la discordia. El no ocultar la verdad,
«•] revelar I de grandes males, el indicar sus
remedios, podrá, >i se quiere, perjudioar a los que viven
<!•• alm -■. -, pero ciertamente Será acción benemérita i
mui digna d I la nación que cuenta entre sus hi-
te temple, tiene sin duda de qué hon-
i obra que aquí anunciamos, merece un artí-
culo i,i;i -, . Alni-'. (|iic d que ahora podemos destinarle.
INTRODUCCIÓN XXVII
Se divide en dos parles: la primera describe el estado
militar i político de las costas del Mar Pacífico; la se-
gunda trata del gobierno, administración de justicia,
estado del clero, i costumbres de los indios del interior.
De una i otra puede sacarse grandísima utilidad, no solo
para la historia, sino también para el gobierno ulterior
de las vastas rejiones que, libres de la dominación es-
pañola, son llamadas a desplegar los inmensos recursos
de prosperidad que abrigan en su seno. Bajo este res-
pecto, ninguno de los viajes i descripciones que hasta
ahora se han dado a luz puede igualarse a estas X oficias
Secretas , recojidas con la mas sana intención, con el
celo mas ilustrado, con los medios mas dicaces, i dis-
puestas con la honradez mas noble i desinteresada. Com-
plétase la obra con un informe del intendente de Gua-
manga al ministro de Indias don Cayetano Soler sobre
los diversos ramos de gobierno de aquella provincia, i
con varias notas del editor, que acreditan su intelijencia
i buenos conocimientos en los puntos que se propone
ilustrar, haciéndolo siempre con oportunidad. »
Si Bello aspiraba a que se investigara i dijera toda la
verdad por lo que toca a la época colonial, era claro que
habia de tender a que se hiciera otro tanto por lo que
respecta a la revolución de la independencia de la Amé-
rica Española.
Son por cierto mui razonables las ideas que desen-
vuelve acerca de este punto en la siguiente noticia litera-
ria inserta en El Repertorio Atnericano:
XXVIII OPÚSCULOS LITEIIAUIOS 1 CRITICUS
EL CHILENO CONSOLADO EX LOS PRESIDIOS,
O FILOSOFÍA DE LA RELIJION; MEMORIAS de mis trabajos i reflexiones,
por don Juan EgaSa.
«Xo somos del modo de pensar de aquellos que, por
una delicadeza excesiva, querrían echar tierra a las cruel-
dades, traiciones i crímenes de toda especie, que han
señalado la huella de los ejércitos realistas en América.
O no debe escribirse la historia de las revoluciones, o
debe escribirse sin reticencias ni paliativos, que apenas
le dejarían el nombre de tal, i la harían poco a propósito
para la instrucción i el ejemplo, primer objeto que debe
proponerse el historiador. La exacta i completa verdad
es mas necesaria que en otras, en aquellas pajinas de la
historia en que se nos representa la lucha de los dos
principios del bien i del mal, la tiranía i la libertad, que
llaman cada cual en su ayuda todas las pasiones, i des-
plegan con asombrosa i terrible cnerjía todas las facul-
tades del alma. En estas grandes crisis de los destinos
de los pueblos, tod i es instructivo, todo tiene importan*
<-¡;i. Si, por desgracia, uno de los dos partidos lleva la
demencia del orgullo irritado hasta el punió do olvidar
su propio ínteres por contentar sn venganza, sí hace pro-
fesión declarada de la perfidia, si no respeta las reglas
que entre I s pueblos civilizados mitigan los horrores de
la guerra, ¿SC arredrará la historia de retratar a este
partido con mis verdaderos colores? ¿No convendrá a
pueblos que aun están expuestos a sus ataques cono*
(•'■ríe a. fondo? ¿No será en pro de la humanidad entera
que. los nombr* grandes malhechores pasen a
ridad tiznados con la Infamia i la detestación que
INTRODUCCIOX XXIX
merecen, mayormente siendo este demasiadas veces el
único castigo que no les es posible evadir?
«Tampoco somos de aquellos que comprenden en el
odio, que solo se debe al delito i al delincuente, tocios los
individuos de una nación i todas las cosas pertenecientes
a ella. A pesar de la conducta observada por los jefes i
tropas de España en América, reconocemos en el carác-
ter español prendas estimables, que, coadyuvadas por
buenas instituciones políticas, le harían volver a brillar
en el mundo, i con un lustre talvez mas puro que el de
sus glorias pasadas.
«La obra que tenemos delante pudiera dar motivo de
temer que esta época se halla todavía algo lejos. Escrita
o preparada en el presidio de la isla de Juan Fernández,
a que su sabio i virtuoso autor fué confinado con otros
distinguidos patriotas de Chile, durante los gobiernos
de Ossorio i Marcó, contiene anécdotas i cuadros históri-
cos relativos a esta temporada desastrosa, algunos ver-
daderamente horribles. Allí encontramos el mismo sis-
tema ele crueldad superflua, las mismas escenas de
incauta confianza por una parte i alevosos perjurios por
otra, la misma estolidez de pretender afirmar sobre el
odio i la execración pública una dominación ruinosa, i
el mismo resultado que en las demás partes de América:
la subversión del poder español .
«Pero el objeto del Chileno, como lo anuncia el título,
es principalmente relijioso i moral. El autor, al paso
que describe los padecimientos de su destierro, i las
calamidades que aflijen a su patria, pone en boca de un
personaje imajinario, llamado Adeodato, una serie de
reflexiones dirijidas a mostrar los consuelos con que la
relijion brinda a el alma aun en medio de las mayores ad-
XX\ OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
versidades. Esto ocupa la mayor parte de la obra, i se
hace bastante recomendable por la piedad i la cristiana
filosofía con que está escrito; pero recelamos halle mu-
chos menos lectores que las noticias históricas, a que
ceñiremos nuestros extractos.»
La obcecación respecto al trato que habia de darse a
los españoles-americanos, i a la desigualdad que habia
de establecerse entre ellos i los españoles-europeos, ma-
nifestada aun por los gobernantes peninsulares que bla-
sonaban de liberales, influyó para que Bello, como tantos
otros, desconfiara de las promesas de reforma i de en-
mienda que se hicieron a los habitantes del nuevo mun-
do, cuando la revolución hubo tomado grandes propor-
ciones.
Uno de sus artículos inserto en El Repertorio Ameri-
cano, revela cuál era la opinión de Bello acerca de este
punto.
SUPLEMENTO AL CUADRO HISTÓRICO
I i; YUTA 30 DE LA SEGUNDA ÉPOCA DE LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO
POR EL SEÑOR BUSTAMANTE.
Representación .1 las cortes do Madrid hecha por la real audiencia
do Méjico en 18 do noviembre do 1813.
Beta importante publicación del señor Bustamante es
una de, las que quisiéramos recomendar a los panej iris-
tas do la constitución de las cortes, i de la decantada
liberalidad de aquel cuerpo m sus oonoesiones a las
Américas. Prescindamos del verdadero valor de aque-
llas oon< m sido dictadas por la sabiduría i
1.1 justicia personificadas; diremos* de ellas lo que de las
1 Je observaron en América? ¿se hubie-
ran ob crvado mn adelanto? Oigamos o lo red audien-
INTRODUCCIÓN X.W'I
cia de Méjico: — Ella se ocupa de un temor relijioso cuan-
do tiene que decir a vuestra majestad que la gran carta
del pueblo español, grata i respetabilísima para todos
sus individuos, no ha podido ejecutarse en estos cala-
mitosos momentos....; i que el simulacro de ella, que
es cuanto en los tiempos presentes puede haber aquí,
lejos de producir la felicidad de esta sociedad política,
es incompatible con su existencia. — ¿Qué l al? ¿No era
tiempo perdido el que se gastaba en las cortes delibe-
rando sobre las libertades i derechos de los americanos?
Talvez se dirá que aquellos momentos calamitosos no
permitían poner en práctica la constitución en todas sus
parles. I ¿hubiera sido mejor ejecutada en circunstancias
felices? ¿Las audiencias i virreyes que atrepellaron la
constitución en aquella época de temor i cuidado, la res-
petarían cuando no viesen al rededor de sí mas que su-
misión i obediencia? Pero esta es una discusión que
ya solo pertenece a la historia. Ilai otros puntos mas
del día, i en que el documento dado a la estampa por
aquel celoso patriota mejicano pudiera suministrar
oportunos informes a mas de un gabinete europeo. Por
ejemplo, todavía clama el gobierno español, i vociferan
sus ajentes en todos los ángulos de Europa, que la re-
volución americana es obra de unos pocos facciosos, i
que la gran mayoría del pueblo suspira por el retorno
del siglo de oro de los virreyes i capitanes jencrales.
Sobre esta materia no hai mas que oír a la real audien-
cia de Méjico: — Poniendo al frente del gobierno la vo-
luntad jencral del pueblo, se sigue que haya de atempe-
rarse a ella, i hacer lo justo, que es lo que desea casi
siempre; pero aquí por la misma razón habia de verifi-
carse todo lo contrario, porque faltaban el patriotismo i
XXXII OPÚSCULOS LITEnATUOS I CIÚTICOS
las virtudes públicas; i prevaleciendo la voluntad jeneral
ya corrompida, prevalece la independencia, por la cual
indudablemente está el voto del mayor número de estos
habitantes. — Esto era en Méjico i en el año de 1813. Por
lo demás, ya se sabe que los mandatarios españoles lla-
maban patriotismo en los americanos la disposición a
sacrificar los intereses de su patria a los de España, vir-
tudes públicas la humildad abyecta i la paciencia imbécil,
i opinión corrompida la opinión ilustrada.»
Pero, si don Andrés Bello rechazaba la subordina-
don, llegada a ser imposible, de una gran parte de la
América, a la España, fué uno de los que mas se em-
peñaron, i de los que aun arriesgaron la pérdida de la
popularidad i del prest ijio, por obtener la reconciliación
entre la madre i las hijas, i por reanudar los vínculos
morales entre los diversos pueblos de una misma raza.
Don José María Calatrava, secretario de estado de la
reina gobernadora doña María Cristina de Borbón, pidió
a las cortes, el 7 de noviembre de 1836, autorización
para celebrar con las nuevas repúblicas hispano-amcri-
canas tratados de paz i amistad sobre la base del reco-
nocimiento de su independencia.
Una comisión especial informó poco después favora-
blemente acerca de dicha proposición.
Habiendo llegado a chile la noticia de eslos sucesos,
Bello se apresuró a escribir en El Araucano fecha 27 de
marzo de 1 <s:í7, el siguiente artículo, en el cual descubre
muí laraa el afecto <i'"' profesaba a la madre pa-
tria, i -ii vehemente anhelo de verla restablecí las rcla-
ciones mn ; ella habla dado oríjen.
^os ha sido sumamente satisfactorio poner en cono-
cimiento do nue 1 1 ■" lectores el oficio del soñoH lalatrava,
INTUODL'CCION XXXIII
i el informe de la comisión especial de las cortes, sobre
el reconocimiento de las repúblicas hispano-amcricanas,
por el espíritu de nobleza i de liberalismo que estos do-
cumentos suponen en el gobierno i en los representan-
tes de España; i nos será mucho mas grato anunciar
cuánto antes la confirmación de la noticia, que hasia
ahora no es oficial, de que el congreso aprobó el artícu-
lo propuesto en el informe.
«Este momento no podia dejar de llegar. La voz de la
razón, de la justicia i sobre todo de los intereses espa-
rtóles, habia de hacerse oír tarde o temprano entre los
que dirijen los destinos de aquella nación. ¿Por qué pro-
longar una incomunicación perniciosa i obstinada? ¿Por
qué continuar una guerra sin campo de batalla i sin ene-
migos armados? ¿Por qué insistir en pretensiones de
imposible realización? ¿Por qué diferir una reconcilia-
ción, que mientras mas tardía, menos provechosa habia
de ser para la Península? La creencia relijiosa, el idio-
ma, la lejislacion, las costumbres, todo brindaba a ella.
Pero los dos últimos de estos vínculos, debilitándose
cada dia mas, por las innovaciones que a este respecto
van haciéndose en América, disminuirán necesariamente
las ventajas que pudieran prometerse los españoles de
sus relaciones con pueblos que antes habían pertenecido
a una misma familia. Felizmente el gabinete de Madrid
da hoi en su política franca una prueba de que se halla
convencido de esta verdad; i no solo renuncia a toda
pretensión respecto del reconocimiento, sino que se ha-
lla decidido, como se colije de la exposición del señor
Calatrava, a presentar a la nación española en sus rela-
ciones con las antiguas colonias en el mismo caso que
cualquiera de las demás potencias que se comunican con
OPLSC. 5*
XXXIV OPÚSCULOS LITUKAIÜOS I CIÚTICOS
ellas. Esía conducía que remueve todas las dificultades
que se han opuesto a nuestra paz i armonía con la Fs-
paña, i que cimentará inalterablemente unas relaciones,
que tienen hasta vínculos de sangre, es sin duda alguna
honrosa en alto grado al gobierno de María Cristina.»
Don Andrés Bello continuó toda su vida procurando
pública i privadamente el que hubiera las mas cordiales
relaciones, no solo entre los gobiernos, sino también
entre los pueblos de Chile i de España.
V
Nuestro autor principió a observar, desde que es-
tuvo en Londres, la práctica que siguió, siempre que
lo pudo, a pesar de sus multiplicadas i variadas ocupa-
ciones, de expresar por la prensa el juicio que formaba
acerca de las principales obras escritas en castellano que
llegaban a sus manos.
Pensaba que era indispensable estimular de este mo-
do la producción literaria, que no prospera nunca en
medio de la indiferencia pública.
Bello so mostró en oslas apreciaciones benévolo ico-
medido, pero manifestando con sinceridad i franqueza su
opinión.
El famoso editor Rodolfo Aokerraann había empeza-
do desde 1823 a imprimir revistas i obras destinadas a
tinistrar a l Roles americanos los elementos de
letras, i de las ciencias, i a fomentar su
■
1:1 editor ingles tuvo por colaborador te pro-
vechosa empre escritores peninsulares don José
lNTl'.OUt'CCIUN XXXV
María Blanco White, don José Joaquín de Mora, i (Um
José de Urcullu.
Bollo contribuyó con lo que pudo, esto es, con su plu-
ma, al buen éxito de un pensamiento que, en su concep-
to, era de la mayor utilidad para la América Española
recien emancipada.
Creia con razón que cuanto se hiciera era poco para
combatir la profunda ignorancia que había en las nue-
vas repúblicas hispano-americanas.
Así, se apresuró a recomendar en EL Repertorio varios
de los libros dados a luz por Ackermann.
Siendo amigo i admirador de Blanco White, a quien
debía favores, era natural que no desperdiciara la oca-
sión do hablar sobre una excelente traducción con que
éste enriqueció nuestra literatura.
DE LA ADMINISTRACIÓN DB LA JUSTICIA CRIMINAL
EN INGLATERRA,
I ESPÍRITU DEL SISTEMA GUBERNATIVO ingles:
Obra escrita en francos, por II. Cottu, traducida al castellano por
el autor del Español i de \m Variedades
o Mensajero de Londres.
«El señor Blanco White hizo la traducción castellana
de esta obra, por creerla la mas a propósito para impo-
nerse un extranjero en la parte mas útil i admirable del
sistema gubernativo ingles, i convencido de lo mismo
el señor don Francisco de Borja Migoni, aceptó el don
del manuscrito que le hizo el traductor, i lo imprimió
excl us ¿ carne nte a sus expensas en 1824, movido del pa-
triótico deseo de regalar, como lo hizo, todos los ejem-
plares de esta primera edición a su gobierno de Méjico.
A estas explicaciones ha dado lugar una equivocación
XXXVI OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
del redactor del Correo Literario i Político de Londres,
don José Joaquín de Mora, quien, al anunciar la segunda
edición, supone que la primera se hizo a expensas del
señor don Bernardino de Rivadavia. El señor Blanco
White ha rectificado estos antecedentes en una carta al
editor del Correo, que hemos visto impresa; i también so
deshace otra equivocación que supone haberse confiado
la traducción por el señor Migoni al señor Blanco, pues
éste la hizo de propia deliberación por el motivo indica-
do. Estas noticias, propias de un artículo bibliográfico,
nos han parecido dignas de apuntarse al anunciar la
reimpresión de una obra tan útil, i que con tanta acep-
tación lia sido recibida por los pueblos en cuyo obsequio
se tradujo i publicó en castellano. Nos abstenemos por
ahora de decir mas sobre su mérito o importancia, por-
que nos anima el deseo do poder en otro número presen-
tar de ella una noticia mas extensa i analítica.»
La suspensión de EL Repertorio fué causa do que
Bello no redactara la noticia extensa que ofrecía en el
artículo preinserto.
La prueba de que Bello procedía al publicar on dicho
periódico un análisis literario, no por amistad, sino por
el jeneroso propósito de alentar a los que trabajaban por
ilustrar a los españoles americanos, es que, si escribió
sobre una de las obras (Je Blanco White, con quien cul-
tivaba Intimidadi, hizo lo misino, i oon mas frecuencia,
por lo que toca a varias de las de don .losó Joaquín de
Mora, con quien no la tenia.
Léanse i'>s siguientes artículos que aparecieron succ-
tmente en El ii<-(„-ri<»-¡n.
INTRODUCCIÓN XXXVII
HISTORIA ANTIGUA DE MÉJICO,
SACADA DE LOS MEJORES HISTORIADORES ESPAÑOLES,
DE LOS MAN L'SC HITOS I DE LAS PINTURAS ANTICUAS DE LOS INDIOS:
DIVIDIDA EN DIEZ LIBROS: ADORNADA CON MAPAS I ESTAMPAS,
E ILUSTRADA CON DISERTACIONES SOBRE LA TIERRA, LOS ANIMALES
I LOS HABITANTES DE MÉJICO.
Escrita por don Francisco Javier Clavijero, i traducida del italiano
por don José Joaquín do Mora.
«El autor de esta apreciablc obra la escribió primiti-
vamente en su natural lengua castellana; poro inducido
después por algunos literatos, que se mostraban deseo-
sos de leerla en su propio idioma, la publicó en italiano,
i la dedicó a la universidad de Méjico, hallándose en
Bolonia, año 1780. La poca esperanza que hai de que
se publique el orijinal español, es una de las principales
razones que han movido al editor a restituir al idioma
nativo i a la literatura española una historia que siem-
pre será estimada entre las mejores, i que en la época
presente ofrece tanto interés en medio del ansia i nece-
sidad que hai de conocer por buenos informes todo lo
relativo a las vastas rejiones del nuevo mundo. Cual-
quiera que sea el mérito del primitivo orijinal en cuanto
a las dotes de lenguaje i estilo, la traducción castellana
nos parece una de aquellas compensaciones que mas pu-
diéramos apetecer para consolarnos de la pérdida que
sufrimos en no poseer el texto español del mismo Cla-
vijero.
«Bajo el título de Historia, Antigua de Méjico, se com-
prenden todos los sucesos i datos mas importantes rela-
tivos a aquella vasta rejion, desde los tiempos en que fué
habitada por otras naciones antes de los mejicanos, has-
XXXVIII OPÚSCULOS LITERARIOS I ¡aÚTICOS
ta la destrucción de su monarquía por los españoles en
1521: espacio poco menos que de dos siglos. Bajo este
plan, puede considerarse dividida en tres partes princi-
pales, cuyo enlace, si bien interrumpido en el orden de
libros i capítulos, puede, sin fatiga del lector, reducirse
a un todo mui regular, a un cuerpo de historia mui
completo i bien provisto de las nociones esenciales que
en este jénero de escritos deben buscarse. Contiene la
primera un ensayo de historia natural de Méjico, que
ocupa todo el primer libro, i que se exorna i amplifica
con nueve disertaciones sobre la tierra, los animales i
habitantes de Méjico, puestas al fin del tomo segundo,
como por apéndice de toda la obra para dilucidar los
hechos i resultados históricos, sirviendo de mui eficaces
comprobantes a las opiniones del autor. Este nunca es
aventurado en ellas, i tanto mas sobresale su crítica jui-
ciosa i perspicaz, cuanto que da muestras de estar mui
■ en los principios i adelantos modernos de las
ciencias, sin cuyo auxilio es imposible hacer una aplica-
ción acertada dr semejantes ilustraciones tan necesarias
i la verdadera filosofía de la historia. Algunos mira-
rán esta pai ,■) la mas esencial déla obra, pues,
ido a ella los li> .:im.), en que se da
noticia mui oxten ida de lodo lo relativo a la
relijion i a! gobierno ¡> ilítico, militar i económico de los
antiguos mejicanos, i las adiciones puestas al fin del to-
primero para explicar «'1 sistema croholójioo de que
ervian, puede formar cualquiera una Ideo tan cabal
«le de 'ca del o lado que la cultura so-
adquirir "ii aquellas rejiones antes de la 11c-
lindo a! (plinto
INTRODUCCIÓN XXXIX
inclusive, abraza toda la narración ele los primeros esta-
blecimientos en Anáhuac, fundación del imperio mejica-
no, sus guerras, revoluciones i engrandecimientos en la
serie de nueve reinados basta el desgraciado Moteuczo-
ma II en 1519. Los tros últimos libros, desde el octavo
al décimo, comprenden los hechos i acontecimientos de
la conquista, i forman la tercera parle de la obra, que
no es menos recomendable por la exaclüud i riqueza de
noticias con que el autor, lija la verdad, funda lo mas
probable i deshace las equivocaciones cometidas por los
escritores españoles i de «¡tras naciones que lo lian pre-
cedido. Discute i resuelve sin acalorarse i con tal juicio
c imparcialidad, que el mismo Hernán Cortes, en quien
no disimula ningún defecto', ni desconoce ninguna de sus
altas prendas, se presenta acaso mas héroe que en el pa-
nejírico histórico del celebrado Solis, El copioso caudal
de obras impresas i manuscritas, así de europeos, como
do mejicanos, en cuya sustancia se muestra como em-
papado el autor, le habilita poderosamente para ejercer
su fina crítica; i las frecuentes notas que enriquecen el
texto son un continuo debate abierto a favor de la ver-
dad entre las autoridades mas acreditadas.»
E L T A L I S M A N ,
CÜBNTO DEL TIEMPO DB LAS CRUZADAS, POR El- AUTOR DEL WAVKRLEY,
traducido al castellano, con un discurso preliminar.
EL I VAX IlO E ,
NOVELA POR KL AUTOR DEL WAVKRLEY I DEL TALISMÁN',
traducida al castellano.
«No hemos leído la traducción del Talismán, pero nos
basta que sea de la misma pluma que la del Iv&nhoe.
Ciñéudonos a esta última, no dudaremos decir que re-
XL OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
presenta casi todas las gracias de su admirable orijinal,
i nos trasporta con casi no menos poderosa majia a los
siglos heroicos i feroces de la caballería.
«La pintura animada de aquellas costumbres tan diver-
sas de las nuestras, de aquellas justas i banquetes, cas-
tillos i palenques, damas i caballeros, amores i desafíos,
galas i armas, pendones i divisas, corceles i palafrenes;
aquellos personajes i caracteres tan vivamente retrata-
dos, que nos parece tenerlos a la vista, conversar con
ellos, i revestirnos de sus sentimientos i pasiones; aquel
judío Isaac; aquella hermosa i anjélica Rebeca; aquel
Ricardo; aquel Juan; aquel prior de Jorvaulx; aquel her-
mitaño de Copmanhurst; aquellos templarios; en suma,
cuantas personas figuran en aquel grande i variado dra-
ma; lo interesante i graduado de la acción, que nos lle-
va de escena en escena i de lance en lance, empeñándo-
nos cada vez mas en ella; el calor de los afectos, sin la
fastidiosa sentimentalidad de las novelas que se usaban
ahora cuarenta años; la amenidad de las descripciones
campestres i solitarias que tan agradablemente contras-
tan con las de los combates, asaltos i funciones de armas;
lo entretenido i sabroso de la narrativa, i la naturalidad
del diálogo, son dotes en que el Iv&TlhoQ apenas admite
comparación, en las novelas de este jénero, sino con
dtrai (leí fecundo autor del Wnverlnj.
«VA traduotor los ha reproduoido con mucha felicidad
cu el castellano; i a fuerza do talento, ha superado las
dificultades no pequeñas que ofrece la diferente índole
il,- i acercándose mucho •» la excelencia
dd orijinal •"ni en el estilo descriptivo, sin embargo de
uperior copia, facili lad tion del Idioma Ingles.
om-
INTRODUCCIÓN XLÍ
pletamentc satisfecho con los equivalentes castellanos de
algunas voces i frases relativas a ciertos usos de las eda-
des caballerescas. Pero ¡qué diferencia entre el feuda-
lismo español, modificado por la influencia arábiga, i el
estado social que la conquista normanda produjo en In-
glaterra! Los glosarios de ambos son por consiguiente
diferentísimos, i no se puede verter el uno en el otro,
sino aproximadamente, o empleando circunlocuciones
embarazosas. El traductor del Ivanlioe ha tenido razón
en preferir el primer medio.»
CUADRO DE LA HISTORIA DE LOS ÁRABES,
por don José Joaquín do Mora.
«El interés histórico de estos cuadros es grande: su
diseño i colorido bellísimos; i mui pocas obras modernas
pueden competir con ellos en la soltura, gracia i lozanía
del estilo.»
M I D I T A ('.IONES P O É T I G A 8 ,
por don José Joaquín de Mora.
«Bajo este título, se presenta una breve colección de
doce láminas de excelente dibujo i grabado, que deben
considerarse como el fondo déla obra, no siendo el texto
mas que una ilustración poética de otros tantos sujetos
filosófico-relijiosos, representados en aquellas con nota-
ble novedad en la invención de las alegorías i en la
expresión de las imájenes mas vivas i de los pensamien-
tos mas profundos. La idea de estas meditaciones se
halla tomada de un poema ingles de Blair intitulado El
Sepulcro. Estas meditaciones no son una mera traduc-
ción, i puede decirse que ofrecen una imitación bien eje-
XU1 OPÚSCULOS LITEHAIUOS I CIÚTICOS
catada i apropiada a la poesía castellana, con alteracio-
nes mui bien ideadas en beneficio de los lectores a quie-
nes se destinan, según el tono de los mejores poetas
Castellanos que han pulsado la lira sagrada: objeto que
el señor Mora lia tenido mui presente, i que ha desem-
peñado con laudable acierto aun en los muchos pensa-
mientos orijinales que ha introducido.»
Trascurriendo los años, don Andrés Bello i clon José
Joaquín de Mora se encontraron en Chile, sin quererlo,
el uno al frente del otro, alistados en bandos políticos
hostiles, i a la cabeza de establecimientos de instrucción
que se disputaban la preeminencia.
Sostuvieron aun una controversia literaria algún tanto
acalorada.
Sin embargo, el tiempo no tardó mucho en apaciguar
sus emulaciones.
Aunque no tuvieron ocasión de tornar a verse, la
hallaron para darse pruebas de aprecio.
En este volumen, puede leerse la noticiado las Leyen-
das Españolas que Bello publicó con mucha posteriori-
dad a 1 s si que acabo de traer a la memoria.
En la última edición de la Ortolojía i Métrica de la
/'■//;; ta, Bello, hablando sobre los cortes de
las i , se expresa como sigu •:
*te punto, los mas primorosos artistas que yo
i son Mora i Maury; pero no sé si me atreva ;i
.indo se siente ;• veces o] esfuerzo, i se
:i;i.i \¡ lencia a la expresión hasta oscurecer el
sentido I ta. o
la misma obra, din* que cía vorsi-
i siempre intachable.»
i en las <• ilumnas de El
INTRODUCCIÓN XLI11
Repertorio Americano a algunos de los tratados elemen-
tales cuya redacción fué encomendada a Urcullu por
Ackermann.
GRAMÁTICA INGLESA ,
REDUCIDA A VEINTIDÓS LECCIONES,
por don José do Urcullu.
«Luego hará dos años que se publicó esta gramática,
compuesta por uno de los muchos españoles que, hu-
yendo de los horrores de la tiranía que oprime a su des-
graciada patria, han venido a hallar un asilo en esta tie-
rra de la libertad. Aunque el autor no sabía el idioma
ingles cuando llegó a este país, según él mismo lo con-
fiesa en el prólogo de su obra, fué tal su aplicación, que
no bien había pasado un año, cuando ya tenia la gramá-
tica en disposición de imprimirse. Talvez esta circuns-
tancia pudiera parecer a algunos poco favorable al
mérito déla obra; pero, en honor de la verdad, podemos
asegurar a nuestros lectores, que ha sido acojida del
público con preferencia a las de Connelly, Williüm Ca-
sey, Don Jorje Shipton, i otra impresa en Oviedo i reim-
presa en 18*23 en Madrid con el pomposo título de Bi-
blioteca Elemental, que son las que hasta ahora han sido
mas conocidas.
«El señor Urcullu se ha abstenido, i con mucha razón
en concepto nuestro, de dar reglas parala pronunciación
de la lengua inglesa, convencido por propia experiencia
de que la mejor regla de todas es la viva voz del maestro,
i uno o dos meses de continua lectura; pues de otro
modo el discípulo, ademas de fatigarse en hacinar mu-
chas reglas en su memoria, no logrará el fin que se pro-
XL1V OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
ponen los que llevan su arrogancia hasta el punto de
asegurar que, en ¡joco tiempo, i por sí solo, puede uno
aprender a pronunciar el idioma que presenta mas irre-
gularidades en esta parte entre todos los idiomas euro-
peos.
«Hemos observado también en la gramática de que
damos cuenta, que nohai, como en otras, un tratado de
versificación inglesa, fundado sin duela el autor en que
ningún discípulo va a examinar, al leer los poemas do
lord Byron, de Pope, etc., los pies pírriquios, anfíbra-
cos, tríbracos, i otros de este jaez que se hallan en cada
verso. Hubiéramos deseado, sin embargo, que, entre los
modelos de traducción, hubiese añadido el autor alguno
de poes/'a inglesa, para que el discípulo viese el jiro
atrevido, el vuelo majestuoso que por lo común se ob-
serva en ella, i las libertades que so toman los poetas
ingleses.
«La gramática está dividida en veinte i dos lecciones, a
cada una de las cuales corresponde un tema, dispuesto do
manera que se puedan poner en practícalas reglas antes
explicadas. Una de la3 principales dificultades para los
que aprenden el idioma ingles, suele ser, por lo jeneral,
el uso del jenitivo de posesión con la s i el apóstrofo, i
ígnos del futuro, i subjuntivo shall, wíll, m&y, can
! derivados. El autor ha sabido desvanecer esta di-
Qcultad por medio de reglas mui claras, ilustradas con
repetidos ejemplos. La segunda parte de la obra 80 oom-
ponede una nomenclatura abundante, de varios diálo-
nodelos de traducción en ambas lenguas.
Concluye con una lista de mas de seiscientos verbos in-
on las partículas que rijen, poniendo un ejemplo
para cada partícula. No hemos visto hasta ahora una
INTRODUCCIÓN %t\
gramática española-inglesa, que trale esla parte tan di-
fícil del idioma ingles con la extensión i esmero con que
se ve desempeñada en la del señor Urcullu. Por lo tan-
to, no podemos menos de recomendar al público ameri-
cano esta obrita, cuyo método, claridad i concisión la
hacen acreedora al aprecio de los que quieran dedicarse
al estudio del idioma de un país, que tiene ya tantas re-
laciones políticas i mercantiles con el nuevo continente.»
CATECISMO DE RETORICA,
POR DONJ08É DE URCL'LLU.
«El mérito i la dificultad de los libros de esta especie
no tanto consiste en la orijinalidad, cuanto en el acierto
de escojer, aprovechar i disponer los materiales. En esta
parte, se halla bastante bien desempeñado el Catecismo
de retórica, cuyo autor se ha propuesto presentar en sus
breves pajinas la esencia de la Filosofía de la elocuencia
por Capmany, de los Principios de retórica por Sán-
chez Barbero, i de la Introducción a la elocuencia es-
pañola por el padre Basilio Boggiero. Su juiciosa doci-
lidad a los preceptos de estos maestros, i el gusto en la
oleccion do abundantes ejemplos sacados de los mejores
autores españoles i de algunos extranjeros, hacen muí
recomendable este librito. Únicamente hemos notado i
sentido en cuanto a esto último, ver citado por modelo
un pasaje de Jerarclo Lobo, cuyo nombre solo debe
mentarse cuando se trate de señalar los escritores vi-
tandos. Al hablar de los modos accidentales del estilo,
se insinúan como por casualidad los que dependen del
mecanismo de la lengua; habría sido de desear que, tan
compendiosamente como los demás puntos, se hubiese
XLV1 OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CKITICOS
también tratado éste, señalando las dotes peculiares de
la lengua castellana como órgano de la elocuencia. Tam-
bién hubiera sido bueno, i lalvez mui del caso para
completar el catecismo, haber dado cabida en los lugares
oportunos, o en un capítulo especial, a las indicaciones
de las mejores obras, piezas i trozos de ellas que los jó-
venes deben consultar e imitar de preferencia, no solo
en los principales jéneros, sino también en sus divisio-
nes i especies. Asimismo, hubiera sido mui convenienle,
en nuestro concepto, que, al tratar de las fuentes de la
elocuencia, se hubiesen comprendido (ademas de la filo-
sofía, la historia, i el estudio del corazón humano) la
relijion i la política u organización social, que en nues-
tros tiempos reclaman una atención mui diversa de la
que inspiraban en los antiguos, i que, consideradas bajo
este respecto, pueden prestar grandes auxilios para el
estudio i ejercicio de la elocuencia; i no hubiera estado
de mas el haber expuesto algunas reglas para el examen
de lo bello i sublime en el sentido moral, i para formar
el gusto en materias literarias. Pero no pidamos dema-
siado de una vez, i conlrnlrmonos con decir que el Cate-
cismo de retórica es el tratado elemental mas compen-
dioso i rico en buenos ejemplos i preceptos que hasta
ahora hemos visto en castellano, aun faltándole lo que
iros echamos de menos, i que otros acaso no ten-
drán p<>r t;in necesario.»
ELEMENTOS DB PERSPECTIVA,
POR JUAN WELLS,
profesor ,d* dibujo del oolejio de Grieto én Londres,
traduoidos por don José de i froullu.
Un ouaderno en ouarto mayor con siete láminas.
obrita está dividida endooeoapíti i los cuales
INTRODUCCIÓN Xl.Vil
se dan varias reglas mui sencillas para adquirir fácil-
mente, i sin necesidad de otros estudios preliminares,
los principios jeneralcs de perspectiva.»
ELEMKNT03 DE DIBUJO NATURAL,
traducidos del ingles, por don Jos¿> de Urcullti.
«En el capítulo primero, se dan reglas jenerales para
aprender a dibujar; en el segundo, reglas particulares
sumamente útiles; en el tercero, se habla de las líneas
preliminares; en el cuarto, de las facciones del postro
humano, i de los miembros del cuerpo separadamente
con sus proporciones; en el quinto, del rostro humano;
en el sexto, de las figuras de cuerpo entero i sus propor-
ciones; la luz i la sombra forman el asunto del capítulo
séptimo; i en el octavo, que es el último, se dan las re-
glas para dibujar el ropaje. Al fin del cuaderno, van doce
hermosas láminas que representan varias parles del
cuerpo i del rostro por separado, una Eva, el Apolo del
Vaticano, el Hércules Alastor, i una Ninfa. La parte
teórica ha sido sacada de obras compuestas por hábiles
profesores que han escrito sobre esta materia; las lámi-
nas son producción de artistas de mucho mérito. Cier-
tamente sería de desear, i útilísimo para la América, que
el señor Ackcrmarm continuase publicando cuadernos
que traten del dibujo de paisaje, de flores, mariscos, etc.;
i otro en el cual se reuniesen los diversos jéneros de
grabados conocidos hasta ahora, particularmente el li-
tográfico, inventado por el alemán Seunefelder, cuya
utilidad es superior a todo encarecimiento.»
XLVIII OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
RECREACIONES JEOMETRICAS
RECREACIONES ARQUITECTÓNICAS— LA NUEVA MUÑECA,
traducidas por don José de Urcullu.
«Estas tres obritas, de las cuales las dos primeras van
acompañadas de una cajita con figuras de madera adap-
tadas a los modelos grabados, i la tercera está adornada
de seis láminas, pertenecen a la clase de aquellos jugue-
tes con que suelen obsequiar a los niños los que conocen
la importancia de hacerles adquirir de un modo entre-
tenido los primeros rudimentos de la moral o de algunas
artes i ciencias. Todas tres están ejecutadas con aquella
lijereza i pulcritud que es lo principal que debe procu-
rarse en estas útiles chucherías.»
CUENTOS DE DUENDES I APARECIDOS
COMPUESTOS CON EL OUJETO EXPRESO DE DESTERRAR LAS PREOCUPA-
CIONES VULGARES DE APARICIONES.
ADORNADOS CON SEIS ESTAMPAS ILUMINADAS.
Traducidos del ingles por don José de Urcullu.
a A pesar del expreso designio que se nos dice i cre-
emos tienen estos cuentos; a pesar de que, al fin de cada
uno do ellos, so refieren, demuestran i patentizan las
causas naturales, los medios i los ardidos que produjo-
ron los estupendos sucesos quo so refieren como cosas
del otro mundo, nos queda el recelo de que, cayendo en
manos do las personas aficionadas a leyendas de este
jaez, el antídoto será ineficaz, o llegará tardo para neu-
tralizar el veneno. Aun precediendo al cucólo la expli-
on del .'u-tiíicio con que está trazado, nos parece que
habí jo de que la tmajlnacion calentadiza de los
INTUODIXCIO.V MAX
que gustan de leer i oír tales consejas (que son los me-
nos instruidos c idóneos para nutrirse en historias mas
provechosas) recibiesen impresiones demasiado fuertes
e indelebles que aumentasen el mal en vez de remediar-
lo, como sucede al aprensivo que, a fuerza de tomar pó-
cimas, se estraga el estómago que tenia sano, o empeora
i hace incurable su dolencia. Cierto es que, no prece-
diendo la explicación, se mantiene con mas fuerza el
interés i suspensión que asombran al candido lector;
pero en esto cabalmente está el peligro i el yerro de la
cura. Tampoco aconsejamos que se escriban insipideces,
cuales serian los tales cuentos si, a la primera entrada,
se nos dijese cómo i por qué no eran verdades; pero por
lo mismo somos de sentir que en estas materias no de-
bo ejercitarse la inventiva como contraveneno, i sí el
frió e irresistible raciocinio para los que puedan usarlo;
i para los que nó, como los niños, un sumo cuidado en
los padres, ayos i maestros de que no se les vicie la ima-
ginación desde la edad tierna. Los que no peligran por
ninguna de las maneras indicadas, pueden leer algunos
de estos cuentos, así como habían de pasar un rato en-
tretenido con los lances de alguna comedia de enredo
de las del antiguo teatro español (salvo el chiste i gra-
cejo del diálogo que no tienen los aparecidos), o alguna
novela de ocurrencias peregrinas i como buscadas a luz
do candil. Recomióndanse especialmente por esta cir-
cunstancia en la colección de que hablamos, el cuento
del Manto Verde de Véncela, i EL Manuscrito Catatan,
Padre en vida i testigo en muerte, este último añadido i
compuesto orijinalmente por el traductor sobre lances
que se suponen ocurridos en España, e ideado sobre el
natural i curioso juego de la ventrilocucion.»
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
LECCIONES DE MORAL, VIRTUD I URBANIDAD,
por don José de l'rcull i.
«Es uno de los libros nías recomendables para la ins-
trucción de los niños, i de los mejor adaptados a la com-
prensión i al gusto de los primeros años: breve, claro,
divertido, i con frecuencia adornado de ejemplos i anéc-
dotas, cuyo atinado enlace empeña insensiblemente la
afición de los jóvenes lectores a quienes particularmente
está destinado. En lo principal de la obra, ha seguido el
autor el plan del Trésor des enfans, por Blanchard; pero
animando mas el diálogo, dando a algunos cuadros un
colorido mas vivo i risueño, i añadiendo, suprimiendo o
modificando varios pasajes, según loexijian las costum-
bres de los pueblos en cuya lengua está becha la ver-
sión. Yernos con placer que en esta parte ha mejorado
mucho la producción francesa; i no es lo que menos se
recomienda en la traducción, o sea imitación hecha por
el señor 1 'rcullu, la naturalidad, el buen lenguaje i cierta
unción cariñosa del (lia]"-.) que proporcionarán a su li-
brito el mérito raro en los do esta especie, de leerse sin
fastidio ¡ de releerse para saborear el gusto de la primera
lectura. Acaso no sucederá oír.» tanto con algunos tro-
que lia puesto al fin (Mino por via de apéndice, los
cuales, sí bien O8cojidos con mucha oportunidad, seré-
tten mas del tono preceptivo, siendo las interlocucio-
: no tan bien hiladas. Esto se ñola \a
era, que Irata do la urbanidad, pero
■< ¡alnn-iiir desde la t&rdeo conversación \\n, pajina
n ombarg >. l" «le lord < !hes-
I las parábolas do Salomón, la oda dé Thomas
INTRODUCCIÓN L[
sobre los deberes de la sociedad, traducida en verso cas-
tellano, i el examen de los medios que se deben emplear
en la educación según se practican en un establecimien-
to pestaloziano de Suiza, deben considerarse como una
porción de las mas importantes de esta obrita, a lo me-
nos en cuanto pueden servir como de texto clásico, ya
que no como de atractivo para mezclar la enseñanza con
el entretenimiento i la curiosidad, que tanto pueden con
los niños. Algunas fábulas, notas i pensamientos oriji-
nalcs del señor Urcullu, aplicados con juicio, acreditan
que la empresa de apropiar estas lecciones a la lengua
castellana i al gusto de las naciones que la hablan, no
se ha malogrado en sus manos.»
Don Andrés Bello no perdió oportunidad de estimular
en EL Repertorio Americano la publicación de las obras
científicas en la America Española, escribiendo en esa
revista sobre las pocas que aparecían, i que llegaban
a sus manos, como lo demuestra el ejemplo que paso a
citar:
PROGRAMA DE l'.N CURSO DK JKOMETIUA,
PRESENTADO A LA SOCIEDAD DE CIENCIAS FÍSICO-MATEMÁTICAS
DE BUENOS AIRES,
por don Felipe Sonilloaa.
«Nada es de mejor agüero para el progreso de la ilus-
tración entre los americanos, que verlos desde sus pri-
meros ensayos tentar sendas poco trilladas e idear me-
joras aun en aquellos objetos que al parecer prestan ya
poco campo al injenio, i no permiten aspirar a otro mé-
rito que al de mas o menos habilidad en la redacción.
A donde no se muestra este instinto de orijinalidad que
empieza ya a centellear en el programa del señor Seni-
LII OPÚSCULOS LITÁRAMOS I CRÍTICOS
llosa, no se puedo decir que so han trasplantado verda-
deramente las ciencias, ni que existen sino como los
vejetalcs exóticos en un herbario, privadas del princi-
pio de vida, sin el cual no pueden echar raices, florecer,
ni dar fruto.
«Preceden a la obra una memoria del autor leída a
la Sociedad de ciencias físico-matemáticas de Buenos
Aires, en 8 de marzo de 182.3, i el dictamen de una co-
misión de este cuerpo, de que sacaremos la siguiente
breve noticia:
« — Convencido (el autor) de que todos los principios de
la mecánica se hallan hoi sujetos a la jcometría i redu-
cidos a fórmulas jenerales, que no dejan otra cosa que
desear que la perfección de los procederes analíticos, se
decide por empezar a formar un curso de jeometría so-
bre un plan sencillo, natural i filosóíico. Parte siempre
de los hechos, i éstos le ponen en la necesidad de resol-
ver problemas: los primeros medios que emplea son de-
ducidos de la inmediata inspección de los cuerpos, i las
verdades que sucesivamente descubre van mejorando
los medios de proceder. De este modo, a medida que
adelanta en el estudio de la extensión, adelanta en los
procederes del cálculo. Este, con sus aplicaciones, so hace
nidios abstracto. El que estudia va conociendo las ven-
tajas del idioma a\j sobre el idioma vulgar, por-
que siente la m sida i de cultivar el cálculo antes do
fastidiar e déla aridez do i tudio, cuando se halla
irado d< tetones. Tal es la verdad do aquel
principio con que 1 1 <vU-l>:v ('ondular terminó el manus-
crito de su a] da obra Langue des calcula; On
apprend d'ordinaire assez mal, lorsqu'on ótudieavant
¡i le. besoin d'approndre. —
INTRODUCCIÓN Lili
«El autor del programa se limita, por supuesto, a bos-
quejar la marcha del entendimiento en la indagación de
las verdades jeomét ricas, lo que desempeña a nuestro
parecer con mucho injenio, siguiendo el hilo de la jenc-
racion de las ideas, aunque es de sentir que no se hu-
biese esmerado algo mas en la exactitud i corrección del
lenguaje, que tanto hace resaltar la elegancia del proce-
der analítico.
«Quisiéramos dar a nuestros lectores alguna idea de
los trabajos de la Sociedad Físico-matemática de Buenos
Aires; pero en el breve i apreciable tratado que ha su-
jerido las observaciones precedentes, es donde hemos
hallado el primer indicio de ellos, i aun la primera no-
ticia de la existencia de este cuerpo.»
Bello se complació especialmente en dar a conocer
con su benevolencia o imparcialidad características i ha-
bituales las producciones de los raros injenios hispano-
americanos que empezaron por entonces a rendir culto
a las Musas.
Como pueden servir para estudiar los oríjenes de
nuestra literatura en la época de la independencia, voi a
reproducir a continuación los cortos artículos referentes
a esas obras que insertó en EL Repertorio Americano.
v í r j i N i A
Trajodia en cinco actos, compuesta por I). N. $,
Caracas, 1824
«Este es uno de los primeros ensayos del injenio ame-
ricano en un jénero dificultosísimo, i en nuestro sentir
aventaja a los que le han precedido: el plan es regular;
las escenas se suceden i encadenan con arte, i no faltón
LIV OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
bellas ideas, que resaltarían mas, si se hubiera pulido
el estilo.»
POESÍAS UE JOSÉ MARÍA HEREDIA.
Nueva York, IS25.
«Producciones de un joven habanero, en las cuales, a
vueltas de algunos descuidos de lenguaje, se descubre
una fantasía vivaz i rica, un corazón afectuoso, i otras
eminentes cualidades poéticas. Destinamos a ellas un
artículo en el siguiente número.»
ELEJÍAS NACIONALES PERUANAS
por el doctor Josó Fernández Madrid.
Cartajena de Colombia, 1825.
«El doctor Madrid es hijo de Cuudinamarca, i sirvió
el encarg o de presidente del gobierno federal de Nueva
('.ranada en una délas épocas mas calamitosas de la re-
volución, lia tiempo que cultiva con mui buen suceso
l.i pOQ8Ía, i la obra di1 que damos noticia es de las mc-
joresque hemos visto su\as.»
SILA
Trajedia <•:! olí itada en <'l toatro do Méjico
«•I día 1 2 de diciombre <l<v 1825,
en celebridad <l«'l día del excelentísimo señor don Guadalupe Victoria,
presidente <l<' l<»s listados Unidos Vlojioai
l traductor de esta pieza es el señor Heredia, (¡no
probablemente no tendría tiempo de emplear en ella la
lima, porque ni en el estilo ni en la versificación, nos
nal .-i las mejores suyas. Hai,
ii que -c descubre toda la, abun-
dancia i la valentía de e te admirable injenio, que, con
INTRODUCCIÓN W
un poco mas de estudio i corrección, competiría con los
mejores poetas de nuestros dias, de cualquier lengua i
nación que sean.»
GUATIMOC
Trajedia en cinco actos, por Josó Fernández Madrid.
Paris, 1827.
«El Guatimoc es el mejor de todos los ensayos que
hasta ahora se han hecho por americanos en uno de los
jéneros de composición mas difíciles., i en que, después
de las tentativas de Huerta, Moratin, Cienfuégos, Quin-
tana i otros excelentes injenios, no hai todavía una so-
la pieza castellana que pueda llamarse clásica. El asunto
de la presente tiene el mérito de su celebridad histórica,
i del grande interés que el nombre solo del héroe basta
para inspirar a los americanos; pero bajo otros respectos
no lo juzgamos felizmente escojido. La contienda entre
los mejicanos i los españoles por la posesión de un teso-
ro no es bastante digna de la gravedad del coturno; i a
pesar del arte con que el poeta ha sabido realzar la im-
portancia del objeto que se disputa ligándole con la
salud del imperio, un montón de oro i plata es al fin un
ser inanimado que no puede hablar al corazón como,
por ejemplo, el hijo único que una madre tierna quiere
sustraer a la crueldad de un tirano, o como la madre
delincuente, pero llena de remordimientos, que un hi-
jo respetuoso, instrumento involuntario de la venganza
celeste, inmola sobre la tumba de un padre. De aquí
resulta que el sacrificio de Guatimoc no aparezca sufi-
cientemente motivado, i que los españoles se nos pre-
senten animados de una pasión sórdida, que los hace
aun mas despreciables que odiosos. Pero el respeto con
LVI OPÚSCULOS LITEHARIOS I CUITICOft
que el señor Madrid ha tratado la historia, i de que le
dispensaban hasta cierto punto las leyes poéticas, no le
ha impedido exornar oportunamente la acción. La catás-
trofe de la imperial Tenochtitlan, i los afectos de padre
i esposo que hermosean el carácter de Guatimoc, suavi-
zan el tinte jen eral del cuadro; i entonces es cuando el
poeta, dando sueltas a su vena naturalmente dulce i
tierna, hace una impresión mas profunda en el alma. La
acción se ha conducido con mucho juicio; los caracteres
(no obstante la opinión de un crítico respetable en la
Revista, Enciclopédica) nos parecen tan conformes con la
historia, como naturales i bien sostenidos; i aunque el
Guatimoc no está ni debió estar en la especie de estilo
en que mas sobresale el autor, hallamos en esta, como
en casi todas sus obras, una prenda sumamente reco-
mendable: un tono de naturalidad i verdad, sin esfuerzo,
sin énfasis afectada, sin trasportes violentos, sin estu-
diados adornos de dicción. Verdad es que tampoco en
deja de en I regarse con demasiada confianza a la
facilidad de su injenio; pero nada es mas raro que el
acertar con aquel pimío preciso que está a distancia
igual do la desnudez i del fasto, de la neglijencia i de la
unción; i si bg ha do pecar por uno de estos dos
extremos, el bueng irá siempre mas induljente con
el primero.
;i Gu&tim '■■ es mu! superior a la Átala (producoion
de la misma pluma que se ha representado, según cree-
ibana i - i iudadea de América), i
I nmuch i Ito grado las cualidades necesarias
par i o el teatro.»
i) 'ii Andrés Pollo fuócn la ouestion «irlas relaciones
ido p Mr. mal isla decidido.
INTRODUCCIÓN LVII
Su admiración a las instituciones inglesas fortificó en
él su adhesión a esta doctrina.
Los artículos que van a leerse, publicados en El Reper-
torio Americano, manifiestan lo que pensaba acerca de
este punto.
VERDADERA IDEA DE LA SANTA SEDE
ESCRITA EN ITALIANO POR EL PRESI5ÍTER0 DON PEDRO TAMliURINI
DE liRESCIA,
Profesor do la universidad imperial i real de Pavía, caballero de
la corona de hierro, miembro del instituto imperial i real
de las ciencias.
Traducida por ü. N. Q. S. C, quien la dedica a los pueblos
libros de América con esta epígrafe: Statr, et nolite
iterum jugo svrvitutis contineri.
S. Paul, ad Galat.
Esta obra puede hacer juego con la del Ensayo sobre
las libertades de la iglesia española. Ambas versan sobre
la misma materia, ambas presentan igual utilidad, pues
fijar la verdadera idea de la santa sede vale tanto como
ajustarsus derechos a lo lejítimo, i discenir lo usurpado
de lo bien adquirido, lo abusivo de lo lícito, lo acomo-
daticio de lo fundamental e indispensable. Mas no por
eso se suplen una con otra estas dos producciones, antes
bien deben considerarse como complemento la una de
la otra, pues aquella, consultando la verdad de la historia
civil i relijiosa de España, prueba con ella el estableci-
miento, la posesión i el uso de sus libertades eclesiásti-
cas; i esta, subiendo a las fuentes primitivas del catoli-
cismo, a la autoridad evanjélica, a la de la tradición,
santos padres, concilios jeneralcs i práctica universal,
da los fundamentos ele donde deben proceder todas las
libertades de las diversas iglesias, i el derecho que tie-
nen de establecerlas sin perjuicio de la unidad ortodoja.
I-Vlll OPÚSCULOS LITKBA.RI08 I CRÍTICOS
Bajo este respecto, la obra do Tamburini puede conside-
rarse como un excelente curso de derecho público ecle-
siástico universal, i su estudio como un antídoto contra
las perniciosas opiniones ultramontanas, que con tanto
empeño se reproducen en estos tiempos a pesar de los
progresos de las luces, i como en despecho del terre-
no que les ha hecho perder la razón, alumbrada por
la crítica i por el verdadero espíritu relijioso. Como
el objeto del autor es presentar en conjunto una idea
exacta i cabal del papa i de la santa sede, entra expli-
cando la diferencia entre el obispo i su iglesia; hace
ver cómo i por quién debe ser representada una iglesia;
da a conocer debidamente el colejio de cardenales i de-
mas congregaciones romanas, analizando canónica e
históricamente su orí jen, competencia i autoridad de sus
decisiones. En todo lo cual ocupa la primera parte de la
obra. En la segunda, define los derechos esenciales de la
santa sede, describe el primado de jurisdicción redu-
ciéndolo a su carácter único de espiritual i eclesiástico,
i dejando a la autoridad temporal de los gobiernos la
disciplina externa en sus respectivos territorios, distin-
gue en el papa los diferentes caracteres de príncipe tem-
poral, obispo de Roma, metropolitano de las diócesis- su-
patriarca de mucha parte de Italia, i cabeza
ministerial visible i primado de la Iglesia; asigna las di-
atribuciones de cada uno de estos caracteres, i
de su discernimiento aaoa íntegra la autoridad de loa
. que les pertenece por Institución divina, i que
deben i o absoluta Independencia del papa, sin
loa nombre ni confirme. Por úl-
timo, Bienta muí juiciosas i necesarias para gra-
duar !•' 'ii debí. . dootrinales del
INTRODUCCIÓN L1X
papa como primado, i desvanece la quimera de la infali-
bilidad pontificia. La traducción está hecha con destre-
za; i hai en ella la claridad i sencillez que se requieren
en escritos de este jenero, con una frase pura i castiza
do la lengua castellana. »
K N S A Y O
SOBRE LAS LIBERTADES DE LA IGLESIA ESPAÑOLA EN AMBOS MUNDOS
aEl ardiente celo, ardiente sin rayar en indiscreto,
que sobresale en esta obra a favor de la libertad ameri-
cana, en cuanto pueda ser combatida i menoscabada por
el abuso de las doctrinas eclesiásticas i relijiosas, que
tan amenudo se ven convertidas en meras pretensiones
sacerdotales a beneficio de ciertos individuos i jerar-
quías, la hace una de las mas útiles para los que se de-
dican al estudio del derecho público eclesiástico, i de la
mayor importancia para los gobiernos libres de América,
cuya posición los llama a arreglar de un modo corres •
pondiente a su existencia política las relaciones con la
corte de Roma. En ella, se procuran poner en el punto
debido de claridad, i sin vulnerar, antes bien afianzando
los fueros de la relijion católica, los límites de la autori-
dad pontificia en su contacto con la temporal de los go-
biernos independientes, i se deslindan los cotos de la
potestad espiritual do los pastores i ministros de la igle-
sia de Jesucristo, dejándolos en la plenitud de sus lejíti-
mas facultades, i salvando las de los supremos jefes de
los pueblos. Después de una breve introducción, escrita
con el mismo garbo de estilo que luce en toda la obra, i
en la cual se explica lo que debe entenderse por liberta-
des eclesiásticas, o el modo de conservarlas, la íntima
I.X OPÚSCULOS LITERARIOS I CR ¡TICOS
conexión en que están con las civiles i políticas i con el
evanjelio, loa ataques que en toda la cristiandad han
sufrido de las ambiciones curialísticas, i los riesgos que
amenazan a las de los nuevos estados de América, entra
el autor en materia, dividiendo su trabajo en dos partes
principales: relaciones del pontífice romano con la iglesia
de España i sus ministros; relaciones de la a'utoridad
civil de España con el romano pontífice, con la iglesia i
con sus ministros. En la primera, establece los derechos
del papa, de los obispos i demás prelados, i aclara lo mas
jenuino de la doctrina i práctica relativa a la elección,
confirmación, consagración, traslaciones, juramento i
facultades; i destina una sección particular a la materia
importantísima de los concilios, fijando todos los puntos
mas esenciales relativos a su convocación, lejitimidad,
competencia i autoridad. En la segunda parte, se espla-
nan los principios en que se funda la tolerancia rclijiosa,
su conformidad con el espíritu del cristianismo, su ob-
servancia en los dominios españoles, los inmensos males
que de quebrantarla se han seguido; se vindican los de-
rechos de la potestad soberana de España i su interven-
ción en la designación de diócesis, en la disciplina exter-
na, en lis concilios, en la inmunidad eclesiástica de
bienes i personas, en las rentas, diezmos, patronatos,
s de fuerza, jurisdicción, ejercicio del culto, im-
pedimentoa matrimoniales, prohibición de libros, oon-
cisma, abusos de predicación, milagros
i usos relijiosos que tienen enlace con las medidas eco-
nómicas. Finalmente, se examinan las relaciones del
■ con la autoridad temporal de Esparta, especial*
mente en cuanto i bul - pontificios, acallando
r los concordatos como unas transaccio-
INTRODUCCIÓN LXI
nes, en las cuales deben proceder los gobiernos con la
mayor circunspección, como que son pactos fundados
sobre la idea errónea de unos privilejios concedidos por
los papas a los reyes, i las negociaciones mas peligrosas
para las libertades. El autor concluye deduciendo, de las
irrefragables pruebas de autoridad i raciocinio presen-
tadas en su tratado, que la corte de Roma solo cede a
los impulsos de la enerjía i firmeza de la autoridad tem-
poral en sostener sus derechos. Esto es mui cierto, pero
también debe tenerse presente que esa enerjía i firmeza
so forman i apoyan con la opinión nacional; i que mientras
ésta no se halle bastante preparada por la ilustración, es
prudente no confundir la fuerza de los principios con la
del voto jeneral, i reconocer que no se puede suplir ésta
con aquella en materias de reforma.»
EXAMEN CRÍTICO
DK LOS DISCURSOS SOBRE UNA CONSTITUCIÓN RELUIOSA CONSIDERADA
COMO PARTE DE LA CIVIL
Su autor ol doctor don Gregorio Funes, deán de la santa iglesia
catedral de Córdoba en las provincias del Sud América.
Buenos Aires, lS-^.j.
«El celo de este respetable eclesiástico, conocido por
otras producciones que enriquecen la literatura ameri-
cana, proporciona para los aficionados a la controversia
relijiosa abundante materia en que ejercitar útilmente su
aplicación, estudiando esta obra dirijida a impugnar
otros opúsculos, que han merecido variamente los enco-
mios i la censura de personas mui católicas e ilustradas.
No se puede negar que el doctor Funes posee en grado
eminente estas dos cualidades, i que apoyado en ellas,
derrama nueva luz sobre las cuestiones mas interesantes
LXII OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
para la sociedad civil en puntos de relijion. Estamos
mui lejos de creernos competentes para fallar entre la
diverjencia de opiniones sostenidas por tan sabios con-
tendientes: non nostrum tantas componere lites; pero sin
faltar al respeto que uno i otro nos inspiran, nos atreve-
mos a emitir nuestro dictamen de que, en lo sustancial,
a lo menos en cuanto mas directamente importa a los
intereses temporales, hai bastante conformidad respecto
al resultado a que se viene a parar; i nos felicitamos,
por ejemplo, de que el doctor Funes profese acerca del
primado, de la autoridad del metropolitano, de las fa-
cultades episcopales, de la tolerancia, i de la reformado
abusos i usurpaciones, doctrinas mui bien avenidas con
el catolicismo mas puro, i con las necesidades político-
espirituales do las nuevas repúblicas americanas. Por lo
mismo, es tanto mas sensible el ver que este docto im-
pugnador del proyecto de una constitución rol ¡j losa i de
su editor i apolojista, los trate con cierta dureza, en
nuestro dictamen, no merecida por aquellos, i que des-
dice de la ilustración i tilosofía que sobresalen en la im-
pugnación. Pero su autor nos dice a la pajina 94: «Por
lo que respecta a la iglesia, ella debe ser tan intolerante
como tolerante el estado.) lisia proposición que encierra
una verdad mui profunda, por mas que a primera vista
• •nie la apariencia de una paradoja, es un rasgo que
pinta i di teulpa el jenio de oíros muchos escritores sa-
bios i humanos como el doctor Punes, que se creen tan
no ahorrarse en palabras de anatema i santa
indignación contra i<>-> que ellos creen extraviados, oomo
testar oordialmente la persecución relijiosá. Noso-
, lejos de desestimar te irsos sobre une consti-
tución relijiosá en vista del Exi.tn.en Critico que de ellos
INTRODUCCIÓN LXIII
hace el ilustrado deán de Córdoba del Tu cu man, somos
de sentir que estas dos producciones pueden servir la
una a la otra como de comentario mui provechoso a la
verdad ortodoja i a los intereses temporales de Ls pue-
blos i délos gobiernos; i que el Examen Critico es lauto
mas recomendable, cuanto que, estando escrito con un
espíritu de deferencia mas decidida a favor de las pre-
rrogativas del romano pontífice, se leerá con menos des-
confianza í hará mas efecto en los ánimos excesivamente
timoratos, si bien por otra parte nos parece que en al-
gunos puntos sus argumentos contra los Discursos son
demasiado débiles para los verdaderamente despreocu-
pados, en la acepción mas razonable de esta palabra,
aunque en todos hai gran copia de erudición i buena
doctrina.»
DICTAMEN S0BR1 LA FACULTAD DB DISPENSAR
EN EL IMPEDIMENTO PARA EL MATRIMONIO, DE LA DIVERSIDAD DE RIÍLIJION.
Firmado por don Ensebio Agüero.
Buenos Aires, 1826.
«El intentado matrimonio entre una católica de aque-
lla república i un protestante subdito de S. SI. B. ha
dado lugar a esta consulta, en la cual se decide a favor
de la tolerancia una cuestión en que pueden rozar mui
de cerca los intereses de los nuevos estados todos de
América. El que suscribe el dictamen funda su opinión
en pocas líneas i con mucha abundancia de erudición i
juiciosas reflexiones, haciendo ver de qué manera ha
modificado la iglesia en todos tiempos el principio im-
peditivo de los matrimonios de católicos con personas
de otra relijion, según las diversas circunstancias de la
I.XIV OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CRÍTICOS
índole de las leyes civiles i políticas del país donde se
entabla la solicitud de dispensa, de las necesidades de la
sociedad en cuanto a población i demás intereses tem-
porales, i del jenio i carácter de la secta relijiosa profe-
sada por el individuo disidente de la católica. En que
este impedimento no es de derecho divino, sino eclesiás-
tico, i por consiguiente susceptible de dispensa, convie-
nen, tanto los cánones déla antigua iglesia española,
como las leyes de la monarquía i los intérpretes i glosa-
dores de éstas. Los concilios nacionales prohibieron, sí,
repetidas veces semejantes matrimonios, pero los con-
traídos no se declaraban nulos, sino sujetos a penitencia,
aun celebrándose con judíos i mahometanos. El autor
del dictamen, reconociendo i explanando este principio
con profundo juicio i respetuoso miramiento a la reli-
jion, lo aplica al estado actual de la sociedad civil de la
República Arjentina, así en el fondo de la cuestión, como
en cuanto a la autoridad eclesiástica a quien pertenece la
dispensación, i que con razones mui poderosas demues-
tra ser la episcopal, por lo ejecutiva que es, dice, la ne-
cesidad de que los ordinarios de las diócesis invistan to-
aquellas facultades que el tiempo i las circunstancias
han hecho precisas para el mantenimiento del orden i re-
medio de las necesidades en las respectivas iglesias.»
V]
i k>n Andrés lidio, oontratado por el gobierno de ( ¡hi-
le para desempeñar un empleo en uno de loa ministerios
tado, llegó a Valparaíso el 25 de junio de 1829 en
el bergantín Ingles ¿Trocían.
Su presen* la pa ■'• desde luego desapercibida
INTRODUCCIÓN LXV
El país se hallaba envuelto en las mas violentas con-
mociones civiles.
Observando lo que sucedía, Bello llegó a temer que
su resolución de venir a establecerse en una república
despedazada por las disensiones intestinas, hubiera sido
desacertada.
A pesar de la repugnancia característica que experi-
mentaba para injerirse en luchas de esta especie, se vid
él mismo comprometido en una controversia literaria
con el eminente escritor español don José Joaquín de
Mora, controversia que tenia algo de política.
Sin embargo, esta fué la única intervención que Bello
tuvo en las contiendas domésticas de su nueva patria.
Prescindiendo por completo de las cuestiones tumul-
tuosas que ajitaban al estado principiante, se dedicó
exclusivamente al desempeño de su cargo en la adminis-
tración, a la enseñanza de los jóvenes i al cultivo de tas
letras i de las ciencias.
Merced a tal discreción, empezó luego a adquirir, a lo
menos entre muchos, la reputación de intelijente i de
docto que merecía por sus aventajadas dotes intelectua-
les, i por sus vastos i variados conocimientos.
Hacía poco mas de un año que Bello residía en Chile,
cuando el gobierno concibió la excelente idea de fundar
un periódico serio que sirviese a la ilustración jcncral
del país, mas bien que a los intereses i alas pretcnsiones
de un partido.
Ese periódico fué EL Araucano, cuyo primer número
salió a luz el 17 do setiembre de 1830, i que continuó
apareciendo cada semana por un largo período de tiem-
po hasta casi enterar medio siglo de existencia.
Don Andrés Bello redactó el prospecto, que voi a rc-
opi:sc.
LXVI OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
producir, no solo porque contiene el plan de una publi-
cación a que nuestro autor cooperó activamente por cer-
ca de veinte años, sino también porque explana ideas
muí sensatas i elevadas, las cuales no han perdido de
ningún modo su oportunidad.
lié aquí el artículo a que aludo.
ADVERTENCIA
«Al ofrecer al público este periódico, los editores se
consideran obligados a darle una idea anticipada de la
clase de trabajos que piensan emprender, para evitar el
que se formen juicios, no solo inexactos, sino también
contrarios al objeto que se proponen. No se crea que van
a engolfarse en esc borrascoso mar de debates orij i na-
dos por el choque de intereses diversos, ni a ocupar la
atención de los lectores con cuestiones promovidas por
el espíritu de disensión. Plumas hai consagradas a re-
futarlas; i después de infructuosas fatigas, no podrán
conseguir un convencimiento completo i jcncral, i solo
presentarán por final resultado un testimonio inequívoco
de <[ue el uso de la impronta goza en Chile de la mas
absoluta libertad. El plan de El Araucano no está limitado
a tan pequeño círculo, que al cabo do algunas pajinas
rea precisado a recurrirá! silencio, o a llenar papel
con enfadosas repeticiones. Los Intereses Internos de la
república i eüs relaciones con el resto de la tierra civi-
lizada, ofrecen un depósito tan Inagotable como ame-
no de preciosos materiales con que agradar e Instruir
b los verdaderos amantes de la Ilustración, sin fomen-
tar i ■'•ii< ¡ dar pábulo a e pa iones lastimosas
que e alimentan con la di cordia . con las animosida-
INTRODUCCIÓN LXVII
des, con la burla del hombre i con la ofensa del ciuda-
dano.
«La administración solado los negocios públicos pre-
senta en los diferentes ramos que abraza, una multitud
de materias importantísimas con que ocupar dignamen-
te un periódico semanal, proponiendo planes de reforma
de las instituciones actuales, c indicando el estableci-
miento de otras nuevas que exijen con imperio el comer-
cio, la agricultura, las artes i la minería; las ciencia»,
la educación, las costumbres, i el progreso rápido i
continuo de las luces.
«Las noticiasde la situación política de las naciones do
Europa i América aumentan las delicias de la vida social,
ofreciendo al negociante instruido datos para dirijir sus
especulaciones, proporcionando al hombre de estado
nociones de que aprovecharse, i facilitando a los ciuda-
danos de un país el conocimiento de los sucesos mas
importantes que ocurren a lo lejos. Hace algún tiempo
que los chilenos están privados de estas ventajas; por-
que los periódicos se han limitado a las ocurrencias del
interior, i el que mas se atreve a dar un paso fuera del
territorio, apenas llega a los confines de la vecindad.
Según la escasez de noticias extranjeras, parece que Chi-
le hubiese cortado sus relaciones con los demás pueblos
del orbe, i que se hubiera circunscrito exclusivamente a
los negocios de su pequeño recinto.
«Las ciencias i las artes avanzan todos los dias en la
carrera de sus progresos. Frecuentemente se publican
obras que ensanchan los conocimientos del sabio, i que
ofrecen reglas a los aplicados para instruirse con pro-
vecho; se dan a luz invenciones, que, ahorrando brazos i
multiplicando fuerzas, promueven i facilitan los trabajos
LXVI1I OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de la industria; i cuando estas noticias no puedan apro-
vecharse en el todo, servirán al menos do un pasatiempo
agradable i de adorno a la educación.
«Chile mismo es desconocido del extranjero, porque las
relaciones particulares que se le trasmiten sobre cues-
tiones puramente locales i momentáneas, no dan una
idea cabal de su verdadero estado. Cualquiera que haya
formado juicio de la situación de )a república por los
impresos que se han publicado de cierto tiempo al pre-
sente, se vería precisado a reformarlo, si observara el
país de cerca.
«Por estas indicaciones, se conocerá que el objeto de
El Araucano es comunicar a Chile toda clase ele noticias
importantes que pueda adquirir de las demás naciones,
i presentar a éstas los datos por donde puedan juzgar
del estado de nuestra política, moralidad, instrucción i
adelantamientos en todos los ramos. Se copiarán los
documentos oficiales mas importantes para dar seguri-
dad a las relaciones; i una crítica veraz i severa, pero sin
mordacidad, analizará todas las providencias adminis-
trativas (pie no sean ajustadas a los principios i a la jus-
ticia.
«Los editores prometen no entrar jamas en esas con-
troversias de partido, como algunos las califican, ni
admitir comunicados sobre personalidades, sean do la
clase que fueren, Bus pajinas se, franquearán solo a re-
mitidos sobre puntos científicos o cualesquiera otros de
utilidad jeneral. sin embargo, pueden verso precisados
b sostener providencias del gobierno, o a de-
fender su comportacion; i lo previenen para que en nin-
gún tiempo 96 les taohe de Inconsecuentes. »
Don Andrea Bello realizó oumplida i satisfactoria-
INTRODUCCIÓN LXIX
mente, en el espacio de casi veinte años que tuvo a su
cargo la redacción de El Araucano, los nobles i eleva-
dos propósitos que se expresan en el artículo prein-
serto.
Este periódico, cuya publicación honraría a cualquiera
de los pueblos mas adelantados, se distingue, no solo
por lo moderado i lo comedido de su forma, sino tam-
bién por lo interesante i lo variado de sus asuntos.
Bello, anheloso de combatir la indiferencia con que
se recibían las producciones literarias, se afanaba por
llamar la atención sobre las que llegaban a nuestro país,
i mu i en especial sobre las pocas que por aquel tiempo
se daban a luz entre nosotros.
Yoi a reproducir aquí por via de ejemplo, i para faci-
litar su lectura, algunos de los varios artículos de corta
extensión que escribió con este objeto, los cuales no
aparecen ni en el cuerpo de este volumen, ni en los an-
teriores.
Habiendo don Ventura Marín impreso el año de |S::í
el primer tomo de la obra titulada Elementos de la filo-
sofía del espíritu humano. Bello se apresuró a aplaudir
este acontecimiento literario en El Araucano fecha \-> de
diciembre.
«liemos dado noticia de la obra jeográfica de Mr. l)e-
naix, que por la idea que nos han hecho formar de ella
los periódicos franceses, nos parece sería de la mayor
utilidad en este país para el uso de los establecimientos
de educación, traduciéndose el texto i los cuadros, que
licúenla ventaja de ser sumamente comprensivos, ido
estar reducidos a la mas breve extensión posible. En
algunos ramos de enseñanza, es preciso confesar que los
métodos de nuestros establecimientos son anticuados, i
LX2 OPÚSCULOS LITKIíAKIOS ¡ CIÚTICOS
no producen toda lar utilidad que debieran. Es ya tiempo
de que volvamos los ojos a lo que se adelanta en oirás
partes, i de que nos apropiemos, en cuanto sea posible,
las inmensas adquisiciones que hace cada día la activi-
dad intelectual de las naciones europeas.
«En medio de este inevitable atraso, nos es satisfac-
torio observar las mejoras i progresos que recibe bajo
otros respectos la educación; i cuando estos adelanta-
mientos se deben a nuestros propios esfuerzos, hallamos
un motivo mas de satisfacción i de justo orgullo. La
filosofía se halla en este caso. La obra elemental que
acaba de publicar el profesor del Instituto don Ventura
Marín, nos ha parecido una producción que se eleva
mucho sobre el nivel jencral de nuestra actual cultura
literaria. Se ve en ella un conocimiento profundo, no de
un sistema particular, sino de todas las sectas, de todas
las opiniones, que dividen ahora el mundo filosófico:
campo todavía de ajitaciones i contiendas, en que se dis-
putan aun los principios fundamentales, se suceden teo-
rías a teorías, lo que hoi brilla con el esplendor de la
novedad í del triunfo se huella mañana, i se camina
continuamente por entre ruinas i escombros.
«El señor Marín nos lia parecido elejir en jerieral los
sendero i menos expuestos a inconvenien-
i uno de loa caracteres que hacen maa estimable su
obra es la fuerza i el tono de convicción i-nu que en ella
noulcan ades principios tutelares de la relijion
i la moral.
hora ii" nos es posible contraemos a dar una aná-
lisis de esta Interesante producción; pero nos proponemos
adelante, I aun puede Ber que nos atrevan
cutir una que otro de las opiniones del autor.»
INTRODUCCIÓN LXXr
Tan pronto como Marín publicó el. año de 1835 el se-
gundo tomo de su obra, Bello lo anunció en El Araucano
lecha 9 de octubre de ese año, en la forma que va a
leerse.
ELEMENTOS DE LA FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU HUMANO,
BSCMT08 POIl VENTURA MAHIN, PARA EL l'SO DE LOS ALUMNOS DEL
INSTITUTO NACIONAL DE CHILE.
«Don Ventura Marín, profesor de filosofía del Insti-
tuto Nacional, ha publicado el segundo tomo de su cur-
so, que comprende la teoría de los sentimientos morales,
o sea la parte de la filosofía que se ha conocido comun-
mente con el título de Moral o Etica. Con respecto a
esla sección, nos bastará reproducir el juicio que antea
hicimos acerca de las tres primeras; i si en ella no so
eleva tanto el autor, ni desentraña teorías tan nuevas i
profundas, acaso por eso mismo se ha hecho mas acce-
sible a el alcance de la edad en que suele cultivarse esta
ciencia.
«Lo que para nosotros hace particularmente aprecia-
bles los trabajos de este ilustrado profesor, que ha pues-
to en Chile el estudio de la filosofía al nivel de Europa,
es la unión amigable i estrecha que en ellos se advierte
constantemente de la liberalidad de principios con el
respeto relijioso a las grandes verdades que sirven de
fundamento al orden social, i que, estimulando el desa-
rrollo de todas las facultades del espíritu humano, rec-
tifican al mismo tiempo su ejercicio i ennoblecen sus
aspiraciones.»
Las dos mencionadas no fueron las únicas veces que
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Helio habló del profesor Marín en los primeros tiempos
de H Araucano.
El año de 1836, murió don Juan Egaña, sobre quien
don Andrés Bello escribió las siguientes líneas en el
número de dicho periódico correspondiente al 6 ele
mayo.
«El doctor don Juan Egaña falleció en esta ciudad el
viernes 29 de abril a las siete de la noche.
«La muerte del señor Egaña ha producido una impre-
sión jeneral de sentimiento. La patria llora en él uno de
sus primeros i mas esforzados campeones. La memoria
de aquella voz elocuente que sostuvo con tanta dignidad
i constancia sus derechos en las asambleas legislativas,
i en los consejos del gobierno; de lo que hizo por ella
como hombre público i como hombre privado; de sus
padecimientos en esta causa gloriosa; del conjunto de
talentos i prendas estimables que le hacían el primer
ornamento del foro, el consultor ilustrado, el bienechor
liberal i olicioso, el amigo de la humanidad desvalida;
será cara a los chilenos, mientras lo sean la libertad, la
virtud i las letras.
«Los que tuvieron el honor de tratarle de cerca echa-
ran menos largo tiempo aquella combinación poco co-
mún de llaneza, de modesta independencia i de urbanidad;
aquel fondo de luces, de noticias selectas i variadas, de
amenidad i buen gusto, que hacían tan instructiva i
dable í u conversación.
.1 rector i pn del Instituto van a rendir un ho-
menaje de i a la memoria del señor Eganael do-
mingo I.*) .Id corriente a las cuatro i media de la tarde
mía capillo del Instituto. Este pensamiento nos pareo
dign< • Imitado por otra « orporaciones, i en <■.
INTRODUCCIÓN LXXIH
cial por el eolejio do abogados. Tenemos entendido que
el gobierno, reunidas que sean las cámaras, les presen-
tará un proyecto de decreto, para que, a nombre de la
patria i con arreglo al artículo 37 de la constitución,
que da exclusivamente al congreso la facultad de decre-
tar honores fúnebres, cumplan con este deber de gratitud
pública a los servicios del ilustre finado.»
El Araucano de 20 del mismo mes contiene la noticia
que va a leerse sobre un clojio fúnebre de don Juan Ega-
ña pronunciado por don Ventura Marín.
«El domingo 15 del corriente, a las cuatro i media de
la larde, el profesor don Ventura Marín pronunció en
la capilla del Instituto Nacional la anunciada oración
fúnebre en honor del doctor don Juan Egaña, a presen-
cia de un numeroso i lucido auditorio. La materia del
discurso se rozaba demasiado con la política de los par-
tidos para que pudiese agradar a todos. La parte orato-
ria ha sido jcneralmente aplaudida.»
El presbítero español don Francisco Puente, que ejer-
ció por muchos años en Chile con brillo el profesorado,
publicó el de 1835, un texto, sobre el cual Bello dio el
siguiente juicio en El Araucano de 9 de octubre.
DK LA PROPOSICIÓN, SUS COMPLEMENTOS I ORTOGRAFÍA
ODRA ESCRITA POR EL LICENCIADO I LECTOR EN TEOLOJÍA, CANÓNIGO
SUPERNUMERARIO, DON FRANCISCO PUENTE.
«La parte de este opúsculo, relativa a la proposición,
presenta una análisis sumamente clara i metódica de
ella; i nos ha parecido mui a propósito para dar a los
niños un conocimiento cabal del mecanismo de la len-
gua, haciendo mas claras i precisas las nociones que
LXXIV OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
jencralmentc se tienen de la naturaleza i oficios de las
diferentes clases de palabras.
«A primera vista creerán algunos que en esta análisis
de la proposición se trata de menudencias insignifican-
tes, o solo dignas de ocupar la atención délos niños; mas
ella es en realidad el verdadero fundamento ele una gra-
mática racional i filosófica. Ni so limita su utilidad al
conocimiento de las lenguas; porque, en virtud de la es-
trecha relación que tiene el lenguaje con el pensamiento,
lo que se llama análisis gramatical es un ejercicio lójico,
que pone a descubierto la conexión i dependencia mutua
de las ideas expresadas en el razonamiento; es el arte
de comprender lo que se lee i de expresar con claridad
i exactitud lo que se piensa, en cuanto ello depende de
la coordinación de las voces i cláusulas; es una clave
necesaria para fijar el verdadero valor e interpretación
de los documentos escritos. El juez que falla sobre la
verdadera intelijencia de una lei, o de las cláusulas de
un (estamento o contrato, tiene que fundar muchas vc-
su decisión en las reglas de la análisis gramatical, i
no hitan ejemplos de controversias internacionales de
mucha importancia, que no ruedan sobre otra cosa.*
«Miramos, pues, esta análisis como una parte princi-
palísima de la gramática, i de lauto mayor trascenden-
cuanto sus principios son de una aplicación jcncral a
fcod liguas, íainos que en la enseñanza del
idioma patrio so la diese toda la atención que merece.
• La sentencia arbitral del amparador da Rusia sobra la Intolijen-
Id articulo primsro del tratado da Qante entra la Oran BretaSa i
lo i nidoa da América, ee una pura enáltala gramatical en
termina i on que daba darte a la fuerza modificativa
/],• un eomple nenio i una propo$iaion incidente. [Nota da Bello,)
INTRODUCCIÓN ULXV
En el opúsculo del señor canónigo Puente, la materia
está expuesta con mucha concisión i perspicuidad.
«La segunda parte de este opúsculo es relativa a la
ortografía. El autor, adoptando el principio de simplifi-
car la escritura en cuanto sea posible, de manera que —
cada letra sea el signo de un solo i determinado sonido,
i de que cada sonido sea constantemente representado
por una misma letra, — ha introducido innovaciones que
a muchos parecerán atrevidas; pero en realidad no ha
hecho mas que anticipar el término a que se encaminan
las reformas de la Real Academia Española. Algunas de
ellas, que parecen hoi novedades, no hacen mas que res-
tablecer prácticas que en otro tiempo eran harto comu-
nes. Escribir con z lo que solemos hoi con c, i sustituir
la i latina a la y griega, siempre que ésta hace oficio do
vocal, son cosas que vemos en mil ediciones españolas,
anteriores al establecimiento de la Academia.
«Pero una de las partes que nos parece mejor desem-
peñada en el tratadito del señor Puente, es la relativa a
la puntuación. Sus reglas tienen, como deben, conexión
estrecha con los principios de la análisis gramatical, i
no dudamos decir que han aclarado i mejorado la mate-
ria. Después de tanto como se ha escrito sobre ella, aun
había bastante vaguedad c incertidumbre en el uso de
aquellos signos que están destinados a manifestar la de-
pendencia i coordinación de las cláusulas; i no es extra-
ño que así fuese, porque la resolución de las dudas que
pueden ofrecerse en este punto, pende a veces de rela-
ciones lójicas mui delicadas. Nadie acierta a puntuar
bien lo que escribe, sino el que concibe con claridad la
subordinación recíproca de todas las frases que compo-
nen el período; i todos saben que no hai cosa que oscu-
LXX7I OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
rezca mas el sentido de lo escrito, que una puntuación
defectuosa, ¡Cuántos pasajes enigmáticos que fatigaron
mucho tiempo a los comentadores, se han correjido feli-
císimamentc i presentan un sentido claro i natural con
solo quitar, poner o pasar de un lugar a otro una coma!
¡De qué pequeneces depende a veces la intelijencia de
un texto sagrado, de una lei, de una escritura pública o
privada!
«Echamos menos en el tratadito ortográfico del señor
Puente, las reglas de la acentuación escrita, asunto que,
aunque no de tanta importancia como los precedentes,
no deja de conducir mucho a la uniformidad i estabili-
dad de la pronunciación, i a purgarla de vulgaridades i
corruptelas. A nosotros nos parece bastante cómoda i
sencilla la acentuación de la Academia Española, pero
talvez pudiera simplificarse i mejorarse en algunas co-
sas.»
Para manifestar el interés con que Bello estudiaba los
diversos ramos del saber humano en una nación i en
una época aun mui poco ilustradas, creo curioso hacer
notar que, en el mismo número de El Araucano en que
insertó las noticias de las obras de Marín i de Puente a
que antes he aludido, daba a luz el siguiente artículo do
un jénero mui divo»).
HUESOS FÓSILES DE TALCA
do a Santiago, i se depositará con los otros
objetos destinados a formar al gabinete de historia na*
tural, una de las muelas enormes encontradas reciente-
mente en Talca. Sería de desear (¡no el gobierno se em-
peñase 0D Ii adquisición de las otras i de los domas
INTRODUCCIÓN LXXVII
restos que puedan descubrirse del cuadrúpedo colosal a
quien pertenecieron estos despojos. Talvez existen en
la misma localidad algunas otras reliquias curiosas de
vivientes que ocupaban antes la tierra, i cuyas especies
han desaparecido.
«Nos inclinamos a creer que la muela de que se trata
pertenecía a uno de los animales fósiles a queso ha dado
el nombre de mastodontes, los cuales, según Cuvier, te-
nían pies de cinco dedos cortos, como los elefantes, una
nariz prolongada, en forma de trompa, i la mandíbula
superior armada igualmente de dos larguísimos colmi-
llos. La diferencia principal entre el elefante i el masto-
donte consiste en que las muelas del primero presentan
una corona plana a su salida de la encía, i terminan en
una superlicic señalada con numerosas zonas de esmalte
paralelas entre sí, i las del segundo tenían la corona
erizada de gruesas puntas cónicas, que se gastaban
con la edad, i al fin venían a parar en unas prominencias
circulares mas o menos anchas. La corona de la muela
que hemos visto presenta esta apariencia.
«Las osamentas de los mastodontes, como las de los
antiguos elefantes de la Siberia, de los rinocerontes e
hipopótamos, se muestran siempre en terrenos de forma-
ción muí reciente, i nunca en las grandes masas de piedra
que subsisten en pié. Hubo varias especies de mastodon-
tes. El mastodonte jiganteseo (mastodon gig&nteum) te-
nia mas de tres varas de alto, i el cuerpo, a proporción
de su altura, mas prolongado que el del elefante. Era,
como las otras especies de su jénero, un animal herví-
voro, o que solo se alimentaba de vcjetales; i por la
forma de sus muelas, parece que, a semejanza del hipopó-
tamo i del javalí, gustaba de las raíces i partes carnosas
LXXYIII OPL'SCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de las plantas, buscándolas en los terrenos flojos i pan-
tanosos. Por la inspección de las otras partes del esque-
leto, se ve que no tenia la facultad de nadar como el
hipopótamo, i que era un verdadero animal terrestre.
El estado en que se hallan sus reliquias induce a creer
que la desaparición de la raza del gran mastodonte es
una de las mas recientes. Hasta ahora no se ha encon-
trado su esqueleto sino en la América Septentrional. Los
dos mas famosos que se conservan son el de Londres i
el de Filadelfia, que provienen principalmente de las
escavaciones hechas en las cercanías de Newbourg, sobre
el rio Iludson, en el estado de Nueva York.
«Las otras especies de mastodontes son el mastodon
angustidens, o mastodonte de dientes angostos, cuyas
muelas son un tercio mas pequeñas que las del prece-
dente, i se han hallado en varios parajes de la América
Meridional, como también en Francia, Alemania o Italia;
el mastodonte de las cordilleras, hallado en los Ancles a
mil doscientas toesas de elevación sobre el nivel del mar;
el mastodonte humboldtiano, de que solo se ha vislo un
diente llevado de Chile al barón de Ilumboldt; i otras
dos especies pequeñas, cuyos restos so han descubierto
en la Sajonia i en Francia. El último (mastodonte hi¡>¡-
roidé] parece, por la naturaleza del terreno en que yacia
i por los fragmentos do otras especies perdidas que lo
npafiaban, haber pertenecido a una edad mas remota
que las otras especies. >»
El alio de 1839, don Andrea Bello dio a luz en El
Arñucan i 21 de Junio un artículo, en el oual no
solo da a conocer \u\ texto que acababa de aparecer,
iba por «•! estudio de la cosmografía,
INTRODUCCIÓN LWIX
CURSO ELEMENTAL DE JEOCKAFÍA MODERNA,
DESTINADO A LA INSTRUCCIÓN DE LA JUVENTUD BUR- AMERICANA,
escrito por don Tomas Godoi Cruz.
«Un tratado elemental de jeografía para los estableci-
mientos de educación no debe ser mas que un alfabeto,
por decirlo así, que habilite a los jóvenes para la debi-
da intelijencia de las obras de historia, viajes, etc. Con
este auxilio, se pueden leer sin tropiezo i con placer las
obras abultadas de jeografía física i política; i de esta
manera se extienden i perfeccionan en la lectura privada
las nociones necesariamente abreviadas i diminutas de
los colejios.
«Bajo este punto de vista, la obra que sirve de epígrafe
al presente artículo es acreedora a la aceptación de los
directores i profesores de nuestros establecimientos li-
terarios. Es difícil reunir en mas corto espacio los ele-
mentos de esto ramo indispensable de enseñanza; su
método es excelente; su estilo, claro; i las ideas que da
de los extensos i variados objetos que recorre, nos han
parecido jeneralmente correctas.
«Desearíamos que a la par de la jeografía se diese
mas cabida i ensanche entre nosotros a la cosmografía,
o ciencia del universo, estudio el mas a propósito para
elevar la imajinacion de la juventud, i para darle alguna
idea do las maravillas de la naturaleza, i del poder i
sabiduría de su inefable autor. Lo que hai sobre este
asunto en todas las obras elementales de jeografía que
conocemos, exceptuando la de Letronne, es sumamente
escaso i defectuoso; i aun en la que acabamos de
citar (bien que solo podemos juzgar de ella por su
LXXX OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
traducción castellana), no encontramos aquel orden,
aquella exposición luminosa, que, en composiciones de
esta especie, son necesarios para formar buenos hábitos
de raciocinio, i para dar al mismo tiempo un ejercicio
agradable a la imajinacion, que en ningún otro jónero
de objetos encuentra un campo tan vasto en que expla-
yarse.
«Una obrita que fuese poco mas o menos de la misma
extensión que la del señor don Tomas Godoi Cruz sería
suficiente para llenar este vacío, que sin duda lo es en
los institutos i colejios, destinados a la educación literaria
i científica; i el trabajo de redactarla se facilitaría mucho
con el auxilio del elegantísimo tratado de Astronomía
de Ilerschell, que forma parte de la Enciclopedia de
Lardner, i contiene una descripción completa del siste-
ma del universo, con todos los portentosos descubri-
mientos de los últimos años, i sin el embarazo de cálculos
i fórmulas aljebraicas. No se podría hacer un presente
mas hermoso a la juventud de ambos sexos.»
Léase lo que Bello escribía en El Araucano fecha 20
de setiembre de 184 'i acerca de la obra que se expresa.
MANUAL DEL PÁRROCO AMKI'.U'.ANO
por clon Justo Donoso, obispo electo do Ancud.
tHaoe honor a Chile, haco honor, sobre lodo, aso
Ilustrado i laborioso autor, <vi reverendo obispo electo de
Ancud, la obra que, con al título de M&nual del Párroco
Americano ^ ha salido recientemente ;t luz en esta capital.
No os csia obra una seca i abreviada reseña de los prin-
cipales deberes del cura católico; es una exposioion
completada toda la Importantes i variabas función
INTRODUCCIÓN LXXX1
que es llamado este ministro del evanjelio en nuestras
ciudades, en nuestros campos. Es un cuerpo de doctrina,
en que la teolojía, los cánones, i el derecho patrio, con-
curren de consuno para dar a conocer al sacerdote sus
obligaciones i facultades en el delicado cargo que le
confía la iglesia. I no solamente los que ejercen este res-
petable ministerio, sino los legos, hallarán en la obra del
señor Donoso mucha i mui escojida instrucción, de que
no podrían carecer sin grave mengua. La publicación
del Manual es una muestra preciosa de lo que podemos
ya prometernos del clero chileno en beneficio de la reli-
jion i del estado. ¡Ojalá que, estimulados por tan lauda-
ble ejemplo, contribuyan otros eclesiásticos a trabajar en
el esplendor i pureza de nuestra iglesia, a llenar las
urjentes necesidades que hoi lamentamos en gran parte
del territorio de la república, i a propagar la educación
relijiosa i moral en todas las clases!
«El reverendo autor no ha olvidado que el párroco,
llamado al lecho del moribundo, es muchas veces la
única persona a quien éste puede consultar para el
acierto de sus disposiciones testamentarias: materia en
que el cumplimiento de las solemnidades legales es de
absoluta necesidad, como todos saben; porque sin ellas
no puede llevarse a efecto la voluntad -del testador. Un
apéndice suministra al sacerdote los conocimientos nece-
sarios para ciar en estos casos la debida instrucción a
sus feligreses.
«Esta obra, recomendable por muchos tílulos, tiene
el mérito de una dicción sencilla, acomodada a la intc-
lijencia de todos, i jeneralmente correcta i pura.»
Bello hizo aparecer, en El Araucano fecha "21 de mar-
zo de 18A5, el artículo que se reproduce a continuación.
LXXXIl Ol'USCL'LOS LITERARIOS I CIÚTICOS
VIDA. DK JESUCRISTO
CON UNA DESCRIPCIÓN SUCINTA DI5 LA PALESTINA
traducida por don Domingo Faustino Sarmiento.
«El señor Sarmiento, tan celoso en promover la edu-
cación primaria, no ha podido hacer a las escuelas un
presente mas estimable, que el de este librito precioso,
orijinalmente compuesto en alemán por el canónigo
Cristóbal Schmid. Todos saben que osle digno eclesiás-
tico ha consagrado las producciones de su fértil pluma a
los niños. El Araucano copió, tiempo hace, de uno de
los mas acreditados diarios franceses, el juicio que sobre
la tendencia moral i relijiosa de las obras de Schmid
han formado el público i el clero católico de Francia. La
presente no es mas que una parle de una colección do
Historia* sacadas de la sagrada escritura, cuya traduc-
ción al francos se imprimió con aprobación del vicariato
jcncral de Strasburgo, i fué adoptada por la municipali-
dad de Paria para sus escuelas.
«La obra se recomienda por sí misma. La narración
es fielmente ajustada a los evanjelios; i el estilo, calcado,
se puede decir, sobre el de los evanjelistas, que reúne en
tan alto grado la sencillez, la claridad, i la expresión. No
hai nada en los helios, que se haya tomado de otras
fuentes que los libros que la iglesia reo >noce por inspi-
i el autor interp >la amonudo a olios algunas
reflexiones, llenas de unción, ¡ sobre todo aco-
modadas •■» la intelijencia de sus tiernos lectores.
I orno mi de una bella narración en aquel esti-
lo natural, dialogado, que respira un grato perfume de
piedad i de antl puodon citar loa números
INTRODUCCIÓN LXXXI1I
I , 2, 3 i 4, cu que se refiere la encarnación del Hijo de
Dios i el nacimiento del Bautista, el 30, que contiene la
bella parábola del hijo pródigo, el 35 (la resurrección
de Lázaro), i el 41 hasta el 43 (la pasión del Salvador).
«A muchos parecerá talvez desaliñado i humilde ese
estilo. Somos de diversa opinión: uno de los méritos
que hallamos en el de la obrita de Schmid es la sencillez
i el sabor bíblico; i él es también el que nos hace mirar
la versión de la Biblia por el padre Scio como mas fiel
i elegante que la del obispo Amat.»
El año de 1845, don Ignacio Domeyko publicó una
interesante obra titulada Araucanía i sus habitante*.
Con este motivo, don Andrés Bello insertó en los nú-
meros de El Araucano correspondientes al 26 do diciem-
bre de 1845, i al '2, 9 i 16 de enero do 1846, un largo i
minucioso extracto de esta obra, extracto que encabezó
con el siguiente párrafo:
ARAUCANÍA I SUS HABITANTES
por Ignacio Domeyko.
*No nos proponemos hacer aquí un elojio de esta
obra: ni ella ni el autor necesitan de nuestras pobres ala-
banzas, para recomendarse a la atención de Chile, i de
todo el mundo literario. Pero el aparecimiento de la
Arauoanía es un fenómeno tan importante en nuestra
historia literaria, i el asunto es de tan alto interés para
nuestra república, para la civilización i la humanidad en
jcneral, que no podemos dejar de darle el lugar corres-
pondiente aun en nuestras oscuras columnas.»
Bello explica de esta manera el método que ha seguido
para componer su artículo.
LXXXIV OPÚSCULOS LITERAHIOS I CIÚTICOS
«En los siguientes extractos, hemos seguido el orijinal
casi a la letra; i cuando no lo copiamos literalmente, nos
limitamos a compendiar la expresión para economizar
espacio, o sustituimos una frase o voz del castellano jc-
neral a las que el autor ha tomado algunas veces del
dialecto chileno, i cuya intelij encía sería talvcz difícil
fuera de Chile. Aun en esta parte, hemos procedido con
circunspección, para no exponernos a desfigurar los
pensamientos del autor. Nada mas ajeno de nosotros
que la presunción de correjir obras ajenas, i mucho
menos una que se recomienda tanto como la presente,
no solo por la importancia de las ideas, sino por la be-
lleza del estilo. El señor Domcyko ha adquirido en pocos
años una casi completa posesión de nuestra lengua:
su castellano es bastante correcto, no obstante ciertos
jiros que algunos tacharían de jermanismos, i que no he-
mos tenido dificultad en conservar, porque, sobre ser
mui claros i expresivos, no tienen nada de repugnante a
la índole del castellano, encontrándose ejemplos de ellos
aun en la prosa de Cervantes, como en los versos de
Mclcndez, Moratin, i otros excelentes escritores.»
Por fin Bello, terminado el extracto, expresa sumaria-
mente el juicio que había formado de la obra del señor
Domeyko.
«Las reflexiones del señor Domeyko sobre el plan
de conquista, sobre la propaganda mercantil, i so-
bre «'1 que- llama sistema político, reducido a sembrar
la discordia entre loa indios, a bastardearlos i corrom-
perlos, no pueden n do sor aceptadas cordialmente
por todo ' do la humanidad, por todos los que
respetan los principio masobviosdo moralidad! jnsti-
, !., . i \ p, c preci ■ i e >níc lar que »•! problema de la
ixTnonrcciox i.xxxv
reducción o civilización do la Araucanía i de su incorpo-
ración en la familia chilena presenta, bajo cualquier
aspecto que se le considere, graves dificultades; la solu-
ción misma del señor Domeyko no nos parece removerlas
todas. El sistema que propone es demasiado lento en
sus oléelos; i si se nos permite decirlo, hai en él algo de
utópico, algo que parece estar en oposición con los
resultados de la experiencia. El sentimiento cristiano,
honrado, filantrópico, que palpita por todas parles bajo
la pluma del señor Domeyko, le ha hecho tal vez mirar,
como una cosa posible o fácil, la elección de los elementos
con que es menester contar para que sea realizable su
plan. El proveer de buenos curas i escuelas la población
cristiana limítrofe no es cosa mui fácil, siendo tan noto-
ria como lamentable la falta de unos i otros en las
provincias mas pobladas i ricas. Por éstas es necesario
principiar, para que fluyan del centro a las extremida-
des aquellos manantiales benéficos de cristiandad i civi-
lización. El país limítrofe de la Araucanía no puede
llegar en muchos años al estado en que quisiera verlos
el señor Domeyko, i que forma el necesario punto de
partida para la propaganda que propone. I ¿dónde halla-
remos hombres que reúnan las cualidades que en su
concepto son indispensables para el cargo de capitanes
de indios? La elección es difícil; pudiera hacerse alguna
vez con buen éxito; prometérnoslo por una larga serie
de años es abrigar esperanzas quiméricas. I bastaría
que en uno u otro caso salieran fallidas, para que se
rebelasen los suspicaces araucanos contra sus civilizado-
res, i viniese por tierra la obra costosa i difícil de
muchas jeneraciones. No se trata solo de hallar hombres
que en circunstancias ordinarias hayan acreditado la
LXIXVI OPÚSCULOS LITÉIS AH IOS I CIÚTICOS
honradez, sobriedad i desprendimiento que se exijen de
ellos; se trata de hallar hombres incorruptibles que con
mil medios de abusar ¡impunemente de su autoridad,
resistan a todas las tentaciones, i tengan miras elevadas
i sentimientos bastante puros para preferir constante-
mente el bien de la humanidad i el de la patria a su
interés personal. Es incuestionable la necesidad de que
toda la obra de la reducción de los indios esté a cargo
de un solo jefe militar i civil; pero no es menos cierto
que la reunión de cualidades tan eminentes como las
que requiere el señor Domeyko en los depositarios de
esta alta autoridad, es poco menos que imposible. Supo-
niendo que se encuentre una vez u otra ese individuo
privilegiado en quien se combinen con las prendas políti-
cas i militares las convicciones rclijiosas i el celo apos-
tólico de ([lie debe sentirse animado, ¿no se puede
afirmar con entera certidumbre que, en una larga serie
de empleados de esta categoría, la mayor parte distarán
mucho del tipo a que el señor Domeyko, en las inspira-
ciones de su pura i amable filantropía, quisiera (pie se
conformaran? Sentimos decirlo: el sistema de reducción
del Benor Domeyko nos presenta un bello ideal para cu-
ya realización es mui difícil encontrar materiales; un
bello ideal que a dura- pe;¡a--¡ pudiera llevarse a efecto
adelantadas que la nuestra. ¿No he«
io el miserable fruto de ios experimentos de los
1 £ Unidos sobre las tribus salvajes que encontra-
ron en su territorio han civilizado? ¿Han mejorado
>ndÍCton DO] >tO? No han heclio mas que
del Buelo i "i, apropiándoselo.
í .ria del {enero humano da lecciones bien tristes.
■ ierra lia ido siempre a la vanguardia de la civili-
INTRODUCCIÓN LXXXV1I
zacion i le lia proparado el terreno; i cuando se ha
principiado por. el comercio, no se ha hecho mas que
preludiar a la guerra; esparcir semillas de discordias,
que brotan al fin en hostilidades sangrientas. Todos los
jérmenes de la civilización europea se han regado con
sangre. En el sistema mismo del señor Domeyko, la
guerra sería tarde o temprano una necesidad inevitable.
«Creemos, pues, que está todavía por resolver el proble-
ma a que ha dedicado sus meditaciones el autor. Mas
aunque dudemos de la practicabilidad de su plan, con-
siderado en el todo, nuestros hombres de estado halla-
rán en la Araucania del señor Domeyko ideas orijinales
e interesantes, datos instructivos sobre la naturaleza
física i la condición moral de aquel país, i multitud de
indicaciones de que puede sacarse macho partido, aun
en nuestras circunstancias actuales. Ella es indudable-
mente la producción de un entendimiento muí cultivado,
i de una razón concienzuda i sana, que no concibe la po-
lítica sin la justicia, ni la moral sin convicciones relijiosas
profundas. Hace mucho tiempo que hemos felicitado a
Chile por la adquisición de un hombre tan distinguido
como el señor Domeyko; i la obra que casi literalmente
hemos copiado en este i los precedentes artículos, es
una plena confirmación de aquel juicio. No dudamos
que el ilustrado público de Chile la acojerá con todo el
aprecio que merece,»
En el cuerpo del presente volumen, se contienen va-
rios análisis de obras nacionales mas extensos que los
preinsertos, los cuales fueron publicados por Bello sea
en El Araucano, sea en otros periódicos.
LXXXVIII OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
VII
Don Andrés Bello desplegó gran solicitud en fo-
mentar la publicación de obras instructivas; i muí es-
pecialmente, como era natural, la de aquellas que se
referían a la América Española, i en particular a Chile.
Fué el primero que, en este país, manifestó la utilidad
de las grandes colecciones de documentos históricos.
En comprobación, voi a insertar lo que escribía en El
Araucano fecha 1." de febrero de 1839.
COLECCIÓN HISTÓRICA OK DON PEDRO DE ANCELIS
«Mas de una vez hemos llamado la atención de nues-
tros lectores a esta obra importante, que aun no ha
despertado en el público chileno todo el interés que de-
biera. Con la mira de jencralizar la noticia de una em-
presa literaria, que desearíamos ver imitada en las demás
repúblicas americanas, i que merece la acojida de todas
ellas, harto mas que el sinnúmero de obrillas frivolas
galo-hispanas que circulan hoi entre nosotros, hemos
creído de nuestro deber insertar en El Ar-auca.no el artí-
culo siguiente, copiado de los periódicos de Buenos Aires.
« — Un extranjero ilustrado, correspondiendo a la jo-
sa hospitalidad de un país que le condecoró oon el
título de ciudadano, emprendió una obra importante
sobre la jeografía i la historia de rejiones. Todos
a p i ,í.i tomaron parte en el buen éxito de esta empresa,
i 1., ulr.ijr. de los arjcnliiios preparaban los aplausos
délos literatos extranjeros. Dentro de seis meses debía
i ir b su término esta publicación, que había costado
laui icriticios por parte do su Infatigable
INTRODUCCIÓN LXXXI.V
autor. Sobrevino el bloqueo intimado por la nación fran-
cesa, i le ha impedido continuar su obra i recojer el
fruto de sus trabajos.
« — Nos cabe sin embargo la satisfacción de asegurar al
público que el señor de Angelis no lo ha desatendido, i
que, aguardando la cesación de los estorbos que se opo-
nen por ahora a la introducción del papel que había
encargado a Europa, va preparando los materiales que
faltan aun para el completo de su Colección Histórica.
Sirva de comprobante de nuestro aserto el proemio
inédito al Diario del señor Morillo, que hemos solicitado
de su^autor para publicarlo anticipadamente en nuestras
columnas, porque su lectura no puede menos de excitar
un interés positivo. — »
Don Andrés Bello estimuló en cuanto pudo la publi-
cación de la Historia Física i Política de Chile por don
Claudio Gay, llamando la atención de la jentc ilustrada
sobre la importancia de esta obra, según lo demuestran
los artículos contenidos en el cuerpo de este volumen.
Tan pronto como empezaron a recojerse suscripciones
para costear la ediccion, Bello escribió en VA Araucano
fecha 11 de junio de 1841 lo que paso a copiar.
«La lista de suscriptores a la obra que se propone pu-
blicar en Europa el señor don Claudio Gay, i que se está
insertando desde algún tiempo en las columnas de este
papel, contiene la mayor parte de los nombres distin-
guidos de la capital. No dudamos que se agregarán
todavía otros mas de ciudadanos no menos distinguidos
i deseosos de contribuir de este modo a la conclusión
del magnífico monumento científico i literario que va a
tener nuestro país sobre todos los demás americanos, i
aun sobre muchos del antiguo mundo.
XC OPÚSCULOS LITERAMOS I (-.¡UTICOS
«El plan do la obra, que ha sido igualmente insertado
en este periódico, es ya por sí solo una concepción de-
masiado grandiosa, i que excitaría la desconfianza de
que pudiera realizarse, si no tuviéramos la palabra formal
del célebre i laborioso naturalista, que tantas prendas nos
ha dado mui de antemano de su gran capacidad i su
stancia a toda prueba, no necesitándose de nada me-
nos que de ella, para preparar i llevar a cabo los exten-
sos i variados trabajos que deberán emprenderse por el
mismo naturalista, i por otros sabios bajo su dirección
inmediata, i a vista de los cuantiosos i ricos materiales
que, a costa de inmensas fatigas, ha sabido recojer por
partes.
"Para nosotros, una de las ventajas principales cíela
publicación castellana que se propone el señor Gay, es
que ella no solo será obra de sabios, o de personas inicia-
das en las ciencias físicas, sino también de todo hombre
de medianos alcances que quiera prestar alguna aten-
ción a las introducciones o compendios elementales que
el digno naturalista ofrece agregar a aquellas partes de
su obra, que lo requieran. De este modo, la llora i fauna
chilenas, la mineral ojia i j col ojia, i la física terrestre i
meteorolojía de nuestro país se encontrarán a el alcance
aun servirán para estimular i propagar entre
nosotr ludio fundamental de estas ciencias.
t Dejamos aparte, i como ya mencionadas en el prospec-
to de la obra, las partes de ella consagradas a la esta-
dísti grafía, e historia del país, (odas ellas no
menos ínter que las indicadas anteriormente, i
; : abio profesor ha reoojido gran
i de materiale . i a la verdad que cualquiera qui
i. acerca'-' algún conocimiento
INTRODUCCIOX
do sus preciosas colecciones, tanto en documentos i
manuscritos de todo jénero, como en apuntes i observa-
ciones del mismo profesor i objetos de historia natural,
no podrá menos de maravillarse de la paciencia, sagaci-
dad, inteligencia i asidua laboriosidad, que tanto le dis-
tinguen i recomiendan.
«La obra sola del gabinete que ha formado en poco mas
de un año, es a los ojos del menos inteligente, obra de
mucho tiempo i de muchos colaboradores; i el gobierno
que ha sabido apreciar tan importantes como extensos
trabajos, se propone pedir a las cámaras lejislativas en
favor del benemérito profesor una recompensa que le
sirva de auxilio, si no de estímulo (que no lo necesita),
para continuar su grande empresa fuera del país.
«Aplaudimos por nuestra parte el celo i justificación
del gobierno, no menos que el espíritu público que ha
animado a los suscriptores de la obra, contra los pro-
nósticos de algunos fatalistas que se atreven a negar su
existencia entre nosotros, a pesar de los hechos repetidos
que los desmienten casi todos los días. Los mismos me-
lancólicos pronósticos habían precedido i acompañado el
establecimiento de la Suciedad de Agricultura, como lo
hemos hecho notar en otra ocasión; i sin embargo, esta
misma sociedad, con la suscripción a la obra del señor
Gay, deque se ha encargado o m tanto celo i correspon-
diente suceso, acaba de dar un doble desmentido a los
que, teniéndose por conocedores del carácter i espíritu
de los chilenos, no hacen mas que rebajar uno i otro,
suponiéndolos indiferentes a todos los adelantamientos
del país, o dominados por el mas ciego egoísmo.
«Entre tanto, nos es satisfactorio anunciar que la sus-
cripción crece todos los dias, i que con el aumento que
XCII OPÚSCULOS LITBRAM08 I CIÚTICOS
debe recibir todavía en la capital, i al que no dudamos se
apresurarán a concurrir todas las personas de algún
rango i comodidad, i las que se aguardan de las provin-
cia--;, se completará pronto la suma requerida, i el digno
profesor llevará consigo una recompensa verdaderamen-
te nacional en esta demostración pública del aprecio de
nuestros compatriotas.»
Pocos meses después, Bello tomó la pluma para hacer
ver lo que convenia a Chile el darse a conocer en las na-
ciones extranjeras por medio de obras como la de Gay.
lié aquí lo que dijo acerca de esto en El Araucano
fecha 18 de febrero de I8í*2.
«De los méritos i servicios del señor Gay, nos hemos
ocupado en otra ocasión; ellos han sido expuestos a las
cámaras lejislalivas, las que en su última sesión se apre-
suraron a votarle una recompensa nacional i a adoptarle
como ciudadano de Chile; i se hallan manifiestos a todos
que han podido formarse alguna idea de la naturale-
za, diversidad i complicación de los trabajos de este in-
fatigable naturalista. La obra solo del museo, criada por
mis cuidados i enriquecida por el jencroso presente de
Indas sus colecciones, bastaría para formar el elojio de
su celo, actividad i constancia, no menos que do su
i capacidad i de su conducta honrosa i desinteresada.
Justa i merecidamente ha decretado el gobierno que el
retrato del señor < '>ay sea colocado en el musco, mientras
que con la gran publicación que se propone hacer en
Europa del resultado de sus extensos trabajos sobre
Chile, asi en loa ramos de historia natural como en el
déla política, ROS envía quizá un monumento maa dura-
dero i de mas inmediata utilidad para el país.
bohemos dicho antes, i lo repetimos ahora, es me-
INTRODUCCIÓN XCIII
nester que Chile sea conocido en el mundo civilizado
bajo todos sus aspectos; de este modo únicamente podrá
recibir el impulso de actividad industrial que proporcio-
narían los capitales i conocimientos de afuera, i por
consiguiente su rápido incremento en población i riqueza.
«Desgraciadamente, Chile se halla como ignorado de
las naciones que mas podrían contribuir al fomento de
esta riqueza; o lo que es peor, solo ha sido conocido bajo
el aspecto desfavorable de sus anteriores desórdenes i
desavenencias, quedando confundido hasta ahora, respec-
to de muchas naciones europeas, entre aquellos esta-
dos de América, en donde desgraciadamente no ha
terminado aun la revolución que los separó de la anti-
gua metrópoli. Pero ha habido mas todavía; i desacredi-
tado este país como de intento por escritores superficiales,
o contrariados en sus esperanzas exaj eradas por espe-
culaciones imprudentes, ha sido al mismo tiempo calum-
niado hasta con respecto a la riqueza i feracidad de su
suelo, la conocida benignidad de su clima, el 'mas aná-
logo i favorable en este continente para los europeos,
i la abundancia i variedad de producciones agrícolas,
igualmente análogas al cultivo de aquellas rej iones.
«De este modo, los malos resultados de las compañías
de empréstitos, minas, bancos, etc., formadas para
América en Inglaterra hacia los años de 1824 i 25, mas
bien con el objeto de ajiotaje en aquel mercado de fon-
dos, que el de su verdadera aplicación a los fines osten-
sibles que se proponían, debieron refluir, como sucedió
en efecto, en perjuicio del buen nombre i crédito de
estos países. Igual resultado produjeron las especulacio-
nes aisladas a que nos hemos referido antes; i la obra,
entre otras, do Mr. Miers escrita con la mayor pasión
.\C.!V OPUSCfl.OS UTEHAIUOS I CIÚTICOS
i con el mas profundo sentimiento de despecho, dema-
siado patentes a cuantos tienen algún lijero conocimiento
de Chile, fué consultada i ha gozado de cierta autoridad,
entre la gran multitud de los que no tenían antecedentes
sobre el verdadero espíritu del autor, o que carecían de
término de comparación entre semejante libelo i una obra
filosófica i de conciencia que hacía falta acerca de un país
enteramente nuevo para los europeos.
«lié aquí el gran vacío que es llamada a llenar la fu-
tura obra del señor Gay, i que colocada, como no lo
dudamos, al lado de la del sabio Ilumbeldt sobre otras
parles de América, i con datos mas probados i extensos
que los que pudo recojer este célebre naturalista en sus
grandes viajes, proporcionará al mundo sabio, como a
los especuladores de todas partes, el conocimiento exacto
de las riquezas naturales de Chile i de sus ventajas de
todo jénero para el comercio i los adelantamientos.
«No menos interesante para los mismos fines i para
desterrar 'preocupaciones con respecto a este país, será
la propagación de conocimientos jeográíieos, estadísticos
e históricos acerca de él, i sobre lo cual ha recojido el
señor c.iy tan abundantes documentos, la mayor parte
inéditos. La caria del país, trabajo enteramente acabado
i sobre una grande escala, será una de las primeras pro-
ducciones «pie nos enviará el BenoF < laj , luego que llegue
a lairop.-i, ¡ será también para aquellos pueblos el pri-
mer cuadro rigorosamente exacto del suelo i- aspecto de
Chile, a que puedan prestar plena confianza. No servirá
menos utilidad la historia Imparcial ¡ completa de
ii primer eMableeimieuto; se Conocerá
i oríjen i progresos; se verán las causas
pión de i ■'. pana, la - de nue ^tros disturbios
INTRODUCCIÓN XCV
civiles i aun los errores i extravíos de nuestra infancia
política, de que ciertamente no tendremos de que aver-
gonzarnos, si los comparamos con los de los pueblos
antiguos en igual situación, sacándose de todo el cono-
cimiento claro de nuestra situación actual, i de los
medios por donde hemos llegado a ella. La estadística
comparada formará el complemento de tan preciosos
conocimientos. Chile será entonces completamente justifi-
cado; i difundidas por todo las nociones mas positivas
de sus ventajas naturales i políticas, i del carácter suave
i hospitalirio de sus habitantes, no debe dudarse que
atraerá en breve a su seno a cuantos hombres industrio-
sos quieran buscar fuera de sus países completa paz i
seguridad, liberal protección del gobierno i los particu-
lares, abundancia de medios de ocupación para los capi-
tales i el trabajo, i recompensa altamente lucrativa de
ellos.
«Ni podrán tacharse de exajeradas nuestras esperan-
zas en esta parte, si se tienen presentes las grandes re-
voluciones morales, políticas, comerciales o industriales
que han producido en las naciones mas civilizadas los
escritos de los filósofos i los sabios, i aun los inven!
descubrimientos parciales en las ciencias i las artes. Juz-
gando solo por analojías una obra, o mas bien las varias
obras que deben producir los trabajos del señor Gay
sobre una parte interesante del gl bo poco estudiada o
desconocida a la jeneralidad de los europeos, no podrá
menos de lijar la atención en ella, i ser en breve con-
siderada como un verdadero descubrimiento, o como un
vasto campo para nuevas especulaciones i empresas.»
Don Andrés Bello, convencido de que los recursos de
Chile no eran suficientes para satisfacer por sí Bolo ni
xi.vi oplscllos literarios i críticos
con mucho los gastos de todas las publicaciones que
convenia llevar a cabo, procuró que cooperase a la reali-
zación de los proyectos de esta especie que se intenta-
ban, sea en las otras secciones de la América Española,
sea en Europa.
En EL Araucano fecha 23 de mayo de 1845, escribió
lo que sigue.
CURSO DE HISTORIA
DE LA FILOSOFÍA MORAL DEL SIGLO XVIII,
Dictado por Mr. Victor Cousin; publicado por Mr. M. E. Vacherot;
i traducido del idioma francos al castellano
por Pedi'o Terrásas.
«La publicación, cuyo título precede, es un buen ejem-
plo para nuestra prensa, que se ocupa casi exclusiva-
mente en traducciones de novelas, llenas de interés
sin duda, i en que no podemos dejar de admirar el talen-
to de ¡os autores, pero de un efecto pernicioso sobre la
moral i las costumbres. — Ilai una gran distancia bajo
este respecto entre las obras que derrama hoi con tanta
prolusión la Francia, i las producciones inmortales de
Walter Scott. — Séanos lícito lamentar la tendencia mór-
bida de nuestra Bociedad a esas lecturas excitantes,
donde se Bacrifioa todo, hasta los mas altos intereses
sociales, a la fuerza de las Impresiones. Entre tanto, no
tenemos noticia de que en Chile se haya emprendido
ra nuestra lengua (oon una sola excepción hon-
rosa, qu" esperamos sea dignamente acojida por elpú-
blic >) ninguna de tantas obras importantes de moral,
de filosofía, de historia, orno han Balido de la prensa
fram últimos afl<
INTRODUCCIÓN XCVII
«La empresa que anunciamos es de este carácter.
Destinada a familiarizar la juventud boliviana con las
doctrinas morales del primero de los filósofos de nues-
tros dias, no dudamos que tendrá entre nosotros la
circulación que merece por la importancia del asunto, i
que las cualidades literarias del traductor nos parecen
asegurarle.»
En El Araucano fecha 12 de setiembre del mismo año,
insertaba el artículo que va a leerse.
SALA HISPANO-AMERICAXO,
O ILUSTRACIÓN DEL DERECHO ESPAÑOL,
por don Juan Sala, añadidas las variaciones que ha recibido hasta
el día, tanto en España, como en la república de Chile,
por dos jurisconsultos peninsulares,
bajo la direooion do don Vicente Salva.
«Don Vicente Salva ha emprendido un apreciable tra-
bajo en favor de todos los pueblos que hablan el caste-
llano, dedicándose a la reimpresión de los varios cuerpos
legales i de las obras elementales de jurisprudencia mas
acreditadas. La Ilustración del Derecho Real de España
por don Juan Sala, republicada ahora, hace considera-
bles ventajas a las ediciones anteriores, tan descuidadas,
como saben todos los que las han manejado. Ocúpase
también el señor Salva en una nueva edición do la No-
tísima, que hará juego con la de las Siete Partidas, dada
a luz en Paris en 1843 i 44. El Sala Hispano-Chileno,
ademas del mérito de la fidelidad i esmero tipográfico,
que es característico de todas las publicaciones do Salva,
tiene para nosotros una incontestable superioridad por
la circunstancia de hacerse en él una reseña de las leyes
opúsc. 13'
XCV1II OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CIÚTICOS
promulgadas cu Chile desde su emancipación, en la par-
te relativa al derecho civil i al orden de procedimientos.
Para que se juzgue de lo que sobre este punto se ha
hecho, copiaremos las palabras del mismo editor.
« — La Ilustración del Derecho Español por Sala es el
libro que ha tenido mas universal aceptación entre todos
los elementos que se han publicado sobre esta materia,
bien por resolver mayor número de cuestiones legales,
bien porque designa a cada paso la conformidad de las
leyes españolas con las romanas, que son su principal
base. Pero, habiendo muerto aquel erudito escritor mui
a los principios del siglo en que vivimos, no se mencio-
nan en sus instituciones las infinitas reformas, adop-
tadas en España por sus reyes a consecuencia de los
adelantos que en la jurisprudencia i en la economía
política ha hecho la Europa de cincuenta años a esta
parte, ni las decretadas por las cortes en unión con el po-
der real. Fundándose unas i otras en principios liberales
de conveniencia pública, son precisamente las que deben
guardar mas consonancia con la actual lejislacion chile-
na, i las que hacen mas falta en un libro que haya de
ponorsc en manos de los que so dedican a la carrera
de las leyes.
« — Deseando el editor de esta obra completarla, a lin de
«iuc llene debidamente <-l objeto a que se la destina, ha
cuidado de que, sin alterar ni cercenar ninguna espe-
i primitivo, se Intercalen en sus respectivos
párrafos, de modo <|u<> cualquiera pueda distinguir lo
añadido, U* leyes de fecha posterior a la primera
edición <l«-i escrito de don Juan Sala, muchas de las
!<■ e hallan vijentesen la república de ('hile, por
ii emancipación, En un apéndice al
INTRODUCCIÓN XC1X
íin de cada tomo, i con referencia a los títulos i párra-
fos que contiene, se han reunido las demás disposiciones
legales adoptadas por el gobierno i cuerpo lejislativo de
dicho estado, notando su conformidad o discordancia
respecto del derecho español.
«Este trabajo, ejecutado con la atención i escrupulosi-
dad que merece, a vista de las colecciones legales dadas
a luz en la república, ha sido revisado en Paris antes de
su impresión por el licenciado don Manuel Antonio To-
cornal, miembro de la facultad de leyes i ciencias políti-
cas de la universidad de Chile, quien ha celebrado el
pensamiento i aprobado en todas sus partes el método
que se ha seguido. Voto de tal peso lo hace esperar
mui favorable de los demás jurisconsultos chilenos, los
cuales no podrán dejar de convenir en que el estudio de
una lejislacion extraña i embrollada, es ímprobo por su
naturaleza, reconociendo, al mismo tiempo, que, puestas
en claro las principales diferencias que hai entro aquella
i la española, i completada ésta con lo mucho que faltaba
en la Ilustración de Sala, se ha hecho cuanto cabia para
que sea mas digna del aprecio público. — »
En El Araucano fecha 6 de octubre de 1848, se lee lo
que sigue:
«Hemos recomendado hace algún tiempo la Biblioteca
de Autores Clásicos Españoles, que publica en Madrid
don Manuel Rivadeneira, cuya habilidad tipográfica es
bien conocida entre nosotros. Sabemos que ha contado
para esta empresa con la cooperación de distinguidos
literatos de la Península; i del suceso que ha tenido en
ella es un buen comprobante el artículo que sigue, co-
piado de un periódico peninsular.
« — Su Majestad se ha dignado agraciar con la cruz su-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
pernumcraria do Carlos III al impresor don Manuel
Rivadeneira, editor de la excelente Biblioteca de autores
clasicos españoles, el Álbum relijioso i de otras publica-
ciones que tanto han llamado la atención de los inteli-
jentes en el difícil arte tipográfico. Celebramos esta
digna recompensa, concedida a la laboriosidad del señor
Rivadeneira, como una prueba, sobre tantas otras, de la
decidida protección que dispensa nuestra augusta sobe-
rana a las letras españolas, a cuya gloria ha levantado
el señor Rivadeneira un magnífico monumento seré pe-
rennius en su citada Biblioteca de autores clásicos , célebre
ya en toda España i fuera de ella. —
«El estado lastimoso de corrupción en que va cayendo
entre nosotros la lengua nativa, no podrá remediarse,
sino por la lectura do las buenas obras castellanas. Mul-
tipliqúense cuanto so quiera las clases de gramática:
ellas darán, a lo sumo, un lenguaje gramaticalmente
correcto; i en conciencia debemos decir que no han pro-
ducido ni aun oso resultado hasta el dia. Pero ¿darán la
posesión del idioma? ¿Podrán suministrarnos el acopio
necesario do palabras i frases expresivas, pintorescas,
do que tanto abunda? Para adquirir esto conocimiento,
la lectura frocuonte do los buenos escritores os indispen-
sable. El señor Rivadeneira ha hecho un aprociablc
sorvicio a todos los pueblos castellanos en la empresa que
lia lomado a su cargo, do dar a luz ediciones esmera-
deque una parto no pequeña, ni la menos interc-
te, do los clásicos castellanos ha carecido hasta ahora.
¡Ojalá que ella sea un nuevo estímulo para quo nuestros
nos literatos i poetas, nuestros oscritoros, nuestros
predicadores, don a sus obras el primer requisito de
todo*; un requisito cuya bita desluce los mas bellos
INTRODUCCIÓN CI
dones de la naturaleza, i no permite que se haga de
ellos el aprecio debido fuera del recinto estrecho en que
tiene circulación la jerigonza que escribimos!»
Si Bello fomentaba la publicación de obras instructi-
vas que se hacía fuera del país, era lójico que ejecutase
otro tanto, i con mayor fundamento, por lo que toca a
las que se daban a luz en Chile.
Voi a suministrar algunos ejemplos.
En El Araucano fecha 24 de julio de 1840, escribía lo
que sigue:
COLECCIÓN DE LEYES PATRIAS,
NUEVAMENTE ANUNCIADA.
«Creemos de nuestro deber recomendar la publicación
que se anuncia en el siguiente prospecto, como de una
suma necesidad, que se siente a cada momento, cuando
so trata de conocer las leyes i decretos de la primera
época de nuestra independencia. Para los que siguen la
carrera del foro, una recopilación de esta clase es indis-
pensable; lo es para nuestros lejisladores; lo es en las
oficinas del gobierno. Aun cuando fueran fáciles de procu-
rar (que no siempre lo son) los periódicos en que salieron
a luz por la primera vez, el trabajo de rejistrarlos para
saber si contienen la disposición que se busca, i en cuál
de sus números está inserta, no deja de ser a veces fas-
tidioso: la obra que se anuncia evitará indagaciones
infructuosas, i ahorrará tiempo, acompañándola un índi-
ce copioso i metódico. Si, examinadas las pruebas por
orden del gobierno, se encuentran conformes a los ori-
jinales i correctas, poseeremos un texto auténtico, i fácil-
mente manejable, de leyes en parte vijentes, en parte
CU OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
necesarias para la intelijencia de las que subsisten en
vigor, i de aquellas que las han reemplazado. I unida
esla compilación a las que ya tenemos, suministrará
materiales para la formación de un código completo, que
las abrace todas en el orden i con la claridad que corres-
ponde. No es menester manifestar a nuestros lectores
el interés histórico de la obra. Todos saben cuan viva-
mente se reflejan en la lejislacion de una época las ne-
cesidades públicas, las ideas dominantes, las miras de
los que manejan el timón del estado. ¿Con qué ansia no
se buscan en el dia las dispersas reliquias de las leyes
promulgadas en los mas bárbaros i tenebrosos períodos
de las naciones que nos han precedido en el mundo?
¿1 miraremos nosotros con indiferencia los monumentos
de la infancia gloriosa de nuestra república?»
En El Araucano fecha 5 de diciembre de 1845, daba a
luz el siguiente artículo:
KL PROTESTANTISMO COMl'.UUDO CON RL CATOLICISMO
por don ¿Taitao Balólos.
oinCidifttOS con el juicio que sobre esla obra lia emi-
tido l.'i Revista Católica,, Adórnanla una lójiea convin-
•, un estilo animado, que se eleva muchas veces n
la mas persuasiva elocuencia, i una rica variedad de
.• irtOtfraientoe, que pOAén al autor al nivel de las mas al*
reputaciones literarias tius posee la España, i lo su-
ministrao pod< i Irmas en la lid que sostieriG contra
lo oampeonea de la tefo/tma.. Escudriña con singular
< i a las verdaderas causas fcjufl han Influido en
on europea, I son este motivo discute i oom-
INTRODUCCIÓN CI1I
l)ate algunas ideas aventuradas de Guizot, aunque siem-
pre con la mesura debida a este celebre historiador i
publicista. No hemos leído en mucho tiempo una pro-
ducción castellana que reúna en igual grado la instrucción
i la amenidad interesante. La pluma del presbítero Bal-
ines hermosea todas las cuestiones que toca, trata mu-
chas de ellas (aunque ventiladas muchas veces en las
escuelas filosóficas) con novedad i maestría, i en ningu-
na traspasa aquellos límites do moderación i urbanidad,
que por cierto no son las prendas con que mas so han
distinguido hasta ahora las controversias relijiosas. A
los que estén tan aburridos como nosotros de la charla
sempiterna que infesta hoi la política i todas las ciencias
morales, les recomendamos esta obra como un agradable
i sustancioso restaurativo.
«Deseamos el mejor suceso a la empresa de don Pe-
dro Yuste, que se ha propuesto reimprimirla. En medio
de la libertad con que se prodigan suscripciones a obras
de otro j enero, en que no pocas veces se ha buscado el
entretenimiento a expensas de la moral, es decir, de los
primeros intereses sociales, tendríamos a mengua que
no se concediese igual patrocinio a las que tienen una
tendencia eminentemente cristiana i civilizadora, como
la del presbítero Bálmes.»
En EL Araucano fecha 29 de setiembre de 1848, decia
lo que va a leerse:
IMPRESIONAS DE VIAJE DE DON DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
«Se anuncia la publicación de las Impresiones de Viaje
de don Domingo Faustino Sarmiento, i no dudamos que
merecerá la acojida de todos los lectores a quienes sean
conocidas las cualidades del escritor, i el espacio a que
se han extendido sus excursiones, ocupado por las na-
CIV OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
ciónos mas civilizadas i los gobiernos mas poderosos de
Europa i América.
«Pocas lecturas combinan en tanto grado como los via-
jes la instrucción con el placer, cuando el viajero junta a
los conocimientos necesarios para observar con fruto, una
imajinacion vigorosa, para describir con vivacidad i tras-
mitir sus impresiones al espíritu de los lectores. Por
mas que un país sea conocido, gustamos de verlo, por
decirlo así, al través de una nueva fantasía, en que, al
reflejarse los objetos, toman tintes i matices peculiares;
i si se ha tenido la fortuna de visitarlo en una época de
crisis, cuando fermentan ya en el seno de la sociedad
elementos que no tardarán en estallar, i se oye el sordo
rujido de una revolución vasta, poderosa, inminente,
¿qué interés no podrá dar al asunto una intelijencia sa-
gaz, que ha tenido medios no comunes de investigación?
«Ni es solo esto lo que nos hace esperar que la publi-
cación anunciada será leída con ansia. El viajero es
americano; os habitante do Chile. Chile será, para él,
un término de comparación; i bajo este otro punto de
vista, no dudamos hallar en la obra referencias interesan-
tes i provechosas indicaciones. Hemos visto tantos cua-
dros, buenos i malos, do escenas amoricanas, calculados
para la inspección do los europeos. Esta es (prescindien-
do de algunos onsayos do mucho mérito, pero de corta
extensión) la primera vez que una parto dilatada de am-
oontinentefl so ha puesto en perspectiva para noso-
«El público ha visto ya algunas muestras que nos
I ii concebir niui lisonjeras esperanzas de que la obra
ii su totalidad ala importancia del asunto,
ida reputación del autor.»
INTRODUCCIÓN CV
VIII
Don Andrés Bello no fué el redactor exclusivo de El
Araucano.
Cuando este periódico se fundó, la parto de la política
militante corrió a cargo de don Manuel José Gandarí-
llas, como el mismo Bello lo declara al anunciar el falle-
cimiento de este distinguido estadista.
En el número correspondiente al 25 de noviembre de
1842, se lee lo que sigue:
«Otro nombre ilustre tenemos el dolor de agregar a la
lista de los héroes a que debo nuestra patria su existen-
cia. El 24 de setiembre a las doce i inedia tic la tarde
exhaló el jcneral O'IIiggins su último suspiro entre los
socorros de la relijion i las memorias de esta patria ido-
latrada, cuyas glorias eran el tema de sus conversaciones,
su consuelo, su orgullo.
«Este amor ala patria era en don Bernardo O'Higgins
mas que una pasión: era una fiebre. Parecía que cuanto
mas larga la ausencia, mas acendrada, mas tierna habia
llegado a ser en su alma la devoción a Chile. Pensamien-
tos relativos a la prosperidad de su país le ocupaban
hasta en las horas de descanso. No hablaba sino de
Chile: no se gozaba sino en la esperanza de pisar otra
vez el suelo querido de Chile; su vuelta a Chile era la
visión de felicidad que le arrullaba en los momentos
mas enojosos de la desgracia i la vejez: visión que por
una cadena fatal de inconvenientes desvaneció al fin la
muerte.
«No haremos aquí la reseña de los hechos gloriosos
que identificaron la fama de O'Higgins con el nombre de
HVl OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Chile, i que le harán a los ojos de la posteridad el re-
presentante de la aurora de nuestra república; no enu-
meraremos las virtudes que adornaron su carrera pública
i su vida privada, i a que aun sus enemigos (porque no
es dado a ningún hombre eminente dejar de tenerlos) no
podrán menos de hacer justicia. Pero hai un rasgo a que
debemos llamar la atención: la magnanimidad, la pureza,
la elevación de sentimientos, que nunca le abandonaron,
i que aun han brillado con nuevo lustre entre las sombras
del destierro.
«El voto, emitido ya, de que sus restos mortales des-
cansen bajo la tierra que ilustró con sus hechos, i cuya
felicidad fué el objeto de sus últimos ruegos al cielo,
no ha sido desatendido por el gobierno, ni lo será se-
guramente por los representantes del pueblo chileno.
Pero su traslación no puede efectuarse por algún tiempo;
i entretanto se hacía sentir la necesidad de una expresión
pública de dolor por su pérdida, de gratitud a sus ser-
vicios, de respeto a un nombre cuya gloria está insepara-
blemente unida a la de Chile. El gobierno ha querido
también hacerse el intérprete de esta emoción nacional.»
«No habíamos acabado de trazar las líneas precedentes,
Cuando ya lamentaba Chile la muerte de otro de los
mas distinguidos defensores de su independencia i li-
bertad, don Manuel losé Gandaríllas, miembro del sena-
do i ministro de la suprema corte de justicia. Falleció en
la íii.'iíi.ui.i del día de ayer, después de una enfermedad
que por largo tiempo le había Imposibilitado de prestar
sus servicios al cuerpo lejislalivo i a la judicatura nacio-
nal, de que era uno <!<• los mas señalados ornamentos por
" llu itracion i su Intachable Integridad. Su pérdida,
INTRODUCCIÓN CVII
sensible para todos, deja sumerjida en la mas amarga
aflicción a su digna madre, objeto constante de su tierna
solicitud. Mientras que Chile llora en él un ciudadano
benemérito que dedicó sus talentos i su elocuencia a la
defensa de sus nacientes libertades, a nosotros en parti-
cular nos cabe el triste deber de consignar esta expresión
de dolor en un periódico, que le debe el ser; en cuya di-
rección tuvo la parte principal por algunos años, i que
adornan no pocos rasgos de su pluma. Consagraremos
otra vez la nuestra a este asunto, para hacer una mas
cumplida justicia a los servicios i a las virtudes del ilus-
tre finado.»
Cuando Gandaríllas se retiró de la redacción de El
Araucano, contribuyeron a ella en ciertos períodos mas
o menos largos algunos escritores nacionales i extranje-
ros, como don Juan Francisco Menéses, don Ventura
Marín, don José Indelicato, don José Joaquín Pérez,
don Ramón Renjifo, don Felipe Pardo Aliaga, don Sal-
vador Sanfuéntes Torres, don Rafael Minvielle i don
Santiago Lindsay.
Pero hasta 1 853, todos los artículos literarios i cien-
tíficos, así orijinales como traducidos, pertenecen a Bello.
Nuestro autor escribió ademas gran número de edito-
riales sobre toda especie de asuntos de interés jeneral.
Hubo largos intervalos de tiempo en que don Andrés
Bello fué el único redactor de El Araucano.
Solo se retiró de la redacción, cuando, en 1853, resol-
vió dedicarse completamente a la composición del códi-
go civil.
Miguel Luis Amunátegli.
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
HISTORIA DE LA CONQUISTA
DE MÉJICO
POR UN INDIO MEJICANO DEL SIGLO XVI
Esperamos ver presto cumplidos los deseos de los aficiona-
dos a la historia i antigüedades americanas con la publicación
do varias obras curiosas que existen manuscritas dentro i
fuera do America, compuestas muchas de ellas por america-
nos i aun por individuos de la raza indíjena, que alcanzaron
a los primeros conquistadores o sus inmediatos descendientes,
i escribieron cuando so conservaban todavía frescas las tra-
diciones do sus mayores, i estaban en pié multitud de mo-
numentos preciosos, que una incuria culpable abandonó a los
estragos del tiempo, o quo han sido destruidos adrede por los
celos de la tiranía, o los escrúpulos de la superstición. Aun-
que estas obras fueron disfrutadas por los historiadores de la
conquista i por otros escritores, a quienes suministraron una
rica cosecha do esquisitas noticias, ofrecen todavía abundan-
tes rebuscas; i de todos modos, el público tiene derecho a que
se le ponga en posesión do los orijinales, cuya falta nada pue-
de suplir. Todas las naciones cultas han mostrado particular
esmero en recojer i publicar los documentos primitivos de su
historia, sin desdeñar aun los mas rudos i toscos. Cronicones
insulsos, leyendas atestadas de patrañas, i hasta los cantares
rústicos que se componían para entretenimiento del vulgo,
han sido, no solamente recojidos i dados a la estampa, sino
OPÚSC. i
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
comentados c ilustrados, no teniendo a menos emplearse en
esta deslucida tarea los Ducanges, los Leibnitz, los Muratoris,
i otros celebres escritores. De este modo se ha sacado la his-
toria de Europa del polvo i tinieblas en que estaba sumida; se
han explorado los oríjenes de los gobiernos, leyes i literatura
de esta parte del mundo; se han visto nacer, crecer i desa-
rrollarse sus instituciones; la crítica ha separado el oro de la
escoria; i la barbarie misma ha presentado un espectáculo tan
entretenido como instructivo a la filosofía. ¿Cuánta luz no
han derramado sobre la historia de la Península los trabajos
de Sandoval, Berganza, Buriel, Florez, Risco i otros, que se
dedicaron a compulsar crónicas i diplomas antiguos? I aun
sin salir de nuestra casa, ¿qué americano ilustrado dejará de
leer con interés los documentos publicados recientemente por
don Martin Fernández de Navarrete, relativos al gran descu-
bridor del nuevo mundo, sin embargo de la individualidad i
exactitud con que estaban ya escritos sus viajes?
Este ejemplo debe excitar una noblo emulación en los ame-
ricanos, i con tanta mas razón, cuanto que, habiéndose histo-
riado la conquista i el establecimiento de los españoles en el
nuevo mundo en un sentido favorable a las preocupaciones i
los intereses de la metrópoli, el examen de las obras escritas
con mas inmediación a los hechos, i sobre todo de las que se
compusieron en América i por americanos, no podrá menos
de presentar mucho de nuevo i curioso. Ni es de olvidar la
importancia que tienen estas obras para nosotros como pro-
duooiones de los primeros tiempos de la literatura americana.
Muchas de ellas pertenecen a Méjico, i tratan de sus anti-
dades, descubrimiento i subyugación por las armas espa-
ñolas. En el tomo anterior, dimos noticia de una de las mas
intei compuesta por un relijioso europeo; i tenemos
ranza de poder anunciar dentro de poco su publicación en
i capital una oopia sacada del códice
qtM ■ i Madrid en el arclu\<» de la Academia de la llis-
. Ahora tenemos el gu todedeoirqui táimprimien-
» la do la conquista i ipañola de aquel país, com-
¡uní. ii|» iin, indio noble mejicano, que floreoió a
HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MÉJICO
fines del siglo XVI; i según dice Clavijero, la escribió en su
idioma nativo. Ignoramos en qué tiempo se hiciese ni, a quién
se deba la traducción que se publica en Méjico, cuyo lengua-
je no desdice del de la edad de Chimalpain. El señor don Se-
bastian Camacho, ministro de relaciones exteriores de aquella
confederación, ha tenido la bondad de franquearnos los plie-
gos que habían salido de la prensa hasta su salida de la capi-
tal; poro no comprendiéndose en ellos la prefación del editor,
no nos es posible decir cosa alguna sobre los particulares que
dejamos indicados. Dala a luz don Garlos María Bustamante,
conocido ya del público literario por su Cuadro Histórico de
la revolución de la América Mejicana, i por otras obras que
honran tanto su ilustración, como su celo patriótico.
Chimalpain (según Clavijero) escribió en mejicano, ademas
de la de que hablamos, una crónica comprensiva de todos los
sucesos de aquella nación desde el año 1068, hasta el de 1597
de la era vulgar; comentarios históricos que abrazan desde el
año 1064 hasta el de 1521, i relaciones de los reinos de Acol-
huacan, Méjico, i otros del Anáhuac. El editor cita otra pro-
ducción de Chimalpain con el título de Historia de las épo-
cas, si ya no es ésta alguna de las que quedan dichas. Pose-
yó el señor Bustamante una copia de ella en lengua mejicana,
que desapareció en la confiscación de sus bienes, hecha de
orden del gobierno español, por haber abrazado aquel bene-
mérito patriota la causa de la independencia.* Menciona ade-
mas el mismo Chimalpain** otra obra suya do las batallas de
mar de su tiempo, desconocida del abate Clavijero, i proba-
blemente perdida. El autor se nombra a sí mismo don Do-
viingo de San Antón Muñón Chimalpain Quauhtlehua-
nitzin;*** i parece, por algunos pasajes, que escribió la historia
de la conquista, o parte do ella a lo menos, en la ciudad de
Méjico. Puede también conjeturarse por las comparaciones
que hace con objetos que difícilmente pudo conocer en Amé-
Nota del editor al capitulo 63 de la Historia.
' Capítulo 40.
l* Capítulo 62
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
rica, que acaso atravesó el Atlántico, i pasó algún tiempo en
España.
Fiados en el testimonio de Clavijero, hemos dicho que la
publicada por el señor Bustamante es traducción del orijinal
mejicano de Chimalpain; pero nos sentimos algo inclinados a
dudarlo, no solo porque su erudito editor da expresamente al
códice castellano el nombre de manuscrito de Chim&l'p&in*
sino por el lenguaje de la composición, que, si bien algo desa-
liñado, es siempre castizo i natural, sin el menor rastro de
fraseolojía extranjera. Debe sin embargo confesarse que la
autoridad de aquel docto i dilijcnte jesuíta es de tanto mas
peso, cuanto se hace difícil concebir que padeciese equivoca-
ción en la materia, existiendo, según él mismo asegura, có-
dices de las obras de Chimalpain en la librería de los jesuítas
de Méjico, donde no pudo menos de haberlos tenido a la
vista.
El señor Bustamante nos sacará muí pronto de esta duda;
i sea de ello lo que fuere, es innegable que ha contraído un
gran mérito con los amantes de la historia i literatura ameri-
cana, proporcionándoles, aunque solo fuese en traslado, una
tan curiosa i apreciable producción. La parte que hemos vis-
to comprendo sesenta i siete capítulos, que alcanzan hasta la
llegada de Cortés a Méjico, i su recibimiento por el emperador
Motezuma. El capítulo 30 está manco; i para llenar el vacío
del texto, so ha apelado al de Berna] Díaz del Castillo. I dos-
pues del capítulo G3, se interpolan, para dar un hilo seguido a
la narrativa, capítulos de otra obra de Chimalpain, que trata
de varios antiguos pueblos de Anáhuac.
La presente añade muchas particularidades curiosas, a lo
que ya eabíamOS sobre la gran catástrofe, del culto imperio
mejicano, i sobre los personajes que liguraron en aquella es-
cena Irájiea, una de las mas grandes i marabillosas que pre-
' irá jamas la historia del mundo. Hai en la narrativa una
individualidad i e;ind<>r que cautivan poderosamente la alen-
< i'. n. i.! | claro, sencillo i nalural, aunque, como diji-
Capítulo .¡o
HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MÉJICO
mos arriba, algo tosco, i está salpicado de refranes i de idio-
tismos castellanos, que le dan todo el aire do composición
orijinal, i hacen dificultosísimo de creer que no lo sea. Para
que sirva de muestra, copiaremos el capítulo 49, donde so
cuenta lo sucedido inmediatamente después de la toma de
Tzimpancinco, ciudad de Tlascala.
«Cuando Cortes llegó al real tan alegre como dijo, halló a
sus compañeros algo despavoridos i tristes por lo de los caba-
llos que les enviara, pensando no les hubiese acontecido algún
desastre o desgracia; pero como le vieron venir bueno i vic-
torioso, no cabían do placer; bien sea verdad que muchos de
la compañía andaban mustios i de mala gana, i deseaban vol-
verse a la costa, como ya se lo habían rogado algunos muchas
veces; pero mucho mas quisieran irse do allí, viendo tan gran
tierra mui poblada i cuajada do jente, i toda con muchas ar-
mas, i ánimo de no consentirlos en ella, i hallándose tan
pocos mui dentro de ella en medio de la tierra, i tan sin es-
peranza do socorro, ni de dónde les viniera. Eran cosas cier-
tamente de muchísima pena para los españoles que temían
ser perdidos de cualquier manera; i por eso platicaban algu-
nos entre ellos mesmos que sería bueno i necesario hablar al
capitán Cortes, i aun requerírselo, que no pasase mas ade-
lante con su propósito, sino que se tornase a la Veracruz, de
donde poco a poco se tendría intelijencia con los indios, i ha-
rían según el tiempo dijese, i entre tanto podría llamar i re-
cojer mas españoles i caballos, que eran los que hacían la
guerra. No cuidaba mucho Cortes do todo cuanto imajinaban
ellos, aunque hubo algunos que se lo decían para que prove-
yese i remediase aquello que pasaba, hasta que una noche,
saliendo de la torre donde posaba a requerir las velas i centi-
nelas, oyó hablar recio en una de las chozas que al rededor
estaban, i púsose a escuchar lo que hablaban, i era que cier-
tos compañeros decían: — si el capitán quiere ser loco e irse
donde lo maten, vayase solo, que nosotros no le seguimos. —
Entonces llamó dos amigos suyos como por testigos, i díjoles
que mirasen lo que hablaban aquellos: que quien lo osaba
decir, lo sabría hacer. I asimismo oyó decir a otros por los
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
corrales i corrillos: — que habia de ser lo de Pedro Carbonero-
te, que, por entrar atierra de moros a hacer salto, se habia
quedado allí muerto con todos los que fueron con él; por eso
que no lo siguiesen, sino que volviesen con tiempo. — Mucho
sentía Cortes oír estas cosas, i quisiera reprender i aun casti-
gar a los que las trataban; pero viendo que no estaba en tiem-
po, sino en peligro, acordó de llevarlos por bien, i hablóles a
todos juntos en la forma siguiente:
— Señores i amigos. Yo os escojí por mis compañeros, i vo-
sotros a mí por vuestro capitán, i todo para servicio de Dios
nuestro señor, i acrecentamiento de su santa fe católica, i pa-
ra servir a nuestro buen reí i señor, i aun pensando en nues-
tro provecho. I como habéis visto, no os he faltado ni enojado,
ni por cierto vosotros a mí hasta aquí; pero ahora siento fla-
queza en algunos, i poca gana de acabar la guerra que trae-
mos entre manos; i si a Dios place, acabada es ya, a lo menos
entendido hasta donde puede llegar el daño que nos pueden
hacer. El bien que de ella conseguiremos, en parte lo habéis
visto, aunque lo que tenéis de haber i ver, es sin comparación
mucho mas, i excede su grandeza a nuestro pensamiento i
palabras. No temáis, mis compañeros, de ir i estar conmigo;
pues ni españoles temieron jamas la muerte en estas nuevas
tierras, ni en el mundo, que por su propia virtud, esfuerzo o
industria lian conquistado i descubierto, ni tal concepto de
vosotras tengo, que queráis desampararme i dejarme. Nunca
DÍOf quiera que yo pionso ni nadie diga que hai miedo en
mis buenos i leales españoles, ni desobediencia a su capitán.
No hai que volver la cara al enemigo, que no parezca huida
i afrenta. No hai huida, o, si la queréis colorar, retirada, que
no caus.- a quien la hace infinitos niales, vergüenza, hambre,
os, de hacienda i armas, i la muerte que es
lo peor, aunque no lo postrer-), porque para siempre queda la
infamia. Si dejamos tamino comenzado, i
mo algunos piensan i desean, ¿hemos de
mi jotos i perdidos? No por cierto,
que nui tftola no os de esa condición, cuando
honra. Pues ¿adonde irá el buei que no
HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MÉJICO
are? ¿Pensáis acaso que habéis de hallar en otra parte mentís
jente, peor armada, no tan lejos de la costa? Yo os certifico,
compañeros, que andáis buscando cinco pies al gato, i que no
vamos a parte ninguna, que no hallemos tres leguas de mal
camino, como dicen, peor mucho que éste que llevamos, lie-
mos a Dios infinitas gracias, pues nunca desde que estamos
en estas tierras nos lia faltado, ni faltará que comer, beber, i
salud, amigos, dineros i honra; pues ya veis que nos tienen
por mas que hombres en estopáis, i por inmortales, i aun por
dioses como lo habéis visto, si decir se puede. Pues siendo
tantos que ellos mismos no se pueden contar de la multitud
que hai, i tan armados como vosotros decís, no han podido
matar ni siquiera uno de nosotros. 1 en cuanto a las armas
¿qué mayor bien queréis de ellas que no traer yerbas ni pon-
zoña, como usan los de Cartajena i Veragua, los caribes en
las islas que hemos visto, i otros que han muerto muchos es-
pañoles rabiando con ella? Por solo esto, no habíais de buscar
otra tierra para guerrear. La mar está desviada, yo lo con-
fieso, i así ningún español, hasta nosotros, se alejó tanto de
ella en Indias como nosotros, que la dejamos atrás mas de
cincuenta leguas; pero tampoco ninguno ha merecido tanto
como vosotros. De aquí hasta aquella famosa ciudad de Méji-
co, donde reside el gran emperador Moteuhsoma, de quien
tantas riquezas i embajadas habéis oído, no hai mas de veinte
leguas, ya está lo mas andado. Si llegamos, como espero en
Dios, no solo ganaremos para nuestro reí i emperador natural
rica tierra de mucho oro i plata, grandes reinos, infinitos va-
sallos; mas también para nosotros propios, muchas riquezas,
oro, plata, piedras, perlas i otros haberes; i sin esto la mayor
honra i fama que hasta nuestros tiempos se ha visto, i no di-
go nuestra nación, mas ninguna otra ganó; porque cuanto
mayor rei es este tras que andamos, cuanta mas ancha tierra,
cuantos mas enemigos, tanta es mas gloria nuestra. ¿No ha-
béis oído decir que cuanto mas moros mas ganancias? De-
mas de todo esto, somos obligados a ensalzar i ensanchar
nuestra santa fe católica como comenzamos, i como buenos i
fieles cristianos ir desarraigando la idolatría, blasfemia tan
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
grande de nuestro señor Dios, quitando los sacrificios i comi-
da de carne humana, de hombres contra natura, i tan usada
entre estos indios; i no solamente esto, sino excusar tantos pe-
cados que por su torpedad de ellos no los nombro. I así, pues,
no temáis ni dudéis de la grande victoria, que Dios por su
gran misericordia nos favorecerá. Ya veis, compañeros mios,
que lo mas está hecho, pues vencimos a los de Tabasco, i
ahora ciento cincuenta mil el otro dia de aquellos de Tlaxcá-
lan, que tienen fama desdo sus antepasados, que son los mas
valientes indios que en todas estas naciones hai, descarrilla-
leones; i venceréis también con ayuda de Dios, i con vuestro
esfuerzo los que de éstos quedan mas, que ya no pueden sor
muchos; i mas los que son de Culhúa, que no son mejores. I
así ¿qué desmayáis? I si me seguís (pues nos hasta ahora es-
tamos en pié) con la ayuda da nuestros amigos i compañeros,
será Dios servido de que venzamos. Amen. —
«Todos quedaron contentos del razonamiento del buen ca-
pitán Cortes,» etc.
Las limadas i conceptuosas arengas de Solis no pueden te-
ner la menor semejanza con las del conquistador do Méjico.
Si algo puede darnos idea de ellas, es la alocución precedente,
entreverada de rasgos sublimes, i frases triviales, quo hablan
a la codicia, al fanatismo, al orgullo nacional i a los senti-
mientos caballerescos do los españoles de aquella edad, i les
hablan en una lengua que no podia dejar do sor entendida de
los mas rudos.
(Repertorio Americano, Año do 1827.)
COLECCIÓN DE LOS VIAJES
I DESCUBRIMIENTOS
QUE HICIERON POR MAR LOS ESPAÑOLES DESDE FINES DEL SIGLO XV
CON VARIOS DOCUMENTOS INKDITOS
concernientes a la historia de la marina castellana i de los establecimientos
españoles en las Indias, coordinada c ilustrada por don Martin Fernán-
dez ile Navaircte, de la urden de San Juan, secretario de Su Ma-
jestad, ministro jubilado del supremo consejo de la guerra,
director interino del depósito hidrográfico, etc.
Tomos! i 2, Madrid, 1825.
Basta el título de esta obra para dar a conocer su importan-
cia. Aunque la Historia de América poseía ya gran núme-
ro de documentos orijinales, la colección del señor Navarrete
acaba de enriquecerla notablemente, i promete agregar a ella
nuevos tesoros. No desesperamos de que se den a la estampa
la Historia Jeneral de las Indias por frai Bartolomé de Las
Casas (no obstante el fallo de una academia que, en condenar-
la al olvido, obra contra el espíritu de su instituto), la de Nue-
vo España por el padre frai Bernardino de Sahagun, i las de
algunos otros europeos i americanos del siglo XVI, que exis-
ten inéditas. Si así se verifica, podremos lisonjearnos de tener
un cuerpo de historia auténtica i orijinal, que, en el número
lü OPÚSCULOS LITERAMOS I CRÍTICOS
i carácter de los escritores, no será inferior a la grandeza del
asunto.
Entre tanto, demos cuenta de los documentos que ya han
aparecido en la colección del señor Navarrete; i principiemos,
como es justo, tributándole las alabanzas que merece, no solo
por su dilijencia en recojer tan preciosos materiales, sino por
el sólido juicio, i la copia de exquisitas noticias con que los
ha ilustrado. Contiénense éstas principalmente en la introduc-
ción que va al frente de ella, i en que nos hallamos desde lue-
go con un cuadro histórico del oríjen i progresos de la jeo-
grafía i la náutica, sobre todo con relación a*l gran problema
de abrir el camino de la India Oriental a las naves do Europa,
individualizándose, como era natural, la parte quo tuvieron
en el adelantamiento de estas ciencias los españoles, i' re-
corriéndose los fastos de su marina militar i mercante desde
la época de las cruzadas.
De aquí pasa el señor Navarrete a indicar la importancia
histórica de las colecciones de esta especie. «Si las relaciones,
dice, de estas intrépidas empresas que han puesto en comu-
nicación a los habitantes do todo el universo, suministran
tantos hechos i observaciones sobre que cimentar la teórica de
muchos conocimientos científicos, mayores progresos debe
de ellas prometerse la historia, cuya verdad estriba en el tes-
timonio auténtico de los escritores que lian sido actores o tes-
tigos de los acontecimientos que refieren. Los extractos, los
discursos estudiados de tales materias, si bien pueden deleitar
la Imajinaoion, infunden' siempre cierta desconfianza, no pres-
tan apoyo B la razón ni ;i la buena crítica.... Bien conocemos
que la lectura de estos viajes, por su estilo anticuado, nulo e
incorrecto, aunque senoillo i candoroso, no deleitará tanto como
narraciones modernas, mas ataviadas deeleganoia i órdon,
liendo en cuanto a gUBtO lo <|u<' ganan en autenticidad.
tnplaZOa en oir hablara Colon, a Mairallá-
a Hernán Cortes, en su propio idioma i estilo; el que
quiora estudiar I la ilustración i carácter de
aquello bambion midiendo los grados
ion que i nado, i cuántos han sido Los
VI.UF.8 I DESCUBRIMIENTOS DE L08 ESPAÑOLES 1 I
progresos científicos que se han levantado sobre aquellos fun-
damentos.»
En seguida se califica el carácter i autoridad de los cinco
primitivos historiadores de la vida i hechos de Colon, ponién-
dose en primer lugar a Andrés Bernaldez o Bernal, cura de
los Palacios, que, en su historia manuscrita de los reyes cató-
licos, trata de los hechos del almirante, a quien conoció i trató.
Por lo poco que hemos leído de ella, no podemos menos de
lamentarnos de que una tan interesante producción no haya
visto aun la luz pública. Sitúense Pedro Mártir de Anglería,
don Hernando Colon, frai Bartolomé de Las Casas i Gonzalo
Fernández de Oviedo. Tóeanse luego algunos puntos contro-
vertidos déla historia del almirante, como el de su patria (que
nos parece ya resuelto, quedando la ciudad de Jénova en
incontestable posesión de este honor), i el del año en que na-
ció, que nos inclinamos a creer con don Juan Bautista Muñoz
fué hacia 1 146, aunque el señor Navarrete quisiera atrasarle
diez años mas. 1 tras esto vienen algunas pajinas de sentida
i amarga declamación contra los extranjeros que han ponde-
rado las atrocidades de la conquista de América, i contra los
que han acusado a los reyes católicos de ingratitud para con
aquel grande hombre
Esta es la parte mas flaca de la introducción. ¿A qué se re-
duce aquel largo i encarecido catálogo de distinciones i hono-
res hechos al descubridor de América? Léanse sus capitula-
ciones de 17 de abril de 1492 con los reyes, compárense con
la historia de sus últimos años, i absuélvaseles, si se puede,
de la nota de injustos i desconocidos. ¿Por ventura se le cum-
plieron aquellas? O si no era posible cumplirlas, ¿se le indem-
nizó de otro modo, que con palabras amorosas i regaladas
como las llama Casas? ¿Qué tuvo Colon sino el mero título
del almirantazgo, después del año de 1500, en que se le trajo
agobiado de hierros a España? ¿Qué tuvo del virreinato i go-
bernación de todas las islas i tierra firme descubiertas? ¿No es
notoria la pobreza en que murió, carcomido de sinsabores i
humillaciones, mientras sus enemigos triunfaban en la Isla
Española sobre las ruinas de su honor i su hacienda? «Pero
1¿ OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
su hijo clon Diego fué en 1503 hecho contino de la casa real,
i en 1504 se concedió carta de naturaleza de los reinos de Es-
paña a don Diego su hermano, i en 1505 se dispensó gracia
a Cristóbal Colon para andar por aquellos reinos en muía en-
sillada i enfrenada a causa de su ancianidad.» ¡Grandes mer-
cedes para el descubridor de un mundo! La sinceridad de
Fernando i de Isabel en los consuelos i satisfacciones que de
palabra dieron a Colon se hace mas que sospechosa, cuando
se lee en los despachos i provisiones expedidas a Bobadilla:
«A los que halláredes culpantes, prendedles los cuerpos i se-
cuestradles los bienes.» «E otrosí es nuestra merced que si el
dicho comendador Francisco de Bobadilla entendiere ser cum-
plidero a nuestro servicio e ejecución de la nuestra justicia,
que cualesquier caballeros i otras personas de los que agora
están o de aquí adelante estuvieren en las dichas islas i tierra
firme, salgan dolías, e que no entren ni. estén en ellas, i que se
vengan i presenten ante nos, que lo él pueda mandar do nues-
tra parte, e los faga dellas salir; a los cuales i a quien lo él
mandare, nos por la presente mandamos que luego, sin sobre
ello nos requerir ni consultar, ni esperar otra nuestra caria
ni mandamiento, e sin interponer dello apelación ni suplica-
ción, lo pongan en obra según que lo él dijiere e mandare so
las penas que les pusiere de nuestra parte, las cuales nos
por la presente les ponemos e habernos por puestas, e le da-
mos poder i facultad para las ejecutar en los que remisos c
Inobedientes fueren, i en sus bienes.* No hai en estos despa-
chos una sola cláusula de excepción directa o indirecta a favor
de ninguna persona por privilegiada que fuese; i todo loque
eftor Navarrete del alto concepto de virtud e integri-
dad que gozaba el comendador , sirve mas bien para descargar
la culpa de arbitrariedad en la observancia de sus
instrucciones que de la de ingratitud o injusticia a los reyes.
roen 1501 femando qn .irciesen a Colon i a sus
barman* ifios i perjuicios quelesbabia oauaadoél co-
mendador Bobadilla.» El mayor de todos ellos fué su ex-
pul i de le Española, i el primer acto de la
debiera haber sido restituirle a «día i al
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES 13
goce do la autoridad i privilegios que se le habían capitulado.
Ni es digno del señor Navarrete el insinuar que el almi-
rante habría dado algún motivo para que, temporalmente al
menos, se le privase de su gobernación, i apoyar esta sospe-
cha con el testimonio de Oviedo, de quien ya antes deja di-
cho, i harto fundadamente, que en las cosas de los primeros
tiempos de la conquista, refiere con mas candor que crítica
cuanto oyó a personas que abusaron de su credulidad. Que
entre éstas las hubo que maliciosamente propagaron hablillas
injuriosas contra Colon, es constante por las observaciones
irrefragables de don Fernando, su hijo, i de Casas. ¿Qué cré-
dito, pues, merece aquel cronista cuando dice que «las mas
verdaderas causas de la deposición i prisión quedábanse ocul-
tas, porque el rei e la reina quisieron mas verle enmendado
que maltratado?» De manera que hasta en habérsele negado
el juicio que pidió con instancia, procedieron los reyes con un
exceso do lenidad i clemencia hacia él. ¿Pudo vulnerarse mas
atrozmente su memoria? Pero la conducta misma de los reyes
refuta esta calumnia, pues, aunque lentos i terjiversadores
para hacerle justicia, no lo fueron para aceptar sus servicios
en nuevos i mas importantes descubrimientos, cebándole con
expresiones cariñosas i promesas que no pensaban llevar a
efecto*.
Hierve en patriótica indignación el señor Navarrete contra
los escritores que acriminan la conquista, i lleva mui a mal
que alguno de ellos diga que «si nuestras miradas no encon-
trasen a Cristóbal Colon i a Casas, no se vería en medio de
las escenas abominables que han ensangrentado la América,
nada que pudiese consolar la humanidad.» Era natural espe-
rar que el ilustrado colector manifestase haber habido (como
de hecho los hubo) otros hombres justos i humanos entre los
primeros que pasaron de España a la América. Pero las ex-
cepciones le irritan mas que la acusación misma, i gasta al-
gunas pajinas en probar que los extranjeros han andado de-
masiado induljentes, i que ni Colon ni Casas pueden consolar
a la humanidad. En el examen de los documentos publicados
por el señor Navarrete, veremos hasta qué punto pueda acu-
1 i OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
sarse a Colon. La memoria de Casas queda ya suficientemen-
te vindicada en nuestro número precedente.*
«¿Dónde está (pregunta el señor Navarrete, echando en
cara a los portugueses, ingleses i franceses las crueldades que
ellos también han cometido en sus conquistas), dónde está la
raza indíjena de las colonias formadas por los europeos en el
nuevo mundo? Obsérvese con asombro que si en alguna sub-
siste todavía, es en las españolas del continente americano:
allí donde ademas de las tribus salvajes no conquistadas, i de
los indios cimarrones internados en las posesiones españolas,
existen pueblos enteros compuestos de antiguos i verdaderos
indios.» No tenemos la menor inclinación a vituperar la con-
quista. Atroz o no atroz, a ella debemos el oríjen de nues-
tros derechos i de nuestra existencia, i mediante ella vino a
nuestro suelo aquella parte de la civilización europea que pu-
do pasar por el tamiz de las preocupaciones i la tiranía de
España. Pero no por eso hemos de echar a los extranjeros to-
da la culpa del exterminio de los indios en las colonias que
hoi son suyas, i fueron en otro tiempo españolas. No hai ya
indios en las Antillas. Pero ¿a quién se debe casi totalmente
su desaparecimiento? En la mas populosa de todas, no queda-
ban en 1508 arriba de sesenta mil indios: de éstos perecieron
mas de las tres cuartas parles en les diez años siguientes; i
el último resto fué borrado de la faz de la tierra mucho antes
que B6 estableciesen allí extranjeros. Lo mismo sucedió en la
Jamaica; i do entendemos cómo pudioron los ingleses maltra-
B los naturales de ella, segUD insinúa el señor Navarrete,
habiendo precedido Bfl extinción a la conquista de la isla por
la Inglaterra. A qué se ha hecho la raza indíjena de Cuba i
Puerto Rico? J cuánto no contribuyó ala despoblación do
las i nerón ocupadas por 1"- españoles, la práctioa
roda p' Incursiones para cautivar a los
indios i venderlos pi r lo los ojos al conti-
prescindiendo de las colonias portuguesas, donde
* sv aluda ículo publl • Amerii
ablo Mondíbil
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES 15
existe todavía gran número de indios, no solo salvajes i ci-
marrones, sino reducidos a vida civil, debe considerarse que
los extranjeros so han establecido en países habitados de tri-
bus cazadoras errantes, que apenas les han disputado el te-
rritorio, retirándose al interior, donde subsisten,* i que a la
España sola cupieron en suerte grandes i cultos imperios, cu-
ya población embotó el hacha de la conquista i retoñó bajo
sus estragos.
Si hai algo de mal humor en la severidad del señor Nava-
rrcte contra Colon, i si algunas de sus recriminaciones contra
los extranjeros han sido poco meditadas, en lo que dice de lo
bien hallados que estaban los indios con la dominación espa-
ñola, i de la desconfianza i repugnancia con que miran el nuevo
orden de cosas, hai completa equivocación i error. Dejando
aparte una multitud de ejemplares de menos bulto, ¿es posible
que no recordase este señor ministro el ruidoso levantamiento
de Tupac Amaru, que llenó de consternación al Perú? ¿Es
posible que ignorase la parte que tuvieron los indíjenas en las
alteraciones de la Paz, la Plata, Quito i Méjico, desde el año
de 1808? ¿Nada sabe de las repelidas insurrecciones de Co-
chabamba, i de lo que ha figurado en ellas esta raza, que tan
contenta supone con las benéficas i protectoras leyes do Es-
paña? Sorprende verdaderamente lo mal informado que se
halla el señor Navarrete de las cosas que han pasado i
pasan en América. Nuestros compatriotas verán con asom-
bro cuan a ciegas se hallan en Madrid sobre el carácter i los
principales sucesos de nuestra revolución aun los ministros
de los consejos i los secretarios del rei.
El candor con que el señor Navarrete ensalza las benévolas
intenciones de los reyes i las sabias i bien entendidas dis-
* Aun respecto de las colonias inginas, no es enteramente exacta
la proposición del señor Navarrete. Pueblos indios hai en el Canadá
que viven bajo las leyes inglesas, entre otros, los iroqueses, de Cache-
nonaga, cerca de Mnnreal, que profesan la relijion católica. Los hai
también en el territorio de los Estados Unidos del Norte. Los penobs-
ootes de Main son católicos, i su número crece bajo la protección de
las leyes americanas.
lü OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
posiciones del código de Indias, no puede producir otro efecto
en nosotros que el de hacernos compadecer a los que piensan
que puede ser prácticamente útil i benéfico un cuerpo de le-
yes cuya ejecución tiene por única garantía la autoridad de
jefes i jueces absolutos. Hayan sido en hora buena piadosísi-
mas las intenciones del lejislador. Pero ¿se han cumplido? ¿I
de qué sirven reglamentos que pueden quebrantarse o eludir-
se con impunidad? La primera cualidad de una lejislacion, i
sin la cual todas las otras son vanas, es la de hacerse obser-
var. La parte mas sabia i mejor entendida de estas leyes,
según sus panejiristas, i la que ha sido mejor observada, por-
que en ella se consultaron los intereses de la metrópoli, no
los nuestros, es la que tiene por objeto la protección de los
indíjenas. ¿I a qué se reduce? A mantenerlos en pupilaje per-
petuo. ¡Admirable lejislacion, que niega al hombre el uso de
sus derechos, para precaver el abuso! Si las leyes de Indias
merecieron bajo algún respecto elelojio, no de sabias, sino de
bien entendidas, fué solo en cuanto iban encaminadas a
prolongar la dominación española en América. Bien se echa
de ver que al establecerlas so tuvo presente aquella antigua
máxima de los tiranos: divide ut imperes. En cuanto a fo-
mentar la industria, asegurar la recta administración de justi-
cia, mejorar las costumbres i propagar las luces, no hai código
mas defectuoso, mas suspicaz, mas mezquino.
Concluye el señor Navarretc amonestándonos a cerrar los
oídos a las declamaciones de los extranjeros, i los ojos a sus
injeniosas invenciones, volviéndolos al volean desolador de
la revolución francesa, i a sus pasajeros destellos en España,
Ñapóles, eiPiambntei Portugal, para que no nos aluoinen
isinas e ilusiones ya desacreditadas i aborrecidas en Eu-
ir Navarrete dice bien que la experiencia os gran
maestra de desengaños; pero sus lecciones son perdidas para
Lble, si no tUVÍé mtas pruebas do
ello, ([ib- hombn ion juicio esperasen todavía la res-
I dominj i en Amérioa, desentendiéndose
de cuanto se ha i ta ahora en la historia de los pue-
i luponiénd dontadoa por di-
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES 17
ficultadcs pasajeras, habíamos de confiar nuestros destinos a
un gobierno que las sufre infinitamente mayores, i que, para
conservar alrededor de sí una apariencia de orden, so halla en
la necesidad de mantener una guarnición extranjera? Nó, no
es, como algunos piensan, el entusiasmo de teorías exageradas
o mal entendidas lo que ha producido i sostenido nuestra re-
volución. Una llama de esta especie no hubiera podido pren-
der en toda la masa de un gran pueblo, ni durar largo tiem-
po en medio de privaciones, horrores i miserias, cuales no se
han visto en ninguna otra guerra de independencia. Lo que
la produjo i sostuvo fué el deseo inherente a toda gran socie-
dad de administrar sus propios intereses i do no recibir leyes
de otra: deseo que, en las circunstancias de la América, habia
llegado a ser una necesidad imperiosa. Siguiendo el impulso
de este lejítimo i honroso sentimiento, lejos de dejenerar de
nuestros mayores cuyas virtudes nos recuerda el señor Nava-
rretc, creemos obrar en el espíritu de sus antiguas institu-
ciones, e imitarlos mejor que los que, desconociéndolas, las
tienen por invenciones de extranjeros, i las califican de fan-
tasmas e ilusiones.
Pero no hai para qué detenernos en una materia en que
todo lo que podemos decir sería superíluo para la instrucción
de nuestros compatriotas, c ineíipaz para el convencimiento de
nuestros contrarios. Ocupémonos, con mas utilidad, en el exa-
men de los principales documentos comprendidos en la co-
lección del señor Navarrete.
El primero es un resumen del diario que de su primer
viaje dirijió Colon a los reyes católicos, hallándose de vuelta
en la villa do Palos el 15 de marzo de 1493. Redactó este re-
sumen el obispo Casas, que poseyó muchos papeles escritos
de la mano del almirante, según testifica él mismo en el li-
bro 1.°, capítulo 38 de su Historia Jeneral de las Indias*
donde, con ocasión de la carta, o mapa, enviada a Colon por
* Manuscrito del Museo Británico, número' 3054 del catálogo do
Ayscough. Hai en la biblioteca del Musco dos ejemplares de la Hits-
toña Jcnoral do Casas, ambos por desgracia incompletos.
orúsc. 3
18 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Pablo Toscanelli, físico florentino, dice que «la tiene en su
poder con otras cosas del almirante mesmo que descubrió es-
tas Indias, i escripturas de su mesma mano.» Hallóse este re-
s ímen, todo de letra i con apostillas de Casas, en el archivo
del duque del Infantado, junto con una copia antigua de di-
ferente letra, con la cual le confrontaron prolijamente el cos-
mógrafo mayor do Indias don Juan Bautista Muñoz i el edi-
tor. En él se describen los movimientos de la pequeña flota
dia por día, i se da cuenta de todos los objetos que se ofrecen
a la vista del descubridor, i que alternativamente alientan i
amortiguan las esperanzas de sus compañeros. El apareci-
miento de un ave, de un celaje, de un leño o tablilla flotante,
son por muchos dias los acontecimientos mas notables que se
rejistran en el diario, i que, indignos de atención en cualquier
otro viaje, en éste se observan i examinan con intensa solicitud
por los exploradores de aquel vasto i solitario océano, surca-
do entonces por la primera vez. Testigos de todos estos pe-
queños accidentes, participamos de los sentimientos quo produ-
cen en los que van a bordo de las tres carabelas, del rogocijo con
que saludan una i otra vez los dudosos lejos de la tierra de-
seada, i de la tristeza i desmayo que dejan tras sí estas ale-
gres ilusiones. Hacémonoa confidentes de los pensamientos de
Colon, i admiramos la imperturbable magnanimidad conque,
imponiendo silencio a los clamores i amenazas de los mari-
neros conjurados, sigue en demanda de C ¿pango i de las In-
dias, bien ajeno de pensar en la gloria que le estaba guardada,
de plantar la cruz i el pendón de Castilla en un mundo hasta
entonces desconocido.
Bien es que de la sublevación de los marineros, según la
pintan los historiadores, solo se columbran indicios oscuros
ta parte de la narración compendiada por Casas, de cuyo
tero ''u apuntar las mas incluidas ocurrencias, no es oreible
por alto una do este tamaño, <-n que estuvo a pi-
que de mal 1 1 objeto del viaje, i aun corrió peligro ta
vida d<- ( olon. Civcnios qur mdc hombre, en quien la
bondad Ijei l no eran las cualidades que menos bri-
llaban, no quiso mencionar en su diario tas circunstancias
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES !'J
mas agravantes del hecho, dejándole reducido a meras expre-
siones de desconfianza i desaliento, harto naturales en una
situación como aquella. Pero Casas habla de otro modo; i en
el mismo espíritu de severa imparcialidad con que después
nota i censura los mas lijeros deslices de Colon, describe ahora
la avilantez e insolencia de sus compañeros, instigadas, se-
gún parece, por los Pinzones, que mandaban las carabelas
Niña i Pinta, tripuladas de vecinos, como lo eran ellos, de
la villa do Palos. «Las murmuraciones i maldiciones que an-
tes consigo mismos decían i echaban a su jeneral capitán i a
quien lo había enviado, (dice Casas, Historia Jeneral, libro
1 .u, capítulo 37) comenzáronlas a manifestar, i desvergonza-
damente decirle en la cara que los habia engañado i los lle-
vaba perdidos a matar, i que juraban a tal i a cual que si no
se tornaba, que lo habían primero de echar en la mar. Cuan-
do se llegaban los otros navios a hablar con él, oia hartas
palabras que no menos le traspasaban el ánima, que las de
los que junto a sus oídos se lo desmandaban. Cristóbal Colon,
viéndose cercado de tantas amarguras, extranjero i entre jen-
te mal domada, suelta de palabras i de obras mas que otra,
insolentísima, como es por la mayor parto la que profesa el
arte de marear, con mui dulces i amorosas palabras, gracioso
i alegre rostro, como él lo tenia, i de autoridad, disimulando
con gran paciencia i prudencia sus tomerarios desacatos, los
animaba i esforzaba i rogaba que mirasen lo que hasta allí
habían trabajado, que era lo mas, i que por lo menos que les
restaba no quisiesen perder lo pasado, i que las cosas grandes
no se habían de alcanzar sino con trabajos i dificultades;
cuánto ganaron los que sufrieron; cuánto vituperio sería de la
animosidad de los españoles volverse sin haber visto lo que
deseaban, vacíos; i que él esperaba en Dios que mas presto
de lo que estimaban los habia a todos de alegrar i conso-
lar, etc. » Que en los corrillos do los marineros se trató de
arrojar a Colon a la mar, lo afirman su hijo don Hernando. i
el mismo prelado. «No faltaron algunos, dice el primero, que
dijesen que, por ahorrar de contiendas, si no quisiese apartar-
se de su propósito, podrían arrojarle disimuladamente al mar,
20 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
i publicar después que, estando él embebido en contemplar las
estrellas, había caído inadvertidamente en las ondas; que a
buen seguro que nadie se pusiese a escudriñar la verdad del
caso; i que este era el mejor modo de asegurar la vida de
ellos, i la vuelta a su patria. Ni dejaban de dar cuidado al
almirante la inconstancia i las malas intenciones de aquellos
hombres. Así que, ya con buenas razones, ya con ánimo
pronto a recibir la muerte, ya intimidándolos con el castigo a
que se exponían, si estorbasen aquel viaje, arredraba algún
tanto las maquinaciones i disipaba los temores.» El mismo
almirante, cuando en medio de la espantosa tormenta que en
febrero del año siguiente le hizo arribar a las Azores, recuer-
da los favores del cielo que había experimentado en su viaje,
cuenta por el mas señalado «el haberlo Dios librado a la ida,
cuando tenia mayor razón de temer, de los trabajos que con
los marineros i jente llevaba, los cuales todos a una voz esta-
ban determinados de se volver i alzarse contra él haciendo
protestaciones, i el eterno Dios le dio esfuerzo i valor contra
todos:... así que, dice quo no debiera temer la dicha tormén*
ta.» (Resumen del Diario.)
El descontento de los marineros había tomado tanto cuerpo
en los primeros dias de octubre, que apenas bastaba ya a con-
tenerlos la autoridad del almirante, i el ascendiente que le
daba sobre los otros su propia convicción i el fuego de una
imajinacion exaltada, cual era naturalmente la suya. Las aves,
i no solo ya las acuáticas, sino las del campo, las cañas, ta-
blillas labradas i yerba fresca, que les traiau las ondas, como
para reanimar la esperanza, reducida en los mas a la última
extremidad; i los ñires mu i dulces, dice Colon, como en
ñbril en Sevill&t que es placer estar a ellos, tan olorosos
son, le acorrieron oportunamente en aquel conflicto. Al fin,
la carabela Pinte, alai doi (te la mañana del 12 de octubre,
hall/) tierra, e hizo las señas queel almirante había mandado.
tierra VÍdo primero un marino que se decía Üodrigo do
o que el almirante, a las diez de la noche, estando
tillo da popa, vido lumbre, aunque íuéooaa tan cerra-
- afirmar que fuete tierra; pero llamó a Pero
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
21
Gutiérrez, repostero de estrados del rei, e di jóle que parecía
lumbre, que mirase él; i así lo hizo, i vídola. Díjolo también a
Rodrigo Sánchez de Segovia, que el rei e la reina enviaban
en el armada por veedor, el cual no vido nada.... Después que
el almirante lo dijo, se vido una vez o dos, i era como una
candelilla do cera que se alzaba i levantaba, lo cual a pocos
parecía ser indicio de tierra. Pero el almirante tuvo por cierto
estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la salve,
que la acostumbraban decir e cantar a su manera todos los
marineros, rogó i amonestólos el almirante que hiciesen buena
guardia al castillo de proa, i mirasen bien por la tierra, i que al
que le dijese primero que vía tierra, le daria luego un jubón de
seda sin las otras mercedes que los reyes habían prometido,
que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese.»
(Resumen del Diario.) Los reyes, sin embargo, sentenciaron
que disfrutase aquella merced Cristóbal Colon por haber visto
la lumbre, situando los antedichos maravedís «en cada un
año para en toda su vida,» sobre cualquiera parte de las al-
cabalas, tercias, almojarifazgo i demás rentas de la ciudad de
Córdoba, donde quiera que él quisiese i nombrase; i so le
situaron de hecho «en las alcabalas de las carnecerías de Cór-
doba, que es el partido de la alóndiga de dicha ciudad.» (Al-
bala de 23 de mayo de Í493, Navarrete, tomo 2.°, paji-
na 4G.)
Do la primera isla descubierta, dice Casas con su caracterís-
tica puntualidad, que sollamaba en idioma de la isla española
i de los lucayos, que era toda una misma lengua, Guanahaní ,
con la última sílaba luenga i aguda, i que tendría como
quince leguas en luengo, poco mas o menos, toda baja, llena
de arboleda verde i fresquísima, con una laguna de agua dul-
ce en medio, i poblada de muchísima jente, «porque (añade)
todas estas tierras de este orbe son suavísimas, i mayormente
todas estas islas de los lucayos, porque así se llamaban las
jentes de estas islas pequeñas, que quiere decir cuasi morado-
res de cayos, porque cayos en esta lengua son islas. » (Libro 1 ,
capítulo 40.)
Describo Colon con mucho candor i viveza en el diario (que
11 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Casas copia a la letra) todas las circunstancias de su salida a
tierra en Guanahaní, a que puso el nombre de San Salvador,
aludiendo al peligro de que habia sido librado con tan oportu-
no descubrimiento. Vese allí estampada la impresión que hi-
cieron en él i en sus compañeros el primer suelo del nuevo
mundo pisado por ellos, i las primeras imperfectas comunica-
ciones con los inocentes i descuidados moradores de aquellas
islas. Como no cabe duda, en vista de los pasajes copiados por
is, de que la relación enviada por el almirante a los reyes
fué un verdadero diario, que él mismo llevó desde su salida
de la villa de Palos, tenemos la complacencia de ver rejistra-
dos allí menudamente en esta ocasión, como en todas las otras
de alguna importancia, los pensamientos, las conjeturas, los
errores i hasta los desvarios de Colon, en su mismo lenguaje
i estilo, que, aunque difuso, digresivo e incorrecto, es pintores-
co, i abunda de pormenores interesantes. En aquella visita do
tan diversa importancia para los pueblos de los dos mundos,
se preludió en cierto modo a las violencias que desolaron el
nuevo, i que en especial exterminaron a los mansos i con-
fiados lacayos. ¡Cuan lejos estaban ellos de imajinarse que la
aparición de aquellos seres peregrinos, que se les antojaban
I Lijados del cielo, debía serles mil veces mas funesta que las
incursiones do los caribes, único objeto de terror que habían
conocido hasta entonces!
Colon determina llevarse cierto número do aquellos indios
para presentarlos a los reyes, i que aprendiesen el castellano;
i efectivamente lo puso por obra, teniéndolos a buen recado
CU las carabelas, pira que no escapasen, como varias veces lo
intentaron. No está bien ('¡isas con esta conducta del almi-
rante; ni con que. hubiese pensado tomar todo el algodón (pie
acontaré en la isla para sus altezas, 8t hobiera en canfi-
thul; ni con que se propasase ;i decir a los reyes, que «podían
llevar todos lof indios que oran vecinos i moradores de aque-
idl.i, o tenerlos en La misma tierra captivos.»
i -l almirante de acertar ^\\ el hito i
punto del derecho divino i natural, i de 1" quoj según esto, los
. l oran c i hacer obligados! ■ I 'ero i 14-
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
sas era demasiado justo para no hacer mérito de los motivos
particulares que disculpaban en algún modo a Colon. «Como el
almirante (dice) hubiese padecido en la corte tan grandes i
tan vehementes contradicciones, i al cabo la reina contra la
opinión i parecer de los de su consejo i de toda la corte, se
determinase a gastar eso poco que gastó, aunque por entonces
páreselo mucho..,, nunca pensaba ni desvelaba ni trabajaba
mas en otra cosa que en procurar como saliese provecho i
rentas para los reyes, temiendo siempre que tan grande nego-
cio se le btabia al mejor tiempo de estorbar.... Por lo cual se
dio mas priesa de la que debiera en procurar que los reyes tu-
viesen antes de tiempo i de sazón rentas i provechos reales, co-
mo hombre desfavorescido i extranjero, i que tenia terribles
adversarios junto a los oídos de las reales personas, que siem-
pre lo desayudaban.... Mas si él supiese tanto de las conclu-
siones primeras i segundas del dereeho natural i divino, como
supo de cosmografía i de otras doctrinas humanas, nunca él
osara introducir ni principiar cosa que había de acarrear tan
calamitosos daños, porque nadie podrá negar ser él hombro
bueno i cristiano. » (Historia Jencrnl, libro l.°, capítulo 41.)
Después de haber examinado detenidamente el diario, sus
derrotas, recaladas i señales, no es do sentir el señor Nava-
rrete que la primera isla descubierta sea, como jeneralmente
se creerla que las cartas denominan de San Salvador el
Grande, tendida N. N. O. a S. S. E. entre los paralelos de
24° i 25°, sino la llamada del Gran Turco, que es la mas
septentrional de las Tarcas, i se halla a los 21° 30' de lati-
tud, i al norte de la medianía de Haití. El señor Navarrete,en
sus notas, i principalmente en los dos mapas con que ha ador-
nado la edición, sigue las huellas de Colon paso a paso, tanto
en éste, como en los otros viajes, dando los equivalentes mo-
dernos de los nombres que se encuentran en el diario, i corri-
jiendo a veces las apostillas de Casas. La amenidad del cielo,
suavidad de aires i agasajos de los habitantes, no fueron parte
para que Colon se demorase en estas islas, apretándole el de-
seo do llegar al término propuesto, que era la tierra firme, esto
es, el continente de Asia, para visitar al gran-e;m, entregarle
24 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
las cartas que llevaba de los reyes católicos, i volver con res-
puesta de ellas. Figurábase tocar ya a los últimos confines del
Oriente i del Catai, i parecíale encontrar en los frondosos bos-
ques de las nuevas islas, indicios de las preciadas drogas i es-
pecerías asiáticas, del ruibarbo, la almáciga i el aloe.* Lleno
de estas ideas, llega el 28 de octubre a Cuba, que por las se-
ñas que los indios le habían dado de su grandeza i su abun-
dancia de oro i perlas, tenia ya asentado en su imajinacion
que habia de ser la famosa Cipango del veneciano Marco Polo,
que se cree dio este nombre al Japón. De este error vino a
caer en otro, pues, combinando las mal entendidas noticias do
los indios con los informes de Marco Polo, so persuadió que
Cuba no era isla, sino parto do un gran continente, distante
como cien leguas de Zaito i de Jhmsai, descritos por aquel
viajero.** Pero no es nuestro ánimo, ni lo permiten los lími-
tes que nos hemos propuesto, seguir su rastro por entre aquel
laberinto de idas i venidas, ni mucho menos por el de sus
conjeturas i errores, por interesantes que sean como una mues-
tra del atraso en que se hallaba la cosmografía, i como una
prueba de lo que debe esta ciencia a sus inmortales trabajos.
La isla que produce el mejor tabaco conocido fué donde se
observó por la primera vez el uso hoi tan jonoral de esta plan-
ta. El dia 6 do noviembre, hallándose en un puerto que el
editor cree ser el de las Nuevitas del Principe^ volvieron a
* Es probable que equivocaba con el alfóncigo (do cuyo tronco i ra-
mos se obtiene la verdadera almáciga del Levante) <>tn> árbol quo so
de Cuba i Haití, i de que se saca por incisión un jugo
condensa al aire. Los botánicos l<% llaman burBorsk
gummiferñ. La célebre madera aromática do la india Oriental, ñama-
da .-'/".■ i i i-jn.-iinr, tampoco ea producción de laa Antillas, por c
docto] Chanoai que acompaño a Colon en el segundo viaje, escribo:
i Hai también Española) lináloe, aunque no ea de la manera
del que fa ic ha visto en nui rtes; pero no es de du-
de lináloes que nosotro ¡ los doctores po-
nemos.*
•• / i Marco P< i puerto de la China Meridional, i
Ulo .i del mundo.
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
juntarse con Cristóbal Colon dos hombres españoles (Rodrigo
de Jerez i Luis de Torres) que habia mandado a reconocer la
tierra, i le informaron de haber encontrado en el camino mu-
cha jen te que atravesaba a sus pueblos, hombres i mujeres,
con tizones en las manos i yerbas «para tomar los sahumerios
que acostumbraban.» Estos sahumerios (dice Casas) son unas
yerbas secas, metidas en una cierta hoja seca también, a ma-
nera de mosquete;.... i encendido poruña parte del, por la
otra chupan o sorben o reciben con el resuello para adentro
aquel humo, con el cual se adormecen las carnes i cuasi em-
borrachan, i así diz que no sienten el cansancio. Estos mosque-
tes, o como los llamaremos, llaman ellos tabacos. Españoles
cognoscí yo en esta Isla Española, que los acostumbraron a to-
mar, que, siendo reprendidos por ello diciéndoseles que aque-
llo era vicio, respondían que no era en su mano dejarlos do
tomar. No sé qué sabor o provecho hallaban en ello.» (Histo-
ria Jeneml, libro 1.°, capítulo 4G.)
Encontráronse, en esta i las demás islas, sementeras de
maíz, que Colon llama panizo; algodón en abundancia, de
que los naturales se fabricaban hamacas, mantillas, faldetas,
redes; una raíz harinosa de agradable sabor, que Colon llama
mame, i es probablemente la batata o camote;* la yuca, de
que amasaban el pan de cara ce; varias legumbres i multitud
do frutales diferentes de los de Europa. A estos vcjetales, i
al tabaco i ají, se reducía toda la agricultura de las Antillas,
i aun es probable que algunos de éstos acudían con sus pro-
ductos sin necesidad de cultivo. En cuanto a la natural her-
mosura, fertilidad i dimensiones de las tierras que descubría,
sus montes, ríos, puertos, arboledas, llores i clima, los enca-
recimientos del almirante a los reyes son tantos i tales, que
no pueden explicarse a veces sino por el alborozo i exultación
que debió causar aquel marabilloso descubrimiento en una
El verdadero llame {dioscorea nlata) es planta de Asia i África.
Naturalizóse después de la conquista en América, donde es conocida
con el mismo nombre fíame, que creemos haber venido con ella de
tiuinea. Allí probablemente la conoció Colon.
> I OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
fantasía tan viva. El 14 do noviembre, cerca de un puerto i
rio no bien determinados de la costa de Cuba, «vido tantas is-
las (dice Casas abreviándole) que no las pudo contar todas, de
buena grandeza, i mui altas sierras, llenas de diversos árboles
de mil maneras, e infinitas palmas. Marabillóse en gran ma-
nera de ver tantas islas i tan altas, i certifica a los reyes que
las montanas que desde antier ha visto por estas costas i las
de estas islas, que le parece que no las hai mas altas en el
mundo, ni tan hermosas i claras, sin niebla ni nieve, i al pié
dellas grandísimo fondo; i dice que cree que estas islas son
aquellas innumerables que en los mapamundos en fin de Orien-
te se ponen, i dijo que creia que había grandísimas riquezas i
piedras preciosas i especería en ellas... Dice tantas i tales co-
sas de la fertilidad i hermosura i altura destas islas que halló
en este puerto, que dice a los reyes no se marabillcn de enca-
recellas tanto, porque les certifica que cree que no dice la
centésima parte; algunas de ellas que parecían quo llegaban
al cielo, i hechas como puntas do diamantes; otras que, sobre
su gran altura, tienen encima como una gran mesa, i al pié
dellas fondo grandísimo que podrá llegar a ellas una grandí-
sima carraca, todas llenas de arboledas i sin peñas.» «El 27
de noviembre, andando por otro paraje de la misma isla, fué
cosa marabillosa ver las arboledas i frescura, i el agua clarí-
sima, i las aves i amenidad, que dice que lo parescia que 00
quisiera salir de allí. Iba diciendo a los hombres quo lleva-
ba en su compañía, que para hacer relación a los royes
de las cosas que vian, no bastaran mil lenguas a referillo,
ni su mano para lo escribir, que le pareada que estaba en-
cantado.... I certifico a vuestras altezas (son palabras del al-
mirante qU0 debajo del sol no me parece ([Ue las puede haber
mejo en fertilidad, en lemperancia de frió i calor,
en abundancia de agUai buenas i sanas; i no como los ríos
■ linea ((iie BOn lodos pesl ileiieia, porque, loado sea nuosfro
■ bol de toda mi jente no ba habido persona que le
/a, ni estado en cama por dolencia, salvo un
o de dolor de piedra, de que él estaba toda au vida apa-
Esto que di JO ' i
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE L08 ESPAÑOLES
en todos tres navios » «Este puerto (dice el 20 de diciem-
bre, hablando de la bahía de Acul en la Española) es hermo-
sísimo, i que cabrian en él cuantas naos hai en cristianos....
I puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada con-
tra cualesquiera vientos que haya. De aquel puerto se parecía
un valle grandísimo i todo labrado, que desciende a él del
sueste, todo cercado de montañas altísimas que parecen que
llegan al cielo, i hermosísimas, llenas de árboles verdes; i sin
duda que hai allí montañas mas altas que la isla de Tenerife
en Canaria, que es tenida por de las mas altas que pueden
hallarse.» «El 21 de diciembre, fué con las barcas de los na-
vios a ver aquel puerto, el cual vido ser tal, que afirmó que
ninguno se le iguala de cuantos haya jamas visto; i escúsase
diciendo que ha loado los pasados tanto, que no sabe cómo
lo encarecer, i que teme que sea juzgado por manificador ex-
cesivo mas de lo que es la verdad. A esto satisface diciendo
que él trae consigo marineros antiguos, i éstos dicen i dirán
lo mismo. Yo he andado (añade el almirante) veinte i tres
años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de con-
tar, i vi todo el Levante i Poniente (que dice por ir al camino
de septentrión que es Inglaterra1, i he andado la Guinea; mas
en todas estas partidas, no se hallará la perfección de los puer-
tos que aquí. Yo con buen tiento miraba mi escribir, i torno
a decir que afirmo haber bien escrito, i que agora éste es so-
bre todos, i cabrían en él todas las naos del mundo, i cerrad*),
que con una cuerda la mas vieja de la nao la tuviese ama-
rrada.... Vido unas tierras mui labradas, aunque todas son
así, i mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen
a un alto para que viesen si había población.... Los dos cris-
tianos volvieron, i dijeron donde habían visto una población
grande,* un poco desviada de la mar. Mandó el almirante re-
mar acia la parte donde la población estaba hasta llegar cerca
do la tierra, i vio unos indios que venían a la orilla de la mar,
i parecía que venían con temor, por lo cual mandó detener
las barcas, i que les hablasen los indios que traía en la nao,
El pueblo de AcuL— ■ (Navarrete.)
OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
que no les haría mal alguno. Entonces se allegaron mas a la
mar, i el almirante a tierra; i después que del todo perdieron
el miedo, venían tantos hombres, que cobrian la tierra, dando
mil gracias, así hombres, como mujeres i niños; los unos co-
rrían de acá i los otros de allá a nos traer pan que hacen de
?naraes, a que ellos llaman ajes, que es mui blanco i bueno,
i nos traían agua en calabazas i en cántaros de barro de la
hechura de los de Castilla, i nos traian cuanto en el mundo
tenían i sabían que el almiranto quería, i todo con un cora-
zón tan largo i tan contento, que era marabilla; i no se diga
que, porque lo que daban valia poco, por eso lo daban libe-
ralmcnte, dice el almirante, porque lo mismo hacían i tan li-
beralmente los que daban pedazos de oro, como los que daban
la calabaza del agua; i fácil cosa es de cognoscer cuando se
da una cosa con mui deseoso corazón de dar. Finalmente, di-
ce el almirante, que no puede creer que hombre haya visto
jente de tan buenos corazones i francos para dar, i que ellos
se deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían, i en
llegando los cristianos, luego corrían a traerlo todo.... En to-
da esta comarca, hai montañas altísimas que parecen llegar al
cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en compara-
ción dolías en altura i en hermosura, i todas son verdes, lle-
nas do arboledas, que es una cosa de marabilla.»
Lo relativo a la vuelta de Cristóbal Colon a España no es
de lo ménofl interesante de este documento, ni donde aparecen
con monos lustre la firmeza, prudencia i presencia de ánimo
de aquel navegador. El que desee conocerle i conocer junta-
mente a su si'_rlo lea la relación del temporal <lel I i de febrero
i de, los días siguientes, compendiada por Casas, pero conser-
vando en gran parte el texto orijinal, según su costumbre. La
furia (!«•] viento ¡ la mar, el espanto tic la tripulación, los votos
de romerías, velas i procesiones, el almirante en medio de
ii oV horror i confusión escribiendo su descubri-
miento en un pergamino, que arroja envuelto en un paño
encerado dentro de un barril a lasólas, su inquietud por la
!<• de su !jos (¡ue habían quedado estudiando en
Córdoba, dejándolos huérfanos en tierra extraña, sin que su-
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
29
piesen siquiera los reyes los servicios que acababa de hacerles:
todo esto descrito por él mismo en el momento del peligro se
imprime fuertemente en el ánimo i forma uno de los pasajes
mas notables del diario i de toda la colección. El sábado
16 de febrero, se dice que «esta noche reposó algo el almiran-
te, porque, desde el miércoles, no había dormido ni podido
dormir, i quedaba mui tollido de las piernas, por estar siem-
pre desabrigado, al frió i al agua, i por el poco comer.» El
lunes 18, recalan a la isla de Santa María de las Azores, i se
refiere a la larga lo que pasó con el gobernador portugués
Juan de Castañeda, i su jente. En fin, el 4 de marzo, arriban a
Lisboa; i el 15, vuelven a entrar en barrera de Saltes, de donde
habian zarpado ciento diez i nueve dias antes.
El segundo documento es una carta dirijida por Cristóbal
Colon a Luis do Santánjel, escribano de ración de los reyes,
oficio de la casa real de Aragón que equivalía al de contador
mayor de Castilla. Contiene esta carta una noticia por mayor
de los sucesos de este primer viaje, r se copió del orijinal que
obra en el archivo de Simancas. Consta por ella que se escri-
bió en el mar el 15 de febrero de 1493, hallándose Colon en-
tre las Azores i las Canarias, i que se pensó encaminarla a su
destino el 4 de marzo desdo Lisboa, llevando dentro lo quo
llamaban ánima (papel escrito, que se introducía en la carta
después do cerrada), en que solo se añade la noticia de la tor-
menta que acababa de hacerle aportar a aquella ciudad. Pero la
fecha de este papel es reparable. Dice el editor que el orijinal
la tiene en números romanos mui confusa, i que parece sig-
nificar 14; pero quo bien examinada, no puede ser sino del 4
de marzo, fundándose sin duda en la circunstancia de mencio-
narse el arribo a Lisboa como cosa sucedida hoi. Pero ¿no es
notable que en la traducción latina de la carta de Cristóbal
Colon a Rafael Sánchez, tesorero de los reyes católicos, que
era en sustancia un duplicado de la anterior, ocurra el mismo
supuesto error de fecha: ULisbonce pridie idus Mar til y le-
yéndose de este modo, no solo en el códice de la real biblio-
teca, sino en dos ediciones de dicha traducción, la antigua
poco há encontrada en Milán, i la de la Híspanla Illvstrata?
30 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Esta es una coincidencia singular, que solo puede explicarse
suponiendo que la carta a Luis Santánjel se escribió en el mar
el 15 de febrero; que el ánima se escribió el 4 de marzo; i
que ni a ésta ni a la carta a Rafael Sánchez, se lea puso la
fecha hasta el 14 de marzo, el dia siguiente al de la salida de
Lisboa, expresándose el nombre de esta ciudad, por hallarse
Colon en el mar, i no a mucha distancia. Como quiera que
sea, la autenticidad del documento es superior a toda sospe-
cha, pues consta que aquel mismo año de 1493, habiendo lle-
gado a Roma una copia del ejemplar que se dirijió al tesorero
Sánchez, la tradujo al latin Leandro Cosco, i la dio a la es-
tampa en aquella ciudad.
El tercer documento es esta misma traducción de Cosco,
copiada del citado códice de la real biblioteca, acompañándole
una versión castellana de don Francisco Antonio González,
bibliotecario mayor del rei.
El cuarto es una relación del segundo viaje por el doctor
Chanca, natural de Sevilla, que fué en la armada do Colon en
calidad de físico, i la escribió en la Isla Española en 1494,
a los señores del cabildo de aquella ciudad. Se copió de un
códice de la Academia de la Historia, i es de lo mas apreciable
de la colección.
El quinto es un memorial que para loó reyes católicos es-
cribió Colon en la ciudad Isabela a 30 do enero de I 194 sobre
su segundo viaje a las Indias, interpoladas las respuestas de
los reyes a las razones i peticiones del almirante. Se copió
do un códico del archivo ¡enera! do Indias de Sevilla.
VA sesto es una relarion que de su tercer viaje li;iee Colon a
, copiada de un ejemplar <[iie (le. [otra de (Visas existe
< n <1 archivo del duque <|.| Infantado. Es documento cu-
>. EH almirante oomienza recordando las contradicciones
que al principio había sufrido su empresa, i el alto i marabi-
lloso SUCOSO de ella, en que, por 1)ÍrtUd iUninnl, i ciiin¡)l¡<'ndi>
lo que h&bia tuto dicho por boca dé Is&ím profeta (¡no de
i migado el nombrada Diosa aquella* rejio*
dice que descubrid tresoientas treinta i tres leguas de
i firme, Qn de Orien endo todavía que eraconti-
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES 31
nente la isla de Cuba, pues al de América aun no había lle-
gado Colon ni otro alguno), i que descubrió ademas setecien-
tas islas de nombre, allanando, entre ellas la Española, que
bajaba mas que España i en que la jente era sin cuento, i
pagaba ya tributo a los reyes. Después de citarles el ejemplo
de Salomón, que «envió desde llierusalem en fin de Oriento
a ver el monte Sopora,* en que se detuvieron los navios tres
años», el cual (dice) tienen vuestras altezas agora en la Isla
Española; el de Alejandro, «que envió a ver el rej i miento do
la isla de Trapobana en India;»** el de «Ñero César, que en-
vió a reconocer las fuentes del Nilo;»*** i el de los reyes de
Portugal, que, con tanto dispendio de jente i caudal, habían
hecho descubrimientos i establecimientos en la costa de Áfri-
ca. Después de encarecer cuan digno había sido de los reyes do
España el acometer aquella empresa para ganar tierras allen-
de el mar, como no lo habían hecho los príncipes de Castilla
hasta entonces, comienza a referir su viaje, que dio principio
zarpando del puerto do Sanlúcar el miércoles 30 de mayo de
1498. El 4 de agosto, llegó a la punta llamada do laicos en la
isla a que puso el nombre do La Trinidad. A la tierra opues-
ta, quo aun no sabía si era isla o continente, puso el nombre
de Gracia; navegando por el golfo intermedio, reconoce su
boca septentrional, infórmase de que aquella tierra es lla-
mada de los naturales Paria; diríjese a ella i visita varios
parajes de la costa. Reconocido un gran rio, que debió de ser
el Guarapiche, vuelve al norte, sale por la boca del Drago
el 14 de agosto, i reproduce sus observaciones sobre las va-
riaciones de la aguja, fenómeno hasta él desconido, 1 a que
* El Oíir quo visitaban las ilotas do Salomón, i que, on la versión
do los Setenta, se llama Soopheira.
** No sabemos de donde tomó Colon esta noticia, que no es de la
historia auténtica de Alejandro. Sabido es qué multitud de ficciones
i patrañas oscurecieron en la edad media los hechos del conquistador
macedonio; i quo los reyes griegos do Ejipto fueron los primeros quo
enviaron a explorar la India, i entablaron relaciones do comercio con
ella i con la isla de Trapobana o Ceilan.
*** Otra especie que parece destituida de fundamento histórico.
32 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
ya había prestado atención desde su primer viaje. Sigue a
ellas una serie de especulaciones cosmográficas, en que el des-
cubridor del nuevo mundo dio rienda suelta a su imajinacion.
Figúrase que el hemisferio que había descubierto no es per-
fectamente redondo como el antiguo, sino que en medio i cabal-
mente bajo la línea equinoccial, se levanta formando un
pezón, como el de una pera, i que la punta de este pezón es la
parte del mundo mas alta i cercana al cielo, i está situada en
el término de Oriente donde acaba toda la tierra i las islas. Creo
que, en pasando el meridiano que está cien leguas al poniente
de las Azores, van los navios alzándose suavemente hacia el
cielo, i por eso se goza entonces de aires mas templados i de-
clinan las agujas al oeste, siendo tanto mayor la templanza
del aire i el declinar de la aguja, cuanto mas se anda en aque-
lla dirección hasta llegar a La Trinidad i la costa de Paria,
donde dice que halló «temperancia suavísima, i las tierras i
árboles mui verdes, i la jente mas astuta e de mayor inje-
nio e no cobardes.» «I ayuda también a esto, que el sol,
cuando nuestro Señor lo hizo, fué en el primer punto do
Oriente, e la primera luz fué aquí en Oriente, donde es el ex-
tremo del altura de este mundo.»... I si los antiguos nada do
esto sospecharon, dice que «no es marabilla que do este he-
misferio non so hobiese noticia cierta, salvo mui liviana i por
argumento.» Añade que en todas aquellas islas nacen cosas
preciosas, «por la suave temperancia que les procede del ciclo
por estar hacia lo mas alto del mundo.» Pasa luego a conje-
turar, haciéndose cargo do lo que dijeron «San Isidoro i Be-
da, i el maestro de la historia escolástica, i San Ambrosio i
SootO i todos los sanos teólogos,' que oí paraíso terrenal debo
de hallarse en lomas alto del pezón, i que uno de los cuatro
rios en que se derrama la fuente que está en medio do aquel
lugar bienaventurado, os el que vierto en el golfo de Paria
aquella prodijiosa cantidad de agua que lo endulza i lo quo
produce el escarceo i movimiento impetuoso que allí se
siento. Poro en medio de este injenioso desvariar en quo el
ibridor de Amérioa pagó tributo a bu siglo, encontramos
mentado observador.
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES 33
Colon adivinó el Orinoco; i de la existencia de este rio, si no
es que sale del paraíso, infiere la de un gran continente. *Mui
conoscido tengo (dice) que las aguas de la mar llevan su curso
de oriente a occidente con los cielos, i que allí en esta comar-
ca cuando pasan llevan mas veloce carrera, i por esto han co-
mido tanta parte de la tierra, porque por eso son acá tantas
islas, i ellas mismas hacen desto testimonio, porque todas a una
mano son largas de poniente a levante, i noroeste e sueste que
es un poco mas bajo, i angostas de norte a sur i nordeste sur-
dueste, que son en contrario de los otros dichos vientos. Verdad
es que parece en algunos lugares que las aguas no hagan este
curso, mas esto no es, salvo particularmente en algunos lu-
gares donde alguna tierra les está al encuentro i hace parecer
que andan diversos caminos.» Concluye esta carta exhortando
a los reyes a proseguir la empresa del descubrimiento de aquel
nuevo mundo a fin de extender la fe cristiana i el señorío de
Castilla, i acerca de las tierras descubiertas vuelve a de-
cir, que «tiene asentado en el ánima que allí es el paraíso
terrenal.»
Sería de desear que poseyésemos íntegras las otras cartas
que escribió Colon a los reyes entre el descubrimiento de la
costa de Paria i la llegada del comendador Bobadilla a la Es-
pañola; i que, si hemos de juzgar por los pasajes de ellas que
el obispo Casas insertó en la Jeneral de las Indias, aclararian
mucho la historia de aquella colonia naciente, i contribuirían
a fijar nuestro concepto acerca de las operaciones del almi-
rante en la época mas crítica de su vida, en vísperas de ser
arrebatado del teatro de sus glorias por la ingratitud de los
príncipes a quienes habia hecho servicios tan señalados. Te-
memos, empero, que añadirían poco a su reputación. Las cir-
cunstancias en que se vio Colon fueron tales, que para conser-
var el favor precario de la corte i mantener una sombra de
autoridad sobre la tropa de aventureros que le rodeaba, le fué
menester consentir, i aun ejecutar por sí mismo, actos (ha-
blemos sin rebozo) de la mas declarada i monstruosa injusti-
cia contra los malhadados indíjenas. Desfavorecíanle en la
corte, no tanto los émulos que empezaba ya a suscitar la ele-
opi'sc. 5
34 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
ración do un extranjero de nacimiento humilde, cuanto los
hombres que, a fuer de mercaderes, mas que de ministros i
consejeros de reyes, desacreditaban aquellos nuevos descubri-
mientos, como proyectos ruinosos de un visionario, porque
los primeros buques empleados en ellos no volvieron rebosan-
do de oro i especerías. Deseoso Colon de cubrir los gastos de
las expediciones dejando ganancia al erario, apeló a dos arbi-
trios o granjerias: la una lícita i plausible, si no se hiciera
con el trabajo forzado de los indios, que fué cargar de palo
brasil los navios que estaban para volver a Europa; la otra
esclavizar a los indios i enviarlos a vender a Europa i las
Canarias. El mismo Colon da cuenta a los reyes de estas
granjerias en una carta de que Casas (libro I, capítulo 151) nos
ha conservado este pasaje: a De acá se pueden, con el nombre de
la Santa Trinidad, enviar todos los esclavos que se pudieren
vender, i brasil; de los cuales me dicen que se podrán ven-
der cuatro mil, i que a poco valer valdrán veinte cuentos; i
cuatro mil quintales de brasil, que pueden valer otro tanto.
Así que prima haz buenos serán cuarenta cuentos. I cierto la
razón quo dan a ello paresce autentica, porque en Castilla, i
Portogal, i Aragón, i Italia, i Sicilia, i las islas de Portugal, i
Aragón, i las Canarias, gastan muchos esclavos, i creo que
de < tornea ya no vengan tantos, i que viniesen, uno de estos
vale por tres, según se ve. JE yo esos días que fué* a las islas
d<- Cabo Verde, de donde lasjentes de ellas tienen gran tra-
to en los esclavos, i de continuo envían navios a los resgatar,
i están a la puerta, vide que por el mas roín demandaban
ocho mil maravedís, i éstos, como dije, para tener en ouenta,
i aquellos no para que B6 Vean. Del brasil dicen que en Cas-
lilla i Aragón i Jénova i Venooia hai grande suma,** i en
• Anticuado por fui.
duda quise decir oonsúmo. Diese primero el nombre de
.il oolor de brasa] a \n\ palo de tinte de la india
i . de que te biso (grande us.> en Europa antee del
atro en esta parte dol
pabre el vi ooloniaado por los por-
VIAJES I DESDUBMMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
35
Francia i en Flándes i en Inglaterra. Así que de estas dos
cosas, según mi parescer, so pueden sacar estos cuarenta
cuentos, si no hobiese falta do navios que viniesen por esto.
La cual creo con el ayuda de Dios que no habrá, si una vez
se ceban en este viaje.... que aora los maestres i marineros
de los cinco navios a via de decir van todos ricos i con inten-
ción de volver luego i llevar los esclavos a mil quinientos ma-
ravedís la pieza, i darles de comer, i la paga sea de los pri-
meros dineros quo dellos salieren; i bien que mueran agora
así, no será siempro do esta manera, que así hacían los ne-
gros i los canarios a la primera, i aun aventajan éstos, que
escapo, no lo venderá su dueño por dinero que le den.»
«Cosa es de marabillar (dice con razón Casas) que un hom-
bre, cierto no puedo decir sino bueno de su naturaleza i de
buena intención, estuviese tan ciego en cosa tan clara.... po-
niendo el principal fundamento de las rentas i provechos tem-
porales de los reyes i suyos i de los españoles, i la prospe-
ridad de esto su negocio de las Indias que habia descubierto,
en la cargazón do indios inocentes (mejor diría en la sangre)
malísima i detestablemente hechos esclavos, como si fueran
piezas, como él los llama, o cabezas do cabras;.... i no tener
escrúpulo de quo so muriesen al presente algunos (i es cierto
que do cada ciento a cabo do un año no escapaban diez), por-
que así morían, dico él, los negros i los canarios. ¡Qué mayor
i mas supina insensibilidad i ceguedad que esta! I lo bueno
dello es que dice que con el nombre de la Santa Trinidad, so
podían enviar todos los esclavos que se pudiesen vender. Mu-
chas veces creí que aquesta ceguedad i corrupción aprendió el
almirante i se le pegó de la quo tuvieron i hoi tienen los por-
tugueses en la negociación, o por mejor decir execrabilísima
tiranía de Guinea. Do esto paso i do otros muchos en esta
materia i granjeria de esclavos que sé del, tuve para mí por
tugueses, es una especio del mismo jénero (csesalpinia echinata). No
es, pues, posterior este nombro al descubrimiento de América, como
ban pensado algunos, entre ellos, el célebre joógrafo Malte-Brun. [Pré-
cis de GéoQraphic, tomo 1, pajina 498.)
36 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
averiguado que deseaba que los tristes inocentes indios deja-
sen de acudir con los tributos i servicios personales que les
imponía i se fuesen i alzasen, como él i los demás decían, i
hoi dicen los españoles, o resistiesen a él o a los demás cris-
tianos (como justísimamente podían i debían hacerlo como
sus capitales i manifiestos enemigos) por tener ocasión de ha-
cerlos esclavos.»
Fueron en aquellos cinco navios como seiscientos esclavos,
i dice Casas (capítulo 154) que «dellos se morían muchos i los
echaban a la mar por este rio abajo (el de Santo Domingo); lo
uno por la grande tristeza i angustia de verse sacar de sus
tierras....; lo otro por la falta de los mantenimientos, que no
les daban sino un poco de cazabe seco;.... lo otro, porque, co-
mo metían mucha jente, i la ponían debajo de cubierta, ce»
rradas las escotillas.... se ahogaban.»
Hemos copiado estos pasajes, tanto por cumplir con el de-
ber sagrado de la justicia presentando bajo su verdadero as-
pecto la conducta del almirante, cuanto por dar, en las palabras
mismas del ilustre obispo de Chiapa, una prueba irrefragable
de que no le animaba un celo indiscreto i ciego a favor do los
americanos, i de que eran igualmente abominables a sus ojos
las operaciones de los portugueses en África i las de los espa-
ñoles en América. Ni es solo en esta parte de su historia don-
de habla del tráfico de esclavos africanos con detestación i
horror. Consecuente a sus principios, jamas transijíó con la
injusticia; i si como apoderado del jénero humano, negoció
con ella para moderar sus atentados i reducir los padecimien-
tos de los débiles a lo menos posible, la culpa no fué suya,
sino de su siglo. Callen, pues, los calumniadores déoste apos-
tólico prelado, digno intérprete do las nuevas do paz i caridad
que predicó al nuovo mundo, i uno de los mas distinguidos
ornamentos de la Bffpftfta que le produjo, i quo ha sido la mas
empeñada <a inaueillar su gloria.
Otro punto en quo no podemos defender a Colon cuanto
'•ramos, es la especio do granjorías que también por osto
tiempo empezaban a introducirse en la Española, i que mas
adelante se conocieron con el nombro de repartimientos; pues,
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
31
aunque en su carta a los reyes, que menciona Casas, parece
reprender este i otros abusos, cuya tolerancia pudo arrancar-
le en gran parte lo precario de su autoridad sobre los nuevos
pobladores, jente desmandada, que con las armas en la mano
le pedia los sueldos i ventajas capituladas, que Colon no se
hallaba en estado de cumplirles sin gravar el erario, desearía-
mos, para completa vindicación de su carácter, que no apare-
cieso desde los principios este pernicioso ejemplo en su propia
familia. Sabemos por Casas (capítulo 156) que su hermano el
adelantado tenia lo que llamaríamos hoi una hacienda de yu-
ca de ochenta mil plantas; i también sabemos quiénes oran
los que llevaban en estos primeros ensayos de agricultura co-
lonial el peso de los trabajos que después cargaron sobre los
esclavos orijinarios de África.
Como quiera que sea, no podemos menos de poner a vista
de nuestros lectores el cuadro que de la infancia do aquella
colonia hallamos en la historia de Casas. En una carta a los
reyes, copiada por esto escritor (capítulo 155), dice el almi-
rante: «Presto habrá vecinos acá, porquo esta tierra es abun-
dosa de todas las cosas, en especial de pan i carne. Aquí hai
tanto pan de lo de los indios, que es marabilla, i la carne es
que ya hai infinitísimos puercos i gallinas; i hai unas alima-
ñas que son a tanto como conejos i mejor carne, i dellos hai
tantos en toda la isla, que un mozo indio con un perro trae cada
dia quince o veinte a su amo. En manera que no falta sino vino
i vestuario. En lo demás, es tierra de los mayores haraganes
del mundo, e nuestra jente en ella no hai gueno ni malo que
no tenga dos o mas indios que lo sirvan, i perros que le ca-
cen, i (bien que no sea para decir) mujeres a tan fermosas, que
os marabilla, de la cual costumbre estoi mui descontento, por-
que me paresce que no sea servicio de Dios, ni lo puedo reme-
diar.» «Los españoles (dice Casas comentando esta carta), an-
dando de pueblo en pueblo, comian a discreción, tomaban los
indios para su servicio que querían, i las mujeres que bien les
parescian, i hacíanse llevar en hombros de hombres en hama-
cas;.... tenían sus cazadores que les cazaban, i pescadores quo
les pescaban, i cuantos indios querían como recuas;.... i porque
33 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
esa vida el almirante sabía que aquí los españoles vivían, i
hallaban en la tierra para ello aparejo cuanto desear podían, con
razón juzgaba que érala mejor del mundo para hombres ocio-
sos i haraganes. Entre otras viciosas desórdenes que en ellos
abominaba, era comer los sábados carne, a lo cual no podia
irles a la mano; por lo cual suplicaba a los reyes en muchas
cartas que enviasen acá algunos devotos relijiosos, porque
eran muí necesarios, mas para reformar la fe en cristianos
que para a los indios darla, que ya sus costumbres (son pa-
labras de Cristóbal Colon) nos han conquistado i les hacemos
ventajas. »
Casas refiere la llegada del comendador Bobadilla a Santo
Domingo, i todos los sucesos que siguieron a ella, con una va-
riedad de interesantes pormenores que nos pintan los hom-
bres, las costumbres, la fisonomía de aquella pequeña socie-
dad, manifestando mucho mas conocimiento del mundo i del
corazón humano, que el que quieren concederle sus detracto-
res. Pero lo que hace mas apreciable su historia es la suma*
dilijencia con que el autor ha investigado los hechos, reco-
jiendo de todas partes papeles e informes. Él vio el proceso ori-
jinal formado por Bobadilla contra el almirante i sus dos her-
manos; él conoció i trató a muchos de los (pie hicieron papel
principal en aquel drama, i de los testigos que declararon con-
tra Colon. Todas las particularidades que se hallan en Anto-
nio de Herrera son copiadas de Casas, i copiadas a la letra,
como la mayor i mejor parte de cuanto se contiene en Jos pri-
meros libros de sus décadas. Es necesario cotejarlos para for-
mar concepto de todo lo <pie debe aquel compilador al obispo
de ( hiapa.
El testimonio (pie da Casas e<>n la decente reverencia pro-
pia de su carácter, poro con una no menos digna franqueza,
contra la inj todos los cargos que se hicieron a
Colon i' tiid de los reyes, es en alto grado ho-
norífico i noria de su [lustre contemporáneo. Después
de dar una lista de ellos, i de mostrar l<> ; livianos fundamen-
n (¡ii-' estribaban, «en la honestidad de su persona (dioe,
ttulo 180), ninguno tocó, ni cosa contra olla dijo, porque
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
39
ninguna cosa que decir había. Pero poca cuenta tenían los
que le acusaban de hacer mención de las que habían ellos co-
metido, i el en mandallo, en las guerras injustas i malos i
aspeen mos tratamientos de los tristes indios, i esta fué insen-
sibilidad i bestialidad jencral do todos los jueces que han ve-
nido i tenido cargo de tomar cuenta i residencia a otros jueces
en estas Indias, que nunca ponían por cargos sino de mui pocos
años atrás, hasta que fueron personas relijiosas que clamaron
en Castilla), muertes ni opresiones ni crueldades cometidas en
los indios, sino los agravios de nonada que unos español
otros se hacían.» I en el capítulo siguiente: «Nunca mientras
vivió, los reyes su pérdida i deshonra recompensaron; antes,
habiendo añadido otros muchos admirables i acerbísimos tra-
bajos i peligros en nuevos descubrimientos que después hizo
por servirles, al fin en gran necesidad, disfavor i pobreza mu-
rió.... A Francisco Roldan, autor de todos los alborotos i le-
vantamientos pasados, i a don Hernando de Guevara, quo
agora se habia alzado, i a los demás que estaban para ahorcar,
no supe que Bobadilla pensase ni castigase en nada, los cua-
les yo vide poces días después de esto, que yo a esta isla vine,
sanos i salvos, i harto mas que el almirante i sus hermanos,
prosperados. »
El séptimo documento es una carta del almirante a doña
Juana de la Torro, ama que habia sido del príncipe don Juan
i mui favorecida de la reina católica. Se halló copia de ella
entre los manuscritos de don Juan Kantista Muñoz, i fué cote-
jada con el texto de otra que se sacó en el monasterio de
Santa María de las Cuevas de Sevilla, i se publicó en el Cú(Iic<>
Colombo-americanúj impreso en Jénova pocos años há. Vier-
te en ella Colon sus justas quejas por el pago inicuo que se
habia dado a sus servicios i por las tropelías que él i sus her-
manos acababan de experimentar en la Española. Escribióse a
fines de 1500, probablemente a la llegada de Colon a España.
Casas la insertó en su historia con apostillas curiosas.
El octavóos una carta de los reyes a Cristóbal Colon, fecha
en Valencia de la Torre a 1 \ de marzo de 1502, enviándole ins-
trucciones para su cuarto i último viaje. Sigue la relación de
40 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Diego do Porras (uno de los cabezas de la rebelión contra el
almirante en Jamaica), i varios apuntamientos relativos a este
cuarto viaje, todo copiado del orijinal que obra en el archivo de
Simancas.
El noveno es una carta del almirante a los reyes, de 7 de
julio de 1503. Es documento importantísimo para la historia,
i en que Colon dejó estampada la elevación de su carácter i el
sentimiento íntimo de su mérito i de los grandes servicios que
habia hecho a los reyes católicos i a la nación española: sen-
timiento que no lo abandonó jamas, i que le sostuvo i con-
soló en sus desgracias. Colon refiero las que lo sucedieron
en su cuarto viaje, quo fué una serio continua do tormentas
i trabajos, hasta naufragar sobre la costa do Jamaica, per-
diendo las dos únicas naves que le quedaban. En esta situa-
ción desesperada, sin medios de volver a Europa o de buscar
asilo en la Isla Española, i aun apenas de hacer saber el tris-
te estado en que se hallaba, escribe la carta de que damos
cuenta i la pono en manos del valeroso i leal Diego Méndez,
que, con intento de pasar a la Española, so arrojó al mar
acompañado del jenoves Fieschi en dos miserables canoas.
Esta carta se imprimió primeramente en castellano; i traduci-
da por Constanzo Bainera de Brescia, se dio a la estampa en
Venecia en 1505. De la edición castellana, no se sabo que se
conserve ejemplar, i aun la traducción italiana llegó a ser ra-
rísima hasta quo la publicó nuevamente el señor Bossi en su
Vida de Colon. El texto del señor Navarreto se copió de un
códico antiguo do la biblioteca particular do cámara del reí do
iña.
Veos por esta carta que Colon permaneco en su primor con-
to de ser las tierras nuevamente descubierta! la extre-
midad do Oriente. Kneastillado en esta idea, añade ahora quo
la tierra Orine d<- Veragua es la Áurea de Josofo, do dondo sa-
oo* Salomón lai grande* riquezas de que hablan los libros do
i del l':i r;ili pñiiiri mu; qm- Jrrusalen i (-1 monto Sion
habían (edificados, ■agua profecía, por uno quo salió-
se d la, etc.
POTO I ni la OOtioia que al almirante da de sus
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES 41
nuevos descubrimientos, lo que hace mas interesante esta car-
ta. El desorden de ideas que reina en ella, ofrece una viva
pintura de los padecimientos mentales de su autor. Interrum-
piendo amenudo su narrativa, habla de sí mismo i de las ve-
jaciones que amargan su estado presente; i lo hace a veces
con aquella elocuencia de que solo son capaces las grandes
pasiones, aun cuando se expresan en una lengua extraña i
con un estilo rudo i descuidado. Haciendo mención de la con-
ducta del gobernador Ovando, que no había querido dejar-
le tomar puerto en la Española, sin embargo do amenazar
un furioso huracán, exponiéndolo a perecer con su hijo Fer-
nando, i con don Bartolomé su hermanó, que le acompañaban,
dice así: «Cuando llegué sobre la Española, invié el envol-
torio de cartas i a pedir por merced un navio por mis dineros,
porque otro que yo llevaba era innavegable i no sufría velas.
Las cartas tomaron i sabrán si se las dieron. La respuesta
para mí fué mandarme de parto de ahí que yo no pasase, ni lle-
gase a tierra. Cayó el corazón a la jente que iba conmigo
La tormenta era terrible; i en aquella noche, me desmembró
los navios; a cada uno llevó por su cabo sin esperanza, salvo
de muerte; cada uno dellos tenia por cierto que los otros eran
perdidos. ¿Quién nació, sin quitara Job, que no muriera deses-
perado? ¡Qué por mi salvación i de mi fijo, hermano i amigos,
me fuese en tal tiempo, defendida la tierra i los puertos, que
yo por la voluntad de Dios gané a la España sudando san-
gre!» Doliéndose del descrédito que iba a caer sobre sus des-
cubrimientos por haberse dado la gobernación de las nue-
vas tierras a personas a quienes no iba nada en ello, i solo
trataban de hacer fortuna, poniendo la empresa a peligro de
malograrse, dice: «No es este hijo para dar a criara madrastra.
De la Española, de Paria i de las otras tierras, no me acuerdo
dellas que yo no lloro. Ellas están boca ayuso, bien que no
mueren; la enfermedad es incurable o mui larga; quien las
llegó a esto venga ahora con el remedio, si puede o sabe: al
descomponer cada uno es maestro Siete años estuve yo en
su real corte, que a cuantos se fabló de esta empresa, todos
a, una dijeron que era burla; agora fasta los sastres suplican
it OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
por descubrir. Es de creer que van a saltear, i se les otorga.»
«Poco me han aprovechado dice en otra parte) veinte años de
servicio que yo he servido, con tantos trabajos i peligros, que
hoi dia no tengo en (.'astilla una teja; si quiero comer o dor-
mir, no tengo, salvo el mesón o la taberna, i las mas de las
veces falta para pagar el escote.... Yo vine a servir de treinta
i ocho años,* i agora no tengo cabello en mi persona que no
sea cano, i el cuerpo enfermo, i gastado cuanto me quedó; i
me fué tomado i vendido, i a mis hermanos, fasta el sayo, sin
¡do ni visto, con gran deshonor mió. Es do creer que es-
to no se hizo por su real mandado.... Grandísima virtud, fa-
ma con ejemplo será si hacen esto, (restituirle su honra i
hacienda), i quedará a la España gloriosa memoria con la do
vuestras altezas, de agradecidos i justos príncipes. La inten-
ción tan sana que yo siempre tuve al servicio do vuestras al-
3, i la afrenta tan desigual, no da lugar al ánima que ca-
lle, bien que yo quiera: suplico a vuestras altezas que me
perdonen. Yo estoi tan perdido como dije; ya he llorado fasta
aqui a otros; haya misericordia agora el cielo, i llore por mí
la tierra. En el temporal, no tengo solamente una blanca para
el oferta; en el espiritual, he parado aquí en las Indias de la
forma (pie está dicho: aíslalo en esta peña, enfermo, aguar-
dando cada dia por la muerte, i cercado de un cuento de sal-.
vajes i llenos do cruel lad i enemigos nuestros, i tan apartado
de los santos .sacramentos de la santa iglesia, que se olvidará
Inima, si se aparta acá del cuerpo. Elore por mí quien
tiene caridad, verdad i justicia.»
Están I o en la costa de Veragua, donde fundó una población
que abandonar, dice: «En enero, se babia ce-
rrado la boca del no de Veragua . En abril, los navios esta-
ban tod m comidos de broma, i no los podia sostener sobro
nipo, in/.o el rio una canal, por donde saqué
pena, l -i volvieron aden-
• i. ho. Oolon vi
VIAJES I DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES 43
tro por la sal i agua. La mar so puso alta i fea, i no les dejó
salir fuera. Los indios fueron muchos i juntos, i las combatie-
ron, i en fin los mataron. Mi hermano i la otra jente toda
estaban en un navio que quedó adentro; yo mui solo defuera
en tan brava costa, con fuerte fiebre, en tanta fatiga; la es-
peranza de escapar era muerta; subí así trabajando lo mas
alto, llamando a voz temerosa, llorando i mui aprisa, los
maestros de la guerra de vuestras altezas, a todos cuatro los
vientos, por socorro; mas nunca me respondieron. Cansado
me dormecí jimiendo; una voz mui piadosa oí diciendo: ¡O
estulto, i tardo a creer i a servir a tu Dios, Dios de to-
dos! ¿Qué hizo él mas por Moisen o por David su siervo?
Desque naciste, siempre él tuvo de ti mui grande cargo.
Cuando te vido en edad de que él fué contento, mara-
biliosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Di-
dias, que son parte del mundo tan rica, te las dio por
tuyas: tú las repartiste adonde te plugo, i te dio poder pa-
ra ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban
cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; i fuis-
te obedescido en tantas tierra*, i de los cristianos co-
braste tan honrada fama. ¿Qué lüzo él mas al su pueblo
de Israel, cuando le sacó de Ejipto? ¿Ni por David, que
de }>astor hizo rei en Judo*? Tórnate a él, i conosce ya tu
yerro; su misericordia es infinita; tu vejez no impedirá a
toda cosa grande: muchas heredades tiene él grandísi-
mas.... Tú llamas por socorro incierto. Responde: ¿quién
te ha aflijido tanto i tantas veces, Dios o el mundo? Los
prinilejios i promesas que da Dios no las quebranta, ni
dice después de haber recibido el servicio, que su inten-
ción no era esta, i que se entiende de otra manera; ni da
martirios por dar color a la fuerza; él va al pié de la
letra; todo lo que él promete, cumple con acrescentam len-
to.... Ahora medio muestra el galardón de estos afanes i
peligros que lias ¡Jasado sirviendo a otros.... No temas,
confía; todas estas tribulaciones están escritas en piedra-
míirmol, i no sin causa.»
Así se consolaba Colon con su gloria, con la persuasión re-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
lijiosa de ser el instrumento escojido por la Providencia para
la ejecución de una obra que no tenia paralelo en la historia,
i con la esperanza de llevarla a cabo a pesar del disfavor de
los reyes i la malicia de sus émulos. Esta imajinacion vigoro-
sa que alienta a Colon en medio de las mayores adversida-
des i desastres, fué sin duda su cualidad dominante. Ella fué
la que le hizo pasar por visionario en todas partes, menos
donde halló almas de su temple, ideas elevadas i jigantescas
que confrontaban con las suyas. Ella le puso espuelas para
acometer una empresa jamas oída; le dio ánimo i perseveran-
cia para luchar con la fria i calculadora prudencia de las cor-
tes; i tuvo también no poca parte en los contrastes i persecu-
ciones que se le suscitaron después, i a que contribuyeron sin
duda las brillantes esperanzas que excitó, i que solo podían
realizarse mas tarde. Ella le hace columbrar las Indias al otro
lado del Atlántico, le hace ver a Ofir i a Cipango en la Espa-
ñola, i le pinta el paraíso terrenal en la costa de Paria.
El espíritu caballeresco de Colon se manifiesta desdo los
primeros pasos que dio en la carrera de sus descubrimientos.
Si salo a buscar un camino mas corto a las Indias, es para
levantar con los tesoros del Oriente una nueva cruzada, i li-
bertar, como otro Gofredo de Bullón, el sepulcro de Cristo.
Desdo antes do salir a su primer viaje, «protesta a los royos
que toda la ganancia do aquella empresa se gaste en la con»
quista de Jerusalem.» En la institución do mayorazgo otorga-
da en 1498, dice a su hijo don Diego, «que, al tiempo quo él
«e mostró para ir a descubrir, hizo instancia do suplicar al
rci i a la nina que se destinase la renta que hobieso do las
Indias a aquella conquista; i quo si los royes así lo complian,
fuese 1 ii buen hura; i si nó, quo encarga al dicho su hijo, o
la persona que le heredare, permanecer en este propósito, i de
ayuntare! mas dinero que pudiere para ir con el
• Jerusalem, osólo con cuanto poder tuviese, que nuestro
ir !•' dará tal aderezo que hacerlo pueda, i si no tuviese
• OOnquistar todo, podrá ■ lo menos parte.» El mismo al-
mtedioeel ano de 1502, en unaoartaal tumo pontífice,
presa *<< habia tomado con fin de {gastar lo que
VIAJES I DESOUBItIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES
della se hobiese, en presidio de la casa santa;» i que habiendo
visto las nuevas tierras, «escribió a los reyes que, dende a sie-
te años, él les pagaría cincuenta mil de a pié i cinco mil de a
caballo para la conquista della, i dende a otros cinco años,
otros tantos.» A esto mismo alude en la relación de su cuar-
to viaje.
Tanto nos han ocupado los documentos de que dejamos he-
cha mención, que no podemos hacer justicia a los demás que
siguen, i solo citaremos a la lijera la relación sacada del tes-
tamento de Diego Méndez (tomo 1, pajina 314); las cartas fa-
miliares del almirante (pajinas 331 i siguientes); la instrucción
que dieron los reyes para el buen gobierno i mantenimiento
de los nuevos pobladores en Indias (tomo 2, pajina 203); la
carta patente para el repartimiento de tierras a los vecinos de
la Española, que trataban de sembrar granos i plantar «huer-
tas e algodones e viñas e cañaverales de azúcar» (pajina 211);
los pertenecientes a la institución de mayorazgo en la familia
de Colon (pajina 221), i a la comisión dada en 1499 al co-
mendador Bobadilla (pajinas 231 i siguientes); fragmentos de
un tratado de interpretación de las profecías del descubrimien-
to de las Indias i recuperación de Jerusalen, obra do Colon
(pajina 260); las primeras ordenanzas para el establecimiento
i gobierno de la casa do contratación de las Indias (pajina
285); el testamento i codicilo de Colon a 19 de mayo, 1506
(pajina 311); las nuevas ordenanzas hechas en 1510 parala
casa de contratación de Sevilla (pajina 337); otras ordenanzas
de 1511 (pajina 345), etc., etc.
Las ilustraciones que el señor Navarrete ha agregado a os-
tos documentos son casi todas náuticas i jeográficas. Para la
perfecta intelijencia de ellas, se echan menos algunas otras,
particularmente de historia natural. Convendría también que
se hubiesen explicado ciertas frases i voces que pueden emba-
razar a los menos versados en el lenguaje antiguo. Hai ade-
mas pasajes viciados, que no hubiera sido difícil rectificar,
dando aviso de ello en las notas, lo que, sin oponerse a la es-
crupulosa fidelidad, que es la primera obligación de un editor,
habría hecho mas expedita i agradable la lectura. Pero estos
4G OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
son defectos levísimos, apenas perceptibles en una obra tan
larga, i ejecutada por lo jeneral con cuidado.
(Repertorio Americano, Año de 1827.)
r— ' «O» ~- j ' ^
HISTORIA física i política
DB CHILE
pon t: l ai: oí o r,.vv
I
Entrega 1.a)
El público está en posesión de la primera entrega de una
obra que, por el interés del asunto i por las luces i trabajos de
su autor, ocupará sin duda uno de los primeros lugares entro
las que se han escrito i se escriban para dar a conocer estas
vastas rej iones del nuevo mundo, en su mayor parte apenas
recorridas a la lijera por viajeros científicos. La historia délos
nuevos estados erijides en ellas, desde su ocupación por la Es-
paña hasta la revolución que les ha dado una existencia inde-
pendiente; la política del gobierno que las tuvo tres siglos bajo
su tutela; la naturaleza de los elementos con que se emprendió
i se llevó a cabo esa revolución; el carácter peculiar de ésta,
injustamente calumniado por la parcialidad o la ignorancia;
sus resultados, su porvenir,' presentan un campo vírjen, lleno
de perspectivas animadas i pintorescas, i un cúmulo de intere-
santes materiales para la filosofía i la política. En la parte, no
la menos gloriosa, que en este grandioso panorama toca a Chi-
le, i que, vasta como es, forma solo una sección de la obra de
don Claudio Gay, nos prometíamos de su pluma algo mas que
una simple reseña de los hechos; i la muestra que acaba de
darse en los primeros capítulos nos anuncia que esta esperanza
48 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
no será frustrada. Nos parecen hábilmente bosquejados los dos
cuadros del reinado de Enrique IV i de los reyes católicos:
dos épocas de contraste: una monarquía decrépita, ultrajada
por las facciones, i una nación rejuvenecida, palpitante de he-
roísmo, osada, guerrera: allá las convulsiones de la feudalidad;
acá una administración central, vigorosa, atinada en sus con-
sejos; un principio de unidad que vivifica i armoniza los miem-
bros incoherentes i hasta entonces hostiles. Pasamos luego a
la lijera por las primeras inspiraciones de Colon, por sus ne-
gociaciones con las cortes de Portugal i España. Vérnosle, su-
perior a su siglo, combatir i dominar a duras penas la preocu-
pación universal, defendida tenazmente por las sutilezas de la
filosofía escolástica. Después de fervorosos actos de devoción ,
se lanza al fin el intrépido jenoves al inexplorado océano con
una mezquina escuadra de tres carabelas, de cien toneladas o
poco mas cada una, i de ciento veinte hombres de tripulación
entre todas. Tristes adioses, tristes presentimientos, contra-
tiempos, fenómenos desconocidos, fragmentos de antiguos nau-
frajios, agravan los temores supersticiosos de los ignorantes
marineros; al descontento i a la murmuración, sucede el motin.
La frente serena, la inconmovible fe del gran navegador desar-
man a los amotinados; las carabelas siguen su rumbo al oeste.
Las aves de la tierra prometida saludan ya a los trabajados
bajeles, i regocijan aquel océano solitario. Yerbas flotantes
anuncian la cercanía de la costa; dudosos celajes hacen excla-
mar: ¡Tierra! tierra! La noche cubre la falaz perspectiva, i
la aurora descorre el velo de las tinieblas para presentar otra
vez a la engallada expectativa de los marineros el anchuroso
arto. Pero los indicios de tierra se repiten i avivan: ramos
cargados de flores i frutos, maderos labrados, despojos al pa-
• humanos. A las dos de la madrugada, un cañonazo déla
caral.rla PÍTltS proclama el término de la expedición, la pre-
sencia di lacosta. El 12 do octubre de 1 (92, pisa Colon la pri-
mera playa del nuevo mundo, en la isla de ( luanalianí.
El autor pasa rápidamente por estos hechos, que no son mas
que la introducá. m a BU historia, Su narrativa animada i con-
cisa nos lleva con el almirantea Cuba i a la Isla Española. Co-
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE -19
Ion vuelve a España; el pueblo, la corte, los soberanos le reci-
ben en triunfo. Segundo viaje: descubrimiento de las Antillas;
primeros combates con los indíjenas. Tercer viaje: descubri-
miento del continente. Los enemigos del almirante le denuncian
a la corte como un ambicioso i desapiadado tirano. Bobadilla,
juez pesquisidor, le arresta en Santo Domingo, le despoja do
sus bienes i lo envía cargado de hierros a España. Absuelto
de los crímenes que se le imputaban, no por eso se le restitu-
ye su autoridad, ni se le cumplen las promesas de la corte;
Ovando es enviado a las Indias en su lugar con treinta i dos
bajeles. Después de repetidas instancias i de mortificaciones
indecibles, obtiene Colon la licencia real para el cuarto i el
mas desgraciado de sus viajes, con cuatro miserables navios,
el mayor de setenta toneladas escasas. Isabel muere; i con
ella, el único apoyo de Colon, que hostiga con inútiles quejas
i demandas al ingrato Fernando. Agobiado de sinsabores,
desgarradas sus entrañas por el buitre de Prometeo, por la
ingratitud con que paga a sus mas ilustres bienhechores la
humanidad contemporánea, expira en Valladolid el 20 de Ma-
yo de 1506/
Siguen luego en interesante i concisa reseña el viaje inmor-
tal de Vasco de Gama, los de Ojeda i Américo Vespucio, el
* tNo hai concordancia en los historiadores respecto a la edad que
Colon tenia a la hora de su muerte: cincuenta i nueve años le señala
Robertson, pero Washington Irving le supone setenta; i ésta nos parece
en efecto la verdadera, según documentos de los cuales se infiere haber
ocurrido el nacimiento del ilustre náutico hacia el año 1437. Asentar
cuál fuera el pueblo de su naturaleza también ha dado márjen a mu-
chos i mui sostenidos altercados, por lo mismo que era de mui subido
precio la herencia do un nombretan singular, cuanto glorioso; i si bien
Colonetto, cerca de Jénova, parecía ya en quieta posesión de tan envi-
diable fortuna, por el descubrimiento que hizo el distinguido arqueó-
logo Isnardi, hoi viene la Córcega disputándosela, siendo por tanto la
Francia quien habrá de vindicar la honra de haber producido un Colon,
si, como lo han dicho varios periódicos franceses i extranjeros, llega a
confirmarse la noticia do que el señor Guivega, antiguo prefecto do
Córcega, ha descubierto en Calvi, una de las aldeas de la provincia, la
fe de bautismo del inmortal mareante.»— {Nota de Gay.)
OPÚ5C, 7
50 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
gobierno de don Diego Colon, las conquistas do Cuba, Puerto
Rico i la Florida, el descubrimiento del Yucatán i de Méjico,
el de Ja mar del Sur, las tentativas de Pizarro en el Perú, sus
conquistas, la catástrofe de los incas. Usurpa Almagro el go-
bierno del Cuzco. Reconciliado con Pizarro, se resuelve el des-
cubrimiento i conquista de Chile.
llenos ya aquí en la historia política do nuestro país. El
autor interrumpe la serie de los sucesos, para recordarnos
brevemente el descubrimiento i conquista de Chile por el inca
Yupangui, que llevó las leyes peruanas hasta las orillas del
Maule, si se ha de creer a Garcilaso de la Vega, o solo hasta el
rio Rapel, si nos merece mas confianza Molina. Los españoles
invaden a Chile con numerosa tropa de indios auxiliares, i tie-
nen que lidiar ante todo con los rigores de la estación, con las
penalidades de una marcha lenta i difícil por senderos frago-
sos, por derrumbaderos apenas practicables para la infantería i
sobre cumbres nevadas: el aire enrarecido i la puna turban las
funciones vitales, i causan un abatimiento profundo, insopor-
table ansiedad i molestia en los ánimos, i en las constituciones
menos robustas, la muerte, que se ceba de. preferencia en las
lilas peruanas. Internado Almagro hasta el vallo de Coquim-
bo, castiga en los naturales la muerte dada a tres españoles
incautos. Veintisiete personas principales, i con ellas el caci-
que, de Copiapó, son arrojadas a las llamas. «Estas fueron,
dice el historiador, las primicias de la sangre, chilena i españo-
la que regó aquella tierra de libertad, aquel sudo de probado
Valor i de exquisito heroísmo, i donde, si durante tres siglos
ha continuado humedeciendo las feraces provincias araucanas,
todavía mantienen éstas con orgullo sus limites, toda su pri-
mitiva i venerada independencia. a Almagro penetra hasta RÍO
Claro; «los atrevidos promaucas, que Loa peruanos no pudie*
r, B6 presentan ante los españoles con inipertur-
bable continente. a Habíanse ya medido los invasores con los
[rienta i dudosa refriega, cuando llegan del
perú con nuevas fuerzas Rodrigo Ortlóñez i Juan de Rada. .\l-
pOj recibida la real cédula que le nombraba adelantado de
• 'i.» al sur del Perú, determina volverse, I 'na
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE 51
muerte afrentosa le aguardaba en el nuevo gobierno, donde
su imajinacion le figuraba un inmenso porvenir de poder i
riqueza. A la cabeza de los españoles desanimados que mira-
ban la conquista de Chile como una empresa de mas dificul-
tad que provecho, regresa al Cuzco. Sabido es que esta reso-
lución de Almagro suscitó en el Perú la guerra civil, i que en
ella le cupo ser derrotado i conducido al patíbulo. Muere a
fines de 1538 a los sesenta i seis años de edad. Su cadáver casi
desnudo queda expuesto un dia entero a la curiosidad i escarnio
del populacho: un negro esclavo se llega al anochecer al ca-
dalso, recojo respetuoso el cuerpo de su señor, i le da sepultura
sagrada.
Aquí termina la primera entrega: rasgo histórico en que
resplandecen el juicio, la claridad, el puro i elegante lengua-
je, aunque con resabios de arcaísmo, que probablemente no
serán del gusto de muchos; i entre éstos, no nos avergonza-
remos de contarnos nosotros. El señor Gay se ha valido para
la versión castellana de la pluma de don Pedro Martínez Ló-
pez, a quien ya conocíamos como autor de una obra estimable,
que contieno orijinales observaciones sobre la lengua castella-
na, i censuras, a nuestro juicio demasiado severas, de la gra-
mática do don Vicente Salva. Sabemos que el señor Gay tiene
acopiados preciosos i hasta ahora poco conocidos materiales pa-
ra las partes sucesivas de la historia política; i nos felicitamos
do que haya logrado acceso a la inestimable colecccion del señor
Ternaux-Compans, que ha dado al público una parto de ella
on francés.* «Poseo, nos dice el señor Gay, copia íntegra de la
correspondencia que con Carlos V siguió aquel caballero (Pe-
dro de Valdivia), copia quo fué sacada fielmente de las cartas
orijinales, trasladadas con otros documentos desde Simancas
a Sevilla, donde existen hoi, i que guardó muchos años el cé-
lebre Muñoz.» La inserción do esta correspondencia en la obra
le daria un nuevo precio a los ojos de sus lectores.
* Hemos dado años hace noticia de esta publicación en el Arauca-
no; sabemos que existo ya en la rica i escojida biblioteca del señor
don Mariano de EgaSa.
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
La parte en que estamos seguros de que aparecerán con
mas brillo los conocimientos del señor Gay, es la destinada a
la jeografía i la historia natural de Chile. Bajo este punto do
vista, su obra no tendrá solo un interés americano i chileno:
ella aumentará con gran número de nuevas epecies el catálo-
go de la naturaleza orgánica i del reino mineral, tan rico i
variado en nuestro suelo. Se han insertado en este periódi-
co, algunas memorias del señor Gay, que nos dan una idea
mui aventajada de sus trabajos como naturalista i jeólogo, i
de su talento descriptivo: difícilmente pudieran haber caído en
mejores manos la zoolojía, la botánica, la minóralo jía de Chi-
le. La jeografía chilena podrá en breve competir con la do
Venezuela, que debe tanto a la devoción científica i a la labo-
riosidad de don Agustín Codazzi. En fin, por lo que hace a
la tipografía i al grabado, nos pareco que la muestra de la
primera entrega habrá llenado completamente las esperanzas
de los suscriptores.
II
i
(Entrega 2.*)
Se ha recibido al fin esta segunda entrega, aguardada tan
ansiosamente por los suscriptores i el público. El capítulo 12,
por el cual principia, da noticia do la empresa de la conquista
de Chile, encomendada a Pedro de Valdivia. So ha tenido ;i la
vista para esta parto do la narrativa un documento histórico
interesante: el pacto firmado en Atacama el T2 de agosto de
Iro Sánchez de Hoz, Juan Bohon, Alonso do Mon-
roi, Pedro Gómez, i el olérigo Diego Pérez, ante ol escribano
d<d ejército Luis do Oartajcn;i. Pedro Sanche/, de Hoz había
sido nombrado por el reí para la reducción de doscientas leguas
do país al sur del Perú, donde la faina anunciaba riquezas in-
Pizarro prefirió* para la empresa a Pedro de Valdi-
via por el valor i pencia deque habla ya dado señaladas muestras
on las guerra illa, i en las conquistas do Venezuela i del
HIST0RÍA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE
Perú, si bien asociándole a Sánchez cíe Hoz, para no desobedecer
abiertamente a la voluntad soberana. Por entonces habia de-
caído mucho la nombradla de los tesoros chilenos, al paso que
se ponderaba el espíritu independiente i belicoso de los natu-
rales, bien probado en las tentativas precedentes: causas am-
bas que hacían escasear los brazos i los fondos para la
ejecución de un proyecto que ya se miraba como de mui supe-
riores dificultades i de dudosa ganancia, comparado con el de
la subyugación del imperio peruano. Valdivia logró a duras
penas reunir hasta ciento cincuenta hombres de armas, i un
corto número de indios para la conducción i custodia del ba-
gaje; i el 19 de enero de 1540, concurrió la tropa de soldados
aventureros a la plaza del Cuzco. Pedro Gómez fué reconoci-
do en el carácter de maestre de campo; Pedro de Miranda, en
el de alférez o portador der estandarte real, que era en aquel
tiempo uno de los cargos mas honrosos de la milicia; i Alon-
so Monroi, en el de sárjente mayor. Pasaron muestra los capi-
tanes de la caballería, Francisco de Aguirre i Jerónimo de
Alderete; el de los arcabuceros i ballesteros, Francisco de Vi-
llagra; i el de los piqueros i rodeleros, Rodrigo de Quiroga; i
en fin, como capellanes del pequeño ejército i predicadores de
la santa fe, los presbíteros Bartolomé Rodrigo i Gonzalo Mar-
molejo, a quienes se agregó después el relijioso mercenario
frai Antonio Rondón. El 20 fué el día aplazado para comen-
zar la jornada, lo que se ejecutó con las acostumbradas cere-
monias relijiosas, en la catedral del Cuzco, a presencia del
obispo don frai Vicente Valverde. llízose voto de dedicar a la
Asunción de Nuestra Señora el primer templo que la piedad
de los conquistadores erijiese en Chile, i de señalar con el
nombre del apóstol Santiago la primera ciudad que se funda-
se. Emprendióse la marcha al sur; i llegados a Atacama, se
celebró el acuerdo de que dejamos hecha mención, por el que
Valdivia, desembarazado de la asociación de Sánchez de Hoz,
que era ya para ól una carga pesada, quedaba por único jefe
de la expedición conquistadora.
Atravesóse a mediados de agosto el despoblado de Atacama,
sirviendo de guia el relijioso frai Antonio Rondón, compañero
Tú OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de Almagro en la invasión antecedente. Trabajosa debió, sin
duda, de ser esta marcha por aquel vasto i árido desierto,
falto de todo lo necesario para la subsistencia de los hombres,
de las mujeres i niños que en no pequeño número los acom-
pañaban, i de los animales domésticos destinados a la futura
colonia; i aun por esto, suponen algunos autores que hubo
una sedición orijinada de la momentánea carencia de mante-
nimientos; pero se opone a esta especie «el libro del cabildo»,
en que se dice que Valdivia condujo i gobernó la expedición
con mucho acierto, sin que hubiesen ocurrido escándalos ni
disensiones.
Triunfó, en efecto, Valdivia de todas las penalidades de
aquella larga i fastidiosa travesía; i acampado a orillas de un
riachuelo, entonaron los sacerdotes un solemne Te Dcum,
acompañado de festivas aclamaciones, a que se mezclaban el
estampido del cañón i el ruido de los atabales, que por pri-
mera vez interrumpían el silencio de aquellas apartadas rc-
jiones. En tanto, el protagonista de aquel drama, tantas veces
repetido por los conquistadores de América, que creían lej ¡ti-
mar con él la usurpación de extensos países i la sujeción de
sus habitantes, con la espada desnuda en una mano i el pen-
dón real en otra, tomó posesión del país a nombre del rci; i
petuar la memoria de este acto, ordenó que aquel lu-
ie llamase en adelante Valle de la Posesión. Pero pre-
valeció a pesar de los deseos de Valdivia el nombre nativo de
Copiapó. El padre O valle pretende que esta palabra significa
entera de turquesas: etimolojia dudosa para el autor,
aunque sospecha que de ella lian tomado ocasión varios autO-
de-.]. nes (le Herrera, para asegurar que abundaba de tur-
iquel valle.
Sig to la primera entrevista de los aventureros con
□abajadores (huerquenés)^ con lazos azu-
i n las il' Ral de paz i parlamento, vienen a nombre
renovar la a que habían pactado con
Alin que Valdivi tdió reconviniéndolos pomo
haber acudido Antes al debido hospodaje, aparentando oonce-
• l perdón ¡ exijiendo se le
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE "'0
trajese un buen número de iamenes (indios de carga, llama-
dos en Chile manantes) para el trasporte de víveres i baga*
jes. Al solemne recibimiento de la embajada, sucedió, como
siempre, la feria de ehaquira (así se llamó en el Perú el aljó-
far i abalorio que llevaban los españoles para esta especie de
tráfico), canutillo, agujas, cuentas de diferentes formas i co-
lores, por trozos de minerales de cobre, cuyo hermoso color
azul les daba la apariencia de turquesas, i oro en grano i
polvo. El que recojieron esta vez los españoles subió hasta la
cantidad de unos mil i quinientos pesos,
VA ejército es alojado en Pailánas por el cacique Marcandei,
nieto del que Almagro había condenado a las llamas. Muda-
dos allí los tamenes, continuó en su marcha hasta rio de Li-
marí i rio de Chuapa, sin ver señales de paz i hospitalidad en
los indios, que por el contrario manifestaban disposiciones
hostiles. En Aconcagua (que Valdivia en su correspondencia
con el emperador Carlos V llama Conconcagua) fie percibieron
señales positivas de conciertos para resistir a la invasión es-
pañola; i esto sujirió la idea de fundar una ciudad en paraje
conveniente para la defensa. Elijióso al intento el risueño va-
lle del Mapocho; mas antes de poner en ejecución este pensa-
miento, fué necesario combatir i vencer a Michimalonco, toqui
o jefe de los indios chilenos, que, desechados los tratos de paz
i amistad propuestos por Valdivia, desafió denodado a los es-
pañoles, disputándoles el paso del Aconcagua. Los indios de-
jaron libre el paso del rio, i cubierto de cadáveres el campo.
De los prisioneros se reservaron cuatrocientos para el servicio
del ejército; i no hubo ya obstáculo para la fundación de la
primera ciudad, punto de apoyo de las futuras operaciones de
las conquistadores. Explorados cuidadosamente los alrededo-
res, pareció convenir a la planta de la nueva colonia un terre-
no del cacique Huelen-guala, situado a la ribera del Mapocho,
i dominado por el cerro de Huelen, hoi Santa Lucía.
Valdivia] deseoso de granjearse la buena voluntad de los
habitantes, solicitó amistosamente la concesión de aquel terre-
no. Los caciques vecinos son convidados a un parlamento,
que se celebra a principios del año de 1541. Valdivia ostentó
5G OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
allí toda la pompa que le era posible, rodeándose de sus ofi-
ciales, sacerdotes i tropa, en un lugar bastante elevado para
descubrir i dominar los contornos. «Comenzó la ceremonia:
los caciques eran recibidos a son de cajas i atabales, notándo-
se entre los concurrentes, Huelen-guala, dueño del terreno que
tanto se ambicionaba; Guala-guala, cacique de la parte supe-
rior del Mapocho; Incajerulonen} cacique de los cerrillos de
Apochame; Millacura, cacique de las playas del Maipú, etc.:
todos ellos con los adornos de ricas i vistosas plumas en la ca-
beza, i en la mano un ramo de voighe, símbolo de paz;» (el
mismo árbol que se llama vulgarmente canelo, i que en la
botánica se conoce con el nombre de drymis chilensis).
Concluido el recibimiento de los señores del país, «tomó
Valdivia la palabra, i recitó de un cabo al otro el interminable
discurso que de orden real habia formulado de antemano el
doctor Palacios Rubios, para que los conquistadores supiesen
como habían de hablar con ocasión de posesionarse de algu-
nos terrenos. Allí se trataba de nuestra jencalojía; del poder
espiritual i temporal de los papas; de la concesión que uno de
ellos habia hecho a los monarcas españoles de todos los países
de la América, i al que debían los indios sumisión i vasallaje,
H DO querían mas una guerra continua, durante la cual ve-
rían sus campos talados, sus mujeres e hijos traídos a la es-
clavitud, listas amenazas venían doradas con palabras de ca-
ridad i de consuelo, que propendían a encarecer los placeres
de la vida social, i el cuadro venturoso do un porvenir hasta
entonces ignorado en aquellas rejiones: beneficios que solo
■Sfian asequibles consintiendo el establecimiento de los espa-
ñoles. » Valdivia termino' su arenga pidiendo se le concedie-
sen las lien-as de Huelen-guala, i ofreciendo en cambio las do
del Inca en el territorio de Talagante. El cura
Qoiejo tomó entonces la palabra en apoyo de las preten*
■iones de. Valdivia, exponiendo los beneuoios de una relijíon
fundada en la moral i la fraternidad. Uno i otro discurso in-
terpretados Dio kno a lea caciques, que no esperaban
se 1< B hablado Sino de víveres id»' indios de carga,
i ijo una Impresión desagradable, que disimularon con to-
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE 57
do, accediendo con aparente benevolencia a la demanda, i
contribuyendo con buen número de indios para ayudar en el
desmonte del terreno i en la construcción do los edificios.
Valdivia tomó posesión, a nombre del rci, de todo el terri-
torio contiguo al cerro de Huelen; i plantó por sí mismo una
cruz en el punto en que babia de alzarse la iglesia parroquial,
dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, entre los alegres
vivas do su jente i las salvas de la artillería. Tal fué el acto
solemne de la fundación de Santiago, el 12 do febrero do 1541.
Constituyóse la municipalidad o ayuntamiento, clijiendo los
miembros Valdivia a nombre del rei, en 7 de marzo del mis-
mo año. He aquí los nombres de los primeros municipales do
Santiago: Francisco de Aguirre, i Juan Dávalos Jofré, alcaldes
ordinarios; Juan Fernández de Alderete, Juan Bohon, Francisco
de Villagra, Martin de Solier, Gaspar de Villarroel, Jerónimo
do Alderete, rejidores; Antonio Zapata, mayordomo; Antonio
Pastrana, procurador. El 1 1 prestó el cabildo juramento, pro-
metiendo desempeñar su cargo en servicio de Dios, del rci, do
los pobladores españoles i de los indios.
Es interesante la narración que a esto sigue, de la impre-
sión de pavor que produjeron en los españoles las aciagas no-
ticias del Perú, i los indicios cada dia mas fuertes de los azares
con que los amenazaba el descontento de los naturales; de la
proposición que por el órgano del síndico Pastrana hizo a
Valdivia el cabildo, para que se declarase independiente del
Perú, i ejerciese la suprema autoridad a nombre del rei i del
pueblo; de la repugnancia, probablemente afectada, de Valdi-
via; de su final resolución de acceder a las instancias del pue-
blo i gobernar la colonia con absoluta independencia, hasta
la determinación soberana; i de la conjuración descubierta
poco después para asesinarle, i que paró en el suplicio de cin-
co de los principales conspiradores, partidarios secretos de
Almagro. La correspondencia de Valdivia con el emperador
Carlos V, que, como dice el autor, abunda en detalles de cuan-
tos sucesos ocurrieron entonces, es la fuente principal de don-
de se toman las noticias, corrijiéndose al paso las inexactitu-
des i deslices de otros historiadores.
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Los indíjonas rompen al fin. Santiago es valerosamente
combatida por Miehimalonco; i aunque al Qn es repulsado el
enemigo, no fué insignificante la pérdida de los colonos. «Pe-
learon todo el dia en peso los cristianos, dice en una de sus
cartas Valdivia; i les mataron veinte i tres caballos i cuatro
cristianos; i quemaron toda la ciudad, i comida, i la ropa, i
cuanta hacienda teníamos, que no quedamos sino con los an-
drajos que teníamos para la guerra i con las armas que a cues-
tas traíamos, i dos porquczuelas, i un cochinillo, i una polla,
i un pollo, i hasta dos almuerzas de trigo.» En los apuros a que
se vio reducida la colonia por la insurrección casi jcneral del
país, desplegó Valdivia las cualidades sobresalientes de que
estaba dotado. Nada pinta mejor la situación desesperada do
los colonos que el mismo Valdivia, cuando, acerca de las con-
tinuas refriegas de los indios, escribe así al emperador: «Ma-
tándonos cada dia a las puertas de nuestras casas nuestros
anaconas (yanaconas, indios amigos do servicio), que eran
nuestra vida, i a los hijos de los cristianos, determiné hacer
un cercado de estado i medio de alto, de mil i seiscientos pies
en taladro, que llevó doscientos mil adoves de a vara de largo
i un pal mi) de alto, que a ellos i a él hicieron a Tuerza de
brazos los vasallos do Vuestra Majestad, i yo con ellos; i con
nuestras armas a cuestas, trabajamos desde que lo comenza-
mos basta que se acabó sin descansar hora; i en habiendo
irrita de indios, seacoiian a él la jente menuda i bagaje, i allí
estaba la comida poca que teníamos guardada, i los peones
quedaban a la defensa, i los de a caballo salíamos a. correr el
dno i pelear con los indios i defender nuestras sementeras:
(\\u-ñ desde que la tierra se obró (¿alzó?) sin quitar-
Dos una hora las .armas do acuestas, hasta que el capitán Mon-
ro¡ volvió a ella con el Booorro, que pasó espacio de casi tres
i, i hasta el último año de estos tres que nos sementamos
muí bien i tuvina s comida, pasamos los dos primeros
con i ' ni, i lanía que no lo podría significar, i
a miiehOS de IOS Ori lo ir un dia a cavar
•i- aquel i OtPOI dos; i acabadas
iqm I naban a lo meSIDO; i [e todas de nuestro
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE f>9
servicio i hijos con esto se mantenían; i el cristiano que al-
canzaba cincuenta granos de maíz cada dia' no se tenia en
poco; i el que tenia un puíio de trigo, no lo molia para sacar
el salvado.»
El viaje de Monroi al Perú en demanda de socorro, su cau-
tividad, su libertad, su vuelta a Chile, forman un episodio
entretenido. Valdivia sale contra los enemigos acantonados en
la provincia de los promaucáes. Gracias al oportuno auxilio
de Monroi, i al que después le trajo el marino jonovcsPastene,
logró casi reducir a los indios; que, o deponían las armas, o
abandonaban en masa sus hogares. Pareció aquella una buena
coyuntura para reconocer la costa de Chile; i se encomendó
esta empresa a Fastene, que, recorriendo una parte déla mar
del .Sur, había ya prestado relevantes servicios a la corona de
España. El 4 de setiembre do 1544, salieron de Valparaíso los
dos bájales mandados por Pastene, que regresó el 30 del mis-
mo mes a Valparaíso, sin otro resultado que el reconocimien-
to de los puertos a que, en honra del gobernador, se dieron los
nombres de San Pedro i de Valdivia, el de los rios Tolten i
Canten, el de la isla Mocha, bahía de Penco i otros puntos
litorales.
En 1515, presentaba ya la colonia un lisonjero aspecto. Val-
divia contaba con unos doscientos españoles, fuera de las
mujeres i niños; los frutos i los animales domésticos se habían
multiplicado asombrosamente, tanto que Valdivia esperaba ív-
cojer en diciembre de aquel año de diez a doce mil fanecas de
trigo, «i maíz sin número, (dice él mismo^, i de las dos por-
quezuelas i cochinillo que salvamos cuando los indios quema-
ron esta ciudad, hai ya ocho a diez mil cabezas, i de la polla
i el polio tantas gallinas como yerbas, que verano e invier-
no se crian en abundancia.» Se fundó la Serena; se princi-
piaron a trabajar las minas por los yanaconas; i se envió por
nuevos auxilios al Perú; el gobernador ganó una sangrienta
victoria sobre los indios del otro lado del Maule; se adelantó
sin nuevo embarazo hasta el P>iobío; i explorado el país, dio la
vuelta a Santiago en marzo de 1515, después de solos cuarenta
días de ausencia. Aquí le dejaremos aguardando impaciente
W OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
los refuerzos pedirlos al Peni, i no exento de peligro por el
descontento de los colonos i la aversión, cada dia mas pronun-
ciada, de los indios. Ocupan estos sucesos los capítulos 12T
13, 14 i 15; la entrega contiene hasta el 20 i una pequeña par-
te del 2í.
Si la exactitud i la dilijencia son las prendas mas esenciales
de la historia, no podemos negar a la presente un mérito dis-
tinguido entre las que se han dado a luz sobre nuestro país,
sea que consideremos el juicio con que el autor ha hecho uso
de sus materiales, que a la verdad no eran escasos, o el celo
con que se ha procurado documentos, al paso que raros i nue-
vos, preciosos por su auténtica orijinalidad. Con esto auxilio,
vemos ya rectificados o desmentidos algunos hechos, que pasa-
ban por ciertos, i se nos dan pormenores desconocidos, pintores-
cosa veces, i siempre interesantes; porque apenas pueden dejar
de serlo los relativos al nacimiento, a la infancia, a los prime-
ros pasos de la sociedad a que pertenecemos. Ha sido sobre
todo un hallazgo de gran precio la correspondencia de Pedro de
Valdivia, que, a juzgar por las muestras que de ella nos presen-
ta el autor, acaso no desmerezca ponerse al lado de las de
otros célebres descubridores i conquistadores americanos. Esta
especie do narrativa autógrafo de los personajes históricos tie-
ne para nosotros un grande atractivo; porque, prescindiendo
de la sustancia de los hechos, en quo es mui factible que el
interés personal, o por lo menos, el interés déla reputación,
haya torcido alguna vea la pluma; las palabras mismas, las
ideas, los sentimientos, las reticencias estudiadas, las revela-
ciones involuntarias, i hasta la evajeraeion i la mentira, con-
tribuyen a hacernos una exhibición viviente del hombre, i del
siglo i país en que QgUr& objeto mas instructivo en la histo-
ria, que las individualidades de marchas i batallas. Nos halaga,
pues, If esperante de saborearnos algún dia con la lectura do
del fundador de chile al emperador ('arlos V, i de
otras piezas curiosas adquiridas por don Claudio Cay, i anun-
ciadas entre los documento! justificativo! de su historia.
Bn cuanto al estilo, no podemos menos de repetir el juicio
■•i,,jtim. ,|,. ]:, primera entrega. El redactor caste-
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE 61
llano es un literato conocido, que goza de bastante reputación
como filólogo; pero es innegable que, por parecer castizo, usa
de ciertos jiros que creemos opuestos a la sencilla naturalidad
de las composiciones narrativas, i emplea con demasiada fre-
cuencia ciertos modas de deoirf que ha desechado tiempo hú
nuestra lengua. Tal es la impresión que ha hecho jeneralmen*
te su estilo, i, a nuestro entender, con algún fundamento.
En cuanto a la falta de ciertas miras filosóficas elevadas, quu
algunos imputan como un defecto a la presente obra, estamos
por decir que para nosotros es mas bien un mérito. El prurito
de filosofar es una cosa que va perjudicando mucho a la seve-
ridad de la historia; porque en ciertas materias el que dice
filosofía, dice sistema; i el que profesa un sistema, lo ve todo
al través do un vidrio pintado, que da un falso tinte a los obje-
tos. ¿Para qué añadir, a tantos peligros como corre la verdad
en manos del historiador por las afecciones de quo le es impo-
sible despojarse, una nueva causa de ilusión i de error? ¿Se
refieren con fiel puntualidad los sucesos, se nos dan a conocer
las personas, se nos hacen ver las ideas, los intereses, las
pasiones, las preocupaciones de la época? Estamos satisfechos.
Haya en hora buena historias filosóficas ex profeso, o filosofías
de la historia, que revisen i compulsen los testimonios prece-
dentes, i los presenten bajo la forma de un drama romántico,
o do una nueva teoría política, relijiosa, humanitaria o fatalista.
Don Claudio Gay no so ha propuesto ese objeto. Se ha pro-
puesto contar con imparcialidad i verdad; i si lo ha consegui-
do; si las entregas sucesivas nos le muestran tan dilijente en
sus investigaciones, tan instructivo en sus noticias, tan cir*
cunspecto en sus juicios, como lo prometen las que hemos
visto hasta ahora, es indiferente que su obra se clasifique entre
las historias o entre las crónicas, con tal que se reconozca que
ea una producción estimable i un servicio a que debe estarle
agradecida su patria adoptiva.
III
Con ansia aguardaba Valdivia el regreso de Pastene i Mon-
roi, enviados al Perú en busca de auxilios. A la llegada de
6Í OrÚSGULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
los comisionados, ardia el Perú en disensiones intestinas, ex-
citadas por la severidad intempestiva del virrei Blasco Núñez
Vela, i por la ambición de Gonzalo Pizarro, ya en armas para
apoderarse del mando supremo. Monroi, atacado de la fiebre
cerebral que en Chile se llama chavalongo ^ falleció a los
pocos dias. Ulloa, que había sido encargado de una misión a
la corte, se apropió todo el oro que con este fin habia puesto
en sus manos Valdivia; recojió ademas el que dejaba Monroi;
i aprovechándose de las revueltas del Perú, i del favor de Pi-
zarro, abandonó el pensamiento de ajenciar por el interés aje-
no, i se valió de cuantos medios pudo para seducir a Pastene,
cuyo buque hizo embargar. Dueño Ulloa de toda la confianza
de Pizarro por su conducta en la guerra civil, hizo salir los
dos navios con dirección a Atacama, a dundo caminaba por
tierra. Pastene, entre tanto, se procura un pequeño bajel; so
embarca con treinta hombres entre soldados i marineros; pasa
por Atacama, donde no sin dificultad burló la vijilancia de los
enemigos de Valdivia; i llega por Vm a las costas de Chile en
un estado verdaderamente lastimoso. Pocos dias después, apa-
recieron por tierra otros ocho españoles, último resto de una
partida que se habia separado de la expedición de Ulloa; i
atravesando el desierto sin armas, dio en manos de los indios.
La mayor parte pereció; i estos ocho, aunque heridos, pudie-
ron escaparse en yeguas salvajes, que los llevaron a la Serena,
donde depositaron lo poco que traían con unos cuantos nogros
i niños, parB trasladarse a Santiago.
tos contratiempos, por una parte; por otra, quizá la cs-
.ii/.a de abrirse un campo mas ancho i provechoso en el
Perú, sacando partido de las turbulencias que lo destrozaban,
o del patrocinio de Pedro de la Qasca, comisionado por el
emperador para pacificar el país, i junto con esto, el resentí*
miento contra Pizarro, favoreoedorde Ulloa, sujirieron a Val-
divia la idea de pasar él mism i a < [uel teatro de ambición i
do fortuna, aoomp ifi ido de diez d incipalea partidarios,
feronimo de Mderete, Juan Jofré i su escribano o
pero disfraza al eonsejo i al pue-
blo i lero obji pretextando ••! ínter»
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE G3
vicio de la colonia. A Francisco de Villagra, encargó del man-
do interino; recojió, parte suyos, parte ajenos con calidad de
reintegro, valiéndose de la amistad, del ardid, i según algu-
nos, de la violencia, hasta cien mil castellanos de oro; i dio
vela con destino al. Perú en 10 de diciembre de 15i7, no sin
visitar de paso la Serena, punto importante para las comuni-
caciones por tierra. Llegado al Callao, corre a incorporarse
con las tropas del rei en Andauáilas; se aboca a la Gasea, que
le confía el mando de sus fuerzas; atraviesa el Apurímae;
avístanso los dos ejércitos; i después de varios encuentros, es
derrotado el de Pizarro, i él mismo es hecho prisionero, i lue-
go decapitado en el Cuzco. Sucesos tan brillantes parecían
asegurar a Valdivia las mas honoríficas i lucrativas recompen-
sas; i no es probable que se creyese sedicientemente premiado
con el gobierno de Chile, que le confirmó La ( lasca. Unióscle
un enjambre de aventureros descontentos, a quienes no habia
cabido parto en los empleos i encomiendas: jente acostum-
brada al pillaje, a las violencias i desórdenes de la conquista i
de la guerra civil. Asegurábase al virrei que un gran número
de descontentos i partidarios de Pizarro conspiraban para
asesinarle a él, al obispo, i a los capitanes que le seguian;
que el plan era, después de dado este golpe, apoderarse de la
tesorería real do Las Charcas, proclamar a Valdivia, i dar por
tierra con las nuevas ordenanzas, orí jen de tantos disgustos i
discordias. «Estaba la tierra tan vidriosa, dice el mismo Val-
divia al emperador, i la jente tan endiablada por los muchos
descontentos que habia, por no haber paño en ella para vestir
a mas de los que el presidente vistió, que intentaba mucha
jente de lustre, aunque no en bondad, de matar al presidente,
e mariscal c a los capitanes e obispo que le seguian, i muer-
tos, salir a mí, i llevarme por su capitán por robar la plata
de Vuestra Majestad que estaba en Charcas, i alzarse con la
tierra, como en lo pasado; i *si no lo quisiese hacer de grado,
compelermo por la fuerza a ello, o matarme.» El virrei ordenó
que el capitán Pedro de Ilinojosa con diez arcabuceros saliese
en demanda de Valdivia; i si le hallaba delincuente, le hicie-
se volver de Arequipa, de donde parece estaba ya a punto de
C4 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
partir para Chile. Hinojosa pareció satisfecho de los descargos
del acusado, i le dejó seguir su camino; pero no así el virrei,
que creyó no haber estado mui distante Valdivia de aceptar el
ofrecimiento de los conjurados. Hinojosa volvió con la misma
orden de emplazar al gobernador de Chile, a quien ya alcanzó
en Atacama. Valdivia le acompañó al Callao; i en una entre-
vista con el virrei, logró calmarle i desvanecer sus sospechas.
Restituyóse a Chile con unos doscientos hombres; pero con
mui pocos auxilios de otra especie. Recorramos lo sucedido
durante su ausencia. Pedro de Hoz, de cuyas pretensiones
habia Valdivia logrado desembarazarse por el pacto do Ataca-
ma, abrigaba siempre una secreta ojeriza al gobernador, por
quien se creia burlado i desairado; su ausencia le pareció una
excelente ocasión para hacer valer su nombramiento real i apo-
derarse del gobierno. A Juan Romero, su confidente, se le sor-
prendió una carta din j ida a varios hidalgos de la colonia. Uno
i otro fueron inmediatamente condenados a muerte; Hoz fué
decapitado; su ájente, empalado. Del gobierno de Villagra,
datan las primeras providencias para el aseo de las acequias
de Santiago, continuadas hasta nuestros dias con mas cons-
tancia que suceso. Es notable i característica de la época otra
providencia de Villagra: la prohibición de sembrar legumbres
en las huertas contiguas a las casas, cuyo cultivo debia limi-
tarse a lo que so llama propiamente hortaliza, sin duda con la
mira de fomentar el ramo fiscal de alcabalas. El trigo se ma-
chacaba a fuerza de brazos entro piedras, como lo hacían loa
indios con el maíz; i el rejidor Rodrigo do Araya tuvo la glo-
ria do haber construido el primer molino a la parto del sur del
cerro do Santa Lucía, cerca do una ermita do Nuestra Señora
del Socorro. El comercio consistía en tal cual barco que 11<
ha del Perú, i cuya earira solía comprarse en globo por los
que badán el tráfico <!<• menudeo, eme la vendían después con
exorbitantes ganancia*. Kl bando eon que el cabildo procuró
remediar cst. m singular: se mandó* que los comprado-
res concurriesen a declarar el precio de los objetos comprados,
■ mismo precio durante los nueve primeros
dias, contados desde aquí M abría la venta; pero pasa-
HISTORIA FÍSICA 1 POLÍTICA DE CHILE G5
do csc plazo, pudieran apreciar los objetos como quisiesen,
salvo el derecho del cabildo para intervenir i fijarlo, cuando
pareciese conveniente.
Sobrevino en esto un levantamiento de los indios del norte,
en que perecieron varios españoles que habitaban las comarcas
de Coquimbo, Huasco i Copiapó; la Serena es incendiada;
Villagra marcha a sofocar la insurrección, i no encuentra mas
que los vestijios de sus estragos; los indios se habian acojidoa
los riscos i breñas de los Andes. Francisco de Aguirre, que le
sucede en Santiago, sale por su parte a perseguir varios cuer-
pos do indios que hacen correrías por las tierras vecinas. Son
presos de orden de Villagra los personajes de mas viso, entre
ellos los caciques de Lampa i do San Juan; el cabildo acuerda
que su alguacil mayor Juan Gómez pueda salir do la ciudad,
siéndolo mandado (estas son sus palabras) «tomar lengua de los
que hai en la tierra; i para ello, pueda tomar cualquier indio do
cualquier repartimiento, sea de paz o de guerra, i lo atormen-
tar i quemar para saber lo quo conviene se sepa en lo tocanto
a la guerra.» La fermentación cundía; todo anunciaba un alza*
miento en masa.
La llegada de Valdivia conjuró por algún tiempo la tempes-
tad. Hizo su solemne entrada en Santiago, como gobernador
de Chile a nombre do Su Majestad, el 20 de junio de 1549,
saliendo a recibirle la municipalidad, los empleados civiles i
militares i la población toda, de quienes fué acompañado a la
iglesia, i luego a su morada, donde, a presencia del cabildo,
renovó el juramento que a su nombre había prestado Alde-
rete.
La hacienda contaba ya tres empleados do nombramiento
del licenciado Pedro de la Gasoa: el tesorero Jerónimo de Al-
dorcte, el contador Estovan de Sosa: i el veedor Vicencio do
Monte. Esto último habia venido a Chile con un cargamento
de provisiones para la colonia, acompañándolo su esposa i una
hija, con otras seis señoritas, hijas do otros conquistadores,
«para que, casándose en esta tierra, (dice un título de enco-
mienda) fundasen nobleza con las personas principales de
aquellos conquistadores.» El año de 1549 es también notable
OPÚSC, 9
66 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
por la llegada de Antonio de las Peñas, primer jurisconsulto
que puso los pies en territorio chileno. Valdivia le nombró en
8 de julio justicia mayor, con apelación a la audiencia de
Lima; i dio principio a sus funciones por una competencia con
la municipalidad acerca del lugar en que debia celebrar su»
acuerdos. Acostumbraba ella tenerlos en la igle&ia, tres veces-
por semana, después de la' misa mayor; i como determinase
trasladarlos a la casa de Francisco de Villagra, a la sazón
ausente, Antonio de las Peñas, celoso defensor de las prerro-
gativas de la judicatura, sostuvo que los municipales debían
venir a su casa, i no quiso asistirá la que éstos habían elejido.
Fué esta también la aurora de las ordenanzas de minas, i de
las que se publicaron sobre la conservación de montes i plan-
tíos, sin duda para facilitar el beneficio de los metales, objeto
de preeminente importancia en todas las fundaciones españo-
las de América. Sucedió asimismo este año la reedificación de
San Bartolomé de la Serena, a orillas del rio de Coquimbo,
aunque mas cerca del mar que la antigua, i con el título de
ciudad, no obstante la oposición de Santiago, que, en defensa
de sus prerrogativas, se declaró capital de todo el país.
El gobernador apresuraba los preparativos para la proyec-
tada conquista del sur. Los habitantes de Santiago no quisie-
ran que en el estado de la colonia, i con el menoscabo que su
vecindario había sufrido por la reedificación de la Serena, so
empeñase Valdivia en tamaña empresa; pero Valdivia tenia en
poco las reconvenciones cuando se trataba de sus proyectos de
conquista, i creyó provecí- a todo, ordenando de acuerdo con
el cabildo <pie toilos los encomenderos i mercaderes mantuvie*
sen sus caballos cerca de bí; que el que no tuviese caballo lo
comprase; que se suministrasen armas a los veemos; i (pie
•: ellos, SO pena de la vida, se recojiesen de norbe a la ciu-
dad. "Habiendo d lo la jente cu Santiago mes e medio,
¡be al emperador, determiné de tomar la reseña para sa>
ber Lo «pie habia para la guerra, porque se adere/asen para
entrar cu la tierra por el mes de diciembre. Día de Nuestra Se*
■ ubre bendita sea ell andando es>
imuzándo con la jen: aballo porel campo, cayó el
HISTORIA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE 67
caballo conmigo e di tal golpe con el pié derecho que me hice
pedazos todos los huesos délos dedos de él, desechando la cho-
quezuela del dedo pulgar, i sacándomela toda a pedazos. El
discurso de la cura estuve tres meses en la cama, porque la
tuve mui trabajosa, e se me recrecieron los dolores, i tanto
que todos me tuvieron muchas veces por muerto.» Después de
dar providencias sobre el pago del quinto de los metales pre-
ciosos i de los diezmos, hizo esfuerzos para ponerse en mar-
cha; pero por el estado de su salud, no le fué posible hasta el
1.° de enero de 1550, i ni aun entonces, sino haciéndose tras-
portar en litera sobre los hombros de los indios. Llevaba dos-
cientos hombres de ambas armas; i llegado a las orillas del rio
Itata, hizo alto, i envió mensaje a los caciques del país para que
de grado se sometiesen a la corona de España. A mediados de
aquel mes, pasó el rio sin embarazo, expedito ya para el uso
del caballo; dirijió su rumbo por entre la gran cordillera i la
serranía de la costa, hasta encontrar con el rio Nivequeten
(hoi la Laja) cerca de su confluencia con el Biobío. Dos mil
indios le disputan el tránsito, i son derrotados. El 25 de enero,
pisa el pequeño ejército las riberas del Biobío, mas arriba do
donde se le junta el Vergara. Ocupábase en formar balsas de
paja para atravesarlo; nuevos ataques de los indios i nuevas
derrotas. Mientras Valdivia recorre aquellos lozanos campos,
habitados por una población comparativamente numerosa, los
naturales, recobrándose del terror que les habia inspirado la
superioridad de armas de sus invasores, conciertan una nueva
acometida; se juntan; el cuyuntucun, la oratoria sublimo de
la guerra i de las reuniones solemnes, los arrebata i enajena;
se resuelven a dar el golpe; aclamando por su toqui al valien-
te Aillavilu, se acercan por la noche al campamento enemi-
go; «acometieron por sola una parte, dice Valdivia, porque la
laguna nos defendía de la otra; tres escuadrones bien gran-
des, con tan gran ímpetu i alarido, que parecía hundir la tie-
rra, i comenzaron a pelear de tal manera, que prometo mi fe,
que há treinta años que sirvo a Vuestra Majestad i he peleado
contra muchas naciones, i nunca tal tesón de jente he visto
jamas en el pelear, como estos indios tuvieron contra nosotros,
68 OPÚSCL'LOS LITERARIOS I CRÍTICOS
que en espacio de tres horas no podía entrar con ciento de
caballo al un escuadrón; i ya que entrábamos algunas veces,
era tanta la jente de armas enastadas i mazas, que no podían
los cristianos arrostrar a los indios, i de esta manera peleamos
el tiempo que tengo dicho; e viendo que los caballos no se
podían meter entre los indios, arremetieron la jente de a pié a
ellos; i como fué dentro en su escuadrón, los comenzamos a
herir. Sintiendo entre sí las espadas, e la mala obra que les
hacían, se desbarataron. Hiriéronme sesenta caballos i otros tan-
tos cristianos de flechazos e botes de lanza, aunque los unos e
otros no podían estar mejor armados; i no murió sino solo un
caballo a cabo de ocho dias, i un soldado que, disparando otro
vecino un arcabuz, le mató; i en lo que quedó de la noche i
otro dia, no se entendió sino en curar hombres i caballos.»
El 25 de febrero de 1550, se plantó el real estandarte a ori-
llas del riachuelo Penco. Se abrió un honda foso; se levantó
una estacada de gruesos i fuertes maderos; al cabo de ocho dias
se veian ya los españoles dentro de un círculo, «tan bueno e
fuerte que se puede defender a la mas escojida nación del
mundo.» Deslindóse el terreno interior, repartióso entro los
compañeros de Valdivia, i cada cual empezó a edificar en él
su propia morada. Tal fué el principio do la ciudad do Con-
cepción, a 3 de marzo de 1550; í no habían pasada nueve días,
cuando fué asaltado este pueblo nuciente, destinado a tantos i
tan recios combates de los hombres i de los elementos, i so
veían todos los cerros i colinas de los alrededores cubiertos
intáneamente de guerreros. Eran mas de cuarenta mil,
mi la historia, i los mandaba Líncoyan, indio do gran va-
lor i de aventajada estatura. «Venían, dice Valdivia, en ex*
tremo mui d iza Los ouatro escuadrones de la jente mas
lucida i bien dispuesta que se ha visto en esta- partes, o mui
bi.-n armada de pellejos de carneros e ovejas, O eneros do lo-
bos i; oruzadoi de Infinitas coloros, que ora en extremo
cosa mui vistosa, i grandes penachos; todos con celadas tic
aquellos cueros a manera de bon< tndee de olérigos, que
no iiai hacha de armas, por acerada que sea, que haga daño al
que ' D mucha flechería i lanzas, a vcinU
HISTOniA FÍSICA I POLÍTICA DE CHILE G9
veinte i cinco palmas, i mazas i garrotes: no pelean con pie-
dras.» Sobre la división que se dirijia sobre la puerta de la
•entrada, se lanzó Jerónimo de Aldcrote; i fue tal i tan súbita
la carga, que los indios no pudieron contenerla; i se encarnizó
en ellos la caballería con ferocidad extremada. No salieron
mejor paradas las otras tres divisiones. Los indios espantados
se derramaron en precipitada fuga i contal desorden, que unos
a otros se embarazaban, haciendo mas sangrienta la victoria.
«Matáronse, escribe Valdivia, hasta mil quinientos o dos mil
indios, i alanceáronse otros muchos, i prendiéronse algu-
nos, de los cuales mandó cortar hasta a doscientos las manos
i narices.» Esta conducta, acompañada de propuestas de paz,
pero bajo la condición de obediencia a las leyes de España, re-
dobló la exasperación de los indíjenas; i mientras se lisonjeaba
el gobernador con su aparente sumisión, dando gracias a
Dios, i a la Santa Vírjen, i al apóstol Santiago porque ha-
bía logrado reducir la tierra i pacificarla, i obligar a los in-
dios a que le sirviesen en la construcción de los edificios do la
nueva ciudad, i mas cuando vio llegar al capitán Pastene, que
letraia refuerzos por mar; los indios, al abrigo de sus rústicas
moradas i en el recinto misino del fuerte i entre las protestas
de vasallaje que les arrancaba la fuerza, no trataban de otra
cosa que de los medios de sacudir el yugo aborrecible de aque-
lla jento codiciosa i soberbia. Instalóse el cabildo de Concep-
ción el 5 de octubre; componíanle las personas de mas lustre,
entre ellos el jurisconsulto Antonio de las Peñas, que habia
resuelto no volver a Santiago, teatro de enconadas rencillas.
Valdivia dividió los indios en veinte i seis encomiendas, i re-
servó para sí la extensa península entre el desembocadero del
Biobío i el rio Andalien. Señaláronse en la ciudad, objeto ya
de la predilección de Valdivia por su clima apacible i sus fe-
races i frondosos campos, solares espaciosos para los edificios
públicos. La catedral fué dedicada al apóstol San Pedro en
memoria del fundador, cuya casa se edificó en la plaza, pre-
parándola para que fuese habitada por su mujer doña Marina
Ortiz dcGaetc, que, desdo Salamanca, debia trasladarse a Con-
cepción. Por último para la seguridad de sus futuras conquis-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
tas, no so descuidó ni en pedir refuerzos al Perú, ni en mante-
ner comunicaciones con la corte de España. El principal de
.sus enviados fué su pariente Alonso de Aguilera, encargado
de entregar al emperador una larga relación de sus hechos
(documento precioso que se halla en poder do clon Claudio
Gay , pidiendo por via de remuneración que se lo conservase
en el gobierno de Chile; que se le concediese para él i sus
herederos el oficio de alguacil mayor i las escribanías públicas
de todas las ciudades que fundase; la octava parto del territo-
rio conquistado con el título que fuese del agrado do Su Ma-
jestad; el permiso de introducir dos mil negros sin pagar de-
rechos; la condonación de ciento diez i ocho mil pesos fuertes
tomados en las tesorerías de Santiago i de Lima para sus ex-
pediciones; cien mil pesos mas para nuevas conquistas; el
sueldo de diez mil pesos anuales; i la mitra de Santiago para
el cura don Rodrigo González, que debia partir con Aguilera,
pero que desistió del viaje, o por su avanzada edad, o cediendo
a los votos de sus feligreses, entre quienes gozaba de una bien
merecida reputación. Era aquella para Valdivia una época do
exaltación i do esperanzas; jamas había presentado tan buen
aspecto la conquista de Chile; i en medio de todo eso, hervía,
al rededor do Concepción, un fermento que debia traer gran-
des desastres a los conquistador
Involuntariamente suspendemos aqui este extracto, lleno
de particularidades que deben interesar a todo chileno. La
época que hemos bosquejado a la lijera abraza el nacimiento
i la infancia de las principales ciudades que hoi forman la re-
pública. Restan la Imperial i Valdivia; i sigue a estas Funda-
ciones el memorable alzamiento di- los araucanos, que puso
término a las empresas i s la existencia de uno de loa mas
distinguidos conquistadores espaftol<
(El Araucano, AAoi de 1844 I dé t84SuJ
INVESTIGACIONES
SORRE LA
INFLUENCIA DE LA CONQUISTA I DRL SISTEMA COLONIAL
DE LOS ESPAÑOLES K.\ CHILE
MEMORIA PRESENTADA A LA UNIVERSIDAD EN LA SESIÓN SOLEMNE
DE 22 DE SETIETBRE DE 1844
POR DON JOSÉ VICTORINO LASTARIUA
Alabar esta composición, la copia de ideas, la superiori-
dad filosófica, el orden lúcido, el estilo vigoroso, pinto-
resco i jeneralmente correcto con que está escrita, no se-
ría mas que unir nuestra débil voz a la del público ilustrado,
que ve en ella una muestra brillante de lo que prometen
los talentos i luces del señor Lastarria a su patria i a la uni-
versidad de que os miembro. El señor Lastarria se ha eleva-
do en sus investigaciones a una altura desde donde juzga, no
solamente los hechos i los hombres que son su especial obje-
to, sino los varios sistemas que hoi se disputan el dominio de
la ciencia histórica. Arrostrando arduas cuestiones do metafí-
sica, relativas a las leyes del orden moral, combate principios
jenerales que fueron por muchos siglos la fe del mundo, i que
vemos reproducidos por escritores eminentes de nuestros dias.
«Tiene el hombre, dice el señor Lastarria, una parte tan
efectiva en su destino, que ni su ventura ni su desgracia son
en la mayor parte de los casos otra cosa quo un resultado
necesario de sus operaciones, es decir, de su libertad. El hom-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
bre piensa con independencia i sus concepciones son siempre
el oríjen i fundamento de su voluntad, de manera que sus
actos espontáneos no hacen mas que promover i apresurar el
desarrollo de las causas naturales que han de producir su fe-
licidad i perfección o su completa decadencia.... La historia
es el oráculo de que Dios se vale para revelar su sabiduría
al mundo, para aconsejar a los pueblos i enseñarlos a procu-
rarse un porvenir venturoso. Si solo la consideráis como un
simple testimonio do los hechos pasados, so comprime el
corazón, i el escepticismo llega a preocupar la mente, porque
no so divisa entonces mas que un cuadro de miserias i desas-
tres; la libertad i la justicia mantienen perpetua lucha con el
despotismo i la iniquidad, i sucumben casi siempre a los re-
doblados golpes de sus adversarios; los imperios mas podero-
sos i florecientes se conmueven en sus fundamentos; i de un
instante a otro, se ven en el lugar que ellos ocupaban inmen-
sas ruinas que asombran a las jeneraciones, atestiguando la
debilidad i constante movilidad de las obras del hombre; éste
vaga por todas partes presidiendo a la destrucción, derramando
a torrentes su sangre i sus lágrimas; parece que corre tras un
bien desconocido que no puede alcanzar sin devorar las en-
trañas de sus propios hermanos, sin dejar de perecer él mis-
mo bajo el hacha exterminadora que ajila sin cesar contra lo
que le rodea. Empero, ¡cuan de otra manera se nos revela la
historia si la consideramos como ciencia de los hechos! En-
tonces la filosofía, nos muestra, en medio de esta serie inter-
minable de vicisitudes, en que la humanidad marcha hollando
a la humanidad, i despeñándose en ios abismos que ella
misma zanja con sus manos, una sabiduría profunda que la
experiencia de ios siglos ha ilustrado; una sabiduría ouyoa
consejos son infalibles, porque están apoyados en los sacro*
santos preoeptOf de la lei a que el Omnipotente ajustó la
inizacion de ose universo moral. Los pueblos deben pene-
trar i I miliario augusto con la antorcha de la filosofía
i aprender en 61 la experienoia que ha de guiarlos. ¡Huyan
que dirijen sus destinos de esa confianza
i el fatali imo, que le ría de la razón, anulando
INFLUENCIA DE LA C0NQUI8TA HE LOS ESPAÑOLES 73
en su oríjen las facultades de que su naturaleza misma los ha
dotado para labrarse su dicha! El jénero humano tiene en su
propia esencia la capacidad de su perfección, poseo los ele-
mentos de su ventura, i no es dado a otro que a él la facultad
de dirijirse i de promover su desarrollo, porque las leyes de su
organización forman una clave, que él solo puede pulsar para
hacerla producir sonidos armoniosos.»
Este dogma triste i desesperante del fatalismo, contra el
cual protesta el señor Lastarria, está en el fondo de mucha
parto de lo que hoi se especula sobre los destinos del jénero
humano en la tierra. Reconociendo la libertad del hombre, ve
en la historia una ciencia do que podemos sacar saludables
lecciones para que se dirija por ellas la marcha do los gobier-
nos i de los pueblos.
Lo que dice mas adelante el autor sobre los motivos que
tuvo para la elección del asunto, pudiera suscitar dudas sobro
la conveniencia del programa indicado en la lei orgánica de la
universidad para las memorias que deben pronunciarse anto
este cuerpo en la reunión solemne de setiembre. «Confieso,
dice, que yo habría querido haceros una descripción de uno do
aquellos sucesos heroicos o episodios brillantes que nos refiere
nuestra historia, para mover vuestros corazones con el entu-
siasmo de la gloria o de la admiración, al hablaros de la cordura
de Colocólo, de la prudencia i fortaleza de Caupolican, de la
pericia i denuedo de Lautaro, de la lijereza i osadía de Pai-
nenancu; pero ¿qué provecho real habríamos sacado do estos
recuerdos halagüeños? ¿qué utilidad social reportaríamos de
dirijir nuestra atención a uno de los miembros separados de
un gran cuerpo, cuyo análisis debe ser completo? Otro tanto,
i con mas conveniencia, sin duda, podría haber efectuado so-
bre cualquiera de los hechos importantes de nuestra gloriosa
revolución; pero me ha arredrado, os lo confieso, el temor de
no ser fiel i completamente imparcial en mis investigaciones.
Veo que, viviendo todavía los héroes de aquellas acciones
brillantes i los testigos de sus hazañas, se contestan i contra-
dicen a cada paso aun los datos mas sencillos que nos quedan
«obre los sucesos influyentes en el desenlace de aquella epo-
Ti OPÚSCULOS LITERARIOS l CRÍTICOS
peya sublime; i no me atrevo a pronunciar un fallo que con-
dene el testimonio de los unos i santifique el de los otros,
atizando pasiones que se hallan en sus últimos momentos de
existencia. Mi crítica en tal caso sería, si no ofensiva, a lo
menos pesada e infructuosa, por cuanto no me creo con la
verdadera instrucción i demás circunstancias de que carece
un joven para elevarse a la altura que necesita a fin de juzgar
hechos que no ha visto, i que no ha tenido medios de estudiar
filosóficamente. Desarrollándose todavía nuestra revolución,
no estamos en el caso de hacer su historia filosófica, sino en
el de discutir i acumular datos para trasmitirlos con nuestra
opinión i con el resultado de nuestros estudios críticos a otra
jeneracion que poseerá el verdadero critero histórico i la ne-
cesaria imparcialidad para apreciarlos.»
Estas reflexiones, expresadas con una noble modestia, que
pudiera servir de ejemplo a escritores mas jóvenes que el so-
ñor Lastarria, sujiere, como hemos dicho, algunas dudas
sobre la posibilidad de que los autores de estas memorias
anuales se ciñan al programa do la lei orgánica, sin tropezar
en inconvenientes graves. Es difícil sin duda que los hechos
i los personajes de la revolución sean juzgados con imparcia-
lidad por la jeneracion presente; i mas diremos, es casi im-
posible que, aun presentados con imparcialidad i verdad, no
susciten reclamaciones, no toquen la alarma a pasiones ador-
mecidas, que sería de desear Be extinguios ii. Pero privados do
esos asuntos, a que ol peligro mismo de la excitación da un
poderoso aliciente; arredrados los autores de estas memorias
por el temor de caminar
per [gnéa
suppositos cinori dolo
¿en qu<' icos de ínteres ohileno podrían ejer-
citar su pluma? El sefior Lastarria se les na anticipado en el
enteramente de ese nes^i: desenvolviendo los
déla revolución, aa trazado un cuadro de di-
mon i lia coloreado con tanto vigoí sus
difi , que p parece haber dejado a los
INFLUENCIA DE LA CONQUISTA DE LOS ESPAÑOLES
que quisiesen explorar de nuevo ese campo. La materia, con
todo, es fecunda. Prescindiendo de la variedad que puedan dar
a un mismo asunto los diferentes puntos de vista en que so
contemple, las diversas cualidades intelectuales i las opuestas
opiniones de los escritores, hai mil objetos parciales, peque-
ños, si se quiere, comparados con el tema grandioso de la
memoria de 1844, pero no poroso indignos de fijar la atención,
antes por eso mismo susceptibles de aquellos tintes vivos, de
aquella delincación individual, que resucitan para el enten-
dimiento lo pasado, al mismo tiempo que suministran a la
imajinacion un placer delicioso. Lo que se pierde en la ex-
tensión de la perspectiva, so gana en la claridad i viveza de
los pormenores. Las costumbres domésticas de una época da-
da, la fundación de un pueblo, las vicisitudes, los desastres
de otro, la historia de nuestra agricultura, de nuestro comer-
cio, de nuestras minas, la justa apreciación do esta o aquella
parte de nuestro sistema colonial, pudieran dar asunto a mu-
chas e interesantes indagaciones. No faltan para eso materia-
les que consultar, si se busca con sagacidad o paciencia en las
colecciones de los curiosos, en los archivos, en tradiciones
fidedignas, que debemos apresurarnos a consignar, antes quo
acaben de oscurecerse i olvidarse. La guerra sola entre la co-
lonia española i las tribus indíjenas presentaría muchos cua-
dros llenos de animación e interés. Ni es solo útil la his-
toria por las grandes i comprensivas lececiones de sus resulta-
dos sintéticos. Las especialidades, las épocas, los lugares, los
individuos tienen atractivos peculiares, i encierran también
provechosas lecciones. Si el que resumo la vida entera de un
pueblo es como el astrónomo que traza las leyes seculares a
que se sujetan en sus movimientos las grandes masas, el quo
nos da la vida de una ciudad, do un hombre, es como el fisio-
lojista o el físico que, en un cuerpo dado, nos hace ver el
mecanismo de las ajencias materiales que determinan sus
formas i movimientos, i le estampan la fisonomía, las actitu-
des que lo distinguen. No puede juzgarse una vasta epopeya
sin ver la colocación, la correspondencia de todas sus partes;
pero no es esa la sola, ni talvez la mas útil ocupación de la his-
ori:scrr.os literarios i críticos
toria: la vida de un Bolívar, de un Sucre, es un drama en que
juegan todas las pasiones, todos los resortes del corazón huma-
no, i a cpe la concentración i la individualidad dan un interés
superior.
Contrayéndonos a la revolución chilena, i al peligro de las
parcialidades personales, hai en ella multitud de sucesos en
que puede evitarse este escollo; porque no miramos como dig-
no de tomarse en consideración el de herir algún amor propio,
el de reducir a sus justos límites alguna pretensión exaj erada:
sucesos, como la ocupación de Rancagua, por ejemplo, con sus
escenas de encarnizamiento i de atrocidad, que la historia no
debe olvidar; como la batalla de Chacabuco, con su s antece-
dentes tan curiosos, tan pintorescos i con su repentina peripe-
cia en la suerte de los vencedores i de los vencidos; como la
jornada de Maipo, con su ansiosa expectativa, sus dudosos
lances, i su regocijado triunfo; i como tantos otros a que solo
la jeneracion contemporánea puedo dar la vivacidad, el fres-
cor, el movimiento dramático, sin los cuales los trabajos
históricos no son mas que jeneralizaciones abstractas o apun-
tes descoloridos. La historia que embelesa es la historia de
los contemporáneos, i mas que todas la que ha sido escrita por
los actores mismos de los hechos que en ella se narran; i des-
pués de todo, ella es (con las rebajas que una crítica severa
prescribe, tomando en cuenta las afecciones del historiador)
la mas auténtica, la mas digna de fe ¿Puede compararse a
Plutarco con Tucídides? ¿A Solía con Berna! Diaz del Casti-
llo? Jenofonte, en su relación déla retirada de los Diez Mil, ¿no
reúne el interés de la novela al mérito de la historia? Ni BOU
las memorias contemporáneas o autógrafas kan estériles de
provechosa enae&anza, como pareoe pensar el fcefior Lastarria.
¿No han sido los ( 'nmfninrinx de César el libro favorito de
los grandes capitanes? Si las memorias contemporáneas pro-
u reclamaciones, tanto mejor. La posteridad podrá sacar
da la oposición de testimonios, la * erdad, i reducirlo todo a su
justo valor. Si no eececribe la historia por los oontemporá-
. será necesario que. las jeiieiaeiones venideras lo hagan
"liili'-r.-nl.-i porque nada se desfigura
INFLUENCIA DE LA CONQUISTA DE LOS ESPAÑOLES
i vicia tan pronto como la tradición oral), sobre artículos de
gaceta, efusiones apasionadas de bandos políticos, producto
de las primeras impresiones, i sobre documentos oficiales,
áridos, i de veracidad frecuentemente sospechosa. Vaticinare
do ossibus istis, dice entonces la historia al escritor que solo
tiene delante los esqueletos de los sucesos; i el escritor, si
quiere darnos una pintura, i no una relación descarnada, ten-
drá que comprometer la verdad, sacando de su imajinacion,
o de falibles conjeturas, lo que ya no le prestan sus desustan-
ciados materiales.
Pero volvamos a la memoria del señor Lastarria, i averi-
güemos con él la influencia de las armas i leyes españolas en
Chile. El capítulo 1.° en que se trata de la conquista, i de la
prolongada contienda entre los colonos chilenos i los indómi-
tos hijos de Arauco, está escrito con la enerjía rápida que la
materia exije. Difícil era dar en rasgos jenerales una idea mas
completa de aquellas hostilidades rencorosas que, legadas por
padres a hijos, de jeneracion en jeneracion, aun ahora dormi-
tan bajo las apariencias de una paz que es en realidad una
tregua. Exceptuando alguna frase que pertenece mas bien a
la exaltación oratoria que a la templanza histórica, no vemos
que haya mucho fundamento para calificar de intempestiva i
apasionada la exposición que en este capítulo se nos hace de
la cruedad de los conquistadores. Es un deber de la historia
contarlos hechos como meron, i no debemos paliarlos, porque
no parezcan honrosos a la memoria de los fundadores de
Chile. La injusticia, la atrocidad, la perfidia en la guerra, no
han sido do los españoles solos, sino de todas las razas, de to-
dos los siglos; i si aun entre naciones cristianas afines, i en
tiempos de civilización i cultura, ha tomado i toma todavía la
guerra este carácter de salvaje i desalmada crueldad, que des-
truye i se ensangrienta por el solo placer de destruir i de verter
sangre, ¿qué tienen de extraño las carniceras" batallas i las
duras consecuencias de la victoria entre pueblos en que las
costumbres, la relijion, el idioma, la fisonomía, el color, todo
era diverso, todo repugnante i hostil? Los vasallos de Isabel,
de Carlos I i de Felipe II, eran la primera nación de la Euro-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
pa; su espíritu caballeresco, el esplendor de su corte, su mag-
nífica i pundonorosa nobleza, la pericia de sus capitanes, la
habilidad de sus embajadores i ministros, el denuedo de sus
soldados, sus osadas empresas, sus inmensos descubrimientos
i conquistas, los hicieron el blanco de la detracción, porque
eran un objeto de envidia. Las memorias de aquel siglo nos
presentan por todas partes escenas horribles. Los españoles
abusaron de su poder, oprimieron, ultrajaron la humanidad,
no con impudencia, como dice el señor Lastarria, porque no
era preciso ser impudente para hacer lo que todos hacían sin
otra medida que la de sus fuerzas, sino con el mismo mira-
miento a la humanidad, con el mismo respeto al derecho de
jentes, que los estados poderosos han manifestado siempre en
sus relaciones con los débiles, i de que, aun en nuestros dias
de moralidad i civilización, hemos visto demasiados ejemplos.
Si comparárnoslas ideas prácticas de justicia internacional
de los tiempos modernos con las do la edad media i las de los
pueblos antiguos, hallaremos mucha semejanza en el fondo
bajo diferencias no muí grandes en los medios i las formas.
«Sujetar los estados a sanciones morales, dice un escritor
ingles de nuestros dias, es como querer encadenar j ¡gantes
con telarañas. Al temor de un castigo en la vida venidera, la
mas poderosa traba del hombro en sus actos individuales, son
insensibles las naciones. La experiencia, por otra parte, no
nos autoriza para creer que sobre los crímenes nacionales re-
l siempre ni ordinariamente la merecida pena. Las prin-.
cipalea potencias de la Europa continental, la Francia, la
i, <-l Austria i la 1 'rusia, han pasado de pequeños estados
indas i Qoreoientes monarquías por siglos de ambición,
injusticia, violencia i fraude. Los delitos a que debió la In-
, la Francia su AIsaoia i Franco Condado,
ii silesia, fueron recompensados por un inoren
menl lerablede riqueza) seguridad ¡ poder. En las na-
otoñes, ademas, no obran las ¡deis de honor en el sentido en
que m aplica esta palabra a los individuos. Nunca ha sido mas
pérfida, mas capaz, mas cruel la política de l,i (''rancia, que
idodeLul \i\ Cualquiera de los aotos que
INFLUENCIA DE LA CONQUISTA DE LOS ESPAÑOLES 79
ejecutó aquella potencia con las otras por espacio de medio
siglo, ejecutado por un particular, le hubiera hecho inadmi-
sible en la sociedad de sus iguales. ¿I cuándo fué mas admi-
rada i acatada la Francia? ¿Cuándo fueron los franceses mejor
acojidos en todas las cortes i en todas las reuniones privadas?
Las que se llaman injurias al honor de una nación, son ofen-
sas a su vanidad; i las cualidades de que se envanecen i se glo-
rían mas los estados, son la fuerza i la audacia. Saben bien
que, mientras sean audaces i fuertes, pueden injuriar impu-
nemente, sin temor de que se les injurie.»* Así, en las grandes
masas de hombres que llamamos naciones, el estado salvaje
de fuerza brutal no ha cesado. Tribútase un homenaje aparente
a la justicia, recurriendo a los lugares comunes de seguridad,
dignidad, protección de intereses nacionales, i otros igualmente
vagos: premisas de que, con mediana destreza, se pueden sacar
todas las consecuencias imajinables. Los horrores de la guerra
so han mitigado en parte; pero no porque se respeta mas la
humanidad, sino porque se calculan mejor los interés mate-
riales, i por una consecuencia de la perfección misma a que
se ha llevado el arto de destruir. Sería demencia esclavizar a
los vencidos, si se gana mas con hacerlos tributarios i alimen-
tadores forzados de la industria del vencedor. Los salteadores
so han convertido en mercaderes, pero mercaderes que tienen
sobre el mostrador la balanza do Brenno: Vse victis. No se
coloniza, matando a los pobladores indíjenas: ¿para qué ma-
tarlos, si basta empujarlos de bosque en bosque, i do prade-
ría en pradería? La destitución i el hambre harán a la larga
la obra de la destrucción, sin ruido i sin escándalo. En el se-
no de cada familia social, las costumbres se regularizan i pu-
rifican; la libertad i la justicia, compañeras inseparables, ex-
tienden mas i mas su imperio; pero en las relaciones de raza a
raza i de pueblo a pueblo, dura, bajo exterioridades hipócritas,
con toda su injusticia i su rapacidad primitivas, ol estado
salvaje.
No acusamos a ninguna nación, sino a la naturaleza del
Edinburgh Review, número 156, articulo 1.°
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
hombre. Los débiles invocan la justicia: cíeselos la fuerza, i
serán tan injustos como sus opresores.
II
La pintura que nos da el señor Lastarria de los vicios í abusos
del réjimen colonial de España, está jeneralmente apoyada en
documentos de irrefragable autenticidad i veracidad: leyes, or-
denanzas, historias, las Memorias Secretas de don Jorje
Juan i don Antonio de Ulloa. Pero en el cuadro se han derrama*
do con profusión las sombras: hai algo que desdice de aquella
imparcialidad que la lei recomienda, i que no es incompatible
con el tono enórjico de reprobación, en que el historiador, abo-
gado de los derechos do la humanidad c intérprete de los senti-
mientos morales, debe pronunciar su fallo sobre las institucio-
nes corruptoras. A la idea dominante de perpetuar el pupilaje
do las colonias, sacrificó no solo España los intereses de éstas,
sino los suyos propios; i para mantenerlas dependientes i su-
misas, se hizo a sí misma pobre i débil. Los tesoros americanos
inundaban el mundo, mientras el erario de la metrópoli so
hallaba exhausto, i su industria en mantillas. Las colonias,
que para otros países han sido un medio de dar movimiento
a la población i B las artes, fueron para España una causado
ablación i atraso. No se percibía ni vida industrial ni riquo*
za, sino en algunos emporios que servían de interine lio para
cambios entre [os dos hemisferios, i en que la acumulada
opulencia del monopolio resallaba sobre la miseria joneral:
feo desierto. Tero de-
bemos ser justos: no ora aquella una tiranía feroz. Encadenaba
oortaba los vuelos al pensamiento, cegaba bástalos
veneros de la fertilidad agríoola; pero su política era de trabas
i pn . . no de suplicios ni sangre. Las leyes penales
«■raii administradas flojamente. En al escarmiento de las se«
ordinariamente rigorosa; era lo que a]
uijire, i no mas, a lo menos respecto do
•la, i hasta la época <l«i levantamiento (enera!,
INFLUENCIA DE LA CONQUISTA DE LOS ESPAÑOLES 81
que terminó en la emancipación de los dominios americanos.
El despotismo de los emperadores de Roma fué el tipo del
gobierno español en América. La misma benignidad ineficaz
de la autoridad suprema, la misma arbitrariedad pretorial, la
misma divinización de los derechos del trono, la misma indi-
ferencia a la industria, la misma ignorancia de los grandes
principios que vivifican i fecundan las asociaciones humanas,
la misma organización judicial, los mismos privilegios fiscales;
poro a vueltas de estas semejanzas odiosas, hai otras de diver-
so carácter. La misión civilizadora que camina, como el sol,
'do oriente a occidente, i de que H >:na fué el ájente mas pode-
roso en el mundo antiguo, la España la ejerció sobre un
mundo occidental mas distante i mas vasto. Sin duda los
elementos de esta civilización fueron destinados a amalgamar-
se con otros que la mejorasen, como la civilización romana
fué modificada i mejorada en Europa por influencias extrañas.
Talvez nos engañamos, pero ciertamente nos parece que nin-
guna do las naciones que brotaron de las ruinas del Imperio,
conservó una estampa mas pronunciada del jenio romano: la
lengua misma de España es la que mejor conservad carácter
de la que hablaron los dominadores del orbe. Hasta en las cosas
materiales, presenta algo de imperial i romano la administra-
ción colonial de España. Al gobierno español, debe todavía
la América todo lo que tiene de gran le i espléndido en sus
edificios públicos. Confesémoslo con vergüenza: apenas hemos
podido conservar los que se erijieron bajo los virreyes i capi-
tanes jenerales; i téngase presente que para su construcción
se erogaron con liberalidad las rentas de la corona, i no se
impusieron los pechos i los trabajos forzados con que Roma
agobiaba a los provinciales para sus caminos, acueductos,
anfiteatros, termas i puentes.
Tampoco encontramos, a decir verdad, una exactitud com-
pleta en la exposición del fenómeno histórico sobre que so
lija la atención del señor Lastarria al principiar su capítulo
3.°: no creemos que la historia de la lejislacion universal
«nos muestre patentemente que las leyes adoptadas por las
sociedades humanas hayan sido siempre inspiradas por sus
ÚPÚSC, II
82 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
respectivas costumbres, hayan sido una expresión, una fór-
mula verdadera de los hábitos i sentimientos de los pueblos;»
ni que en los países colonizados, se encuentre la única excep-
ción a este fenómeno, i mas a las claras en las colonias es-
pañolas de América. Creemos que entre las leyes i las costum-
bres, ha habido, i habrá siempre una acción recíproca; quo
las costumbres influyen en la leyes, i las leyes en las costum-
bres. ¿Cómo pudieran explicarse de otro modo todas las in-
fluencias de unos pueblos en otros? La conquista, las leyes
impuestas por los vencedores a los vencidos, ¿no han sitio
muchas veces ya un medio de civilización, ya una causa do
retroceso i barbarie? Las leyes deben dirijirse precisamente a
la satisfacción de las necesidades, de los instintos locales,
siempre quo el lejislador los ha sentido en sí mismo desde la
cuna; aun cuando fuese capaz do dominarlos, tendrá que
acomodar a ellos las disposiciones que promulgue para hacer-
las aceptables i eficaces. Pero fuerzas extrañas modifican
frecuentemente las costumbres i tras éstas las leyes, o bien
alteran las leyes i en consecuencia las costumbres. Las ideas
de un pueblo se incorporan con las ideas de otro pueblo; i
perdiendo unas i otras su pureza, lo quo era al principio un
agregado de partes discordantes, llega a ser poco a poco un
todo homojéneo, quo se parecerá bajo diversos aspectos a sus
diversos oríjenes, i bajo ciertos puntos de vista presentará tam-
bién formas nuevas. Del choquo de ideas diversas, nacerá una
resultante que se aoercará mas o menos a una de las fuer-
zas motrices en razón de la intensidad con que éstas obren,
i de las circunstancias que respectivamente las favorezcan.
cierto que las leyes j modificándolas costumbres I asimi-
lándolas a sí, SOD a la larga su expresión i su fórmula; poro
esa fórmula precede entonóos a la asimilación en vez de ser
produoida por ella.
Cuamli» se mezclan dos razas, la idea d<- la raza trasmi-
grante prevalecerá sobre la de la raza nativa, según seasu
número comparativo, su rigor moral, i lo mas o menos ade-
lanta »n. Los bárbaros del Norte dieron un
temple a los degradados habitantes de las provincias
INFLUENCIA DE LA CONQUISTA DE LOS ESPAÑOLES 83
romanas, i recibieron en cambio mucha parte de las formas
sociales de Roma; a la relijion, la lengua i las leyes de ella,
cedieron poco a poco las de aquellos altaneros i feroces con-
quistadores. Pero puede suceder también que la discordancia
éntrelos elementos que se acercan sea tal, que una invencible
repulsión no les permita penetrarse uno a otro i producir un
verdadero compuesto. Se mezclarán talvez las razas, i se re-
chazarán entre sí las ideas. Así los árabes i los españoles
presentaron en el occidente de Europa dos tipos de civilización
antipáticos. Prescindiendo de ciertas peculiaridades materia-
les i puramente exteriores, nada arábigo pudo echar raíz en
España: la relijion, las leyes, el jenio del idioma, el de las
artes, el do la literatura, poco o nada tomaron de los conquis-
tadores mahometanos. La cultura arábiga fué siempre una plan-
ta exótica en medio del triplo compuesto ibero-romano-gótico
que ocupaba la Península Ibérica. Era necesario que uno do
los dos elementos expulsase o sofocase al otro; la lucha duró
ocho siglos; i el estrecho de Hércules fué otra vez surcado
por la vencida i proscrita civilización del Islam, destinada en
todas partes a dejar por fin el campo a las armas del Occiden-
te i a la cruz. En la América, al contrario, está pronunciado
el fallo de destrucción sobre el tipo nativo. Las razas indíje-
nas desaparecen, i se perderán a la larga en las colonias do
los pueblos trasatlánticos, sin dejar mas vestijios que unas
pocas palabras naturalizadas en los idiomas advenedizos, i
monumentos esparcidos a que los viajeros curiosos pregunta-
rán en vano el nombre i las señas de la civilización que les
dio el ser.
En las colonias que so conservan bajo la dominación de la
madre patria, en las poblaciones de la raza trasmigrante fun-
dadora, el espíritu metropolitano debe forzosamente animar las
emanaciones distantes, i hacerlas recibir con docilidad sus le-
yes aun cuando pugnan con los intereses locales. Llegada la
época en que éstos se sienten bastante fuertes para disputar la
primacía, no son propiamente dos ideas, dos tipos de civilización
los que se lanzan a la arena, sino dos aspiraciones al imperio,
dos atletas que pelean con unas mismas armas i por una
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
misma palma. Tal ha sido el carácter de la revolución hispano-
americana, considerada en su desenvolvimiento espontáneo;
porque es necesario distinguir en ella dos cosas, la indepen-
dencia política i la libertad civil. En nuestra revolución, la
libertad era un aliado extranjero que combatía bajo el estan-
darte de la independencia, i que aun después de la victoria ha
tenido que hacer no poco para consolidarse i arraigarse. La
obra de los guerreros está consumada, la de los legisladores
no lo estará mientras no se efectúe una penetración mas ínti-
ma de la idea imitada, de la idea advenediza, en los duros i
tenaces materiales ibéricos.
Este es nuestro modo de concebir la lei moral en que so
fija el señor Lastarria. Nuestra exposición parecerá demasiado
obvia, demasiado rastrera; pero ella es, a lo que podemos al-
canzar, el verdadero resumen de los hechos. Las colonias
americanas de los españoles no son una excepción, sino una
confirmación de las reglas jenerales a que están sujetos los
fenómenos de esta clase.
Sentimos también mucha repugnancia para convenir en que
el pueblo do Chile (i lo mismo decimos de los otros pueblos
hispano-americanos) se hallase tan profundamente envileci-
do, reducido a una tan completa anonadación, tan destitui-
do de toda virtud social, como supone el señor Lastarria. La
revolución hispano-amerioana contradice sus asertos. Jamas
un pueblo profundamente envilecido, completamente anona-
dado, il le todo sentimiento virtuoso, lia sido capaz de
ejecutar los que ilustraron las campañas do
lea patriotas, los actos heroicos de abnegación, los saorifioios
de todo ¡enero con que Chile i obras secciones americanas
[uistaron su emancipación política. I el que observe con
filosóficos la historia de nuestra lucha oon la metrópoli,
reconocerá sin dificultad que lo que no i ha hecho prevalecer <'n
abalmente el. elemento ibérico. La nativa constancia
ha estrellado contra si misma en la injónita cons-
- lujos de Espafia. Bl instinto de patria reveló su
americanos, i reprodujo los prodijios
Numancifl l d< ] apitam i la lojiono votera-
INFLUENCIA DE La CONQUISTA DE LOS ESPAÑOLES 85
ñas de la Iberia trasatlántica fueron vencidos i humillados por
los caudillos i los ejércitos improvisados de otra Iberia joven,
que, abjurando el nombre, conservaba el aliento indomable
de la antigua en la defensa de sus hogares. Nos parece, pues,
inexacto que el sistema español sofocase en su jérrnen las
inspiraciones del honor i de la patria, de la emulación i
de todos los sentimientos jenerosos de que nacen las vir-
tudes cívicas. No existían elementos republicanos; la España
no habia podido crearlos; sus leyes daban sin duda a las al-
mas una dirección enteramente contraria. Pero en el fondo de
esas almas, habia semillas de magnanimidad, de heroísmo, de
altiva i jonerosa independencia; i si las costumbres eran sen-
cillas i modestas en Chile, algo mas habia en esas cualidades
que la estúpida insensatez de la esclavitud. Tan cierto es eso
que aun el mismo señor Lastarria ha creído necesario restrin-
jir sus calificaciones, refiriéndolas, a lo menos, a la aparien-
cia exterior i ostensible. Pero limitadas así, pierden casi to-
da su fuerza. Un sistema que solo ha degradado i envilecido
en la apariencia, no ha degradado i envilecido en realidad.
Hablamos de los hechos como son en sí, i no pretendemos
investigar las causas. Que el despotismo envilece i desmorali-
za es para nosotros un dogma; i si él no ha bastado ni en
Europa ni en América para bastardear la raza, para aflojar
en tres siglos el resorte de los sentimientos jenerosos (porque
sin ellos no podrían explicarse los fenómenos morales de la
España i do la América Española do nuestros dias), preciso es
quo hayan coexistido causas que contrarrestasen aquella per-
niciosa influencia. ¿Ilai en las razas una complexión peculiar,
una idiosincracia, por decirlo así, indestructible? I ya que la
raza española se ha mezclado con otras rozas en América, ¿no
sería posible explicar hasta cierto punto por la diversidad de
la mezcla las diversidades que presenta el carácter de los
hombres i de la revolución en las varias provincias america-
nas? lié aquí un problema que merecería resolverse analítica-
mente, i en que no nos es posible detenernos, porque carece-
mos de los datos necesarios, i porque hemos ya excedido los
límites que nos habíamos prefijado al principio.
8G OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Por la misma razón, nos vemos en la necesidad de pasar por
alto varios capítulos interesantes de la memoria en que se nos
ofrecen dudas i dificultades para aceptar en todas sus partes
las ideas de su ilustrado i filosófico autor. Pero no podemos
abstenernos de contemplar un momento con él, en su capítu-
lo 8.°, el espectáculo do la revolución chilena.
El señor Lastarria percibió bastante, aunque algunas veces
parece olvidarlo, el doble carácter, poco há indicado, de la re-
volución hispano-americana. Para la emancipación política,
estaban mucho mejor preparados los americanos, que para la
libertad del hogar domestico. Se ofectuaban dos movimientos
a un tiempo: el uno espontáneo, el otro imitativo i exótico;
embarazáronse amenudo el uno al otro, en vez de auxiliarse.
El principio extraño producía progresos; el elemento nativo,
dictaduras. Nadie amó mas sinceramente la libertad que el je-
neral Bolívar; pero la naturaleza de las cosas le avasalló como
a todos; para la libertad era necesaria la independencia, i el
campeón de la independencia fué i debió ser un dictador. Do
aquí las contradicciones aparentes i necesarias de sus actos,
Bolívar triunfó, las dictaduras triunfaron de España; los go«
biernos i los congresos hacen todavía la guerra a las costum-
do los hijos de España, a los hábitos formados bajo el
influjo de las leyes de España: guerra de vicisitudes en que
se gana i se pierde terreno, guerra sorda, on que el enemigo
cuenta con auxiliares poderosos entre nosotros mismos. Arran-
cóse el cetro al monarca, pero no al espíritu español: nuestros
congresos obedecen sin sentirlo a inspiraciones góticas; la Es-
paña B6 lia encastillado eil nuestro foro; las ordenanzas admi-
nistrativas de los Carlos i Felipes son leyes patrias; hasta
adheridos a un fuero especial que está en
pugna con el principio de la igualdad ante la lei, piedra an-
ir de los gobiernos li! . ■•lan el dominio do las ideas
deesa mi banderas hollaron. «Cayó, dico
barría, oayó el despotismo de los reyes, i quedó en
tísmo del pasado, porque asi
LOS padres de la
. i i los juerr la Independencia obraron en la esfera
INFLUENCIA DE LA CONQUISTA DE LOS ESPAÑOLES 87
do su poder....; i al disiparse con el humo de la última victo-
ria el imperio del despotismo, el cañón de Chiloé anunció al
mundo que estaba terminada la revolución de la independen-
cia política, i principiaba la guerra contra el poderoso espíritu
que el sistema colonial inspiró a nuestra sociedad.»
El señor Lastarria contesta victoriosamente a los censores
de la revolución americana, que la han tachado de intempes-
tiva, echándola en cara sus inevitables desórdenes i extravíos.
Los males eran la consecuencia necesaria del estado en que
nos hallábamos; en cualquiera época que hubiese estallado la
insurrección, habrían sido iguales o mayores, i quizá méno»
seguro el éxito. Estábamos en la alternativa de aprovechar la
primera oportunidad, o de prolongar nuestra servidumbre por
siglos. Si no habíamos recibido la educación que predispone
para el goce de la libertad, no debíamos ya esperarla de Es-
paña; debíamos educarnos a nosotros mismos, por costoso que
fuese el ensayo; debia ponerse fin a una tutela do tres siglos,
quo no habia podido preparar en tanto tiempo la emancipa-
ción do un gran pueblo.
«Toda la parte servil de Europa, dice Sismondi, citado por
el señor I^astarria, toda la parte servil de Europa, que es to-
davía muí numerosa, ha lanzado gritos de alegría, viendo la
causa do la libertad deshonrada por los que se dicen sus de-
fensores. Los escritores retrógrados, admitiendo por un mo-
mento nuestros principios a fin de retorcerlos contra nosotros,
i conviniendo en que deben juzgarse las instituciones políti-
cas según su tendencia a producir el bien i perfección de-
todos, han pretendido que habia mas felicidad i perfección en
Prusia, Dinamarca i aun en Austria, que la que han produci-
do las decantadas instituciones de la América Meridional, de
España i Portugal, i aun las de Francia e Inglaterra.» «Sis-
mondi hace ver (son palabras del señor Lastarria), que ese-
grito insultante a la humanidad no tiene mas que una falsa
apariencia de verdad, porque no se debe juzgar, por las des-
cripciones exajeradas que hacen los partidarios del despotis-
mo, de los desastres que ocasionan los ensayos de la libertad
en pueblos nuevos, sin tomar en cuenta las desgracias mayo-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
res i mil veces mas degradantes que causa el sistema absolu-
to.» No podemos terminar mejor este largo discurso, quo
copiando otra vez con el señor Lastarria las elocuentes ad-
vertencias de aquel esforzado campeón i juicioso consejero do
los pueblos: «Después de haber repetido a los serviles que
no es dado a ellos triunfar de los liberales; quo todos los erro-
res, que todas las desventuras de éstos no hacen que sus es-
fuerzos dejen de ser justos i jenerosos, ni convencen de que el
sistema que se proponen destruir no sea vergonzoso i culpable,
i que la esclavitud no sea siempre la mayor de las desgracias,
la mayor de todas las degradaciones, convendremos también en
que los propagadores de las ideas nuevas han caído en errores
fundamentales; que, advirtiendo el mal que pretendían des-
truir, se han formado ideas falsas del bien que deseaban fun-
dar; que han creído descubrir principios cuando solo poseían
paradojas; i que esa ciencia social de la cual dependo la dicha
de la humanidad, exije estudios nuevos, mas serios i mas pro-
fundos: exijo que la duda filosófica tomo el lugar do las aser-
ciones i de los axiomas empíricos, exije quo la experiencia del
universo sea evocada para descubrir los vínculos de causas i
efectos, porque en todas partes presenta ella dificultades quo
voncer i problemas que resolver.»
(El Araucano, Año de 1844.)
MEMORIA
SOUIIE
LA PRIMERA ESCUADRA NACIONAL
PRESENTADA A LA UNIVERSIDAD EN LA SESIÓN SOLEMNE DE 1 1 DE OO
I l.'URE DE 18Ü
POR DON ANTONIO GARCÍA REYES
La memoria do clon Antonio García Reyes Sobre la Prime'
ra Escuadra Nacional, es un bello rasgo histórico. El autor
nos parece poseer aven tajada mente una de las calidades mas
necesarias para los trabajos de esta clase, la soltura i viveza
de la narración: calidad menos común de lo que pudiera pa-
recer a primera vista, i en que aun los grandes modelos se
diferencian mucho unos de otros, ya en el grado en que la
poseyeron, ya en la forma de su estilo narrativo. El del autor
de la memoria es el que convieno a la naturaleza do la obra,
que, tomando casi todas sus noticias en documentos oficiales,
no se prestaba a los interesantes pormenores que suelen dar
vida i calor a las relaciones de los que cuentan lo que vieron.
El señor García Reyes hubiera podido sin mucho esfuerzo ani-
mar sus cuadros, imitando, por ejemplo, a Tito Livio, que
adornó los descarnados materiales de las antiguas tradiciones
romanas con pintorescas particularidades en que no tiene otro
fiador que su imajinacion. El autor de la memoria ha com- 7
prendido el carácter austero de la historia moderna, que se ha
separado completamente de la poesía en todo lo que concierne
a los hechos. Su narración no es mas individual de lo que le
00 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
permiten los testimonios que compulsa; i es a un mismo tiem-
po animada i escrupulosamente verídica.
Copiaremos como una muestra la relación que nos da de la
salida de la expedición libertadora, i de sus primeras haza-
ñas en los mares peruanos.
Julio, 1820. • — «Los preparativos de la expedición so hacían
activamente. Parece que el gran drama que iba a ejecutarse en
el Perú, tenia embargada la atención de los jefes i oficiales; i
nadie quería renunciar al papel que le tocaba representar en
61. El gobierno se trasladó a Valparaíso para activar el apres-
to; i ya por el mes de agosto, los cuerpos expedicionarios iban
dejando sus cantones para aproximarse a aquel puerto. Los
habitantes de la capital i las provincias limítrofes acudieron
en tropel a presenciar el espectáculo ciertamente imponente i
tierno que presentaba la bahía. Jamas se habia acometido en
Chile una empresa do mayor magnitud, ni el espíritu público
habia recibido una mas grande i sublime excitación. Veíanse
los cuerpos expedicionarios atravesar con todo el aparato mili-
tar la inmensa muchedumbro que so agolpaba en torno suyo,
elevando por los aires expresiones do un vivísimo ínteres. La
tropa se embarcaba poseída también de caloroso entusiasmo;
i las voces do Viva la Patria resonaban en la ribera con una
especie do enajenación, cada vez que las lanchas so arranca-
ban de ella conduciendo a l>ordo una porción de los valientes
expedicionarios. Iguales demostraciones so repetían on cada
buquo por donde pasaban las lanchas, i la bahía entera roso-
li.iba a cada momento con el estruendo do las músicas mareia-
. la bulliciosa emoción do que estaban poseídos todos los
que asistían a aquella solemne escena. Los amigos i deudos
do los expedicionarios que los acompañaban hasta el boto,
.tu otro espectáculo tierno al dar abra/os que ereian ÚI-.
imendarleí el honor i la gloria con que debían
dfítnder la causa sagrada quo so confiaba a bu valor. Las iá-
grina iron eo aquellos dias, las tiernas mués»
de amor i de amistad, Los sentimientos patrióticos luchan-
ID lai a: privadas, conmovieron profundamente
MEMORIA SOBRE LA PRIMERA ESCUADRA NACIONAL 01
los corazones de todos, e hicieron para siempre memorables
esos momentos en que solo se dejaron sentir las pasiones que
honran la especie humana.
«Las fuerzas navales que debían conducir la expedición, se
componían de los buques del estado i do dieziseis trasportes,
que formaban por todo un número de veinte i cuatro velas.
El 19 de agosto, a las nueve de la mañana, se desplegó el pa-
bellón nacional, único que debia llevar la expedición; i lo
saludaron con una salva real los castillos i cada uno de los
buques de guerra. El jeneral San Martin fué dado a reconocer
por jefe de mar i tierra, para que, en toda la expedición, no so
emprendiese operación alguna que no partiese do su orden, o
no hubiese obtenido su asentimiento. En fin, el 20, por la tar-
de, los buques zarparon de Valparaíso en el orden siguiente.
La fragata almirante O'IIiggins, montada por el honorable
lord Cochrane, iba a la vanguardia con otros dos bajeles do
guerra señalando el rumbo al convoi; seguían después en co-
lumna los trasportes flanqueados por otros tres buques de
guerra; i cerraban la retaguardia una línea de once lanchas
cañoneras, la fragata Independencia i el navio San Martin,
en donde el ilustro jeneral que le dio el nombre iba embarca-
do con su estado mayor. La expedición estaba completamen-
te equipada, llevando ademas un repuesto de armas i artículos
de guerra para habilitar un ejército de quince mil hombres, ví-
veres de excelente calidad para seis meses, almacén de ves-
tuarios completos, hospital, un cuerpo módico-quirúrjico i
cuanto se pudiera desear en la flota mejor puesta.
«Fácil es inferir cuántos sacrificios sería necesario hacer
para llevar a cabo esta empresa que se creía, no sin motivo,
fuera de la esfera de lo posible: los donativos i las contribu-
ciones se repartían por semanas, i apenas quedó ciudadano en
toda la extensión de la república que no contribuyese con can-
tidades excesivas para su fortuna; i si se tiene presente que
este esfuerzo se hacía en un país pobre en jeneral, i devastado
por diez años de guerra i de desastres, después de haber sos-
tenido ejército i escuadra por largo tiempo, se vendrá a com-
drender el valor i el mérito de la empresa. Chile puede
92 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
jactarse de que esta expedición la debo exclusivamente a sí
misino, que es hija de su virtud, de sus sacrificios i de su pa-
triotismo; i llegará tiempo en que la América le tribute ol
homenaje que le es debido por un acontecimiento que mas
que cualquier otro influyó en beneficio común del continente.
a ¡Gloria sea dada i gratitud eterna a los ilustres jenios, bajo
cuyos auspicios se ejecutó tan gran proyecto! Ellos so labra-
ron un título imperecedero al reconocimiento de la nación. El
director O'IIiggins, en un manifiesto que dio en aquellos dias,
hablando de este suceso, consignó estas sentidas palabras:
— «Aquí debería hablar de un mérito queso esconde en los ar-
canos de la política, i jamas so gradúa ni aprecia. Solo la fu-
tura suerte de Chile ha podido sostener mi corazón i mi
espíritu. Yo debí encanecer a cada instante. El que no se lia
visto en estas circunstancias, no sabe lo que es mandar. Sí,
patria mia! este es el mayor sacrificio i el mas digno que lio
podido ofrecerte....!!» —
«No nos detendremos en referir los incidentes de pequeña
importancia que ocurrieron en la navegación dol convoi. lías-
te decir que la O'HiggitlS entró al puerto de Coquimbo para
sacar el Araucano i un trasporte que se habían remitido a él
para tomar el batallón número 2 de Chile, i que la mayor
parte de los buques llegó el 7 do setiembre a la bahía de Pa-
rarca, inmediata a Pisco, en donde desembarcó el ejército.
Mientras que las tropas se extendían por aquellos valles, i lan-
zaban al corazón dol Perú la brillante división del jencral Are-
nales, la escuadra salió a cruzar por la costa en busca do las
'as Venganza i Esmeralda, que se habían presentado en
las ínmediaoionc uiendoa algunos de 1<>s buques del
oonvoi. El oonstante sistema de huir do todo formal encuen-
tro, adoptado por los españoles, hizo infructuosa aquella sali-
da; i la escuadra tuvo que volver al fondeadero para prooaver
los tr de un ataque que po lia emprenderse sobro ellos
en su ausencia. El 25 de octubre, la expedición libertadora SO
reembarcó' para ir a establecer sus reales en el puerto de Ancón.
Al pasar por el Callao, las veinte i cuatro velas que formaban
elconvOJ >nen linca; 1 partiendo lOl trasportes al
MEMORIA SOBRE LA PRIMERA ESCUADRA NACIONAL 93
puerto de su destino, convoyados por el San Mar Un i otros
buques menores, quedó el rice-almirante eun la O'Higgins,
el Lautaro, la Independencia i el Araucano, haciendo efec-
tivo el bloqueo que el supremo director de Chile había decre-
tado sobre el Callao i demás costas peruanas.
«Lord Cochrane, cuyo ánimo estaba irritado por los últimos
sucesos, quiso darse gusto haciendo alarde do su pericia náu-
tica i de su temerario arrojo. Todos saben cpie la bahía del
C illaO está cerrada por la isla de San Lorenzo, que deja dos
entradas al surjidero: la que cae a la parte del noroeste es ancha
i espaciosa, i por ella hacen su entrada los buques; la del sud-
oeste es estrecha i sembrada de escollos, por lo que se le llama
el Boquerón. Jamas se habían visto pasar por esta boca mas
que los barquichuelos llamados místicos, que hacen el comer-
cio de la costa, i cuya dimensión ordinaria no pasa de cien to-
neladas. Sin embargo, a lord Cocbrane se le ocurrió atrave-
sar el Boquerón con una fragata de cincuenta cañones. Los
enemigos, viendo hender la O'Higgins por aquellos siempre
respetados escollos, creían a cada momento verla fracasar, í
alistaron las lanchas cañoneras para atacarla en el momento
que hubiese dado en el peligro. Para gozar del espectáculo,
la guarnición de los castillos se hahia subido a lo alto de las
murallas; i las tripulaciones do los buques, suspendiendo sus
faenas, quedaron con la vista lija aguardando el resultado de
aquella extraña aventura. Mas con sorpresa de todos, la O'Hig-
gins cruzó serena por en medio de las rocas, dejando atónitos
a los espectadores, que no podían darse razón del extraño de-
senlaco de aquel audaz capricho. El paso del Boquerón ha sido
un suceso que ha quedado grabado en la imajinacion del pueblo
del Callao; i la tradición muestra aun asombrada el lugar por
dondo surcó el almirante Cochrane.
«No pasó mucho tiempo el almirante en la inacción; i como
si quisiese hacer contraste con la prudencia que presidia las
deliberaciones de su rival, el joneral San Martin, concibió el
designio mas atrevido de que ofrecen ejemplo los anales de
la marina. Las dos fragatas españolas Prueba i Venganza.
se hallaban fuera del Callao, habiendo dejado en la bahía a la
0\ OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Esmeralda, para presidir las fuerzas marítimas que estaban
reconcentradas en aquel punto. Se recordará lo que otra vez
se ha dicho acerca de la colocación de estas fuerzas, i sus do-
bles líneas de buques i de lanchas cañoneras protejidas por
las formidables fortalezas de la costa. Por este tiempo, la línea
era formada, ademas de la Esmeralda, por una corbeta, dos
bergantines, dos goletas de guerra, tres grandes buques mer-
cantes armados i veinte lanchas cañoneras. Para mayor segu-
ridad, se habia formado, con gruesas cadenas de hierro i made-
ra, una percha o especie de estacada flotante que rodeaba todos
los buques impidiendo la aproximación del enemigo, excep-
tuando solo la pequeña abertura que quedaba hacia la parte del
norte para la entrada de los neutrales. El vice-almirante so
propuso penetrar por esta boca; i colocado en el centro de las
fuerzas españolas, apoderarse de la Esmeralda i de cuantos
buques mas pudiese. La tripulación acojió este proyecto con
aplauso; i lord Cochrane pudo elejir doscientos cuarenta
hombres de la jente mas granada i bien dispuesta que tenia
a sus órdenes.
«El 1.° de noviembre, dirijió a los comandantes de los bu-
ques la siguiente instrucción:
— «Los botes i chalupas avanzarán en dos líneas paralelas i
separadas una de otra a distancia do tres botes.
«La segunda línea será dirijida por el capitán Guise, la
primera por el capitán Orosbie. Cada boto, en cuanto las
circunstancias lo permitan, será comandado por un oficial,
i todos Irán bajo la dirección inmediata del vicealmirante.
thot oíieiaiei i soldados deberán llevar chaqueta blanca, o
ir armados de pistolas, sanies, puñales o picas. En cada boto,
haber dos homb los de cuidarlo, sin que, por
i mo, puedan abandonarlo, ni dejar que se desvie
¡de la coló e le dé.
«Oada b >''• debe tener haohas afiladas, que los guardas car-
ia |a ointu ido la fragata Esmeralda el objeto
principal de la i (pedición, todas las fuerzas reunidas deberán
irla desde luego; i una vez tomada, cuidar de su oonser-
• u.
MEMORIA SOBRE LA PRIMERA ESCUADRA NACIONAL 97»
«Tomándose posesión de la fragata, los marinos chilenos
no harán oír las aclamaciones que tienen de costumbre, sino
que, para engañar al enemigo, deberán exclamar: ¡Viva el Rci!
«Debiendo ser atacados los bergantines de guerra por la
mosquetería desde la Esmeralda, los tenientes Esmond i
Morgell tomarán posesión de ellos con las chalupas que go-
biernan, i los sacarán del puerto tan pronto como les fuere
posible. Las chalupas de la Independencia se ocuparán en
sacar fuera los buques mercantes españoles que estén a la
parte exterior; i los de laO'IIujgins i del Lautaro, al mando
de los tenientes Bell i Robertson, en poner fuego a los que
estén mas adentro, cuidando que no se vengan sobre los otros.
«Si el vestido blanco no bastase para distinguir a los asal-
tadores por la oscuridad deia noche, las palabras de orden i
contraseña serán Gloria, que se responderá por Victoria.* —
«En la noche del 4 de noviembre, los botes desatracaron da
la O'IIiggins, i se ejercitaron en la oscuridad para la fun-
ción que debían emprender en la siguiente noche. Efectiva-
mente, el dia 5 estaba designado por el almirante para dar el
golpe; i a fin de hacer que el enemigo estuviese menos aperci-
bido a la resistencia, la U'IIiggins, a cuyo bordo se habia
recojido toda la jente destinada a la empresa, hizo señales pa-
ra que el Lautaro, la Independencia i el Araucano saliesen
de la bahía. Este artificio produjo completo resultado: los es-
pañoles quedaron convencidos de que nada tenían que temer
por esa noche, i supusieron que la escuadra salía a perseguir
alguna vela descubierta en alta mar. Estando así todo dis-
puesto, a las diez i media de la noche, catorce botes partieron
de la O'IIiggins en las dos líneas prevenidas por el almiran-
te, guardando todos el mayor silencio. La fragata Macedonia
de los Estados Unidos i la Ili/perion de Su Majestad Británi-
ca estaban ancladas fuera de la percha que guarnecía los bu-
ques enemigos, en el tránsito por donde debían pasar los
botes. Los centinelas do la primera habían comenzado a dar
la voz de alarma; pero los oficiales los hicieron callar i mani-
festaron en voz baja a nuestros marinos sus deseos de quo
obtuviesen un feliz resultado; no así los de la Hyperion, cu-
'96 5CÜL0S LITERARIOS I CRÍTICOS
yos centinelas no cesaron de dar voces liasta que pasaron los
botes. A las doce llegaron éstos a la línea de las cañoneras
enemigas, una de las que dio el quién vive. Lord Coehrane,
que iba en el primer bote, contestó silencio o mueres: el pavor
no dejó al enemigo oro partido que el déla obediencia, i a
poco andar los botes, salvando aquel primer obstáculo, estu-
vieron sobre la Esmeralda. El capitán Guise, con los del
Lautaro i la Independencia, tomó el costado de babor; lord
Coehrane, con los de la 0' Higgins, el de estribor. Su Señoría
se lanzó por el pasavante, i mató al centinela que estaba en
aquel lugar. En este momento, los asaltadores abordaron la
Esmeralda por todas partes; i Coehrane i Guise, cuya rivalidad
empeñaba su honor en aquel lance, se dieron la mano en el
alcázar de popa. La tripulación de la Esmeralda, a pesar de
estar prevenida para todo lance, no alcanzó a hacer oportuna
resistencia, i se reconcentró sobre el castillo de proa. Allí sos-
tuvo por mas de un cuarto de hora un vivo fuego de fusil,
haciendo también valer en el combate el arma blanca. La cu-
bierta «staba anegada en sangre; i los muertos i heridos que
habían caído, impelían el movimiento de los combatientes. Al
fin, la intrepidez de Los asaltadores quedó dueña de la fragata;
mas, como varios oficiales i marineros habían sido heridos, i Co-
chrane mismo bahía corrido igual suerte, no fué posible conti-
nuar el intento de apoderarse de los tiernas buques, oomple-
i ui lo el plan de a aque que se había convenido de antemano.
sapitan Guise mandó picar los cables, i la Esmeralda co-
; salir del surjidero.
■En estos momentos, la alarma se. hahia difundido en los
[as lanchas i las fortalezas; i lodos ellos disparaban
i confusión. La misma incertidumbre del motivo
de aquella alarma, atormentando los espíritus, hacía redoblar
I ifuerzos; i la bahía ofreoia el mío de un torbellino
de fuego en que la muerte cruzaba en i idas direcoiones. Para
aalvarse del peli fro, la I W&cedonia i la Hyperion
liando la señal convenida de unos faroles; pe-
d Coehrane tUVO la feliz ocurrencia de echar lambicn
| le manera que i no podían dis-
MEMORIA SOBRE LA PRIMERA ESCUADRA NACIONAL 97
•
tinguir los neutrales de los enemigos. A las dos i media de la
mañana, la fragata i dos lanchas cañoneras tomadas al enemi-
go estaban fondeadas fuera de tiro de cañón.
«La Esmeralda, se hallaba en un excelente estado de defen-
sa, i tenia un equipaje mui bien disciplinado. Según los esta-
dos que se encontraron a bordo, parece que habia en ella la
noche del combate trescientos veinte hombres; mas al día si-
guiente, cuando se pasó revista de prisioneros, so vio que su
número apenas llegaba a ciento setenta i tres, de manera quo
la pérdida del enemigo consistió en ciento cincuenta i siete
hombres, sin contar un gran número de heridos que ese mis-
mo dia se mandaron a tierra con un parlamentario. Entre los
prisioneros, estaba el comandante de la Esmeralda don Luis
Coig, herido por una bala de cañón, que disparó al buque una
lancha española en los momentos del combate. Ademas se to-
mó en ella el estandarte del comandante jeneral del apostadero
don Antonio Vacaro. La fragata montaba cuarenta i cuatro
cañones, i tenia a su bordo provisiones para tres meses i un
repuesto de jarcia para dos años.
«La pérdida de los chilenos consistió en once muertos i trein-
ta heridos. »
Un juicio maduro, que templa hasta los arrebatos del pa-
triotismo, i pone cada cosa en el lugar que le corresponde sin
exajeraciones ni declamaciones, es otra de las prendas que
distinguen la memoria.
El lenguaje del señor Reyes es jeneralmentc puro i correc-
to. Pero nos permitirá decirle que desearíamos hubiese sido
algo mas castigado i severo en este punto, dando así un buen
ejemplo a nuestros jóvenes, que, a decir verdad, no son bas-
tante cuidadosos en la elección de sus voces i frases. No nos
preciamos de puristas; no condenamos la introducción de nue-
vos vocablos, cuando son necesarios para expresar ideas nue-
vas; ni tampoco estamos reñidos con los provincialismos
cuando no desfiguran el castellano, idioma común de la Es-
paña i de los pueblos hispano-americanos, que está destinado
a ser un activo vehículo de comunicaciones intelectuales entre
OPLSC. 13
98 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
tantas naciones. Lo que reprobamos ciertamente es la afecta-
ción de jiros afrancesados, que, empañando la tersura de la
dicción, perjudican mucho al efecto literario de producciones
en que brilla el injenio. El señor Reyes no escribe así, pero es
joven; i las numerosas ocupaciones de que está abrumado, no
le dieron tiempo para revisar i correjir su interesante opús-
culo. A esto deben atribuirse sin duda los pocos i lijeros des-
cuidos que notamos en él. Reconocemos en el señor Reyes
una intelijencia privilejiada, enriquecida de cuanto se necesita
para formar un escritor elocuente; i desearíamos estimularle
a que cultivase con esmero sus felices disposiciones naturales.
{El Araucano, Año de 1816.)
BOSQUEJO HISTÓRICO
DE LA
CONSTITUCIÓN DEL OOIíIKUNO DB CHILE DORANTE BL PRIMER
PERÍODO DE LA REVOLUCIÓN
DESDE 1810 HASTA 1814
POR DON JOSÉ VICTORINO LASTARIUA
Esta obra ha sido premiada en el concurso universitario de
1847; i su autores ventajosamente conocido por otras produc-
ciones literarias, que le colocan entre los mas distinguidos i
laboriosos miembros de la universidad i del Instituto Nacional.
El presente no es el menos interesante de los trabajos que,
desde la reorganización de la universidad en 1843, han ilus-
trado la historia do Chile, i a que dio principio el mismo señor
Lastarria en sus Investigaciones sobre la influencia social
de la conquista i del sistema colonial de los esjiañoles en
Chile: memoria presentada a la universidad en el solemne
aniversario do 1844.
Preceden al Bosquejo un discurso destinado a servirle de
prólogo, por don Jacinto Chacón, profesor de historia en el
Instituto Nacional, i un informe de don Antonio Varas i don
Antonio García Reyes, miembros de la comisión universitaria
encargada de examinar i calificar la obra. Estas dos piezas
contienen dos apreciaciones harto diversas, i nos presentan el
Bosquejo Histórico bajo dos puntos de vista opuestos; pero
una i otra son bastante honoríficas al autor. Por nuestra parte,
100 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
adherimos al informe. Si no descubre la pretensión de remon-
tar el vuelo a las altas rejiones de la metafísica histórica, en
recompensa caracteriza la obra del señor Lastarria con mucha
sensatez e imparcialidad, i nos da al mismo tiempo ideas cla-
ras i exactas del verdadero ministerio de la historia i del modo
de cultivarla con fruto.
«La comisión se siento inclinada a desear que se emprendan
antes de todo trabajos destinados principalmente a poner en
claro los hechos;» ella cree que «la teoría que ilustre esos he-
chos vendrá en seguida, andando con. paso firme sobro terreno
conocido.» Nosotros participamos del mismo deseo, i lo cree-
mos suficientemente justificado por las consideraciones con que
principia el prólogo. El señor Chacón ha reconocido que «la
formación de la historia constitucional, que no esotra cosa
que el desenvolvimiento progresivo del orden de principios
sobre que descansa la sociedad, no debió aparecer sino después
que la ciencia de la historia, pasando por todos sus grados su-
cesivos desde el simple cronista hasta el filósofo que descubre
las leyes de rotación de la humanidad, hubo llegado a su últi-
mo desarrollo.» Admitiendo estas ideas (bien que no lo hace-
mos sino con ciertas restricciones que manifestaremos mas
adelante), estamos autorizados para deducir que, en Chile, co-
mo en Europa, los estudios históricos deben andar el mismo
camino desde la crónica que nos da el inventario do los suce-
sos, hasta la filosofía que los concentra i resume, i hasta la
historia constitucional, quo es, según el modo de pensar del
RefiOT Chacón, la última expresión deesa filosofía. ¿En qué so
fon la, pues, <'l desden con que el ilustrado autor del prólogo
ha mirado <-l deseo «Ir Los comisionados? ¿Desean éstos otra oo-
■aque la realización en ('hile del desarrollo progresivo déla
historia, dibujado en las primeras lincas del prólogo? llai aquí
i de inconsecuente, <> ;i 1<> menos de oscuro; i la ínoonse-
Buendao la oscuridad sube de punto, comparando aquellas
lineas con otros pasajes, sí era forzoso que la historia oonsti-
taejona] apareciese después que la oienois histórica hubiese
caminado paso a paso desde la crónica hasta la mas sublime
la historia de la constitución, que es el último
BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA CONSTITUCIÓN DEL GOBIERNO 101
término, ¿cómo es posible que el historiador político estudie
en la escuela del historiador constitucional, i aprenda en
ésta a comprender los hechos, antes de empezar a contar-
los? ¿Cómo puodeser primero fijar los principios i después
sus consecuencias o los hechos, contra el parecer de la co-
misión universitaria? Con todo nuestro respeto a los exten-
sos conocimientos del joven profesor, no podemos disimular
que pensamos de mui diverso modo. No es «ese el proceder
do toda ciencia, i principalmente el déla ciencia histórica». Por
mas que diga el señor Chacón, el proceder de toda ciencia de
hechos, confirmado por la experiencia del mundo científico
desde la restauración do las letras, es precisamente inver-
so. Primero es poner en claro los hechos, luego sondear su
espíritu, manifestar su encadenamiento, reducirlos a /vastas i
comprensivas jeneralizaciones. Las leyes morales no pueden
rastrearse sino como las leyes de la naturaleza física, dele-
treando, por decirlo así, los fenómenos, las manifestaciones
individuales. Aquellas sin duda nos harán después com-
prender mejor las individualidades; pero solo por medio do
éstas podemos remontarnos a la síntesis que las compendia
i formula.
Poner en claro los hechos le ha parecido al señor Chacón
una cosa demasiado humilde i me/.juina. Según él, la natu-
raleza del talento i do los estudios del señor Lastarria no lo
permitía anonadar sus fuerzas i quedar inferior a sí mismo,
reduciéndose, como hubiera querido la comisión informante,
a poner en claro los hechos, a ser un mero cronista. Pero
poner en claro los hechos es algo mas que apuntarlos a la
lijera en sumarios descarnados, que no penetran mas allá de /
su parte exterior, tanjible. Poner en claro los hechos es escri* \
bir la historia; i no merece este noniKre sino la que se escribo
a la luz do la filosofía, esto es, con un conocimiento adecuado
do los hombres i de los pueblos, i esta filosofía ha existido, ha
centelleado en las composiciones históricas mucho antes del ¡
siglo XIX. No so pueden poner en claro los hechos como lo (
hicieron Tucídides i Tácito, sin un profundo conocimiento del
corazón humano; i permítasenos decir (aunque sea a costa do
i Oí OPÚSCULOS LITEHARIOS I CRÍTICOS
parecer anticuados i rancios) que se aprende mejor a conocer
el hombre i las evoluciones sociales en los buenos historiado-
res políticos de la antigüedad i do los tiempos modernos, que
en las teorías jenerales i abstractas que se llaman filosofía de
la historia, i que en realidad no son instructivas i provechosas,
sino para aquellos que han contemplado el drama social vi-
viente en los pormenores históricos. Bernal Diaz del Castillo
es, si se quiere, un mero cronista. I con todo eso nos inclina-
mos a creer que ninguna síntesis, ninguna colección de afo*
rismos históricos, nos hará jamas concebir tan vivamente la
conquista de América, los hombres que la llevaron a cabo, el
espíritu do la época, las costumbres, el corazón de la socie-
dad bajo una do sus fases mas extraordinarias, como aquella
serie de animados cuadros i de palpitantes retratos que nos
exhibe «el rejidor perpetuo do la ciudad do Guatemala» con
su sentido común, su relación candorosa, su estilo rastrero,
''■ i sus desaliñadas cuanto pintorescas frases, que están en cons-
tante transgresión de todas las reglas gramaticales. La verda-
dera filosofía de la historia no es una cosa tan nueva, como
algunos piensan. Los siglos XVIII i XIX la lian dado una
nomenclatura, un encadenamiento rigoroso; la han hecho una
ciencia aparte; pefO (H0 nos cansaremos de repetirlo] pura los
que no lian estudiado loa hechos, las individualidades, esas
deducciones sintéticas de nada sirven, a no sor que se crea
(¡nóvalo algo una memoria poblada do juicios ajenos, cuyo
fundamento se ignora, o solo so vislumbra do un modo super-
ficial i vago.
YA ilustra lo profesor conocerá acaso mejor que nosotros la
naturaleza del talento i de los estudios del señor Lastarria.
» juzgando por algunos trozos del Bosquejo i por algunas
ueltas de tu elegante pluma en «'1 jéneró
narrativo, lo creeríamos mui capa/, do esoribir esa historia
política tan injustamente desdeñada por el señor ( ¡hacon, i do
de trabajos un nuevo lustro a su reputa**
ekm literaria, I a Etobertson^ na Hume, un Gibbon, un lord
Mahnn, un Thicrry, uii Thjors, un Micholot, un Presoptt, no
< do un rango oscuro .n la república de las letras;
UOSQUEJO HISTÓRICO DE LA CONSTITUCIÓN DEL GOBIERNO 103
ni hai talento tan distinguido que se anonadase o se hiciese
inferior a sí mismo, escribiendo la historia como ellos.
Las composiciones históricas mas filosóficas del siglo XIX,
en parte nos dan a conocer hechos nuevos, i en parte suponen
el conocimiento de los que ya se hallaban consignados en
otros escritos. Por ejemplo, la Historia de la Civilización
de Guizot es casi un libro cerrado para el que no sepa sufi-
cientemente la historia de Francia i de Europa; i si no lo es
enteramente, es porque el autor cuenta, describe, lo que hace
muchas veces copiando.... ¿qué?: las crónicas, las hajiografías,
las escrituras i diplomas do la edad media. Tan esencial es el
estudio de la individualidad, que talvez no se ha dudo nunca
la importancia que en nuestros días a la adquisición de ma-
nuscritos curiosos, de antiguallas, de documentos primitivos.
La erudición desentierra, del fondo de los archivos, materiales
largo tiempo olvidados; i de ellos es de donde saca la historia
política, i hasta la novela histórica, los pormenores que dan
interés i vida a sus cuadros; así como en los trabajos del histo-
riador político es donde el filósofo, elabora sus inducciones. El
Bosquejo mismo, ¿qué es?: un estudio filosófico de cierta clase
do hechos que se suponen conocidos do los chilenos por la tra-
dición o por escritos precedentes. El autor no se desentiende
do los hechos, do las individualidades: al contrario, las pinta,
en cuanto son necesarias a su objeto; i eso es lo que a nuestro
juicio hace mas instructiva la obra. Talvez por no estar
suficientemente comprobados los antecedentes, no tendrá bas-
tantes garantías la fidelidad de la pintura, como opina la
comisión; poro que en el Bosquejo, hai algo mas que princi-
pios i jeneralidados, que el Bosquejo es una historia política
propiamente tal, aunque rápida i compendiosa, nos parece in-
cuestionable. Tal ha sido el pensamiento del señor Lastarria; el
título de la obra lo indica; i la ejecución corresponde al desig-
nio. I por eso hai cierta especie de contradicción entre el ¡uró-
logo i el Bosquejo, relativamente a la naturaleza do la histo-
ria constitucional i al campo que abraza. Según el prólogo,
ella es el último resumen, la quinta esencia, por decirlo así,
de toda la historia positiva. El señor Lastarria, al contrario,.
lUi OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
no la considera sino como una historia especial, como la his-
toria de la sociedad bajo uno do sus mas importante aspectos.
Oigámosle:
«Un escritor distinguido ha dicho que entramos hoi dia al
siglo de las constituciones; que los pueblos de la historia mo-
derna que no poseen un contrato social combaten por conquis-
tarlo, o al menos lo desean. Esta verdad que resalta en el
cuadro de los hechos que forman la vida del presente siglo,
nos induce a considerar como una parte esencial de la his-
!toria de un pueblo la historia de su constitución política, tanto
mas en América, cuyos estados han nacido en el rójimen
constitucional, han combatido por él, se han desgarrado sus
propias entrañas por él, se desarrollan en él, i no vivirán ni
-4 i) se consolidarán sino bajo su amparo.» En efecto, la historia
de la constitución de un pueblo, es como la de su relijion, la
de su comercio, la de su industria, la de sus letras: un ele-
mento integrante del todo indiviso en que trabaja la historia
nacional; un elemento que conviene estudiar separadamente,
como a cada uno de los otros, para comprender mejor sus an«
tecedentes, su jenio local, sus influencias i el porvenir que lo
aguarda.
Obsérvese ademas que el señor Lastarria no trata sino de
las constituciones políticas escritas, las cuales no son amenu-
do verdaderas emanaciones del corazón de la sociedad, por-
que suelo dictarlas una parcialidad dominanto, o enjondrarlas
en la soledad del gabineto un hombro que ni aun représenla
un partido; un cerebro excepcional, que encarna en su obra
sus nociónos políticas, sus especulaciones filosóficas, sus preo»
OUpaciones, sus utopias. De esto no sería menester ir mui le-
jos para encontrar ejemplos.
Una reflexión nos ocurro. El señor Chacón identifica la
constitución de uu pueblo, no solo con sus Instituciones, sino
con sus Ideas, oreenoias, costumbres. Ahora bien, lasoonsti»
tuokmes «l • I >s híspano-amerioanos han sido hedías a
la ii; emejanzads las constituciones anglo-amerioanas.
¿No se seguirla deaqui que las ideas, oreenoias i costumbres
alieno, del peruano, de] mejicano, tienen la misma ana-
BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA CONSTITUCIÓN DEL GOBIERNO 195
lojía con las ideas, creencias i costumbres de los habitantes
de Nueva York o de la Pensilvania? ¿I no es cierto que, en vez
deanalojías, hai decididos contrastes entre el carácter, el jenio,
el corazón de aquellas sociedades i el de la nuestra?
Taívez las contradicciones e inexactitudes que hemos nota»
do, no lo serán sino en la apariencia, i solo consistirán en que
no hemos acertado a entender perfectamente el sentido de al-
gunas expresiones del señor Chacón. Lo recelamos tanto mas,
cuanto es mas alto el concepto que su capacidad i sus vast03
estudios históricos nos han merecido. Si así es, desearíamos
que se rectificasen nuestros equivocados juicios. Desearíamos
sobre todo que no se sancionase con la doctrina del prólogo
el modo de pensar de aquellos que, limitándose a los resulta-
dos jenerales, pretenden reducir la ciencia histórica a un esté- f( * ♦,
ril i superficial empirismo. Porque en nuestra humilde opinión,
tan empírico es el que solo aprende de segunda o tercera mano
proposiciones jenerales, aforísticas, revestidas de brillantes
metáforas, como el que se contenta con la corteza de los he-
chos, sin calar su espíritu, sin percibir su eslabonamiento. Es
preciso en toda clase de estudios convertir los juicios ajenos
en convicciones propias. Solo de este modo se aprende una
ciencia. Solo de este modo puede apropiarse la juventud chi- * f
lena el caudal de conocimientos con que la brinda la culta ///
Europa, i hacerse capaz de contribuir a él algún dia, de enri-
quecerlo i hermosearlo. Tenemos por seguro que el señor
Chacón no ha dirijido de otro modo sus estudios, i casi nos
lisonjeamos de que, en las ideas que acabamos de emitir, él i
nosotros estamos de acuerdo.
(El .Araucano, Año do 1818.)
>4 CÍO y
1
MODO DE ESCRIBIR LA HISTORIA
«No hai peor guia en la historia que aquella filosofía siste-
mática, que no ve las cosas como son, sino como concuerdan
con su sistema. ]}n cuanto a los de esta escuela, exclamaré
con Juan Jacobo Rousseau: Hechos! Hechos!» — Carlos du
Rozoir.
«Los historiadores formados por el siglo XVIII se dejaron
preocupar demasiado por la filosofía de su tiempo.... Trataron
los hechos con el desden del derecho i de la razón: cosa mui
buena seguramente para operar una revolución en los espíri-
tus i en el estado, pero que lo es mucho menos para escribir
la historia, lloi no es ya permitido escribir la historia en el
ínteres de una sola idea. Nuestro siglo no lo quiere: exije que
se le diga todo; que se le reproduzca i se lo explique la exis-
tencia do las naciones en sus diversas épocas, i que se dé a
cada siglo pasado su verdadero lugar, su color i su significa-
ción. Esto es lo que yo he procurado hacer para el gran su-
ceso cuya historia he emprendido. No he consultado mas que
los documentos i los tcxtqs orijinales, sea para individualizar
las varias circunstancias de la narrativa, sea para caracterizar
las personas i las poblaciones que figuran en ella. Tanto es
lo que he sacado de esos textos, que me lisonjeo de haber de-
jado poco que tomar. Las tradiciones nacionales de las pobla-
ciones menos conocidas i las antiguas poesías populares, me
han suministrado muchas indicaciones acerca del modo do
existencia, los sentimientos e ideas de los hombres en los
tiempos i lugares a que transporto al lector.
103 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
«En cuanto a la relación, he adherido cuanto me ha sido
posible al lenguaje de los historiadores antiguos, contemporá-
neos de los hechos, o cercanos a ellos. Cuando me he visto
precisado a suplir su insuficiencia por consideraciones jenera-
les, he tratado de autorizarlas reproduciendo los rasgos ordi-
nales que me habían conducido a ellas por inducción. En fin,
he conservado siempre la forma narrativa, para que el lector
no pasase súbitamente de una relación antigua a un comenta-
rio moderno, i para que la obra no presentase las disonancias
que resultarían de fragmentos jdejcrónicas, entreverados de
disertaciones. Por otra parte, he creído que, aplicándome mas
a referir que a disertar, aun en la exposición de los hechos i
resultados jenerales, podría dar una especie de vida histórica a
las masas de hombres, como a los personajes individuales, i
que de esta manera en el destino político de las naciones ha-
llaríamos algo de aquel interés humano que inspiran involun-
tariamente los pormenores injenuos de las vicisitudes do for-
tuna i las aventuras de un solo hombre.
«Me propongo, pues, presentar con la mayor individualidad
la lucha nacional que se siguió a la conquista do la Inglate-
rra por los normandos establecidos enlaGalia.» — Agustín
Thierry.
Sismondi anuncia que so propone escribir la historia de
Francia hasta Luis XVI, i quo terminará este trabajo con la
filosofía do la historia do Francia: «Si me quedare bastante
vida i salud, para llevar hasta el fin la tarca que he tomado a
mi cargo, pediré a esos trece siglos las lecciones que, sobro
las ciencias sociales, nos tienen guardadas, Trataré sobre to-
do do «lar a conocer eso progreso sucesivo de la condición do
los pueblos, esa organización interior, ese estado de bienestar
o do desazón, que debe mirarso como el gran resultado do las
instituciones públicas, i que puede SOÍO ensenarnos a distin-
guir con certidumbre lo (pie moroco en ellas nuestra aproba-
ción o nuestra censura.
«Debo también decir aqui algunas palabras sobre el método
qu<- he adoptado para trabajar sobiv documentos antiguos.
Me lisonjeo de quo a la primen ojeada ningún lector vacilará
MODO DE ESCRIBIR LA HISTORIA Iü9
en reconocer que esta historia no es, como muchas otras, una
compilación ejecutada sobre compilaciones. Mi trabajo princi-
pia i acaba en los orijinales, según el consejo que me dio en
otro tiempo el gran historiador Juan de Muller. He buscado
la historia en los contemporáneos, i tal como se presentó a
ellos.... Cito siempre sus autoridades para poner al lector im-
parcial en estado de verificar mi trabajo, i de formar su jui-
cio con los mismos datos que me han servido para el mió. »
— Sismondi.
«La historia no tiene valor, sino por las lecciones que nos
da acerca de los medios du hacer felices i virtuosos a los hom-
bres; i los hechos no tienen importancia, sino en cuanto repre-
sentan ideas. Pero, por otra parte, es demasiado cierto que el
espíritu de sistema los disciplina con facilidad, i que en el
caos de los sucesos se hallarán siempre ejemplos en que apo-
yar las mas insensatas teorías. He visto mil veces la verdad
forzada a servirá la mentira; i esta charlatanería, tan frecuen-
te en los escritores superficiales, me ha hecho sentir mas que
cualquiera otra cosa todo el valor de las individualidades, to-
da la importancia de un examen escrúpulos» hasta de las
menores circunstancias. Talvez se creerá que doi una aten-
ción demasiado minuciosa a hechos comparativamente peque-
ños; que refiero muchos que tanto valdría haber ignorado; i
que si yo hubiese reducido a cuatro tomos una narración que
abraza dieziseis, hubiera podido encerrar en este estrecho cua-
dro las grandes lecciones de la historia, i desenvolver sufi-
cientemente los principios que he deseado grabar en la me-
moria de los lectores. Pero se olvida que, procediendo así, <
hubiera entresacado los hechos en vez de consignarlos, i que
las conclusiones que hubiese presentado entonces habrían de-
pendido del espíritu que hubiese presidido a la elección, i no i
de los hechos mismos. Al contrario, he querido que la histo- \
ria de Italia se presentase a la vista del lector como un grupo
aislado; i que él pudiese recorrerla en cierto modo, i contem-
plarla bajo todos sus aspectos. No he ocultado los sentimien-
tos de que me he sentido animado a vista de ella, pero he
querido dejar al lector la independencia de sus juicios. Ahí
110 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
están los hechos; si alguna otra interpretación les cuadra,
puede dársela. » — Sísmondi.
Villemain no perdona a Robertson el haber descartado de
su Introducción a la Historia de Carlos V ciertas particu-
laridades que presenta después bajo la forma do notas o do-
cumentos justificativos. «Se admira, se alaba^mucho esa In-
troducción; i cierto que hai en ella una serenidad de razón,
una bien entendida distribución de partes, algo de regular i
de progresivo, que agrada al pensamiento. Pero la acompaña
un tomo de notas; i lo mas curioso es que en estas notas es
donde se encuentran todas las particularidades orijinales....
Robertson nos dirá, por ejemplo, que cierto pueblo bárbaro,
invasor de la Europa civilizada, tenia cu el mas alto grado la
pasión i el fanatismo de la guerra. Eso es lo que coloca en el
texto; pero los rasgos, las facciones de esa ferocidad salvaje,
aquella pintura tan singular del campamento de los bárbaros,
aquella muchedumbre que se agolpa al rededor de un bardo
de la selva que entona canciones marciales, aquellas mujeres
i niños que lloran, porque no pueden seguir a sus hijos o a
sus padres a los combates, todos aquellos pormenores, en fin,
referidos por el embajador romano Prisco, poseído todavía del
terror que sintió al verlos i que lleva a la corte bizantina, todo
esto que relega Robertson a las notas, hace falta en su libro.»
«Una cosa es común a todos ellos (los historiadores grie-
gos i romanos), aun a aquel Salustio que oculta los pesares
déla ambición frustrada bajo el velo de una filosofía desalen-
I i amarga: es el talento de la narración. Todos la han
heeho el fin o el medio de sus composiciones, i la han presen*
tado con una injenuida l candorosa, o oon la inspiración de un
Hentímiento vivo i profundo. Si tienen una opinión que soste-
ner, una moralidad que realzar, se percibe su oolor en la na-
rración. Sea que lói hechos se desarrollen ante filos como un
espectáculo, o que traten de profundizarlos i de beberán ellos
el conocimiento del hombre i de los pueblos, siempre Baben
.1 nuestra vista como so ofrecieron a la suya, lian
lo h ni sentido, i el copiarlo es para
eU obra «le la [majinacion.
MODO DE ESCRIBIR LA HISTORIA 111
«Tácito mismo, que es do todos ellos el que mas ha contri-
buido a elevar i robustecer el pensamiento hufnano; aquel,
cuyas palabras conversarán et'ern con las almas que
marchita el despotismo'; que parece saborear el único eonsue-
l(Tquo dejan al hombro la tiranía i la bajeza, la satisfacción
de conocerlas i despreciarlas, ¿de qué medios se vale? ¿Cuál es
su secreto? ¿Cómo persuade sus opiniones? ¿Cómo demuestra
las causas jenerales o los motivos particulares? Cuenta; i en
testimonio de sus juicios, pone a nuestra vista las escenas i
los personajes. Helos ahí; nuestro espíritu puede recojer i
apropiarse juicios profundos, reflexiones profundas, bajo la
forma de imájenes vivientes. ¿Es este un filósofo, que nos da
desde su cátedra graves i severas lecciones? ¿Es un político,
quo nos pono delante los ocultos muelles del gobierno? ¿L'n
orador, que pronuncia acusaciones formales contra Tiberio i
Seyano? Nó: él es (valiéndonos de la expresión de Racine] cd
mas gran pintor do la antigüedad.
"cTalvez'la época en que vivimos está destinadas restablecer I
la narración, i a restituirle su antiguo honor. Nunca se ha di-
rijido la curiosidad con mas ansia noeimientos históri-
cos. Hemos vivido hace mas de treinta años en un mundo
ajitado por tantos i tan diversos i tan prodijiosos acón
mientos; de tal manera han rodado delante de nosotros los
pueblos, las leyes, los tronos; el cercano porvenir está en-
cargado de la solución de cuestiones tan grandes, que el pri-
mer empleo del ocio i de la reflexión es el estudio de la bis- f
toria. Como la existencia de cada uno, por grande o pequeño
quo sea, ha llegado a ligarse inmediatamente qqn las vicisi-
tudes del destino común; como la vida, la fortuna, el honor,
la vanidad, el empleo de nosotros misinos, las opiniones aca-
so, en una palabra, toda la situación del ciudadano ha depen-
dido i dependo todavía de los sucesos jenerales de su país i del
mundo entero, la observación ha debido lijarse casi exclusi-
vamente en la historia de las naciones. A eso se ha dirijido
la filosofía; porque tusas i qué efectos hai mas dignos
de rastrearse hasta sus fuentes? La poesía misma no nos cau-
tiva cuando no nos habla de lo que ofrece tantas marabillas,
\ 12 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de lo que excita emociones tan vivas. El drama no parece ya
destinado sino a reproducir las escenas de la historia. La no-
vela, composición antes frivola, a que la pintura de las gran-
des pasiones habia dado tanta elocuencia, ha sido absorbida
por el interés histórico. Se le ha pedido, no que nos cuente
aventuras de individuos, sino que nos los muestre como testi-
monios verdaderos i animados de un país, de una época, de
una opinión. Se ha querido que nos sirviese para conocer la
vida privada de un pueblo, ¿i no forma ésta siempre 'las me-
morias secretas de su vida pública?
«Estamos cansados de ver la historia trasformada en un
sofista dócil i asalariado que se presta a todas las pruebas que
cada uno quiere sacar do ella. Lo quejse le piden son hechos.
Como se observa en sus pormenores, en sus movimientos, es-
te gran drama de que somos actores i testigos, así se quiero
conocer lo que era antes de nosotros la existencia de los pue-
blos i de los individuos. Se exije que la historia los evoque,
los resucite a nuestra vista.» — Barante.
Así nos hablan los mas distinguidos escritores contempo-
ráneos; casi todos ellos, juntando el ejemplo a la doctrina,
han dado al mundo instructivas e interesantes historias, quo
son talvez los frutos mas sazonados de la literatura moderna.
¡Todos ellos concuerdan en la importancia do los hechos, [
consideran la exposición del drama social viviente como la
sustancia i el alma de la historia. Nuestra autoridad vale mui
poco (por mas que haya querido exajerarla para confusión
nuestra el señor Chacón, juez parcial en esta materia). Por
eso, nos era necesario autorizar las sanas doctrinas con nom-
bres ilustres. En lof pasajes que hemos elejtdo (los primeros
que nos han venido a La, mano1, es táoil ver que lo que el señor
Chacón llama camino trillado es el i'mieo camino de la his-
toria, como ya « » lo habia dado a entender en las pri-
meras líneas de su pnVogo, i (pie solo por los hechos de un
pueblo, individualizados, vivos, completos, podemos llegar a
la filosofía do la historia de ose pueblo.
Porque ea necesario distinguir doaespecieade filosofía do
la nial >ria La una no ea otra ooaa que la ciencia de la huma-
MODO DE ESC1UUIH LA HISTORIA 113
nidad en jeneral, la ciencia de las leyes morales i de las leyes
sociales, independientemente de las influencias locales i tem-
porales, i como manifestaciones necesarias de la íntima natu-
raleza del hombre. La otra es, comparativamente hablando,
una ciencia concreta, que de los hechos de una raza, de un
pueblo, de una época, deduce el espíritu peculiar de esa raza,
do ese pueblo, de esa época, no de otro modo que de los he-
chos de un individuo deducimos su jenio, su índole. Ella nos
hace ver en cada hombre-pueblo una idea que progresiva-
mente se desarrolla vistiendo formas diversas que se estam-
pan en el país i en la época: idea que, llegada a su final desa-
rrollo, agotadas sus formas, cumplido su destino, cede su
lugar a otra idea, que pasará por las mismas fases i perecerá
también algún día; no do otro modo que el hombre-individuo
diversifica continuamente sus deseos i sus aspiraciones desde
la cuna hasta el sepulcro, desenvolviéndose en cada edad nue-
vos instintos que le llaman a objetos nuevos.
Ivi filosofía jeneral do la historia, la ciencia de la humani-
dad, es una misma en todas partes, en todos tiempos: los
adelantamientos que hace en ella un pueblo aprovechan a to-
dos los pueblos, ontran en el caudal común do quo todos los
pueblos tienen solidariamente el dominio. Es como en las
ciencias naturales la teoría de la atracción o de la luz: las le-
yes físicas i químicas lo mismo obraron antes en el mundo
antidiluviano que ahora en el nuestro; lo mismo obran en la
Europa que en el Japón; los descubrimientos físicos i quími-
cos do la Inglaterra i de la Francia entran en el caudal soli-
dario de todas las naciones del globo. Pero la filosofía jeneral
de la historia no puede conducirnos a la filosofía particular de
la historia do un pueblo, en que concurren con las leyes esen-
ciales de la humanidad gran número de ajencias e influencias
diversas que modifican la fisonomía do los varios pueblos,
cabalmente como las que concurren con las leyes de la natu-
raleza material modifican el aspecto de los varios países. ¿De
qué hubiera servido toda la ciencia de los europeos para dar-
les a conocer, sin la observación directa, la distribución de
nuestros montes, valles i aguas, las formas de la vojetacion
OPtsc. 15
i 1 i OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
/
chilena, las facciones del araucano o del pehuenche? De mui
poco, sin duda. Pues otro tanto debemos decir de las leyes
jenerales de la humanidad. Querer deducir de ellas la historia
de un pueblo, sería como si el jeómetra europeo, con el solo
auxilio de los teoremas de Euclídes, quisiese formar desde su
gabinete el mapa de Chile.
Así es como concibe la filosofía de la historia el filósofo
que mejor ha inculcado su importancia, sus elementos i su
alcance. Ella es, según él, la filosofía del espíritu humano
aplicada a la historia; supone, por tanto, la historia; i de tal
modo la supone, que debe ser comprobada, garantida por ella,
para que estemos seguros de que es la expresión exacta de la
naturaleza humana, i no un sistema falaz que, impuesto a la
historia, la adultere. Esta filosofía debe estudiarlo todo; debe
examinar el espíritu de un pueblo en su clima, en sus leyes,
en su relijion, en su industria, en sus producciones artísticas,
en sus guerras, en sus letras i ciencias; ¿i cómo pudiera ha-
cerlo si la historia no desplegase ante ella todos los hechos de
ese pueblo, todas las formas que sucesivamente ha tomado en
cada una de las funciones de la vida intelectual i moral? Vea-
mos de qué modo figura Víctor Cousin ese vasto i grandioso
trabajo; i dígase si es posible comprenderlo sin una exposición
completa de los hechos, quo es la materia en quo trabaja el
filósofo. Veámoslo, por ejemplo, aplicando sus principios, los
elementos do la naturaleza humana, a la guerra. «¿Queréis
r lo que vale un hombre? (dice este elocuente escritor);
vedle obrar; ahí es donde él pone todo lo que vale; de la
misma manera la virtud de un pueblo aparece en el campo de
•!la; ahí está él todo entero con todo lo que lo pertenece.
Hasta allí es preciso CJU6 la filosofía de la historia le siga....
1. 1 organización de los ejércitos, la estratejia misma importa
a la hist 1 el mod i de oombatir de los atenienses i de
Ai''n is i Laoedemonia están allí todas. ¿Os
acordáis de la organizaoion de aquel pequeño ejército griego
.1 hombres <il|(') ooaduoido por un joven, ge internó'
I Oriente hasta la Baotriana? ESsa es le formidable falanje
- 1 símbolo de la ex-
MODO DE ESCRIBIR LA HISTORIA 11»
pansion rápida i poderosa de la civilización griega, i repre-
senta toda la impetuosidad, la celeridad i el ardor indomable
del espíritu griego i del espíritu de Alejandro. La falanje ma-
cedonia estaba organizada para la conquista rápida, para rom-
per por todo, para invadirlo todo. Tiene un movimiento irre-
sistible; pero poca fuerza interna, poco peso i duración. Volved
ahora los ojos a la lejion romana; en ella está toda Roma.
Una lejion es un gran todo, una masa enorme, que sacudida
abruma cuanto encuentra, sin peligro de disolverse; tan com-
pacta es, tan vasta, tan llena de recursos en sí misma. Al as-
pecto de una lejion, nos sentimos como en presencia de un
poder irresistible, i al mismo tiempo durable, que barre el
enemigo i lo reemplaza, ocupa el suelo, se establece en él, se
arraiga. La lejion romana es una ciudad, es un imperio, un
mundo pequeño que se basta a sí mismo, porque en su orga-
nización nada falta.... En una palabra, la lejion era un ejér-
cito organizado, no solo para avasallar el mundo, sino para
mantenerlo sujeto: su carácter es la consistencia, el peso, la
duración, la fijeza; es decir, el espíritu de Roma.» Sj_es nece-
sario que la filosofía de la industria estudie así cada uno de
los elementos de un pueblo, ¿no es claro que debe existir de
antemano la historia de ese pueblo, i una historia que lo re-
produzca, si es posible, todo entero, que lo reproduzca ani-
mado i activo? Nos avergonzamos de insistir tanto en una
verdad tan obvia.
El señor Chacón ha dicho mui bien que el mundo científico
es solidario: las conquistas que cada nación, cada hombre, ha-
ce en él, pertenecen al patrimonio de la humanidad. Pero es
preciso entendernos. Los trabajos filosóficos de la Europa no
nos dan la filosofía de la historia de Chile. Toca a nosotros
formarla por el único proceder lejítimo, que es el de la induc-
ción sintética. No por eso miramos como inútil el conocimien-
to de lo que han hecho los europeos en su historia, aun cuan-
do solo se trate de la nuestra. La filosofía de la historia de
Europa será siempre para nosotros un modelo, una guia, un
método; nos allana el camino; pero no nos dispensa de an-
darlo.
116 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Nuestro joven amigo nos permitirá decirle que en las com-
paraciones con que se empeña en sostener algunas de las ideas
del prólogo, hai mas poesía que lójica. «¿Qué se pensaría
(son sus palabras), de un sabio que dijese que no debemos
aprovecharnos del sistema de ferrocarriles europeos, porque es
necesario que Chile empiece la carrera do los descubrimientos
desde el simple camino carretero hasta el ferrocarril? ¿Qué so
pensaría de un sabio que dijese que Chile no debe aprovechar-
so de la excelencia del arte dramático europeo, porque debo
empozar la carrera de este arte, como la Europa, desde los
toscos misterios?.... ¿Qué so pensaría de un sabio que dijese
que Chile no debo aprovecharse de los descubrimientos i pro-
gresos de la maquinaria europea, sino que debe empezar, co-
mo la Europa, por el grosero tejido de paño burdo i las cal-
cetas de nuestros abuelos?» La verdad es que esas mismas
proposiciones con una lijera modificación no tendrían nada do
absurdo. Realmente hai, en todo, cierto camino que es nece-
sario andar, aunque mas o menos a prisa. Ningún pueblo ne-
cesita ya de producir un "Watt para tenor ferrocarriles; pero sí
le sería preciso haber principiado, no decimos por la carretera,
sino por el angosto sendero, que comunica de una choza a
otra. ¿Llevaría el señor Chacón el ferrocarril a nuestra colo-
nia del estrecho? ¿Pondría una fábrica de encajes o de sede-
rías en la Araucania? ¿I se necesitaría por ventura ir muí lejos
para encontrar pueblos a quienes los misterios do la edad
media cuadrarían mejor que las trajedias de Raoíne o los dra-
mas do Víctor Hugo? Pero no os esto en lo que consiste el
paralojismo. Las comparaciones de que se sirve el señor Cha-
cón no son adecuadas a la materia de que se trata. Una má-
quina puede trasladarso de Europa a chile i producir en Chile
los mismos efectos que en Europa. Pero la filosofía de la his-
toria de Francia, por ejemplo, la explioaoiori de las manifes-
taciones individuales del pueblo francos en las varías épocas
i hiftori de sentido aplicada a las individualida-
incia jlel pueblo/ ohileno. Cara lo úni-
co que puedfl servirnos es para dar una dirección acertarla a
nuestros trabajos, cuando, avista de ios hechos ohileno
MODO DE ESCRIBIR LA HISTORIA \ 17
todas sus circunstancias i pormenores, queramos desentrañar
su íntimo espíritu, las varias ideas, i las sucesivas metamor-
fosis de cada idea, en las diferentes épocas de la historia chi-
lena. Si así no fuese, el señor Lastarria, que, según el prólogo,
ha querido darnos la filosofía de nuestra historia, se habría
tomado un trabajo "süperfluo.
En otro número seguiremos desenvolviendo estas ideas, i
haremos ver que el Bosquejo Histórico es, como lo dice su
título, una obra rigorosamente histórica; aunque, por otra
parto, sea cierto que en algunos puntos i calificaciones se hace
desear el testimonio de los hechos. Pero no podemos soltar la
pluma sin contestar al grave cargo que se hace a la comisión,
acusándola de exclusivismo i do intolerancia, porque ha creí-
do que, en el estudio i cultivo de la historia chilena, debe prin-
cipiarse por el esclarecimiento de los hechos. Si este juicio,
expresado bajo la modesta forma de un deseo, es un acto de
intolerancia, adiós crítica literaria. Villemain quisiera que
Robertson, en lugar do calificar los hechos con frases genera-
les, los individualizase, los pintase. Protestemos, pues, contra
este deseo como un acto de exclusivismo. ¿Qué mas hubiera
podido decirse si la comisión, en vez do apreciar justamente
el Bosquejo Histórico, como el mismo señor Chacón lo con-
fiesa, i de adjudicarle el premio, arrogándose facultades in-
quisitoriales hubiese prohibido su lectura? La misma libertad
que tiene un escritor para dar a luz cuanto le dictan su inteli-
gencia i su conciencia, tiene otro escritor para examinarle i
criticarle, según su leal saber i entender.
(El Araucano, Año de 1843.) / $
MODO DE ESTUDIAR LA HISTORIA
Es fuerza decir que, aunque el señor Chacón, al principio de
su artículo primero, se ha propuesto fijar la cuestión (que, a
nuestro juicio, bien clara estaba), nos parece mas bien haberla
sacado de sus quicios. La comisión, después do haber dado
los debidos elojios al Bosquejo Histórico, dice que carece de
suficientes datos para aceptar el juicio del autor sobre el ca-
rácter i tendencias de los partidos que figuraron en la revolu-
ción chilena. Juzga, con sobrada razón, que sin tener ala vista
un cuadro en donde aparezcan de bulto los jbuccsos-, las per-
sonas i todo el tren material de la historia, el trazar lineamen-
tos~jenerales tiene el inconveniente de dar mucha cabida a
teorías i desfigurar en parte la verdad; inconveniente, añade,
de todas la9~obras que no suministran todos los antecedentes
de que el autor se ha servido para formar sus juicios. I se
siente inclinada a desear que se emprendan antes de todo tra-
bajos destinados a poner en claro los hechos; ala teoría que
ilustra esos hechos vendrá en seguida, andando con paso fir-
me sobre un terreno conocido».
No se, trata pues, de saber si el método ad probandum,
como lo llama el señor Chacón, es bueno o malo en sí mismo;
ni sobre si el método ad narrandum, absolutamente hablan-
do, es preferible al otro: se trata solo de saber si el métodO!
ad probandum, o mas claro, el método que investiga el ínti-
mo espíritu de los hechos de un pueblo, la idea que expresan,
el porvenir a que caminan, es oportuno relativamente al esta-
¿ *
120 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
do actual de la historia de Chile independiente, que está por
escribir, porque de ella no han salido a lux todavía mas que
unos pocos ensayos, que distan mucho de formar un todo
completo; i ni aun agotan los objetos parciales a que se con-
traen. ¿Por cuál de los dos métodos deberá principiarse para
escribir nuestra historia? ¿Por el que suministra los antece-
dentes o por el que deduce las consecuencias? ¿Por el que
aclara los hechos, o por el que los comenta i resume? La co-
misión ha creído que por el primero. ¿Ha tenido o nó funda-
mento para pensar así? Esta i no otra es la cuestión que ha
debido fijarse.
Cada uno de los dos métodos tiene su lugar; cada uno es
bueno a su tiempo; i también hai tiempos en que, según el
juicio o talento del escritor, puede emplearse el uno o el otro.
La cuestión es puramente de orden, de conveniencia relativa.
Sentado esto, es fácil ver que la cita de Barante, en que se
apoya como decisiva el señor Chacón, no toca el punto que se
discute. Barante, a presencia jrandes trabajos históricos
de sus contemporáneos, dice que ninguna dirección es exclu-
siva, ningún método obligatorio. Lo mismo decimos nosotros,
poniéndonos en el punto de vista en que so coloca Barante.
Cuando el público está en posesión de una masa inmensa do
documentos i do historias, puede mui bien el historiador quo
emprende un nuevo trabajo sobre esos documentos e historias,
adoptar o el método del encadenamiento filosófico, según lo
ha hecho Guizot en su Historia de la Civilización, o el mé-
todo de la narrativa pintoresca, como el de Agustín Thierry en
su Historia de la Conquista de Inglaterra por los Norman'
Pero, Cuando la historia dé un país no existe, sino en
documentot incompletos, esparcidos, en tradiciones vagas,
qUC es preciso compulsar i juzgar, el método narrativo es
obligado. Cito el que una sola historia jen eral o es-
d quo no haya principiado así. Toro hai mas: Barante
no en el punto de vista en i loca no disimula su
preferencia di- la filosofía que resalía como espontáneamente
de lo en su Integridad i con sus col
nativos, i la qii< uta con el carácter de teoría o si
MODO DE ESTUDIAR LA HISTORIA 121
ma G^pi^ofeso; que siempre induce cierto temor de ,que invo-
luntariamente se violente la historia para ajustaría a un tipo
preconstituido, que, según la expresión de Cousin, la adulte-
re. Véase la prefación de Barante a su Historia de los Du-
ques de Borgoña; i véase sobre todo esa historia misma, que
es un tejido admirable de testimonios orijinales, sin la menor
pretensión filosófica.
No es nuestro ánimo decir que, entre los dos métodos que
podemos llamar narrativo i filosófico, haya o deba haber una
separación absoluta. Lo que hai es que la filosofía quo en el
primero va envuelta en la narrativa i rara vez se presenta de
frente, en el segundo es la parte principal a que están subor-
dinados los hechos, quo no se tocan ni se explayan, sino en
cuanto conviene para manifestar el encadenamiento de causas
i efectos, su espíritu i tendencias. Cabe entre ambos una infi-
nidad de matices i de medias tintas de que no sería difícil dar
ejemplos en los historiadores modernos.
El juicio de la comisión no es exclusivo, ni su preferencia
absoluta. No hai mas que leer su informe, para convencernos
de que los argumentos aducidos por el autor del prólogo son
inconducentes: impugnan lo que nadie ha dicho ni pensado.
La comisión no ha emitido fallo alguno sobre cuestión alguna
que tenga divididas las opiniones del mundo literario, como
so supone. Ha deseado.... ni aun tanto... se ha sentido incli- >
nada a desear que se nos ponga en posesión de las premisas \
antes do sacar las consecuencias; del texto 'antes que délos. J
comentarios; de los pormenores antes de condensarlos en je-
neralidades. Es imposible enunciar con mas i i un jui-
cio mas conforme a la experiencia del mundo científico i a la
doctrina de los autores célebres que han ese-rito do propósito
sobre la ciencia histórica. I mas diremos: dado quo el punto
fuese cuestionable, la comisión, declarándose por una do las
opiniones controvertidas, no hubiera hecho mas que poner en j
ejercicio un derecho que los fueros de la república literaria
franquean a todos. ¿Por ventura no es lícito a todo el que
quiera hacer uso de su entendimiento elejir entre dos opinio-
nes contrarias la que le parezca mas razonable i fundada? ¿I
«««»*»*»••
128 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
es el^ampeon de la libertad literaria el que nos impone la
obligación de suspender riuesfro juicio sobre toda cuestión
debatida, i de no emitir otras ideas que las que llevan el im-
primatur de la aprobación universal?
El señor Chacón nos da una reseña del oríjen i progresos
de la historia en Europa desde las cruzadas; reseña gratuita
para el asunto de que se tratar i no del todo exacta. En ella
se principia por Froissart; i se le hace encabezar la serie de
cronistas «que en los siglos XII i XIII mezclaron la historia
i la fábula, los romances de Carlomagno i de Arturo con los
hechos de la caballería». El señor Chacón olvida que Froissart
floreció en el siglo XIV, i parece ignorar que los romances de
Carlomagno i de Arturo habían empezado a contaminar la
: historia algún tiempo antes de la primera cruzada. A juzgar
por esta reseña, pudiera creerse que, en el primer período de
la lengua francesa (que propiamente noes la lengua de los
trovadores) faltaron historiadores verídicos, testigos de vista
de los sucesos mismos de las cruzadas, como Villehardouín i
Joinville. Como quiera que sea, se hace desfilar a nuestra
vista una procesión de cronistas, historiadores i filósofos de la
f ^ historia, que principia en Froissart i acaba en Hallara. «¿I se
quiere, (se nos pregunta) quo nosotros retrogrademos; se
quiero que cerremos los ojos a la luz que nos viene de Euro-
pa; que no nos aprovechemos de los progresos que en la cien-
cia histórica lia hecho la civilización europea, como lo hace-
mos en las domas artes i ciencias que se nos trasmiten, sino
que debemos andar el mismo camino desdo la crónica hasta la
filosofía de la historia?»
No es difícil responder a este interrogatorio. Mal puedo re-
troeeder el que no ha hecho mas quo ponerlos pies en el ca-
mino. No pedimos que s<* escriban otra VOZ las crónicas de
Francia: ¿qué retrooeso eabe en hacer la historia de Chile,
que M está hecha, para que, ejecutado este trabajo, venga
la filosofía a darnos la Idea de cada personaje i de cada hecho
histórico (de los nuestros se entiende), andando con pasc/lr*
r un íerfeno conocido? ¿Hemos de ir a buscar nues-
tra historia en Froissart, o en ('omines, o en Mizeray, o en
\ üo
MODO DE ESTUDIAR LA HISTOIUA 123
¡Sismondí? El verdadero movimiento retrógrado consistiría en
principiar por donde los europeos han acabado.
Suponer que se quiere que cerremos los ojos a la luz que
nos viene de Europa, es pura declamación. Nadie ha pensado
en eso. Lo que se quiere es que abramos bien los ojos a ella,
i que no imajinemos encontrar en ella lo que no hai ni puede
haber. Leamos, estudiemos las historias europeas; contem-
plemos de hito en hito el espectáculo particular que cada una
de ellas desenvuelve i resume; aceptemos los ejemplos, las
lecciones que contienen, que es talvcz en lo que menos se
piensa: sírvannos también de modelo i de guia para nuestros
trabajos históricos. ¿Podemos hallar en ellas a Chile, con sus '
accidentes, su fisonomía característica? Pues esos accidentes,
esa fisonomía es lo que debe retratar el historiador de Chile,
cualquiera de los dos métodos que adopté. Ábranse las obras
célebres dictadas por la filosofía de la historia. ¿Nosjlan ellas
la filosofía de la historia de la humanidad? La nación chilena
no es la humanidad en abstracto; es la humanidad bajo cier-
tas formas especiales; tan especiales como los montes, valles
i rios de Chile, como sus plantas i animales, como las razas
de sus habitantes, como las circunstancias morales i políticas
en que nuestra sociedad ha nacido i se desarrolla. ¿Nos dan
esas obras la filosofía déla historia de un pueblo, de una épo-
ca? ¿De la Ingaterra bajo la conquista de los normandos, de
la España bajo la dominación sarracena, de la Francia bajo
su memorable revolución? Nada mas interesante, ni mas ins-
tructivo. Pero no olvidemos que el hombre chileno de la in-
dependencia, el hombre que sirvo de asunto a nuestra histo-
ria i nuestra filosofía peculiar, no es el hombro francés, ni el
anglo-sajon, ni el normando, ni el godo, ni el árabe. Tiene
su espíritu propio, sus facciones propias, sus instintos pecu-
liares.
¡áea en hora buena culpa nuestra haber encontrado incon-
secuencia u oscuridad en ciertos pasajes del prólogo. A la
verdad, no dejó de ocurrimos la clave con que en el artícu-
lo 1 .° del señor Chacón se ha tratado de conciliarios. Pero
la idea nos pareció demasiado repugnante al sentido común
124 OPÚSCULOS L1TEKARIOS I CRÍTICOS
(\
para atribuírsela. Ello es que ni aun ahora nos atrevemos a
imputársela, i preferimos creer que (por culpa nuestra segu-
ramente; no hemos acabadojiejintendejrle.
Pedimos perdón a nuestros lectores. Hemos prolongado
fastidiosamente la defensa de una verdad, de un principio evi-
dente, i para muchos trivial. Pero deseábamos hablar a los
jóvenes. Nuestra juventud ha tomado con ansia el estudio do
la historia; acabárnosle ver pruebas brillantes de sus adelan-
tamientos en ella; i quisiéramos que se penetrase bien de la
verdadera misión de la historia para estudiarla con fruto.
Quisiéramos sobre todo precaverla de una servilidad excesiva
a la ciencia de la civilizada Europa.
Es una especie de fatalidad la que subyuga las naciones
que empiezan a las que las han precedido. Grecia avasalló a
Roma; Grecia i Roma, a los pueblos modernos de Europa,
cuando en ésta se restauraron las letras; i nosotros somos ahora
arrastrados mas allá de lo justo por la influencia de la Europa,
a quien, al mismo tiempo que nos aprovechamos de sus luces,
debiéramos imitar en la independencia del pensamiento. Mui
poco tiempo hace que los poetas de Europa recurrían a la his-
toria pagana en busca <le imájenes e invocaban a las musas
en quienes ellos ni nadie creia; un amante desdeñado dirijia
devotas plegarias a Venus para que ablandase el corazón de su
querida. Esta era una especie de solidariedad poética semejan-
te a la que el señor Chacón parece desear en la historia.
Es preciso ademas no dar demasiado valor a nomenclaturas
filosóficas: jeneralizaciones que dicen poco o nada por sí mis-
mas al (¡no no ha contemplado la naturaleza viviente en las
pinturas do la historia, i, si ser puede, en los historiadores
primitivos í orijinales. No hablamos aquí (le nuestra historia
Solamente, sino de todas. Jóvenes chilenos! aprended a juz-
gar por vosotros mismos; aspirad a la independenoia del. pen-
samiento. Beb 1 en las fuentes; a lo menos en los raudales
i a ellas. El lenguaje mismo de los historiadores
orijinales, |UI ideas, hasta sus preoeupaciones i sus leyendas
fabulosas, ion una parte de la historia, i no la menos instruc*
por ejemplo, saber qué cosa fué el
MODO DE ESTUDIAR LA HISTORIA 12,")
descubrimiento i conquista de América? Leed el diario do
Colon, las cartas de Pedro de Valdivia, las de Hernán Cortea.
Bernal Diaz os dirá mucho mas que Solis i que Robertson.
Interrogad a cada civilización en sus obras; pedid a cada his-
toriador sus garantías. Esa es la primera filosofía que debe-
mos aprender de la Europa.
Nuestra civilización será también juzgada por sus obras; i
si se la ve copiar servilmente a la europea aun en lo que ésta
no tiene de aplicable, ¿cuál será el juicio que formará de no-
sotros un Michelet, un Guizot? Dirán: la América no ha sacu-
dido aun sus cadenas; se arrastra sobre nuestras huellas con
los ojos vendados; no respira en sus obras un pensamiento
propio, nada orijinal, nada característico; remeda las formas
de nuestra filosofía, i no se apropia su espíritu. Su civilización
es una planta exótica que no ha chupado todavía .sus jugos a
la tierra que la sostiene.
Una observación mas i concluimos. Lo que se llama filosp-
fía de la historia, es una ciencia que está en mantillas. Si
hemos de juzgaría por el programa de Cousin, apenas na da-
do los primeros pasos en su vasta carrera. Ella es todavía
una ciencia fiuctuante; la fe de un siglo es el anatema del si-
guiente; los especuladores del siglo XIX han desmentido a los
del siglo XVIII; las ideas del mas elevado de todos éstos,
Montesquieu, no se aceptan ya sino con muchas restricciones.
¿Se ha llegado al último término? La posteridad lo dirá. Ella
es todavía una palestra en que luchan los partidos: ¿a cuál de
ellos quedará definitivamente el triunfo? La ciencia, como la
naturaleza, se alimenta de ruinas; i mientras los sistemas na-
cen i crecen i se marchitan i mueren, ella se levanta lozana i
flori4a sobre sus despojos, i mantiene una juventud eterna.
(El Araucano, Año de 1848.)
cgpp
CONSTITUCIONES
Hemos dicho, i repetimos, que «las constituciones políticas
escrito* nó son amenudo verdaderas emanaciones del cora-
zón de la sociedad, porque suele dictarlas una parcialidad do-
minante o enjendrarlas en la soledad del gabinete un hombre
que ni aun representa un partido». En esto nos hemos limi-
tado a sentar un hecho de que la última jeneracion ha sido
repetidas veces testigo; i nos causa no poca sorpresa que en
este año de 1848, después de tantos experimentos constitucio-
nales abortivos, haya personas que consideren las constitucio-
nes escritas como esencial i constantemente emanadas del fon-
do de la sociedad. Decimos esencial i constantemente, por-
que esa es i no otra la proposición que negamos, i que debo
probar el que se escandaliza de lo que hemos dicho sobre las
constituciones políticas escritas. ¿liemos afirmado acaso que
nunca salgan de las costumbres, ideas, creencias jeneralmen-
te dominantes? Ni aun nos hemos avanzado a indicar que en
la mayor parte de los casos no tengan semejante oríjen; lo
que dijimos i lo que decimos es que amenudo no lo tienen;
esto era lo que debia refutarse; colocar la cuestión sobro otro
terreno es desorientarla, i atribuirnos lo que no hemos pensa-
do decir.
Que este sea el siglo de las constituciones, como dice Gui-
zot, no hace al caso. Nosotros también lo decimos. Que Sis-
mondi excito al estudio do los principios constitutivos, nada
prueba contra nosotros. Si nuestra débil voz valiese algo, no-
IM OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
sotros también lo recomendaríamos como el mas importante
de todos para las naciones que viven bajo un rójimen consti-
tucional. Nosotros no hemos mirado las leyes civiles de un
país como emanadas del movimiento social. ¿No vivimos no-
sotros bajo las leyes civiles de la España, como cuando éra-
mos colonia española? ¿Dónde está el código civil que ha ema-
nado de nuestro movimiento social? El movimiento social debe
influir en las leyes civiles; los lejisladores deben modificarlas
para ponerlas en armonía con él: pero de que debiesen hacer-
lo no se sigue quo lo hayan hecho efectivamente; i mientras
la modificación no se lleve a efecto, es evidente que las leyes
civiles no pueden mirarse como emanadas do un movimiento
social que no representan, que no ha obrado en ellas. Tales
son las opiniones que constantemente hemos profesado acerca
de las leyes civiles, i no pensamos de otro modo acerca de las
constituciones. Deben éstas ser conformes a los sentimientos,
a las creencias, a los intereses de los pueblos: ¿so sigue do
aquí que efectivamente lo sean?
Que las constituciones de Francia, que la de Inglaterra haya
salido del corazón de esas sociedades, ¿quid arf ron? ¿Po-
drá decirse lo mismo de todas, o de casi todas, que es lo quo
debe demostrarse para refutarnos? ¿No podrá decirse lo con-
trario de muchas do las que se han promulgado en nuestra
América?
Es necesario recordar a cada paso el verdadero punto de la
•aon, porquo en todo el artículo 5.° del señor Chacón so
la pi<rdc do vista. «En cada hecho (dicen Duvergier i Guadet
los por nuestro erudito amigo), se debo notar con espe-
cialidad ouá] ha sido su influencia sobre la Corma del gobier-
no, i reciprocamente en qué ha influido la forma del gobierno
tieohos: es necesario, en ana palabra, considerarlos
itecimientos históricos i [as instituciones políticas suoesi-
i como - Admitimos de todo co-
na, que nada tiene de nuovo; i SÍ algo prueba
\ presente, es oon(ra el autor del artioulo. De ella
los heehos son en parle causa i en parte efecto
.'•s poiítii i conquista impone oierta for«
CONSTITUCIONES 129
mude gobierno al pueblo conquistado; i esta forma de gobierno
influye luego sobre las costumbres del pueblo. Una constitu-
ción política sale del corazón de un partido o de la cabeza de un
hombre; i si ella está construida con algún acierto, si no ha sido
inspirada por falsas teorías, si consulta los intereses de la co-
munidad, podrá influir sobre toda ella, modificar sus senti-
mientos, sus costumbres, i representarla verdaderamente algún
dia. «Para apreciar bien las instituciones de un pueblo (dicen
Duvergier i Guadet) es necesario conocer el oríjen de éstas,
las modificaciones sucesivas que han experimentado, i tener
nociones exactas sobro las costumbres, los usos, los hábi-
tos, i el carácter nacional de cada pueblo.» Aplaudimos la
buena fe del señor Chacón: otro en su lugar hubiera omitido
este pasaje, porque nada pudo citarse mas concluyente contra
su propia opinión. En efecto, si las constituciones todas ema-
nasen del corazón de la sociedad, excusado trabajo era el
buscar su oríjen, como lo prescriben los autores citados. No se
pueda apreciar bien una constitución, según ellos, sino tenien-
do nociones exactas sobre las costumbres, usos, etc. ¿Por qué?
Claro está; porque si la constitución está en lucha con las cos-
tumbres, con el carácter nacional, será viciosa; si por el con-
trario, armoniza con el estado social, será buena. Pueden no
estar calcadas las instituciones políticas sobre las costumbres,
las ideas, las creencias sociales; i es necesario saber si lo es-
tán, para apreciarlas bien. lié aquí, pues, comprobado nues-
tro modo de pensar con autoridades de escritores contemporá-
neos bien superiores a. nosotros.
Lo que se sigue en el artículo 2.° es un resumen histórico
dirijido a probar que las sucesivas constituciones de Francia
(entre las cuales se olvidan unas pocas, la de la antigua mo-
narquía, la del directorio, la del consulado, la del imperio, la
de la restauración, i la del año 1830) salieron del fondo, del co-
razón de la sociedad francesa. ¿Pero esas constituciones no
mas? ¿liemos negado por ventura que ellas i acaso muchísi-
mas otras no hayan tenido el oríjen que el señor Chacón atri-
buye a todas? Es necesario, para impugnar la proposición
nuestra que se ha puesto al frente del 2.° artículo, que se
opúcc. 17
130 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
nos convenza con todas o casi todas las constituciones que se
han promulgado en el mundo, principiando por los asirios i
egipcios, i acabando en el Paraguai. De otra manera nuestra
aserción queda en pió.
Las constituciones escritas tienen su causa, como todos lo»
hechos. Esta causa puede estar en el espíritu mismo de la so-
ciedad; i la constitución será entonces la expresión, la encar-
nación de ese espíritu; i puede estar en las ideas, en las pasio-
nes, en los intereses de un partido, do una fracción social; i
entonces la constitución escrita no representará otra cosa que
las ideas, las pasiones, los intereses de un cierto número do
hombres que han emprendido organizar el poder público según
sus propias inspiraciones. Así sucedió en Chile en los prime-
ros años de su revolución, como lo dice expresamente el señor
Lastarria; cuyas ideas en esta parte son algo diversas de las
del prólogo: «Ella (la primera constitución escrita que tuvo-
Chile) es la expresión pura i verdadera de los intereses i de
las ideas que dominaron en aquel tiempo a los que nos die-
ron una república independiente, una patria*. Son pa-
labras textuales del Bosquejo Histórico.
fca misma idea la vemos expuesta con mas evidencia, si
cabe, 6Q las líneas siguientes: *Nq había entonóos sino dos-
partidos que elejir: o <¡1 qu loptó en el reglamento
constitucional en la Corma que se le dio, o un despotismo
enérjico que aterrorizase a los enemigos i consolidase el par-
tido revolucionario; i nadie puede poner en duda que el pri-
mero no era solo el mas prudente, sino también el mas lójico,.
el ni cuente i laráoter, la educación, los princi-
pios, las preocupaciones i el jénero de vida de los patriotas
influentes en pe.» Esto es ver las cosas como fue»
ron, i como no pudieron menos de Ber; no al través de teorías
quiméricas, Bino I sentido común. El prólogo
!•• la obi fajsif}ca.
i • la fraocion dominante, <» los
i hombrt icoion, o en último re-
sultado i ni individuo solo, que mas hábil o mas enérjioodo-
miii i .ni la empn i istituir ol poder
CONSTITUCIONES 131
público del modo que les parece mas a propósito para hacer
triunfar una causa, que puede ser conforme a los votos de la
sociedad entera o no serlo. Nos ponemos en el primer caso,
que ha sido el de las repúblicas americanas. No es lo mismo
el fin que los medios: la causa estará en el corazón de la so-
ciedad; los medios, entre los cuales es uno de los principales
la constitución escrita, habrán salido de unas pocas cabezas,
de una sola acaso. Pueden estos medios probar bien o mal;
pueden hacer triunfar una causa o destruirla, puede ser nece-
sario alterarlos, darles hoi una dirección, mañana otra; i de
estas sucesivas correcciones, mediante la acción recíproca de
las leyes sobre el estado social i del estado social sobre las
leyes, puedo al cabo resultar entre uno i otro la consonancia
que al principio no había, i encontrarse en las instituciones
políticas la expresión, la imájen de las costumbres, del carác-
ter nacional. Este amoldamiento de las constituciones es un
hecho histórico que no pretendemos negar; pero él es la obra
del tiempo, i no pocas veces se verifica insensiblemente, sin
que el texto constitucional se altere. Habrá entonces eadem
magistratuum vocabula, según la expresión de Tácito; pero
la constitución no será ya lo que era. El texto no será entonces
una representación jenuina del estado social; pero la consti-
tución verdadera, la constitución práctica, la que los hombres
reconocen en sus actos i a que los gobiernos mismos se ven
en la necesidad de sujetarse, lo será. Por eso hemos cuida-
dosamente ceñido nuestra aserción, la aserción de que tanto
se escandaliza nuestro joven amigo, a las constituciones es-
critas.
A la verdad, las constituciones son siempre una consecuen-
cia lójica do las circunstancias: ¿cómo pudieran ser otra cosa?
Lójico es, i mui lójico, que un déspota, en la constitución que
otorga, sacrifique los intereses de la libertad a su engrande-
cimiento personal i el de su familia. Lójico es que donde es
corto el número de los hombres que piensan, el pensamiento
que dirije i organiza esté reducido a una esfera estrechísima.
I lójico es también que los que ejercen el pensamiento orga-
nizador lo hagan del modo que pueden i con nociones verda-
132 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
deras o erróneas, propias o ajenas. Sí, señor, ajenas, venidas
de afuera. «Nadie concebía en aquella época (1811) que la
unidad i enerjía de acción de que tanto necesitaba el gobierno
revolucionario, no podían alcanzarse en un directorio com-
puesto de hombres que representaban intereses i principios
diversos; pero era preciso imitar, i el único modelo que se
presentaba era la copia desfigurada de la revolución francesa
que se dibujaba en los procedimientos de la de Buenos Aires»;
así dice el Bosquejo Histórico. Una forma gubernativa chi-
lena que copia la de Buenos Aires, la cual a su vez es una co-
pia de la revolución francesa, ¿do qué corazón ha salido?
Veamos los hechos como son; hablemos el lenguaje del sen-
tido común. Las constituciones son amenudo la obra do unos
pocos artífices, que unas veces aciertan i otras nó; no preci-
samente porque la obra no haya salido del fondo social, sino
porque carece de las calidades necesarias para influir poco a
poco en la sociedad, i para recibir sus influencias, de manera
que esta acción recíproca modificando a las dos, las aproximo
i armónico.
Oigamos otra vez al señor Lastarria. Hablando do la ocu-
pación de Rancagua, dice: «¿Debemos considerar esto pono-
so i desgraciado fin como un efecto de accidentes pasajeros
que pudieron haberso evitado?.... ¿Deberemos atribuir a al-
gunos o a todos los autores do la revolución esa anarquía, esa
serie de inconsecuencias, de perfidias i debilidades que for-
man el cuadro del primer período de la revolución chilena?
Nó, porque si hemos do juzgar como historiadores, es preciso
que nos remontemos a las verdaderas oausas que prepararon
aquel desenlace; es preciso quo no voamos en eso cuadro sino
i l o nseouencia necesaria de los antecedentes do nuestra so-
ciedad». La constitución escrita pudo haberse formulado de
mil modos, sin quo los hech 1 1 tomasen otro rumbo que el que
efeotíTamente tomaron, porqu nadan de los anteceden-
tes i aquella fuá un accidente pasajero. ¿Puede califi-
carse do otro modo una oonstítuoion que so saluda hoi con
aclamaciones i juramentos para eSOUpirse mañana? La des-
graciada catástrofe de Rancagua no fué efecto de la constitución
CONSTITUCIONES 133
escrita, sino de la constitución real del pueblo chileno. Así
cuando el señor Chacón nos dice que solo el historiador cons-
titucional que penetra a fondo el modo de ser de la sociedad,
puede darnos las verdaderas causas de los acontecimientos
políticos, no dice nada a que no estemos dispuestos a suscri-
bir; pero el historiador que así proceda, no habrá ceñido sus
ideas a la constitución escrita, sino al fondo de la sociedad, a
las costumbres, a los sentimientos que en ella dominan, que
ejercen una acción irresistible sobre los hombres i las cosas,
i con respecto a los cuales el texto constitucional puede no ser
mas que una hoja lijera que nada a flor de agua sobre el to-
rrente revolucionario, i al fin se hundo en él.
(El Araucano, Año de 1848.
^í
M E M ( ) It I A
KL PIUMKK GOBIERNO NACIONAL
PRESENTADA A LA UNIVER8IDAD EN LA SESIÓN SOLEMNE LE 7 LE NO-
VIEMBRE DE 18'l7
POR DON MANUEL ANTONIO T O C O R N A L
Esta interesante memoria histórica tiene por asunto el pri-
mer período de la revolución chilena; período memorable en
que ya so pudieron entrever los grandes sucesos que después
la llevaron a cabo.
El señor Tocornal manifiesta un juicio i tino particular en
su calificación de aquellos sucesos i de los hombres que to-
maron sobre sí la misión arriesgada de dirijir los primeros
movimientos revolucionarios. El justifica completamente la
conducta reservada i cautelosa, la circunspección extremada,
la especie do hipocresía política conque al principio obraron .
No porque careciesen de intrepidez i denuedo, pues, aun pro-
cediendo con aquella cauta disimulación, tuvieron que vencer
dificultades graves i que exponerse a inminentes peligros. Pe-
ro la falta de preparación en el pueblo les imponía la necesi-
dad de hacerle entrar gradual e insensiblemente en la carrera
revolucionaria. Si, en aquella época temprana, los caudillos po-
pulares hubiesen señalado con el dedo el término a que desde
entonces aspiraban, la gran masa de la población habría re-
trocedido espantada.
136 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Tan natural, tan forzado, era este modo de proceder, que
todas las secciones hispano-americanas lo adoptaron con una
completa uniformidad, sin que el ejemplo de las unas hubiese
podido influir en la conducta de las otras. I de paso notare-
mos la injusticia con que algunos escritores europeos han
acriminado a los corifeos de nuestra independencia el haber
obrado contra las opiniones i la voluntad de los pueblos cuyo
nombre tomaban. Que en nada menos pensaban éstos que en
romper los lazos que los unian a la metrópoli, es un hecho
indisputable. I aun nos extendemos a mas: algunos de los
mas esforzados promovedores de los primeros actos de eman-
cipación, no veian mas lejos que el pueblo. Pero esa misma
penuria de elementos favorablemente predispuestos, esa mis-
ma ceguedad de la gran mayoría de los habitantes, es para
nosotros lo que hace mas grande la empresa que aquellos
hombres acometieron, i mas admirable el suceso con que su-
pieron coronarla. Se trataba de ganar los pueblos, i de arran-
carlos al partido realista, quo tenia sobre ellos el prestijio de
preocupaciones profundamento arraigadas, consagradas, se-
gún se creia, por la relijion misma. Era necesario impelerlos,
inspirándoles ideas i sentimientos del todo nuevos, que no
podían prender i desarrollarse instantáneamente en las almas.
La moderación de las primeras pretensiones no podia menos
de hacer odiosas las resistencias, i yaae sabe cuan pendiente
i resbaladizo es el sendero en que una ve/, entra el pueblo
conmovido, i la facilidad con que, dado el primer paso, so le
conduce por suaves transiciones a un término lejano, descu-
briéndole a cada jornada un nuevo horizonte Este fué el plan
de los caudillos. Es verdad quo no representaron éstos al prin-
cipio ios verdaderos sentimientos del pueblo; pero representa-
ron tos intereses, obraron como el tutor «pie defiende los del
pupilo, fatal qm «'-si.- sr;i capaz de conocerlos. Ejercieron una
loa sagrada tres la naturaleza impone en todos tiempos i
en todas circunstancias a la. mas .-vita jerarquía social en favor
de las clases menos favorecidas áe la fortuna, que nunca ne-
cesitan tanto do su tutela, oomo, sitando ignorantes i abatidas,
no pueden ni invocarla ni apreciarla. La conducta do aquollos
MEMORIA SOBRE EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL 137
hombres fué, pues, no solo calculada i sensata, sino jenerosa*
mente osada, al mismo tiempo que necesaria i justa.
Tal es el cuadro instructivo que nos presenta la memoria.
Desde luego vemos en él provocados a desplegarse i a resistir
a las innovaciones los principios conservadores que la lejisla-
cion de la metrópoli había injerido en el réjimen colonial.
Faltaba a la verdad en éste lo que talvez lo hubiera conve-
nido para resistirían recios embates, aquella absoluta i seue-
ra unidad conque Jo ha caracterizado un escritor elegante,
aunque en esta parte inexacto. El réjimen colonial de las
Américas consistía en un artificioso antagonismo de poderes
independientes unos de otros, entre los cuales estallaron no
pocas veces ruidosos conflictos, que sosegaba la autoridad so-
berana distanto por providencias especiales, que embrollaban
mas i mas una lejislacion de suyo compleja, formada en va-
rias épocas i bajo diversas inspiraciones. Los virreyes o capi-
tanes jenerales, colocados al parecer a la cabeza de la admi-
nistración, no tenían poder alguno sobro las audiencias. La
dirección do las rentas estaba confiada en algunas partes a
una autoridad peculiar, la de los intendentes jenerales, que
obraban a su vez con entera independencia de los grandes je-
fes militares i de las audiencias. Aun habia ramos especiales
de rentas, como el de la moneda en Chile, i el del estanco de
tabaco en Venezuela, cuyos directores administraban sus res-
pectivos departamentos con poca o ninguna sujeción a las otras
autoridades coloniales. La iglesia formaba como un estado apar-
te. Las municipalidades mismas tenían una sombra do re-
presentación popular que trababa de cuando en cuando la mar-
cha de los altos poderes. Do aquí una lucha sorda, i una
multitud do competencias estrepitosas. En todos estos prime-
ros delegados do la soberanía, predominaba sin duda el ínteres
metropolitano por su composición, i por el influjo natural de
la corona, dispensadora de los empleos i honores; mas, aunque
todos ellos, cuando se trataba de la supremacía metropolitana,
estuviesen dispuestos a concertarse i auxiliarse mutuamente,
faltaban a veces a esta acción combinada la expedición i ener-
jía que son compañeras inseparables de la unidad. Así en
13S OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Chile la municipalidad de la capital autorizó i acaudilló los
primeros movimientos revolucionarios, sin que pudiesen re-
primirlos el capitán jeneral presidente i la real audiencia, por-
que, discordes entre sí, eran incapaces de resistir a los patrio-
tas, que obraban en un sentido uniforme i constante, i sacaban
nuevas fuerzas de la indecisión i fluctuaciones de sus adver-
sarios.
Esta lucha desigual está descrita con bastante individuali-
dad en el capítulo 2.° do la memoria.» Copiamos la última
parte, que nos ha parecido una buena muestra del tono i espí-
ritu de la obra.
«Don Juan Antonio Ovallc, don José Antonio Rojas i el
doctor don Bernardo Vera fueron las primeras víctimas de la
independencia de Chile. Decretada su prisión, fueron aprehen-
didos en sus casas, en la mitad de la noche; los llevaron al
cuartel de San Pablo; i a las dos de la mañana del siguiento
dia, los condujeron a Valparaíso en caballos do posta. En el
momento de su llegada, fueron conducidos a bordo de la fra-
gata de guerra Asfrea, próxima a dar la vela para el Callao.
¿I quiénes eran esas ilustres víctimas? ¿1 labia algo que justi-
ficase tan crudo tratamiento? ¿Se les había enjuiciado, habían
comparecido delante del juez, so había probado su delito i
pronunciádose la sentencia que los condenara? Nada hemos
omitido para indagar los pormenores do esto hecho importan-
te, i nos atrevemos a responder de la verdad de lo que nos
han asegurado algunos testigos oculares. Tenemos también a
la vista documentos auténticos que confirman los informes do
p rsonas a quienes liemos consultado.
(Encontrábase don Juan Antonio Ovallo en los baños do
ufes de decretarse BU prisión; i ha-
blando de La España, de la invasión francesa, manifestó su
opinión acerca del partido que debia adoptar La América en
aquellas circunstancias. — Siguiendo el ejemplo de la Pe-
ninsula (fueron sus palabra . debemos constituir un gobier-
no nacional. SI Las provinoiasd ía han depositado el
i- en las junta • nombradas por los pueblos, con igual
derecho nos es permitido estabL en Chile. — Informado
MEMORIA SOBRE EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL 139
Carrasco de este suceso, cxajcrado quizá por el que le dio el
aviso, i recordando la parte que don Juan Antonio Ovalle
había tomado en el reclamo del cabildo para impedir que se
remitieran a España las cuatro mil lanzas, no vaciló en su-
ponerle autor do alguna trama revolucionaria. En aquel enton-
ces so reunían noche a noche en casa de don José Antonio Ro-
jas varias personas respetables, entre ellas, Ovalle i el doctor
don Bernardo Vera. Carrasco trató de averiguar las opiniones
que emitían los amigos del señor Rojas, formó secretamente
un sumario, lo presentó a la audiencia, informó al tribunal de
los peligros que amenazaban al gobierno, i arrancó por este me-
dio el decreto do prisión i destierrro de las tres personas men-
cionadas. I ¿quiénes eran, volveremos a repetir, esas ilustres
víctimas? ¿Quedaria impune la violación do las leyes; nadie
alzaría la voz en defensa de los reos? En otros tiempos, bajo
el imperio del terror, se habría lamentado en secreto la arbi-
trariedad e injusticia de los tiranuelos que gobernaban las co-
lonias hispano-americanas; pero al rayar la aurora de la indo-
pendencia, la víspera del combate, nada podia amedrentar a
los defensores de la patria. Para que fuera mas unánime la
indignación, bastó haber ele j ido a individuos que contaban
con las simpatías de los vecinos mas respetables.
«Muí acreedor a ellas era el procurador de ciudad don Juan
Antonio Ovalle. Su honradez, la austeridad i pureza de sus
costumbres, la independencia, franqueza i cnerjía con quo
manifestaba sus opiniones, le ganaron temprano el respeto que
inspiran tan eminentes virtudes. En sus relaciones de amistad,
brillaba el candor i sinceridad nunca desmentidos, la lealtad
del hombre en quien pueden depositarse hasta las confianzas
mas íntimas, sin que jamas consideraciones de ningún jónero
le impusiesen silencio cuando tomaba parte en los negocios
públicos. Dueño de una fortuna quo le daba lo bastante para
subvenir a las necesidades de la vida, cultivó el estudio de
la jurisprudencia hasta recibirse do abogado; pero no se con-
sagró al ejercicio de su profesión. Fué una de las víctimas
relegadas al presidio de Juan Fernández, después do haber
presidido el primer congreso nacional.
140 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
«El respetable anciano don José Antonio Rojas contaba en
esa época mas de setenta años. Siendo joven, visitó la Europa;
i residió largo tiempo en España, cuando el espíritu revolucio-
nario amenazaba conmover hasta en sus cimientos a las naciones
del viejo mundo. Allí ensanchó sus conocimientos; allí veia
que no estaba lejos el momento de restituir al hombre su pri-
mitiva dignidad; allí, en fin, volviendo los ojos a su patria,
conocería su postración i el malestar inherentes a la condición
de colonos. Regresó a Chile trayendo una biblioteca compues-
ta de las mejores obras de literatura i de derecho público:
obras que era necesario ocultar; porque bajo el imperio de la
dominación española, a nadie le era lícito desviarse del sende-
ro trazado a la intelijencia. Blando i afable por carácter, has-
ta en sus costumbres domésticas, se distinguió el señor Rojas
entre los hombres de su tiempo; i próximo a descender al se-
pulcro, en el último tercio do su vida, abrazó con entusiasmo
la causa de la independencia: su nombre ocupará un lugar
distinguido en los anales do la patria.
«So repetirán siempre con entusiasmo los himnos a la pa-
tria que entonó el doctor Vera en los primeros dias de nues-
tra existencia política. En su temprana edad, vino a estable-
cerse en Chile en compañía do su tio señor Pino, nombrado
presidento por el gobierno español. Concluyó su carrera lite-
raria en la universidad do San Felipe, hasta recibirse do
abogado. Elocuente, vivo i animado hasta en el trato familiar,
fué uno de los jenios que honraron nuestra naciente literatura.
Aunque habia nacido en Santa Fe, jamas abandonó su patria
adoptiva, que le contó en el número do los defensores do bu
independencia.
«T.ilrs eran los distinguidos ciudadanos a quienes arrancó
del seno de sus familias el cobarde i déspota Carrasco. Imper-
donable habria sido el disimulo do tan inicuo atontado, tanto
mas injustificable cuanto que so encontraban en el mismo caso
muchos otros individuos que habrían corrido la misma suorto.
Si los hombres do mas valer no repelían las ofensas del presi-
dente, calmaba la indignación popular i se robustecía el poder
del gobierno, ganándolo niIOTM prosélitos la flaqueza d« gufl
MEMORIA SOBRE EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL 141
enemigos; pero decididos éstos a llevar adelante la obra ini-
ciada, aplaudieron la conducta del cabildo en las reclamacio-
nes que hizo en favor de los expatriados, implorando la pro-
tección de la audiencia, de cuya imparcialidad i rectitud se
prometían un éxito favorable.
«El 29 de mayo, es decir, cuatro días después de la prisión
de los señores Ovalle, Rojas i Vera, ordenó Carrasco ai cabil-
do que procediera al nombramiento del procurador de ciudad
que debia subrogar a don Juan Antonio Ovalle. — Por justas
causas (decia en el oficio dirijido con este objeto), de que da
idea el adjunto testimonio del auto expedido con voto consul-
tivo del real acuerdo, ha sido relegado de este reino don Juan
Antonio Ovalle, procurador jeneral que ora de esta ciudad;
lo que comunico a vuestra señoría para que proceda al nom-
bramiento de otra persona de tuda probidad, confianza i noto-
rio celo, que le subrogue en este cargo. — Reunido el cabildo,
se nombró en el mismo dia, procurador de ciudad, al doctor don
José Gregorio Argomedo, entonces asesor, confiriendo la aseso-
ría a don José Miguel Infante. Don José Ignacio de la Cuadra,
suegro del doctor Vera, acababa de elevar una solicitud fir-
mada por cuarenta vecinos respetables, siendo de notar que
el primer nombre estampado en esa solicitud era el de doña
Constanza Marin do Pobeda, marquesa de Cañada Hermosa.
Pedían al cabildo que reclamara el cumplimiento de las leyes,
alcanzando de la audiencia i del presidente la reparación de
la falta cometida por el último. El cabildo, por su parte, acor-
daba en ese momento las medidas que debían tomarse a fin de
impedir la ejecución do la pena, pues permanecían aun a bordo
de la fragata Astrea, los señores Ovalle, Rojas i Vera. Al fin,
decidieron ocurrir al presidente i a la audiencia, acompañando
la representación de los vecinos, pidiendo la retención de los
reos, el esclarecimiento del delito que se les imputaba i su
comparecencia delante do la autoridad que debia oír sus de-
fensas, antes de condenarles o absolverles. Ofreció también el
cabildo su garantía, prometiendo restablecer el sosiego pú-
blico, en gran manera comprometido en aquellas circunstan-
cias. La audiencia que, como se ha dicho en otra parte, fué
142 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
sorprendida por Carrasco, concibió funestos temores, aconse-
jando al presidente que accediera a la solicitud del cabildo, i
aceptara la garantía que se le habia ofrecido. Así se resolvió
el 31 del mismo mes.
«Retenidos los reos en Valparaíso, se comisionó al oidor don
Félix Baso i Berri para que pasara a formarles la correspon-
diente causa. El 16 de junio, salió a desempeñar su comisión;
regresó el 30 del mismo mes trayendo la causa, habiendo de-
jado a lo-! reos en libertad para comunicarse entre sí. Esta
circunstancia bastaba del todo para vindicar a los presuntos
reos, en razón de que las leyes no conceden la excarcelación
en loa delitos que se castigan con penas corporales o aflicti-
vas. Se les ha dejado en libertad, decían .entonces, luego son
inocentes; luego se ha cometido una injusticia. I ¿cómo dis-
culpar loa procedimientos del capitán jeneral? ¿No fué ilegal
i arbitraria la providencia expedida el 25 de mayo? — Los reos,
dijo el cabildo, deben venir a la capital. Nadie tiene el de-
recho de coartarles los medios de defensa que les ha fran-
queado la lei: queremos verlos comparecer delante de la
autoridad que ha de pronunciar el fallo definitivo. — Esta
nueva solicitud importaba un reto que, aceptado por el presi-
dente, le colocaba en la posición mas difícil i azarosa. Rehu-
sándolo, ponía en claro sus torcidos designios, i autorizaba las
techas que algunos concebían, temiendo otro atentado,
otra violación de las leyes. En tan dura alternativa, elijió Ca-
rrasco el primer extremo prometiendo que los reos volverían
pronto a la capital. Tara dar una prueba de la sinceridad do
su promesa, el 18 de julio, envió a Valparaíso aun oficial
arando que llevaba la orden ofrecida. 111 comisionado
> mismo en el momento de su salida.
«Tran [uilo el vencindario de Bantia no el cabildo con
iunfo q i ba de obtener, esperaban ver llegar de un
momento a otro ai , lor de ciudad i sus dignos com-
pañeros don Josó Antonio l '«'>j;is i el dootordon Bernardo Ve«
¡ue iodos habían
i amanecer del 1 1 de julio, se recibió el
tjuc lar i mi a <-i buque mercante Miantimo-
MEMORIA SOBRE EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL 1Á3
mo O valle i Rojas, i quo al doctor Vera se le había dejado en
tierra a causa del mal estudo de su salud. El mismo oficial,
enviado por Carrasco cuatro dias antes, había conducido la
orden para embarcarlos. ¡Tan negro engaño no podía quedar
impune!
«A las ocho de la mañana del mismo día, se encontraron
reunidas en la plaza principal ceroa de doscientas personas,
cuyo número se aumentaba de momento en momento, pidien-
do todos que se reuniese el cabildo, i se les permitiese la en-
trada a la sala capitular. Congregado el cabildo en medio do
continuas alarmas i ajitaciones,. haciendo completa justicia a
las quejas de los vecinos, comisionó al alcalde don Agustín
Eizaguirre i al procurador de ciudad don José Gregorio Ar-
gomedo, para que se acercaran al presidente, le representaran
la necesidad en que estaba de aclarar el suceso referido i de
oír al pueblo, pues de lo contrario la conmoción era inevita-
ble, i a él solo debían imputarse sus funestos resultados. Ca-
rrasco rechazó con indignación tan prudente consejo, hasta
decirles que emplearía la fuerza, si no se disolvía el cabildo ;
se retiraba el pueblo de la plaza. Mas, lejos de amedrentar a
la ilustre corporación la amenaza del presidente, los alcaldes
i rej ¡dores, i en pos de ellos gran número de personas respe-
tables, se dirijieron a la audiencia, pidieron que se obligase al
presidente a comparecer delante del tribunal; i la actitud im.
ponente i amenazadora revelaba la resolución de escarmentar
al que con tanta falsía había quebrantado sus promesas. Des-
precia Carrasco el llamamiento de la audiencia; pero como los
oidores Concha o Irigóyen le hicieron ver el peligro que corría
si no pasaba inmediatamente a la sala del tribunal, sobresalta-
do i temeroso se resignó al fin a presentarse delante de sus
acusadores.
«Erijida la audiencia en juez del jefe del estado, le acusó, a
nombre del cabildo i del pueblo, el procurador de ciudad, pi-
diendo la libertad de los reos, la declaración do su inocencia,
la casación del proceso i la separación del asesor i secretario
do gobierno. Pinta con los colores mas vivos la infracción de
las leyes en el modo de proceder contra los reos, el vilipendio
144 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
con que se había tratado al cabildo i a la nobleza que habían
garantido su seguridad para que fuesen oídos í juzgados, i el
negro engaño con que, a pesar de las promesas de detenerlo»
en Valparaíso, los había embarcado para Lima; i concluyó su
discurso con el siguiente, epílogo sentencioso: — Si no se ataja
este engaño, señores, ¿cuál será el ciudadano que no tenga
bu vida i honra pendientes de la delación de an enemigo o
de un vil adulador de aquellos que aspiran a elevarse sobre
la ruina do sus semejantes? Yo mismo seré tal vez su vícti-
ma en un cadalso público hoi o mañana, porque defiendo los
derechos de un pueblo relijioso, noble, fiel i amante a su
reí; pero moriré lleno de gloria i satisfacción, si mi muerte
sirve para redimirá la patria del envilecimiento e infamia a
que so la quiere conducir; porque en tanto estimo la vida,
en cuanto puede ser útil a la misma patria.* —
a La conducta enérjica del señor Argomedo, i sus elocuentes-
palabras, dejaban traslucir los sentimientos que animaban a
la ilustre corporación, que le contó en el número do sus esfor-
zados colaboradores. Ese rasgo noble i valeroso, tan bello-
ejemplo de altivez i denuedo en la defensa de sus conciudada-
nos, debía franquear el paso en la carrera de la independen-
cia i abatir el orgullo del que poco antes trató de imponer al
pueblo i al cabildo. Confundido ahora, despreciada su autori-
dad, no pudo responder a los justos cargos del procurador de
ciudad. Tocaba a la audiencia acordar las medidas que debían
tomarse, i esperaron todos su resolución, lisonjeados con la
ranza do obtener un resultado favorable.
«No duró largo tiempo el acuerdo del tribunal. El réjente
f oidores aconsejaron a Carrasco que accediera a la sohoitud
del cabildo: — Solo así, decian, se calmará la irritaoion del
: >j el L'obuTno se encuentra en este momento aislado O
indefenso; hemos dato a Lo I oficiales apoyar al pro-
curad'ir de ciudad; los hemos visto mezclados con las perso-
qup acompañaron a los alcaldes i rejidores. De grado o
• '|. HUpanO'Americ&n \, tomo
i.\ pajina
MEMORIA SOBRE EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL 145
fuerza so conformó Carrasco con la resolución de la audiencia;
decretada la traslación de los reos, la deposición del asesor,
secretario i escribano, se nombró en reemplazo del primero
al oidor decano don José do Santiago Concha, con la humillan-
te condición para Carrasco de que, sin la firma del nuevo ase-
sor, no debería llevarse a efecto ninguna deliberación o pro-
videncia gubernativa.
«Publicado el decreto de la audiencia, en medio de acla-
maciones de júbilo i alborozo, salió para Valparaíso el alférez
real don Diego Larrain, acompañado de algunos amigos i
deudos de los señores Ovalle, Hojas i Vera. En el momento
de decretarse en Santiago su libertad, la M ¿antimonio daba
la vela para el Callao. El señor Larrain se encontró con esta
noticia al amanecer del 12 de julio, hora en que llegó a Val-
paraíso. Dos meses permanecieron en la prisión do Casas-Ma-
tas los ilustres reos; pero la patria que los vio nacer, colonia
española al tiempo de su partida, no tardó en rescatarlos; co-
ronada de gloria, la encontraron independiente cuando vol-
vieron a su seno.
a Renováronse en Santiago los pasados temores. Desqui-
ciado el gobierno, vacilante su autoridad, relajada la obe-
diencia, todo presajiaba alguna conmoción. Se decia que los
alcaldes Cerda i Eizaguirre, el procurador de ciudad Argome-
do, el asesor Infante, i otros miembros del cabildo correrían
la suerte de Ovalle, Rojas i Vera. Verdaderos o falsos esos
rumores, derramaron grande alarma. Los revolucionarios
censuraban amargamente la conducta de Carrasco; lejos de
disimular sus opiniones, se complacían en manifestarlas sin
embozo, decididas a llevar adelante la noble empresa quo con
tanto denuedo habían acometido.
«El 15 de julio, reunidos los oidores en casa del rejente,
acordaron aconsejar al capitán jcneral que renunciase la pre-
sidencia. Carrasco so negó a dar un paso tan vergonzoso i
humillante; pero colocado en la posición mas difícil, sin amigos,
en entredicho con las demás autoridades, su poder era efímero,
i hasta su oxistencia estaba ya comprometida. Alimentando aun
la remota esperanza do encontrar apoyo en la fuerza de línea
opúsc. 19
146 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
que guarnecía la capital, llamó a los jefes para consultarles el
partido quedebia abrazar en tan críticas circunstancias. Todos
le aconsejaron que renunciara la presidencia.
«La casualidad había colocado en manos del brigadier Ca-
rrasco el gobierno de Chile en el momento que comenzaba a
desgajarse el carcomido trono de los Borbones. Renunció la
presidencia, al cabo de dos años; i después do siete meses do
una vida oscura, dio la vela para el Callao, abandonando el
país que zanjaba ya los cimientos do su independencia.»
Otros varios trozos pudiéramos citar i aun do superior mé-
rito que el anterior; pero nos limitaremos a uno solo quo nos
parece tan recomendable por lo juicioso de los principios i por
la imparcialidad de las calificaciones, como por lo claro, co-
rrecto i eleganto de la narración. Está al fin del capítulo 3.°,
uno de los mas notables do la obra. Después de referir con
bastante viveza la lucha entro el cabildo i la audiencia, que
termina en la formación de la junta gubernativa, i en el 18
do setiembre, concluye así:
«A fuerza do inmensos sacrificios, se logró superar las difi-
cultades quo habrían arredrado a los hombres mas audaces,
si el sentimiento do la libertad no hubiera desarrollado las
virtudes cívicas, e inspirado desde temprano la confianza quo
robustece las aspiraciones, aunque so vea en lontananza el
triunfo que se desea alcanzar. Bge amor a la libertad inflamó
también los corazones de algunas chilenas distinguindas cu-
yos nombres deben ocupar un lugar 6Q las pajinas do la his-
toria. Doña Mercedes Guznian de Toro i doña Luisa Flecaba?
rren do Marín, puede decirse que figuraron al lado uV los
béroesde la independencia. Vive aun la primera, i nos es
graf l 'V la parte que le OUDO en los trabajos de aquel
tiempo. Otro tanto debemos decir de doña Luisa ftéoabárren,
que ha dejado a loi li irederos de su nombro, no solo los ro-
del patriotismo, sino también los de la intelijencia
que OUltivÓ en todas las épocas de BU vida.
i !as (le Beguridad, preparada la
opinión, fallaba solo que »rd aran entre sí las personas
que debían elejir el nuevo gobierno; i aunque il^u- un prin-
MEMORIA SOBRE EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL 147
cipio se decidieron por una junta, nada se habia resuelto
acerca del número ni de las personas que debían componerla.
Con este objeto se reunieron en casa de don Domingo Toro,
en la noche del 17, cerca de ciento cincuenta individuos, com-
prendiéndose en este número los miembros del cabildo i los
vecinos mas respetables. En aquella reunión solemne, en
aquella asamblea popular, se echaron los cimientos de la li-
bertad e independencia de Chile. El pueblo empezó a ejercer
su soberanía, a proclamar sus derechos i constituir él mismo
la autoridad a quien iba a confiar el timón del estado. Ini-
ciada la discusión, se fijaron primero en el número de per-
sonas que debían componer la junta gubernativa, i hubo
alguna variedad en las opiniones, aunque la mayoría se de-
cidió solo por cinco individuos, imitando en esta parte el
ejemplo dado en España en la instalación del consejo de rejen-
cia. Pasaron en seguida a designar las personas; i fueron
proclamados, casi unánimemente, cinco ciudadanos respeta-
bles, acordando también que, en el cabildo abierto, so decidiría
si debia o nó componerse la junta de mayor número, clijien-
do allí mismo a los individuos que faltaban.
«Aquí terminaron las diestras i acertadas combinaciones
que colocaron a nuestra patria en el rango de los pueblos
libres. El cabildo de Santiago fué, como hemos dicho tantas
veces i nos complacemos en repetirlo, el que acometió tan
noblo i valerosa empresa, trabajando con una constancia he-
roica para preparar la opinión pública i difundir las ideas que
el tiempo debia madurar, a medida que pudieran apreciarse
las ventajas del cambio político, tart diestramente desarrolla-
do. Inmensa es la deuda de gratitud que pesa sobre nosotros.
Do las personas que componían esa ilustre corporación solo
existo el señor don Juan Agustin Alcalde, hoi senador i con-
sejero de estado. En su temprana edad (pues era el mas joven
de los miembros del cabildo), ni el título de conde, ni la pose-
sión de un rico mayorazgo le retrajeron de tomar parte en
los sucesos de aquel tiempo. La jeneracion presente i las que
nos sucedan repetirán siempre con entusiasmo los nombres
do los padres do la república. Infante i Eizaguirre, el pri-
US oimjsculos literarios i críticos
mero procurador de ciudad i el segundo alcalde, fueron los
jefes, o por mejor decir, los que dieron mas impulso a
las reclamaciones del cabildo, desde el momento de su incor-
poración. ¿I podríamos dispensarnos del deber de consagrar
algunas líneas a la memoria de tan distinguidos patriotas?
«Don José Miguel Infante, que falleció en el año de 1814,
se vio envuelto en las convulsiones que ajitaronal país, cuan-
do la anarquía rompió los lazos de unión i fraternidad, cuando
la opinionos no pudieron uniformarse, cuando los partidos
luchaban a mano armada, proclamando los principios que un
bando llamaba liberales, mientras que el otro daba el mismo
nombre a los que proclamaba por su parto. En las luchas
fratricidas, todos combaten por la libertad, a todos anima el
amor patrio, i los nombres fascinan a la muchedumbre, quo
no alcanza a penetrar los verdaderos designios, ni a hacer una
justa apreciación de lo que valen las palabras, cuando faltan
los hechos. La libertad, ha dicho un filósofo, es un alimento
de dijestion difícil. ¡Desgraciado del pueblo quo quiera apu-
rar hasta las heces la copa do oro en quo so contiene esa liber-
tad, porque en el fondo hai un tósigo do muerte para las
organizaciones débiles, para la naturaleza flaca, que no ha
salido de la crisis quo amenaza la existencia en el período do
las transiciones, al pasar do un estado a otro! La vida del
hombre público no ocupa solo unu pajina de la historia: olla
juzga sus acciones, siguiendo la marcha de los acontecimien-
tos en quo fué llamado a tomar parto, i pronuncia ol fallo des-
pués de haber tomado en cuenta los heobos que ilustraron su
nombre, la conduela que observó* en todas las épocas de su
vida. Don José Miguel luíanlo contaba treinta i dos o treinta
i tres años, cuando entró a servir el empleo de procurador do
ciudad. Consagrado en su juventud a la can-era del foro,
cultivó su intelijenoia en el ejeroicio de bu profesión, sin des-
cuidar el estudio d<- la-¡ ei.nei.n políticas del modo que lo
permitían Uu eircunstancias, porque raras eran las obras do
derecho públioo, que podían leerse, i ara necesario rodearse.
4o jénero d<- precauciones para burlar la vijilanoia «le
las autoridades. Abrazo* con ontuí [asmo la causa de la indepen-
MEMORIA SOBRE EL PRIMER GOBIERNO NACIONAL M9
dcncia desde el primer momento revolucionario, i fué sin
duda uno de los que concibieron mas temprano el pensamien-
to de proclamar la emancipación, uno de los que revelaron
sus aspiraciones do la manera mas franca i esplícita. Dio
pruebas inequívocas de desprendimiento; las dio también de
intrepidez, sin desmentir la probidad que tanto realzó su con-
ducta pública i privada. Sus tendencias fueron desde un prin-
cipio republicanas, pero no radicales, como podría creerse, si
lo juzgáramos lejos del teatro de los sucesos, en otras épocas
de su vida. Le cupo la gloria de tomar casi siempre la inicia-
tiva en todas las operaciones del cabildo. A veces no podia
conformarse con la marcha lenta; quería rasgar el velo miste-
rioso i abandonar el disfraz i disimulo; pero no menos previ-
sor que sus ilustres colegas, no se desvió del sendero que le
trazaba la situación del país. En otra parte le saludamos con
el nombre de padre de la república, i lo haremos también
ahora, reconociendo i apreciando dignamente sus importantes
servicios.
«El alcalde don Agustín Eizaguirre gozaba entonces de la
bien merecida reputación quo le ganó desde temprano un lu-
gar distinguido en la sociedad. Hombre de luces, dotado de
un entendimiento claro, dechado de probidad, franco e inje-
nuo en la manifestación de sus opiniones, no traicionó jamas
sus principios políticos, ni le dominó el interés ni las mez-
quinas aspiraciones quo empañan el brillo de los hombres
públicos, cuando quieren elevarse a toda costa, haciéndose
esclavos de las pasiones revolucionarias. Recomendábale la
firmeza de su carácter, la lealtad del ciudadano para quien
los deberes tienen el sello de la conciencia, i qué no puede
cambiar sin hacerse reo de un delito, sin relajar las obli-
gaciones mas sagradas. Si en 1810 se hubiera proclamado
abiertamente la libertad e independencia do Chile, si se hu-
biera constituido el gobierno que nos rije, i dividídose la
república en dos bandos, Eizaguirre habría sido el jefe del
partido conservador: 61 quería que las reformas fueran lentas,
que no se rompiera en un día con el pasado.
«Todos los miembros del cabildo participaban de la opinión
150 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
do Eizaguirre cuando sin áncora, sin elementos comenzaron
a disolver los vínculos del coloniaje. Entre las causas quo
justifican su reserva, debemos contar los temores que les ins-
piraba el visir del Perú, el virrei Abascal, quo recibió con
indignación la renuncia de Carrasco, i que parecía amenazar
á los chilenos, si continuaban obrando en el mismo sentido.
El Perú tenia entonces un ejército numeroso, inmensos recur-
sos; era el punto que inspiraba mas confianza a los españoles,
i donde mas imperaba el sentimiento monárquico. Las pre-
cauciones fueron tan necesarias i tan acertada la marcha del
cabildo, que bastaría recordar los hechos posteriores, para ha-
cer completa justicia a los quo con tino i acierto zanjaron los
cimientos de la libertad.»
No podemos menos de felicitar a la literatura del país por
haber producido una obra histórica de tanto mérito. El señor
Tocornal ha sabido juntar, a la paciencia laboriosa que so
necesitaba para recojer noticias i documentos, el talento de
animar estos materiales, de coordinarlos, i do formar con ellos
una narrativa que se distingue por el juicio, la imparcialidad,
i una noble sencillez. Talvez hemos recorrido la obra con de-
liada precipitación para juzgarla, pero el ansia misma con
que la hemos leído es una prueba del interés quo inspira, i del
acierto con quo el historiador ha sabido tratar la materia.
[El Araucano, Año do 18i«S.)
MEMORIA
SOBRE
EL SERVICIO PERSONAL DE LOS INDÍJK.VAS I SU ABOLICIÓN
PRESENTADA
A LA UNIVERSIDAD EN LA SESIÓN SOLEMNE DE 29 DE OCTUBRE DE 1848
POR EL PRESBÍTERO DON JOSÉ HIPÓLITO SALAS
Hemos leído con mucha atención i placer la memoria pre-
sentada por el. presbítero don José Hipólito Salas en la sesión
solemne de la universidad el 29 de octubre último. El asun-
to es de un alto interés histórico para nosotros: el servicio
personal de los indíjenns i su abolición; i el modo de
tratarlo ha correspondido a la reputación del autor, cuyo sa-
ber, talento i elocuencia son jeneralmente conocidos.
El señor Salas desenvuelve en la introducción a su obra
una idea, que nos ha parecido algo nueva. En los tres siglos
que precedieron a la emancipación política de Chile, nadie,
que sepamos, habia divisado hasta ahora elemento alguno de
la libertad, que después, a costa de no pequeños esfuerzos i
por entro no pocas vacilaciones, hemos logrado establecer. La
opinión jeneral no veia en las instituciones republicanas ensa-
yadas do un modo mas o menos equívoco, mas o menos deci-
sivo, desdo 1810, i asentadas en fin sobre seguras bases desde
1828, mas que. una importación extranjera, una planta exóti-
ca que se habia tratado de aclimatar en un suelo destituido de
to la preparación; un producto de la civilización de otros pue-
blos., quo no habia llegado a ser nuestro, sino por una lenta i
152 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
trabajosa elaboración. Pero, según el señor Salas, «el grito do
independencia que lanzaron con denodado valor los padres de
la patria en 1810, fué precedido de mas de dos centurias de
una porfiada lucha en que combatían las preocupaciones con
la razón, la fuerza con el derecho, el sórdido interés con la
humanidad, la espada con la conciencia, la hipocresía con la
jenerosidad i el poder opresor con su inocente víctima. El in-
díjena era un ente degradado a los ojos de aquellos que se
atribuían la misión de civilizarlo, sin que éstos se avergon-
zasen de proclamar que la violencia i el látigo eran los ins-
trumentos de su propaganda civilizadora. Solo a costa de sa-
crificios penosos, de trabajos combinados con sagacidad i
acierto, i do prolongadas tentativas sostenidas con invencible
constancia, pudo arrancarse al indio oprimido i degradado de
las manos de su adusto. i desnaturalizado amo. El triunfo do
la libertad social fué el precursor del que después obtuvo la
política; i los defensores de aquella, con las luces que difun-
dieron i los hábitos que reformaron, allanaron los obstáculos i
abrieron la senda que en tiempos mas propicios debía elevar
la colonia al rango de nación independiente.»
«Se halla tan marcada (dice mas adelante) la influencia que
ejercieron las contiendas sobre las encomiendas, qué no es
■-ario un grande estudio para conocerla. Se estrecharon
los vínculos que debían unir a entrambas razas; identificáron-
le sus intereses; borráronse las señales que regularmente
marcan las diferencias de castas. Uno fué el idioma i unos
fueron los usos en todos los puntos donde la antorcha déla
civilización había llegado a ■•. Todo oontribuyó a ha-
cer de los chilenos un solo pueblo, Los escritores mismos
tueron cambiando de tono. En nada • el lenguaje de
Molina al que usaban los primeros historiadores «le la con«
ka. Kl cabildo d< mo de lis opiniones del
antes acérrimo defensor <l is opresivo, lie
ejercer cierta influenoia moderadora del poder, i al fin prepa-
! u m - '. 1. 1 i m raoipaoion política del estado. La, filiación
ite grande acontecimiento 11< i l"; primeros reola-
q i nira la esclavitud de los indíjenas.
SERVICIO PERSONAL DE LOS IXDÍJEXAS I SU ABOLICIÓN 153
Ellos fueron los rayos de luz que alborearon la aurora de la
libertad.
«En Chile, el movimiento popular de 1810 no tuvo la mas
leve apariencia de una asonada. Lejos do excitar las masas
irreflexivas a sublevarse contra la autoridad, los hombres
pensadores e influyentes con prudente cautela fueron impul-
sando a la autoridad misma a que rompiese los lazos que
la ataban a la metrópoli; i para mí, las causas de este fenó-
meno, que quizá ha contribuido en gran parte a cimentar tan
pronto entre nosotros el orden i la tranquilidad, se encuentran
en la controversia que suscitaron las encomiendas i el servi-
cio personal. Las discusiones a que dio lugar, dispusieron los
espíritus i atemperaron los hábitos, preparando lentamente el
terreno de la patria, para que después arraigase como planta
espontánea el árbol de la libertad.*
Este modo de pensar no carece de fundamento; pero es in-
dudable que, en la constitución de las municipalidades ameri-
canas, en la especie do representación que se atribuían, i que
las leyes mismas reconocían hasta cierto punto en ellas, aun
on medio de las trabas que casi paralizaban su acción, i de la
suspicacia con que se invijilaban sus actos, habia ya una se-
milla de espíritu popular i republicano, que, favorecida por las
circunstancias, habia de desenvolverse i lozanear. Así os quo
en las primeras revoluciones de los pueblos hispano-amcrica-
nos, hicieron siempre un papel principal las municipalidades,
aun en aquellas secciones donde las encomiendas se habían
extinguido poco a poco, sin contiendas, sin providencias vio-
lentas, sin ruidosas reclamaciones, por el solo efecto de las
circunstancias, que hacían ya mas gravoso que útil el servi-
cio de los indíjenas, ventajosamente reemplazado por el de los
esclavos africanos. En Venezuela, por ejemplo, (i acaso suce-
dería lo mismo en algunas otras de las colonias americanas),
las encomiendas murieron, por decirlo así, de muerte natural;
i allí con todo, a despecho de las medidas tomadas por la cor-
te para disminuir la importancia i coartar las facultades do
los cabildos, defendieron éstos en muchas ocasiones con alien-
to i denuedo los intereses de las comunidades, i contribuye-
454 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
ron del modo mas eficaz al establecimiento de la independen-
cia bajo formas republicanas.
Curioso sería seguir paso a paso, a la luz de documentos
históricos, la vida del espíritu municipal en las colonias espa-
ñolas, adonde lo llevaron los conquistadores, cuando conser-
vaba en el suelo natal mucha parte de la antigua enerjía. En
el siglo de la conquista, las municipalidades americanas des-
plegaban todavía no poca actividad i celo en la defensa de los
derechos del pueblo; i si en ocasiones ordinarias so plegaban
con docilidad a las órdenes e insinuaciones de la corte, osaban
a veces alzar el grito i aun apelar a las armas contra las de-
masías. De los ayuntamientos que capitanearon a los pueblos
de la Península en la guerra de las comunidades, eran hijos los
que presidieron a la infancia de las colonias, donde, por la
distancia de la metrópoli, ejercieron de hecho gran parto del
poder soberano, hasta poniendo i quitando jefes, dando regla-
mentos que eran acatados como leyes, influyendo en la paz i
la guerra, i luchando a veces denodadamente con los virreyes,
capitanes jenerales i audiencias. A pesar de la prepotencia do
la corona que lo absorbió todo, no se extinguió enteramente
en el seno de las municipalidades aquel aliento popular i pa-
triótico: tradición preciosa, quo sobrevivió a la pérdida do su3
mas importantes funciones. Asi es que, invadida la Península
por los ejércitos fran le las ve proclamar a Fernando
VII, arrastrando a los mandatarios coloniales que en aquellos
primeros momentos vacilaban, atentos solo a mantener la
supremacía de la metrópoli, cualquiera que i'\ir:^. la dinastía
quo ocupase el trono; ellas exijeQ a los gobiernos garantías do
nadad, i aspiran ;l la participación del poder, que última-
mente les arrancan. Pero volvamos a la obra del ilustrado i
elocuente presbítero.
En el capítulo I." se nos muestra el orí jen del servicio
mal de Los indíjenas, «pie naoió de la repartición de tio-
Loia Co sosa del derecho de oonquis-
1 1. ESaeneü ',,: &ft feudal el que debía ocurrir natural*
don l • no había rentas
públicas, ni Ind . que constituirlas, ni
SERVICIO PERSONAL DE LOS INDÍJENAS 1 SU ABOLICIÓN' 153
empleos lucrativos que conceder; donde todo el prez de la vic-
toria era la tierra subyugada i el trabajo dé los vencidos.
«Costumbre fué en toda la América, dice un historiador cita-
do por el señor Salas, remunerar los servicios de los militares
beneméritos con las encomiendas de indios, distribuidas según
la voluntad i el capricho de las audiencias i gobernadores.»
Decimos que este era un pensamiento naturalmente inspirado
por el espíritu de conquista, porque la mera colonización de
un país despoblado puede efectuarse de diferente modo, por la
aplicación do las fuerzas propias al cultivo del suelo, al ejer-
cicio do las artes, i a la formación de una sociedad entera-
monto nueva, pura do toda mezcla con otras razas, i no ame-
nazada de fuerzas externas que le resistan i la hostilicen. Tal
fué la base do la colonización antigua i do los establecimien-
tos ingleses en el nuevo mundo: diferencia primordial de alta
importancia, i que ha influido poderosamente en los varios
destinos de las posesiones de España i de la Inglaterra.
Los brazos de los indios fueron destinados especialmente al
que se consideraba como el mas provechoso empleo de las
fuerzas humanas, el laborío do minas. En vano habia dicho
el emperador Carlos V: «Pareció que nos, con buena con-
ciencia, pues Dios nuestro señor crió los indios libres i no su-
jetos, no podemos mandarlos encomendar ni hacer reparti-
miento de ellos entre cristianos; i así es nuestra voluntad quo
so cumpla.» Las encomiendas se sancionaron en Chile i en
toda la América, con el especioso protesto do amparar i pro-
tejer a los indios. Nació la mita; fueron reducidos a verda-
dera servidumbre los indios, sin distinción de edad ni sexo; i
los encomenderos se convirtieron bien pronto en desapiadados
amos do sus indefensos protejidos. Llegó el caso de hacerse
expediciones al archipiélago de Chiloé para esclavizar sus
pacíficos moradores i conducirlos en gruesas partidas a la
plaza do Santiago, donde eran vendiebs en pública almoneda.
¿Do qué sirvieron las providencias dictadas con tanta repeti-
ción i encarecimiento por los reyes de España para aliviar la
opresión do los indios? De nada absolutamente. I sin embargo
se ha ensalzado i se ensalza el código de las leyes de Indias,
150 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
como una muestra de la sabiduría i humanidad del gobierno
que las promulgó, i como una prueba de la superior liberali-
dad de la lojislacion colonial española sobre la de otras nacio-
nes. Humano i piadoso es en alto grado el lenguaje de las
leyes de Indias; pero sus providencias eran ineficaces; i aten-
dida la constitución de las colonias, no podían dejar de serlo.
En España misma, hubo que cerrar Los ojos a la miserable
condición de la raza india. Llegó, dice nuestro autor, a dis-
cutirse e maduramente en Madrid por el consejo de Indias
presidido por Felipe IV la célebre competencia suscitada entre
la audiencia i el presidente do Chile sobre si convenia mas
herrar a los indios en la mano o en la cara, como antes
se acostumbraba; i conforme a la gravedad del caso se expi-
dieron las dos reales cédulas de 5 i de 7 de mayo de 1635.
Léanse con imparcialidad esas dos piezas, únicas talvez en su
jénero, i calcúlese hasta qué punto habla llegado en Chile la
crueldad con los indios reducidos i de encomienda, cuando
bastaba el simple temor de su fuga para adoptar un signo de
reconocimiento desconocido en la historia de los antiguos
déspotas i tiranos. ¡Un consejo de hombres llamados a dirijir
con sus luces la marcha del gabinete español so ocupa con
seriedad en discutir un proyecto, cuya enunciación sola era
mas que suficiente título para condenarlo a las llamas por la
mano del vordugo! ¡I se expiden reales cédulas para que en
Chile con los antecedentes a la vista so ejecute lo que pare-
ciere mas conveniente! O témpora!»
«Nada importa, (observa con razón nuestro autor), que se
hubi tableoido ¡tmlectores de indtOBj rque aquí i allá
fio encarezca i recomiende la defensa, amparo i buen trata-
miento je loa ¡ndíjenas; el oríjen del mal estaba, lo repito, en
el sistema de eivili/.aeion adoptado por ios peninsulares; i on
iimi'sto escullo, i >ii los bunios (írseos que abriga-
ron en favor dfl lot indios algunos de los monarcas conquis-
tadores.»
i : Instructivo i animado el cuadro que el autor nos preson-
• < funes' emonoias del sistema de encomiendas
sobre La ra$a india, i es incontestable que la fuente del mal
SERVICIO PERSONAL DE LOS INDÍJENAS I SU AííOLlCION 1"j7
estaba en el plan do civilización adoptado por los conquista-
dores; pero es justo repetir que en aquel siglo la feudalizacion
era un efecto casi necesario de la conquista, sobre todo cu paí-
ses que absolutamente no podían ofrecer a sus nuevos señores
mas que tierra i brazos.
En el capítulo 2.°, expone el autor los obstáculos que se
oponían a la abolición del servicio personal de los indíjenas,
i señala cuatro: el interés de los encomenderos, el de la coro-
na, las ideas dominantes de la época i el sistema de conquista.
Pudiera decirse que el cuarto miembro de esta enumeración
comprende en cierto modo los otros. No se trataba de colonizar
un país desierto; esto es, de establecer en él una sociedad en
que los españoles cultivasen por sí mismos el suelo ocupado,
ejercitasen las artes, fuesen a un tiempo los gobernantes i los
gobernados, i formasen un todo homojéneo, que sacase de sí
mismo su vitalidad e incremento, como lo hicieron los colonos
británicos en la América Septentrional. Ni trataban tampoco
los españoles de incorporar en su seno los indíjenas, admi-
tiéndolos a una completa igualdad de derechos civiles: siste-
ma de que no sé si se ofrece ejemplo alguno en la historia
del mundo. Tratábase de subyugar a los naturales, i de man-
tenerlos en un estado de dependencia, para emplearlos en la
agricultura, en el laborío de minas, en toda especie de traba-
jo mecánico, a beneficio de los dominadores. Tratábase de
verdadera conquista, i de fundar, por consecuencia de ella,
una verdadera feudalidad; i es preciso confesar que este sistema
nacia de las circunstancias tan naturalmente, como nació la
feudalidad en el mediodía de Europa, cuando las belicosas
hordas del Norte se enseñorearon de las provincias del impo-
rio romano do Occidente. I aun puede decirse que para los
conquistadores de Chile esta manera de establecimiento era
un efecto inevitable de la situación; porque los bárbaros del
Norte encontraron en la Europa Meridional naciones adelan-
tadas, industriosas, opulentas, de cuya riqueza podían apro-
piarse una buena parto, dejándolas exentas de la servidumbre
personal, a la manera que lo habían hecho los romanos en
los países que sometieron a su dominación, al paso que los
158 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
conquistadores de Chile, no mas dados a la industria i a las
artes pacificas que los godos, francos i lombardos, no encon-
traban en el territorio de que se apoderaron, nada que pudie-
ran repartirse, en recompensa de sus peligros i trabajos, sino
el suelo mismo i los brazos de sus habitantes. De aquí el in-
terés de los encomenderos; de aquí el de la corona, cuyos do-
minios acrecentaban, de aquí las ideas de la época.
Nuestro autor describo con fidelidad i con bastante viveza
do colorido los efectos de aquel funesto sistema. Copiaremos
uno de sus rasgos.
«Llamo yo aquí la atención de los hombres pensadores so-
bre un hecho notable de la historia do nuestro país: la cons-
tante oposición del cabildo de Santiago a la abolición del ser-
vicio personal. La influencia de esta corporación en los nego-
cios públicos del reino no tenia competidores; i sus acuerdos
a la vez eran estatutos a que so sometían los mismos gober-
nadores. Las relaciones i riquezas de los capitulares los revea*
tian ademas do ese poder facticio, pero formidable, quo da a
los ojos de un pueblo, en la infancia de su civilización, el
prestijiode exterioridades deslumbradoras. Con estos elemen-
tos, el cabildo de Santiago, durante un largo espacio de tiem-
po, desplegó en diversos sentidos toda SU actividad para pro-
tejer la causa do los encomenderas, i la continuación del ser-
vicio personal de los indios. Servia en esto, es verdad, a las
intenciones de los monarcas, puesto que les allanaba el cami-
no para eternizar el indebido vasallaje de las tribus indíjenas,
i, por una coincidencia natural de inte] PVia en ello
también a su propia causa. Habla, no es posiblo dudarlo, en-
tre las conveniencias del cabildo i l^s proyectos de la enrona
solidaridad de intereses, i sus fuerzas combinadas tendían a
perpetuar la ominosa coyunda de la servidumbre de los indios.
La pujanza de la primera corporación del país la condecoraba
con un ase -n líente irresistible en todos los asuntos '1'' público
ínteres; h ; > es repetirlo, a su influjo oedian loa planes
mejor cal para la extinción d<> la p dadora de la
colonia establecida en Chile. Bus acuerdos formulaban el pro-
grama d Iiizacion, i «Tan acatados con un respeto i
SERVICIO PERSONAL DE LOS INDÍJENAS I SU ABOLICIÓN liO
veneración cual nunca so habían visto. Empeñados el honor i
las relaciones de los concejales en sostener la causa de los en-
comenderos, ¿qué podían esperar los que alimentaban en sus
corazones el fuego sagrado de la libertad, i no perdonaban
sacrificio para .reconquistarla en favor di; loa indios? ¿Cómo
luchar con el Hércules del poder español en el reino de Chile
sin contar de seguro con una vergonzosa derrota? ¿Cómo con-
trastar el influjo del cabildo, cuando la real audiencia do San-
tiago, a pesar de su prepotente, autorida* l, tuvo que ceder a los
acuerdos do los capitulares en la cuestión de la abolición del
servicio personal?*
«Sin embargo, ¡quién lo creyera! en tiempos mas felices,
cuando se había desmoronado el coloso do la servidumbre
de los indíjenas, eso mismo cabil lo de Santiago, tan interesa-
do un dia en sofocar la simiente de la libertad, alza el prime-
ro el grito do la independencia, i sus miembros so abren paso
por entre obstáculos i dificultades, para adquirirse títulos a la
gratitud nacional, i colocar sus nombres en los fastos do los
exclarecidos Pudres de la Patria: ¡contraste singular! El ca-
bildo de Santiago, constituido por mas do un siglo defensor
nato de los derechos de la conquista, i de la servidumbre do
los indíjenas, fué en 1810 la primera corporación que alzó el
guante en la arena del combate.... Olvidándolo todo, sin cu-
rarse do los peligros, dio el primer ejemplo i encabezó el mo-
vimiento revolucionario».** Si el eco de libertad que resonó
en 1810, hubiera hallado en los concejales de 1606 hombres
del mismo espíritu, el movimiento revolucionario se habría
acelerado, i a la libertad de los indios so hubiera seguido la
dichosa era de la emancipación do todos los colonos de Chile.
Pero seamos justos: las circunstancias i los interesos eran dis-
tintos, i por ello, concejales, conquistadores i encomenderos
conspiraron de consuno al mantenimiento del orden estable-
cido por el sistema de la metrópoli. Fieles servidores de los
monarcas, opusieron una resistencia tenaz a las primeras ten-
M. Gay. Historia de Chile, tomo 2.°, capítulo 41.
' Memoria do don Manuel Antonio Tocornal, capítulo 2. pajina 30.
160 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
tativas ejecutadas en favor de la libertad, cubrieron con tu-
pido velo las siniestras miras de los opresores de las desgra-
ciadas tribus; i como ninguno tal vez, contribuyeron al desarro-
llo i aplicaciones del funesto sistema de la esclavitud i enco-
miendas.»
Los capítulos 3.° i 4.° nos dan la interesante historia de la
abolición de este sistema, en la cual se distinguieron por sus
jenerosos esfuerzos el hidalgo portugués don Juan de Salazar,
i los dos jesuítas Diego de Torres i Luis de Valdivia. El ter-
cero de estos héroes de la humanidad es el que excita princi-
palmente, i a nuestro juicio, con mucha razón, el entusiasmo
del autor. «Este ornamento ilustre de nuestra relijion, nos
dice, fué uno de los esclarecidos varones que en 1593 zanja-
ron los fundamentos do la Compañía do Jesús en la capital
de este reino. En la primavera de la vida, obtuvo los cargos
mas difíciles do la corporación a que pertenecía. Maestro do
novicios i catedrático de teolojía en Lima, rector de su colé-
ji i cu Chile i misionero apostólico en la Araucania, jamas
desmintió el alto concepto que por su sabiduría i virtudes
merecía. Concepción, la Imperial, Valdivia i Osorno, fueron el
teatro do sus primeras correrías apostólicas, operando en to-
das parles saludables conversiones, i dándole a conocer a los
indios por i ínjel de caridad i un apóstol de verdad.*
Autor de la empresa mas ardua que concebirse pudiera, la pa«
I reino de Chile, quería, manifestar ¡ i lo probó,
(pie las inspiraciones del jenio superaban las tentativas del po-
der opresor en la civilización araucana. Denodado campeón do
la libertad de los naturales, la procuró, a despecho del interés i
la fuerza brutal, con un ardor increíble; i a él solo se debo la
gloria inm irtal de haber sido el primero quo proclamó en Chi-
1<- la Independencia del territorio araucano. Pocos hombres prc-
tenta de un arrojo tan frío i reflexionado
rniiio i-I (¡iic tuvo Valdivia en la atrevida empresa (pie aco-
metió. -La mas lejana posteridad, dioeM. Gay, admirará al
idivia: i su noble i elevada intelijenoia, i la magna-
• II, <oy.
SERVICIO PERSONAL DE LOS IXDÍJENAS 1 SU ABOLICIÓN 1G 1
nimidad de su anchuroso corazón, puestas en evidencia por
los sucesos posteriores i por la interminable resistencia de los
bizarros araucanos, — probarán al mundo entero .que la memo-
ria de los béroes del cristianismo queda siempre grabada con
buril indeleble en la gratitud de los pueblos. Trabajó en nues-
tra patria, como ninguno, por el bien de los indios, i no acep-
tó otra recompensa de sus servicios que la libertad de ter-
minar su carrera lejos del bullicio del mundo, en una pobre
celda de su convento de Valladolid.* Los recuerdos de Chile,
de esta tierra de su predilección, inflamaron siempre su celo;
i aunque trabajado por la ingratitud, la calumnia i los años,
aunque acosado por una cruel i terrible enfermedad que le
tenia sin movimiento ni acción, el venerable anciano, en el úl-
timo período de su vida, había hecho un voto solemne de volver
al campo de sus antiguos i esclarecidos combates por la fe, por
la libertad i por la independencia de los araucanos. Pedia con
instancias al padre Alonso de Ovalle, como este escritor lo
asegura,** que lo condujese al lugar de sus gloriosas hazañas;
i ya le parecía estar entre los indios de Chile, abogando por
su libertad, combatiendo el servicio personal, i dándoles a
gustar las dulzuras i los encantos de la fe i de la civilización.
No hai talvez un personaje que figuro en los fastos de nuestra
historia, cuyos hechos estén mas al abrigo de la incertidum-
brei de la duda, que los del padre Luis de Valdivia. Olivares,
Ovalle, Lozano i M. Gay parece se hubieran convenido al for-
mular el elojio del héroe de la libertad indíjena. Pago yo con
ellos un tributo de admiración a la esclarecida memoria de
este varón eminente.''**
«La empresa del padre Luis de Valdivia no terminó con su
* No aceptó la mitra del obispado do Santiago, ni el cargo de con-
sejero de Indias que el rei lo ofrecía. — Olivares i Gny.
** Breve Relación del Reino de Chile, libro 7.°, capítulo 24.
*** El padro Luis de Valdivia nació el año 1561; abrazó el instituto
de la Compañía en abril de 1581; i murió en 5 de noviembre do Ifi'r?.
Escribió la primera gramática i vocabulario de la lengua araucana,
que se conserva en la Biblioteca Nacional, un tratado con este título
Mysterium fidei, i algunas otras obritas deque hace mención Satuel.
OPÚM3. "21
1G2 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
separación del reino de Chile. Sus virtudes i ejemplos encon-
traron dignos imitadores. El padre Gaspar Sobrino siguió coi)
ardor el propio sistema en Concepción i la Araueanía, mien-
tras que, en Santiago i las demás provincias de su depen-
dencia, se hacían prolongados i sostenidos esfuerzos para
perseguir en sus últimos atrincheramientos al monstruo del
servicio personal. Los superiores i subditos de la Compañía;
animados de un mismo espíritu e impulsados por su jeneral
Aquaviva, perpetuaban la grande obra de Torres i flo Valdi-
via, hasta que llegaron a convenir en negar la absolución
sacramental a los encomenderos, ínterin continuasen el inso-
portable abuso del servicio personal de los indios de enco-
mienda. Cruzaron de uno i otro partido fuertes i acal iradas
discusiones; pero con ellas el terreno se preparó, i expertos
agricultores de todas clases i condiciones entraron a cultivar-
lo; las reales cédulas i leyes favorables a la libertad de los
indíjenas hallaron ejecutores en la decidida voluntad de los
hombres de bien, que, desengañados ya de sus añejos errores,
promovían con empeño su ejecución i observancia. Antes la
autoridad civil de este reino por interés i cobardía protestaba
embarazos a la supresión del servicio personal, i de intento
criaba las dificultades que se oponían al cumplimiento de las
rejias disposiciones arrancadas de los monarcas por ios amigos
délos indios oprimidos. Mas una vez jeneralizados los principios
de los sagrados derechos <!<• la libertad individual que se despre-
ciaban, i pronunciada la opinión de un gran número de hom-
bres de talento i probidad en favor de. las ventajas del nuevo
>raa, las cosas fueron cambiando de aspooto; i ya cu 1633/
se prohib \ absolutamente en Chil \ personal, ¡mas
i 1662, se mandó poner en libertad a tod adiós
..o, obrando para i intereses
una comisión compuesta de I le Santiago í de Con-
i! > D >ming », San Fran
lia Co " I." \ Irr j » del Perü condes do tíantisl i
• i la do 1 1 de abril d
•• i ■ • de abril de I
••• i le mar/o dti 10
SEIt VICIO PERSONAL DE LOS INLlÍJENAS I SU ABOLICIÓN 163
i Lómus se opusieron por todos los medios imaj ¡hables a que
se formasen pueblos de indios, con lo que se creia asegu-
rar su libertad; i el obispo de Santiago trabajó con tesón para
que esta saludable medida se plantease en el país.* I se llegó
a conseguir que se decretase pena de muerte contra los que
oprimían i vejaban a los desgraciados indios. Así el atrevido
proyecto que comenzaron en nuestra patria los denodados
campeones de la libertad, salvando contradicciones i obstácu-
los, fué al fin coronado de un éxito feliz. El coloso fué demo-
lido; la infausta época del servicio personal concluyó; i por
la fuerza misma de las cosas, las encomiendas también vinieron
a tierra, i sobre sus melancólicas ruinas rayaron para Chile los
primeros albores de la libertad. ¡Honor i prez sean dados a los
preclaros varones que promovieron i ejecutaron tan grandiosa
empresa!»
Los estractos anteriores darán a conocer el carácter i méri-
to de esta interesante memoria. Compruébanse en ella los
hechos con autoridades fidedignas; i el autor sabe calificarlos
con justicia, aun cuando deja la templada severidad de la his-
toria, i toma el tono apasionado del panejíríco, acertando siem-
pre a exponerlos en un estilo claro i animado, que nos los
hace ver i apreciar como él mismo los ve i aprecia. La obra
termina en una serie de documentos justificativos, entra los
cuales nos parece muí digna de leerse la carta de 2 de junio
de 1612, escrita por el padre Luis de Valdivia al provincial
Diego de Torres, dando cuenta de las paces ajustadas con la
provincia de Catirai, donde (según las expresiones del autor),
presentándose aquel venerable apóstol sin otra arma que un
crucifijo en medio de parcialidades guerreras, sus dulces pa-
labras de paz i caridad fueron escuchadas como las de un
mensajero del gran reí de los ciclos i cumplió su promesa
do, pacificar a la mas belicosa nación del unioorso, sin ti-
rar un tiro, ni tocar las arcas del real erarlo.
(El Araucano, Año do 1848.)
* Cito esto hecho refiriéndome a un apunte estractado de la His-
toria Eclesiástica del país que trabaja el actual señor decano de la
facultad do toolojia, don Ignacio Víctor Eizaguirre,
MEMORIA HISTORICO-CRITICA
DEL
DERECHO PÚBLICO CHILENO
DESDE 1810 HASTA 1833,
PRESENTADA A LA UNIVERSIDAD EN LA SESIÓN SOLEMNE DE 14 DE OCTU-
BRE DE 1849 POR DON RAMÓN BR1SEÑO
Hace tiempo que pesa sobre nosotros la obligaeion de ha-
cer justicia a un trabajo tan interesante i meritorio como el
de la Memoria Histórico-Crítica del Derecho Público Chi-
leno desde 1810 hasta nuestros d¿as, presentado a la uni-
versidad de Chile en la sesión solemne del 14 de octubre del
año pasado, por don Ramón Briseño, miembro de la facultad
de filosofía i humanidades. Si hasta ahora no hemos llenado
esta obligación, no es ciertamente porque esta obra nos haya
parecido desmerecer nuestro insignificante homenaje. Al con-
trario nos contamos en el número de los que mas han estima-
do las producciones literarias del autor, i de los que mas han
aplaudido su laboriosidad i talento: prendas ambas que dan
mucho precio a la presente memoria.
La obra es demasiado larga para que hubiera podido leerse
toda en aquella sesión: accidente que ha ocurrido en las de-
mas ocasiones de la misma especie, i de que no hemos tenido
motivo de quejarnos ni en aquellas ni en ésta, porque, reduci-
do el trabajo a las diminutas dimensiones indicadas en la lei
orgánica do la universidad, careceríamos de las excelentes
composiciones históricas que con este motivo se han dado al
16G OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
público. ¿Valdría mas una disertación, por elegante que fue-
se, que el extenso cuadro de una época, de un grande aconte-
cimiento desenvuelto en sus pormenores esenciales, ilustrado
i coloreado por una crítica sagaz i juiciosa, a la luz de docu-
mentos no siempre accesibles a los curiosos? Aunque la tarea
se haya hecho difícil, es justo decir que ninguno de los ele-
jidos para su desempeño ha dejado de aceptarla gustoso. Pero
imponiendo ella una esmerada investigación i examen de li-
bros i manuscritos que no están al alcance de todos, i una
solícita dilijencia en consultar testimonios i tradiciones ora-
les, seria de temer que alguna persona ele las mas idóneas,
apremiada por atenciones de otro orden, no pudiese conciliar
con ellas un encargo que, cualquiera que sea su importancia,
no podrá menos de ceder su lugar a los deberos del majistra-
do i del hombro público.
La introducción de la obra del señor Enseño fué todo lo
que pudo recitarse de ella en la sesión universitaria. Los que
concurrieron a aquel acto recordarán el interés con que fué
oída. No sabemos si la coincidencia de nuestras ideas con las
del autor influya en nuestro juicio; pero leemos todavía el
■) en que termina la introducción, i todavía sentimos la
impresión profunda que produjo en nosotros, como en toda la
concurrencia, al oírlo.
«Si los chilenos (dice el autor), si los chilenos en cuyo
oorazon arle la llama pura de la liberta!, comparan su lei
fundamental, no solo con las do las repúblicas Bud«ameri«
ciñas, sino con las de otros pueblos tenidos por sabios i ex-
perimentados en la ciencia do la democracia, hallarán mil
motivos para vivir muí satisfechos de bu suerte, i deque no
bu <n la América Española, i quizá en ''1 inundo, una nación
tan libre como Chile, si acierta a observar sabia i rolijiosa-
mente su oonstitucion actual. Qu constitución ha sido
la in imente Calculada, que es el 00* ligo americano mas
perfecto en política, • «mi la aplicación de los principios
tntooedentei del pais, ahi estala experiencia
que i,, A i, diciéndonoi eii alia voz: aolainente <'<m
,•/</'« ///-i '/ ' <• iH-r una pvocioftü i psvpctun
MEMORIA SOBRE EL DERECHO PÚBLICO CHILENO iG7
paz de veinte años, después que incesantemente habíais
consumido otros veinte anteriores en repetidos ensayos'
constitucionales. Empero, todos estos años llenos de angus-
tia no han pasado en vano a los ojos de la nación. Ellos han
modificado profundamente nuestras ideas, lian cambiado en
gran parte nuestros hábitos coloniales, i han halagado nues-
tras expectativas de progreso i de futuro engrandecimiento en
todas direcciones. La educación política es hoi 'mas completa;
los representantes del pueblo comprenden todo lo que exije de
patriotismo i moderación el ejercicio de la autoridad suprema
en sus principales ramos; la: soberanía, asegurada por sí mis-
ma en la mayor moralidad del pueblo, no se desborda hoi en
olas impetuosas; ella tiene la calma i la dignidad del poder; i
en apoyo do semejante aserto, podemos invocar con noble or-
gullo el testimonio flagrante de todas las naciones civilizadas
que nos observan, tanto del viejo, como del nuevo mundo.
Delante de ellas, la nación chilena es dueño absoluto de su si-
tuación, i puede llegar sin tropiezo al mas alto grado de en-
grandecimiento social i político. Habiendo estado colocada
bajo la impresión de las mas peligrosas influencias i de las
eircunstancias mas críticas, ha salido triunfante de ellas; ha
sabido dar a todas las repúblicas americanas un noble ejem-
plo de moralidad, i a los partidarios de la opresión, una exce-
lente lección de Libertad, justicia i jmtriotismo.
«El mundo todo ofrece en la actualidad un espectáculo serio,
grave e interesante; i Chile, que es una pequeña fracción de
ese mundo, pero una fracción especialmente favorecida por la
Providencia Divina, debe secundar tan benéfica influencia,
debe presentarse también a la altura de la época i caminar
directamente a su destino. Abiertas tiene para ello de par en
par las puertas de su felicidad. Pues bien: ¡que reconozca sus
verdaderos intereses, i siga marchando por la hermosa senda
que jenerosamente le trazaron nuestros padres, los ilustres i
denodados campeones de la independencia i de las institucio-
nes chilenas, a fin de que, realizando ampliamente nosotros
lo que ellos tantas veces desearon, el gobierno de todos por
la razón i voluntad de todos, gecomos del fruto de sus heroi-
108 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
eos sacrificios! La república democrática es el gobierno que
mas necesita de la inspiración i de la bendición continua de
Dios. Elevemos, pues, señores, nuestros pensamientos hasta
él, para que, como autor i supremo lcjislador de las socieda-
des humanas, quiera arraigar cada vez mas en la nuestra el
respeto a la relijion i a la moral, sin las cuales no puede vivir
la democracia; a la verdadera i justa libertad, a las leyes, las
ciencias i la inclustria, a la fe pública empeñada en los contra-
tos nacionales; iluminar los consejos del gobierno i de nues-
tros representantes para que se completen i perfeccionen las
instituciones que nos rijen; i no permitir que la anarquía ni
la tiranía sacudan jamas su funesta tea sobre nuestros hoga-
res. ¡Que el país de los Lautaros, Rengos, Colocólos, Tucape-
les i demás héroes que han seguido su jencrosa huella, sea
para siempre la patria venturosa de una sola familia, que, ani-
niada, como al presente, de unas mismas ideas i sentimientos,
niga viendo las fértiles campiñas de Chile regadas por las
risueñas corrientes de sus puras i cristalinas aguas, en vez do
serlo por la sangre fratricida que desgraciadamente inunda el
territorio de nuestros vecinos! ¡Que inspire i bendiga cada vez
mas i mas a este pueblo sensato i virtuoso; que, antes de todo,
scender sobre su cabeza el bautismo de la instrucción,
a torrentes como la luz, como todo lo que viene; de lo alto;
i 111 Qn que nos conserve la plenitud del orden político i so-
cial, así como ha dado el orden material a los astros del fir-
'•)!»
El sefior Briscño principia echando una ojeada rápida sobre
constituciones de la Península desde el rójimon teocrático
que ilió leyes ;i La España i bajo ouya funesta influen-
cia dejeneró la nativa enerjía de los conquistadores, i deseen-
.'■orí pocO la l'. ,.111.1 al ■ r.il> increíble de abatimiento
que la hizo fáoil presa <!<• un puftado <!<• sarracenos, basta la
'¡hiri.>n libera] d< monumento curioso do precipita-
1, <1ms veces abjurado, derrocado, pisoteado por
<1 misino pueblo, cuyas bliei iii;i destinado a afianzar.
Dibúj ibierno colonial de las América*: materia
1 elucidación no entraba en el marco du la me-
MEMORIA SOBRE EL DERECHO PÚBLICO CHILENO IG'J
moría, i en que solo ha podido emplearse una atención lijera.
Materia es esta, con todo, que bien mereceria tratarse aparte.
Ni todo lo que de ella dice el señor Briseño nos parece funda-
do. Nosotros alcanzamos a ver ese vasto edificio todavía en
pié, todavía, al parecer, bien asentado sobre sus cimientos.
Vimos desde adentro su construcción artificiosa, en que lu-
chaban sordamente fuerzas antagonistas, a veces en abierto
choque. En ninguna parte, i en las capitanías jenerales mu-
cho menos que en los virreinatos, tenia el jefe superior atri-
buciones omnímodas como delegado de un monarca absoluto.
Ninguna autoridad americana representaba completamente al
soberano. La esfera en quo obraba cada una estaba demarca-
da cuidadosamente por las leyes. Así la administración colo-
nial, calcada sobre el modelo de la metrópoli, era mui dife-
rente en su espíritu. En la Península, el monarca, desplegando
una acción inmediata, se hacía sentir a cada instante, i ab-
sorbía los poderes todos, armonizándolos, dirijiéndolos i
coartándolos, al paso que en las colonias los jefes de los di-
versos ramos administrativos, independientes entro sí i ame-
nudo opuestos, podían obrar con tanta mas libertad, cuanto
era mayor la distancia de la fuente común. La acción mode-
radora del poder supremo no intervenía sino de tardo en
tardo. Dos pensamientos presidieron a esta vasta fábrica de
gobierno. Por una parte, era preciso asegurar la dominación
española sobro sus dilatadas provincias, mantener numerosos
pueblos bajo una tutela eterna, esconderlos en cierto modo al
mundo, defenderlos contra la codicia de naciones emprende-
dedoras, que envidiaban a la España sus extensas i opulentas
posesiones; por otra, establecer garantías contra la deslealtad
de los inmediatos ajentes do la corona, limitar el campo a su
ambición, i contener sus aspiraciones dentro de la órbita le-
gal. Esta suspicacia de la corte amargó los últimos dias de
Colon, como precipitó después al sepulcro al jeneroso i mag-
nánimo don Juan de Austria pn los Países Bajos. Las victo-
rias do Gonzalo de Córdoba la inquietaron; i mas de una vez
le dieron serios cuidados los virreyes de Ñapóles. De aquí la
multiplicidad de resortes del réjimen colonial. Ninguna auto-
170 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
rielad sin trabas; ningún poder que no viese al rededor poderes
rivales, celosos, en perpetuo acecho para moderarse i repri-
mirse recíprocamente. Los virreyes mismos eran impotentes
contra las audiencias, que tenían por su instituto la suprema
administración de justicia, i como oráculos de la lei, interve-
nían en la alta dirección política i administrativa. Ni es exac-
to que los capitanes jencrales resumiesen todas las funciones
de los virreyes, o estuviesen a la cabeza de todos los departa-
mentos del estado. En Venezuela, por ejemplo, no era suya
la superintendencia de la hacienda real. Un intendente jene-
ral la ejercía bajo la sola dependencia del ministerio de ha-
cienda de la corte, con exclusión del estanco, sometido a un
director, que se entendía también directamente con la misma
secretaría de estado, i del ramo de correos, subordinado al
capitán jcncal. I aunque este jefe era presidente nato do la
audiencia, su intervención en los actos judiciales de ese cuer-
po estaba reducida a presenciarlos; i no solo no se requería su
sanción para cualquiera sentencia, pero ni aun se le permitía
deliberar o votar en ella. ¿Cómo hubiera podido hacerlo un
juez logo en materias de derecho? A tomar el primer asiento,
a ser recibido por los ministros a la puerta de la sala, i acom-
pañado por el cuerpo todo hasta SU palacio, cuando se retira-
ba, era a lo que se reducía la intervención del presidente:
simulacro mudo de la soberanía, como el estrato del monarca.
Solo cuando la audiencia con él presidente constituían lo quo
se llamaba real acuerdo para discutir alguna Cuestión impor-
tante de política o de interés real o provincial, tenia voto el
capitán joneral, que la oonvooaba i presidia.
Tampoco vemos señalada oon precisión en el bosquejo del
i- Brisefio la acción lejislativa del consejo de ludias. Las
manaban por lo regular de esta oorporaoion
■ni. i: pero las reales órdenes se despachaban por Ib vi&
por una de las secretarias de estado; i en
i \ia reservada habia llegado a absor-
berlo po, en su respectivo ramo de des-
j 10, diotaba, .-i nombre del soberano, disposiciones jencrales,
MEMORIA SOBRE EL DERECHO rÚULICO CHILENO 171
De todas las instituciones coloniales, la que presenta un
fenómeno singular es la municipalidad, ayuntamiento o ca-
bildo. La desconfianza metropolitana habia puesto particular
esmero en deprimir estos cuerpos i despojarlos de toda impor-
tancia efectiva; i a pesar de este prolongado empeño, que vino
a reducirlos a una sombra pálida de lo que fueron en el pri-
mer siglo de la conquista, compuestos de miembros en cuya
elección no tenia ninguna parte el vecindario, tratados dura-
mente por las primeras autoridades, i a veces vejados i vilipen-
diados, no abdicaron jamas el carácter de representantes del
pueblo, i se les vio defender con denuedo en repetidas ocasiones
los intereses de las comunidades. Así el primer grito de inde-
pendencia i libertad resonó en el sonó de estas envilecidas
municipalidades.
Pero entremos con nuestro autor en Chile, i en aquella épo-
ca de crisis, en que bramaba a lo lejos el trueno de revolu-
ciones i conquistas que daban una forma nueva al mundo
europeo, i llegaba ya a nosotros el eco de principios que sa-
cudían los tronos, los altares, i conmovían íntimamente las
masas, poco antes inertes i pasivas, de las sociedades civiliza-
das. Raya el 18 de setiembre, era gloriosa de la independen-
cia chilena. Una acta solemne le consagra.
El autor dirijo su atención a una pieza interesante. No es,
según aparece, un documento oficial, pero debe talvez consi-
derarse como la expresión do las ideas que circulaban en una
clase poco numerosa, bien que Ja de mas influjo en la sociedad
chilena. Hablamos del Proyecto de una dec'aracion de los
derechos del -pueblo de Cliilc, consultado en 1810 por
el supreyno gobierno, i modificado según el dictamen
que por orden del mismo i del alto congreso se pidió
a su autor en 1811. En este proyecto, se reconoce como
primera base que en cualquier estado, mudanza i cir-
cunstancias de la nación española, ya exista en Euro-
pa, ya en América, el pueb'o de Chile forma i dirijo
'perpetuamente su gobierno interior bajo de una cons-
titiicion justa, liberal i permanente. Por el 2.° artículo,
retiene Chile el ejercicio de todas sus relaciones exteriores
17? OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
con las demás secciones de la monarquía española i con el
resto del mundo, hasta la formación de un congreso jeneral
de toda la nación, o de la mayor parte de ella, o de la América
del Sur a lo menos, en el cual se establezca el sistema jene-
ral de unión. Este congreso constituirá la autoridad supre-
ma, en una palabra, constituirá la forma federal de gobier-
no de los pueblos representados en el, todos los cuales for-
marán un solo cuerpo social, una sola nación. Por el artí-
culo 5.°, debe invitarse inmediatamente a las otras secciones
de la monarquía para que acuerden el modo, tiempo i lugar
en que "deba instalarse el congreso. En fin, según el artículo
7.°, todo ciudadano de cualquiera de los pueblos representa-
dos en la asamblea federal, será reputado chileno, i podrá ser
elejido para todos los empleos i cargos del estado que no
exijan otros requisitos.
Esta fué la primera idea do un congreso jeneral americano;
pues, aunque son invitadas a él todas las provincias españolas,
se trasluco en el proyecto mismo la improbabilidad de obte-
ner su universal concurrencia, i es de creer que solo se con-
sideraba realizable la incorporación de los pueblos españolea
del continente sur-americano bajo un gobierno federativo,
como el de los Estados Unidos de América. Pero, aun cir-
cunscrita a estos límites, ¿no era esta una concepción mas
brillante que sólida? Prescindiendo de las circunstancias en
que se hallaban los pueblos sur-americanos en 1811 i después,
i quo hacían enteramente impracticable hasta el paso preli-
minar de la invitación, ¿habría sido posible dar una aparien-
cia siquiera de unión a sociedades diseminadas, como los oasis
de un desierto, sobre Ull espacio inmenso, con pocos puntos
de contacto entre sí, sin medios expeditos de comunicación,
en un objeto que lo resumía todo: la resistencia a
las i isiones de la metrópoli, la guerra? El señor
I oree ver consumado en todas sus partes el programa
del p ¡uto, en nuestra humilde opinión, ha sido todo
■ ntrario. Id proyecto aspiraba a nada iik'dos que a la
ion «le un gobierno federal que, dejando a cada uno de
I su administración interior, lo b todos,
MEMORIA SOBRE EL DERECHO PÚBLICO CHILENO 173
reglase sus intereses comunes i tomase su voz para con el
resto del mundo. ¿I qué es lo que hoi existe de hecho i de
derecho en las repúblicas hispano-americanas? Naciones va-
rias, idénticas sin duda en oríjen, relijion, lengua i cos-
tumbres, i que, con todo eso, no tienen lazos mas estrechos
entre sí que los estados de la península italiana antes de la
revolución francesa; que Ñapóles, Roma, Toscana, Módena i
Cerdeña en el dia. Cada una de ellas dirije a su arbitrio, no
solo sus negocios interiores, sino sus relaciones ext< rnas. I ya
se ven brotar en ellas intereses peculiares i opuestos, aspira-
ciones i controversias que probablemente no hallaran una
solución final sino en el campo do batalla. Pero qué! ¿No hizo
Colombia la guerra al Perú? ¿Buenos Aires al Paraguai? ¿El
Perú a Bolivia? ¿Chile a la Confederación Perú-Boliviana? ¿No
hierve todavía la larga querella do la federación arjontina
con la República Oriental? La completa separación de las re-
públicas hispano-americanas es el hecho indisputablemente
consumado.
Aquella alma ardiente de Bolívar, para quien lo grandioso,
lo colosal, ton i aun^ Jj£gsti]|o i rr es j s,t i \}} o-, quiso en vano resu-
citar la idea de don Juan Egaña. El congreso de Panamá, uno
do sus pensamientos do predilección, abortó. La república
misma de Colombia, su obra peculiar, fué una creación efíme-
ra; al cabo de pocos años de una existencia débil i achacosa,
sus principios interiores de repulsión prevalecieron; los tres
vastos cuerpos unidos en ella se desprendieron espontánea-
mente; i sin convulsión, sin estrépito, volvieron al estado na-
tural de disociación, que las glorias militares adquiridas de
consuno, i el triunfo común, i el prestijio del héroe, no pu-
dieron violentar largo tiempo.
Revivió otra vez la idea de una especie de congreso j ene-
ral, consignada por la república mejicana en su tratado con
Chile. Pero no con mejores auspicios. El gobierno chileno
tuvo desde muí temprano bastante previsión para anunciar
que el programa de Méjico no era susceptible de llevarse a
efecto. Empeñado, sin embargo, por una estipulación solem-
ne, trabajó en su ejecución con el celo posible. ¿Cuáles podían
17 1 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
ser el carácter i atribuciones de este congreso? ¿Debía ser una
mera asamblea de plenipotenciarios como las de Viena i Ve-
rona, o como la conferencia de Londres? Eu tal caso, sus acuer-
dos, según las constituciones políticas de las potencias asocia-
das, carecían de to lo valor, mientras no fuesen aprobados para
cada una por la respectiva legislatura nacional, i ratificados por
el respectivo gobierno. Cada acuerdo de los plenipotenciarios
no habría hecho mas que presentar un tema de cansadas de-
liberaciones i debates a los gobiernos i congresos particula-
res. Ca la acuerdo no hubiera sido mas que un proyecto for-
mulado' por la asamblea, i a que solo la discusión i aceptación
dé los representados podía dar la fuerza de convención solem-
ne. Cualquiera conocerá cuan difícil era, por no decir imposi-
ble, llegar de este modo a un resultado unánime. El congre-
so, como mora asamblea de plenipotenciarios, era un trámite
inútil, i no era quizá la inutilidad su menor defecto. ¿Se tra-
taba de un congreso federal, como necesariamente debía serlo,
para que los representados debiesen aceptar sus resoluciones
sin resistencia i sin reclamación, como verdaderas leyes pro-
mulgadas por una autoridad suprema? Esto sería nada menos
que constituir un poder soberano externo; un poder extranje-
ro, depositario de atribuciones i facultades adjudicadas a cada
estado por su propia constitución, inenajonables, imprescrip-
tibles. I tal era el poder que debía necesariamente constituirse
para que pudiese imponer continjen tes i contribuciones, para
fallaren materias de ínteres común, para dirimir cuestiones
entredós o mas de los asociados, para tratar válidamenl
nombre de todos con las potencias exl anjeras. si el establecí*
miento de una federaoion hispano-americana era en tiempo de
don íuan Bgafta una utopia irrealizable, para <•! gobierno de
('hile, ligado poruña corta constitucional, hubiera sido mía
abdicación de la independencia i lía de chile: abdica-
ción que no oreem i hubiera ni aun en las facultades
ilimitados de un i i constituyente, sin una especial au«
t trizaoion del pueblo ohileno.
de Suntingo, Año de 1850.)
HISTORIA DE LA CONQUISTA
DEL P K B I '
l'OIi W. H. PRE8COTT
I
Mr. W. II. Prescott, ciudadano de los Estados Unidos de
América, ha dado a luz tres obras históricas que gozan de
una alta celebridad, i le han colocado en el número de los
historiadores mas distinguidos de la época presente, en que el
cultivo de la historia ha dado ocupación a tantas inteligencias
de primer urden. El asunto de la primera de sus obras, quo4
por lo acabado de la ejecución, nos parece superior4 a las otras,
es el reinado de los reyes católicos, Fernando e Isabel. La se-
gunda trata de la conquista de' Méjico, principiando por una
c:isi completa exposición del antiguo gobierno i civilización do
los mejicanos, según las noticias mas auténticas i fidedignas.
I en la tercera, después de describirse con la posible indivi-
dualidad las instituciones i civilización peruanas, bajo la di-
nastía de los incas, se refiere la conquista de aquel imperio i
las revueltas civiles que lo ensangrentaron, hasta que se es-
tableció en él definitivamente la autoridad de la corona de
( ¡astilla.
En ninguna do estas t-es obras, se limita el autor a recopi-
lar o reproducir bajo una nueva forma los trabajos de que ya
estaba en posesión el público. Mr. Prescott ha tenido la for-
tuna de consultar gran número de documentos inéditos; i aun
cuando trabaja sobre materiales conocidos, ha sabido ordenar-
17G OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
los de un modo luminoso, i apreciar las personas i los hechos
con mucha imparcialidad i filosofía. Aunque el tipo de Oibbon
es el que nos parece prevalecer en su manera histórica, posee
en un grado superior el arte de dar individualidad a los ca-
racteres i viveza a las descripciones. No es menos puntual
que el historiador ingles en acotar las obras de que se ha ser-
vido; i cuan lo los testimonios son oscuros o contradictorios,
indica en breves notas las razones que han motivado su elec-
ción o su interpretación. En esta parte, ha cumplido con reli-
jiosa puntuali.lad los deberes del historiador. «He dejado, dice,
que quedase el andamio, después do acabado el edificio; en
otros términos, he manifestado al lector los trámites del pro-
cedimiento que me ha conducido a mis conclusiones. En vez
de pedirle que me crea sobre mi palabra, he procurado darle
la razón de mi fe. Por medio de copiosas citas de las autori-
dades orijinales, i por noticias críticas que lo expliquen las
influencias que obraron en ellas, me he propuesto ponerle en
estalo de juzgar por sí mismo, de revisar, i, si necesario fue-
re, de revocar los juicios del historiador. De esta manera podrá
a Lo menos apreciar lo difícil que es obtener la verdad en el
conflicto do los testimonios i aprenderá a desconfiar de aque-
llos escritores que fallan sobre los misterios de lo pasado COJI
una certidumbre >¡ue espanta (según la expresión de Fon-
tenelle): espíritu sumamente opuesto al de la verdadera filo-
sofía de la historia.»
La importancia do este modo de proceder es incontestable,
i el omitirlo no puode menos do influir de un modo desven-
tajoso en la fe del lector. Citaremos un ejemplo. Don José An-
tónio Conde compuso una historia de la dominación de los
árabes en España, compilada de memorias i escritos arábigos,
do manera que pudiese leerse como ellos la escribieron, i
so viese el moflo on quo refieren los acontecimientos. «Diré
linoeridad, ion palabras de «'onde1, que he puesto en es-
te mi trabajo tolo el 0StudÍ0 i (lilíjenoia de que SOÍ capa/, no
nan I i ningún jénero de fatigas, tratando de superar las
dificultados en cnanto he podl lo, i aprovechándome «le todas
me han proporcionado. 1 bien
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PLIU" 177
ha sido necesaria toda la constancia que he puesto al intento;
porque no es negocio fácil el haber de indagar i referir con
sencillez i sin afectación, i siguiendo el orden de los tiempos i
do los sucesos, así los oríjenes do una nación célebre, como
su incremento, sus conquistas i acciones famosas, las costum-
bres con que se distinguía, su cultura, i los acaecimientos i
vicisitudes do su poder en la dilatada serie de ochocientos años.
El haber de coordinar cosas tantas i tan varias, recojiéndolas
de diferentes escritores, el comparar sus referencias i el tomar
partido en la incertidumbre de sus relatos, es sin duda un
trabajo ímprobo i arduo, al que se allega el de traducir todo
esto do la lengua de los árabes a la nuestra castellana, i no de
libros impresos i correctos, sino de antiguos i maltratados ma-
nuscritos. Mas sin esta fatiga, no podrían rectificarse los he-
chos, ni aclararse las cosas como fueron, sino a la luz de las
memorias arábigas. » Conde logró de esta manera ponernos a
la vista una larga época de la historia de España bajo un
aspecto tan nuevo como interesante; i aunque su narración es
por lo jeneral descarnada i seca (lo que probablemente debo
imputarse a los materiales que tuvo a la mano), son amenudo
do mucha importancia las noticias que contiene, i de cuando
en cuando hallamos en ella pormenores deliciosos por su na-
turalidad i por su fisonomía característica. Pero se hace desear
algo mas. Aunque Conde nos da en el prólogo una lista de los
autores árabes que traduce, autores de diferentes edades, i que
no todos tendrían probablemente iguales títulos a nuestra
confianza, no sabemos a cuál do ellos se deba la relación de
cada suceso en particular; lo que parecía tanto mas necesario,
cuanto mas largo puede haber sido el intervalo de tiempo en-
tro los hechos i los diversos historiadores que los refieren.
Del trabajo crítico de que habla Prcscott para la apreciación
de los testimonios, no se descubro vestí jio. Conde (valiéndo-
nos de la expresión del escritor norte-americano) derribó el
andamio después de levantado el edificio, i pone al lector en
la necesidad de dar una fo implícita a sus juicios. Esto ha
perjudicado no poco a la obra bajo el punto de vista de la
crítica histórica. «El no llena, dicen dos escritores contemporá-
OPÍSC, 23
173 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
neos (los señores Paquis i Dochez, que han dado a luz una
nueva historia jeneral de España), las exijencias actuales de
la ciencia histórica. No hace ninguna comparación entre las
crónicas contemporáneas, no ha sometido a examen la exac-
titud de las fuentes, i no ha pensado sino en suministrar ma-
teriales a la historia. Talvez la muerte no le permitiría dar la
última mano a su trabajo.»
Volvamos al asunto de este artículo, que es la Historia líe
la Conquista, del Perú por Mr. Prescott.
El autor ha tenido a la vista gran número de documentos
inéditos, sacados, por la mayor parte, del archivo de la acade-
mia matritense de la historia, enriquecido con los papeles del
célebre historiógrafo de las Indias don Juan Bautista Muño/.r
que empicó cincuenta años de su vida en recojer materiales
para una historia de los descubrimientos i conquistas de los
españoles en América, pero que solo tuvo tiempo para publicar
la primera parte de este vasto trabajo, relativa a los viajes de
(Jolón. Otros documentos pertenecieron a don Martin Fernán-
de/, de Navarrete, director de la misma academia, i fueron
exhibidos a Prescott, que los copió de su mano. Igual auxilio
proporcionaron a nuestro autor Mr. Ternaux-Compans, que ba
traducido al francés algunos do los manuscritos de Muñoz, i
don Pascual Qayángos, que, bajo el modesto traje de traduc-
tor (dice Prescott) ha suministrado un injenioso i erudito co-
mentario dé la historia hispano-arábiga. Le han servido tam-
bién algunos OÓdióeS importantes de la biblioteca del Escorial,
que formaban una parte de la espléndida colección de lord
Kingsborough. De todas estas fuentes, se ha valido para acu-
mular una multitud de manuscritos, de earáeler vario, i de
la mayor autenticidad: 'concesiones i ordenanzas reales, ¡ns«
trUCCiones de la corto, diarios i memorias personales, i una
i de correspondencia privada de 1<>^ principales adores en
aquel turbulento drama, de mariera que el autor ba tenido a
i que sufrir el embarazo de /a riqueza t porque, en la
multiplicidad <!»• testimonios contradictorios, no es Biempre
columbrar I mera que la muUipliciduíl do
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PERÚ 170
luces encontradas suele a veces deslumhrar i confundir al es-
pectador. »
Lo que da a Mr. Prescott un título particular a la gratitud
de sus lectores es el valor i constancia con (pie ha luchado
contra una dificultad al parecer insuperable. Un historiador
privado de la vista es un fenómeno raro, de que tenemos dos
ejemplos contemporáneos, uno de ellos Mr. Prescott. «Cuan-
do estaba en la universidad, dice, sufrí una lesión en un ojo,
que quedó desdo entonces ciego. Poco después padecí en el
otro una irritación tan fuerte, que por algún tiempo no pude
tampoco ver con él; i aunque después recohró la vista, quedó
el órgano desordenado i permanentemente debilitado, de ma-
nera que, dos veces en mi vida, me he visto destituido de to-
da visión para cuanto era leer i escribir, i eso durante años
enteros. En una de estas épocas, recihí de Madrid los materia.
les para la Historia do Fernando 6 Isabel. En aquel estado
de inhabilidad, rodeado de mis tesoros trasatlánticos, era
como el que se muere de hambre en medio de la abundancia.
En semejante situación, resolví que el oído, en lo posible, hi.
ciese el oficio de la vista. Me procuré un secretario que me
leyese las varias autoridades, i al caho me familiaricé con los
sonidos de los diferentes idiomas (a algunos de los cuales me
hahia ya acostumbrado residiendo en país extranjero) lo bás-
tanle para comprender sin mucha dificultad lo que se me leia.
Al mismo tiempo, iba dictando copiosas notas; i cuando éstas
llegaron a ser voluminosas, me las hacía leer repetidas veces,
hasta que, bien impuesto de su contenido, pudo emprender la
composición. Estas mismas notas me suministraban medios
de referencia con que apoyar el texto.
«Otra dificultad ocurrió en el trabajo mecánico de escribir,
que era una terrible prueba para el ojo enfermo. Pude ven-
cerla por medio del aparato inventado para los ciegos, el cual
me hizo capaz de encomendar mis pensamientos al papel sin
ol auxilio de la vista, i con la ventaja de emplearlo igualmen-
te en la oscuridad i a la luz. Los caracteres que se forman
por este medio se asemejan a los jeroglíficos: pero mi secre-
tario se hizo bastante experto en el arte de descifrarlos; i para
!S0 OPÚSCT'LOS LITERARIOS I CIÚTICOS
el uso del impresor, se sacó una copia en limpio, que llevaba
un número moderado de inevitables equivocaciones, según un
cómputo liberal. He descrito, con esta menudencia el procedi-
miento, por la curiosidad que se ha manifestado relativamen-
te a mi moclus operandi entro tantas privaciones, i para que
su conocimiento anime i conforte a otros en circunstancias
semejantes.
«Aunque el progreso do mi obra me alentaba, era por fuer-
za lento. Pero con el tiempo, se mitigó la tendencia a la infla-
mación, i se fortificó mas i mas el ojo. Al fin se restableció de
manera, que pude leer algunas horas en el dia, terminando
siempre mis trabajos al ponerse el sol. Ni piule nunca dispen-
sarme de los servicios de un secretario, o del aparato antedi-
cho. Por el contrario, al reves de lo que comunmente sucede,
me ha sido mas difícil i penoso el escribir que el leer, lo que,
sin embargo, no se extiendo a la lectura do manuscritos, do
modo que para poder revisar mi composición mas cuidadosa-
mente, hice que se me imprimiera un ejemplar de la Historia
de Fernando e Isabel, antes de darla a la prensa para su
publicación. Tal era el estado de mi salud durante la prepara-
ción de la Conquista de Mrjico. Ufano de haberme acercado
tanto al nivel de los domas de mi especie, apenas envidiaba
la buena fortuna do aquellos que podían prolongar sus estu-
dios después del dia i basta la postrera mitad de la noche,
«Pero en o- -, ha ocurrido otro cambio. La vista
de mi ojo si- lia ido empanando gradualmente, i tanto se ha
irritado la sensibilidad del nervio, que, en varias semanas del
alio pasado, no he abierto un libro, ¡ por un término medio
no he podido servirme del ojo mas de una hora al dia. Ni me
ido lisonjean ta osperanza de quo lisiado,
como no puede monos do estar < 1 órgano, por haberle yo forza-
dos tareas probablemente superiores a sus fuerzas, logre ja-
mas rejuvenecer <•, ni pueda §er\ irme de mucho en mis futuras
íes literarias. S¡ tendré valor para entrar con (ales
Impedimento o nuevo i mi i campo de estudios
. sabré decirlo. Quiz ! la l ir fa costumbre, i el na-
tural adelanto i n la carrera quo por tanto tiempo
HISTORIA DE LA. CONQUISTA DEL PERÚ l8l
he seguido, me lo harán en algún modo necesario, así como por
mi pasada experiencia lio conocido que no es impracticable.
«Por esta exposición, demasiado larga talvez para su pa-
ciencia, el lector que tenga alguna curiosidad en esta materia,
apreciará en su justo valor los embarazos con que he luchado.
Que no han sido leves, se admitirá sin dificultad cuando se
considere que no he tenido mas que un uso limitado de mi
ojo, en su mejor estado, i que, en mucha parte del tiempo, no
me ha prestado servicio alguno. Sin embargo, estos inconve-
nientes no pueden compararse con los de un hombre entera-
mente ciego. Ni sé de ningún historiador vivo que pueda glo-
riarse de haberlos superado, excepto el autor de la Conquista
de Inglaterra por los Normandos, el cual (valiéndome de
•su bella i patética expresión) se lia ¡techo el amigo de las ti-
nieblas; i a una filosofía profunda que solo ha menester la luz
interior, junta una capacidad de extensas i variadas investiga-
ciones que pedirían a cualquiera que las emprendiese la mas
paciente i laboriosa contracción.... Boston, abril 2, 1847.»
1 Vicos habrán leído loque precede, que no se hayan sentido
penetrados de admiración i respeto hacia un hombre que, por
amor a la ciencia, ha sido capaz de tan fervorosa dedicación en
medio de tamaños obstáculos. Era preciso, para perseverar
•mi ella, un talento superior sostenido por la conciencia de sí
mismo, i por la perspectiva del espléndido resultado que iba a
coronar sus esfuerzos.
La Historia de la Conquista del Perú principia, como
hemos dicho, por un cuadro de la civilización de los incas,
que ocupa algo mas de la tercera parte de uno de los dos
tomos que comprende la obra. Quisiéramos ofrecer a nues-
tros lectores un resumen algo mas completo do esta magnífica
introducción; pero ni aun eso nos permiten los límites a que
estamos reducidos. Nos ceñiremos a ciertas particularidades,
elijiendo las que nos han parecido menos conocidas o mas im-
portantes.
«El aspecto del país parece desde luego nada favorable a la
agricultura i la comunicación interior. La faja arenosa de la
costa, jamas humedecida por la lluvia, no recibe otro alinien-
182 OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CRÍTICOS
to que el de unas pocas mezquinas vertientes, que hacen un
notable contraste con las caudalosas aguas que descienden por
los costados orientales de la cordillera al Atlántico. Las es-
carpadas pendientes de la sierra, con sus destrozadas cuestas
de pórfido i granito, i has altas rej iones arropa las de nieves
que bajo el ardiente sol ecuatorial no se derriten nunca, a no
ser por la acción desoladora de los fuegos volcánicos, podrían
mirarse como igualmente impropicias a los trabajos del labra-
dor. I en cuanto a la comunicación entre las partes de tan
prolongado territorio, parecerían haberla rehusado la aspere-
za i fragosidad del país, cortado por precipicios, torrentes fu-
riosos i quebradas intransitables: hendeduras terríficas de la
sierra, cuyos abismos en vano intenta calar con la vista el
medroso viajero, que sigue la línea tortuosa de los bordes en
su aérea senda. Con todo eso, la industria, i casi pudiéramos
decir, el injenio de los indios, logró sobreponerse a estos im-
pedimentos de la naturaleza.
"Mediante un sistema bien entendido de acueductos subte-
rráneos i canales, los parajes áridos de la costa fueron refri-
gerados por copiosas acequias, i se vistieron de fertilidad i
hermosura. Levantáronse terraplenes sobre las pendientes de
• rdillera; i como allí la diferente elevación produce los
mismos efectos que la diferente latitud, se veían en ellos en
una escala regular todas las variedades do formas veje tales,
desde ' ti mulada lozanía de los trópicos hasta lostem-
plados productos de un clima septentrional, mientras que
rebaños de [famas (laa ovejas peruanas] vagaban con sus
lobre nevados páramos, mas allá de los límites do
«cultivo. Una raaa industriosa habitaba las elevadas me-
; ciudades i aldeas, apiñadas en medio de huertas i de
anchurosos jardines, parecían suspensas en <'l aire sobre la
ej'on ordinaria de las nubes.* I c.nnuniealtan unas con
otra »bl aciones, por grandes oaminoa que,
• iLai llanura* de Quito m bailan entra nueva i dios mil plóa
(1i ios valles da i i grupo da montos
Itura todaí ia mayor. •
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PERÍ 183
atravesando los portillos de la sierra, corrían desdo la capital
hasta los mas remotos ángulos del imperio
«cKsta civilización trae su oríjen del valle del Cuzco, rejion
central del Perú, como lo expresa su nombre.* Seguu la tra-
dición peruana mas conocida de los europeos, hubo un tiemp t
en que las antiguas razas del continente estaban sumidas en
deplorable barbarie, adorando casi todos los objetos que les
presentaba la naturaleza; la guerra era su pasatiempo; rega-
lábanse en los festines con la sangre de los cautivos. El sol,
el gran luminar del mundo i padre del jénero humnno, apia-
dad) de su abatida condición, les envió dos de sus hijos:
Maneo Cápac i Mama Oello I Iuaco, para que congregasen a
los naturales en comunidades, i les enseñasen las artes de la
vida. Estos celestiales esposos, que eran al mismo tiempo
hermanos, caminaron por las anchas llanuras cercanas al
higo de Titicaca, hacia los 10 grados sur, hasta llegar al valle
del ('uzeo, donde estableeieron su residencia, i cumplieron su
benéfica misión enseñando Manco Cápac a los hombres la
agricultura, i Mama Oello a las mujeres las artes de tejeré
hilar. Tal es la bella pintura del nacimiento de la monarquía
peruana, según el inca Oarcilaso de la Vega, que es quien la
ha dado a conocer a los europeos.
«Pero esta tradición es una de muchas que corren entre los
indios peruanos, i no la mas jeneralmente recibida. Otra le-
yenda habla de ciertos hombres blancos i barbados, que, salien-
do de las orillas del Titicaca, dominaron i civilizaron a los
naturales, lo que nos trae a la memoria otra leyenda semejante
de los aztecas; la del buen Dios Quetzalcoalt, que vino do
oriente a la gran meseta mejicana, donde se presentó con
igual aspecto i con la misma benévola misión: analojía tanto
mas digna de notarse, cuanto que no se ha descubierto el me-
nor indicio de que comunicasen entre sí las dos naciones., o to
conociesen siquiera de oídas.
«Pero por poética i popular que parezca la leyenda de Man-
Cuzco, según Garcilaso, significa ombligo en el dialecto de los
incas. »
1si OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
co Cápac, basta una lijera reflexión para conocer su improba-
bilidad, aun prescindiendo de lo que tiene de sobrenatural.
A las orillas del Titicaca, se conservan hasta el dia de hoi ex-
tensas ruinas que los peruanos mismos reconocen como de
fecha anterior al advenimiento de los incas, i aun creen que
ellas les dieron los primeros modelos de arquitectura.*
«Podemos razonablemente concluir que hubo en el país una
raza de adelantada civilización antes del tiempo de los incas;
i que esta raza procedía de las cercanías del lago de Titicaca:
conclusión confirmada poderosamente por las admirables re-
liquias arquitecturales que subsisten todavía a sus orillas
después del trascurso de tantos años. Qué raza era esta, i de
dónde vino, es asunto que puede provocar las indagaciones del
anticuario especulativo; pero esta es una rejion de tinieblas,
situada mas allá de los confines de la historia.
«La misma niebla que cubre el orijen de los incas, oscure-
ce sus anales subsiguientes. Tan imperfectas eran las memo-
rias históricas de los peruanos, tan confusas i contradictorias
sus tradiciones, que no se encuentra terreno firme en que sen-
tar el pié hasta cerca de un siglo antes de la conquista espa-
ñola.** Al principio el progreso de los peruanos parece haber
* «Otras cosas hai mas que decir de esto Tiaguanaoo, que paso por
no detenerme, concluyendo que yo para mi tengo esta antigualla por
J.i mai antigua de todo el Perú, i así se Ueno quo antes que los Ingas
reinasen, con muchos tiempos estaban hechos algunos odilicios dcstos;
porque yo be oído afirmara Indios que los Ingas lucieron los grandes
edilicios del CUZCO pOP la forma <pie viorOD tener la muralla o pared
te pueblo.» (Crónica de üieza de León.)
** iQaroilaw i Sarmiento) por ejemplo, que son las dos autoridados
uas de mas crédito, tienen apenas un punto de contacto en la
relación que nos dan do los príncipes peruanos anteriores. BegUn el
prtmi loamente de mano en mano por toda una
I el último relien- tanto número de eonspi-
| -lias, 001 las socio1
. \\,\- fortun '. e t.-i Inoortidumbro no
so extiemh' i i 0 In ititu i" existían a la
. I
, ool
HISTORIA DL LA CONQUISTA DEL PERÚ Í85
sido lento i casi imperceptible. Por su cuerda i moderada po-
lítica, se enseñorearon gradualmente de las tribus vecinas. Ex-
tendiendo luego sus pretcnsiones bajo los mismos plausibles
pretextos que sus predecesores, proclamaron paz i civilización
a fuego i sangre. Los pueblos salvajes, que carecían de todo
principio de unión, cayeron unos tras otros ante la espada vic-
toriosa de los incas; i no fué hasta mediados del siglo XV,
cuando el famoso Tupac Inca Yupanqui, abuelo del monarca
que ocupaba el trono a la llegada do los españoles, atravesó
con su ejército el terrible despoblado de Atacama; i penetrando
hasta la re j ion austral de Chile, fijó el límite de sus dominios
en el Maule. Su hijo Huaina Cápac, de no menor ambición i
talento que el padre, marchó por la cordillera la vuelta del
norte, i llevando sus conquistas al otro lado de la equinoccial,
añadió el poderoso reino de Quito al imperio peruano.
el Perú a mediados del siglo XVI, vio sus monumentos, consultó las
memorias mas auténticas; i de la boca misma do los indios mas ins-
truidos i de los incas, aprendió la historia de esta dinastía, i de las
instituciones peruanas. El manuscrito misino es el que contiene, se-
gún Prescott, todo lo que se sabe del autor; i por su estilo claro i
desnudo do pretensiones, i la imparcialidad de sus juicios en que ha-
ce amplia justicia al mérito i capacidad do los vencidos i a la cruel-
dad de los conquistadores, se ve que fué un hombre nada común para
aquellos tiempos. Su obra es ciertamente una de las fuentes mas res-
petables de [la historia peruana. Seria mui de desear que se diese a la
prensa en su nativa lengua española. Yace todavía con otros manus-
critos inéditos, en los aposentos secretos del Escorial.
Entre estas noticias de Mr. Prescott, hai, por desgracia, una dudosa
u oscura, que es la del nombro i persona del autor. El título del có-
dice es: Relación de la sucesión i gobierno de los incas, señores na-
turales que fueron de las provincias del Perú, i otras cosas tocantes
a aquel reino, para el ilustrisimo señor don Juan Sarmiento, presi-
dente del consejo real de Indias. Según eso, no se compuso la obra
por sino para el presidente Sarmiento; i como Mr. Prescott sabe dema-
siado bien el castellano para confundir estas dos palabras, quedamos
en la duda de si en el orijina) dooia ¡tara, i se dio a esta palabra un
sentido erróneo, o porque la pronunciase mal el secretario, o porque
no la leyese bien el autor (lo que en el estado habitual de su vista no
hubiera sido extraño); o si decía efectivamente por, como leyó sin
duda Prescott; i el para es errata de copia o de imprenta.
IPfi . OPÚSCULOS LrTEftAlUDS 1 CRÍTICOS
Entre tanto, la ciudad del Cuzco había crecido en población
i riqueza hasta hacerse la digna metrópoli de una grande i
floreciente monarquía. Descollaba en un hermoso valle, que
en los Alpes habría estado sepultado bajo nieves eternas, pero
(pie dentro de los trópicos gozaba de una temperatura salubre
i fecunda. Defendíala por el norte una empinada montaña,
espolón de la gran cordillera, i la atravesaba un rio, o mas
bien, arroyo, cuyos puentes de madera, cubiertos de pesadas
losas, daban fáciles medios de comunicación a las dos opuestas
orillas. Las calles eran largas i angostas, las casas bajas, las
de los pobres construidas de barro i cañas. Pero el Cuzco,
residencia real, contenia las espaciosas habitaciones de la prin-
cipal nobleza; i los abultados fragmentos que se conservan en
los edificios modernos, atestiguan la magnitud i solidez de los
antiguos.
«Contribuía a la salubridad de la corte lo espacioso de los
caminos abiertos i plazas, donde se juntaba un numeroso jen-
tío de la capital i las provincias en las festividades relijiosas.
Porque el Cuzco era la ciudad santa; i el gran templo del
sol, al cual acudían peregrinos desde los últimos confines del
imperio, ha sido la mas magnífica estructura del nuevo mun-
do, i en lo costoso de las decoraciones no le ha excedido tal-
v< •/. ninguna del antiguo.
"Hacia el norte, en la fragosa sierra de que hemos hablado,
•se levantaba una gran fortaleza, cuyas reliquia» asombran hoi
dia al viajero por bu enorme tamaño. Defendíala una sola
muralla de mucho espesor, i de mil doscientos pies de largo
pOT el lado que miraba a la ciudad, don le lo pendiente del
iba por sí solo para su defensa. Por el Otro lado, en
<[uc el acceso era menos difícil, la protojian otras dos murallas
semicirculares de igual lonjitud que la precedente. Estaban a
Ederable distancia una de otra i de la fortaleza; i se había
levantado el terreno intermedio ^- manera que podía servir de
peto b las tropa 1 1 1 guarnición en un asalto. La fortaloza
imponía de tres torres separadas, Una de ellas,
; nada de decoraciones suntuosas,
o. m prop i que de un puesto militar. En
11 BTORIA DE LA CONQUISTA DEL PEItÚ 18"
las otras dos, se alojaba la guarnición, sacada de la nobleza
peruana, i mandada por un oílcial de sangro real; porque la
posición era demasiado importante para confiarse a personas
de inferior jerarquía. Debajo de las torres, había galerías sub-
terráneas que comunicaban con la ciudad i con los palacios
del inca.*
«La fortaleza, las murallas i las galerías eran todas de pie-
dra, cuyas enormes piezas no estaban asentadas en líneas re-
gulares, sino dispuestas de modo que las pequeñas llenaban
los intersticios de las grandes, conservando su natural aspe-
reza, menos en los filos, finamente labrados. Sin embargo de
que no se empleaba mezcla alguna, era tan exacto el ajuste,
i tan estrechamente se juntaban, que ni aun una boja de cu-
chillo podia meterse entre ellas. Muchas eran de dimensiones
enormes; algunas hasta de treinta i ocho pies de largo, diez i
ocho de ancho i seis de grueso.
«Asombra considerar que tan grandes masas se hubiesen
extraído de la tierra i labrado sin el uso del hierro; que hu-
biesen sido trasportadas de las canteras a distancias de cua-
tro hasta quince leguas, atravesando riofl i quebradas, sin
bestias de carga; i en fin, que hubiesen sido levantadas a lu-
gares elevados de la sierra, sin el conocimiento de las máqui-
nas e instrumentos que son familiares a los europeos. Se dice
haberse empleado veinte mil hombres en el espacio de cin-
cuenta años en esta gran fábrica. Vemos en ella la ajencia de
un despotismo que disponía con absoluto poder de las vidas i
fortunas de sus vasallos, i que, por suave que fuese en jeneral,
no hacía mas cuenta de los hombres que de los brutos cuya
falta suplían. La fortaleza del Cuzco no era mas que una par-
te del sistema de fortificaciones establecido en todos los domi-
nios del inca.»
Nuestro autor pasa a tratar de la familia real. El heredero
* «La demolición de la fortaleza, principiada inmediatamente des-
pués do la conquista, provocó la censura de mas de un ilustrado
español, cuya voz. sin embargo, fué impotente contra el espíritu de
codicia i violencia.»
1SS OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
del reino era el prümojénito de la coya o lejítima esposa i
reina, llamada así para distinguirla de la hueste de concubi-
nas en quienes estaba repartido el afecto del soberano. A
falta de hijo varón, sucedía el hermano. Según Garcilaso, el
príncipe real o heredero aparente se casaba siempre con una
hermana, en lo que conviene Sarmiento; pero, según Onde-
gardo,* esta costumbre no se introdujo hasta fines del siglo
XV. El príncipe era confiado, desde su mas tierna edad, a los
amautas o doctores, que le enseñaban lo que ellos sabían, i
en especial el complicado ceremonial relijioso, en que había
de hacer una figura importante. Cuidábase también de su
educación militar, en que le acompañaban los incas nobles de
SU edad; porque el sagrado nombre de ¿nca se daba a todos
los descendientes del fundador de la monarquía por línea rec-
ta de varón. A la edad de diez i seis años, so examinaba a los
pupilos para su admisión en una especie de orden de caballe-
ría, i los examinadores eran los mas ancianos c ilustres incas,
ante quienes se hacían pruebas de ejercicios atléticos, como la
lucha i el pujilismo, largas carreras (pie manifestasen ajilidad
i destroza, ayunos de varios dias, i combates mímicos, en los
cuales, aunque se lidiaba con armas embotadas, se recibían
frecuentemente heridas, i a veces la muerte. Esta prueba du-
raba treinta dias; i entre tanto, el real doncel era tratado como
sus camaradas; dormía sobre el duro sudo, andaba desoalzo i
i ropas humildes. Los donceles que se habían distinguido
en olla, eran presentados al soberano; i éste, después de un
breve discurso de felicitación, les recordaba la rosponsabili-
I el aneja a su nacimiento i rango; i dan loles afectuosamente
el sobrenombre (Ig hijos tl<-l sol, los exhortaba a imitara su
projenitor en su gloriosa carrera do benoíioenoia. Trasesto,
venian las madrea i hermanas, i Lea calzaban usutas de esparto
crudo; veiía luego el rei con bu <■<':•!<•; i arrodillándose ellos
Uoanoiado Pablo do Onde ardo i en lu historia dol Porú.
imondablo i,
. . los med que tuvo
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PERÚ 189
uno a uno dolante del inca, ésto, por su propia mano, les tala-
draba las orejas con un punzón de oro, que quedaba en ellas
hasta que el agujero se ensanchaba lo bastante para que cu-
piese la insignia de la orden; es a saber, una rodaja de oro o
plata, según la calidad do las personas. Esta insignia no col-
gaba, sino que so metía toda en la ternilla de la oreja, que,
estirada con el peso, llegaba casi a tocar el hombro, de donde
provino que los castellanos llamasen a estos caballeros los
orejones. Cnanto mas grande el agujero (dice uno de los vie-
jos conquistadores, manuscrito), mas caballería. Lo que a los
ojos de los europeos era una deformidad monsíruosa, bajo la
májica influencia de la moda, lo miraban los naturales como
una belleza.
Taladradas las orejas, se les calzaban las sandalias de la
orden, i so les permitía tomar el ceñidor, que era propio de la
edad viril. Poníanscles en la cabeza guirnaldas de flores olo-
rosas de varios colores, enlazadas am las hojas de una planta
llamada, según Garcilaso, vlñai liunina, que quiere decir
siempre jóuen, porque conserva su verdor aun después de
seca. Al príncipe lo ponían ademas una borla o franja sobre
la frente, do sien a sien, i en la mano una hacha do armas,
diciéndole nucucunnpnc, esto es, para los traidores, después
de lo cual era reconocido i adorado como primojénito del inca,
i se dirijian todos a la gran plaza, donde se acababa de solem-
nizar con cantos, danzas i otros regocijos esta importante
ceremonia.
El gobierno era absolutamente despótico, aunque humano i
suave en la práctica. El inca estaba a la cabeza del sacerdo-
cio, promulgaba las leyes, establecía los impuestos, nombraba
recaudadores i jueces, i los ponia i quitaba a su arbitrio. De
él emanaban toda dignidad, poder i emolumento. Vestíase de
la mas fina lana de vicuña, de riquísimo tinte, i profusamen-
te adornada de oro i piedras preciosas. Llevaba en la cabeza
un turbante con pliegues de varios colores (el llantu), i una
franja como la del príncipe real, pero de color escarlata, i con
dos plumas de una ave rara i curiosa llamada coraquenque.
Las plumas eran blancas i negras a trechos, del tamaño de las
i'Jí) OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
do un halcón bahori, i debían ser una de una ala i otra de otra.
Añade Garcilaso que la eoraquenque no se halla sino en el des-
poblado de Villcanuta, a treinta i dos leguas del Cuzco, en una
pequeña laguna al pió de la inaccesible sierra novada; «los que
las han visto afirman que no se ven mas de dos, macho i
hembra; quó sean siempre unas, ni de dónde vengan o dónde
crien, no se sabe — Parece que semeja en esto a. lo del Ave
fénix, aunque no sé quién la haya visto, como han visto esto-
tras.» Era delito de muerte cojer o matar una de estas aves,
porque estaban reservadas para la diadema del inca, i cada
nuevo monarca se proveía de un nuevo par de plumas.
Los incas de tiempo en tiempo recorrían su imperio con
gran pompa i magnificencia, en una silla o litera que relum-
braba de oro i esmeraldas, en me. lio de una numerosa escolta.
A dos ciudades particulares, estaba reservada la gloria de su-
ministrar cargadores para las reales andas, gloria peligrosa,
pues el menor tropezón se castigaba inmediatamente con la
muerte: et inter bfijulos quicumque rd lev iter pede offen-
so hresitaret^ e vestigio ¡nlorjiccrcul , dice una historia lati-
na impresa en Ambéres en 1567. ( animaban con bastante ex-
pedición, i hacían alto en los tamb >s o posadas erijidas por el
gobierno, i de cuando en cuando en los palacios reales, que
en las grandes ciudades daban cómodo alojamiento a toda la
comitiva del monarca. Los caminos, por uno i otro lado, esta-
ban ll'-nos de espectadores, que los barrian, esparcían oloro-
sas flores, se disputaban el honor de trasportar el bagaje de
un pueblo 'i otro; i cuando se suspondia la marcha i el sobe-
rano se dignaba al/.ar Lis cortinas para oír las quejas i dirimir
los btijios, I.- aclamaban i bendecían, levantando (dice Sar-
miento tan grande alarido, que hacian caer las aves de lo alto
donde iban volando, i oran tomadas a mano.
01 magníficos los palacios reales; i los había en todas las
provii aquel extendido imperio. Aunque bajos, tenían
.-.oí número de aposenten, algunos de «'líos ospaoio
que no comunicaban entre m, sino o >n una plaza <> patio
interior. I . i eran de I aateriales i construc-
qnc 1 1 i arribe dot crita; los tochos de madera o
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PERÚ
cuñas, que el tiempo ha destruido. El interior resplandecía
con ornamentos de oro i plata; la ropa de cama era toda, dice
Garcilaso, «de mantas i frezadas de lana de vicuña, tan fina i
tan regalada, que, entre otras cosas preciadas de aquellas tie-
rras, se las han traído para la cama al rei clon Felipe II.» De
oro o plata era también tod > el ajuar doméstico, sin exceptuar
los utensilios destinados a los mas humildes menesteres.
Pero la residencia favorita de los incas era en Yucai, a cua-
tro leguas de la capital. En este valle delicioso, protejido por
la sierra contra las destempladas brisas del este, i contra los
calores por multitud do fuentes i canales de frescas aguas,
edificaron el mas hermoso de sus palacios, adonde, fatigadas
del polvo i tráfago de la ciudad, iban a solazarse en compa-
ñía de sus concubinas favoritas, paseándose por verjeles i jar-
dines, que esparcían la mas suave fragancia, i embriagaban
los sentidos en una languidez voluptuosa. Allí gozaban tam-
bién del baña en aguas cristalinas conducidas par cañerías de
plata a estanques de oro. Entre los espaciosos huertos, pobla-
dos de toda la variedad de plantas i llores que se producen a
poca costa en las rej iones templadas de los trópicos, había
una especio mas extraordinaria de jardines, cubiertos de todas
las formas vejetales, imitadas en oro i plata, i entre ellas se
hace particular mención del maíz, la mas bella de las gramí-
neas americanas, cuyas mazorcas de oro, terminadas en una
delicada franja de plata, asomaban entre anchas hojas del mis-
mo metal. Esta deslumbradora descripción, de que son garan-
tes Garcilaso, Sarmiento i Cieza, no debe parecer increíble; los
montes peruanos están cuajados de oro; los naturales enten-
dían bastante bien el laborío de las minas; el metal no se acu-
ñaba i se destinaba exclusivamente al soberano. «Ningún he-
cho ha sido mejor atestiguado por los conquistadores mismos.
Los poetas italianos en sus fastuosas pinturas de los jardines
de Alcina i Morgana, se acercaron a la realidad algo mas de
lo que ellos pensaban.» #
«Cuando un inca moría, o según el lenguaje oficial, cuando
era llamado a las mansiones del sol, su padre, se celebraban
sus exequias con mucha solemnidad i pompa. Extraídas sus
192 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
entrañas, se depositaban en el templo de Tampu, a cinco le-
guas de la capital. Una porción do su vajilla i joyas se enterra*
ba con él; i solían inmolarse sobre su tumba muchos do sus fa-
miliares i de sus concubinas, a veces hasta el número de mil,
según se dice. Algunos de ellos manifestaban la repugnancia
que era natural, como las víctimas de otra superstición seme-
jante en la India; pero es problablc que solo eran culpables de
esta flaqueza los sirvientes de mas humilde esfera; pues se vio
mas de una vez a las mujeres darse ellas mismas la muerte,
cuando se les impedia testificar su fidelidad con esto martirio
conyugal. A esta triste ceremonia, se seguía un luto jeneral en
todo el imperio. Durante el año, se reunía de tiempo en tiem-
po el pueblo a renovar la expresión de su dolor; hacíanse pro-
cesiones en que se tremolaba la bandera del finado monarca;
se nombraban poetas i cantores que recordaran sus hechos; i
estos cánticos se repetían en las grandes solemnidades a pre-
sencia del soberano reinante. Embalsamado el cadáver, se
trasportaba al gran templo del sol en el Cuzco; i el inca, al en- •
trar en este lúgubre santuario, podía contemplar las efijies do
sus antecesores en opuestas hileras, los varones a la derecha,
las mujeres a la izquierda del gran luminar, que reverberaba
en resplandecientes láminas do oro sobro las paredes del
templo. 1*08 cuerpos con las vestiduras reales que habían usa-
do cuando vivos, aparecían sentados en tronos do oro, con la
za inclinada i las minos cruzadas sobre el pecho, conser-
lo su natural color moreno í su cabellera negra o plateada
por los años, Bejrun la edad en que habían fallecido. Los pe-
ruano M mejor que los ejipcios a perpetuar la exis-
tia corpórea mas allá dr 1 ts límites prescritos por la natu-
■
• [, , : ponían 'le l"s Incas dospuos do ln
■do, oorrojídor <l>'l • brió oinoo, tros de
hombí do tnnjei 1 11 do Viraoooha, el g;ran Túpao Inon
Yupanqui, i su hijo llualna ' > en [560. Conser-
que el llnnlu. Estaban, <!iee,
• dloo A.00 ita, que también
1 Me una telilla de oro, tan bion
I ie no nación (alta '
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PEKÚ l'J3
«Una ilusión todavía mas extraña fomentaban con el cuida-
do incesante que consagraban a estas insensibles reliquias,
como si las animase la vida. Manteníase abierta, ocupada por
su guardia i comitiva, una de las casas de cada inca difunto,
con todo el aparato correspondiente a la majestad real; i en
Ciertas festividades, se llevaban los cadáveres en procesión a la
plaza pública.* El capitán de la guardia del respectivo Inca,
cuando le llegaba su vez, convidaba a los nobles i cortesanos;
i a nombre de su amo, los regalaba en un suntuoso banquete,
a presencia do la real fantasma, a que los convidados guarda-
ban todas las ceremonias do la etiqueta palaciega, como si
estuviese vivo. — Tenemos por muí cierto, dice Sarmiento, que
ni en Jerusalen, ni en Roma, ni en Persia, ni en ninguna
parte del mundo, por ninguna república ni rei, se juntaba en
un lugar tanta riqueza de metales de oro i plata i pedrería,
como en esta plaza de Cuzco, cuando estas Cestas semejantes
i otras se bacian. — »
Algunos otros extractos de lo que juzgáremos mas impor-
tante en la obra de que damos noticia, ofreceremos a nuestros
lectores en los números siguientes de la Revista. Felicitémo-
nos do que una materia de tanto interés para nosotros baya
caído en manos tan hábiles, ya que la España, poseedora de
nuestros documentos históricos, no aspira a la gloria de bene-
ficiar este rico venero, i se contenta con ponerlo a disposición
tío los extranjeros. Parece que una fatalidad singular la con-
denase a acumular tesoros de que solo hayan de aprovecharse
naciones extrañas. Su propia historia no excita hoi en ella
el celo con que una multitud de plumas extranjeras se han
* «Acuerdóme, dice Garcilaso, que llegué a tocar un dedo de la
mano de Huaina Cápac; parecía que era de una estatua de palo, según
estaba duro i fuerte. Los cuerpos pesaban tan poco que cualquier in-
dio los llevaba en brazos o en los hombros, de casa en casa de los
caballeros que los pedían para verlos. Llevábanlos cubiertos con sá-
banas blancas. Por las calles i plazas, se arrodillaban los indios, ha-
ciéndoles reverencias con lágrimas i ¡émidos, i muchos españoles les
quitaban la gorra, de lo cual quedaban los indios tan agradecidas
que np sabían cómo decirlo.»
OPÚSC. Vi
OPÚSCULOS LITEUAIUOS 1 CRÍTICOS
dedicado i so dedican actual monto a explicarla, a escudriñar
sus secretos, a desenvolver su espíritu, disfrutando colecciones
de materiales inéditos, o valiéndose do los trabajos preparato-
rios de Florez, Risco, Masdeu, Capmany, Noguera, Conde,
Clemencin, i otros distinguidos españoles, que no parecen
haber dejado sucesores. Pudiera formarse un largo catalogo
de los escritores que, desde el escoces Robertson hasta el
norte-americano Prcscott, han recorrido los anales de la Espa-
ña, principiando por los tiempos mas remotos, o han ilustrado
algunas do sus épocas memorables; pero este es un asunto
que no debemos tocar do paso. Lo reservamos para otro nú-
mero.
II
La nobleza del Perú se componía de dos clases. La mas
distinguida era la de los incoa, que so gloriaban de tenor el
mismo oríjen que el soberano, por línea recta do varón, i no
dejaban di- ser bastante numerosos, porque, en virtud do la
poligamia de que gozaban ¡limita lamente, sucedía que un
padre dejaba a veces mas de trescientos hijos. Usaban un
trajo peculiar; hablaban un dialecto diferente, que se olvidó
poco después de la conquista; i fenian asignada para su ma-
nutención la mejor parte de los dominios públicos. Vivían por
lo regular en la corte, a! la lo de! soberano; formaban su con-
sejo; i se alimentaban de sil mesa. S lo ellos eran elejibles a
1«»m principal tocios, Mandaban los ejércitos i las guar-
niciones distantes. Ocupaban todos Los empleos de confianza i
Molimientos.
La I 'lll la el i adíenles (le
los príncipes 0 Caciques délas naciones conquistadas. Solía
dárSl .bienio de ellas, aunque C0U la obligación de \i-
de OUSndO en cuando la corte, donde se educaban sus
La autoridad litia de padres a hijos, aunque a
el pueblo i ■'. itaban subordinados a
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PERÚ 195
los grandes gobernadores provinciales, que se sacaban siem-
pre tic los incas.
Estos, pues, formaban la alta nobleza. En los cráneos de la
raza inca, ha observado ol doctor Morton señales de una inteli-
gencia superior a la de los otros peruanos. El ángulo facial en
aquella, aunque no grande, lo era mucho mas que el de los
oíros, que se ha encentra lo siempre mui chato i destituido do
carácter intelectual. (Crania Americana, Filadellia, 1829.)
Si bajamos a las clases inferiores, encontraremos institucio-
nes tan artificiales como las de Esparta; i aunque de opuesto
jenio, no menos repugnantes a la naturaleza humana. El pue-
blo en jcneral se llamaba Tavantinsinjn, que quiere decir las
cuatro partes del mundo, porque el reino estaba dividido en
cuatro partes, a cada una de las cuales bq dirijia uno de los
cuatro grandes caminos, cuyo centro común era el Cuzco. La
ciudad estaba también dividida en cuatro barrios; i las varias
razas residían cada una en el mas cercano a su respectiva pro-
vincia, conservando su primitivo traje, i sus costumbres pecu-
liares; la capital era una miniatura del imperio.
Dividíase la nación toda en decurias o pequeñas corporacio-
nes de diez hombres, a que presidia un decurión, encargado
de vijilar sobre la conservación de sus derecb >s e inmunida-
des, i de aprehender los delincuentes para someterlos a la jus-
ticia, so pena de incurrir por su neglijencia en la pena que
contra éstos pronunciaba la leí. Otras corporaciones había de
cincuenta, de ciento, de quinientos i de mil, cuyos* jefes supe-
riores velaban sobre la conducta de los inferiores, i ejercían
autoridad en materia de policía. La mas alta división era en
departamentos de diez mil habitantes, gobernados por un in-
ca, que ejercía jurisdicción sobre los curacas i ciernas emplea-
dos territoriales. En todas las ciudades i poblaciones, había
tribunales o mijistraturas que formaban una escala jerárquica
terminada en la corona. Debían dirimir todo litijio en el
espacio de cinco días, i no era dado apelar de uno a otro;
pero se enviaban de tiempo en tiempo visitadores judiciales
cpie investigasen el carácter i conducta de los magistrados,
cuyos descuidos o injusticias se castigaban con penas ejem-
49G OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
piares; i los juzgados inferiores debían dar cuenta de sus
operacionos a las altas cortes, cada mes, como éstas a los
virreyes.
Lis leyes eran pocas, pero sumamente rigurosas, i casi todas
criminales. El hurto, el homicidio, el adulterio, i toda comu-
nicación de los sexos no autorizada por el matrimonio, la
blasfemia contra el sol o contra el inca, i el incendio de un
puente, eran vindicados con la muerte. Castigábanse también
con severidad la remoción de los linderos, el incendio de una
casa, el uso indebido de las aguas de riego. Una ciudad o pro-
vincia rebelde era arrasada i sus habitantes exterminados. Eri
la inflicción de la pena de muerte, se evitaba todo tormento.
Relativamente a las rentas, estaba el territorio dividido en
tres partes, una para el sol, otra para el inca i la restante
para el pueblo. Esta se dividía por cabezas. Todo peruano, en
llegando a cierta edad, debia casarse; i entonces se le asignaba
una casa i una pequeña porción de tierra, que se aumentaba
a medida que la familia crecía, a cuyo efecto se renovaba
anualmente la división del territorio. Los poseedores no po-
dían enajenar sus porciones.
Todo el territorio era cultivado por el pueblo, que debia
principiar sus trabajos por las tierras del sol, i cultivar en
seguida las de los ancianos, enfermos, viudas i huérfanos; las
de los empleados en actual servicio; luego las suyas propias,
con la obligación de ayudar a sus vecinos cuando estaban de-
masiado cargados de familia; i en fin, las del inca. Esto último
se ejecutaba en gran ceremonia i por la población en masa.
Al amanecer, se les llamaba desde una torre o eminencia ve-
cina; i todos los individuos del distrito, hombres, mujeres i
niños, vestidos de sus mejores ropas i ornamentos, compare-
clan i desempeñaban sus respectivas labores, entonando can*
ciónos populares en coro, en las que celebraban los grandes
hechos de los Incas. Estas tonadas nacionales parecieron bas-
tante agradables a los espadólos, que pusieron muchas de ellas
en música; i no es Improbable que algunas se conserven to-
, en el i vi Vi o so hayan trasmitido a otras partes de Amé*
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PERÚ 197
Los¡ rebaños de llamas estaban exclusivamente apropiados
al sol i al inca. Era inmenso su número. Hallábanse espar-
cidos por todas las provincias, i principalmente por las de oír-
nos elevada temperatura, al cuidado de pastores expertos, que-
los hacían trashumar de unos pastos a otros, según las dife-
rentes estaciones del año. Enviábase gran número de reses a
la capital para el consumo de la corte i: para las festividades i
sacrificios relijiosos; pero solo los machos, porque era prohi-
bido matar las hembras. Los roglamentos para su conservación
i multiplicación entraban en los mas pequeños pormenores, i
con una sagacidad que excito la admiración de los españoles
mismos, familiarizados con el manejo de los rebaños trashu-
mantes de merinos en su propio país.
La lana se depositaba en almacenes públicos, donde so dalwi
a cada familia lo necesario para sus menesteres domésticos»
las mujeres la hilaban i tejían. Acabada esta tarea (que en las
rej iones ardientes era reemplazada hasta cierto* punto por las
de hilar i tejer el algodón, suministrado del mismo modo por
la corona), se trabajaba para el inca. La distribución o ins-
pección de la obra en las provincias i distritos, estaban a cargo
de un número competente de empleados, cuya superintenden-
cia se extendía al recto usa hasta de los materiales que se su-
ministraban para el consumo del pueblo. Nadie habia que no
se ocupase en estas labores, desde el niño de cinco años hasta
la anciana matrona. El pan de la ociosidad no lo comían en
el Perú sino los decrépitos o los enfermos. La holgazanería
era un crimen, i como tal se castigaba, al paso que so estimu-
laban con elojios i recompensas el trabajo i la industria.
Las- minas pertenecian al estado, para el cual se beneficia-
ban exclusivamente. Era pequeño el número de habitantes
que se empleaba en las artes mecánicas: no así en las grandes
obras públicas, de que estaba cubierto el país; ellas ocupaban
a una parte considerable de la población.
La distribución de estas varias labores se fijaba en el Cuzco
por comisionados que conocían perfectamente los recursos del
país, i el jeníode los habitantes dé cada provincia. Llevábase
un rejistrode todos los nacimientos i muertes. De tiempo en
108 OPÚSCULOS LITER ARTOS I CRÍTICOS
tiempo, so acostumbraba hacer un censo jeneral del país, cuyo
resultado presentaba un cuadro completo de la calidad del
suelo, de su fertilidad, de la naturaleza de sus productos, en
suma, de todos los recursos físicos del imperio. Repartíase
después el trabajo equitativamente por las autoridades locales.
Los varios oficios pasaban, por lo regular, de padres a hijos.
A nadie se exijia que dedicase mas que una determinada por-
ción de tiempo al servicio público. Era imposible, según el
juicio de uno de los mas ilustrados españoles de los tiempos
inmediatos a la conquista (Ondegardo), mejorar el sistema de
distribución i recaudación. Ni se desatendía en medio de todo
esto el bienestar de las clases laboriosas; los trabajos mas pe-
sados e insalubres, como el de las minas, no causaban detri-
mento a la salud. ¡Qué contraste con la conducta subsiguiento
de los conquistadores!
Una porción de los productos do la agricultura i artes me-
cánicas se llevaba al Cuzco para satisfacer las inmediatas
demandas del inca i su corte; la mayor parte se depositaba
en almacenes públicos, esparcidos por las varias provincias:
edificios espaciosos de piedra que pertenecían unos al sol, los
otros al inca. El sobrante de los depósitos imperiales, que era
considerable, se trasportaba a otra clase de almacenes, para
socorrer al pueblo en estaciones de escasez, i a veces a los in-
dividuos que, por enfermedad o accidentes de fortuna, se halla*
l.üi reducidos a la miseria. Los españoles encontraron estos
almacenos provistos do todos los varios productos del suelo i
de las manufacturas: maiz, coca, quinua, tejidos do algodón i
(1 • luía do la mas lina calidad, VaSOS i Utensilios do oro, plata,
cobre; todos los artículos, de utilidad i lujo que abrazaba la
industria peruana. Los almacenes de granos, en particular,
habrían bastad i para el consumo de los respectivos distritos
pora anos. De todo ello se formaba un inventario anunl*
tte, del cual se tomaba razón por los quipvcnm&yus con
singular regularidad I precisión, i los rejistroa se trasmitían a
l.t capital para el servicio del gobierno.
hecho mas que extractar .1 la tijera la relación
que hace Mr. Presootl de esta singular administración econó*
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL l'EIil'
mica, «delineada, según él dice, por escritores que so con-
tradicen, a la verdad, en los pormenores, pero conformándose
en la sustancia del bosquejo: instituciones tan notables que
apenas puede creerse hayan podido mantenerse en observan-
cia en tan grande imperio i por una larga serie de años. Pero
tenemos el mas inequívoco testimonio de su existencia, tras-
mitido por los españoles que pasaron al Perú cuando todavía
estaban en planta, hombres, algunos de ellos, que ejercían
altos empleos judiciales, i habían sido comisionados por el go-
bierno español para darle informes sobre la organización del.
país bajo sus antiguos señores.»
Los impuestos eran gravosos. La familia real, la grandeza,
los sacerdotes i los empleados estaban exentos de ellos. «Esta
misma era la condición de la mayor parte de Europa por aquel
tiempo; pero lo que había de duro para el peruano era la im-
posibilidad de mejorar su condición. Trabajaba para otros mas
que para sí mismo. Por industrioso que fuese, no le era dado-
aumentar un palmo a su heredad, ni ascender una línea en la
escala social. No era para él la gran leí del progreso. Como
habia nacido, moria. Esto, con todo, no es mas que el lado-
ascuro del cuadro. Si a nadie era lícito enriquecer, nadie tam-
poco podía ser miserable. No habia pródigos que disipasen su
hacienda en desatentado lujo, ni especuladores atrevidos que
empobreciesen su familia con ruinosos proyectos. La lei pro-
porcionaba una industria segura, i ordenaba una prudente
economía. No se toleraban mendigos. Los destituidos encon-
traban pronto socorro, que no se les administraba por la mez-
quina caridad privada, ni gota a gota, por decirlo así, de lo»
helados estanques de un establecimiento municipal, sino con
jencrosa largueza, sin humillar al quo lo recibia, i poniéndole
al nivel de los domas do su clase. Nadie podia sor rico ni. po-
bre: todos podían tener, i do bocho tenían, lo necesario para la
vida. La ambición, la avaricia, el amor alo nuevo, el enfer-
mizo espíritu de descontento, quo son las pasiones que mas
ajitan el alma humana, no tenían cabida en el corazón del pe-
ruano. Su condición misma estaba en contradicción con toda
especie do mudanza. Movíase en el mismo círculo en que se
2 10 OPÚSCULOS LITKP.ARIOS I CRÍTICOS
habían movido sus padres, i que habían de recorrer sus hijos.
aEl que dude do las noticias que se nos lian trasmitido de
la industria peruana, visite el país, i hallará, especialmente
en las rejiones centrales, monumentos de lo pasado, reliquias
de templos, palacios, fortalezas, terraplenes de grandes cami-
nos militares i de otras obras públicas, que le asombrarán por
su número, por lo macizo de los materiales, por la grandeza
del plan. Los mas notables son acaso los grandes caminos,
cuyos rotos pedazos testifican todavía su antigua magnificen-
cia. Muchos de ellos atravesaban diferentes partes del imperio;
pero los mas considerables eran los dos que so extendían de
Quito al Cuzco, i continuaban, en la dirección del sur, hacia
Chile. Uno de ellos pasaba por la gran meseta, i el otro por
las sierras bajas contiguas al océano. El primero habia sido do
mucho mas difícil ejecución, construido por entre sierras in-
transitables sepultadas en la nievo, cortado en la roca viva,
con puentes suspensos en el aire para salvar los rios, con gra-
das esculpidas en los precipicios, con sólidos terraplenes que
cegaban quebradas de espantosa profundidad: en suma, todas
1 is dificultades do un país salvaje i fragoso, dificultades capa-
ces de asustar al mas animoso injeniero de los tiempos mo-
dernos, habían sido arrostradas i vencidas. La lonjitud del
camino era como do mil quinientas a dos mil millas; i de trecho
»a trecho, so veían por todo él pilares de piedra. Su anchura
ba apenas de veinte pies. Estaba cubierto de lajas, i en
mas partes, de una mezcla bituminosa, a que el tiempo ha
d ido una dureza superior a la de la piedra. En algunos puntos,
ü i.i le.se habían terraplenado las quebradas, los torrentes ule la
Miera, socavando Lentamente la base, se han abierto cami-
na, dejando arriba la mole superinoumbente que abraza como
un arco el valle: tal ora la consistencia de los materiales... Los
puentes de ion tenían a veces mas do doscientos pies
de ! usérvanse muchos todavía Las aguas de
rríente te atravesaban en balsas, a las cuales solían
poner.,.- vela,; único V6StíjÍ0 de na\ . '/ación en el l'erÚ.
Lac instrucción del otro camino era diversa, como lo pedia
lo bajo i arenóte del terreno. Constaba de una alta calzada,
HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PKIU 201
defendida de ambas partes por un parapeto de tierra, con árbo-
les i arbustos odoríferos a un lado i otro. Donde el suelo era
demasiado flojo, se habían hundido en la tierra enormes ma-
deros para sostener la calzada. »
En todos los principales caminos, a trechos de diez a doce
millas, habia tambos, espacio de caravanserrallos para la co-
modidad del inca i su corte, i de los que viajaban en servicio
público, porque pocos otros viajeros habia. Algunos de estos
edificios eran de considerable extensión.
Las despedazadas porciones de estos caminos que han sobre-
vivido acá i allá, han excitado la admiración de los europeos.
«Esta calzada, dice Humboldt, hablando de una de ellas,
puede compararse con lo mejor de las reliquias romanas de
la misma clase, que yo he visto en Italia, Francia i España...
El gran camino del inca es una de las obras mas útiles, i al
mismo tiempo masjig-antescas que han ejecutado los hombres.»
(Revista de Santiago, Año de 1848.)
EL CORONEL
DON JORJE BMtJCHEF
Desaparecen uno tras otro los fundadores i campeones de
la independencia chilena; pero nos quedan la memoria de sus
hechos i el ejemplo de sus virtudes: herencia gloriosa, sobre
la cual nada puede la muerte. Recordarlos es a un mismo
tiempo una lección instructiva para la posteridad, i un tributo
de gratitud que debe la patria a sus venerables cenizas.
El coronel don Jorje Beauchof, cuya pérdida lamentamos
hoi, nació el año de 1785, en el departamento del Ardechc, en
Francia. La naturaleza le habia dotado de las cualidades se"
Raladas que constituyen al soldado; de aquel fuego que pro-
duce las acciones heroicas. Principió a servir bajo el empera-
dor Napoleón en las guerras de Alemania, Prusia i España,
don le se hizo notar mu i temprano por su extraordinario va-
lor. Daspues do la caída de Napoleón en 1815, emigró con
oíros muchos valientes de aquel grande ejército, que habia
asombrado con sus hazañas al mundo, i pasó a los Estados
Unidos de Norte América, donde no tardaron en despertar
sus ideas de gloria al ruido de los esfuerzos que hacían los
americanos del Sur para conquistar su libertad. Habiendo
elojido con otros oficiales franceses el servicio de la República
Arjentina, llegó a Dueños Aires en el mes de enero de 1817,
i fué destinado en clase de teniente de caballería al ejército de
los Andes, mandado por el jcneral San Martin. El 17 de fe-
brero del mismo año, llegó a Santiago, i poco después fué co-
misionado para la formación de una academia militar, primer
204 OPÚSCULOS LITEIIAIUOS I CRÍTICOS
establecimiento de esta especie en Chile. Su celo i conoci-
mientos Humaron la atención del jeneral Braycr, que le llevó
al ejército del Sur, ocupado entonces en el sitio de Talcahua-
no, bajo las órdenes del director supremo don Bernardo
O'Higgins. A su llegada a Concepción, fué nombrado capitán,
c incorporado en el batallón número 1; i el 5 de diciembre do
1817, recibió el grado de sarjento mayor para tomar el mando
de la columna de cazadores destinada al asalto de Talcahuano.
El dia 6, se acometió esta empresa importante. El mayor Beau-
chef, c ¡n sus valientes compañeros, salvó los fosos .i trinche-
ras que defendían con una numerosa artillería las avenidas de
la plaza, i se apo leró a viva fuerza de las baterías del Morro r
posición guarnecida de catorce piezas de grueso calibre, i pro te-
jida a lemas por la escuadra española. Todo parecía ceder a su
impetuoso denuedo, cuando desgraciadamente fué herido en
el hombro izquierdo, al momento mismo en que con sus pro-
pias manos arrancaba las palizadas para penetrar en los últi-
mos atrincheramientos. La bizarra conducta de Beauchef fué
umversalmente aplaudida.
Obligado a seguir en una litera la retirada del ejercito del
Sur, se agravó considerablemente la herida con las fatigas do
la marcha i los calores de la 'estación. Hallábase casi mori-
bundo en Santiago al tiempo do la batalla de Maípo; i apenas
recobrado, volvió al Sur, que era otra vez el teatro principal
de la guerra. Él mandó en jefe la expedición contra Valdivia;
i a la cabeza de doscientos cincuenta hombres, atacó i tomó
con indecible celeridad las fortalezas, Seguidamente pacificó
a Osorno, arrojando al enemigo de todos los puntos guarne-
lo a 1 1 oíase de teniente coronel en abril de 1820a,
mandó en jefe la aooion de Toro, en que, con ciento cuarenta
bombrot, derrotó e hizo pedazos una fuerza española de tres-
cientos cincuenta, juramentados a vencer o morir, tomándole
i sus armas i bagajes, i ciento seis prisioneros, entre
«dios doce OÍloialeC. Sirvió después en la expedición contra
. i les i los indios de la cosía, a las órdenes del jeneral
don Joaquín Mi aduado de coronel en marzo do 1822,
confió* el gobierno polítioo I militar de Valdivia.
EL CORONEL DON JOIUE BEAUCHEF 205
Aquella plaza era entonces un objeto de inquietud i alarma
para toda la república. La guarnición do Valdivia, instigada
por el jefe de las fuerzas enemigas que ocupaban el archipié-
lago de Chiloó, se habia sublevado i pasado a cuchillo a todus
los oficiales, comprendido el gobernador de la plaza. Esto
acontecimiento, que repentinamente puso a discreción del
enemigo todo el sur de la república, causaba lauto mayor cui-
dado, cuanto mas desmayada se hallaba la opinión entre aque-
llos habitantes, según lo acreditan las comunicaciones dirijidas
entonces al gobierno. Para los autores de aquel horrible aten-
tado, no habia mas medio de salvación que entregarse al ene-
migo, i pelear por él a todo trance.
En estas circunstancias, se presenta Beauchef. Llega al
puerto; i dejada allí la tropa, entra solo en la plaza, sin contar
con mas defensa que la del respeto que inspiraban su autori-
dad i su valor, líodéanle los caudillos del motín, adornados
con los vestidos o insignias de los oficiales que habían pere-
cido a sus manos. Pero los soldados al verlo, al contemplar
aquel ejemplo extraordinario de intrepidez i abnegación, le sa-
ludan con repetidas aclamaciones, le llaman su padre, le ju-
ran morir a su lado. Esta demostración llenó de espanto a los
amotinadores. Finjiendo respeto a la persona del nuevo gober-
nador, tratan secretamente de darle la muerte. Mas, aconse-
jándose a un tiempo con sus deberes i su prudencia, tomó
medidas tan atinadas i eficaces, que frustró las asechanzas
de los asesinos, i se apoderó de todos ellos en el sitio, en el
momento mismo que habían prefijado para darle el golpe
mortal, con lo que fué recuperada Valdivia, i restablecido en
el Sur el imperio del orden;
Coronel efectivo desde setiembre do 1823, tomó parte en la
expedición auxiliadora enviada al Perú, i después en la que so
dirijió contra Chiloó. Allí fué donde con su batallón tomó el
castillo de Chacao; i nombrado jefe de la división de opera-
ciones sobre San Carlos, compuesta de los batallones 7 i 8, i
de la compañía de granaderos del número 1, mandó la memo-
rable acción de Mocopulli, el 1.° do abril de 1824. Por moti-
vos que no es del caso especificar, pero en que fué inculpable
200 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
Beauchef, aquella división experimentó una pérdida conside-
rable. Reducida a la mitad de su fuerza, contuvo, con un solo
batallón, casi hundido en el fango, las tropas de Quintanilla,
que constaban de mil hombros de todas armas, auxiliadas
por un numeroso paisanaje. Beauchef logró rechazarlas, to-
mándoles una pieza de artillería. Pero habiendo perdido mas
de un tercio de la división, i nueve oficiales entre heridos i
muertos, tuvo que retirarse, dejando escarmentado al enemigo,
i bien puesto el honor de las armas chilenas.
No se distinguió menos el coronel Beauchef en la segunda
lición a Cliiloé, el año do 1825, i particularmente como
comandante de la primera división, compuesta de los bata-
llones 4 i 8, en la gloriosa jornada de Bellavista, que, en 14
de enero de 1826, hizo tremolar triunfante la bandera chilena,
i dio la libertad a todo el archipiélago. Servicios igualmente
recomendables prestó a la república en la campaña de 1826
contra Los bandidos, a los que derrotó completamente, pene-
tran lo en la cordillera, i recobrando las familias i ganados
que, tenían reco julos en su campamento a las orillas del rio
Naoiquen. Para decirlo en bree, él figuró en casi todos los
glori >S03 hechos de armas de aquella época memorable, i sos-
tuvo en lo las partes con el mayor entusiasmo i denuedo la
i sagrada de la independencia de bu patria adoptiva. El
batallón número 8, a que se dio mas tarde el nombre de Pú-
dote, podía llamarse un monumento viviente de las hazañas
del coronel Beauchef, que le condujo siempre por el (sendero
del honor, i le inspiró la intrepi le/, i constancia con que tanto
•ñ-aló <'ii los combates.
De la brillante oomportaoion dedonJorjo fteauchefen va-
le que dejamos hecha mención, hicieron justos
elojios el jeneral don Bernardo O'Higgins, en su parte de 10
de diciembre de 1817; el almirante lord Coohrane, en los su*
vos <1<- i i 25 de febrero de 1820; el gobernador de Valdivia,
que, en 20 de marzo del mismo año, le recomiende como sal-
vador de le provincia, l ensalza la moderación l humanidad
-i en jefe del ejército del 8ur, en la
¡ i le 1 ,1 urchívodel ministerio
EL CORONEL DON JORJE BEAUCHEF 2ü7
de la guerra contiene oficios i representaciones del misino
Beauchef, que ofrecen pruebas incontestables de su capacidad
militar i política.
En Beauchef; el hombre no era menos diurno de estimación
que el soldado. Cuando, perdida la salud, obtuvo su retiro en
1828, se dedicó exclusivamente al cuidado i educación de sus
hijos, a quienes amaba con indecible ternura. El escaso pro-
ducto de su reforma era lo único con que contaba entonces
para sostener a su familia; i uno de los rasgos que mas le
honran es la resignación con que se dedicó al manejo de ne-
gocios tan ajenos de su profesión, como repugnantes a sus
inclinaciones naturales i a los hábitos de una larga vida. Pe-
ro ¡amaba a sus hijos! Beauchef era un dechado do virtudes
domésticas.
Si hubiésemos de señalar en aquel hombre estimable una
facción prominente i característica, la encontraríamos en su
amor, en su adoración sincera a la verdad. Nada aborrecía
mas su corazón que la falta de sinceridad i de b'iona fe. Br -
liaba en su lenguaje i en sus acciones un juicio i m parcial i
recto, que le granjeaba la deferencia de cuantos le trataban,
contribuyendo no poco a ello su virtud sencilla, induljente,
sin pretensión ni aparato. Jamas se arredró de levantar su
voz a favor de la justicia i de la inocencia. Pronunciada con
demasiada precipitación la sentencia de un consejo de guerra,
de que él era miembro, contra un jefe benemérito, acusado
de conspiración, se presentó al supremo director, i le expuso
con tal entereza el error del consejo, i lo que importaba a la
dignidad del gobierno enmendarlo, que consiguió no se lleva-
se a efecto aquel fallo.
En el retiro de la vida privada, sus dolencias no pudieron
entibiar el ardor con que amó hasta el último momento a su
patria adoptiva, por quien había derramado su sangre, i a la
que le ligaban su esposa, sus hijos, numerosos amigos, i re-
cuerdos gloriosos. Complacíase particularmente en referir
ejemplos de la intrepi lez del soldado chileno, de su serenidad
en el peligro, de su fidelidad a sus banderas i a sus jefes.
Nuestra patria, {como él la llamaba) fué casi la última frase
20S opúsculos literarios i ciúticos
que articularon sus labios moribundos. Sentía (como lo ex-
presó varias veces a sus amigos) no haber vivido algunos me-
ses mas para concluir una relación sencilla de las campañas
en que se halló, a la que daba el título modesto de Apuntes, i
de que tenia ya escritos muchos pliegos. Por lo demás, mos-
tró hasta el postrer instante la serena tranquilidad con que
habia arrostrado tantas veces la muerte; i después de recibi-
dos devotamente loa auxilios de la relijion, i de haber pronun-
ciado un tierno adiós a su esposa, i manifestado su gratitud a
las personas que lo asistían, falleció el 10 del corriente (junio
de 1840) a las doce de la mañana.
{El Araucano. Año de 18Í0.)
EL HISTORIADOR GUZMAN
En medio del dolor que justamente nos causa la pérdida de
un majistrado recto i celoso, o de un ciudadano distinguido
por su mérito i virtudes, nos consuela el recuerdo de éstas i
de las buenas acciones que ejercitó en vida, a beneficio de sus
semejantes; i la justicia, unida a la gratitud, nos impone el
deber de honrar su memoria. Tal es el que nos proponemos
llenar (aunque lijera o imperfectamente, porque carecemos de
todos los datos precisos) al tratar del reverendo padre de la or-
den seráfica, doctor frai José Javier de Guzman, que falleció
el dia 0 del corriente (agosto de 1840), a los ochenta i un
años tres meses de su edad; de este hombre singular, ele este
relijioso perfecto, de este patriota antiguo, digno de nuestro
respeto, i do la admiración i ejemplo de la posteridad.
El reverendo Guzman nació en esta capital; fueron sus
padres el doctor don Alonso Guzman, asesor durante muchos
años de la capitanía jeneral de Chile, i la señora doña Ni-
colasa Lecáros, familias de la primera clase del país, como
es notorio. Dotado de un buen talento i do una bella índo-
le, fué destinado a la carrera de las letras, en la que, habiendo
hecho progresos notables, adquirió la ciencia i las aptitudes no
comunes con que todos le conocieron; i adornado su espíritu
de una sólida virtud, que no desmintió jamas, abrazó el esta-
do relijioso en la recolección franciscana de esta capital, esta-
do en que dio ensanche al ejercicio de todas las virtudes, i en
el que se hizo amar i distinguir en todas ocasiones, de sus
prelados, de sus hermanos relijiosos, i aun del público. l*]ste
!I0 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
reportó grandes utilidades con su enseñanza i sana doctrina
en la universidad de San Felipe, en la que recibió el grado de
doctor, i en las cátedras que desempeñó por muchos años. Ya
se deja ver que este bien lo logró especialmente su orden, en la
que tuvo la satisfacción de ver de prelado provincial a su dis-
cípulo el distinguido padre frai Buenaventura Aránguiz.
El reverendo Guzman obtuvo en su relijion honrosos e in-
teresantes cargos, que desempeñó siempre a satisfacción de
toda ella i del público, habiendo sido provincial hasta cuarta
vez. No es posible enumerar los grandes servicios que en este
empleo, i en todos los demás, hizo a su orden, con un despren-
dimiento propio de su instituto. Baste decir que la orden fran-
ciscana en Chile debe al reverendo Guzman su conservación,
su lustre i cuanto tiene de apreciable i benéfico para el bien
espiritual de la sociedad.
No menos deudora le es ésta de servicios importantísimos,
dignos de recordarse mientras exista. El reverendo Guzman,
decidido abiertamente por la causa política de su país, desde
que se dio en él el primer grito de independencia, obtuvo del
gobierno (que estaba bien penetrado de sus talentos i capaci-
dad) comisiones mui honrosas e interesantes al establecimien-
to de las instituciones patrias, las que el reverendo Guzman
desempeñó mui a satisfacción de las autoridades, a quienes (en
aquellos momentos en que era tan desconocida la ciencia po-
lítica) presentó proyectos i reglamentos, que fueron apreciados,
i aprovechados en beneficio público.
Al reverendo Guzman, se deben los primeros pasos para
rmacion del hermoso paseo con quo hoi cuenta la capital,
habiendo hecho terraplenar i emparejar a su costa el piso de
n'iada, plantar los primeros árboles que hubo en ella, i
■ ruir también a su costa puentes en la misma ("añada, que
ya lian borrado el tiempo, i los nuevos trabajos que se han em-
prendido en ella. A él se debí- la formación de la villa del
Monte, en cuy» rio hizo trabajar un baño para el público,
i mi propio oonvento que allí exis-
te. A él, la introducción de la planta del álamo, que, desde
■ 1 mío de i,n|ii h;i iieein, i.! i ffl mi, itro país,
EL UI8T0RIADCR GUZMAN 211
hermoseando sus poblaciones, sus chácaras i haciendas, pro-
porcionando tan benéficas sombras a todos, i utilidades a
los que la cultivan. A él se debe la venta a censo de los si-
tios que se formaron de algunos claustros, i de la huerta del
convento grande franciscano, sitios en que se han trabajado
hermosas casas en el frente de la Cañada, en la calle denomi-
nada Angosta (a que este trabajo ha dado el ser), i en la quo
media entre la Angosta i la de San Francisco, haciendo así un
gran beneficio a varias familias que se han establecido en di-
chos sitios, i a la población. Igual providencia adoptó en una
parte de la huerta de la recoleta franciscana, i en la de algu-
nos conventos de la orden en los pueblos de fuera. Al reve-
rendo Guzman, en fin, se debe el ensayo de la historia de
nuestra revolución política, obra que escribió con el título del
Chileno Instruido en la historia do su país, obra tanto
mas apreciable e interesante, cuanto que ella es la única en
su especie que so ha trabajado hasta el dia, i cuanto que su
autor la compuso en los últimos años de su vida, en este pe-
ríodo en que tanto escasean las facultades físicas i morales.
Así, pues, son disculpables los defectos que se notan a su
obra; pero él tuvo la gloria de dejar trazado el camino a los
literatos patriotas que quieran perfeccionarla.
Este ínclito chileno deliraba (permítasenos decirlo) con el
bien del país. El se hallaba a los bordes del sepulcro, i estaba,
no solo pensando en ese bien, sino obrándolo; pues el año pa-
sado concibió el proyecto de la formación de una nueva villa
en el curato del Rosario, provincia de Colchagua; hizo levantar
planos, redactó un proyecto, i lo pasó todo al gobierno, ha-
biendo alcanzado a dar principio a la construcción de una
iglesia, obra útilísima a aquellos habitantes por la distancia a
que se hallan de los recursos espirituales. I a principios del
año prosente, concibió también, e hizo ejecutar a su costa, el
proyecto do edificar pirámides en cada una de las leguas que
cuenta el camino de esta capital al rio de Maipo, a imitación
de las que existen en las grandes ciudades.
Para cerrar este artículo, diremos que el loable patriotismo
del reverendo Guzman fué castigado por el gobierno real con
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
persecuciones i destierros, i premiado por el patrio con oficios
satisfactorios i honoríficos, i con el distintivo do oficial de la
lejion de mérito que hubo en Chile; i según estamos bien
informados, lo habría sido con una mitra, si sus achaques, i
sobre todo sus años, no lo hubieran impedido. Fué nombrado
socio protector de la sociedad chilena de agricultura.
Últimamente, el excelentísimo señor presidente de la repú-
blica so ha dignado hacer manifestación del sentimiento que
lo ha causado el fallecimiento del reverendo Guzman, en una
nota de pésame dirijida por el ministerio del interior al reve-
rendo padre provincial, en la que al mismo tiempo se recono-
cen los grandes servicios de aquel a la relijion i al estado, i
se tributa a su memoria el homenaje mas honroso i satisfac-
torio.
[El Araucano, Año de 18 íO.)
DON MARIANO DE EGANA
El público está instruido del lamentable acontecimiento
({iie tenemos el dolor do consignar en nuestras columnas. El
señor don Mariano de Egaña, fiscal de la excelentísima suprema
corte de justicia, consejero de estado, decano de la facultad
de leyes i ciencias políticas de esta universidad, falleció el
miércoles 24 del corriente (junio de 1846) a las once de la no-
che, asaltado de un accidente súbito que lo privó de la vida en
mui pocos momentos, a corta distancia de su casa, hacia don-
de apresuraba sus pasos en medio de las agonías de la muerte.
No puede describirse fácilmente la impresión que produjo
tan imprevisto i triste suceso en todo el vecindario de Santia-
go. Sentíase profundamente el fin desgraciado de un hombre
lleno de méritos i de cualidades brillantes, arrebatado a la pa-
tria en todo el vigor de sus facultades mentales; i se deplo-
raba la pérdida irreparable que hacían en él la república, el
gobierno i sus numerosos amigos.
I en efecto, recorriendo los distinguidos puestos que ha
ocupado, ¿hai alguno en que no haya hecho señalados servi-
cios, en que no haya dado muestras de inflexible rectitud, de
verdadero patriotismo, de fervoroso celo por el bien público;
en quo no haya dejado monumentos de su sabiduría, de sus
elevadas ideas? ¿A quién, como lejislador, puede estar mas
reconocida nuestra patria? La lei fundamental del estado ha
sido en casi todas sus partes obra suya. I si a la sombra do
esa lei, bajo las instituciones creadas o mejoradas por ella.
214 ' OPÚSCULOS LITERAFUOS I CIÚTICOS
hemos visto fortalecerse el orden, i pudimos esperar que no
añadiese Chile otro nombre mas a la lista de los pueblos que
han hecho vanos esfuerzos para consolidar ese orden precioso,
sin el cual la libertad es licencia, el gobierno anarquía, i el
estado presa de facciones que lo desgarran i se disputan sus
ensangrentados fragmentos; si a la sombra de esas institucio-
nes i de esa lei fundamental, hemos recobrado el aprecio dé-
las naciones civilizadas, hemos sido citados como un modelo a
secciones menos felices de nuestra América, ¿olvidaremos lo
que debe aquella obra inmortal a las vijilias del ilustre finado,
a sus profundas meditaciones sobre nuestros antecedentes,
nuestras costumbres, nuestras necesidades, nuestros medios?
¿Desconoceremos el tino admirable con que todo en ella ha
sido regíalo, calculado, previsto, en cuanto era dado a la pru-
dencia humana? La época de su ministerio de justicia fué se-
ñalada por leyes orgánicas de las mas importantes que se han
promulgado en eso departamento. Sus conocimientos, la in-
dependencia do sus opiniones, le habían granjeado en el cuer-
po lejislativo un crédito, un respeto, en que no ha tenido ri-
val. Él ha sido el alma de las discusiones del senado por una
larga serie de años, reuniendo al ascendiente de su poderosa
razón el prestijio de una improvisación fácil, oorrecta, lumi-
. animada, i muchas veces elocuente. Como lejislador
todavía, ¡cuan interesante su cooperación a los trabajos de la
ision del congreso, encargada de la formación de. un pro-
ligo civil! Nula se escapaba a la mirada pene-
trante con que en el examen de un problema de lejislacíon
calaba los defectos de La regla, señalaba sus vacíos, preveía
sus inconvenientes, i sometía lo abstracto al criterio de lo
i práoti< nenuzando sus influencias en el hombre
'. siempre una grande aten-
ción OH el i d • estado. \'i era solo la materia legal de-
I [a en IOS CÓdigOS í •' »S, la ciencia accesible a
lo que hacía sus conlri-
iriquecida bu memoria con la multi-
tud de dispu i dispersas, que existen sobre todos los
, pultadas muchas de ellas i olvi-
DON MARIANO DE IííiANA. 2í.'>
dadas en el polvo do lo.s archivos, presentaba reunidos los
antecedentes de cada negocio, i la historia abreviada de las
leyes relativas al caso. Esta copia de conocimientos, de que
sabía hacer uso oportuno sin ostentación, daba un gran mé-
rito a sus vistas íiscalcs, i algunas de ellas pudieran citarse
como obras maestras de erudición legal i de fina lójica, en
las que rayos inesperados dé luz aclaran cuestiones delicadas
de administración i de judicatura. I no le son menos deudo-
ras, cada una en su línea, la universidad, en cuyo consejo era
constante su asistencia, la facultad de leyes, que le reelijió
para el presente bienio, i la academia de práctica forense, de
que era director, i a que dedicaba una atención particular i
provechosa.
Muí joven todavía cuando rayó para el pueblo chileno el
primer albor de independencia, se consagró desde entonces a
la defensa de sus derechos. Sus servicios han sido de todos
los dias; la esfera de su influencia, todos los departamentos
del estado; el objeto invariable de sus conatos, el bien; la nor-
ma de sus actos, la leí i la voz de una conciencia sin mancha.
Si de la vida pública, pasamos a las relaciones sociales i
a la vida doméstica, ¡cuántos títulos a nuestra estimación, a
nuestra imitación, a nuestro respeto! El sentimiento relijioso
era en él un principio enérjioo de acción; el ejercicio de la ca-
ridad i beneficencia, continuo: beneficencia liberal, al mismo
tiempo ({lie activa i secreta. No es pequeño el número de per-
sonas honradas i menesterosas que lloran su muerte. Corazón
jeneroso, al que fueron siempre extranjeros el rencor, la ven-
ganza, esos frutos amargos que produce con tanta frecuencia
la exaltación do los partidos civiles. Alma sensible, para quien
la piedad filial era una especie de idolatría: el retiro de Peña-
lolen, hermoseado con tanto esmero, teatro de sus inocentes i
filosóficos placeres campestres, era como un templo crijido a
la memoria de su padre. Entendimiento ansioso de saber, a
que servia de pábulo diario la sabiduría de los tiempos, en
una de las mas ricas i mejor escojidas colecciones de libros
que tiene acaso la América, muchas de ellas costosas, i las
únicas de su especie entre nosotros. Carácter independiente,
¿I»i OPÚSCULOS LITEItARIOS I CIÚTICOS
que ni en las funciones públicas, ni en los actos de la vida
privada, lisonjeó al poder, o se desvió un solo paso del sende-
ro que le señalaban sus principios para captarse aquella po-
pularidad efímera, que es el ídolo i el escollo de las ambicio-
nes vulgares.
¿Para qué detenernos a probar lo que apenas habrá chileno
que no repita en estos dias de aflicción i de luto: que Chile ha
perdido en el señor Egaña uno de sus mejores hijos? Pero el
deber de expresar de algún modo este sentimiento público por
el órgano de la prensa, de pronunciar esta solemne despedida
al ilustre finado, parecía tocar especialmente al que traza es-
tas líneas, que gozó de su amistad i confianza largo tiempo;
que sirvió a sus órdenes en el ministerio diplomático de que
fué encargado por esta república cerca del gobierno británico;
que fué su colega en el senado, en la comisión de lejislacion,
i en el consejo de la universidad; i que en todas estas situa-
ciones, pudo ver de mui cerca el cúmulo de prendas que ador-
naban aquella alma elevada i recta. Otros presentarán a la
memoria de don Mariano de EÜgaña un tributo mas digno, pero
no mas sentido, ni mas injenuo. Conservémosla celosamente
como una de las que mas honran a Chile. ¡I ojalá que ella
sirva de mo lelo a la juventud chilena, euya educación moral
i literaria le ocupaba tan profundamente]
[El A rfiucftno, Año «lo 1846 )
ANTONIO PÉREZ
SECRETARIO DE ESTADO DE FELIPE II
Dos plumas se han ocupado, como a competencia, en la his-
toria de Antonio Pérez, el célehre ministro de Felipe II: la
de don Salvador Bermúdez de Castro, que, con el título de E<«
ludios Históricos, publicó en el Iris varios artículos, reuni-
dos después, correjidos i aumentados en la edición de 1841,
de que damos noticia, i la de Mr. Mignet, miembro de la aca-
demia francesa, conocido ya ventajosamente por otras produc-
ciones históricas, i que también dio a luz la presente bajo la
forma de artículos sueltos en el Journ&l des Sarans desde
agosto do 1844 hasta junio de 1845, reproducidos con reformas
i mejoras en la edición de 1846. Antonio Pérez fué uno de los
personajes mas señalados do la corte de Felipe II; i los va-
riados sucesos de su vida dan mucha luz sobre el carácter de
aquel príncipe, i sobre los misterios de su gabinete i su pala-
cio en aquella época ominosa que vio descender rápidamente
el poder de la monarquía, i oyó el último suspiro de las liber-
tades españolas.
«Las aventuras de Antonio Pérez, dice el historiador fran-
cos, presentan un cuadro de vicisitudes tan interesante como
instructivo. Sus primeros años vieron el reinado i la corte de
Carlos V, a quien Gonzalo Pérez, su padre, había servido en
el destino de secretario de estado. Era todavía bastante joven
cuando llegó a ser ministro de Felipe II, que le concedió por
algún tiempo todo su favor i privanza, hasta el punto de em-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
picarle como instrumento para quitar del medio, por un ase-
sinato, al secretario i ájente confidencial de don Juan de
Austria, su hermano. Concitóse el odio de su terrible amo,
atreviéndose a rivalizar con él en sus amores. Arrojado a una
fortaleza, encausado ante la justicia secreta do Castilla, puesto
a tormento después de una larga prisión, pasó por una serie
de accidentes diversos; se escapó de la muerte por la fu ya;
buscó refujio en Aragón; el lamoso tribunal del justicia
mayor le amparó; el santo oficio se apoderó de su persona;
salvóse de las hogueras de la inquisición por el levantamiento
del pueblo de Zaragoza, que perdió por ello sus fueros; acojido
en Inglaterra i Francia, obtuvo do Enrique IV una pensión;
fué amigo del conde de Essex; tomó parte en todas las nego-
ciaciones contra Felipe II hasta la paz de Vervins; i murió al
fin en París, desterrado i abandonado de todos, cuando ya
habian desaparecido de la escena los grandes personajes a
cuyo lado habia hecho tan diversos papeles por mas de cua-
renta años.»
De los dos historiadores de Antonio Pérez, Mr. Mignet es el
que ha tenido a la vista mas copia de materiales auténticos,
entre los cuales merecen citarse: 1.°, un manuscrito del
ministerio de negocios extranjeros de Francia, en que se co-
pian todas las piezas del proceso de Pérez desde su primera
prisión basta su fuga, i las principales de la causa seguida al
ex-ministro en Zaragoza; i 2.° la colección de manuscritos
en diezisiete volúmenes, cedida por Llórente a la biblioteca
París, sobre los actos de la inquisición en España.
s volúmenes contienen multitud do documentos
orijinales, interrogatorios, declaraciones, mandamientos, fo-
lleto ones, sentencias, que dan a conocer con la
titud i con un ínteres extremado el con-
flicto de jurisdicción entro el santo oficio i el tribunal supre-
mo del Los dos levantamientos de Zaragoza
en 24 d< i Üembre de 1591, el escape de Pérez,
por los castellanos, i la ruina de
• ii. Consultó tambion Miguel la
tjadorcfl i ipaftolcs, ingleses i fran-
ANTONIO PÉREZ 219
ceses, guardadas en el archivo de Simancas, en el Museo Bri-
tánico i la oficina de papeles de estado (Slalc-Papcr Office)
de Londres i en la biblioteca real de París, las cartas inéditas
de Pérez que se conservan en este último depósito, un manus-
crito déla Haya, que comprende copias auténticas de la corres-
pondencia de don Juan de Austria i su secretario Escobcdo
con Pérez i Felipe II, i, lo mas curioso de todo, una copia
perfectamente auténtica de la correspondencia secreta entre
Pérez i Felipe II, en que los pasajes mas significativos están
subrayados con tinta roja, i las observaciones i respuestas de
Felipe II escritas al márjen con el esmero prolijo que acos-
tumbraba aquel príncipe cauteloso. «Este manuscrito es sin
duda, dice Mignefc, un traslado de los documentos que Pérez
tuvo la previsión do substraer a las pesquisas del monarca, i
presentó después al tribunal del justicia mayor de Aragón
Se trasluce en estas correspondencias el carácter de las diver-
sas personas que contribuyeron a ellas; están llenas de hechos
curiosos, movimientos naturales, efusiones íntimas; revelan
secretos que es imposible inventar. Allí se ve el alma ardiente
de don Juan de Austria, su imaj ¡nación inquieta, sus aven-
turados proyectos, sus sentimientos magnánimos i candorosos;
la aspereza de Juan de Kscobedo, sus arrebatos, su desespe-
ración; a Felipe II con su mortificante lentitud, su indecisión
perpetua, su jenio suspicaz i asustadizo, sus peligrosas pro-
mesas i su profundo disimulo; i en lin, a Pérez con su lijereza,
su talento, su habilidad, su perfidia, sus merecidos reveses i
sus elocuentes agonías.»
Por estos antecedentes, podrá formarse juicio del interés con
(¡ue se lee la biografía de Pérez en las dos obras que revisa-
mos, i especialmente en la francesa. Bien es verdad que Ber-
múdez de Castro no ha tenido cuidado de señalar las fuentes
en que ha bebido, lo que perjudica no poco al crédito de sus
Estudios Históricos^ i al placer con que se leen, pues en el
que produce la historia no influye tanto el carácter de los he-
chos, como la fe que inspiran. Mignet lamenta esta falta, i
articula otro cargo mas grave, el de encontrarse en la obra
española pormenores de pura invención. No se puede negar
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
que hai en ella pasajes descriptivos que tienen mas aire de
novela o de folletín, que de una relación seria, ajustada a
testimonios verídicos. Mignet ha procedido de diverso modo.
Cita constantemente sus autoridades, i acota amenudo los pa-
sajes notables en los idiomas orijinales, sobre todo cuando se
trata de comprobar particularidades nuevas o menos confor-
mes a las opiniones recibidas. Severo, a la par que animado,
desdeña frivolos atavíos i no empaña jamas la pureza de
gusto que le distingue, como a los mejores modelos históri-
cos. Pocas obras de este jénero dejan una impresión mas
satisfactoria.
Antonio Pérez nació en Madrid. Hijo natural de Gonzalo
Pérez, secretario de estado de Carlos V i de Felipe II, fué
lej i limado por un diploma del emperador en 14 de abril de
1542. Recibió su primera educación en la universidad de Al-
calá, de donde, por consejo de su padre, salió a recorrer la
Europa. La organización política de los estados i las intrigas
do los gabinetes, llamaron su atención. Admiró los gobiernos
de Yenccia i Florencia. Provisto de buenas cartas de reco-
mendación, tuvo entrada en la mejor sociedad de las esplén-
didas cortos de Italia, donde aprendió los finos modales que
hicieron tan atractiva su conversación, i contrajo su amor a
las artes i su desenfrenada pasión al lujo i la magnificencia.
A la muerte de su padre, se encontró sin mas patrimonio que
>moria de los largos servicios i la intachable probidad de
1 ministro. Cargado de deudas, tuvo que apurar todos los
de bu cultiva lo talento para abrirse una carrera hon-
. Rui Gómez de silva, príncipe de Éboli, le tomó bajo
su ¡i: ü, i !«■ recomendó a Felipe II, que no tardó en
apreciar las cualidades eminentes de Pérez, i gustó mucho de
mi eleg uito cortesanía. A la edad de veintioinco años, le con-
liú una de I tado, i le colmó de favores.
A l.i n el ooohe, en el paseo, le acompañaba el joven
min
trO '/'• ror/e.s/iuo.s-, como le llamaba
ique de Alba, habia debido a su habilidad palaciega so
ANTONIO PÉREZ 221
los V i Felipe II. Su esposa, doña Ana de Mendoza i la Cerda,
era una dama de la mas alta jerarquía. Amábala apasiona-
damente Felipe II, que la easó contra su voluntad con el
príncipe de Eboli. Juntaba a los atractivos de la persona (pues
aunque tuerta, era hermosa), las gracias de una imajinaeion
viva, i cierta independencia de carácter, que la hacía mirar
con desprecio la servil idad palaciega, i aun cediendo a los de-
seos del reí, se granjeó su consideración. Joya engastada en
tantos i tales esmaltes de la naturaleza i de la fortuna
(según la expresión de Antonio Pérez), es menos extraño que
hubiese avasallado largo tiempo el corazón duro i terco, pero
concentrado i vehemente, de Felipe II. Era soberbia, venga-
tiva, fogosa, i por eso menos circunspecta de lo que convenía
en una posición tan resbaladiza como la suya, i en una corte
que hacía tanto caso de la etiqueta i la compostura exterior.
En el corazón de esta mujer, fué en el que Antonio Pén
atrevió a competir con suv soberano. Contaba ella entonces
treinta i ocho años; pero la edad no había marchitado su her-
mosura. Era madre del duque de Pastrana, que pasaba por
hijo de Felipe II.
Mignet principia su historia por el cuadro de la corte de
Madrid en 1571. Felipe no daba una entera confianza a nin-
gún ministro: en medio do las apariencias mas lisonjeras, nadie
tenia la seguridad de poseerla. La mudanza de sus afectos no
se traslucía por la mas leve señal de su semblante. Dejaba
de un dia para otro la demostración de su disfavor, como to-
das las otras cosas. Carecía de talento inventivo, i vacilaba
mucho tiempo antes de resolverse, dirijiéndose al fin por las
opiniones ajenas, aunque tan imperioso i exijente. Rodeábase
de hombres de diversos i aun contrarios principios; oíalos a
todos para instruirse mejor; i no había cosa pequeña ni gran-
de que no quisiese examinar por sí mismo. Los negocios
pasaban por los numerosos consejos que su padre i él habían
establecido; i sobre las consultas de los consejos, recaían luego
los dictámenes do sus ministros, que debían presentársele por
escrito. Unida a su natural lentitud i prolijidad esta compli-
cada tramitación, es fácil eolejir los retardos i embarazos que
'l¿ OPÚSCULOS UTERAMOS I CRÍTICOS
se experimentarían en el gobierno i administración de tantos
i barí vastos dominios.
Disputábanse la confianza del rei dos partidos, cuyos jefes
eran el duque de Alba i Rui Gómez de Silva, tan altivo i re-
suelto el primerOj como el segundo obsecuente i sagaz. Este
era, en realidad, el que gozaba de la predilección del monarca,
a quien Rui Gómez servia como él quería que sus ministros
le sirviesen, con absoluta i discreta abnegación, insinuándole
su modo de pensar, de manera que creyese obrar por sí mas
bien que por inspiraciones ajenas. El mal suceso del duque de
Alba en los Países Bajos eclipsó un momento su estrella, i
Rui Gómez murió en 1573, dejando mas poderoso que nunca
su partido, a que adherían Antonio Pérez i Juan de Escobedo,
ambas criaturas de Rui Gómez, mientras que fuera del país
lo ilustraban las brillantes victorias de don Juan de Austria.
Por este tiempo, fué enviado a los Países Bajos don Juan,
que como hijo de Carlos V, cuyo nombre despertaba todavía
gratos recuerdos en aquellos pueblos, parecía, de todos los
-pañoles de la época, el mas a propósito para ins-
pirarles confianza i pacificarlos. Juntábase la fama de sus
proezas militares. 1 labia domado en las montañas de Granada
a los moriscos rebeldes, alcanzado en 1572 la batalla naval de
Lrpanto, i apoderádose do Túnez en el año siguiente. La me-
moria de su jiadre, la educación varonil que habia recibido do
su preceptor Quijada, los destinos importantes a que habia
sido llamado desde su mas temprana juventud, ¡ los hábitos
de la milicia, habían encendido, en aquella alma ardiente i je-
nerosa, sentimientos magnánimos, deseos impetuosos, algo de
amable i Je heroico, en (pie la iinajhiaeion no estaba reñida
,-,,n el jUiciO, ni la lealtad con l;i ambición. Sil pretensión (le
erijirse un trono independiente en .Úrica había sido recoinen-
dada a Felipe II por el papa Pió V; pero Felipe quería ser-
de don Juan para su propio engrandecimiento} i desde
entói propuso tener a reya las aspiraciones del joven
rodeándole de personas <!<• bu confianza que le eontu-
:, i ob# retarlo Juan de Boto fué reempla-
zo, que | lar mai garantías de fidelidad
ANTONIO PÉREZ
i prudencia. Pero Escobcdo no pudo resistir al ascendiente de
aquella alma intrépida i noble. Lejos de contrariarlas, entró
en sus ideas, que, sin variar de naturaleza, se dirijian ahora
a otro objeto, la Inglaterra, gobernada por una princesa que
la Europa católica detestaba. Habíase pensado algún tiempo
antes en el matrimonio de don Juan con María Estuardo, que
era mirada como lejítima heredera de la corona por el partido
católico, todavía poderoso en aquel reino. Don Juan, sojuz-
gada la Flándes, podia desembarcar con un ejército en las
costas británicas, i unido a los católicos, libertar a María, pri-
sionera entonces, i subir con ella al trono. El proyecto hala-
gaba a la corto de Roma, que ofreció al secretario Escobcdo
apoyarlo, i ordenó a su nuncio en España que lo recomendase
a Felipe. El nuncio se dirijió desde luego a Pérez; i éste dio
cuenta al rei de lo que pasaba. Felipe, altamente ofendido,
disimuló su enojo.
No hai para qué referir las dificulta les que cruzaron las
miras do don Juan en los Países Bajos. Contrariado por el
desafecto del pueblo a la dominación española, por los auxilios
que prestaban a la insurrección las potencias enemigas de Es-
paña, i mas que todo por la política tortuosa i dilatoria de
Felipe, que le tenia en la mayor escasez de dinero i de otros
elementos de guerra; rodeado de atenciones, a que no basta-
ban las fuerzas de un hombre, veia don Juan eclipsarse su
gloria; ir de mal en peor los intereses del catolicismo i de la
España; comprometido su honor; desvanecidas sus esperanzas.
Escobedo, que había quedado en Madrid, instaba a su nombre
con un celo inconsiderado, que empezaba ya a labrar en el
ánimo suspicaz del monarca. Tuvo al fin permiso para tras-
ladarse a los Países Bajos, donde era aguardado con impa-
ciencia, por el mal estado de la salud de don Juan, i por la
situación de las cosas, que era sumamente complicada i difí-
cil. Como Felipe no quería la guerra i los Estados la temían,
se convino en que las tropas españolas evacuarían el país i se
dirijirian por tierra a Italia, prometiendo los Estados el dinero
necesario para facilitar la partida, a condición de que se les
guardarían sus fueros, i se toleraría con ciertas restricciones
"22 i OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
el culto público de lo que llamaban relijion reformada. El 12
de febrero de 1577, firmó don Juan de Austria este acuerdo,
que se tituló Edicto Perpetuo, quedando por el mismo hecho
frustrado su proyecto favorito de pasar a Inglaterra, e inhabi-
litado él mismo para hacer cosa alguna de importancia en
aquel destino. El 16 de febrero, escribe a Pérez en el tono de
exasperación que era natural a un joven de tan elevados pen-
samientos. Antes que permanecer allí mas que el tiempo
preciso para la elección del que le suceda, no habrá, dice,
resolución que no tome, hasta, dejarlo todo, i presentarme
en la corte cuando monos se caten, aunque piense ser cas-
tigado a sangre, juntando la destrucción en el servicio
del rei con la mia. Quería don Juan salir de los Países Ba-
jos a la cabeza de las tropas españolas, para auxiliar a Enri-
que III de Francia contra los hugonotes. Si esto no era
aceptable, limitaba sus miras a los honores de infante de
España, i a un puesto preeminente en la administración jenc-
ral. Entrando su alteza en los consejos del gobierno (escribe
Escobodo a Pérez), iba a fortificar el partido del marques de
los Vclez, del cardenal Quiroga, de Pérez i a conducir los ne-
gocios de la monarquía. «Vuestra merced nos puede hacer
cortesanos. Sepa que hemos llegado a conocer que esto es lo
que hace al caso.... Vuestra merced, por lo que le va, so
desvelo en encaminarlo; que estando ahí su alteza, i el do los
Velez, i Besa (el duque de este título), i por acólitos Antonio i
Juan IV-rcz i Ivscobedo , valdrá nuestro parecer en el consejo.»
!»cdo esforzaba esta Idea con las graves atenciones del rei,
con la tierna edad del principe heredoro, i con la delicada sa-
lud de don Juan, i las ajitaoiones i padecimientos que le oau-
'•1 amargo desengaño de sus mas caras esperanzas. «Qué
(lo temo ha de dejarnos a buenas QOOheS, O por mejor decir,
a malas- ¡ si Quostra desventura fuese tal, adiós corte, adiós
mundo. Ayudémonos, pues; conservemos al que nos conserva, a
! ribia don Juan a Pérez, para que lo
■ i marques, insistiendo principalmente «ai que íe
i malhad tierno, dondo peligraban su \ ¡da,
'nía
ANTONIO rÉUEZ
¿Cuál es en estas circunstancias la conducta de Pérez? No
oculta nada al rei; le descubre los íntimos pensamientos de
sus amigos; respondiendo a don Juan i Escobedo, aparenta
entrar en sus miras i favorecerlas; se expresa con toda liber-
tad acerca del rei para inspirarles una confianza ciega, i trai-
cionarla luego. De esta odiosa maniobra, se jacta él mismo
con descarada injenuidad: «Señor, dice al rei, es necesario
escribir i oír así para su servicio, porque así se meten por la
espada, i se encamina mejor lo (pie conviene. Pero vn<
majestad mire cómo lee esos papeles, que si se me descubre
el artificio, no le podré servir, i habré menester alzar el jue-
go, que, por lo demás, bien sé que para mi conciencia hago
lo que debo, i me basta mi teolojía para comprenderlo así.»
El rei responde: «Traigo buen recado en todo; i según mi
teolojía, yo entiendo lo mismo que vos, que no solamente ha-
lo que debéis, sino que no lo haríades para con Dios i
para con el mundo, si así no lo hiciésedes.» Pérez, de acuerdo
con el rei, pondera a sus amigos su actividad i celo en promo-
ver lo que desean, i lo infructuoso de todo nuevo empeño
contra la declarada resolución de su majestad, porque con ello
no lograría mas que hacerse sospechoso, i deshabilitarse para
servir a su alteza en mejor oportunidad. «Es materia ¡jara
mas de una vez, i en que se debe ir labrando poco a poco....
Placorá a Dios que algún dia sea (lo de fortificar el pártalo i
dominar en el consejo), pero no lo mostremos a este hombre,
porque nunca lo veremos. El camino para vencerle ha do ser
que entienda que sucede como él desea, i nó como quiere su
alteza... Señor Escobedo, de venir vuestra merced acá nos
guarde Dios, que seremos perdidos... El estado del hermano
(don Juan, sin duda, no el rei, como lo entiende Mr. Miguel),
sin dar ocasión, es peligroso, i mucho, i la daría notable su
venida.» Al márjen de esta parte de la minuta de la carta de
Pérez, escribe el rei: «Este capítulo va muí bien así.» Don
Juan se sometió con docilidad a los deseos de Felipe II, i tuvo
la mortificación de ejecutar en todas sus partes el edicto per-
•petuo, entregando a los señores ílamencos las plazas evacua-
das por la tropa española. Aunque no creía en la duración de
üpcsc, 29
Í26 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTIC05
la paz, se puso en manos de los Estados con mas resolución
que confianza.
Sin ejército, sin autoridad, sin influencia, sospechoso a los
flamencos, con mas motivos de recelarse de ellos coda dia, se
vio impelido por tratamientos indignos a medidas extremas.
Se publicaban libelos contra él; sus criados i su guardia eran
insultados; se fraguaban conspiraciones contra su persona.
Creyó necesario retirarse a una plaza fuerte, prepararse a la
guerra, apoderarse inopinadamente de Namur. Al dar este
golpe, le pareció conveniente enviar a Escobcdo a España,
para explicarlo, manifestando el peligro en que se veia i las
necesidades urjentes que le apremiaban. Pero todo el fruto
del viaje de Eseobedo fué encolerizar al reí, que desaprobó la
ocupación de Namur, rehusó restituir la tropa española a don
Juan, i se opuso a un nuevo rompimiento con los Estados.
Aunque no solo en Namur, sino en Charlemont, Luxemburgo
i varias otras plazas, flameaba ya el pabellón español, don
Juan, sabedor de las intenciones del soberano, quiso abrir ne-
gociaciones con los Estados, pero ya era tarde. Los flamencos
no so mostraban menos enconados que los holandeses; don
Juan fué declarado enemigo público; los Estados llamaron a un
hijo del emperador, el archiduque Matías, para que tomase1 el
gobierno de los Países Ha jos, sirviéndole de lugar-teniente
jencral el principo de Oranje, i contrajeron una alianza de-
fensiva con la reina Isabel, que les prometió dinero i tropas.
Cedió entonces Felipe i autorizó la guerra. Don Juan salió a
campaña. En .'51 de enero de 1578, ganó la batalla de Gem-
bloura, que llenó de consternación a Bruselas. Todo, sin em-
bargo, debía malograrse de nuevo por la irresolución (le
l\li¡ i >r, escribía <h>u Juan a Pórea, por amor de Dios,
que o i coraje, i se dé leña al fuego; 0 perdida
esta ocasión, no pretenda mas su majestad ser si-ñ.-r de Flan-
des, ni m ¡ruridad enlos demás reinos, pues ni en Dios
ni en la {entes hallará mas asistencias, antes muí olaras de-
<l.- lo contrarío; i esta es la verdad, no lo que lo
n tantea como le mienten i le engañan* Yo se loa
, digo qui/ de 1" que él querría que dijese; pero
ANTONIO VEHEZ
2v!7
nunca ha de dar pena a los hombres honrados todo lo que es
cumplir con sus obligaciones, antes la deben tener con el en-
cubrir lo que entienden, por andar al aplauso. Yo, cuanto a
mí, por traición lo tendría.»
(FA Araucano, Año de 1843.)
JUICIO
SOlillE L\ñ OUllAS POÉTICAS DE DON NICASIO ALVAREZ
DE CIENFUÉGOS
Los antiguos poetas castellanos (si así podemos llamar a
los que florecieron en los siglos XVI i XVII) son en el dia po-
co leídos, i mucho menos admirados; quizá porque sus de-
fectos son de una especie que debe repugnar particularmente
al espíritu de filosofía i de regularidad que hoi reina, i porque
el estudio de la literatura de otras naciones, i particularmente
do la francesa, hace a nuestros contemporáneos menos sensi-
bles a bellezas de otro orden. Nosotros estamos mui lejos de
mirar como modelos de perfección la mayor parte de las obras
de los Quevedos, Lopes, Calderones, Góngoras, i aun de los
Garcilasos, Riojas i Herreras. No temeremos decir, con todo,
que, aun en aquellas que abren ancho campo a la censura (las
dramáticas, por ejemplo), se descubre mas talento poético que
en cuanto se ha escrito en España después acá. Quizá pasare-
mos por críticos de un gusto rancio, o se nos acusará de en-
cubrir la detracción de los vivos bajo la capa de admiración
a los muertos:
Ingeniis non ille favet, plauditque sepultis;
Nostra sed impugnat, nos nostraquelividus odit.
Horacio.
Pero, juzgando por la impresión que hace en nosotros la
lectura, diríamos que en los antiguos hai mas naturaleza, i en
230 OPÚSCULOS LITE1URI0S I CIÚTICOS
los modernos mas arte. En aquellos, encontramos solturn,
gracia, fuego, fecundidad, lozanía, frecuentemente irregular i
aun desenfrenada, poro que en sus mismos extravíos lleva un
carácter de grandeza i de atrevimiento que impone respeto.
No así, por lo jeneral, en los poetas que han florecido desde
Luzan. Unos, a cuya cabeza está el mismo Luzan, son cor. or-
tos, pero sin nervio; otros, entre quienes descuella Meléndéz,
tienen un estilo rico, florido, animado, pero con cierto aire do
estudio i esfuerzo, i con bastantes resabios de afectación. Nos
finiremos particularmente a los de esta segunda escuela, que
es a la que pertenece Cienfuógos. Hai en ellos copia de ¡ma-
jónos, moralidades bellamente amplificadas, i sensibilidad a
la francesa, que consiste mas bien en analizar filosóficamente
los afectos, q io en hacerles hablar el lenguaje de la naturale-
za; pero no hai aquel vigor nativo, aquella tácita m&jestñd
que un escritor latino aplica a la elocuencia de Homero, i quo
es propia, si no nos engañamos, de la verdadera inspiración
poética: al contrario, se percibe que están forcejando continua-
mente por elevarse; el tono es ponderativo, la expresión enfá-
tica. El lenguaje tampoco ostá exento de graves defectos; hai
ciortas terminaciones, ciertos vocablos favoritos que lo dan
una no lejana afinidad con el culteranismo de los sectarios do
Oóngora; hai un prurito de emplear modos de decir anticua-
dos, quo hacen mui mal efecto al lado do los galicismos quo
no pocas veces los acompañan; en fin, por ennoblecer el esti-
lo, so han destorrado una multitud de locuciones naturales j
expresivas, i se ha empobrecido la lengua poética.
No por oso dejamos de haoer justicia al mérito de algunas
producciones en que el injenio moderno se eleva con facilidad,
o juega oon graoia i lijereza, calidades que recomiendan par
ticularmente a Meléndez, Pero estas son mas bien excepciones:
el gu . el de la noble simplicidad; el estilo
no es natural.
Pon N< Uvaroa de Cienfi i uno di' los poetas
modernos que han logrado mas celebridad. Sus obras poéticas
referimos B la Segunda *•« 1 miOi» publicada en Madrid, «mi
la imprenta real, el ano de 1816 suministran bastantes éjem-
JUICIO SOBRE LAS POESÍAS DE ÁLVAREZ DE CIENFUÉGOS 231
píos de las bellezas i defectos que caracterizan a la época pre-
sente del arte en España. Principiaremos por sus anacreónti-
cas, que no nos parecen tan agradables como las de Meléndez.
La primera, sobre todo, es desmayada, contribuyendo quizá al
poco gusto con que se lee, las alabanzas que el poeta se da a
sí mismo, i lo que en esta, como en otras partes de sus obras,
nos pondera su sensibilidad i ternura. Pero la segunda, inti-
tulada Mis Tras formaciones, tiene mérito. La copiaremos
aquí en obsequio de nuestros lectores americanos.
¡Oh! si a elejir los cielos
me diesen una gracia!
Ni honores pediría,
ni montes do oro i plata.
Ni ver el orbe entero
postrado ante mis plantas
después de cien victorias
sangrientas e inhumanas.
Ni de laurel ceñido
al templo de la fama,
con una estéril ciencia
orgulloso, me alzara.
Gocon en tales dones
los que infelices aman
comprar con su reposo
los sueños de esporanzas.
Yo, que mis dias cuento
por mis amantes ansias,
a mi placer pidiera
que mi ser se mudara.
Cuando mi bien al valle
desciende en la alborada,
allí al pa¿ar me viera
rosita aljofarada:
rosita, que modesta
con suave fragancia
atrayendo, a sus manos
me diera sin picarla
Después, después ¿qué hiciera?
"23 2 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Sombra fugaz i vana
un sol no mas sería
mi gloria i mi esperanza.
Tan pasajeros gozos
no, rosas, no me agradan.
Adiós, que al aire tiendo
mis rozagantes alas.
Mariposilla alegre,
imájen de la infancia,
en inquietud eterna
iré j irán do vaga.
Bien como el iris bella,
fíente a mi dulce Laura
en un botón de rosa
me quedaré posada.
Ella querrá cojerme;
i con ciliada planta
vendrá, i bniró, i traviesa
la dejaré burlada.
¿1 si el rocío moja
mis tiernecitas alas?
Me sigue, soi perdida,
me prende i me maltrata.
¡Si al menos expirando
con trémulas palabras
pudloso venturoso
decirla: yo le amaba'
Nó; cefirillo suelto
volaré a refrescarla
cuando el ardiente agosto
las praderas abrasa.
Ya enredaré jugando
sus trenzas ondeadas;
ya besaré al desouido
. mejillas* de naca
en eternos jiros
cercando su
u i hibleos labios
empaparé m
ü bien, si allá en la siesta
JUICIO SOBRE LAS POESÍAS DE ÁLVAttEZ DE GIENFUÉGOS 233
dormida en paz descansa,
yo soplaré en su fíenle
mis mas suaves auras.
I cuando mas se pierda
su fantasía vaga,
umbrátil sueñecito
me iré a ofrecer a su alma.
¡Oh! cuánta dulce ¡majen,
cuántas tiernas palabras
allí diré, que el labio
quiere decirla, i calla!
Mas favorable acaso
que pienso yo, a mis ansias
sonreirá; ¿quién sabe
si mis cariños paga?
¡Oh! si a mi amor eterno
correspondieses, Laura!
Por todo el universo
mi dicha no trocara,
ídolo de mis ojos,
diosa de toda mi alma,
¡pagárasme! i al punto
cesaran mis mudanzas.
No sabemos si la lengua castellana per.nite el uso intran-
sitivo de gozar en la significación de gozarse, cual se ve en
esta anacreóntica, i en otros pasajes de Cienfuógos; pero si ha
existido jamas, no vale la pena de resucitarlo. Una crítica se-
vera reprobará que el poeta se trasforme en rosita, i que nos
diga tan almibaradamente en un romance (pajina 28):
La vi, resistí, no pude....
¡Es tan tiemecita mi alma!
i que use tantos diminutivos en ito, que dan al estilo una
blandura afectada i empalagosa. Cienfuégos tiene también su
buena provisión de sudoroso, ardoroso, candoroso, perenal,
a ¿me, doquier, i otros vocablos que esta escuela ha tomado
bajo su protección. Pero nuestro autor usa a veces doquier
en el sentido de doquiera que, elipsis dura, de que no re-
234 OPÚSCULO» LITERARIOS I CRÍTICOS
cordamos haber visto ejemplo en los escritores que fijaron la
lengua:
Mudanzas tristes re; aro
doquier la vista se torna. — (pajina 37.)
Doquier envió
los mustios ojos, do tu antorcha ardiente
me cerca el resplandor. — (pajina 79.)
Otras novedades hallamos en su lenguaje que nos disuenan.
Tales son noche deslunada por nodi3 sin luna, desoír por
?io oír, despremiada por no premiada: vocablos impropia-
mente formados, pjrque des no significa carencia, sino priva-
ción o despojo de lo que se goza o se tiene. Tal es yazca, sub-
juntivo de yacer, que no se hallará en ningún autor castellano
do loa buenos tiempos, pues se dijo yago i yaga, como hoi
B i dice hago i haga.. Tal es a par en el sentido de a o /lacia,
siendo así que solo significa igualdad o proximidad:
¡Ai, que valieron mis victorias bellas!
Recojiéndolas hoi marché con ellas
a par del sesgo rio,
i do una en una las eché en sus ondas. — (pajina 158.)
Tul <\s la locución optativa ojalá quien, no solo inautoriza-
da, pero absurda:
¡Ojalá quien me diera
que en el lugar de Alfonso padeciera!
Tales son los adjetivos calmo [favonio, empampanado poí
pampanoso, aridecer : palidecer, roscar, intomable t pri-
■ral, abismosOi i otras voces quo no enumeramos por
• prolijidad, ai bien algunas de éstas, aunque no recono-
- por la academia, pudieran admitirse por sor do suyo
porque excusan oirounlocuoiones incómodas. Entra-
mos en estas mi inudeneias, no porque tengamos gusto en sa*
i plaza i- i errore iso lo son de uu es-
critor respetable, sino porque tales innovaciones, lejos do
enriquecer el idioma, confunden las acepciones recibidas, i
JUICIO SOBRE LAS POESÍAS DE ÁLVAÜKZ DE CIEM l ¿(JOS 233
darían a la claridad, prenda la mas esencial del lenguaje, i,
por una fatalidad del castellano, la mas descuidada en todas
las épocas de su literatura.
Cienfuégos tradujo algunas odas de Anacreonfe; pero, aun-
que mas fiel, no fué tan feliz como Villegas, que representa,
p,»r lo común, bastante bien el espíritu de su orijinal, i acaso
no nos dejara que desear, si a lo lijero i festivo del lírico grie-
go no sustituyera algunas veces lo burlesco, o lo conceptuo-
so. Cienfuégos, que no incurre en estos defectos, adolece do
otro peor, que es la falta de movimiento i de gracia. Sus ro-
mances tienen mucho mas mérito: el del Túmulo, sobre todo,
nos parece lindísimo. Por esto, i por ser uno de los mas cor-
tos, lo insertaremos todo:
¿No ves, mi amor, entre el monte
i aquella sonora fuente
un solitario sepulcro
sombreado de cipreses?
¿I no ves que en torno vuelan
desarmados i dolientes
mil amorcitos, guiados
por el hijo de Ci teres?
Pues en paz allí cerradas
descansan ya para siempre
las silenciosas cenizas
de dos que se amaron fieles.
Eramos niños nosotros,
cuando Palemón i Asterie
llenaron estas comarcas
de sus cariños ardientes.
No hai olmo que en su corteza
pruebas de su amor no muestre:
Palemón los unos dicen,
los otros claman Asterie.
Sus amorosas canciones
todo zagal las aprende;
no hai valle do no se canten,
ni monte do no resuenen.
Llegó su vejez, i hallólos
236 OPÚSCULOS LITERARIOS»! CRÍTICOS
en paz, i amándose siempre:
i amáronse, i expiraron;
pero su amor permanece.
¿Te acuerdas, Filis, que un dia,
simplecillos e inocentes,
los oímos requebrarse
detras de aquellos laureles?
¡Cuántas caricias manaban
sus labios! cuántos placeres!
¡Cuánta eternidad do amores
juraba su pecho ardiente!
Al verlos, ¿le acuerdas, Filis,
o tan preciosas niñeces
volaron, que me dijiste,
deshojando unos claveles:
— Yo quiero amar; en creciendo
serás Palemón, yo Asterie,
i juraremos cual ellos
amarnos hasta la muerte? —
Mi Filis, mi bien, ¿qué esperas?
El tiempo de amar es este;
los dias rápidos huyen,
i la juventud no vuelvo.
No tardes; ven al sepulcro
donde los pastores duermen,
i, a su ejemplo, en él juremos
amarnos eternamente.
Pcn> los sujetos mas predilectos de esta esouela son los mo*
ralos i filosóficos. Los p «túllanos de los siglos XVI i
XVII Los manejaron también, ya bajo la forma de la epístola;
►mo Luis de León, en odas a la manera de Horacio, don«
do el poeta se ciñe a la efusión rápida i animada de algún
afreto, sin expía] raciocinios i meditaciones; ya en oan«
román . Nunca, sin embargo, han sido
tos asuntos, oomo de algunos años a esta par-
te, i ados oon las pompas del lenguaje
Úrico, i principalmente en silvas, romances endecasílabos, o
o luelto, forman una paite mui considerable de los frutos
JUICIO SOBRE LAS POESÍAS DE ÁLVAIIEZ DE CIENFLLGOS "37
del Parnaso castellano moderno. Varias causas lian contri-
buido a ponerlos en boga. El hábito de discusión i análisis
que se ha apoderado de los entendimientos, el anhelo de re-
formas que ha ajitado todas las sociedades i llamado la aten-
ción jeneral a temas morales i políticos, el ejemplo de los
extranjeros, la imposibilidad de escribir epopeyas, lo cansa lis
que han llegado a sernos las pastorales, i lo exhaustos que se
hallan casi todos los ramos de poesía en que se ejercitaron los
antiguos, eran razones poderosas a favor de un jénero, que
ofrece abundante pábulo al espíritu raciocinador, al mismo
tiempo que abre nuevas i opulentas vetas al injenio. Muchos
censuran esta que llaman manía de filosofar poéticamente i
de escribir sermones en verso. Pero nosotros estamos por la
regla de que
Tous les genres sont bons, hors le genré ennuyeux,
i por tanto pensamos que la cuestión se reduce a saber si
este jénero es, o nó, capaz de interesarnos i divertirnos. Las
obras de Lucrecio, Pope, Thomson, Gray, Goldsmith, Del i lie,
nos hacen creer que sí; i en nuestra lengua, aun dejando
aparte los divinos rasgos con que la enriquecieron loa Manri-
ques, los Riojas, los Lopes, i juzgando por las mejores obras
de Quintana, Cienfuégos, Arria/a, i sobre todo Meléndez, nos
sentiríamos inclinados a decidir por la afirmativa.
Cienfuégos halló aquí un gran campo en que dar rienda
a su jenio naturalmente propenso a lo serio i sublime. Sus
obras de esta especie están sembradas de bellas imájenes i de
pasajes afectuosos. Citaremos en prueba de ello La Escuela,
del Sepulcro, a la marquesa de Fuertehijar, con motivo de la
muerte de su amiga la marquesa de las Mercedes, i en parti-
cular los versos siguientes:
El bronco son que tus oídos hiere
es la trompeta de la muerte, el doble
de la campana que terrible dice:
fué, fué tu amiga. La que tantas veces
te vio, i te habló, i en sus amantes brazos
tan tina te estrechó, i en tus mejillas
OPÚSCULOS L1TEHAR10S I CRÍTICOS
su cariño estampó con dulces besos;
la que en su mente consagró tu i majen,
i en cuyo corazón un templo hermoso
t? crijió l;i amistad, do siempre ardia
t mto i tan puro amor, ya por las olas
fué de la eternidad arrebatada:
ahora mismo a su cadáver yerto,
en estrecho ataúd aprisionado,
alambrarán con dolorosa llama
tristes antorchas del color que ostentan
las mustias hojas, que al morir otoño
del árbol paterna] ya se despiden.
Ahora mismo yacerá en la cima
do la tumba infeliz, hollando lutos
negros, mas negros que nublada noche
en lis hondas cavernas de los Alpes.
En torno de ella, i apartando el rostro
de su espantable palidez, sentados
compañía la harán los que otro tiempo,
l. ti vez colgados de su voz, pendientes
de un jiro de sus ojos, estudiaban
bu voluntad para servirla humildes.
Esta será ¡ai dolor! la vez postrera
que la visiten los mortales, esta
k i tertulia linal, i último obsequio
que el mundo la ha de hacer. Si; que esoá canto»,
con que del templo la anchurosa molo
i blando toda en rededor retumba,
ftu despedida son, son sus adioses,
el largo adiós final. ¡Oh tú Lorenza,
ven por la última vez, ven, ven conmigo,
l a tu amiga veráa, verás al menos
el cuerpo que animó, verás reliquias
(lo Una nada que fin'-! Mira que tardas,
i nunca, nunca volverá! a verla,
nuii | ¡ama»; qu • Va sobre sus hombro*
n ios minjetrof del eepulcro
el ataúd', i marchan, i deaoienden
■ é] i i.i morada folitaria
del 'Mi en los muros
JUICIO SOBRE LAS POESÍAS DE ALVAR EZ DE CIENFLÉtiOS 23'J
cien bocas abre la insaciable muerte
por donde traga sin cesar la vida:
i a ti, ¡oh Quero infeliz! ¡oh malograda!
¡oh atropellada juventud! Caíste,
bien como flor que en su lozana pompa
hollada fué por la ignorante planta
de un pasajero sin piedad. Caíste,
i ya otro rastro de tu ser no queda
que las memorias que de ti conserven
los que te amaron. Pasarán los dias,
i Lis memorias pasarán con ellos;
i entonces ¿qué serás? El nombre vano,
el no:nbre s >lo en tu sepulcro escrito,
•con que han querido eternizar tu nada.
Tirano el tiempo insultará tu tumba,
con diente agudo roerá sus letras,
borrará la Inscripción, i nada, nada
serás por fin. ¡Oh muerte impía! *
¡Oh sepulcro voraz! en ti los seres
desechos caen; en ti jeneraciones
sobre jeneraciones se amontonan,
en ti la vida sin cesar se estrella;
i de tu abismo en la espantosa márjen
el tiempo destructor está sañudo
arrojando los siglos despeñados.
Hallamos verdadera ternura en este otro pasaje sacado del
poema consolatorio. — A un amigo en la muerte de un
hermano:
¿Por qué lloramos,
Fernández mió, si la tumba rompe
tanta infelicidad? Enjuga, enjuga
tus dolorosas lágrimas; tu hermano
empezó a ser feliz; sí, cese, cese
tu pesadumbre ya. Mira que aflije
a tus amigos tu doliente rostro,
i a tu querida esposa i a tus hijos.
* Asi está.
210 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
El pequeñuelo Hipólito, suspenso,
el dedo puesto entre sus frescos labios,
observa tu tristeza, i se entristece;
i, marchando hacia atrás, llega a su madre
i la aprieta una mano, i en su pecho
la delicada cabecita posa,
siempre los ojos en su padre fijos.
Lloras, i llora; i en su amable llanto
¿qué piensas que dirá? — Padre, te dice,
¿será eterno el dolor? ¿no hai en la tierra
otros cariños que el vacío llenen,
que tu hermano dojó? Mi tierna madre
vive, i mi hermana, i para amarte viven,
i yo con ellas te amaré. Algún dia
verás mis años juveniles llenos
de ricos frutos, que oficioso ahora
con mil afanes en mi pecho siembras.
Honrado, injonuo, laborioso, humano,
esclavo del deber, amigo ardiente,
esposo tierno, enamorado padre,
yo seré lo que tú. ¡Cuántas delicias
en mí te esperan! Lo verás: mil veces
llorarás de placer, i yo contigo.
Mas vive, vivo, que si tú me faltas,
¡oh pobrecito Hipólito! sin sombra
¡ai! ¿qué será de ti huérfano i solo?
Nó, mi dulce papá; tu vida es mía.
no me la abrovies traspasando tu alma
con las espinas do la cruel triste/a.
Vive, sí, vive; que si ol halo impío
pudo romper tus fraternales lazos,
hermanoi mil encontrarás doquiera;
que amor es hermandad, i todos te aman.
De olen amigos que te ríen tiernos,
adopta a alguno; i al por mi te gulaa,
en el amor seiá tu hermano.
Los prinoipálea deferios de esi loritor son: on el estilo su-
blime, un entusiasmo forzado; en el patético, una oomo -
lindrosa i femenil ternura EE te último »■*, en nuestra opinión,
.ir ICIO SOBRE LAS POESÍAS DE ÁLVAItEZ DE CIENFUÉFOS '241
el mas grave, i ha plagado hasta su prosa. Lo poco natural,
ya de los pensamientos, ya del lenguaje, perjudica mucho al
efecto de las bellezas, a veces grandes, eme encontramos en
sus obras. Mas en medio de esta misma afectación se descubre
un fondo de candor i bondad, un amor a la virtud i a las gra-
cias de la naturaleza campestre, que acaban granjeándole la
estimación del lector. Su moral es induljcnte, i exceptuando
ciertos arrebatos eróticos, pura. Sus opiniones políticas pa-
recerán poco ortodojas para un oficial de la primera secreta-
ría de estado, i ciertamente causará admiración que la censu-
ra no pasase la esponja sobre las alabanzas de la Suiza [pajina
83), i sobre estos versos de una oda postuma (pajina 162
¿Del palacio en la molo ponderosa
que anhelantes dos mundos levantaron
sobre la destrucción de un siglo entero
morará la virtud? ¡Oh congojosa
choza del infeliz! a ti volaron
la justicia i razón, desde que fiero
ayugando al humano,
de la igualdad triunfó el primer tirano!
Dejando las trajedtas para ocasión mas oportuna, nos des-
pediremos de Cienfuégos con su //osa del desierto, que es,
en nuestro sentir, dolo mejor que hizo. Suprimimos el princi-
pio, i algunos pasajes que pecan por los defectos que dejamos
notados. Él lector verá que no hemos sido demasiado severos:
¡Oh flor amable! en tus sencillas chalas
¿qué tienes, di. que el ánimo enajenas
i de agradable suspensión le llenas?
Sola en este lugar, ¿cuándo, (pié mano
pudo plantarte en él? ¿Fué algún amante
que, abandonado ya de una inconstante,
huyó a esta soledad, queriendo triste
olvidar a su bella,
i este rosal plantó pensando en ella?
Era un hombre de bien, del hombre amigo,
quien un yermo infeliz pobló contigo;
OPÍSC. ;1
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
que, en medio a la aridez, así pareces
cual la virtud sagrada
de un mundo de maldades rodeada.
¡Ah! rosa es la virtud; i bien cual rosa,
dondequiera es hermosa,
espinas la rodean dondequiera.,
i vive un solo instante,
como tú vivirás. ¡Ai! tus hermanas
fueron rosas también, también galanas
las pintó ese arroyuelo, cual retraía
en ti de tu familia la postrera.
Del tiempo fujitivo ¡majen triste,
el corre, correrá, i en su carrera
te buscará mañana con la aurora,
i no te encontrará, que ya esparcidas
tus mustias hojas sin honor caídas
sobre la tierra dura
el fin le contarán de tu hermosura.*
¿I qué, sola, olvidada,
sin que su labio i su pasión imprima
en ti ninguna amante
en fin perecerás sin ser llorada?
¿No volará en tu muerte**
ningún ai de tristeza
de la fresca belleza
que en ti contemple su futura suortc?
¡Oh Clori, Clori! para ti esta rosa,
bella cual mi cariño,
aijuí nació; la cortará mi mano,
i allá en tu pecho morirá gloriosa.
( .ii.nda, tente, no cortes, i perdono
Cloi /.; que por ventura Injusto
bajará a este lugar algún coloso,
neditando allá en la mentó
de una triste inoconto
que amarle hasta morir <mi tanto jura
Al mirar esta rosa, de repente
n, .pie ei errata.
" No tu muerte, que también
JUICIO SOISRE LAS POESÍAS DE ALVAR EZ DE CIENFUEGOS
se calmarán sus celos, i bañado
en llanto de ternura,
maldecirá su error, i arrepentido
irá a abjurarle ante su bien postrado:
o la verá talvez algún esposo
ya en sus cariños frío;
i, la edad de sus flores recordando,
fija la mente en su marchita esposa,
clamará en su interior, también fue rosa:
i con este recuerdo dispertando
el fuego que en su pecbo ya dormía,
la volverá un amor que de ella buia.
¿I quién sabe si acaso, maquinando
la primera maldad, con torvo ceño
vendrá algún infeliz solo, perdido,
de pasiones terribles combatido?
Al llegar donde estoi, verá esta rosa,
la mirará, se sentará a su lado,
e, ignorando por qué, su pecbo herido
de una dulce terneza 9
amará, de mi flor estimulado,
la belleza moral en su belleza.
¡Ai! que del crimen al cadalso infame
talvez eso infeliz se despeñara
si esta rosa escondida
la virtud en su olor no le inspirara.
Queda; sí, queda en tu rosal prendida.
¡oh rosa del desierto!
para escuela de amor i de virtudes.
Queda; i el pasajero
al mirarte se pare i te bendiga.
i sienta i llore como yo, i prosiga
mas contento su próspero camino
sin que te arranque de tus patrios lares.
¿Es tan larga tu edad para que quiera
cortarte, acelerando tu carrera?
Xj; queda, vive, i el piadoso cielo
dos soles mas prolongue tu bermosura.
¡Puedas lozana i pura
no probar los rigores
OPÚSCULOS LITEUAIilOS I CRÍTICOS
del bárbaro granizo,
ni los crudos ardores
de un sol de muerte; ni jamas tirano
tus galas rompa el roedor gusano!
Nó; dura, i sé feliz cuanto desea
mi amistad oficiosa;
i feliz a la par contigo sea
la abejilla piadosa
que en tu cáliz posada
bacc a tus soledades compañía
Adiós, mi flor amada,
adiós, i eterno adiós. La tumba fría
me abismará también; mas si en mi musa
llego a triunfar del tiempo i de la muerte,
inseparable de tu dulce amigo
eternamente vivirás conmigo.
La última edición de estas poesías nos da algunas noticias
biográficas de su autor. Cienfuégos se hallaba de covachuelis-
ta en Madrid, cuando entraron 4os franceses; i en esta delica-
da coyuntura, manifestó sentimientos de patriotismo que le
acarrearon el odio de los usurpadores, sobre todo con oca-
sión de un artículo, publicado en la Gacela de Madrid, que
iba Cienfuégos. Llamado i reconvenido por Murat, le
contestó con dignidad i entereza; i llevado el ano siguiente a
Francia, murió, bastante joven, de resultas de las molestias i
vejaciones que padeció en el viaje. Su fallecimiento fué en
Ortez, enjillió de 1809. Mr. Ulaquierc, en su Revista Jlislúri-
■ l;i Revolución de E8p&ña, le hace sobrino de Jovo-
llános; pero se nos asegura que en esto hai equivocación, i
que los Cienfuégos sobrinos de este ilustre ministro, son de
distinta familia.
/ a Bibliol I \ü<> do 18-23.)
13.*
LA VICTORIA DE JUNIN
CANTO A BOLÍVAR
fOH JOSÉ JOAQUÍN OLMKUO
Debemos a la Victoria de Junin, poema lírico por el señor
José Joaquín Olmedo, un lugar distinguido entre las obras
americanas de que nos proponemos hacer reseña en este perió-
dico (El Repertorio Americano), lo primero por su mérito,
i lo segundo por la importancia del asunto, que abraza dos de
los acontecimientos mas grandes i memorables que figurarán
en los fastos de América. Las dos batallas de Junin i Ayacucho
aseguraron la independencia del nuevo mundo. Sin la deno-
dada resolución de Colombia do auxiliar al Perú con lo mejor
de sus tropas mandadas por el ilustre Bolívar, i sin los glo-
riosos sucesos de este jenio tutelar de la independencia ameri-
cana, el horizonte político de aquellas rej iones hubiera presen-
tado nubes i borrascas, quién sabe cuánto tiempo; i la libertad,
aun de las partes mas retiradas del campo en que se verificó
la lucha, hubiera estado a la merced de mil continjencias
acarreadas por la fortuna de las armas.
El título de este poema pudiera hacer formar un concepto
equivocado de su asunto, que no es en realidad la victoria de
Junift, sino la libertad del Perú. Bolívar es el héroe a cuy
honor se consagra este himno patriótico; i el poeta hubiera
dado una idea harto mezquina de la gloria de su campaña pe-
ruana, si se hubiese contentado con ceñir a sus sienes el lau-
rel de aquella jornada inmortal ,
24t> OPÚSCULOS LITEÜAIÜOS I CIÚTICOS
Mas concebida así la materia, presentaba un grave incon-
veniente, porque, constando de dos grandes sucesos, era difícil
reducirla a la unidad de sujeto, que exijen con mas o menos
rigor todas las producciones poéticas. El medio de que se va-
lió el señor Olmedo para vencer esta dificultad, es injenioso.
Todo pasa en Junin, todo está enlazado con esta primera fun-
ción, todo forma en realidad parte de ella. Mediante la apari-
ción i profecía del inca Huaina Cápac, Ayacucho se trasporta
a Junin, i las dos jornadas se eslabonan en una. Este plan
vse trazó a nuestro parecer con mucho juicio i tino. La batalla
de Junin sola, como hemos observado, no era la libertad del
Perú. La batalla de Ayacucho la aseguro; pero en ella no
mandó personalmente el jeneral Bolívar. Ninguna de las dos
por sí sola proporcionaba presentar dignamente la figura del
. en Junin no le hubiéramos visto todo; en Ayacucho le
hubiéramos visto a demasiada distancia. Era, pues, indispen-
nable acercar estos dos puntos e identificarlos; i el poeta ha
sabido sacar de esta necesidad misma grandes bellezas, puea
la parte mas espléndida i animada de su canto es incontesta-
blemente la aparición del inca.
Algunos han acusado este incidente do importuno, porque,
preocupados por el título, no han concebido el verdadero plan
<le la obra. Lo que se introduce como incidente, es en reali-
d ti uní de las partes mas esenciales de la composición, i
quizá la mas esencial. Es característico de la poesia lírica
u ) caminar directamente a su objeto. Todo cu ella debe paro*
ecto de una inspiración instantánea: el poeta obedece a
npulsoí del numen (|u. le ajüa sin la menor apariencia
uo, i frecuentemente le vemos abandonar una senda
i t un ir Otra, llámalo de objetos que arrastran irrosistiblc-
e su atención. Horacio dirijé plegarias al cielo por la
feliz navegación de Virjilio; la idea de las tempestades lo so-
i!l i, i lofl peligros del mar le traen a la memoria la
audacia del nombre, que, arrostra demonios, ha
i » de ellos nuevos jóneroa de muerte i mieví i de
lívido que lia lomado
r\ pie» tro pai tiallamo i, ;
LA VICTOIHA DE JUNIN
de reprensible en el plan del Canto a Bolívar; pero no sabe-
mos si hubiera sido conveniente reducir las dimensiones de
este bello edificio a menor escala, porque no es natural a los
movimientos vehementes del alma, que solos autorizan las
libertades de la oda, el durar largo tiempo.
El estilo es elegante, animado, i manifiesta una gran fa-
miliaridad con el lenguaje castellano poético. El colorido es
tan brillante, como la versificación armoniosa; i reina en toda
la obra una variedad que la naturaleza del asunto apenas
permitió esperar, alternando con las escenas horribles de la
guerra cuadros risueños i blandos, en que se hace un uso
oportunísimo de la localidad i de las tradiciones peruanas.
Entre muchos pasajes igualmente dignos de trascribirse,
clej irnos el siguiente, que nos parece notable, no solo por el ca-
lor con que está escrito, sino por la corrección i tersura del
ttstilo. Píntase en él a Bolívar en los momentos que precedie-
ron a la batalla de Junin.
¿Quien es aquel que el paso lento mueve
sobre el collado que a Junin domina?
¿que el campo desde allí mido, i el sitio
del combatí r i del vencer designa?
¿<pio la hueste contraria observa, cuenta,
i en su mente la rompe i desordena,
i a los mas bravos a morir condena,
cual águila caudal, que se complace
del alto eielo en divisar su presa
que entre el rebaño mal segura pace?
¿quién el que ya desciende
pronto i apercibido a la pelea?
Preñada en tempestades le rodea
nube tremenda; el brillo de su espada
es el vivo reflejo de la gloria;
su voz, un trueno; su mirada, un rayo.
¿Quién, aquel que, al trabársela batalla,
ufano como nuncio de victoria,
un corcel impetuoso fatigando,
discurre sin cesar por toda parte...?
¿Quién, sino el hijo de Colombia i Marte?
Ü3 OPÚSCULOS LITERAIUOS I CIÚTICOS
Sonó su voz: — Peruanos,
mirad allí los duros opresores
de vuestra patria. Bravos colombianos,
en cien crudas batallas vencedores,
mirad allí los enemigos fieros
que buscando venis desde Orinoco;
suya es la fuerza, i el valor es vuestro;
vuestra será la gloria;
pues lidiar con valor i por la patria
es el mejor presajio de victoria.
Acometed; que siempre
de quien se atreve mas, el triunfo ha sido.
Quien no espera vencer, ya está vencido. —
Dice; i al punto, cual fugaces carros,
que, dada la señal, parten, i en densos
de arena i polvo torbellinos ruedan;
arden los ejes; se estremece el suelo;
estrepito confuso asorda el cielo;
i, en medio del afán, cada cual teme
que los demás adelantarse puedan:
así los ordenados escuadrones
que del iris reflejan los colores,*
o la imájen del sol en sus pendones,
se avanzan a la lid
La noche sobrevino en el momento de la victoria, i no dejó
acabar con los restos amedrentados i dispersos del enemigo.
El autor alude a estas circunstancias en los versos siguientes,
que pintan con gran felicidad el breve crepúsculo de la zona
l'adro del universo, sol radioso,
dios del Perú, modera omnipotente
ol ardor de tu carro impetuoso,
i no escondas lu lu/. Indeficiente
Una hora mas de l u/.. .. Pero eeta hora
no fué la del destino. El dios ola
¡ pabellón át Colombia n>'\a los prinoipaleí coloreo de] Iriaj *.'i
«icj Perú lleva un sol ni el
LA VICTORIA DE Jl'.VIN M9
el voto de su pueblo; i de la frente
el cerco de diamantes desceñía.
En fugaz rayo, el horizonte dora;
en mayor disco, menos luz ofrece,
i veloz tras los Andes se oscurece.
Pasamos por alto toda la profecía del inca, aunque esmal-
tada de bellísimos rasgos, porque nos llama el coro de las
vírjones del sol, que forma un suave contraste con la relación
de combates, muertes i horrores que precede:
Alma eterna del mundo,
dios santo del Perú, padre del inca,
en tu jiro fecundo
gózate sin cesar, luz bienhechora,
viendo ya libre el pueblo que te adora
La tinicbla de sangre i servidumbre
que ofuscaba la lumbre
de tu radiante faz pura i serena,
se disipó; i en cantos se convierte
la querella de muerte
i el ruido antiguo de servil cadena.
Aquí la Libertad buscó un asilo,
amable peregrina,
i ya lo encuentra plácido i tranquilo.
I uquí poner la diosa
quiere su templo i ara milagrosa.
Aquí, olvidada de su cara Helvecia,
se viene a consolar de la ruina
de los altares que le alzó la Grecia,
i en todos sus oráculos proclama
que al Madalen i al Rímac bullicioso *
ya sobre el Tíber i el Eurótas ama.
Oh Padre, oh claro sol, no desampares
este suelo jamas, ni estos altares.
* El rio Magdalena corre al mar por las cercanías de Bogotá, como
el Eurótas por las cercanías de Esparla. El Rímac atraviesa a Lima
como el Tíber a Roma.
SCOLOS LlTEHAllIOS I CRÍTICOS
Tu vivifico ardor todos los seres
anima, i reproduce; por li viven
i acción, salud, placer, beldad reciben.
Tú al labrador despiertas,
i a las aves canoras
en tus primeras horas;
i son tuyos sus cantos matinales.
Por ti siente el guerrero
en amor patrio enardecida el alma,
i al pié de tu ara rinde placentero
su laurel i su palma;
i tuyos son sus cánticos marciales.
Fecunda, oh sol, tu tierra;
i los males repara de la guerra.
Da a nuestros campos frutos abundosos,
aunque niegues el brillo a los metales.
Da naves a los puertos;
pueblos, a los desiertos;
a las armas, victoria;
alas, al jenio i a las musas, gloria.
Dios del Perú, sosten, salva, conforta
el brazo que te venga,
no para nuevas lides sanguinosas,
que miran con horror madres i esposas,
sino para poner a olas civilos
limites ciertos, i que en paz florezcan
do la alma paz los donos soberanos,
i arredre a sediciosos i a tiranos.
Brilla con nueva luz, rci do los ciólos,
brilla con nueva luz en aquel dia
•i triunfo que magnífico prepara
i libertador La patria mia.
• coro de las vestales peruanas es una
hermosa descripción de la entrada triunfal de Bolívar en Li-
ma; per • no d >• parece conservar el carácter do himno que se
• o tas primeras estro!
Enl lo, variedad i hermosura de cuadros,
. en ninguna de cuantas poe
LA VICTORIA DE JUN1X £01
picanas conocemos, armonía perpetua, diestras imitaciones en
quo se descubre una memoria enriquecida con la lectura do
los autores latinos, i particularmente de Horacio, sentencias
esparcidas con economía i dignas de n uciudadano que ha
servido con honor a la libertad antes de cantarla, tales son
las dotes que en nuestro concepto elevan el Canto a ¡¡olivar
al primer lugar entre todas las obras poéticas inspiradas por
la gloria del libertador.
(Jteperto/ío n encano, Año de 1826.)
JUICIO
SOBRE LAS POESÍAS DE JOSÉ MARÍA HEREDIA
Sentimos, no solo satisfacción, sino orgullo, en repetir los
aplausos con que se han recibido en Europa i América las
obras poéticas de don José María Heredia, llenas de rasgos
excelentes de imajinaeion i sensibilidad; en una palabra, escri-
tas con verdadera inspiración. No son comunes los ejemplos
de una precocidad intelectual como la de este joven. Por las fe-
chas de sus composiciones, i la noticia que nos da de sí mis-
mo en una de ellas, parece contar ahora veinte i tres años, i
las hai que se imprimieron en 1821, i aun alguna suena es-
crita desdo 1818: circunstancia que aumenta muchos grados
nuestra admiración a las bellezas de injenio i estilo de que
abundan, i que debe hacernos mirar con suma induljencia los
leves defectos que de cuando en cuando advertimos en ellas.
Entre las prendas que sobresalen en los opúsculos del señor
Heredia, se nota un juicio en la distribución de las partes,
una conexión de ideas, i a veces una pureza de gusto, que no
hubiéramos esperado de un poeta de tan pocos años. Aunque
imita amenudo, hai, por lo común, bastante orijinalidad en sus
fantasías i conceptos; i le vemos trasladar a sus versos con
felicidad las impresiones de aquella naturaleza majestuosa
del ecuador, tan digna de ser contemplada, estudiada i can-
tada. Encontramos particularmente este mérito en las compo-
siciones intituladas: — A mi caballo, — Al sol, — A la no-
che, i — Versos escritos en una tempestad; pero casi todas
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
descubren una vena rica. Sus cuadros llevan, por lo regular,
un tinte sombrío; i domina en sus sentimientos una melanco-
lía, que de cuando en cuando raya en misantrópica, i en que
nos parece percibir cierto sabor al jenio i estilo de lord Byron.
Sigue también las huellas de Meléndez, i de otros celebres
poetas castellanos de estos últimos tiempos, aunque no siem-
pre (ni era de esperarse) con aquella madurez de juicio tan
necesaria en la lectura i la imitación de los modernos, toman-
do de ellos por desgracia la afectación de arcaísmos, la vio-
lencia de construcciones, i a veces aquella pompa hueca, pró-
diga de epítetos, de terminaciones peregrinas i retumbantes.
Desearíamos que, si el señor Heredia da una nueva edición de
sus obras, las purgase de estos defectos, i de ciertas voces i
frases impropias, i volviese al yunque algunos de sus versos,
cuya prosodia no es enteramente exacta.
Tenemos en esta colección poesías de diferentes caracteres i
estilos; pero bailamos mas novedad i belleza en las que tra-
tan asuntos americanos, o se compusieron para desahogar sen-
timientos producidos por escenas i ocurrencias reales. La úl-
tima de las que acabamos de citar es de este número; i como
una muestra de las excelencias de nuestro joven poeta, i de
los defectos o yerros en que algunas veces incurre, la copia-
mos aquí toda.
VERSOS ESCRITOS i:\ UNA TEMPESTAD
Huracán, huracán, venir le Btento;
¡ en lil soplo abrasado,
piro entusiasmado
«Id Señor ,1c |,>s aires el alíenlo.
ün .ila-, de i « 1 1 vientos suspendida,
He rodar por el espacio inmenso,
silencia ndo, irresistible,
1 i ! i . i t Ierra en óalma
funesta, ahí
r ii Caz terrible.
Al toro eoni li.in
teridos;
tBRE LAS POESÍAS DE IIEREMA
la armada frente al ciclo levantando.
i en la hinchada nariz fuego aspirando,
llama la tempestad con sus bramidos.
¡Qué nubes! ¡qué furor! El sol temblando
vela en triste vapor su faz gloriosa,
i entre sus negras sombras solo vierte
luz fúnebre i sombría,
que ni es noche ni dia,
i al mundo tiñe de color de muerte.
Los paj arillos callan i so esconden,
mientra el fiero huracán viene volando;
i en los lejanos montes retumbando,
le oyen los bosques, i a su voz responden.
Ya llega.... ¿no le veis? ¡Cuál desenvuelve
su manto aterrador i majestuoso!...
Jígante de los aires, te saludo!....
Ved cómo en confusión vuelan en torno
las orlas de su parda vestidura.
¡Cómo en el horizonte
sus brazos furibundos ya se enarcan,
i tendidos abarcan
cuanto alcanzo a mirar de monte a monte!
¡Oscuridad universal! su soplo
levanta en torbellinos
el polvo de los campos ajilado.
Oíd....! Retumba en las nubes despeñado
el carro del Señor; i de sus ruedas
brota el rayo veloz, se precipita,
hiere, i aterra al delincuente suelo,
i en su lívida luz inunda el cielo.
¡Qué rumor!.... ¡Es la lluvia!.... Enfurecida
cae a torrentes, i oscurece el mundo;
i todo es confusión i horror profundo.
Cielos, colinas, nubes, caro bosque,
¿dónde estáis? ¿dónde estáis? os busco en vano:
desparecisteis ... La tormenta umbría
en los aires revuelve un océano
que todo lo sepulta....
Al Un, mundo fatal, nos separamos;
o] huracán i yo solos oslamos.
256 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
¡■Sublime tempestad! ¡cómo en tu seno,
de tu solemne inspiración henchido,
al mundo vil i miserable olvido,
i alzo la frente de delicia lleno!
¿Dó está el alma cobarde
que teme tu rujir? Yo en ti me elevo
al trono del Señor; oigo en las nubes
el eco de su voz; siento a la tierra
escucharle i temblar; ardiente lloro
desciende por mis pálidas mejillas;
i a su alta majestad tiemblo, i le adoro.
Ilai en estos versos pinceladas valientes; i para que nos
den puro el placer de la mas bella poesía, solo se echa menos
aquella severidad que es fruto de los años i del estudio.
La siguiente es otra de la obras del señor lleredia en que
encontramos mas nobleza i elevación.
FRAGMENTOS DESCRIPTIVOS DE UN POEMA MEJICANO
¡Oh! ¡cuan bella es la tierra que habitaban
los aztecas valientes! En su seno,
en una estrecha zona concentrados,
con asombro veréis todos los climas
que hai desdo el polo al ecuador. Sus campos
cubren, ;i par de las doradas mieses,
las cañas deliciosas. Kl naranjo,
i la pifia, i el plátano sonante,
hijos del suelo equinoccial, so mezclan
a la frondosa vid, al pino agre
i di- Minerva al árbol majesluí
Nievo eterna! corona las cabezas
[ztaccfhual purísimo, Orizaba
i Popo< atepet; pero el Invierno
nunca aplicó su destructora mano
a le npos, donde ledo
mira <•! Indio en púrpura lljera
i oro tefiir ■ •. ■> i
del s-»i en oocidente, que al alzai
rdura i i- rna
JUICIO SOBRE LAS POESÍAS DE HEKELilA
257
a torrentes vertió su luz dorada,
i vio a naturaleza conmovida
a su dulce calor hervir en vida.
Era la tarde. La lijera brisa
sus alas en silencio ya plegaba,
i entre la yerba i árboles dormía,
mientras el ancho sol su disco hundía
detras de Iztaccihual. La nieve eterna,
cual disuelta en mar de oro, semejaba
temblar en torno del; un arco inmenso
que del empíreo en el cénit finaba,
como el pórtico espléndido del cielo,
de luz vestido i centellante gloria,
de sus últimos rayos recibía
los colorea riquísimos; su brillo
desfalleciendo fué; la blanca luna
i dos o tres estrellas solitarias
en el cielo desierto se veían.
¡Crepúsculo feliz! llora ma; bella
que la alma noche o el brillante día,
¡cuánto es dulce tu paz al alma mia!
Hallábame sentado de Cholula
on la antigua pirámide. Tendido
el llano inmenso que a mis pies vacia,
mis ojos a espaciarse convidaba.
¡Qué silencio! ¡qué paz! ¡Oh! ¿quién diría
que, en medio de estos campos, reina alzada
la bárbara opresión, i que esta tierra
brota mieses tan ricas, abonada
con sangre do hombres....?
Bajó la noche en tanto. De la esfera
el leve azul, oscuro i mas oscuro
se fué tornando. La lijera sombra
de las nubes serenas, que volaban
por el espacio en alas de la brisa,
fué ya visible en el tendido llano.
Iztaccihual purísimo volvía
de los trémulos rayos de la luna
el plateado fulgor, mientra en oriento.
opús*:. • 33
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
bien como chispas de oro, retemblaban
mil estrellas i mil
Al paso que la luna declinaba,
i al ocaso por grados descendía,
poco a poco la sombra se extendía
do\ Popocatepet, que semejaba
un nocturno fantasma. El arco oscuro
a mí llegó, cubrióme, i avanzando
fué mayor, i mayor, hasta que al cabo
en sombra universal veló la tierra.
Volví los ojos al volcan sublime,
que, velado en vapores trasparentes,
sus inmensos contornos dibujaba
de occidente en el cielo.
¡Jigante de Anahuáo! ¡oh! ¿cómo el vuelo
de las edades rápidas no imprime
ninguna huella en tu nevada frente?
Corre el tiempo feroz, arrebatando
años i siglos, como el norte fiero
precipita ante sí la muchedumbre
de las olas del mar. Pueblos i reyes
viste hervir a tus pies, que combatían
cual hora combatimos, i llamaban
eternas sus ciudades, i creían
fatigar a la tierra con su gloria.
Fueron: de ellos no resta ni memoria.
¿1 tú oterno serás? Tal ve/ un día
do tus bases profundas desquiciado
ÜS, i al Anahuac tus va-tas ruinas
abrumarán; levantaránse cu ellas
¡eneraclones, i orgull
que liiiste negarán
¿Quién afirmarme
po Irá que aqueste mundo que habitamos
no es el cadáver pálido i deforme
otro mundo <[u<- fu '■'
r.l romance qu< exprime con udinirable sencillez la
ternura del cariño Rliul.
IUICIO SOBKE f as PO&SÍAS DB HKREDIA
A MI PADRE, EN SIS DÍAS
Ya tu familia gozosa
so prepara, amado padre,
a solemnizar la fiesta
de tus felices natales.
Yo, el primero de tus hijos,
también primero en lo ¡únanle.
hoi lo mucho que te deb<»
con algo quiero pagarte.
¡Oh! ¡cuan gozoso confieso
que tú de todos los pa>'
has sido para conmigo
el modelo inimitable!
Tomastes a cargo tuyo
el cuidado de educarme,
i nunca a manos ajenas
mi tierna infancia fiaste.
Amor a todos los hombres.
temor a Dios me inspiraste,
odio a la atroz tiranía
i a las intrigas infames.
Oye, pues, los tiernos votos
que por ti Fileno lnu
i que de su labio humildo
basta el Eterno so parten.
Por largos años, el cielo
para la dicha te guarde
de la esposa que te adora
i de tus hijos amantes.
Puedas mirar tus bisnietos-
poco a poco levantarse,
como los bellos retoños
on que un viejo árbol renace,
cuando al impulso del tiempo
la frente orgullosa abate.
Que en torno tuyo los veas
triscar i regocijarse,
i que, entre amor i respeto
dudosos i vacilantes.
260 OPÚSCL'CUS LITEKAHIOS I CIÚTICOS
halaguen con labio tierno
t'.i cabeza respetable.
Deja ([iio los opresores
osen faccioso llamarlo.
que el odio de los perver
ila a la virtud mas rea
En vano blanco le hicieran
de sus intrigas cobardes
unos reptiles oscuros.
sedientos do oro i de sangre.
Hombres odiosos!.... Empero
tu alta virtud depuraste,
cual oro al crisol descubro
sus finísimos quilates.
A mis ojos te engrandecen
esos honrosos pesares;
i si fueras mas dichoso,
me fueras menos amable.
De la mísera Caracas
oye al pueblo cual te aplaude,
llamándote con ternura
su defensor i su padre.
Vive, pues, en paz .serena;
jamas la calumnia infame
con hálito pestilente
de tu honor el brillo empañe
Déte, en medio de tus hijos,
salud BU bálsamo suave;
i bríndete amor risueño
lai caricias conyugales.
imp Nucion Qoa hace ostimar tanto la virtuosa sensibi-
lidad del sefior Heredia, oomo admirar bu tálenlo, [guales
alabanza! debemos dar a loa cuartetos intitulados Carácter
di- mí padre, Paréoeños también justo, aunque sea a posta
de una 'i. esta oportunidad para tributar a
lana leí difunto señor Heredia el respeto i agradeci-
miento que le de] imericano por su oonduotaen circuns-
i difícil" i '< ilustre majistrado porto-
JUICIO SOBRE ¡.AS POESÍAS DE IIEREDÍA 261
necio a una do las primeras familias de la isla de Santo
Domingo, ele donde emigró, según entendemos, al tiempo de
la cesión de aquella colonia a la Francia, para establecerse en
la isla de Cuba, donde nació nuestro joven poeta. Elevado a
la magistratura, sirvió la rsjoncia de la real audiencia de Ca-
racas durante el mando de Monte verde i Bóves; i en el desem-
peño do sus obligaciones, no sabemos qué resplandeció mas, si
el honor i la fidelidad al gobierno, cuya causa cometió el ye-
rro de seguir; o la integridad i firmeza con que hizo oír
(aunque sin fruto) la voz de la lei; o su humanidad para con
los habitantes de Venezuela, tratados por aquellos tiranos i
por sus desalmados satélites con una crueldad, rapacidad e
insulto inauditos. El rejente íieredia hizo grandes i constan-
isfuerzós, ya por amansar la furia de una soldadesca bru-
tal que hollaba escandalosamente las leyes i pactos, ya por
infundir a los americanos las esperanzas, que él sin duda te-
nia, de que la nueva constitución española pusiese fin a un
estado de cosas tan horroroso. Desairado, vilipendiado, i a
fuerza de sinsabores i amarguras arrastrado al sepulcro, no
logró otra cosa que dar a los americanos una prueba mas de
lo ilusorio de aquellas esperanzas.
Volviendo al joven Heredia, desearíamos que hubiese escri-
to algo mas en esto estilo sencillo i natural, a que sabe dar
tanta dulzura, i que fuesen en mayor número las composicio-
nes destinadas a los afectos domésticos e inocentes, i menos
las del ¡enero erótico, de que tenemos ya en nuestra lengua
una perniciosa superabundancia.
De los defectos que hemos notado, algunos eran de la edad
del poeta; pero otros (i en esto número comprendemos princi-
palmente ciertas faltas de prosodia) son del país en que nació
i se educó; i otra tercera clase pueden atribuirse al contajio
del mal ejemplo. De esta clase son las voces i terminaciones
anticuadas, con que algunos creen ennoblecer el estilo, pero
que en realidad (si no se emplean mui económica i oportuna-
mente) le hacen afectado i pedantesco. Los arcaísmos podrán
tolerarse alguna vez, i aun producirán buen efecto, cuando se
trate de asuntos de mas que ordinaria gravedad. Pero soltar-
OPÚSCULO!) LITERARIOS 1 CIÚTICOS
los a cada paso, i dejar sin necesidad alguna los modos de de-
cir que llevan el cuño del uso corriente, únicos que nuestra
alma ha podido asociar con sus afecciones, i los mas apropó-
sito, por consiguiente, para despertarlas de nuevo, es un abuso
reprensible; i aunque lo veamos autorizado de nombres tan
ilustres como los de Jovellános i Meléndez, quisiéramos se lo
destarrase de la poesía, i se le declarase comprendido en el
anatema que ha pronunciado tiempo há el buen gusto contra
los afeites del gongorismo moderno. En los versos de Uioja,
de L >pe tle Vega, de los Arjénsolas, no vemos las voces anti-
cuadas que tanto deleitaron a Meléndez i a Cienfuégos. Agré-
gase a esto lo mal que parecen semejantes remedos de anti-
güedad en ultras que por otra parte distan mucho de la frase
castiza de nuestra lengua.
Uno de los arcaísmos de que mas se ha abusado, es la in-
flexión verbal /Itera, amara, temiera, en el sentido de plus-
euamperfecto indicativo. Bastaría para condenarle la oscuridad
que puede producir, i de hecho produce no pocas veces, por
• íicios que la conjugación castellana tiene ya asig-
nados a esta forma del verbo. Pero los modernos, i en espe-
cial Meléndez. no contentos con el uso antiguo, la han cm-
1 i «o acepciones que creemos no ha tenido jamas. Los
antiguos en el indicativo no la hicieron mas que plusouam-
¡léndez, i a su ej enripio el señor Heredia, le dan
i imbien la fuerza de 1 »s demás pretéritos, de manera que, se-
práotica, e! tiempo .■////.■//■,•/, ademas de sus acopoio-
; i':.. i i condicional, significa amé, amato i h&bia
[ esto no es una verdadera corrupción, no sabemos
i | ■ i '• n
i que el estilo de la poesía moderna nos parece
i de la i ito severo, es el oaracte.
Mes con epitotos sacados de la metafísica
de l.i debe decir que un talle es <■!<■-
•, que n, idrftic/a, que una perspectiva es
pinlovescüf que un volcan o una catarata es sublime. Estas
ver l.i leros barba pn el idioma de las mu-
fica las imprc ¡o-
JUICIO SOBRE LAS POE8ÍA8 DE HE HEDÍA 203
nos producidas por la contemplación de los objetos, no al poe-
ta, cuyo oficio es pintarlos.
Como preservativo de estos i otros vicios, mucho mas dis-
culpables en el señor Ileredia que en los escritores que imita,
le recomendamos el estudio (demasiado desatendido entre
nosotros) de los clásicos castellanos i de los grandes modelos
de la antigüedad. Los unos castigarán su dicción, i le harán
desdeñarse del oropel de voces desusadas; los otros acrisolarán
su gusto, i le enseñarán a conservar, aun entre los arrebatos
del estro, la templanza de imajinácion, que no pierde jamas
de vista a la naturaleza, i jamas la exajera, ni l.i violenta.
Nos lisonjeamos de que el señor Ileredia atribuirá la liber-
tad de esta censura únicamente a nuestro deseo de verle dar
a luz obras acabadas, dignas de un talento tan sobresaliente
como el suyo. En cuanto a la resolución manifestada en una
nota a Los placeres de la melancolía de no hacer mas versos,
i ni aun correjir los ya hechos, protestaríamos altamente con-
tra este suicidio poético, si creyésemos que el señor Ileredia
fuese capaz de llevarlo a cabo. Pero las musas no se dejan
desalojar tan fácilmente del corazón que una vez cautivaron,
i que la naturaleza formó para sentir i expresar sus gracias.
(Repertorio Americano, Año de 1H-27.)
JUICIO CRITICO
DE DON JOSÉ GÓMEZ HERMOSILLA
SONETOS DE MORA TIN
Han llegado recientemente a Santiago algunos ejemplares
del Juicio Critico de ¡os principales podas españoles de la
■ultima, era, obra postuma de don José Gómez llcrmosilla,
publicada en París el año pasado por don Vicente Salva. Los
aficionados a la literatura bailarán en esta obra mili atinadas i
juiciosas observaciones sobre el uso propio de varias voces i
frases castellanas, i algunas también que tocan al buen gusto
en las formas i estilo de las composiciones poéticas, si bien
es preciso confesar que el Juicio Critico está empapado, no
menos que el Arte de hablar, en el rigorismo clásico de la
escuela a que perteneció llcrmosilla, como ya lo reconoce su
ilustrado editor.
Eli literatura, bis clásicos i románticos tienen cierta seme-
janza no lejana con lo que son en la política los lejitimislas i
los liberales. Mientras que para los primeros es inapelable la
autoridad de las doctrinas i prácticas que llevan el sello de la
antigüedad, i el dar un paso fuera de aquellos trillados sende-
ros es rebelarse contra los sanos principios, los segundos, en
su conato a emancipar el injenio de trabas inútiles, i por lo
mismo perniciosas, confunden a veces la libertad con lamas
desenfrenada licencia. La escuela clásica divide i separa los
jéneros con el mismo cuidado que la secta lejitfmista las va-
,¡ neos
rías jerarquías sociales; la gravedad aristocrática de su traje-
día i su oda no consiente el mas lijero roce de lo plebeyo, fa-
miliar o doméstico. La escuela romántica, por el contrario,
hace gala de acercar i confundir las condiciones; lo cómico i
lo trájico se tocan, o mas bien, se penetran íntimamente en
sus heterojéíieas dramas; el interés de los espectadores se re-
parte cutre el bufón i el monarca, entre la prostituta i la prin-
cesa; i el esplendor de las cortes contrasta con el sórdido egoís-
mo de los sentimientos que encubre, i que so hace estudio de
poner a la vista con recargados colores. Pudiera llevarse mu-
cho mas allá este paralelo, i acaso nos presentaría afinidades
i analojías curiosas. Pero lo mas notable es la natural alianza
del lejitiinismo literario con el político. La poesía romántica
es de alcurnia inglesa, como el gobierno representativo i el
juicio por jurados. Sus irrupciones han sido simultáneas con
las de la democracia en los pueblos del mediodía de Europa. I
lns mismos escritores (pie han lidiado contra el progreso en
materias de lojislacion i gobierno, han sustentado no pocas
- la lucha contra la nueva revolución literaria, defendien-
do a tolo trance las antiguallas autorizadas por el respeto su-
le nuestros mayores: Ios-códigos poéticos de Até-
. 1; i u i. i de la Francia de Luis XIV. I>e lo cual tenemos
una muestra en don José Gómez llermosilla, ultra-inonarquis-
i) política, i ultra-clásico en literatura.
Mas aun fuera de los puntos de diverjeneia entre las dos
escuelas, son muchas las opiniones de este célebre literato, de
que ii timos inclinados a disentir. Si se presta alguna
ateno /aciones que vamos a someter al juicio do
• hallará que las aluviones de ller-
. da son a veces precipitadas, i sus fallos erróneos; que su
rada como mi alabanza; que tiene una
vend para p ircibir los defectos de su autor favori*
i tiempo que escudriña con una perspicacia mi-
mperfecciones i deslices de los "tros, si asi
mtes qu ios a la lijera «ai
|i . lido hurlar a OOUpaoioneS nías 80-
ian del lodo i que cultivan
JUICIO CIÚTICO DE DON JOSÉ GÓMEZ UERMOSILLA 267
la literatura, cuyo número (como lo hemos dicho otras veces,
i nos felicitamos de ver cada dia nuevos motivos do repetirlo ,
se aumenta rápidamente entre nosotros. La materia es larga;
i esto nos impone la obligación de ceñirnos a la menor exten-
sión posible.
El autor principia por don Leandro Fernández deMoratin,
uno de los escritores mas puros i castigados que tenemos en
nuestra lengua castellana. No convenimos ni con los que nie-
gan a Moratin las dotes del injenio poético, ni con los que le
consideran exclusiva o principalmente como poeta dramático.
Algunas ilü sus composiciones líricas nos parecen de un orden
muí elevado, a que no llegan sus mejores comedias. Mas no
por eso estamos dispuestos a suscribir a los entusiásticos clo-
jios de Hermosilla, que le mira como un modelo acabado de.
todas las perfecciones en todos los j eneros. En la primera línea
del primer.» de sus s >nct >s, nos encontramos ya con aquella
trasposición favorita, que da cierto resabio de amaneramiento
a bu estilo:
lisios que levantó de mármol duro
sacros altares la ciudad famosa, ele.
Los que huyeron aprisa
crespos cabellos que en mi frente vi.
Los que al mundo
Naturaleza dio, males crueles.
listos (pie formo, de primor desnudos.
no castigados de tu docta ama,
fáciles versos.
Ese que duermes en ebúrnea cuna
pequeño infante.
Esta que me inspiró i'á il Tulla
moral lección
Esta que ves llegar máquina lenta.
La do cisnes candidos tirada
concha de Venus
etc. etc.
OPÚSCULOS LITEH ARIOS I CIÚTICOS
le esta trasposición no solo es permitida, sino elegante,
es indisputable. Mioja principia con ella su incomparable can-
ción .1 fas I urinas de Itálica:
Estos, Fabio, ¡ai dolor! que ves abora
campos de soledad
Pero es necesario economizarla. En su frecuente uso (como
en otras cosas), imitó Moratin el estilo, quiza demasiado artifi-
cial, de los líricos italianos, cuya lengua, por otra parte, se
presta masque la nuestra a las inversiones, aun en prosa. Se
cree que con semejantes artificios se ennoblece el estilo; lo
que se logra las mas veces es alejarlo del idioma natural i sen-
cillo en que los hombres expresan ordinariamente sus pensa-
mientos i afectos.
( )tra cosa que notamos en las obras líricas de Moratin i de
los demás clasiquistas, es el prurito continuo de emplear las
imájenes de la mitolojía jentílica, de que no se lian abstenido
ni aun en sus composiciones sagradas. Nos choca la palabra
Averno en asuntos tan eminentemente cristianos como el del
soneto .1 /.•( Capilla del Pilar de Zaragoza, i el del cántico
de los Padres del Limito. Lo mismo decimos tlel Olimpo en
laodaOm motivode la fiesta secular de Lendinara. En el
soneto .\ //o// ,Jn;i)i Bautista ('mili, — F<>bo, desde la tierna
infancia de Moratin^ quiso que ¡misara el plectro de
marfil i go¡ \rdes bosques i la [nenie fria del
ilélicona. Mas adelante, el coro de las musan oye suspen-
so el canto de Moratin. En el soneto \ Flérida poetisa^ —
ninfa del rio Turia pulsa en el castalio coro la <■/-
tara i latina. Mas ¿para qué oitar ejemplos? Rarísimo
el b meto, oda, cántico, silva, romaneo, en que no haya
de esta tanta jioa. Da lástima
i tan hermosos unas
I marchit
también, i i peculiar del estilo clásico, el abu-
i, la inania de sustituir a \\\\ nombro
del objeto. 8e buscan la sublimi-
tu li icU i ambiciosas
JUICIO CRÍTICO DE DON JOSÉ GÓMEZ HEIIMOSILLA «-'-I
perífrasis; i se disfraza no pocas veces con estos artificiales
atavíos la pobreza real de los pensamientos e imájenes. Ni
aun la voz Pilar se encuentra en el primero de los sonetos de
Moratin poco há eita'dos, que si no fuera por el epígrafe, sería
quizas un verdadero enigma para el mayor número de los
lectores.
Soneto Las Masas. Sus oficios no nos parecen tan bien
deelarados, como dice llermosilla. Polimnia (la de mucho*
himnos, quo eso significa su nombre) era, según algunos,
la diosa del canto i de la retórica. \o sabemos con qué fun-
damento la haga presidir Moratin a la poesía didáctica:
Sabia Polimnia, en razonar sonoro,
verdades dicta, disipando errores.
De Irania dice que
Mide .... los cercos superiores
de los planetas i el luciente coro:
expresión que no nos parece ni exacta, ni clara. Los cercos
superiores de los planetas no pueden ser otra cosa quo las
órbitas del Sol, Marte, Júpiter i Saturno, de manera que la
Luna, Mercurio i Venus quedan excluidos, sin motivo alguno,
déla jurisdicción de esta musa. Ni acertamos a determinar la
idea precisa significada por el luciente coro. Si lo forman
todos los astros, como debiera ser, la mención especial de los
planetas superiores es una redundancia. Si solamente las es-
trellas fijas, no vemos razón para que no concurran a él las
mas móviles i espléndidas de las antorchas celestes, como lo
son a nuestra vista los planetas.
Mudanzas de la suerte i sus rigores
Melpómene feroz bañada en llanto.
Rigores después do mudanzas de la suerte es ripio. Fe-
roz i bañada en llanto son dos epítetos que no pueden
convenir simultáneamente a una misma persona.
Pinta vicios ridículos Taba
en fábulas que anima deleitosas,
i ésta le inspira al español I natío.
'¿70 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
Este !<• pleonástico, introducido solamente para llenar el
verso, liaee floja i desgraciada la conclusión. El soneto no es
digno de -Moratin.
Junio Bruto. Notan perfecto -como juzga Ilermosilla. El
senado no tenia que hacer en los juicios; ni se quemaba in-
cienso a los dioses en las ejecuciones sangrientas; ni los a//a-
res de oro convienen a la sencillez i pobreza de la infancia
de Roma republicana, que bien merecía alguna pincelada en el
cuadro: Famam sequere.
Valerio alza la diestra; en ese instante,
al uno i otro joven i n felice
hiere el lictor, i las cabezas toma.
Obsérveselo que una frase superfina, introducida únicamen-
te para proporcionar una rima, puede perjudicar a la exactitud
de las ideas i a la verdad de la descripción. La inútil inser-
ción de en ese instante nos obliga a mirar como simultáneos
los dos golpes sucesivos del hacha sobre los cuellos de los dos
jóvenes, i lo que OS mas, como simultáneo con ambos golpes
el .1 íto de tomar las cabezas, loquedaal ministerio terrible del
verdugo la celeridad intempestiva i algo ridicula de un juego
is. A lemas no se alcanza para qué toma el lictor las
-i n i es para dar un o ensoñante a Roma. Si se di-
ntelas alza o levanta, entenderíamos que las muestra
al pueblo; pero tomar no sujiere esa idea.
Gracias, Jóve inmortal: \a es libre Roma.
Conclusión sublime i verdaderamente romana; pero es justo
observar que Moratin la sacó totidem verbis del final de una
lia francesa, que tiene el mismo asunto que bu soneto:
I;. >me est libre, il sufrí I : rendí i aux dieux.
Pcrmfl letenernos en una cuestión puramente gra-
ratin lia dicho en este sonrio las haces, oonfor-
n du 1 1 con ol l>i<-r¡<m;iri<> de la [endemia Espa-
Ve ¡de mi petO B la autoridad de QSte sabio
. i n el ¡énoro femonino de //,<
JUICIO CIÚTICO DIS DON JOSÉ GÓMEZ ÍJL'UMCSfLLA
Estas linces eran irnos Jiaces de varas: la palabra no significa
otra cosa. Esa misma era la significación del latino fasces^
masculino. Esa misma es la del francés faisceaux, masculi-
no. Valbuena, en su diccionario latino-español (cuarta edi-
ción), exponiendo la palabra FASCIS, dice: «Fascis, haz, mano-
jo. Fasces, los haces de varas, atados con una hacha en me-
dio, que llevaban delante los lictores por insignia de los pre-
tores provinciales, procónsules, pretores urbanos, cónsules i
dictadores. Suva mil tere fasces, bajar los haces: cortesía que
usaban los majistrados menores cuando so encontraban con
los mayores.» Casi otro tanto repite en su diccionario español-
latino v. haz. El punto, en nuestro concepto, no admite duda.
Otra cuestión: ¿es anticuado haces en el sentido de que
trata, como enseña la Academia? (Nos referimos a la séptima
edición del Diccionario.) Pero si /taces, significando manojos,
no es anticuado, ¿por qué ha de serlo significando los manojos
de varas de que iban armados los lictores? Sobre todo, ahí
está Moratin, que, pudiendo haber preferido la forma reco-
mendada por la Academia, se abstuvo de hacerlo; i no era él
hombre que anduviese a caza de palabritas anticuadas para
embutirlas en sus versos.
Tercera cuestión: ¿es fasces femenino, como pretende la
Academia? La voz es enteramente latina, i esto basta para de-
cidir la cuestión. Si el Diccionario Latino de Valbuena le
da ese jénero, ha sido probablemente descuido del impresor;
i no está de mas notarlo, porque lo vemos copiado inadvertida-
mente en la edición de don Vicente Salva.
Rodrigo: excelente soneto. — Sin embargo de lo que dice
llermosilla, no nos parece que sean dignos de señalarse como
particularmente felices los epítetos ronco estruendo, ignora-
da xenda, estrago horrendo, sombra fria, herido i débil , i
raudal ondoso, que se encuentran en los mas adocenados
poetas, aplicados a los mismos objetos en circunstancias aná-
logas.— En cuanto a militar porfía, que, según llermosilla,
no es una buena perífrasis para significar un combate obstina-
do, porque porfía es contienda o disputa de palabras, nos
apartamos también de su dictamen, i lo hacemos ahora con
OPL'SCl.'LOS LiTEKAIUOS I CIÚTICOS
mas confianza, porque tenemos a nuestro favor el sufrajio de
la Academia, que da a porfía, secundariamente la acepción je-
neral de «continuación o repetición de una cosa muchas veces
con ahínco i tesón.» Moratin ha dicho sangrienta militar
por fía y i ese epíteto hace todavía mas clara i determinada la
frase. — El segundo terceto, en que se pinta la muerte de Ro-
drigo en el Guadalete, es bellísimo:
Surca las aguas; cede al poderoso
ímpetu; espira el infeliz; i entrega
el cuerpo, al fondo; a la corriente, el manto.
( " 'utas de Eliodora Saltatriz. En las
hechuras i puntadas
de madama Bnrlet i del platero, •
Hermosilla nota, con alguna razón, que, tal como está la pala-
bra, parece que el platero se hace pagar, no solo sus hechuras,
sino sus puntadas, como si fuera sastre o modista. Ademas,
puntadas se incluye en hechur&8i i es ripio.
La Noche de Montiel. El rei de Castilla don Pedro el
Cruel, estrechamente bloqueado en Montiel por su hermano el
infante don Enrique de Trastamara, trató de corromper la fi-
delidad del condestable Beltran Duguesclin, que con una com-
pañía tic franceses ayudaba al infante. Beltran no hizo escrú-
pulo de engañar al rei, i le convidó a una entrevista nocturna,
en que don Pedro so encontró inopinadamente con su rival.
Trabada entre ellos la lucha, como la desoribe Moratin, Beltran
intervino, favoreciendo al infante, que se hallaba ya a punto
de perder la vida. Eli Cata] efecl i de esta alevosa intervención
i que se indica en 1"- versos:
Beltran [aunque sus glorias amancilla)
tni temido Instante.
Pero la exp «ira <• Impropia, Lo que trueca Bol-
instante de la muerte, sino la ví.ti-
El epíteto de lucha o&cil&nte merecía notarse como mas
• leí soneto de Rodrigo.
JUICIO CRÍTICO DE DON JOSÉ GÓMEZ HERMOSILLA
A Clori histrionisa. Viejo cuadro de mitolojía griega, pero
bien barnizado. El vinoso auriga es del vocabulario culterano
de los discípulos de Góngora.
No va menos dichosa i opulenta,
que la de cisnes candidos tirada
concha de Venus, cuando en la morada
celeste al padre ufana se presenta.
El tercer verso de este cuarteto es lánguido. Pero el epíteto
opulenta, con perdón del señor Ilermosiila, es propio i opor-
tuno. Decir que el coche simón que conduce a la bella come-
dianta, no va menos dichoso i rico, que la concha en que Ve-
nus se presenta ufana a su padre, no es decir que el coche
simón sea rico do suyo. El carruaje mas desastrado puede ir
opulento por la carga que lleva.
A Clori declamando en fábula trújica.
¿Qué acento de dolor el alma vino
a herir? ¿Qué funeral adorno es este/
¿Qué hai en el orbe que a tas luces cueste
el llanto que las turba cristalino?
¿Pudo esfuerzo mortal, pudo el destino
así ofender SU espíritu celeste?
¿O es todo engaño, i quiere Amor qu3 preste
a sa labio i SU acción poder divino?
Algo violenta es esta transición do la segunda persona a la
tercera en el sexto verso. Lo mismo decimos de la de un su-
jeto a otro en el undécimo. El amor, dice el poeta, quiere que
Clori, exenta de los sentimientos que ella inspira,
silencio imponga al vulgo clamoroso,
i dócil a su vo/. se angustie i llore.
La construcción pide que el se angustie i llore se refiera a
Clori, i la intención del poeta es que se refiera al culgo.
Para el retrato de Felipe Blanco. Uno de los mejores so-
netos de Moratin i de la lengua castellana.
OPÚSC, 35
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICO?
A ¡a memoria de clon Juan Meléndez Valdcz. Bellísimo,
no obstante los resabios de mitolojía.
El de La Despedida es también de un mérito sobresaliente.
A la exposición de los jyroductos de las artes en el Lou-
vre. Tenemos el mientra por errata. Moratin no gustaba de
arcaísmos; i nunca los empleó, sino cuando le fueron absoluta-
mente necesarios para el ritmo; i auu eso con suma modera-
ción.
A la Muerte de Máiquez. Excelente.
A un cuadro de Guerin. Llorar Héctor sin vida i Ilécuba
doliente, siendo Héctor i Ilécuba los objetos llorados, no lo
consiente nuestra lengua. El acusativo de nombre propio sin
artículo debe ir precedido de la preposición a. Ilermosilla no
suele ser el delicado i severo Ilermosilla, cuando toma a Mo-
ratin en la mano.
Al autor de las Jeórjicas Portuguesas. La levísima dureza
de inextinguible gloria solo consiste, si no nos engañamos,
en la proximidad de ble, glo, articulaciones heridas ambas por
la líquida l. La sustitución del epíteto interminable, o ¿n-
mar cesible, sujerida por Ilermosilla, dejaría subsistir el de-
fecto .
A una bailarina de Burdeos.
O on bre^o sueño su inquietud reposa,
0 el aire hiende, la prisión burlada,
dulces afectos inspirar la agrada.
El sentido es «ya repose dormida, ya hienda el aire.» El
ojo de los indicativos, reposa, hiende ¡ es un solecismo, en
que Moratin no habría incurrido, sino por la violencia que ha-
1 runa, a lofl nías esmerados poetas.
II
CJÜ I ODAS DE MonvriN
La Anunciación. Bastante bueno; pero no tanto
que justifique los inmoderados elojios de rlermosilla, que ¡
aquí I le una ilidad • Nótese todo ái .
IB DON JOSÉ GÓMEZ HEKMOSILLA
dice, porque todo os lo mejor que pudo hacerse, dado el
asunto.»
Cántico A nombre de unas niñas ('¿¡uniólas de una /'mut-
ua, refujiada en Francia. El coro es de lo mas débil que
lió de la pluma de Moratin:
Si la ([no liel se ajut
a tu lei soberana,
en leve sombra i vana
se debe disipar;
Antes la Parea adusta.
que le amenaza liera.
de crímenes pudiera
la tierra libertar.
Todo esto se reduce a decirnos que, debiendo morir un;! tan
buena señora, la muerte pudiera acabar primero con los mal-
vados: pensamiento que seguramente no tiene nada que lo
recomiende. El segundo verso carece de la cadencia rítmica
necesaria para el canto. Parca es una dios i jentílica, cuyo
nombre no suena bien en una poesía devota. Adusta i fiera son
dos epítetos ((ue ofrecen aquí süstancialmente una misma idea,
en una misma oración; que califican a un mismo objeto, i ri-
man i llenan el verso, i nada mas: con uno de ellos, «obraba.
Pero lo peor de todo, en nuestro juicio, es la i lea expresada
por los versos tercero i cuarto. ¿Cómo podían figurarse unas
niñas cristianas que todo lo que halda de quedar de su bienhe-
chora después de la muerte era una sombraleve i rana'.' ¿Po-
dían olvidar la recompensa prometida a la virtud en una exis-
tencia muí diferente de la de las sombras o manes jenlílicos?
Algunas de estas faltas pasarán por pecadillos veniales; pero
tantas, acumuladas en ocho rengloncitos heptasílabos, hubie-
ran parecido a Ilermosilla mas que lo bastante para llamarlos
¡'(ojillos, si los hubiera encontrado en Noroña o Cienfuégos.
Oda Con motivo de la ¡i<>s!;i ¿ocular de Lendinara. Dul-
císima. Ella sola sería suficiente para dar a Moratin un lugar
elevado entre los líricos españoles. El juicio de Hermosilla
está en todo conforme con el nuestro en cuanto a la sobresa-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
liento belleza i elegancia de esta oda, que es una de las mejo-
res que se han compuesto en español.
Oda A Joceilános.
Id, en las alas del raudo céfiro,
humildes versos, de las floridas
vegas quo diáfano fecunda el Arlas,
a donde lento mi patrio rio
ve los alcázares de Mantua excelsa.
Ilermosilla dice que esto metro era desconocido en el Par-
naso castellano untes de Mora ti ti. Pero propiamente el verso
es pentasílabo, conocido i usado de largo tiempo atrás:
Id en las alas
del raudo céfiro,
humildes versos,
do las floridas
vegas que diáfano, etc.
No consiste la unidad del verso en que el autor haya querido
escribirlo en una sola linca, sino en no poderse dividir cons-
tantemente en dos o mas miembros de determinado número
de. sílabas, i separados uno do otro de manera que, entre la
sílaba final del primero i la inicial de] segundo, no haya nunca
sinalefa, i en que cualquiera de los miembros tenga una sílaba
menos, si i lo, i una mas, si os esdrújulo. Ahora bien, la
| Jovellános no tiene sinalefa alguna en el paraje indica-
do, i presenta el aumento de silaba en iodos los finales esdrú-
julos, a cualquiera miembro que pertenezcan.
Od i la. l/i idea principal i muchos de los pormenores
sm de l i livo, cuerdas do úrot plectro^ la
madre do lo i, i arasen nirto iflores, ¿A
qué boml aderamente enamorado bq le oourren jamas
amante se encomienda hoi a Venus para qué
ablande el cora/mi de BU amada.'' Hioi n'est beau qUO le nv//.
ilermosilla no nubil ra talvez perdonado a otro poeta el penúl-
timo verso, quo, sobre no bot muí decente, i prosaico.
te do i '"//'/". Muí bolla; i mejor i no
JUICIO CRÍTICO US DON JOSÉ GÓMEZ IIERMOSILLA ti >
se encontrasen en ella, como de costumbre, las nuevo áellc-
licono, con su lira de marfil, i el Pindó, i la caña -pastoril
de Tcócrito, i la Parca, i Febo. ¡Qué prurito de jentilizar! —
No nos agrada el Numen para significar el verdadero Dios:
I el cántico festivo
que en bélica armonía
el pueblo fujitivo
al Numen dirijía,
cuando el feroz ejército
hundió en su centro el mar.
Parece que se tratara de una divinidad mitolójica. Bélica no
era ciertamente la armonía délos cantares que entonaban los
israelitas celebrando el poder de Jehová, que había destruido
a su enemigo. Ni el ejército de Faraón fué hundido en el
centro del mar, sino en una de su extremidades. A pesar de
estos pequeños lunares, que resaltan mas en un estilo tan ha-
bitualmente esmerado i correcto, convendremos en que la
composición, aunque no corresponda a todas las alabanzas de
Ilermosilla, es una de las mejores de Iiwco Celenio.
Oda A Rosinda histrión isa. No sabemos por qué razón el
el ojio extendido de una actriz debiese escribirse, como preten-
de Ilermosilla, en un romance octosilábico, i no en versos
anacreónticos. Los de esta poesía no lo son realmente, sino
estrofas heptasílabas de cuatro versos, que es cosa diversa,
(■omo mas adelante veremos. Ella es una verdadera i hermosa
oda en el tono de la Quis multa gracilis te puer in rosa de
Horacio. Notaremos (ademas del abuso perpetuo de la mitolo-
gía) el le pleonástico de
El tiro que destinas
al flechero le vuelves;
el opiteto de cítara en la estrofa:
Por mí sus alabanzas
serán cantadas siempre
en acentos suaves
de citara 'doliente
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
¿Por qué había de ser doliente una cítara que se empleaba en
cantar alabanzas? Solo porque era necesario para el asonante.
Oda Los Dias. Cuestión entre Hermosilla i Tinco sobre si
tacreóntica o no es anacreóntica. ¿Qué importa el nombre?
[ue se podría dudar es si el metro es o no adecuado a la
materia, i si el poeta ha sabido desempeñarla. En realidad de
verdad, la composición es una sátira, i tan sátira como cual-
quiera de las de Horacio; la Ibum forte via sacra, por
ejemplo.
O la A la memoria de don Nicolás Fernández de Mo-
ral in. Diga lo que quiera Hermosilla, no es anacreóntica,
sino verdadera oda elejíaca, como la Quis desiderio sil pu-
dor nnt modus de Horacio. Ni podemos tampoco persuadir-
nos a que, siendo elejíaca, no debió componerse en el roman-
cillo heptasílabo. ¿Por qué hemos de creer que este verso no
sirva mas que para retozos i brindis? Nuestro crítico olvidó
(jue las odas i endechas heptasüabas so componían siempre en
cstrofilias de a cuatro, como las de esta composición, lo que
I ;.■ hacerse en la verdadera anacreóntica, que es Ubre i
desembarazada en su marcha. En la métrica castellana, se lla-
maron endechan las estrofas de esa clase, i endechas reales
onstaban de tres heptasüabos i un endecasílabo; i es
Sabido que a lis canciones lúgubres 36 daba el nombre
de end ■•■h;is) lo que indica que se miraba la estrofa heptásí-
1 aba como apropiada a lo triste i lamentable: la denominación
i materia se '< a la forma. Pero no disputemos so-
is o no a propósito el romanee heptasílabo en
regulares para los asuntos suaves, tiernos i tristes?
ii la \'-r ladera cuestión; i para deoidirla «mi el sentido de
iu i el nuestro, basta citar Las Barquillas de Lope.
\'o se puede negar que liai muoha suavidad i elegancia en
tposicion de Moratin. Diremos con todo (¡ue la corva
, impropio; ¿cómo pudieran guardarse
la* fl 'erO lo peor de lodo es (pie no
perarse, un hijo que
su padre, sino un pastor
[1 1 que 1! del Tcrmodonte, cuya alma
JUICIO CRÍTICO DE DON" JOSÉ GÓMEZ HERMOSILLA 2Í9
habita, por supuesto, no el cielo de los cristianos, sino los
campos elisios, i sobro cuya tumba se reclina Erato, mientras
que Cupido huye del seno de su madre, se esconde, rompe el
arco i la venda, quema la aljaba, etc. I tras tóelo esto, la Par-
ca, las ninfas, Oione, el Aqueronte, Clio, i las aves de
Venus.
Si se quiere oír el jenuino lenguaje del amor filial i de la
verdadera ternura, léase el siguiente romance del habanero
Iíeredia, arrebatado demasiado temprano a la poesía i a la
América.
A MI PADRE EN SUS DÍAS
Ya tu familia gozosa
se prepara, amado padre,
a solemnizar la fiesta
de tus felices natales.
Yo, el primero de tus hijos,
también primero en lo amante,
hoi lo mucho que te debo
con algo quiero pagarte.
Oh! ¡cuan gozoso confieso
ciuo tú de todos los padres
has sido para conmigo
el modelo inimitable!
Tomástcs a cargo tuyo
el cuidado de educarme,
i nunca a manos ajenas
mi tierna infancia fiaste.
Amor a todos los hombres,
temor a Dios me inspiraste,
odio a la atroz tiranía,
i a las intrigas infames.
Oye, pues, los tiernos votos
que por tí Fileno hace,
i que de su labio humilde
hasta el Eterno se parten.
Por largos años, el cielo
para la dicha te guarde
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de la esposa que te adora
i de tus hijos amantes.
Puedas mirar tus bisnietos
poco a poco levantarse,
como los verdes retoños
en que un viejo árbol renace,
cuando al impulso del tiempo
la frente orgullosa abate.
Que en torno tuyo los veas
triscar i regocijarse,
i que enlreaamor i respeto
dudosos i vacilantes,
halaguen con labio tierno
tu cabeza respetable.
Deja que los opresores
osen faccioso llamarlo,
que el odio do los perversos
da a la virtud mas realce.
En vano blanco te hicieran
de sus intrigas cobardes
unos reptiles oscuros,
sedientos de oro i de sangre.
Hombres odiosos!.... Empero
tu alta virtud depuraste,
cual oro al crisol descubre
sus finísimos quilates.
A mis ojos te engrandecen
OS honrosos pesares;
i si fueras mas dieln
mo fueri amable.
l le la misera < laráoas
al pueblo cual te aplaude,
llamándote con ternura
su defensor i su padre.
Vive, pus I, en i
jai ilumina infame
oon hálito i'
<i<« tu honor el brillo empañe.
i >.'!•■ en de tus hijos
JUICIO CRÍTICO DE BON JOSÉ GÓMEZ HERMOSILLA 281
i bríndete amor risueño
las caricias conyugales.
Hermosilla censuraría justamente algunas repeticiones, re-
chazaría algunas palabras i frases menos castizas, i diría que
este o aquel verso es prosaico i ílojillo. I nosotros le responde-
ríamos con el Alcéstes de Moliere:
Mais ne voyez vous pas que cela vaut bien mieux,
que ees colifichets dont le bon sens murmure,
el que la passion parle la toute puré?
III
TRADUCCIONES, CUENTO, SILVAS, I OTRAS POESÍAS DE MORATTN
Sobro las traducciones de Horacio, no podemos pasar tan de
lijero como lo hace Hermosilla, ni conformarnos cun su dic-
tamen do que el texto latino ha sido perfectamente entendido
i expresado.
La que principia Deja la Chipre amada, tomo 3.°, pajina
284, de la edición do París, no es gran cosa. Invocar con hu-
mos no es invocar con incienso, vocantis thure te multo.
La que principia No pretendas saber, pajina 289, pudo
también haberse omitido en la colección de las obras do Mora-
jtin, sin el menor detrimento de la fama de este gran poeta.' — El
verso suelto no es a propósito para la oda, que pide estrofas:
.... nó, que en dulce paz cualquiera
suerte podrás sufrir
¿I quién gozando de una dulce paz, se quejará de la fortu-
na? Lo que dice Horacio es que no debemos afanarnos para
adivinar lo futuro, i que es mucho mejor gozar lo presente, i
resignarnos a lo que ha de venir, sea lo que fuere.
La edad nuestra
mientras hablamos, envidiosa corre.
El fugar i t retas de Horacio es optativo en el sentido de con-
cesión: huya, desaparezca enhorabuena la edad envidiosa.
OPÚSCULOS i CIÚTICOS
La que empieza Que al fin las riquezas, pajina 302, es ele-
gante i poética, aunque algo descolorida, por la faltado rimas
i de estrofas.
¿Cuál en rejio alcázar
llenará tus copas,
unjido el cabello
de aromas suaves,
mancebo ministro?
rejio alcázar desfigura el orljlnal ex mita.. No es la ha-
bitación futura de Iccio la que se designa con esta expresión.
Iccio parte a la guerra; i Horacio se figura que un mancebo de
n«»ble estirpe, educado en un palacio, hecho prisionero i escla-
vo por las armas romanas, será algún dia su copero.
Rumbo mejor , ¡Ácino, pajina 339.
I si el viento tu nave
sopla serenamente,
la hinchada vela cojeras prudente.
imente no esel nimium secundus de Horacio, ni
hai para qué cojer la vela si el viento no hace mas que soplar
sereno. Sopla, fu m Oíala sintaxis, acaso hai errata, i
deberá leerse a tu nave. — Nótese también el to tu, que es de
cacofonías que Hermosilla no consiente a otros poetas,
aunque en realidad sea poco menos que imposible evitarlas
absolutamente, sin el sacrificio de consideraciones mas impor-
i melindrosa delicadeza del oído.
o semidiós ¡ pajina 134. Hermosilla no está
bien p ni la silva para la oda, i oreemos que tiene razón.
de Tarqui n<
de Horacio: debia decir crueles^ tiránl
irquini /asi ilvez Moratin con algunos
hablaba del primero de los Tarquinos,
ii un himno on que so celebraban
de Roma, se hiciese memoria do
rbio, Pero .■'"' i determina con la maj oí
'JUICIO CIÚTICO DE Don JOSÉ GÓMEZ HERMOSILLA 283
individualidad al segundo; i recordando su tiránico imperio,
alude el poeta indirectamente a los que le destronaron, i fun-
daron la república romana: hecho demasiado importante i
glorioso para que se pasase en silencio. Un cortesano de Au-
gusto podia tener sus razones para no hacer una mención
expresa de Bruto.
O si de Emilio cante,
pródigo de la vida,
la palma sobre Aníbal obtenida.
Esto es aun mas abiertamente contrario al texto orijinal,
superante poeno, i a la voz irrefragable de la historia, que
testifica la victoria de Aníbal sobre el cónsul Emilio Paulo en
la batalla do C amias, una de las mas desastrosas que eclipsa-
ron la gloria de las armas romanas. ¿Cómo pudo Moratin des-
figurar de esta manera un pasaje tan claro i un suceso tan
umversalmente conocido?
Crece frondoso
:i una i otra edad árbol robusto:
así la fama crece de Marcelo.
Sobre estar algo descosidas las dos frases, no exprimen la
idea de Horacio. Crece la fama de Marcelo, dice Horacio, co-
mo se desarrolla el árbol animado de una oculta vida, esto es,
de una vida nativa, propia, que no se debe al cultivo.
Llevando por el mar el fementido: pajina 444. Id alias
//ares no significa naves fabricadas con la madera del monte
Ida, <[iie es el sentido de Horacio. Idalio es lo que pertenece
al monte Idalo di1, la isla de Chipre, que jamas estuvo com-
prendido en los dominios de los reyes de Troya, como lo estu-
vieron las faldas del Ida. — £7/ éjida sonante: ¿por qué no la?
El hiato no tendría aquí nada de ofensivo al oído, i sobre
todo, no es licito sacrificar la gramática a la armonía. — Acor-
de lira no exprime el imbellis citara del orijinal, tan opor-
tuno, hablando de Páris: la idea sujerida por imbellis es:
blanda, muelle, mal avenida con la guerra.
El í'\>cho oí venta, es un cuento, i bastante gracioso. Si a
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
posar de los cuentos de Lafontaine i de otros se opone que en
el mapa de la poesía clásica, no hai ningún país do este nom-
bre, decimos que el Cocho en venta, es una sátira por el esti-
lo de la ya citada Ibum forte de Horacio, a la que se asemeja
también por el asunto; i si todavía se objeta el verso, pregun-
taremos cuál lei, en el código de la razón i del buen gusto, o
si se quiere, en los de Aristóteles, Horacio i Boileau, prohibe
escribir sátiras en verso pentasílabo. De epístola, como lo
llamó el autor, no tiene mas que el epígrafe; i de letrilla,
como lo bautizó el anotador, nada tiene. La letrilla se distin-
gue de todas las otras composiciones por sus estrofas i su es-
tribillo.
Silvas A Goya, Sobre el nueüo plantío de Valencia, i
A la marquesa de Villafranca.
A la muerte quitándola trofeos.
El la encliticu es puro ripio.
La mansión del Olimpo i sus centellas.
lista lias están aquí solamente para rimar con bella*.
La última de estas silvas es magnifica; i nos parecería por-
i, si no fuese por la inoportunidad de la perdurable mitolo-
5 hace el Olimpo en el helio cuadro déla gloria celes-
tial, conque termina esta composición? ¿No era mucho mas
propio, i no es igualmente pbétíoo el Empíreo?
Ro i epigramas. Huenos, aunque [en nuestra hu-
milde opinión no lanío, ni con mucho, como pondera Hermo-
. en el de El niño sollozando, el mismo uehe-
monte trisílabo, reprobado por Hermosilla en aquel verso
lélldrZ,
Ora Iruenen.
Diálogo traducido del it&li&no. Lleno de ternura i de gra-
: m. i, p ti i ca la linea consta de dos
mnea li il i, i porcon-
haber ciato, como lo hai efectivamente oh
JUICIO CRÍTICO DE DON JOSÉ GÓMEZ IIERJI0S1LLA
También con ella
iba un pastor.
Idilio La Ausencia. Bellísimo; pero (con perdón del señor
Ilormosilla) no mejor que cuanto se lia escrito de este jénero
en nuestra lengua; porque, prescindiendo déla primera égloga
deGarcilaso, jamas excedida ni igualada en castellano, nos pa-
rece superior el Tírsis de Figueroa, que, por estar en el mis-
mo metro, puede mas fácilmente compararse con el presente
idilio.
En la poesía bucólica de los castellanos, ha sido siempre
obligada, por decirlo así, la mitolojía, como si se tratase, no
de imitar la naturaleza, sino de traducir a Virjilio, o como si
las églogas o idilios de un siglo i pueblo debieran ser otra cosa
que cuadros i escenas de la vida campestre en el mismo siglo i
pueblo, bermoseada enhorabuena, pero animada siempre de
pasiones c ideas que no desdigan de los actuales habitantes
del campo. Ni aun a fines del siglo XVIII, ha podido escribirse
una égloga, sin forzar a los lectores, no a que se trasladen a
la edad del paganismo (como es necesario hacerlo, cuando
leemos las obras de la antigüedad pagana), sino a que trasla-
den el paganismo a la suya. ¡Pastores de nuestros días hablan-
do de ías Hamadríadcs i de la alma Citércs!
La ondosa trenza deslazada al viento.
«No hai bastante propiedad. Ondoso o undoso se dice del
mar i del viento, i significa que ambos fluidos están ajitados i
forman lo que llamamos ondas; pero a la culebra, que es un
cuerpo sólido, no puedo convenir aquel epíteto, sino por una
mui estudiada i aun alambicada metáfora, para dar a entender
que levantando, al moverse, una parte de su cuerpo i bajando
otra, forma una como sinuosidad parecida a la que forman
las ondas do los cuerpos fluidos. Pero en este caso ¡cuan débil
i traída de lejos sería la semejanza!» Todo esto es de Ilermo-
silla, censurando, no a Moratin, sino al pobre Mcléndez. Si
no se puede decir que una culebra es ondosa, tampoco se pue-
de decir que lo es una trenza do pelo, porque entre las dos
?,s6 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICO*
cosas la semejanza, en cuanto a las como. sinuosidades, es
perfecta i completa. Pero la observación en sí misma nos parece
infundada. La Academia, verbo ondear, dice: «formar ondas
los el ¡ en alguna cosa como el pelo, vesti-
do, r í des le '[ue el pelo rizo hace ondas, i puede
¡nte llamarse ondoso, ¿por qué no la culebra?
Lo que hallamos de alambicado en esta materia es la censura
del señor Hermosilla.
Epístola Moral a Don Simón Rodríguez Laso. Modelo
de epístolas morales i de la elegante facilidad con que debe
escribirse el verso suelto. ¿Quién al leer tan admirable poesía
echa menos la rima? El asunto a la verdad es algo común;
pero la ejecución es acabada, i el pincel virjiliano.
Epístola Moral a Don Gaspar da Jovellános. ('asi tan
buena como la anterior. Estas dos epístolas i el Cántico de
Lendinara bastarían para probar que la corona dramática no
es la mas brillante de las que ciñen la frente de Inarco Ce-
lcnio.
I la que osada desdo el NÜO al Bétis
sus águilas llevó:
no dk'.o bastante. Las águilas romanas dilataron su vuelo
mucho mas allá, por el oriente i occidente.
\ a <( ministro sobre l;> utilidad de la historia. Mag-
nífica amplificación de lugares comunes. — El epíteto de nu-
men dado a un rei nos parece algo semejante a la apoteosis
de los emperadores romanos.
Dedicatoria de La M<>ji<j:da al principe de la Paz. Las
- ordinarias de Moratin: eleganoia sostenida i armonía
peri' bailamos fundamento para los encarecimientos
de la fecundidad poética con que dice Hermosilla que su poeta
favorito ha hermoseado un asunto estéril: mutatis mutandis
ai la ida de Horacio Scvibetis \ ;iri<>.
10 CRÍTICO ÜE DON JOSÉ GÓMEZ HEKMOSILLA
IV
CON'
No seguiremos discutiendo los fallos do don José Gómez
Bermosilla sobre las obras de Moratin i sobre los rasgos par-
ticulares a que contrae su atención en ellas. Su juicio acerca
de la Epístola, a Andrés* nos dará ocasión para examinar
algunas de sus reglas jencrales relativas a ciertas modificacio-
nes del pensamiento i de la expresión poética.
A los epue juzguen solo por autoridades, pareceremos, sin
duda, presuntuosos, oponiendo nuestro modo de pensar al de
UQ literato tan respetable por sus conocimientos lilolójicos, i
que juntaba a este mérito el de manejar la lengua castellana
con incomparable maestría. Pero los que sean capaces de juz-
gar por sí, digan, después de leído este artículo, si es injusti-
cia o temeridad afirmar que Ilermosilla sentó algunas veces,
como inconcusos, hechos falsísimos, que, rectificados, dejan
a descubierto la falacia do las doctrinas que pretendió apoyar
en ellos.
Con motivo de la Epístola a Andrés, se propone probar
que el estilo poético no consta de otros elementos que el de los
escritores en prosa; i alega en primer lugar el ejemplo de los
griegos i latinos. Sus aserciones nos parecen en parte dudo-
sas, en parte erróneas. «Homero, dice, jamas se permitió
quebrantar las reglas gramaticales que el uso tenia ya sancio-
nadas.» ¿Cómo puede nadie saberlo en el dia? ¿Tenemos medios
pira comparar el lenguaje de Homero con el de la edad i el
país en que salieron a luz sus poemas? Todo lo que sabemos
de la lengua en que Homero poetizó, se reduce a las observa-
ciones que filólogos de tiempos muí posteriores han hecho so-
bre las mismas obras quo se 1© atribuyen. Se da por supuesto
que en él es todo correcto i perfecto; se juzga de lo que pudo
i debió decir por lo que dijo; i aplicando a las voces i frases
* Obras de Moratin, tomo 3, pajina |08j edición de Paris.
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
do la Illa Ja. i la Odisea los cánones gramaticales deducidos
del lenguaje de la Ilíada i de la Odisea, es imposible que no
lis hallemos gramaticalmente correctas. Pero prescindiendo
de la oscuridad en que so hallan envueltas muchas cuestiones
relativas a la edad de Homero, a su patria, a lo jenuino de
sus obras, i aun a su misma personalidad; admitiendo que
este personaje, quizá no menos mitolójico que Anfión i Orfeo,
haya realmente existido, i no sea la personificación de toda
una escuela poética; admitiendo, en fin, que Homero no haya
empleado en sus cantos un lenguaje particular, sino el mismo
que se hablaba cu la Jonia en su tiempo, ¿podrá decirse de los
otros poetas de la Grecia lo que al señor Hermosilla le plugo
decir de Homero? ¿Han escrito todos ellos en el idioma que
bebieron con la leche, sin mezclarlo con ciertas fórmulas, sin
darle ciertas desinencias que constituían una especie de dialec-
to exclusivamente rapsódico o poético? ¿No es sabido (limitán-
donos a un solo ejemp'o) que en los coros de las trajedias
atenienses, se hace uso de voces, frases i terminaciones que no
eran del pueblo ateniense, ni se empleaban jamas en el diálogo
do aquellas mismas traje lias? No nos pasa por el pensamiento
nendar esta práctica; pero sea buena o mala, el señor
Hermosilla, alegando el ejemplo délos griegos para fundar su
doctrina, se acoje a una autoridad qué mas bien podría citarse
para defender la fraseolojía de Meléndez i CienfuégOS, a lo
menos en parte.
Pasemos a los latinos. Los arcaísmos de Virjilio i Horaoio
son algunos mas délos que indica el señor Hermosilla. No
- en si oontribuyen o nó a la belleza i majestad
del estilo: (píelos latinos lo creían asi, no admite duda. «La
ffiedad, dice Quintiliano, da cierta dignidad a las pa-
• 'pias; las vOCCS qm- no smi del uso común hacen mas
on; i Virjilio, poeta de sove-
empled oon mucho primor esl i espeoie de orna"
I »cucii >'e dice algo mas adelante,
libro 8. onpitulo -;
JUICIO CRÍTICO DE DON JOSÉ GÓMEZ IILItMOSILLA
por su misma ancianidad nos agradan.» lié aquí, pues, quo
los latinos empleaban los arcaísmos para adornar sus versos,
i que el mismo Quintiliano, uno de los oráculos de la escuela
clásica, recomienda su uso. Lo que hai de reprensible en esta
materia, según los latinos, es la inoportunidad i la afectación:
vicios de que ciertamente no puede disculparse a Meléndez i a
sus deslumhrados imitadores.
Palabra? rigorosamente nuevas. «No hai una en los dos
poetas (Horacio i Virjilio) que no se usase en su siglo.» Pe-
ro sobre esta materia no puede haber mejor autoridad que la
del mismo Horacio:
I si expresar acaso te es forzoso
cosas antes tul vez no conocú!
con prudente mesura invenía voces
del rudo antiguo Lacio no escuchadas....
¡Pues qué! ¿a Virjilio negará i a Vario
lo que a Cecilio i Plauto otorgó Roma?
¿O mirará con ceño que yo propio
con mi humilde caudal, si alguno junto,
aumente el común fondo? ¿I no lo hicieron
Ennio i Catón con peregrinas voces
la patria lengua enriqueciendo un ti ¡a?
Siempre licito fué, lo será siempre,
c m el sello corriente acuñar voces.
Como, al jirar el circulo del año,
sacude el bosque sus antiguas hojas,
i con suave verdura se engalana;
así por su vejez mueren las voces,
i nacen otras, viven i campean
con vigor juvenil.
(Traducción de Mmiinc: de la Ros¡
Asi se defiende Horacio a sí mismo i a Virjilio contra los
Hermosillas de su tiempo, que les echaban en cara el uso de
voces i frases nuevas. Don José Gómez Hermosilla censura con
merecí la severidad las extravagancias del estilo galo-salman-
tino; pero, si su crítica es casi siempre justa, los principios en
(pie la funda son exajerados, i aun falsos; i sobre todo, no ha-
OPÚSC, 37
290 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
llamos que señalen de un modo preciso los límites entre lo lí-
cito i lo que no lo es en materia de innovaciones de lenguaje.
Entre éstas, da Ilermosilla un grado especial de criminalidad
a la conversión délos verbos neutros o intransitivos en activos,
como si no fuera esa una tendencia natural de las lenguas, i
como si no se encontrasen esas conversiones en los escrito-
res mas correctos, o no fuesen mas bien un mérito las osadías
de esa clase, cuando son suaves, cuando están preparadas,
cuando no hai el prurito de emplearlas a cada paso. Virjilio i
todos los buenos poetas las usaron. Ahí está, sin pasar de la
égloga segunda, el ardebat Alexim. Ahí está el insanit amo-
res de Propercio, que es como si dijéramos loquear amores.
Ahí está el verso de Juvenal
Qui Curios simulant et bacchanalia vivunt,
verso, que peca dos veces mortalmente contra los mandamien-
tos de Ilermosiíla, dando a simulant un acusativo de persona,
como si dijésemos simular Catones, en vez de simular las
virtudes de los Catones, i haciendo a vivunt transitivo,
como si en castellano se dijese vivir bacanales. Ahí está el
surcos et viñeta crepa mera de Horacio, el garriré libellos
del mismo, etc., etc. El curioso puedo consultar el capítulo
sobre los verbos neutros o falsamente 1 1 mundos asi do la
M inerva del Brócense, en que este injenioso i erudito filólo-
go aglomera innumerables ejemplos de la misma especio, no
■alo ti- poetas, sino de oradores e historiadores; i saca por
oonolusion que qq existe verbo alguno do los llamados neutros
que no sea Busoeptible de usarse como transitivo; i que, en
realidad, no hai una diferencia esencial éntrelo uno i lo otro.
Es inconcebible la precipitación conque Hermosilla afirma
que -no se bailarán ciertamente en ninguno do 1< >s dos poetas
(Virjilio i Horacio), ni en ningún otro olásico latino, oon acu-
sativo de persona que padece, eomo dieen los gramáticos, IOS
npuestos», sin acordarse del
i -íiomin ¡.un p] uperbl
\ie! >fl 0 " ///
JUICIO CRÍTICO DE DON JOSÉ GÓMEZ HERMOSILLA 2fJi
ni del
Nunc Amyci casum gemit, et crudelia secum
Fata Lyci, fortemque Gyam, fortemque Cloanthum.
(¿Eneida, I, 221);
ni del ingemuisse leones interitum, de la égloga quinta; ni
del Ityn flebiliter gemens de Horacio; ni de varios pasajes
de Ovidio, en que gemo se usa con el acusativo de que habla
Hermosilla, o en que tenemos la forma pasiva vitagemenda,
fortuna gemenda, que lo supone. Verdaderamente anduvo
desgraciado nuestro crítico en tomar para muestra de su aser-
ción un verbo de cuyo uso transitivo hai tantos ejemplos aun
en la prosa latina.
De que un verbo se haya usado hasta ahora como intransi-
tivo no se sigue que haya en su significado algo que rechace
absolutamente el uso contrario, de manera que no sea capaz
de acomodarse a él en situación alguna, líejístrese el Diccio-
nario de la Academia; i se encontrará multitud de verbos,
que pasaban antes por neutros, i se emplean ya corrientemen-
te como activos. Quebrar, por ejemplo, significaba estallar,
romperse, i en este sentido se dice todavía, «La verdad adel-
gaza, pero no quiebra.» Tan neutro era llorar como j emir;
i si el primero pudo dejar do serlo, ¿por qué nó el segundo?
Anhelar es respirar con dificultad; i como corriendo ansiosos
tras un objeto, se hace difícil la respiración, anhelo vino a
ser deseo veliemente, i se dijo anhelar honores, empleos,
riquezas. Suspirar es dar suspiros, acepción naturalmente
intransitiva; i nadie por eso se atreverá a reprobar aquella
lindísima cuarteta de Lope de Vega:
Pasaron ya los tiempos
en que, lamiendo rosas,
el céfiro bullía
i suspiraba aromas.
La conversión del neutro en activo puede ser viciosa, i pue-
de ser, no solo permitida, sino elegante i enérjica: todo de-
pende de la oportunidad, de la preparación, de los adjuntos; i
en la destreza i tino para sacar partido de estos adminículos,
292 OPÚSCULOS LITERAKIOS I CIÚTICOS
es en lo que consiste el primor del es.tilo. Sucede con esta clase
de expresiones figuradas lo que con todas las galas de la elocu-
ción: la oportunidad les da esplendor; la afectación las aja.
Otro grave delito, según nuestro crítico, es el uso del nom-
bre abstracto por el concreto. — «No so verá que Virjilio i Ho-
racio dijesen silvosam solihidinem por silvam solitariam,
como lo hizo en castellano Cienfuégos.» — A nosotros no nos
parece mui oportuno este ejemplo. Soledad tiene, entre otras
acepciones, la de lugar desierto, i selvoso es lo que abunda
de selva, con que no hai que hacerse mucha violencia para
concebir que las dos palabras unidas signifiquen un lugar so-
litario cubierto de selvas. No hai aquí en rigor una conversión
de lo concreto en abstracto; no hai tropo ni ligara alguna; las
palabras están tomadas en sentido propio.
Contraigámonos al caso en que hai una verdadera conver-
sión de lo concreto en abstracto. Esta es una manera de locu-
ción que, como todas las otras, puede ser buena i puede ser
mala, según su oportunidad, i los adjuntos que la acompañen.
Virjilio i Horacio i todos los poetas del mundo la han emplea-
do, porque esa trasformacion es uno de los recursos del arte
para ennoblecer las frases vulgares, agrandar i hermosear los
objetos. Pudiéramos comprobarlo con muchos ejemplos; mas,
para md cansar a núes i ros lectores, nos limitaremos a aquel
admirado pasaje del libro segundo de la Eneida } en que Vir-
jilio describe la marcha <lr las falanjes griegas per árnica si*
lentia lunse, por entre el propicio silencio de la luna, como
si fuesen atravesando, n<> un espacio silencioso, iluminado
tro de la noche, sino el silencio mismo. ESsta conven
de lo al ii concreto es, oomo la de lo neutro en
activo, un instinto natural de las lenguas: especie de tropo
[>tado por <•! uso, llega por fin a omplearse oorriente-
orlo. A-í la Divinidades Dios; i una beU
il.-i'l es una mujei bella; i un guardia en un soldado; i uani-
i de pábulo a la
lad. Áb: dquior diccionario, i se verán mil ejem-
r Hcrmosilia
hube 'inca en lo mas mínimo
JUICIO CRÍTICO DE DON JOSÉ GÓMEZ HKKMOSILLA 293
el significado de las expresiones recibidas, cuando cabalmente,
en esas transiciones, en esc empleo de una idea como signo
de otra, es en lo que se lucen la ímajinacion i el injenio de
los mas favorecidos escritores. No vemos tanta severidad de
principios ni en los modelos que reverencia, ni en sus propios
escritos, ni en la doctrina de los antiguos. Atideiidum cst,
diremos nosotros a los jóvenes con Quintiliano; pero les re-
petiremos con este mismo lejislador do la escuela clásica: sed
it&demum, ti non app&re&t affectatio.
(El Araucano, Año do [84! i de IS42
TRIUNFO DE ITUZAINGO
CANTO LÍRICO
POR JUAN CRUZ VÁRELA
Entro la multitud de obras poéticas quo se han publicado en
América durante los últimos años, se distingue mucho la pre-
sente por la armonía del verso, por alguna mas corrección de
lenguaje de la que aparece ordinariamente en la prosa i verso
americanos, i por la belleza i enerjía de no pocos pasajes.
Citaremos, como uno de los mejores, estos diez versos de la in-
troducción, en que el poeta se trasporta a las edades venide-
ras para presenciar en ellas la gloria de su patria i su héroe.
Las barreras del tiempo
rompió al cabo proféüca la mente;
i atónita se lanza en lo futuro,
i a la posteridad mira presente.
¡Oh porvenir impenetrable, oscuro!
rasgóse al fin el tenebroso velo
que oeultó tus misterios a mi anhelo.
Partióse al fin el diamantino muro
con que do mi existencia dividías
tus hombres, tus sucesos i tus dias.
El ponsamiento que sigue no tiene ciertamente nada de
OPÚSCULOS LITElíAUIUS I CIÚTICOS
orijina!; pero sería difícil hallarle expresado con mayor suavi-
dad i hermosura:
Mi verso irá por cuanto Febo dora
del au tro a los triónos;
i leído en las playas de occidente,
llevado por la fama voladora,
admirará después a las naciones
cpue reciben la lumbre refu'jcnte
del rosado palacio de la Aurora.
lié aquí otro pasaje que nos parece de gran mérito: el poeta
apostrofa a las huestes brasileras i alemanas, que, ocupando
los montes, no osan bajar a la defensa de los campos i pue-
blos invadidos por el enemigo:
¿Qué hacéis, qué hacéis, soldados,
que ya no descendéis del alta cumbre,
i por estas llanuras derramados
ostentáis vuestra inmensa muchedumbre?
¿Todo ol tesoro que Valles encierra
abandonáis asi? ¿No sois testigos
de que recojon ya los enemigos
las ansiadas primicias de la guerra?
I están entre vosotros los valientes
quo allá en el Volga i en el Rin bebieron,
i a la ambición i al despotismo fieles,
a playas remotísimas vinieron
en demanda de gloria i de laureles?
jQuó! ¿No nal audacia en el teros jermano,
para bajar al llano
con ímpetu guerrero,
i (pie triunfe el valor, i no la snei le,
en toa campos horribl - <\< la muerte?
.i en la enrisoada altura
se croon. nía
izador tímida fin va,
• enmarafta en la espesura,
onserva,
ura
TRIUNFO DE lTL'ZAlNGü
La descripción del choque de las tropas arjentinas con las
brasileras después déla muerte del intrépido Brandzen, cuan-
do Alvear, tomando el lugar de su amigo i jurando vengarle,
hondo en el pecho el sentimiento esconde,
i se lanza, cual rayo, al enemigo,
es acaso lo mas animado de todo el poema; pero es demasiado
larga para copiarse aquí.
Pasando ahora a los defecto? que son pocos i de poca mag-
nitud comparados con las bellezas, i es probable que, por la
mayor parte, se deban al limitado tiempo que tuvo el poeta
para limar sus versos), notaremos en primer lugar la falta de
propiedad o de conexión de algunas ideas, verbi gracia:
De Alvear empero la razón serena-
el valor ardoroso dirijia,
sin ceder al furor que la enajena.
¿Cómo puede estar serena la razón cuando la enajena el
furor? Describiéndose al ilustre vencedor de Ituzaingó en la
nocho que precedió a la acción, se dice que lo ordena i prevé
todo con la misma serenidad i presencia de ánimo
que, si en lugar de la batalla fiera,
la fiesta de su triunfo dispusiera.
Extrañamos que el señor Várela no hubiese percibido que la
idea sola de dedicar un héroe su atención a los preparativos do
su fiesta triunfal, le degrada.
La versificación, por lo jeneral armoniosa, peca a veces por
un defecto comunísimo en los americanos: que es el de unir
en una sílaba dos vocales que naturalmente no forman dip-
tongo, licencia permitida de cuando en cuando (aunque no en
toda combinación de vocales); pero que, si se usa inmoderada-
mente, ofende, i es indicio de hábitos de pronunciación vicio-
sa. Ah'Ccir, por ejemplo, debe ser ordinariamente de tres síla-
bas, como desear, jielcar. Encontramos también descuido de
lenguaje, como ^oprimirla madre el tierno infante contra el
-98 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
pecho,» «recien abandona,» «recien empezara,» «-hundir 1c-
jiones,* «filoso,» «inapiadable,» etc.
El señor Várela nos parece imitar la manera de uno de los
mejores poetas españoles de esta última época (uno cuyo nom-
bre será siempre caro a los americanos, por el desinteresado i
temprano amor que profesó a su libertad, el virtuoso i desgra-
ciado Quintana); pero dejándose quizá arrastrar de su admira-
ción a este elocuente cantor do los derechos de la humanidad,
toma a veces un tono enfático, que no está enteramente libre
de hinchazón: desliz de que, en medio de grandes bellezas i
de sublimes pensamientos, tampoco supo libertarse el Tirteo
español. Últimamente nos vemos en la necesidad de decir
que nos desagradan las hipérboles orientales que el señor Va-
rola, como otros poetas americanos, se creen permitidas cuan-
do cantan a sus ciudades o héroes favoritos, i de que ojalá no
viésemos llena también demasiadas veces hasta la prosa de
los documentos oficiales. Según el señor Várela, la gloria do
la República Arjentina será la única que se salvará de la in-
mensa ruina de los tiempos:
Veo que no ha quedado ni memoria
do griegos i romanos; otra historia
de admiración embarga al universo. . . .
No suenan las Termopilas, los llanos
de Maratón no suenan:
Platea i Balamlna,
cual si no fueran, son; i ya no llenan
Leónidas i Tomístoclos el orbo,
quo otra gloria mas ínclita domina
i la ambición del univorso absorbo.
Eso e lado. ¿Qué héroe, por grande que sea, so aver-
gonzará do comparecer ante la posteridad al lado de un Catón
o un Leonidac? Bl atrevimiento mismo (\c la poesía debe ros-
límiteí, í no perder mucho <le vista la verdad, i
[a.
Pero no i al tomo» a ella, deientendiéndonoi do la exaltación
bió* hervir todo corazón arjentino a laa
TRIUNFO DK ITUZAINGÓ 29(J
nuevas de la inmortal jornada de Ituzaingó; i esperemos mu-
cho del joven poeta qne escribe bajo la inspiración de estos
sentimientos, i sabe expresarlos con tanta dignidad i nobleza.
(Repertorio Americano, Año de 1827.
LEYENDAS ESPAÑOLAS
POR JOSÉ JOAQUÍN DE MORA
Esta es una colección de poesías, digna de la fecunda i bien
cortada pluma de su autor, que ha ensayado en ellas un jéne-
ro de composiciones narrativas que nos parece nuevo en cas-
tellano, i cuyo tipo presenta bastante afinidad con el del Boppo
i el Don Juan de; Byron, por el estilo alternativamente vigo-
roso i festivo, por las largas digresiones, que interrumpen a
cada paso la narración, (i no es la parte en que brilla menos
la viva/, fantasía del poeta), i por el desenfado i soltura de la
versificación, que parece jugar con las dificultades. En las
Leyendas^ Huye casi siempre, como de una vena copiosa, una
bella poesía, que se desliza mansa i trasparente, sin estruendo
i sin tropiezo, sin aquellos, de puro artificiosos, violentos cor-
tes del metro, que anuncian pretensión i esfuerzo; i al mismo
tiempo, sin aquella perpetua simetría do ritmo, que empalaga
por su monotonía; todo es gracia, facilidad i lijereza. I no se
crea que es pequeño el caudal de galas poéticas que cabe en
este modo de decir natural, sosegado i llano, que esquiva todo
lo que huele a la elevación épica, i desciende, sin degradarse,
hasta el tono de la conversación familiar. Sus bellezas son de
otro orden; pero no menos a propósito que las de un jénero
mas grave, para poner en agradable movimiento la fantasía.
Antes, si hemos de juzgar por el efecto que en nosotros pro-
ducen, tiene este estilo un atractivo peculiar, que no hallamos
:;i)-2 OPÚSCULOS LITERARIOS i críticos
en la majestad enfática, que algunos han creído inseparable
de la epopeya.
Las descripciones (que abundan en estas Leyendas), son par-
ticularmente felices; por ejemplo, la siguiente, con que prin-
cipia La Judía:
Solo está el bosque. Sin testigo muevo
sus linfas el raudal, de espuma leve
salpicando las flores de su orilla,
i el techo que le forma la varilla
del mimbre i del aromo.
Sola en la cumbre del celeste domo
plácidamente el arjenteo disco
la luna ostenta; i el pelado risco
con varios tintes sus vislumbres quiebra,
ora en blanquizca masa o sutil hebra,
ora en grupos de nácar. El reflejo
celestial, en su copa, el roble añejo
de forma extraña viste;
i con pendiente rama, el sauce triste,
en móviles figuras la convierto.
Con esplendor mas fuerte,
la luminosa inundación dilata
sus anchas olas do bruñida plata
por el llano vecino, desdo donde,
bajo florida rama que la escondo,
susurra i juega 80 armoniosa risa,
cargada de placer i olor la brisa;
1 al mover de sus alas, so difundo
laexquitita fragancia, i leve cundo
por la callada atiera. En téjanle
vaporosa, levanta oteara frento,
noble oaatillo, Injente
mata de enonñea piedras, que algún dfa,
día <ic un s tito, aunque remoto,
retumbó con el bélico alboroto,
re íletta el alto grito;
to lado, cual laftudo
LEYENDAS ESPAÑOLAS 303
jigante, sus colosos de granito
levanta el monte, cuyo aspecto rudo
disfrazan con diáfana cortina
la luna i la neblina.
Las composiciones en metro octosílabo no salen casi nunca
del tono de nuestros buenos romances; i en pocos de ellos, se
hallarán versos mas fáciles, blandos i graciosos, que los de
estas coplas de Podro Niño:
Cuando don Juan, el infante
de Portugal, en quien brilla
grande valor, fe constante,
nombre i honor sin mancilla,
con escuadrón arroganto
vino de paz a Castilla,
donde con pompa esmerada
don Enrique le dio entrada;
Consigo trajo una estrella
quo eclipsaba a la mas pura:
doña Beatriz, su hija bella,
tlor de gracia i de hermosura;
mas tan rebelde doncella,
que el padre en vano procura
darle un ilustre marido,
de los mil que la han pedido;
Porque de Aragón i Francia.
Navarra i otras naciones,
a jurarle fe i constancia
vienen potentes barones;
mas ella, con arrogancia,
contesta en breves razones,
insensible i altanera,
que en vano espera el que espera.
En Valladolid convoca
don Enrique a la grandeza,
a quien el empeño toca
de lucir eala i riqueza.
304 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
i la emulación provoca
su vanidad, cuando empieza
a ostentarse en galanteos,
i en saraos, i en torneos.
Pasan alegres los dias;
gastan profusos tesoros
en ruidosas cacerías,
bailes i fiestas de toros,
i en valientes correrías
de cristianos i de moros,
copiando al vivo los lances
de historias i de romances.
Llega en tanto un caballero
portugués, a quien la fama,
como invencible guerrero,
sin par en la lid proclama.
Fatal es siempre su acero
al que en combate lo llama,
i por brioso i robusto
a un jiganle diera susto.
I el renombre de Castilla
su vanidad tanto hiere,
que i'un toda la cuadrilla
justar a caballo quiere.
Sin mal odio i sin rencilla,
.1 al campo el ([ue saliere,
a los mas fuertes i altivos
hará perder los estribos.
Admiten loa castellanos,
con venia de Enrique, el reto
[ben ulanos
itr .!.• aquel aprieto
i reciben de albas man
uniólas COH rrxpHe,
bandna d i vario i i oloi
prend
LEYENDAS ESPAÑOLAS 305
Siéntase en la galería,
que ornan ricos tafetanes,
la vistosa compañía
de damas i de galanes.
Al resonar la armonía
del clarín, los alazanes
tascan briosos los frenos,
de ardor jeneroso llenos.
En las justas que siguen, Pedro Niño tuvo la gloria de des-
cabalgar al campeón portugués. La infanta se aficiona a Pedro
Niño, que enamorado lo escribe este billete:
— Lo que al alma aprisionada
(le dice) ofreceros toca,
lo sostendrá con la espada,
con la pluma i con la boca,
buena fama bien ganada,
pecho firme como roca,
i honra pura como armiño:
vuestro esclavo — Pedro Niño. —
Pasó la noche dispierta.
pensando que fuera ultraje,
tan inesperada oferta,
de su nombre i su linaje.
Por la mañana a la puerta
viendo de servicio al paje,
lo diz: — Menino discreto,
cúmpleme hablarte en secreto. —
La infanta pregunta quién es Pedro Niño, i el menino res-
ponde así:
Pedro Niño es el guerrero
mas audaz que vio Castilla,
pues nunca emprendió su acero
contienda sin decidilla.
OPLS-C.
3('G OI'l SCUL0S LITERARIOS I CRÍTICOS
A Enrique en combate fiero
ganó su fuerte cuchilla
gloria que hoi al mundo espanta-
— Prosigue, dijo la infanta. —
— Delante de Pontevedra,
a un jayán que allí vivia,
fuerte i duro como piedra,
temerario desafía.
Mas nada su pedio arredra:
i aunque doncel todavía,
con nunca vista fiereza
le partió en dos la cabeza.
En las ilustres arenas
donde floreció Cartago,
por las huestes agarenas
sembró el terror i el estrago.
Las empinadas almenas
se rendían al amago
de su espada; i la fortuna
postró de la media-luna.
Cuando las anchas riberas
del Guadalquivir maltrata,
i villas i sementeras
el atrevido pirata,
Niño con fuertes galeras
lo acometo i desbarata,
i el imperio do las olas
dio a las armas españolas.
La VOS en Francia extendida
dfl lia/añas tan superiores,
el rei francos lo convida,
i bienes te da I honores. —
— Buen menino, por tu \ ida
refiéreme sus amores,
LEYENDAS ESPAÑOLAS 30^
(así interrumpe la infanta
con la señora almiranta. —
- — I después de ese mensaje,
¿vio a quien tanto lo enamora?—
pregunta Beatriz; i el paje
le contesta: — Sí, señora.
Ilízole tierno homenaje»
pero lo demás se ignora.—
La infanta, con ceño oscuro,
dijo: — Ya me lo figuro. —
— Mas ayer con gran respeto,
(pronto el paje le replica .
en un mensaje secreto
su intención le significa;
que a mas elevado objeto
sus afectos sacrifica,
i que perdono Janela.
.si por otra se desvela. —
Entre risueña i airada,
diz la infanta: — Buen menino,
tu plática bien fraguada
muestra tu injenio ladino:
mas te aprovecha de nada:
que he de ser do acero, fin o
contra amorosos extremos. —
I el paje dice: — Veremos. —
Asi está escrita toda esta leyenda, que es una de las mejores
do la colección.
Uaa do las cosas que nuestros lectores habrán notado sin
duda, es la felicidad con que el poeta embute en su lenguaje
ciertas locaciones, que, cabalmente, porque pertenecen al tono
mas familiar, tienen una expresión característica. Pero donde
estos modos do decir ocurren mas amenudo (como era de espe-
rar) es en los pasajes sarcásticos i burlones de la leyendas |que.
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
no son pocos). Entre muchos ejemplos que pudiéramos citar
del Don Opas, nos limitaremos a los dos o tres que siguen.
Desvelábase este perverso prelado en tramar una rebelión para
precipitar del trono a Rodrigo, i colocar en él la raza de
Witiza.
Viendo cuan vanos eran sus conatos,
dijo don Opas entre sí: — Paciencia;
ya que lo quieren estos insensatos,
consúmanse en brutal indiferencia.
Cubran mi mesa suculentos platos;
brillen en casa el lujo i la opulencia;
manténganse los sacos de oro llenos,
i baya buena salud; del mal el menos. —
El conde don Julián, su sobrino, le hace sabedor de ciertos
tratos con los moros, i le consulta sobre si podría tuta cons-
cicntia unirse a los infieles para vengar la injuria mortal que
habia recibido del monarca:
— Solo falta que ilustres mi ignorancia,
i calmes los escrúpulos que abrigo.
¿Es lícito tratar sin repugnancia
al enemigo do la fe, de amigo?
¿Habrá quién luego absuelva mi arrogancia,
si, porque se lo antoja a don Rodrigo
dar rienda a su apetito con la Cava,
en sangro goda mi baldón so lava? —
— ¡Qu ' tonga yo un sobrino tan salvaje! —
clamó don Opas, dando un golpo recio.
Toma la pluma i fragua una respuesta,
digna de aquella singular consulta.
— ¿Qué ignominia, deois al emule, es esta
riue tu Imajl nación crea I abulta?
1 1 h.i i orona le seduce! Tonto,
. i ; | ] I v i a n <
LEYENDAS ESPAÑOLAS 30'J
que el aliento deslustra: no mas pronto
disipa airado viento el humo vano.
Yo mas arriba mi ambición remonto.
¿Qué sirve un cetro en impotente mano,
si vive el que lo empuña en ansia eterna?
Mejor es gobernar al que gobierna.
Con ese moro amable que te estrecha,
toda dificultad la astucia zanje.
Sus ofertas benignas aprovecha;
liga tu agudo acero al corvo alfanje.
Renuncio a tu amistad, si en esta fecha,
puesto al frente de intrépida falanje,
con ella a nuestra España no galopas.
Toledo i Mayo veintitrés — Dun opas. —
Las octavas que ponemos a continuación nos ofrecen una
buena muestra de esta felicidad idiomática, al mismo tiempo
que de las digresiones a la manera de Byron. El poeta compa-
ra la edad media con los siglos modernos.
No había protocolos ni gacetas,
máquinas de sofisma i de patraña,
que-, con frases pomposas i discretas,
convierten en blandura lo que es saña;
ni en narcóticas rimas los poetas
daban a la política artimaña,
barniz do convulsiva fraseolojia,
que desde media legua huele a lojia.
El crimen era crimen, pero franco,
i decía a las claras: — Esto quiero. —
No aspiraba a tornar lo negro en blanco,
ni quitaba a su víctima el sombrero,
ni al amarrar a un mísero en el banco,
lo halagaba con tono lisonjero;
ni decia el poder al sacerdocio:
— Partiremos el lucro del negocio. —
Juzgábase una causa en la palestra,
cuerpo a cuerpo: sistema aborrecido,
310 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
en que el fallo pendía de la diestra,
i pagaba las cestas el vencido.
Mas hoi la ilustración ¿cómo se muestra?
¿En esto hemos ganado, o bien perdido?
El indujo, cual antes la pelea,
¿no dicta los oráculos de Astrea?
Llámese fuerza, o bien llámese influjo,
¿qué importa lo que diga el diccionario,
si bajo el grave peso yo me estrujo,
cuando estrujar debiera al adversario?
Que ganen la belleza, el oro, el lujo,
al favor de vascuence formulario,
0 el tajo i el revés do estoque i daga,
al íia ¿no es la justicia quien la paga?
I a propósito, ¡qué ruin pobreza
la del célebre idioma castellano!
Justicia es la verdad i la pureza,
i justicia es un juez i un escribano.
1 así cuando me oprima con fiereza
fallo vendido por proterva mano,
diré correctamente i sin malicia:
¡qu '• eos i tan injusta es la justicia!
I para ser justicia en el sentido
")iico, absurdo, de que trato,
pe [Uiere talvez ser buen marido,
Ciuda lan to, hombre sensato?
ir; inda I ■ lia pedido.
■/., o Hiéralo,
en quien profunde estudio deje impreso
lo que 08 injusto o justo? \ada de eso.
del juez cumplida ciencia
:• mental? ¿del hondo mecanismo,
ii mo tilica la
i la conviei t«- e.i ' en abismo?
¡Q i '' , \o ha de conocer la Intima esenols
. :i lud. pu
LEYENDAS ESPAÑOLAS 311
no quede entre los límites suspenso
de );i virtud i el vicio?— Xi por pienso.
Pues ¿quión me va a juzgar? Un mozalvetc,
que en seis años de oscura algarabía,
logró cubrirse el cráneo de un bonete,
símbolo de precoz sabiduría.
Con esta iniciación, i algún libreto,
que mas le ofusca el seso todavía,
no ha menester mas tiempo ni trabajo:
bien puede echar sentencias a destajo.
A, i la espada de Damócles pende, •
i amenaza invisible fama, vida,
familia i bienestar; así se extiende
doquiora la asechanza, apercibida
por incógnita mano, que sorprende
en su sueño al honrado; i do la herida
siente el dolor, i atormentado muere,
sin ver el tilo agudo que lo hiere.
Lejos del conde i de Tarif estamos,
i dando sin querer enorme brinco,
del año setecientos diez, pasamos
al de mil ochocientos treinta i cinco.
Con andar mas de prisa ¿que logramos?
¿qu¿ vamos a ganar si con ahínco
perseguimos la historia paso a paso,
para hallarnos al ñn con un fracaso?
[El Araucano, Año do 1840.]
^
ROMANCES HISTÓRICOS
POR DON AXJKL SAAVKDKA
duque de Rívas.
Don Ánjel Saavcdra ha tomado sobre sí la empresa do res-
taurar un jénerode composición que había caído en áeauetud.
El romance octosílabo histórico, proscrito de la poesía culta,
se habia hecho propiedad del vulgo, i solo se oia ya, con mui
pocas excepciones, en los cantares de los ciegos, en las coplas
chavacanas destinadas a celebrar fechurías de salteadores i
contrabandistas, héroes predilectos de la época en que el des-
potismo habia envilecido las leyes i daba cierto aire de virtud
i nobleza a los atentados que insultaban a la autoridad cara a
cara. Contaminado por esta asociación, aquel metro en que se
habían oído quizas las únicas producciones castellanas que
pueden rivalizar con las de la Grecia en orijinalidad, fecundidad
i pureza de gusto, se creyó imposible, no obstante uno que
otro ensayo, restituirlo a las breves composiciones narrativas
de un tono serio, a los recuerdos históricos o tradicionales,
en una palabra, a las leyendas, que no se componían antes
en otro; i llegó la preocupación a tal punto, que el autor del
Arte de hablar no dudó decir, que «aunque el mismo Apolo
viniese a escribirle, no le podria quitar ni la medida, ni el
corte, ni el ritmo, ni el aire, ni el sonsonete de jácara, ni ex-
tender en él, ni variar los períodos, cuanto piden alguna vez
las epopeyas i las odas heroicas;» desterrándolo así no solo
314 OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CRÍTICOS
de los poemas narrativos, sino de toda clase de poesía seria.
Don Anjel Saavedra ha reclamado contra esta proscripción
en el prólogo que precede a los Romances Históricos; ha
refutado allí la aserción de Hermosilla con razones irrefraga-
bles; i lo que vale mas, la ha desmentido con estos mismos
Romances, donde la leyenda, aparece otra vez en su primer
traje, i el octosílabo asonantado vuelve a campear con su an-
tigua riqueza, naturalidad i vigor.
Ni es esta la primera vez que el duque de Rívas ha demos-
trado prácticamente que el fallo del Arte de Hablar contra
el metro favorito de los españoles carecía de sólidos funda-
mentos. Habiendo en el Moro Expósito vindicado al endeca-
sílabo asonante del menosprecio con que le trataron los poetas
i críticos de la era de Jovellános i Meléndez, en los lindos ro-
mances publicados a continuación de aquel poema dio a cono-
cer, con no menos feliz éxito, que no habian prescrito los
derechos del octosílabo asonante a las composiciones de corta
extensión, en que so contaba algún suceso ficticio, o se con-
signaban i hermoseaban las tradiciones históricas. Posterior-
mente probó también sus fuorzas en este jénero el celebrado
Zorrilla; i sus romances ocupan un lugar distinguido éntrelas
producciones mas apreciables de su fértil i vigorosa pluma.
Las afortunadas tentativas de la misma especie, que oom-
, le la presente publicación, disiparían toda duda sobro la
ría, sí alguna quedase. Verá en ella el lector una serie
de cuadros jierfcctaniente dibujados i coloreados; con aquellos
iS peculiares que ponen a la vista las costumbres, la li-
ona moral i física de los siglos i países a que nos quiere
'a; con aquella naturalidad amable, que pa-
taurar a la poesía seria castellana i
airada con desden por algu-
nos de los que i '!o han formado su gusto en las obras de la
i i Moratin; i todo ello sostenido por
ICÍOn qué, si no llega B la soltura i melodía del
lo XVII, es jeneralmente suave i
lo que bajo e ito b ipeoto se eche
iperior ínteres del asunto, que casi siempre
ROMANCES HISTÓRICOS 315
es una acción grande, apasionada, progresiva, i adaptada al
espíritu filosófico de los lectores del siglo XIX.
El talento descriptivo de don Anjel Saavcdra, bastante co-
nocido por sus escritos anteriores, es lo que constituye, a
nuestro juicio, la principal dote de sus Romances Históricos.
Pero, resucitando la antigua leyenda, le ha dado facciones que
en castellano son enteramente nuevas. Hai una gran diferen-
cia entre el gusto descriptivo de los antiguos, i el moderno,
adoptado por el duque de Itívas. Breves rasgos, esparcidos
acá i allá, pero oportunos i valientes, es todo lo que en la
poesía griega i romana, i en la de los castellanos de los siglos
anteriores al nuestro., cupo regularmente a los objetos mate-
riales inanimados; el poeta no deja nunca a los personajes;
absorbido en los afectos que pinta, se fija poco en la escena;
parece mirar las perspectivas i decoraciones con los mismos
ojos que su protagonista, no prestando atención a ellos, sino
en cuanto dicen algo de importante a la acción, al interés
vital que anima el drama. Tal es, si no nos engañamos, el
verdadero carácter del estilo descriptivo de aquellas edades;
su pintura es toda de movimiento i pasión. Nuestros contem-
poráneos, al contrario, presentan vastos cuadros en que una
análisis, algo minuciosa, dibuja formas, matiza colores, mez-
cla luces i sombras; i en esta parte pictórica, ocupa a veces la
acción tan poco espacio, como las figuras humanas en la pin-
tura de paisaje; de lo que tenemos un ejemplo notable en el
Jocelín de Lamartine. I no pinta solamente el poeta, sino
explica, interpreta, comenta; da un significado misterioso a
cuanto impresiona los sentidos; desenvuelve el agradable de-
vaneo que las percepciones físicas despiertan en un espíritu
pensador i contemplativo. La poesía de nuestros contemporá-
neos está impregnada de aspiraciones i presentimientos, de
teorías i delirios, de filosofía i misticismo; es el eco fiel de una
edad esencialmente especuladora.
Aun en los cuadros de estos romances, no obstante sus re-
ducidas dimensiones, aparece este espíritu meditabundo i filo-
sófico. Sus descripciones no son solamente menudas e indivi-
duales, sino sentidas i reflexivas. Daríamos, pues, una idea
316 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
mezquina de su mérito, si los designásemos como una mera
resurrección de la antigua leyenda española. Don Anjel Saa-
vedra la ha modificado ventajosamente, dándole el carácter i
formas peculiares de la edad en que vivimos, como lo hubie-
ran hecho, sin duda, los romanceros de los siglos pasados, si
hubiesen florecido en el nuestro.
{El Araucano, Año de 1842.)
' r-" "O . -
CURSO DE FILOSOFÍA
POR N. O. R. E. A.
I
Se ha publicado por la imprenta del Mercurio un Curso de
Filosofía Moderna para el uso de los colejios hispano-ameri-
canos i particularmente para el de los de Chile, extractado de las
obras de filosofía que gozan actualmente de mas celebridad.
Ignoramos absolutamente quién sea su autor, designado por
las iniciales N. O. R. E. A.*, que cada uno interpreta a su modo.
Pero sea quien fuere, miramos su trabajo como muí aprecia-
ble, i la publicación de la obra como honrosa al estado de la
ilustración de Chile. De los textos filosóficos que conocemos
entre los que sirven para la enseñanza de la juventud en nues-
tros establecimientos literarios, éste es el que nos parece mas
instructivo i mas adaptado a su objeto. Su lenguaje es claro i
correcto, i bastante puro: cualidad que, a nuestro juicio, lo dis-
tingue del de casi todas las producciones contemporáneas. Su
autor, aunque manifiesta mucha versación en las obras ex-
tranjeras que tratan de la misma materia, no adolece de la
manía d£jplagar nuestra lengua con locuciones extranjerasy
* El Curso de Filosofía de que se trata, fué escrito por don Ramón
Briseño, quo lo publicó ocultando su nombra b;ijo las letras N. O. R.
E. A., correspondientes a las últimas letras de las palabras un anti-
guo profesor de filosofía.
313 OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CRÍTICOS
cuya fuerza no puede ser sentida sino por los que están fa-
miliarizados con los idiomas a que pertenecen, i que ponen,
por consiguiente^ al lector en la necesidad de saber el francés
i el ingles para entender completamente lo que so dice estar
escrito en castellano. Esta especie de traje exótico sería sobre
todo inoportuno en los libros que so destinan a la educación
de la juventud; i el autor del Curso de Filosofía, Moderna ha
procedido con mucho juicio en evitarlo. No somos puristas; no
pretendemos que vayan a buscarse en Cervantes i frai Luis
de Granada las palabras necesarias para verter a nuestra len-
gua las ideas de Laromiguiére, Kant o Cousin. Pero creemos
que, exceptuando un pequeño número de nombres técnicos
cuyo sentido se fija por medio de acertadas definiciones dedu-
cidas de la jeneracion de esas mismas ideas, nuestra lengua
no carece de medios para expresar los pensameintos mas abs-
tractos i para amenizarlos i pintarlos. Véase cuál es en esta
parte la conducta de los escritores franceses, c imitémosla;
difícilmente pudiéramos tomar mejor modelo. ¿Empican ellos
anglicismos o jermanismos para exhibir en su lengua las teorías
de la escuela escocesa o el misticismo de la filosofía alemana?
I 'iics ¿por qué nosotros, explicando a los niños o a los jóvenes
lo (pie se ba pensado en l'aris o en Edimburgo sobre las fa-
cultades i las operaciones del alma humana, que son en Chile
lo mismo que en Escocia i en Francia, hemos do hablarles ww
idioma que necesite todavía de traducirse?
Dando estas merecidas alabanzas al Curso de Filosofía,
Moderna,, reconociendo la excelencia de no pocos capítulos,
lobro todo en la segunda parte de la obra, se nos permitirá
indicar uno de los (pie nOH par .ven mas graves defectos, i (pie,
sí par I lindado nuestro juicio, podría hacerse desaparecer
Ofl las futuras ediciones. ( "uaudo se combinan las ideas de
diferentes autores, que no solo di Aeren entre si en la sustan-
cia de i,.s pensamientos i en la estructura do los sistemas, sino
en la n nelatura, se corre el peligro do juntar cosas incon-
i de hablar un lenguaje e [uivOCO. LO que uno llama
i otro lo denomina sensación; lo que es abstracción
en un sistema, no lo i • on otro; i algunas de las mas re-
CURSO DE FILOS
fiidaa controversias filosóficas no han tenido mas fundamento
que la varia acepción de tal o cual palabra, i hubieran podido
componerse amigablemente con mui lije ras concesiones entre
las escuelas antagonistas. El que se propone extraer de estas
varias fuentes un cuerpo de doctrina (que para merecer este
nombre debe ser consecuente i armonioso en todas sus partes),
es menester que pontea mucho cuidado en la elección de los
materiales; i al colocarlos en su obra, le será forzoso nimbas
veces alterar la nomenclatura técnica de los orijinales, para
uniformar, como debe hacerlo, la suya. El autor del Curso de
Filosofía Moderna no ha tenido siempre este cuidado; así es
que, leyendo la primera parte (i lo hemos hecho con bastante
atención), no liemos podido formar un concepto claro de su teo-
ría psicológica, déla composición i dependencia de las faculta-
des intelectuales entre sí, i déla jeneracion de las ideas. Bajo
estos respectos, estamos mui lejos de convenir en mucha parte
de la doctrina del autor; ñero no es la diferencia entre su
modo de pensar i el nuestro lo que notamos como un delecto
(esa sería de nuestra parte una presunción injustificable), sino
la incoherencia de ciertos principios i la falta de precisión en el
uso de los términos científicos.
Talvez en otra ocasión nos tomaremos la libertad de discu-
tir algunos puntos con el autor, particularmente en lo relativo
a la lójica, a la dirección de nuestras facultades intelectuales,
parte la mas interesante de la filosofía, después de la que ana-
liza nuestros sentimientos morales i dirijo nuestros aetos vo-
luntarios. Creemos que a esa parte no se da actualmente en
nuestros colejios toda la atención necesaria, cuando ella es en
realidad una de las pocas en que se puede decir que el pensa-
miento filosófico ha hecho conquistas durables, i ha trazado
reglas útiles, necesarias, destinadas a durar lo que la misma
razón humana. Mientras que cada dia ve aparecer una nue-
va teoría psicolójica, la lójica avanza progresivamente; i es
estudiada, a beneficio do la sociedad i de las ciencias, en sus
diversos departamentos, en sus varias aplicaciones: la lójica
de las ciencias físicas, la lójica de la historia, la lójica de las
ciencias morales, la lójica del foro. De Aristóteles acá, en este
320 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
solo ramo de filosofía, ha sido constante el progreso, i mani-
fiesta la influencia de las especulaciones filosóficas en la cultu-
ra social i en los descubrimientos científicos. Quisiéramos por
eso que en la educación de la juventud se diese a la disciplina
del entendimiento el lugar que merece; i con este objeto nos
proponemos examinar mas detenidamente la segunda parte
del Curso de Filosofía, Moderna, i someter a su ilustrado
autor i al público el resultado de nuestro estudio.
II
Hallamos mucho de bueno, de excelente, en la segunda
parte de este curso, que trata de la lójioa; pero no debemos
disimular que encontramos también lunares i vacíos notables.
a El medio que tenemos (dice el autor) de conocer o ad-
quirir las verdades deducidas es el raciocinio; operación cuyo
oficio es descubrir la verdad i manifestarla a los demás.» Esta
última frase no nos parece ni exacta, ni consecuente con la pri-
mera. Si el raciocinio tuviese por oficio descubrir la verdad,
no debería mirarse como el medio de conocer las verdades de-
ducidas solo, sino todas las verdades posibles, proposición que
iramehtG no admitirá el ilustrado autor del Curso. Ademas,
el manifestar a los demás hombres la verdad no tiene que ver
con la operación interna del raciocinio. Puede ser útil, i lo es
sin duda, observar cierto método en la trasmisión de nuestros
conocimientos; pero es evidente quo, cuando tratamos de tras-
mitirlos, i completas i perfectas en el alma las opera-'
ciones con que los adquirimos. Tal vez el autor hadado esa
extensión a la palabra raciocinio para introducir su teoría del
silojismo. Pero mo es el silojismo un verdadero raciocinio que
existe en el entendimiento antes deexpn >n palabras?
convicción producida por un silojismo lejítimo depende
i de la forma verbal que se emplea? ¿Ko tiene su verda-
íuii i imento en I iones de las ideas, i su verdadero
i la meii'
Por otra p i quo con ideremo - el silojismo como
CURSO DE FILOSOFÍA 321
una oporacion interna o externa con respecto a el alma, es
demostrable, o por mejor decir, está demostrado que, ni todo
raciocinio, ni todo argumento, puede reducirse al silojismo,
K no ser por medió do ciertos artificios escolásticos, que apa-
rentemente hurtan el cuerpo a la dificultad, i la dejan en pió.
Ilai, a nuestro juicio, diferentes jéneros i especies de racio-
cinios; i el silojismo (entendiendo por tal el que se define i
explica en las Lecciones IV i V), no es mas que una especie
entre muchas de que esencialmente difiere. Para convencernos
de ello, basta observar que el silojismo es un raciocinio de-
mostrativo; un raciocinio en que, de premisas verdaderas, se
deduce necesariamente una consecuencia que también ¡o es.
Concedido, por ejemplo, que lo que carece do parles es indiso-
luble, i que el alma carece de partes, es necesario tener tras-
tornada la cabeza para no conocer que el alma es indisoluble.
Ahora bien, hai modos de raciocinar, modos lejítimos, modos
que han conducido a algunos de los mas pasmosos descubri-
mientos de que se gloría la razón humana, en que, de premisas
indudables, no deducimos mas que consecuencias probables,
consecuencias falibles, consecuencias que necesitan todavía do
confirmarse i reforzarse para que estén exentas de todo peligro
de error.
Por ejemplo: todas las análisis que la química habia podido
hacer de los ácidos, manifestaban la existencia del oxíjeno en
ellos, como uno de sus elementos constitutivos. El oxíjeno,
se dijo entonces, es un elemento necesario de los ácidos; es el
principio acidificante. La conclusión no era mas que probable
hasta cierto punto, aunque se deducía de premisas incontesta-
bles. Así fué que, habiendo pasado algún tiempo como una lei
de la naturaleza, fué después desmentida por mas extensas
observaciones i mejor entendidos experimentos. Si en lugar de
veinte o treinta ácidos en que la análisis hiciese ver la exis-
tencia del oxíjeno, hubiese habido doscientos o trescientos, la
probabilidad (suponiendo que no hubiese ejemplo en contrario)
habría sido inmensa; pero la certidumbre no habría sido toda-
vía completa; i sobre todo, no se habría debido al proceder
silojístico, sino al proceder analójico; a menos que todos los
OPLXJ. i l
OPÚSCULOS UTBRAIUQ9 I CRÍTICOS
ácidos posibles hubiesen sido descompuestos analíticamente,
i en todos ellos hubiese aparecido el oxíjeno,
Ilai una inducción que se reduce al silojismo; la que pre-
sentaba el oxíjeno como elemento indefectible de los ácidos,
no era una inducción de esa especie. En la inducción silogísti-
ca, de la enumeración de todos los particulares, se deduce
una consecuencia jeneral infalible, suponiendo que las premi-
sas lo sean. La inducción analójica es una enumeración incom-
pleta: de varios casos particulares observados, deduce una pro-
posición jeneral que comprende aun los casos particulares no
observados; por lo que, mientras la enumeración no se agota,
no puede concluir demostrativa, ni silogísticamente. Es un ra-
ciocinio lejítimo; pero que no está exento de todo peligro de
error. I cabalmente esta especie de raciocinios, conjeturales
al principio, plausibles luego, probables después, i cuya pro-
babilidad crece por grados hasta que el peligro de error llega
a ser, por decirlo así, una cantidad evanecente, es a la que
se deben los grandes descubrimientos en el estudio de la na-
turaleza; la demostración silogística es comparativamente in-
fecunda.
Pero no solo es cierto que no todo raciocinio es silojismo,
porque el silojismo demuestra, i no todo raciocinio lo hace,
sino porque hai varias especies de raciocinios rigorosamente
demostrativos (pie no son si loj ¡sinos, como lo había dicho ántos
que todos el mismo Aristóteles.
Por ejemplo: este modo de raciocinar tan frecuente en las
matemáticas i en la vida. *A es igual a C, />' es igual a C,
luego A 68 i.urual a />,» no puede, reducirse al silojismo. Ep
ninguno de 1 MB modos i Bguras del silojismo, siendo ambas
premisa! afirmativas, puede el término medio sor predicado
de una i otra. A la verdad, no ha faltado quien se empeñase
en dar b <-¡nio demostrativo (a estruotura silojística;
de que si> ba hecho uso es presentarlo bajo la
forma del lilojismo condicional: «s¡ .\ es igual a C, i Bes
: que \ es igual a ( ', i ll es
ial b /'. • Efujio verdaderamente ri-
dículo i tquí el mismísimo raciocinio que se trata
CURSO ÜE FILOSOFÍA 323
de reducir al silogismo. Otro tanto sucedería si expresásemos
como premisa el axioma: «Dos cantidades iguales a una ter-
cera, son iguales entre sí.» Expresar la idea bajo la forma de
Un axioma, o expresarla por medio de una proposición condi-
cional, o desenvolverla en las tres proposiciones de la demos-
tración matemática, es para el entendimiento una misma cosa;
como cualquiera que interrogue su conciencia, 1 > percibirá
intuitivamente. T.>> las esas formas representan un mismo acto
intelectual, en que percibimos con toda evidencia que la rela-
ción de igualdad do dos cantidades con una tercera, compren-
de la relación de igualdad de las dos cantidades entre sí, de
manera que ambas relaciones coexistan necesariamente.
Creemos haber probado que el silojismo es una sola especie
do raciocinio entre muchas que ejercita la inteligencia huma-
na, porque, siendo el silojismo un raciocinio demostrativo,
hai raciocinios que no son demostrativos, i raciocinios demos-
trativos que no son silojismos. Demos un paso mas. Deter-
minemos la estructura característica del silojismo, la que lo
diferencia de los otros raciocinios que concluyen demostrati-
vamente.
Que los axiomas no son premisas de los raciocinios demos-
trativos, es una verdad que ha sido ya completamente probada
por los filósofos de la escuela escocesa. Pero, si no sirven de
premisas al raciocinio, ¿de qué le sirven? Le sirven de tipos
o fórmulas. A todo raciocinio demostrativo lejítimo, corres-
ponde un axioma, que representa o formula en términos je-
nerales el proceder del entendimiento; de manera que para
«aber si un raciocinio demostrativo- es bueno o malo, basta
ver si el proceder deductivo que en él ha observado el enten-
dimiento es o no conforme a un axioma, a una proposición
evidente.
Como los hombres han subido siempre, en la formación de
sus ideas, de lo particular a lo jcneral, es claro que han ejer-
citado largo tiempo la raciocinación demostrativa, i la han
ejercitado bien 'pues la conducta ordinaria de la vida lo su-
pone), antes que el proceder deductivo de que se valían se
hubiese presentado a su espíritu en la abstracta desnudez de
324 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICO?
un axioma. I esto confirma que los axiomas no son premisas
del raciocinio demostrativo, sino meros tipos i fórmulas;
porque, sin el conocimiento de las premisas, no es posible que
lleguemos por medio del raciocinio a la verdad que se deduce
de ellas. Así mucho antes que un hombre haya pronunciado
el axioma: «dos cantidades que son iguales a una tercera, son
iguales entre sí,» ya ha formado infinito número de racioci-
nios ajustados a él. lia visto, por ejemplo, que dos cuerpos
colocados en un platillo de la balanza pesan cada uno lo mis-
mo que otro cuerpo colocado en el otro platillo; i no necesita
mas para saber que los dos primeros cuerpos pesan tanto el
uno como el otro. De lo cual se colije que la reducción del
raciocinio demostrativo a un axioma, no es necesaria para
conducir bien la inteligencia en esa especie de raciocinación;
es solo útil, en cuanto pone a la vista, por decirlo así, que el
proceder deductivo de que nos hemos servido es lejítimo, i
dando al raciocinio la precisión i rigor del lenguaje aljcbraieo,
deja completamente satisfecho el entendimiento.
El proceder de la razón en el raciocinio demostrativo es, i no
puede menos de ser, vario, según la naturaleza de las relacio-
nes sobre que versa. ¿Se trata do relaciones de identidad? En-
tonces el tipo «si A es C, i B es C, A es i?,» concluye rigoro-
samente. ¿Se trata de las rolacioncs de individuo a especio,
de especie a jénero? Esc mismo tipo es absurdo. Si el reptil es
animal, i si el ave es animal, no poroso el reptil es avo. Esto
nos conduce al verdadero tipo del silojismo.
Nuestros juicios versan ordinariamente sobro la relación
tlr COntÍnenCÍ& del individuo a la especio o <le la especie al
iéoerO. Cnaiido decimos que el alma humana 08 inmaterial o
(jne el hombre discurre, no suponemos quo todo lo inmaterial
Ima humana, o todo lo que discurro os hombre. Lo quo
haoa el entendimiento, ea yer contenida [a oíase alma huma-
na en 1* oíase do loa ini:ilrr¡;il<-s, o la clase lri>l)ihf<>
en lacla fita discurren. El raciocinio llamado
silojismo SO ejercita en esa especie de juicios; i el axioma que
lo formo' contenido en /-', i Beaoontenido
uifeiiido en ('.■ VA alma humana piensa; [o qu<
CURSO DE FILOSOFÍA J25
piensa es inmaterial; luego el alma humana es inmaterial.
Es como si dijéramos: el alma humana está contenida en la
clase de los sores que piesan; la clase délos seres que piensan
está contenida en la clase de los seres inmateriales; luego el
alma humana está contenida en la clase de los seres inmate-
riales. Permítasenos esta prolijidad, porque deseamos ser cla-
ros; deseamos ser entendidos de todos; i de los dos inconvenien-
tes, nos parece mucho mas tolerable ser prolijos que oscuros.
Represéntase ordinariamente elsilojismo bajo el tipo «B es
C; A es B; luego A es C»; pero es necesario tener presente
que, cuando así se hace, ol verbo ser no significa la identidad
do todo B con todo C, i de todo A con to lo /i, sino de todo B
con una parte de C, i de todo A con una parto de B; que es
en otros términos lo mismo que hemos querido' expresar con
la palabra continenci&. Ser significa en el silojismo esíar
contenido en; i por consiguiente es forzoso que todo silojis-
mo, so pena de ser desechado por absurdo, se ajuste al axioma
o fórmula anterior; que en sustancia es aquella misma tan
conocida en las escuelas, a el medio debe contener a uno de los
extremos i estar contenido en el otro.» Pero cualquiera de las
dos que se adopte (que para nosotros es indiferente), es preciso
fijar con todo rigor la idea que correspondo a la palabra con-
tinencia o contener, porque sobre esa idea descansa la teoría
del silojismo, i ella en realidad la comprende toda.
Miran algunos, de un modo al parecer diferente del nuestro,
la continencia de los dos términos de la proposición, o de las
ideas que se comparan en el juicio; i cuando se dice, verbi gracia,
que «lo visible es material,» les parece mas sencillo concebir
lo material como contenido que como conteniente de lo visi-
ble. La continencia es entonces la inclusión de un ser o cualidad
abstracta en otra, no de una clase en otra clase. Pero estas
dos continencias, no tanto son relaciones distintas, como ex-
presiones inversas de una relación idéntica. En efecto, el con-
tenerse una clase de seres en otra supone que la primera está
dotada de todos los atributos constantes i necesarios de la se-
gunda, lo cual no excluye el poseer muchos otros. Si la clase
de los seres materiales contiene la clase do los seres visibles,
326 OPÚSCULOS L1TERAUI0S I CIÚTICOS»
es forzoso que haya en éstos todo lo que se encuentra constan-
te i necesariamente en aquellos. En este sentido, lo visible
contiene a lo material, como en el otro lo material contiene a
lo visible. Los escolásticos distinguieron bien esas dos especies
de continencia, llamando a la primera (la de la especie en el
jénero) extensión, i a la segunda (la del jénero en la especie)
comprensión. Así, según ellos, el predicado contiene extensi-
vamente al sujeto, i el sujeto comprensivamente al predicado,
disputaremos con los que prefieran este segundo modo
de considerar la continencia de los términos en el silojismo,
porque lo mismo se aplica nuestro axioma a la comprensión
que a la extensión. Si la cualidad de uno i simple comprende
la cualidad de indisoluble, i si el ser o naturaleza del alma hu-
mana comprende la cualidad de una i simple, el ser o la natu-
raleza del alma humana comprende la cualidad de indisoluble.
S¡ /; contiene a C, i A contiene a I), A contiene a C.
De cualquiera de estos modos (pie el ilustrado autor del
"doso fío, Moderna hubiese querido formular el
sino, habría hecho, a nuestro juicio, mucho mejor, que
explicando la forma silojíslica como la explica, i dando acerca
lia las reglas que da. Nos parece tan difícil entenderlas,
10 embarazoso aplicarlas. Los medios de que se vale para
lar los \ieios del silojismo, son oscuros, i expresando fran-
inte nuestro juicio, inexactos e inadecuados. ¿Por (pié es
i aquel silojismo:
El hombre tiene OJOS}
el caballo tiene ojos;
lllego el hombre es caballo?
debería ser, porque no es silojismo ni raciocinio
•le ninguna clase. i;i tipo a que parece ajustarse es propio de
ni sobre relaciones de identidad, de que no se tra«
jemplo Trátase de relaciones de continencia, ya
nsiva o comprensivamente. 8i exten*
- | medio lo (¡o.' tiene ojos) contiene los dos e\lre-
ho; ubre i caballo); si oomprensn amento, los dos extremos
r-boiiibje i • ontionen precii amenté el me-
CURSO DE filosofía S27
dio (el tener ojos); i se necesita que estén mui cerrados los
del entendimiento para colejir que de contenerse dos cosas en
una tercera o de contenerlas ésta, pueda deducirse que la una
de las dos contenga a la otra. ¿Xo pone esto de bulto lo vicio-
so de la deducción? ¿1 podrán parecer a nadie satisfactorias las
explicaciones que con este objeto so nos dan en el Curso?
111
El raciocinio demostrativo, dijimos, i por consiguiente el
silojismo, de premisas ciertas deduce consecuencias que no
pueden menos de ser ciertas también, Pero no consiste la na-
turaleza especial de esta clase de raciocinio en la verdad o
certidumbre de las premisas, sino en el proceder deductivo
que es propio de ellos. Si supuestas las premisas (verdaderas
o falsas; ciertas, probables o meramente imajinarias), la con-
secuencia es necesaria, de necesidad absoluta, el raciocinio es
demostrativo; si no es necesaria la consecuencia, debemos re-
ducirlo a otra clase. En la mecánica, por ejemplo, como las
premisas son puras hipótesis, que no representan mas que
aproximativa e imperfectamente los datos físicos, las conse-
cuencias exhiben también aproximativa e imperfectamente los
fenómenos de la naturaleza física; i sin embargo, el proceder
deductivo que conduce a ellas es tan exacto i rigoroso, como
el de la jeometría de Euclídes. El raciocinio, pues, de que se
hace uso en la mecánica, es tan demostrativo como el de la
jeometría pura, no obstante lo inexacto de las consecuencias
referidas a los hecbos reales.
La pretensión de dar un solo tipo, una regla universal, no
ya a todo jénero de raciocinios, sino aun a los demostrativos,
prescindiendo de los otros, ha sido perjudicial en la lójica,
porque no os posible realizarla sino aparentemente, o por
medio de frases vagas, que bien analizadas dejan el problema
por resolver. ¿Qué significa, por ejemplo, la unión de las
ideas? ¿Cómo se une la idea de hombre con la idea de racio-
.' ¿Será identificándose? ¿Será comprendiéndose la una en
328 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
la otra, de manera que racional constituya un atributo nece-
sario de hombre? Estas dos relaciones exijen diferentes pro-
cederes deductivos, i confundirlas bajo la palabra anión, no
es determinar la marcha precisa que debe observar el enten-
dimiento cuando raciocina sobre una de ellas, que es mui
diversa de la que debe observar en otros casos.
Esta nos parece una consideración esencial en toda buena
lójica; i por lo mismo, antes de pasar adelante en el examen
del Curso de Filosofía Moderna, se nos permitirá ilustrarla
con algunas observaciones.
Condillac cree que todo raciocinio se reduce a una sola
operación intelectual, a sacar de un juicio otro juicio incluido
en el primero; pero no nos dice qué especie de inclusión es
esta; i siendo ella diversa, según la naturaleza de las relacio-
nes sobre que versa el raciocinio, la fórmula o tipo universal
que da al raciocinio, no sirve de nada, porque lo que significa
es (pie «el consiguiente debe estar incluido en su antecedente
de aquel modo particular que convenga a la materia del ra-
imo»; i esto en sustancia ¿qué es, sino decirnos que en el
raciocinio la consecuencia debe deducirse legítimamente de las
premisas, sin manifestarnos en qué consiste la legitimidad?
Condillac nos da por ejemplo de su doctrina un raciocinio
matemático. Yo tengo, dice, cierto número de monedasen la
mano derecha, i cierto número en la izquierda. Si yo pasase
una moneda de la derecha a la izquierda, habría igual núme-
ro en ambas manos. Si por el contrario pasase una moneda
de la izquierda a la derecha, habría doble número en la dore»
cha qtu- en la izquierda. ¿Cuántas tengo, pues, <'n cada mano?
■ problema, llamo x el número de la derecha,
¡i el de la izquierda. L expresados algebraicamente
je— -itssy \ I.
C — 1=7/ -f 1 infiero,
l.'.v- u 2
/ -2, ¡nl¡.
-2— 1=2//— 3,
CURSO DE FILOSOFÍA 329
Supuestos los consiguientes 1.° i 2.°, infiero,
3.° 2?/ — 3=jy 2.
I de esta proposición deduzco,
4.° y=2+3=5.
Conocido y, o el número de monedas que tengo en la izquier-
da, deduzco del primero de los datos, que es
x — \=y ■+• 1,
5.°;c— 1=5 + 1=6.
I de aquí saco
G.° x=7.
Tengo, pues, siete monedas en la mano derecha i cinco en la
izquierda.
El incluirse la consecuencia en las premisas no es aquí otra
cosa que deducirse de ellas con arreglo a ciertos axiomas.
En los consiguientes 1.° i 2.°, el axioma regulador es que «si
a cantidades iguales se añaden o quitan cantidades iguales,
las sumas o residuos serán iguales.» En el 3.°, el axioma re-
gulador es que «dos cantidades que separadamente son igua-
les a una tercera, son iguales entre sí.» En el 4.°, la fórmula
reguladora es la misma que en el 1 .° i 2.°. En el 5.°, la fór-
mula es que «los términos que denotan cantidades iguales
pueden siempre sustituirse uno a otro.» Finalmente, en el
G.°, la deducción es conforme al mismo axioma que en el
1.° i 2.°
De aquí so deduce que lo que llama Condillac incluirse un
juicio en otro, o según el lenguaje común, incluirse la conclu-
sión en las premisas, no es otra cosa que adaptar el raciocinio
a cierta norma reguladora, adecuada a la relación particular
que se contempla, i que no es siempre una misma, aun cuan-
do la relación es constante, como lo es la relación de igualdad
en la serie de raciocinios con que se resuelve el problema
anterior.
Si de la relación de igualdad pasamos a otras, encontrare-
mos de la misma manera que el incluirse la conclusión en las
premisas no es mas ni menos que deducirse de ellas conforme
a un axioma o tipo especial, adecuado a la relación sobre que
330 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
i el raciocinio, en una palabra, que el incluirse la con-
clusión en las premisas no es mas ni menos que deducirse le-
gítimamente de ellas. Si Condillac ha querido darnos una regla
que pueda servirnos de guia para dirijir el pensamiento en
todo jénero de raciocinios, nada ha hecho; ha dejado las cosas
como estaban; lo que el llama inclusión no significa otra
cosa que deducción lejítima. El no ha hecho, en sustancia,
otra cosa que fundar la legitimidad del proceder deductivo en
que el raciocinio se conforme a la lei que debe rejirlo, sin de-
terminar esa lei.
La explicación que da el doctor Brown del raciocinio, no
nos parece mas aceptable que la precedente de Condillac. Se-
gún él, la legitimidad de la consecuencia consiste en sacar de
una idea, otra que está incluida o envuelta en la primera; pe-
ro es fácil ver que si esta especie de involución es un término
jencrico, que abrace todas las relaciones posibles, la evolu-
ción o desarrollo que se ejecuta por medio del proceder deduc-
tivo, no puede ser siempre una misma. Para probarlo, no hai
mas que analizar el mismo ejemplo de que se sirvo Brown.
Sí yo digo que el hombre es falible, i añado que él puede
'por consiguiente errar, aun cuando se eren monos éx-
ito a error, no hago mas que desenvolverlo que estaba
envuelto en la noción de su falibilidad. Si a esto añado, él
un d<>hi>, pues, pretender que los demos hombres piensen
como él, aun en materias que le 'parecen no tener oscurU
<I;i I ;i /;/////;/, afirmo lo que va envuelto en la posibilidad de
que él i ellos yerren ¿un en las materias mas claras. Cuan-
do añado, no debe ¡ pues, castigar a los que no han hecho otra
que no pensar como él, ique pueden talvez tenerra*
'de 'dm modo, desenvuelvo 1*» que ya estaba
contenido en lo irracional de la pretcnsión de que todos los
hombres piensen como él piensa. I ouando infiero de este
ate que una lei 'pie castiga como delito tal o cual
opinión es contraria n la justicia^ no hago mas que Baoar
una ínju injusticia jeneral de querer wn
hom de pensar di"
1 i suyo.
CURSO DE FILOSOFÍA 33t
Tal es la exposición del raciocinio que nos da el doctor
Brown. La lejitimidad de la deducción consiste, según él, en
desenvolver la comprensión de un término. De que el hom-
bre es racional infiero que el hombre es capaz de conocer la
verdad, porque esa capacidad me parece comprendida en el
8ér-racional. Esto, como se ve, es reducir todos los racioci-
nios posibles al entimoma, es decir, al silojismo en que se
calla una de las premisas porque se supone concedida, apli-
cando, en sustancia, a toda raciocinación posible el axioma «si
A comprende a lí, i B a C, A comprende necesariamente a
/?;» fórmula de que no necesita la demostración matemática
para producir una convicción inmediata, i que, por otra parte,
es inaplicable a las deducciones empíricas o analójicas. Yo
veo en cierto número de casos que la frotación de un pedazo
de paño con una barra de lacre produce fenómenos eléctricos,
i de aquí infiero que en lodos los casos en que se verifique
del mismo modo la frotación de estas dos sustancias, se
producirán fenómenos eléctricos. ¿Puede concebirse que esta
proposición universal esté envuelta de algún modo en las
proposiciones particulares que representan los experimentos?
La fórmula de Brown es demostrativa; i en las jeneralizacio-
nes que hacemos después de cierto número de experiencias
conformes, no hai ni puede haber demostración. De aquí es
que los escolásticos, reduciendo a la verdad demostrativa toda
verdad deductiva, i deduciendo siempre lo particular de lo
universal (como era preciso para concluir demostrativamente),
no pudieron dar un paso en las ciencias experimentales, en
que el proceder deductivo es inverso.
Pero hai mas: la fórmula de Brown no puede aplicarse a
todos los raciocinios demostrativos. Según él, es preciso para
raciocinar bien, atender a la comprensión de los términos.
Pero él mismo pasa, sin sentirlo, de la comprensión a la
extensión, cuando deduce de la injusticia del liombre en
querer castigar a otros porque no piensan como él, la injusti-
cia del lejislndor en el mismo caso. La deducción es lejítima;
pero se hace por un principio inverso del suyo, i no puede ha-
cerse de otro modo.
332 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
Brown, en su horror al silojismo, quisiera siempre que se
sustituyese a él el entimema, i determinadamente el entimema
en que se ealla la mayor. Este raciocinio: «el hombre es fali-
ble; luego el hombre puede errar aun en las materias que le
parecen mas claras o menos expuestas a error,» es un silojis-
mo en que (según la doctrina escolástica, que no por ser esco-
lástica deja do ser aquí verdadera) se calla, porque se supone
concedida, la proposición llamada mayor, cuyo predicado es
el mismo de la consecuencia; a saber: «todo ser falible está
expuesto a errar aun en las cosas que le parecen mas claras.»
Pero la verdad es que, tanto en el entimema, como en el silo-
jismo expreso, se toman en consideración una i otra premisa;
la circunstancia de callarse una de ellas, porque se supone in-
contestable, no altera en manera alguna el proceder interno
del alma. De aquí es que puede suceder muchas veces que, por
un falso concepto, omitamos en el entimema la mas esencial
i la mas disputable de las preniisas; i esto es cabalmente lo
que ha hecho Brown en el primero de los suyos. De las dos
premisas en que funda la consecuencia, la única que puede
suscitar dudas, o que por lo menos necesitado elucidarse, es
la que Brown ha pasado en silencio. Nadie duda que «elhom-
i falible; •> esta era, por consiguiente, la premisa que pudo
callarse. VA entimema debiera, pues, haberse presentado de es-
te modo: (todo ser falible puede errar aun en las cosas que le
peo menos expuestas a error; luego el hombre puede
errar.» Ba Claro que los defensores de la intolerancia no dis-
putarán que «el hombre es falible;» sino que «un ser, porque
'lible, puede errar aun en las cosas mas claras;.» aserción
realmente inadmisible en la jeneralidad con que la sienta
Brown, porque nos prescribiría que dudásemos hasta déla
i-ioa ni i i de la peroepcion intuitiva, i redu-
i la razón humana a un absoluto eseeptieis.no. Las leyes
a un hombre, porque pionsa de diferente modo
• 1 1 • • j j s i . i :|or, son ciertamente injustas; pero la cadena de
.i no lo prueba.
>s ahora nu cámen de la íójioa de N. O.
\
CURSO DE FILOSOFÍA 333
La división del silojismo en afirmativo i negativo es del to-
do innecesaria. Las reglas, o mejor, la única regla del silojis-
mo se aplica a todos los raciocinios de esta especie, consten
o nó, de proposiciones negativas. En esta parte, el ilustrado
autor del Curso nos parece haberse dejado llevar, sin el debi-
do examen, de la corriente rutinera de las escuelas, que no
supieron elevarse a consideraciones bastante jenerales i com-
prensivas.
No debemos ver la negación como algo distinto del término
en que se encuentra, sino como un elemento que concurre con
los otros a expresar ese término. Tan cierto es esto, que pode-
mos omitir muchas veces la negación expresa, i presentar la
proposición que niega como una proposición que afirma; por
ejemplo: «el alma es inmaterial,» «la luz es un fluido impon-
derable,» «la materia es incapaz de pensar.» ¿Es afirmativa
esta proposición, «los elementos de que consta el aire son
heterojéneos?» Pues ella significa exactamente lo mismo que
esta otra: «los elementos do que consta el aire son homojéneos.»
¿Es afirmativa esta proposición, «el alma es simple?» Ella se
traduce rigorosamente en ésta: «el alma no tiene partes.»
Si la lengua no nos da siempre palabras que envuelvan la ne-
gación sin expresarla, podremos siempre suplir esta falta,
juntando la negación al término, i considerándola como parte
de éste: arbitrio sencillísimo que reduce todos los silojismos
posibles al silojismo afirmativo.
I no se crea que es este un proceder artificial; porque, en
realidad, tiene su fundamento en las relaciones de las ideas,
i en el significado natural de las palabras. Un término positi-
vo, verbi gracia árbol, i el mismo término precedido de nega-
ción, no-árbol, dividen todos los seres posibles en dos clases,
do las cuales la una excluye totalmente a la otra, siendo en
realidad tan positivos los seres que la segunda contiene, como
los que contiene la primera. La encina, el olmo, el naranjo,
el peral son árboles; i el león, el caballo, el ave, el insecto,
la piedra son no-árboles; son seres que difieren de los árboles.
No hai, pues, razón alguna para establecer diferencias que solo
estriban en una forma puramente verbal, que puede hacerse
334 OPÚSCULOS L1TKIIAIUOS I CIÚTICOS
desaparecer, sin alterar en lo mas mínimo las relaciones de
las ideas.
Tomemos, por ejemplo, este silojismo: «En lo que piensa, no
pueden concebirse partes; el alma humana piensa; luego en el
alma humana no pueden concebirse partes.» Es como si dijé-
ramos, «lo pensante comprende la cualidad de no tener partes;
el alma humana es un ser pensante; luego el alma humana
comprende la cualidad de no tener partes.» El medio es pen-
sante, que contiene comprensivamente el no-tener-partes;
i se contiene de ¡a misma manera en alma humana. En
términos jenerales, «/i contiene a C; A contiene a B; luego A
contiene a C.»
En el Curso se da por vicioso este silojismo:
El hombre no es caballo;
el caballo no es racional;
luego el hombre no es racional.
¿Por qué es malo este silojismo? La respuesta que el Curso
suministra es para nosotros nada menos que clara i satisfac-
toria. La nuestra es ésta: «hai dos medios, caballo i no-caoa«
//o, i cualquiera de ellos que se elija, no puede verificarse
que el medio esté comprendido en uno de los extremos, i com-
prenda al otro.» En efecto, si ele j irnos el primero, es pre
para que hombre comprenda a no-r&ciqnalt no solo (pie ca-
bailo comprenda a no-racionalj como se ve en la segunda
premisa, sino que hombtú comprenda a C&baUo; que es ca-
balmente lo contrario de lo que ap trece en la primera. Si ele-
j irnos por medio el no-caballo, sale lo mismo. En la primera
hombre comprendo a nO'Caballo; pero en la según-
• que in>-r;ih:illu compren la a no-ration&l , sino
lo contrarío i hai, pues, dos medios distintos, sino
doa medios que no pueden absolutamente reducirse a la uni-
dad que id silojismo requiere.
mismo puede aplicarse al Begund i de los ejemplos del
' o En [a explicación del tercero, hallamos un error grave.
' , p »r ejemplo de un buei 10 i I siguiente:
CURSO LE FILOSOFÍA 335
Lo que discurro es hombre;
el caballo no discurre;
luego el caballo no es hombre.
Prescindiendo de las premisas, i contrayéndonos al proceder
deductivo, ¿podemos mirarlo como lejítimo? Sería preciso
aprobar también el siguiente, que tiene absolutamente la mis-
ma estructura:
La materia existe;
la divinidad no es materia;
luego la divinidad no existe.
¿En qué se diferencia este silojismo del otro, relativamente a
la estructura? En nada. Las premisas son indubitables, i la
consecuencia es absurda; luego el proceder deductivo es vicio-
so. En efecto, adolece del mismo vicio que en el primero do
los ejemplos anteriores; hai dos medios, materia i no-mate-
na, a los cuales no se puede dar la unidad necesaria.
El autor dice que es bueno el silojismo de su ejemplo, por-
que las ideas de hombre i do lo que discurre se unen tan
estrechamente, que donde existe aquella, existe también ésta,
i tnce-uersa. Concedámoslo, aunque no faltaría fundamento
para disputarlo. Suponiendo esa reciprocidad de ideas, ella no
sería mas (pie un accidente casual en el silojismo, i con el
que no debe contarse cuando se trata de someterlo a reglas
jenerales.
Muchos habrá que tengan por demasiado sutiles o frivolas
estas observaciones; pero ellas prueban, a lo menos, que esta
parte del (.'taso no puede tener lugar en una buena lójica.
Por otra parte, ¿no es la análisis en que hemos entrado, la
misma de que se hace uso con tan buenos efectos en las mate-
máticas? ¿Qué son las reglas de las ecuaciones, sino axiomas,
fórmulas, relativas a la relación de igualdad? ¿Qué hacen ellas
sino trazar de un modo palpable, de un modo casi mecánico,
la norma del proceder deductivo? Pues lo que se hace en aquel
jéncro de demostración con tan buen suceso, no puede menos
de tener alguna utilidad, aplicado, mutatis mutandis, a los
raciocinios demostrativos que versan sobre relaciones de otra
336 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
especie. Este es el mismo objeto que se propusieron Condillac
i Brown; i si no lo realizaron (como nosotros creemos), fué por-
que no analizaron bastante, porque se contentaron con expre-
siones vagas, con fórmulas oscuras, que no sirven de nada.
Aristóteles, con el ejemplo de las matemáticas a la vista, se
propuso el mismo objeto; i su teoría del silojismo (de que no
puede juzgarse por el trasunto adulterado de las escuelas do
la edad media), aunque defectuosa por no estribar en jenerali-
zaciones mas comprensivas, que hubieran podido simplificar-
la, es una obra que hace honor a su vigoroso entendimiento;
i después de la jeometría griega, es el mas admirable estudio
analítico que nos ha dejado la antigüedad.
(El Araucano, Año de l£45.)
APUNTES
SOBRlá LA TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES
DE MR. J DITERO Y
I
Toda i lea do moralidad, toda noción de lo justo o lo injus-
to, de virtud i vicio, de heroísmo i crimen, envuelve la idea
de obligación o deber; i la jeneracion de esta idea, su verda-
dero significado, deducido de una análisis rigorosa, ha sido i
es materia de reñidos debates entre las diferentes escuelas filo-
sóficas. Unos, negando la libertad humana, i considerando los
fenómenos del mundo moral como sujetos a una Ici fatal, a
una necesidad incontrastable, no admiten verdadera morali-
dad en las acciones de los hombres, ni distinguen la virtud
del vicio, lo justo de lo injusto, sino por sus efectos benéficos
o perniciosos; el hombre, según ellos, es bueno o malo en el
mismo sentido que la planta o la piedra; no hai en él mas mé-
rito o demérito porque beneficie a la sociedad o la dañe, por-
que la salve o la destruya, que en el vejetal porque produzca
alimentos o tósigos. Para los otros, la idea de que se trata es
elemental e indefinible, objeto de una facultad perceptiva es-
pecial, de un sentido creado solo para ella, i que, a diferencia
de los otros sentidos, se desarrolla en la edad adulta; según
ellos, definir el deber es una pretensión tan absurda, como de-
finir lo blanco o lo negro. Otros, en fin, reconociendo una lei
opúsc. 43
338 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
moral, rastrean su orí jen, exponen su historia, explican su
naturaleza; pero cada cual la entiende a su modo; cada cual
la deriva do un hecho psicológico diferente; lo que es evidencia
para los unos, es ilusión i quimera para los otros. Mientras que
en las ciencias físicas, la guerra de las diversas escuelas no
pasa, por decirlo así, de las fronteras, en la ética la discordia
está en el centro mismo, en los principios; i sin embargo, no
por eso deja de haber bastante uniformidad en las conse-
cuencias.
Todo el curso de Derecho Natural de Mr. Jouffroy, toda»
las lecciones pronunciadas por este ilustre profesor en la fa-
cultad de letras de Paris el año clásico de 1833 a J 834, i pu-
blicadas mas tarde con el título de Prolegómenos, se puede
decir que no tratan de otra cosa que de esta cuestión funda-
mental de la ética: el oríjen del deber, la análisis de las ideas
morales. Mr. Jouffroy, después de establecer su sistema, juzga
los otros, combatiendo vigorosamente los que se oponen al
suyo; i en esta polémica, figuran dos bandos principales: el
de los racionalistas, que fundan la idea del deber sobre cier-
tas relaciones fundamentales que llaman orden (sistema de
Mr. Jouffroy), i el de los utilitarios, que resuelven aquella
idea en la do utilidad, i ulteriormente en la de felicidad i placer.
A esta parte de la discusión, es a la que nos proponemos ce-
ñirnos. La teoría de Mr. Jouffroy no es nueva; los argumentos
con que impugna la doctrina de sus antagonistas tampoco lo
son; pero, en su exposición de los fenómenos morales, en su
modo de olasiQoarlos i explicarlos, hai un orden lúcido, que
facilita mucho el cotejo de sus ideas con las del corifeo de los
utilitarios, Jeremías Bentham. Ni a las unas ni a las otras
adherimos enteramente; lo que nos proponemos en estos
apuntes, i lar un rumbo medio, que nos parece mas sa-
tetorio i seguro.
Antes de pa [ante, fijemos el sentido de una palabra,
que, mal entendida, daria motivo para que se nos imputasen
opinl i erróneas, sino subversivas de todo principio
moral. Por pl&a Bntienden vulgarmente los del cuerpo;
l en i tido, nada mas justo que la desconfianza que nos
APUNTES SOBIlE LA TEORÍA DE M. JÜUITROY 339
predican los moralistas contra sus halagos.* Pero es mui otro
el significado que damos nosotros a esta palabra, cuando sen-
tamos, como no podemos dejar de hacerla sin desmentir nues-
tras mas arraigadas convicciones, que el placer, la felicidad,
es el bien a que aspira por un instinto irresistible la natu-
raleza humana. Claro es que, sin eehar por tierra toda idea
de moralidad, no podemos tomar estos términos en la acep-
ción mezquina de que hablamos, i con que algunos discípulos
do Epicuro calumniaron la doctrina de su maestro. Compren-
demos, pues, bajo la denominación de placeres, no solamente
los goces materiales, que consisten en meras sensaciones, sino
también, i principalmente, los del espíritu, los del entendimien-
to, los de la imaj ¡nación, los de la beneficencia, los que acom-
pañan al testimonio que la conciencia da al hombre justo de
la rectitud de sus actos, los que produce en los espíritus reli-
giosos la idea de un Ser Supremo, a cuya vista nada esconden
los mas íntimos pliegues del corazón, i que se complace en el
homenaje de un alma pura, sumisa i resignada. Que de todas
estas fuentes emanan satisfacciones i goces, i de los mas in-
tensos i exquisitos, i do aquellos cuya falta emponzoñaría
nuestra existencia, es un hecho indudable. Ellos forman, pues,
una parte esencialísima de la felicidad, del bien a que aspira
la naturaleza del hombre.
Correlativa a la idea de felicidad es la de utilidad, envileci-
da también en la acepción vulgar, que la limita a los medios
de procurarnos goces corpóreos i un bienestar material. Útil,
como nosotros lo entendemos, es todo aquello que,, sin ser en
sí mismo un bien, es un medio de procurarnos bienes, place-
res, en el sentido extenso i jeneral que damos a esta palabra.
Los que resuelven la bondad moral en la utilidad, i solo lla-
man útiles las cosas que nos proporcionan goces materiales,
* Iu voluptatis regno, virtua non potest consistere — Voluptas
illecebra turpitudinis — Imitatrix boni voluptas, malorum autem mater
omnium — Ornáis voluptas honestati est contraria — Voluptates, blan-
dissima? dominas, sa^pc majores partos animi a virtute detorquiMii;
etc., etc. — (Cicerón./
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
establecen un principio funesto a los mas altos intereses de la
sociedad, i degradan la naturaleza humana. — Pero ya es tiem-
po de entrar en materia; i lo haremos adoptando una parte de
la exposición preliminar do Mr. Jouffroy.
Considerar al hombre bajo el triple aspecto del destino del
individuo, el de las sociedades i el de las especies,, era el objeto
que Mr. JouíYroy se había propuesto; i la cuestión que una aná-
lisis rigorosa le presentaba en primer lugar, era la de saber
cuál es el fin o el destino del hombre en la tierra. La natura-
leza del hombre le indicaba su fin absoluto. Pero las circuns-
tancias en que nuestra naturaleza está colocada sobre la tierra,
hace inasequible la completa realización do este fin. Era, pues,
necesario tomar en consideración dos hechos: la naturaleza
del hombre, i las condiciones de la vida terrena. Un año en-
tero, el primero de la enseñanza de Mr. Jouffroy, fué consa-
grado a la solución de este problema.
La segunda cuestión, en el orden analítico, era esta: ¿cúm-
plese en la vida presente el destino entero del hombre? ¿O bien,
antes de la hora que da principio a la vida, i después de la
hora que la termina, tiene este destino un antecedente i un
consiguiente que se nos ocultan? Para resolver esta cuestión,
hai un solo medio; i es ver si el destino del hombre tiene un
verdadero principio i un verdadero fin en este mundo, o si es
como un drama a quo falten la exposición i el desenlace. El
profesor, examinando en sí mismos los destinos torrónos del
hombre, reconoció quo permanecían ininteligibles sin una
continu aeion mas allá del sepulcro, i comparándolos con los
que resultan íntimamente de su naturaleza, so convenció do
que, lójo arla, exijian imperiosamente un estado futu-
ro qn nnpletaso i los justificase. E¡] mismo método, apli-
al problema de una vida anterior, dio resultados contra-
rios. Quedaba, pues, determinado que, por una parte, los
úitim dol drama de loa destinos humanos no se repre-
i el teatro del intuido, i por otra, que este drama ha
principiado verdaderamente en él, i que nada supone antea de
la primera hora de la exiatenoia terrena un prólogo a la vida
fianza de Mr. Jouffroy se emplea*
APUNTES SOBRE LA TEORÍA DE M. JOL'FFROY Vi l
ron en osta indagación importante, que pertenece a la relijion
natural.
La cuestión que iba a resolverse en el Curso a que se refie-
ren nuestros apuntes es esta: conocido el fin del hombre,
¿cuál debe ser su conducta en todas las circunstancias posibles?
¿cuáles son las reglas de las acciones humanas? Tal es la ma-
teria del derecho natural en su significación mas amplia.
El paso preciso para resolver este problema, es la exposición
de los hechos morales de la naturaleza humana.
El primero de estos hechos lo forman aquellas tendencias
primitivas, instintivas, indeliberadas, que, en el hombre, como
en las otras criaturas vivientes, se desenvuelven desde el pri-
mer momento de la existencia. Estas tendencias se difijen ha-
cia el fin para que el hombre ha sido organizado, i cuya rea-
lización es su bien. Detengámonos aquí un momento.
¿Qué es el bien? So nos dice que el hombre tiene un fin
correlativo a su naturaleza; que alcanzar o cumplir este fin, os
su bien. Pero ¿qué fin es este"? lié aquí una idea que no halla-
mos suficientemente definida, i que debiera serlo con tanta
mas precisión, cuanto ella es la base, el punto de partida de
la teoría. Lo que no podrá disputársenos, a lo menos con res-
pecto a esta época de las tendencias primitivas, maquinales,
que se desarrollan sin el concurso de la inlclijencia, es que,
cualquiera que haya sido el fin de la organización humana, el
bien a que ellas conspiran i que producen todas las acciones i
movimientos del pequeño viviente, es evidentemente la ausen-
cia del dolor, el bienestar, el placer, la felicidad. En el plan
de la naturaleza, la primera tendencia de la criatura animada
es a recibir alimento, a conservarse, a desarrollarse. El ali-
mento, la conservación, el desenvolvimiento de los miembros
i de las facultades, es un bien en la teoría de Mr. JouíTroy.
Mas, para el niño, ¿en qué consiste este bien? En satisfacer
una necesidad, en sustraerse a un dolor, en experimentar un
placer. La naturaleza, para que se logre su fin, ha unido el
placer a todos los medios de obtenerlo, i el dolor a todas las
cosas que lo estorban o lo contrarían. El niño, buscando a su
modo las sensaciones agradables, i evitando las que le causan
3i2 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
pena, se conforma a los designios de la naturaleza; no conoce
su fin; conoce solo el placer i el dolor, que son todo el bien i
todo el mal que existen para él en el mundo.
«El placer i el dolor, dice Mr. JouíTroy, nacen en nosotros
porque somos, no solo activos, sino sensibles Pudiéramos
concebir una naturaleza que fuese activa sin ser sensible.
Para ella babria siempre un fin, un bien, tendencias que la
conducirían a esc bien, i facultades que la harían capaz de al-
canzarlo, i que tendrían bueno o mal éxito, según las circuns-
tancias; pero sin la sensibilidad, loque se llama placer i dolor,
esto es, el eco, la reverberación sensible del bien i del mal, no
tendrían cabida en ella. Estos dos fenómenos están, pues, su-
bordinados al bien i al mal. Se lia confundido muchas ve.ccs
el bien con el placer i el mal con el dolor; pero son cosas pro-
fundamente distintas. El bien i el mal son el bueno o mal
éxito en la persecución de los fines a que nuestra naturaleza
aspira; podríamos obtener el uno i experimentar el otro sin
placer ni dolor; para ello bastaría que careciésemos de sensi-
bilidad. Pero, como somos sensibles, no puede ser que nuest a
naturaleza deje do gozar cuando consigue lo que para ella es
un bien, o que deje de padecer cuando no puede alcanzarlo;
tal es la lci de nuestra organización. El placer es la conse-
cuencia i como el signo de la realización del bien en nosotros;
el dolor, la consecuencia i el signo de la privación del bien;
poro ni aquel es un bien, ni éste un mal.»
Algo nos parece haber aquí de inexacto <> de oscuro. El
supremo autor del universo ha dado sin duda un (in peculiar
¡il hombr le fin es un bien, no puede ser otro oosa que
la felicid id del hombre. Llámasele desarrollo, elevación, puri-
ion <1«' las facultades humanas; todo esto, si no es una feli-
[uisita, mas elevada, mas pura, es un medio para
obtenerla; ¡ si tampoco es esto, no podemos concebir para qué
i, ni qué valor tenga. Pero, sea cual fuere el íln del hom-
para el nifio, que na la sabe, que no hace mas (pie sentir,
ilizacion dol bion, el bien mismo, no puede existir sino
en el placer, que es su oonsoouoncia i su signo. Niel mal
: para él Otra [ue el dolor, lina naturaleza que
APUNTES SOBRE LA TEORÍA DE M. JOUFFROY 343
fuese activa sin ser sensible, no probaria nada para el hombre,
que, organizado de diferente modo, .se movería, según los prin-
cipios mismos de Mr. JouíTroy, hacia un fin, un bien proporcio-
nado i correspondiente a la suya. Un ser activo, pero no sen-
sible, tendría motivos peculiares que determinasen su activi-
dad, i de que no podemos ni siquiera formar idea. Los motivos
que determinan la actividad humana, son el placer i el dolor.
¿Qué son el bien i el mal separados de ellos i profundamente
distintos, como dice Mr. Jouffroy? No pueden ser sino los objetos
que el autor de la naturaleza se propuso en el plan de los des-
tinos humanos. Pero ¿cómo se revelan al hombre estos objetos?
Por el placer i el dolor. El signo es para él la cosa misma.
«Por el hecho de aspirar toda criatura a su bien, de gozar
cuando lo obtiene, de padecer cuando está privada de él, es
necesario que toda criatura ame i busque todo aquello que sin
ser su bien contribuye a procurárselo, i aborrezca todo aquello
que le embaraza su logro. Desenvolviéndose nuestras faculta-
des, i encontrando objetos que favorecen o contrarían sus es-
fuerzos, experimentamos sentimientos de afecto i amor hacia
los unos, de aversión i odio hacia los otros. I de aquí resulta
que nuestras tendencias, es decir, las grandes, las verdaderas
tendencias de la naturaleza humana, se ramifican, por decirlo
así, caminando al logro de sus fines, i se subdividen en una
multitud de tendencias particulares, que se llaman pasiones,
como las otras, pero que deben distinguirse de nuestras pa-
siones primitivas, las cuales se desenvuelven en nosotros por
sí mismas e independientemente do todo objeto exterior por
el hecho solo de nuestra existencia, i aspiran a su fin antes
que la razón nos dé a conocer qué fin es este. Por el contra-
rio, las pasiones secun Jarías nacen con ocasión de los objetos
externos, los cíñales, favoreciendo o contrariando el desarrollo
de nuestras pasiones primitivas, excitan las secundarias. Cali-
ficamos de útiles los objetos que favorecen a nuestras tenden-
cias primitivas, i de dañosos los que las contrarían. Tal es
el oríjen de las pasiones secundarias, i de las ideas de lo útil
i lo dañoso. »
Estas ideas serian perfectamente claras c intclijibles, sin
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
necesidad de la distinción entre el bien i el placer, entre el
mal i el dolor. Toda criatura sensible aspira al placer: es ne-
cesario, por consiguiente, que ame i busque las cosas útiles,
esto es, las que contribuyen a procurárselo; i que aborrezca i
las cosas dañinas, eslo es, las que le embarazan su lo-
gro. No se requiere, para hacer esta clasificación, que nos
elevemos a la contemplación de un fin, que la gran mayoría
del jénero humano es incapaz de comprender en aquella épo-
ca de la vida en que formamos ya las nociones de lo útil i lo
dañoso.
La aspiración de las tendencias a su fin, es una expresión
equívoca, que falsea toda la teoría de Mr. Jouffroy. Ellas aspi-
ran ciertamente a un fin designado por el autor de la natura-
leza; pero de que el niño i la mayor parte de los hombres no
tienen idea; aspiran a ese fin en el mismo sentido que los
graves a su centro, i los líquidos al equilibrio: aspiración que
no es conocida ni sentida, ni puede ser, por consiguiente, un
principio de acción en el viviente que pone en movimiento
fuerzas, La sola aspiración que él siente i que determina
sus esfuerzos, es hacia las sensaciones i las emociones en que
implace i deleita; porque este es el solo fin a su alcance.
. i la infancia, i antes que la razón haya venido a revelar-
nos nuestra propia naturaleza, todas nuestras tendencias se
irrollan sin que pensemos en nosotros mismos, es decir,
sin egoísmo.*
Aunque en el pensamiento del niño no haya una idea del
ni por consiguiente, un egoísmo de, que pueda tener con-
lo liai ciertamente en sus esfuerzos, en sus oonatos
■ alcanzar el placer o sustraerse al dolor. Tiene hambre, i
l!..ra; el llanto es en él la expresión de una tendencia suya,
►cir, individual i egoísta. Se ajila en todos sentidos; su
ajit i i i i terzo, un conato, sin dirección, es verdad,
l ¿a qué aspiran estos esfuerzos?
A un bien, en que el niño no piensa todavía, pero cuya falta
Individual, loo. No se pasan
i en él una luz, que liga
Llora oomo antes,
APUNTES SOBRE LA TEQUIA DE M. JOUFFJtOY 34.'>
no solo porque padece, sino porque ha experimentado que
llorando trae a sus labios el seno de su nodriza; i aun llega a
llorar sin padecer; la idea de aquel goce forma en él una ne-
cesidad facticia; pone adrede en acción el medio eficaz que lo
ha dado la naturaleza para procurárselo. Desde entonces las
tendencias primitivas son egoístas en toda la latitud de la pa-
labra; egoístas en los sentimientos; i egoístas en las ideas.
Hasta allí la criatura humana no se diferenciaba del pequeño
viviente de las especies mas brutas; desde entonces asoma la
intelijencia.
«De nuestras tendencias primitivas, las unas son benévolas
hacia los otros, como la simpatía; las otras no lo son, como
la curiosidad o el deseo de saber, la ambición o el deseo del
poder. Ciertas tendencias tienen, pues, por único resultado
nuestra propia satisfacción, nuestro propio bien; mientras que
la simpatía tiene por resultado, no solo nuestro bien, sino el
bien ajeno. Si mas tarde, cuando interviene la razón, somos
benévolos hacia los otros hombres, no es solo en virtud de la
razón, sino en virtud do nuestras tendencias, en virtud de la
simpatía, que, sin necesidad de ninguna idea de obligación o
deber, ni de un cálculo de interés, nos empuja al bien ajeno,
como a su fin propio i último. El principio es personal, pero
el blanco a que aspira espontáneamente es el bien ajeno. Asi,
aun cuando en el hombre no hai todavía mas que movimien-
tos de instinto, hai ya benevolencia hacia sus semejantes.»
Enjugamos las lágrimas del dolor ajeno, porque natural-
mente nos compadecemos de él, esto es, porque padecemos
con el que pa lece; porque la naturaleza ha hecho nuestro su
dolor; i porque, para curar nuestro dolor, nos es necesario cu-
rar el ajeno. La naturaleza, que hizo sociable al hombre, i que
para hacerle sociable, ha debido hacerle benévolo, no quiso
liar esta obra ni a cálculos de interés, ni a nociones abstractas
de fines i bienes; quiso poner la semilla do la benevolencia
en el corazón mismo; quiso que nos condoliésemos; quiso
apoyar la benevolencia en el egoísmo. La filosofía declamado-
ra rechaza este apoyo; lo llama ignoble i degradante, como
si pudiese haber un sentimiento mas elevado i jeneroso qr.e
3\6 OPÚSCULOS LITEHARIOS I CRÍTICOS
el que hace consistir la felicidad propia en la ajena. Se dirá
.que la benevolencia, la simpatía, no piensa en el bien indivi-
dual cuando solicita el de los otros. Pero ¿no nos duele ver-
daderamente el dolor ajeno? ¿No esperamos complacernos,
no nos comp1 aceraos anticipadamente en el bienestar, en la
felicidad que nos empeñamos en proporcionar a un amigo, a
un compañero, a un hombre? I ¿no es esta sociedad de placer
i dolor, sentida primero, i después conocida, apreciada, afian-
zada, estrechada por la razón, por el cultivo de los hábitos
sociales, por el imperio de las ideas relijiosas, lo que nos ha-
ce socorrer al menesteroso, amparar al desvalido, consolar al
que llora? Si esto no es pensar directamente en nuestra felici-
dad cuando trabajamos por la ajena, es algo aun mas perso-
nal, es sentir la felicidad propia en la ajena.
La simpatía obra con mas poder en nosotros, no en razón
de lo intenso de los padecimientos ajenos, sino en razón de la
intensidad con que participamos de ellos. Volaremos a soco-
rrer a un hermano, a un amigo, aun con grave incomodidad
i peligro nuestro; i no haremos sin duda otro tanto por una
persona extraña. ¿Por qué? Porque nos hieren mas honda-
mente los infortunios de las personas que amamos, porque
nos dude mas su dolor. Lo que nos impele a obrar no es,
pues, lo que otros padecen, sino lo que padecemos nosotros; i
por consiguiente, es nuestra propia satisfacción la que busca-
mos procurando la ajena.
II
El ilustre profesor resume, antes de pasar adelante, los ele-
mentos constitutivos de aquel estado de las tendonoias natu-
rales, orijinales, indeliberadas, que llama estado primitivo
del hombre, estado del nifto. «Desde el principio mismo de la
nvuelven ciertas tendencias en el hombre, i mani-
el lin para el cual ha lido creado; despiértanse al mis-
tiempo i dar satisfacción a estas
rollo de las facultades es al principio irre-
indetorminado; pero los obstáculos en que tropiezan,
APUNTES SOBRE LA TEORÍA DE M. JOUFFROY 3'iT
las excitan a una concentración que es la primera manifestación
o el primor grado del desarrollo voluntario. La naturaleza
humana, como sensible que es, experimenta placer, cuando
se satisfacen sus tendencias, i dolor, cuando no están satisfe-
chas. Ella, en fin, ama lo que la ayuda a desenvolver sus
tendencias, i odia lo que las contraría; i de aquí la ramifica-
ción de nuestras pasiones primitivas en una multitud de pa-
siones secundarias. Tales son los elementos del estado primi-
tivo. Lo que lo caracteriza i distingue eminentemente de los
otros, es el dominio exclusivo de la pasión. Sin duda hai en el
hecho de la concentración un principio de imperio sobre noso-
tros mismos i un principio de direcion de nuestras facultades
por el poder personal; pero este poder obra todavía a ciegas,
i obedece servilmente a la pasión, que determina de un modo
necesario i fatal la acción i dirección de las facultades. Al
fin la razón amanece, i sustrae el poder o la voluntad del
hombre al imperio exclusivo de las pasiones. Hasta que ella
despierta, la pasión del momento, i entre las pasiones del mo-
mento, la mas fuerte, arrastra a la voluntad, porque todavía no
puede haber previsión del mal futuro. El triunfo de la pasión
presente sobre la pasión futura, i entre las pasiones presentes,
el triunfo de la pasión mas fuerte, lié ahí, en aquel primer es-
tado, la lei de las determinaciones humanas. La voluntad exis-
te ya, pero no la libertad. Tenemos poder sobre nuestras facul-
tades; pero no lo ejercitamos libremente. Veamos ahora cómo
es que apareciendo la razón transforma aquel estado primitivo
que es el del niño.»
Recordemos que para el niño no hai otro bien o mal, que
el placer o el dolor. ¿Cuál es el fin que las tendencias mani-
fiestan al niño? El placer en su satisfacción, el dolor en el ca-
so contrario. No diríamos, pues, que ellas desde el estado pri-
mitivo manifiestan el ñ\i para que hemos sido creados; lo
manifestarán, si se quiere, al filósofo; i ni aun al filósofo de-
ben de manifestárselo mui a las claras, pues vemos tantas i tan
diversas teorías filosóficas sobre el sentido de estas tendencias
primitivas. Pero al niño ¿qué manifiestan? Placer, si las satis-
face; dolor, si son contrariadas. Insistimos sobre este punto,
3'i3 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
porque es fundamental en la teoría de los sentimientos mo-
rales.
«La razón penetra en seguida el sentido del espectáculo que
se ofrece a su vista. Comprende desde luego (d'sibord) que
tolas esas tendencias, que todas esas facultades aspiran a un
solo i mismo objeto, a un objeto total, por decirlo así, que es
la satisfacción de la naturaleza humana. Esta satisfacción de
nuestra naturaleza, que es la suma, i como la resultante, de
todas sus tendencias, es, pues, su verdadero fin, su verdadero
bien. A este bien aspira por todas las pasiones que la compo-
nen; este bien solicita alcanzar por todas las facultades que
desplega. De este modo forma la razón en nosotros la idea
jeneral del bien; i aunque este bien, concebido así, no es to-
davía masque n'iestro bien particular, no por eso deja de ser
este un progreso inmenso sobre el estado primitivo en que no
existe tal idea.
«La observación i la experiencia de lo que pasa perpetua-
mente en nosotros, hace también que la razón comprenda (pie
la satisfacción completa de la naturaleza humana es un im-
posible; que es una ilusión Contar con ella; que no podemos
ni debemos aspirar sino al mayor bien posible, es decir, a la
mayor satisfacción posible de nuestra naturaleza. Elévase,
pues, de la idea de nuestro bien a la idea de nuestro mayor
bien posible.
La razón no tarda en concebir (pie lodo lo que puede con-
mayor bien, es bueno pOP eso, i que tolo lo
tvía de su consecución, es malo; pero no confundo
doble propiedad que encuentra en ciertos objetos con id
o el nal ni decir, con la satisfacción o no satis-
iii de. nuestra naturaleza. Distingue, pues, profundamente
el bien i d i misino de las cosas <pie muí a propósito para pro-
Leralizando la pr ipioda 1 común de estas cosas, se
eleva a la id'\t j< ikt.iI de lo ú I i I .
1 1 isfaocion i <-s(a no satisfac-
i natural. '/.a, de las modiliea-
ie la acompañan en nuos-
para -'lia >^r.\ cosa <pic el bien o
APUNUK8 S03RE LA TEORÍA DE íf. JOUFFItOY ¿\'i
que lo útil, el mal otra cosa que el dolor o que lo dañoso; í
así como ha creado la idea jcncral del bien, i la idea jeneraí
de lo útil, resumiendo lo que hai de común en todas las sen-
saciones agradables, crea la idea jeneral de la felicidad.
«El bien, lo útil, la felicidad, hé ahí tres ¡deas que la razón
no tarda en extraer del espectáculo de nuestra naturaleza, i
que son enteramente distintas en tolas las lenguas, porque
todas las lenguas han sido construidas por el sentido común,
que es la expresión mas verdadera de la razón. Desde enton-
ces posee el hombre el secreto de lo que pasa en él. Hasta aquí
había vivido sin comprenderlo; ahora lo entiende. Ahora ve
de dónde vienen esas pasiones i lo que quieren; ahora sabe
cómo son determinadas esas facultades, para qué sirven, qué
hacen; si ama o aborrece, sabe a (pié título aborrece o ama;
si experimenta plaeer o pena, sabe por qué goza o por qué
padece; todo es ahora claroen él; i la razón es quien le da
esta luz.»
Ahora bien, nosotros no vemos que la razón comprenda
desde luego que todas esas facultades aspiran a un solo i
mismo objeto, i que ese objeto sea la satisfacción de la natu-
raleza humana, como lo concibe Mr. Jouffroy. Apenas un hom-
bre entre mil será capa/, de elevarse a esas ideas jeneralcs.
Apelamos al sentido común de nuestros lectores; digan ellos
si la satisfacción de la naturaleza humana en abstracto, (por-
que la suma, la resultante de todas las tendencias no puede
ser otra cosa que una idea de las mas jenerales i abstractas),
es o puede ser el fin que se proponen los hombres en su con-
ducta, no después de prolongadas i profundas meditaciones
sobre lo que pasa en ellos, sino desde luego (d'abord), en la
primera mañana de la razón. Si el hombre aspira a esa suma,
a esa resultante, a ese bien, distinto del que la sensibilidad le
muestra, o por mejor decir, estampa en él con todas las im-
presiones de placer i de pena que le halagan i le punzan en
todos los momentos de la vida, si el hombre aspira a ese bien,
si se dirijo a él, es con los ojos cerrados, porque no lo conoce;
loque conoce es su reverberación, su signo, sus efectos sensi-
bles.
3.->Ü OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
La razón comprende que la satisfacción completa de la
naturaleza humana es una ilusión; que solo podemos as-
jjirar al mayor bien posible, esto es, a[la mayor satisfac-
ción posible de nuestra naturaleza. Elévase entonces a la
idea del mayor bien ¡cosible. ¿Por qué no hablar un lengua-
je mas claro? ¿Por qué no presentar los hechos como pasan
en todos los hombres? Los hechos son estos: a pocos pasos
que damos en la vida, echamos de ver que la satisfacción de
todas nuestras tendencias, de todos nuestros apetitos o pasio-
nes, es imposible; que no nos es dado evitar todas las impre-
siones que lastiman; que el triunfo de una pasión i el goce
con que lo celebra el alma, son seguidos amenudo de tormen-
tos acerbos de una intensidad o de una duración superior; que,
por el contrario, la no satisfacción de una tendencia, el resistir
a una pasión presente, i el dolor de que es acompañada esa
resistencia, son muchas veces medios eficaces de satisfacer
otras tendencias mas importantes, de gozar placeres mas va-
riados, mas intensos, mas durables. El hombre concibe en-
tonces que si la naturaleza le ha negado vivir en una serie no
interrumpida de placeres, gozar un bien sin mezcla i sin vici-
situdes, puede a lo menos, contrariando ciertas tendencias,
arrostrando voluntariamente ciertas penalidades, obtener el
mayor bien posible, el mayor número posible de goces, i do
is los mas puros, es deoir, los menos degradados por la
Liga del dolor, ingrediente inevitable, i fatal de nuestra exis-
ta sobro la tierra. Tenemos ya a la razón conduciendo al
hombre por cálculos mas o menos seguros, mas o monos erró-
. de placeres i penas; tenemos al hombre solicitando el
aumento d<- [OS unos i la disminuoion de las olí-as; i aspirando
I ráotioamente a la consecución del mayor bien posible, de
la iu.iy.tr suma de felicidad, según lia podido todavía eom-
n lerla.
La rende quo ciertas cosas el trabajo, porejem-
. a prono* iduoirnos al mayor bien posible.
I | n > confunde a sus ojos con el placer mismo,
1 ii- o la felicidad, que podemos procurarnos con
ella. Tito, como medio de alcanzar un bien de grande íntensi-
APUNTES SOBRE LA TEORÍA DE M. JOÜEFROT 3j\
dad o duración, cada una de estas cosas so convierte, por de-
cirlo así, en un bien representativo, i como tal la buscan i
abrazan los hombres, por el mismo proceder intelectual que
hace preciosa a nuestros ojos una tira de papel que podemos
convertir en dinero. Estas cosas, que son como letras de cam-
bio convertibles en bienestar, felicidad, placer, constituyen
los objetos que llamamos útiles. I tan poderosa es la asocia-
ción de la idea de utilidad con la idea del bien, que llegamos
a amar estos objetos por ellos mismos, olvidando su carácter
representativo, i los buscamos i acumulamos, no como medios,
sino como fines. Así atesora el avaro su dinero.
Es fácil colejir que no reconocemos como distintas las tres
ideas del bien, lo útil i la felicidad. La primera comprende,
según nuestro modo de ver, las otras dos. Mr. JoulTroy recurre,
para confirmar el suyo, a las lenguas, en todas las cuales, se-
gún dice, se designan estas ideas con diferentes palabras. Las
lenguas son para nosotros la autoridad del jénero humano, i
la aceptamos con toda confianza en una cuestión de hecho so-
bre sentimientos que, si es fundada la teoría del sabio profesor,
deben ser universales en nuestra especie. Ahora bien, las len-
guas nos dan un testimonio diverso del que se alega. El bien,
en el sentido de Mr. Jouffroy, no es una voz popular, sino técnica
de la filosofía, donde cada escuela la entiende de diverso modo.
En el lenguaje popular, un bien es un objeto eminentemente
útil. La paz es un bien, porque a su sombra florecen las na-
ciones, esto es, acrecientan sus medios de bienestar i felicidad,
acumulan objetos útiles. La libertad es un bien, porque hace
dulce la existencia, porque anima todas las facultades creadoras
do objetos útiles. Dios es el samo bien, porque en él hallan
las criaturas la mas alta felicidad que les es dado gozar aun
en esta morada de peregrinación i de prueba. Por último, lla-
mamos bienes las colecciones de valores permutables, las cosas
que nos dan poder sobre los objetos útiles, producidos por el
ajeno trabajo, i nos habilitan para adquirirlos i gozarlos,
cuando queremos. Llamamos a los objetos útiles, buenos; i si
queremos encarecer su bondad, los designamos con un sustan-
tivo, los llamamos bienes. Esta es la propia significación de
3j2 OPÚSCULOS LITEBARIOS i ciúticos
la palabra en el idioma del pueblo. De manera que, en rigor,
la felicidad es un fin, deque los bienes son medios. Pero,
por una extensión que tampoco es desconocida en las lenguas
(entendemos las que habla el común de los hombres, no las
lenguas filosóficas, en que hai mucho de hipotético i de arbi-
trario), la felicidad misma es un bien, o mejor dicho, es el
bien por excelencia, porque es el resultado de todos los bienes,
i porque es lo que les da el valor de tales, i lo que ellos signi-
fican i representan.
III
«Mientras (fue nuestras facultades están abandonadas al im-
pulso de las pasiones, dice Mr. Jouffroy, obedece siempre a la
pasión que actualmente domina; lo que produce un doble incon-
veniente. En primer lugar, como nada es mas variable que la
pasión, el dominio de una pasión es luego reemplazado por el
dominio de otra, de modo que bajo el imperio de las pasiones, es
imposible que haya regularidad i consecuencia en ol ejercicio de
nuestras facultades; lo/jue no puede menos de esterilizarlas. En
BOgundo lugar, el bien que resulta de contentar la pasión que
actualmente domina es amenudo la causa de un gran mal,
i el mal que resultaría de no contentarla sería amenudo la causa
de un gran bien; así que nada es menos a propósito para con-
ducirnos a nuestro mayor bien, que. la dirección de nuestras
facultades por las pasión. i es 1<> que la razón no larda
cu descubrir; i de ello deduce que para llegar a nuestro ma-
ye- bien posible, es conveniente que la fuerza humana no se
mueva como una veleta al impulso mecánico de las pasiones,
i que, r\\ vez de dejarse arrastrar a satisface!- a cada momento la
pasión dominante, se sustraiga a su impulso, i SO dirija exclu-
sivamente a la realización del ínteres calculado i bien enten-
dido del conjunto de to la i es! is pasiones, • a la realiza-
ción del mayor bim que esté a el alcance de nuestra naturaleza.
de nosotros oaloular este mayor bien, empleando en
ello nuestra razón; i depende también de nosotros enseñorear-
nos de nu i someterla tío Nace,
APUNTES SOBRE LA TEOiiÍA DE M. JOlTTV.m 353
pues, un nuevo principio de acción: principio que no es ya una
pasión, sino una idea; que no sale ciego do los instintos de
nuestra naturaleza, sino que emana intelijible de las convic-
ciones de nuestra razón; que no es ya un móvil, sino un mo-
tivo. Encontrando un punto de apoyo en este motivo, el poder
natural que tenemos sobre nuestras facultades, empieza a ha-
cerse independiente de las pasiones, a desenvolverse i afir-
marse. La fuerza humana queda desde entonces exenta del
imperio inconsecuente i borrascoso de las pasiones, i sujeta a
la leí de la razón, que calcula la mayor satisfacción posible de
nuestras tendencias, esto es, nuestro mayor bien posible, o en
otros términos, el interés bien entendido de nuestra natura-
leza. »
Principio que no es ya una pasión, sino una idea. < in-
sultemos los hechos. Ilai una época en que los esfuerzos pro-
dueidos por las tendencias, los apetitos, los instintos, son
indeterminados; los movimientos no son dirijidos a sus objetos
por el conocimiento que tenemos de ellos i de su aptitud a
satisfacer nuestras tendencias; son ajitaciones vagas en (pie el
recién nacido obedece ciegamente a fuerzas interiores predis-
puestas por la naturaleza para suplir la intelijencia. Esta épo-
ca dura mui poco; los primeros destellos de la racionalidad
apuntan; el niño conoce las cosas que ha menester i las busca.
La idea del bien, concebida a su modo, circunscrito a sus
primeras necesidades, es ya en él un principio de acción. So-
mos, pues, movidos por ideas en el estado que Mr. Joul'froy
llama primitivo, por ideas que nos representan bienes algo
distantes para cuyo logro nos sometemos de buena gana a
molestias presentes, porque el conato, el trabajo, es en sí
mismo un mal. Excepto aquel brevísimo crepúsculo que pre-
cede al primer desarrollo de la intelijencia, el imperio de las
pasiones, ya actuales, ya previstas por el entendimiento i an-
ticipadas por la imajinacion, se ejerce siempre por medio de
las ideas. La voluntad ve ya, si es lícito decirlo así; i a no ser
en algunos momentáneos intervalos en que la aguijonean ins-
tintos nuevos que producen ajitaciones vagas, ni la determina
jamas la idea sin la pasión, ni la pasión sin la idea.
on so, 45
3J4 OPÚSCULOS L1TEHARIOS
¿Cuál es, pues, bajo este respecto, la diferencia entre los tíos
primeros estados morales? Una diferencia de pura extensión.
Acumulados los conocimientos por la experiencia, dirijo el
hombre su conducta por comparaciones, por un cálculo mas
i mas complicado; la vista del alma abraza cada dia un cam-
po mas vasto. La razón distingue los objetos como buenos o
malos, como útiles o dañosos, porque va conociendo nuevas i
nuevas conexiones de causas i efectos de las cpie rijen el mun-
do físico i moral. I dirigiéndose por la idea de su interés, por
la idea del mayor bien, de la mayor felicidad posible, es ma-
nifiesto que ahora, como antes, lo que determina la elección de
la voluntad es la idea de placeres i goces, de penas i padeci-
mientos. Ya no es solo el goce inmediato o poco distante lo
que la excita, sino el goce lejano, el bien representativo, un
interés calculado. La pasión obra en ella por la idea, i la idea
no tendría poder en ella sin la pasión.
Un niño ve una golosina que le tienta. Si alarga la mano
a tomarla, es la idea de su sabor, la idea del placer que ella
va a producirle, lo que determina su voluntad, Mas tarde,
cuando sabe que le es prohibido tomarla, i que si la toma va
a sufrir reprensiones amargas, privaciones sensibles, azotes,
se hace superior a la tentación por la idea de los disgustos,
de l<>s dolores, del nuil, que sería la consecuencia de la fla-
queza. El niño en estas dos situaciones es el hombro en los dos
primeros estados morales.
Un hombro ama la gloria sobre todas las cosas. Trabaja, so
afana, se expone a peligros inminentes por «'lia, por un obje-
to lejano. ¿No es la pasión de la gloria lo que le mueve? Otro
hombre cifra mi felicidad en contemplar su tesoro. ¿No es una
ion que le domina cuando encierra su dinero en
el arca, que cuando 1" saca esperando restituirlo a ella oon
acumuladas usur
La fuerza directriz, bú el segundo estado moral, no sale cié-
ge de loé instintos di- nuestra naturaleza, dice .Mi-. Joufíroy,
y.inn que etnsvne intelijible de les convicciones di' nuestre
i.ii 1 1 primero, la voluntad es movida de un modo ríe-
I por I.. pasión 'l'"' actualmente domina; en el
APUNTE8 SOBRE LA TEORÍA DE M. J0UFFR0Y 555
segundo, hai libertad i elección. Bajo este respecto, la diferen-
cia entre los dos estados es esencial. Pero no se crea que la
elección i la libertad principian en la edad adulta. La época
e.i que la voluntad se determina por lo útil, ha comenzado mu-
cho antes. Los dos estados alternan largo tiempo; i son pucos
los hombres que durante toda su vida no vuelvan mas o me-
nos amenudo, aunque por breves intervalos, al reinado tirá-
nico de las pasiones, en que la razón vendada deja caer de las
manos la balanza de bienes i males.
Para mejor lijar nuestras nociones, podríamos dividir en
tíos el primero de los estados morales, designados por Mr.
JouiTroy. La primera edad moral sería entonces aquella época
brevísima -en que las tendencias ejercen su imperio sin la
menor intervención de la inteligencia; el niño se dirijo ciega-
monte hacia los objetos de sus necesidades sin conocerlos, .sin
prever el resultado de sus esfuerzos. En la segunda edad
moral, el niño sabe por experiencia qué objetos le hacen falta,
i qué medios puede poner en acción para obtenerlos; pero se
mueve servilmente por la pasión que a cada momento le do-
mina. Sigúese a estas dos edades el segundo de los estados
descritos por el ilustre profesor. Al principio, hai solo tenden-
cias, apetitos, pasiones, sin ideas, sin libertad ni elección.
Después, hai pasiones e ideas. Luego, pasiones, ideas, libertad,
i elección.
Lstos tres períodos morales no se suceden cronológicamente.
El segundo principia antes de haber cesado el primero; i am-
bas reaparecen con mas o menos frecuencia durante toda la
vida del hombre.
En fin, el iiücres bien entendido no debo tomarse en un
sentido absoluto. Cada hombre se lo figura a su modo. El
ambicioso lo hace consistir en la adquision del poder; el avaro,
en la acumulación de riquezas; el hombre sensual, en el goce
de los placeres del cuerpo. La idea absoluta del interés bien
entendido, de la mayor felicidad posible, nace mas tarde; i uno
de los objetos de la educación moral debe ser facilitar la forma-
ción de esta idea, i anticipar su desarrollo en el entendimiento.
«No debe creerse que, después de esta revolución operada
.:.".'. OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
en nosotros por la razón, la dirección cicla fuerza humana,
puesta en manos de la razón, no encuentre apoyo en la pasión.
Todo lo contrario. El dia que nuestra razón ha comprendido
el inconveniente que hai en satisfacer todas nuestras pasiones
i en cada momento la mas fuerte, el dia que ella concibe el
interés bien entendido, la necesidad de calcularlo, la de pre-
ferirlo en todos casos a la satisfacción de nuestras pasiones
particulares, esc dia nuestra naturaleza, en virtud de sus le-
yes mismas, se apasiona al sistema de conducta que lo parece
el mejor medio de llegar a su fin, se apasiona a ese sistema
como a todo lo útil, lo ama, le pesa desviarse de él, i concibe
aversión hacia todo lo que la desvía. De este modo, la pasión
apoya el gobierno del poder humano por el interés bien enten-
dido, i bajo este respecto hai, en este segundo estado, una
acción armónica del elemento apasionado i del elemento racio-
nal. Pero este acuerdo dista mucho de ser completo, porque
la idea de nuestro mayor bien, concebida por la razón, no
ahoga las tendencias instintivas de nuestra naturaleza; antes
bien subsisten éstas, porque nada puede desarraigarlas; obran,
piden como antes su inmediata satisfacción, i se empeñan en
arrastrar hacia esta satisfacción inmediata la actividad de
nuestras facultades, i no pocas veces se salen con ello. Si el
ínteres bien entendido halla simpatías en la pasión, también
encuentra en ella una multitud de resistencias. No está, pues,
el poder humano sustraído de todo punto, en esto segundo es-
tado, a la acción inmediata de las pasiones. Bien lejos de eso,
<llas vienen amenudo, sobre todo en las almas débiles, a tur-
bar el imperio calculado del ínteres bien entendido. Guando la
:i lia aparecido, ouando se ha elevado a la idea del ínteres
bien entendido, nace un nuevo estado moral, se levanta un
i mo I i de determinación, pero no se sustituye irrevoca-
blemente al estado, al modo primitivo. VA hombro fluctúa
entn VB dQ Uno a otro; ya resiste al iinpnlso
de l al ínteres bien entendido, ya sucum-
la fuerza de aquel impulso ¡ se deja llevar por él. Mas no
• de haberse introducido en la vida humana una
nuei • de determinación
APUNTES SOBRE LA TEORÍA DE tí. JOUFFROY . r.T
Hornos distinguido entro el interés de una pasión dominan-
te i el interés de nuestra mayor felicidad posible, entre el
interés relativo i el interés absoluto, entre el interés de una
f cadencia, i el interés bien entendido del conjunto de todas las
tendencias. El segundo parece ser el único que considera Mr.
Jouffroyj pero es de toda necesidad dar algún lugar ni prime-
ro en la historia de nuestros sentimientos morales. ¿Lo refe-
riremos al estado primitivo? Parece que nó, porque el estado
primitivo es el reinado despótico de la pasión presente. En el es-
tado primitivo, no corre la voluntad tras los objetos que sin ser
bienes son buenos, esto es, útiles; no sacrifica los goces inme-
diatos a los goces lejanos; las necesidades actualmente sentidas
no dan lugar a las necesidades previstas. Ahora bien, el que
trabaja por la reputación, por la gloria, por un bien distante,
¿no calcula? ¿no resiste a las seducciones presentes, a los pla-
ceres que tiene a la mano, por los placeres para él mas eleva-
dos i exquisitos que su imajinacion le pinta alo lejos? Si se
pretende que este es un interés mal entendido, no lo disputa-
remos; es a lo menos un interés calculado; i todo cálculo es
una obra, buena o mala, de la razón individual, que es la
única que puede guiar al individué. I si se alega que esta
época del interés mal entendido pertenece al estado primitivo,
no insistiremos tampoco en lo contrario, aunque para ello
nos darían bastante fundamento las descripciones mismas do
Mr. Jouffroy. Lo que nos importa es qne se admita la existencia
do esta época moral, colóquesela donde se quiera.
Consideremos, pues, al hombre bajo esta nueva determina-
ción del interés relativo. Para él, lo útil será lo que le parezca
promover ese interés; se apasionará por esa utilidad relativa;
se apasionará consiguientemente por la línea de conducta que
mas a propósito se le figura para realizar el objeto de sus aspi-
raciones; le pesará desviarse de esa línea; mirará con aversión
los objetos que le desvían. Esta es una consecuencia necesa-
ria de las leyes mismas a que está sujeta nuestra naturaleza.
Al fin, con todo, llega la época en que el interés calculado i
el interés absoluto se identifican. Como el primero mira a una
sola tendencia i el segundo es la resultante de todas ellas, el
3CUL&S LITERARIOS I CRÍTICOS
descubrimiento del segundo no puede menos de ser el fruto de
una experiencia mas larga, de nociones mas vastas, de com-
paraciones mas complicadas, que el descubrimiento del pri-
mero; de que se sigue que la fuerza directiva del interés rela-
tivo debe cronológicamente preceder a la fuerza directiva del
interés absoluto, del interés bien entendido. Sin duda pueden
anticiparse por la educación i por otros medios las determina-
ciones de este interés; pero siempre restará una época mas o
menos larga en que la razón, insuficientemente instruida, reco-
nozca como regla de los actos voluntarios una utilidad parcial.
Reconocido el interés absoluto, el que merece propiamente
el título de interés bien entendido, nos apasionamos a la nor-
ma prescrita por él. Ilai desde entonces una especie de con-
ciencia que aprueba o condena nuestros actos en cuanto con-
formes o contrarios a la norma; i a consecuencia del testimonio
do esta conciencia, experimentamos satisfacción o disgusto,
placer o dolor; la regla se ha convertido en un bien represen-
tavivo; sus infracciones, por el hecho solo descrío, producen
dolor; i los sacrificios que hacemos a ella, por el hecho solo
dr hacerse a ella, producen placer. En el primer caso, la con-
ciencia de que hablamos acibara el placer do las seducciones;
en el Begundo, endulza el dolor de los sacrificios.
Ilai una conciencia, por decirlo así, relativa, i por tanto
errónea, duran!'' el reinad i del ínteres parcial: hai otra conoien*
ita, durante el peinado del interés absoluto! delinteres
entendido, conciencia que nos guia rectamente, porque
en el verda lero sentido de nuestra mayor felicidad
ble.
D le [uc hai una norma buena o mala, hai una conciencia
llíen '-mal avisada, que ñus amonesta, nos aplaude, nos vüu-
■i'S i peí! iiciencia, esto es. dr aprobación O
i l< ir.il , este nuevo modo de d (termina*
í-ion tado, elmod t. Lo que constituyo el egots»
no el la intelíjenoia de que obramon por nuestro bien peculi ir,
i lo primitivo; el nifto no
APUNTES SOBRE LA TEORÍA DE if. JOI'FFROY 359
Recordemos las dos edades del estado moral primitivo. En
la primera, no existe la intelijenoia de que habla Mr. Jouffroy.
Pero, en la segunda, existe. En la primera, el niño es egoísta
por los sentimientos; en l;i segunda, por los sentimientos i las
ideas a un tiempo.
Recordemos también que el interés calculado, no es siempre,
no es, sobre todo en las primeras épocas de la inteligencia, el
interés bien entendido, que no se refiere a tendencias parciales,
sino a la resultante de todas.
«Aun no hemos llegado al estado que peculiar i verdadera-
mente merece el título de estado moral, i que resulta de un
nuevo descubrimiento de la razojí, de un descubrimiento que
eleva al hombre, de las ideas jenerales que engendraron el es-
tado egoísta a ideas universales i absolutas. Este nuevo paso
no lo dan las morales interesadas, que no van mas allá del
egoísmo. Darlo es salvar el intervalo inmenso que separa a las
morales egoístas de las morales desinteresadas. Hé aquí como
se opera en el hombre la transición del segundo estado que he
descrito al estado moral propiamente dicho.
«Ilai un círculo vicioso oculto en la determinación del egoís-
mo. El egoísmo llama bien la satisfacción de las tendencias da
nuestra naturaleza; i cuando se le pregunta por qué la satis-
facción de, estas tendencias es nuestro bien, responde: porque
es la satisfacción de las tendencias de nuestra naturaleza. En
vano, para salir de este círculo vicioso, busca el egoísmo, en
el placer que sucede a la satisfacción de las tendencias, el
motivo de la ecuación que él establece entre esta satisfacción i
nuestro bien; la razón no halla mas evidencia en la ecuación
del placer i del bien, que en la ecuación de la satisfacción de
nuestra naturaleza i del bien; i el porqué de esta última ecua-
ción le parece siempre un misterio. El tormento, sordamente
sentido, de este misterio es lo que impele a la razón a dar un
nuevo paso en la escala de las concepciones morales. Sustra-
yéndose a la consideración exclusiva de los fenómenos indivi-
duales, concibe que lo que pasa en nosotros pasa en todas las
criaturas posibles; que como todas tienen su naturaleza espe-
cial, todas aspiran en virtud de esa naturaleza a un fin especial,
360 OPÚSCULOS LITUHAMOS I CRÍTICOS
que es su bien; i que cada uno de estos fines diversos es ele-
mento de un fin total i último que los resume, de un fin que
es el fin de la creación, de un fin que es el orden universal,
i cuya realización es la que merece a los ojos de la razón el
título de bien, la que llena la idea del bien, la que forma con
esta idea una ecuación evidente por sí misma i que no necesita
de prueba. Cuando la razón so eleva a este concepto, es cuan-
do tiene la idea del bien; antes no la tenia. Por un sentimiento
confuso, aplicaba este título a la satisfacción de nuestra natu-
raleza; pero no podia darse cuenta de esta aplicación ni justi-
ficarla. A la luz de este nuevo descubrimiento, la aplicación le
pareció clara i lejítima. El l¿ien, el verdadero bien, el bien en
sí, el bien absoluto, es la realización del fin absoluto de la
creación, esto es, de cada ser, es un elemento de este fin ab-
soluto. Cada ser aspira, pues, a este fin absoluto, aspirando a
su fin; i esta aspiración universal es la vida universal de la
creación El bien de cada ser es, pues, un fragmento del
bien absoluto, i por eso el bien de cada ser es un bien; eso es
lo que le da ese carácter; i si el bi.en absoluto es respetable i
ado para la razón, el bien de cada ser, la realización del
fin de cada ser, el cumplimiento del destino de cada ser, el
desarrollo de la naturaleza de cada ser, la satisfacción de las
ton lencias de cada sor, cosas todas idénticas que no liaren
mas que una sola, son igualmente sagradas i respetables para
ella.B
La razón, según Mr. Jouffroy, dice al egoísmo: ¿por qué
Ilam la satisfacción de tus tendencias individuales? El
pío, que hasta aqui ha vivido sin dar cuenta de sus pen-
samientos a nadie, sorprendido por esta inesperada pregunta,
I lo primero (pie le viene a las mientes! porque satis-
mis tendenciai individuales. La razón rechaza, como es
nal, Una OOntestaoiOD que le parece lo que suele llamarse
vulgarmente una p&t$ de banco; I hé aquí el egoísmo emba-
do, confuso, martirizado, devanándose los sesos para ha-
iga a la razón. Al rabo le ocurra
qu< : ,ii de nuestra naturaleza es un bien. No hai
lacion del placer i el bien.
APUNTES B0BRB LA TEORÍA DE M. JOITFROY 301
La sol ación riel problema es otra. Como cada ser tiene sn na-
turaleza, cachi ser tiene su fin peculiar correspondiente a ella.
El verdadero bien, el bien absoluto, es el fin total i último
que resume todos los fines parciales de todas las erial uras
posibles. Esta ecuación es evidente para mí; yo fallo que no
necesita de prueba. Con que no tienes mas que hacer que so-
meterte a ella.
Para que este diálogo sea posible, solo se necesita que la
razón del individuo conozca el fin universal de la creación,
esto es, todos los fines parciales de todas las criaturas posibles,
que el fin universal abarca i resume: condición tan fácil, des-
cubrimiento tan obvio, que Mr. JouíTroy no ha creído necesario
decirnos qué fines parciales son estos, en qué consisten, ni
cómo es que cada un ) de ellos sea solo un fragmento del fin
universal, que constituye el bien absoluto. ¿Cuál es el fin del
tigre, el de la pantera, el del oso, el de los innumerables insec-
tos dañinos que nos acosan, el de !as plantas, el de las pie-
dras; fines integrantes del gran fin, que es el gran bien? Con-
fesamos con rubor que tenemos la desgracia de no conocerlos,
i sospechamos que, de mil individuos de la especie humana, los
novecientos noventa i nueve, por lo menos, se hallan en el
mismo caso que nosotros. No percibimos esos fines, sino en
el placer, que según el mismo Mr. JouíTroy, es el signo de su
realización; no los percibimos sino en la mayor suma de
felicidad posible para cada especie animada; i aun percibién-
dolos así, no percibimos la converjencia de todos esos fines
a un gran fin, sino la oposición completa de muchos de ellos
entre sí, oposición tan grande, que el fin de una especie exije
amenudo, por no decir siempre, la extinción de muchísimas
otras. Con que, a no suponerse que a lo que aspiran por su
naturaleza algunas especies es a ser devoradas por otras, nos
es imposible ver resumidos sus fines i sus bienes parciales en
el fin i el bien universal de la creación.
Descartemos toda suposición, todo hecho no atestiguado
por nuestra conciencia. No nos hundamos en el abismo in-
menso de la creación; harto haremos con ceñirnos a la especie
humana. Lo que cada hombre concibo fácilmente i lo que iíü
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
puede menos de concebir:, es que lo que pasa en él, pasa en to-
das las criaturas de su especie; que, como todas ellas tienen
una naturaleza semejante a la suya, todas aspiran como él a
la mayar suma de felicidad posible; que estas aspiraciones so
cruzan; i que cruzándose, o es menester que las de los otros
humanos cedan a las suyas, o que haya una espacie de tran-
sacción o avenimiento entre todas. Como las aspiraciones
ilimitadas de cada individuo encuentran resistencias insupera-
bles en las aspiraciones ilimitadas de todos los otros, i como
cada individuo es débil en comparación del conjunto, la razón
no tarda en decir a cada hombre: no debes, es decir, no pue-
des en el interés de tu mayor felicidad posible, permitir-
te a ti mismo lo que, permitido a cualquier otro hombre en
circunstancias semejantes, sería pernicioso a todos, lié aquí
un principio que la razón abraza como evidente, principio que
solo formula de un modo mas exacto, aunque menos claro
para ed común de los hombres, aquel otro, reconocido por los
pueblos ilustrados déla antigüedad: Quod tu tibi noli*, alie-
vi ne feceris.
Llegada la razón a este punto, concibe un orden jeneral, de
(pie el individuo es solo un elemento; concibe una norma fun-
dada en este orden. Pero /.pm* ([lié nos interesa el orden jene-
ral, la armonía de las aspiraciones individuales? Primeramen-
te, porque, prescindiendo del principio de simpatía, ese orden
garantía de nuestro interés individual, de nuestra exis-
tencia niisiii nudo lugar, porque el principio de sim-
i hace necesaria la felicidad ajena a la nuestra; en tercer
lugarj porque, concebida una norma útil, nos apasionamos a
ella como a todas I ¡ ^><\r que nuestra oon-
OÍencia nos avisa ipie nos apartamos de ella, sucede a este
lt¡ miento de desazón i de pena, i se nos acibaran
(•mu (jo llagaban las seducciones que nos
b ni i cirio lugar, porque ese orden jeneral nos
lijion, que habla también [mu- medio de place-
ta a la piedad mas pura i acendra la,
dma, prh ilejiadas que la sienten,
Inefables en h < bemplaoion
API NTES SOIJRE LA TEOIlÍA DE M. JOUFFROY 3ü3
de los atributos de la Divinidad, en la gratitud i amor hacia
ella, en la humilde esperanza de que sus actos i afectos le
serán aceptables. Seguramente hai almas que aman la virtud
sin pensar en sus recompensas, que aman a Dios por Dios
solo. Un alma de esa especie no se dirá a sí misma: obe-
dezco a las amonestaciones de la conciencia para que no me
atormente; sirvo a Dios porque este servicio amoroso es en sí
mismo una felicidad para mí; pero sin decírselo lo siente; i si
no lo sintiese, no obraría como obra, ni sería lo que es. No
está en la naturaleza del hombre apasionarse a verdades abs-
tractas, únicamente porque son verdades. Si el orden jeneral
se recomendase solo al entendimiento, si no hablara al cora-
zón, si no suscitase afecciones, no concebimos cómo pudiera
tener mas imperio sobre nuestra voluntad, que un teorema de
Eu elides.
«Ahora bien, desde que la idea del orden es concebida per
nuestra razón, hai entre nuestra razón i esa idea una tan ver-
dadera, tan profunda, tan inmediata simpatía, que se pros-
terna ante esa idea, la reconoce sagrada i obligatoria para ella,
la adora como su lejítíma soberana, la honra i se somete a
ella como a su lei natural i eterna. Violar el orden es una in-
dignidad a los ojos de la razón; realizar el orden en cuanto es
dado a nuestra debilidad, eso sí que es bueno, eso sí que es
bello. Un nuevo motivo de obrar ha aparecido, una nueva re-
gla, verdaderamente regla, una nueva lei, verdaderamente lei,
una lei que se lejitima por sí misma, que obliga inmediata-
mente, que, para ser respetada i reconocida, no necesita de
invocar nada extraño a ella, nada anterior b superior.»
Pura declamación, indigna de tan eminente filósofo. El or-
den, al cabo, no es mas que una relación simple o compleja,
percibida por la razón bien o mal, i en el caso de que se trata
(tomando esta palabra orden en el sentido de Mr. Jouffrov , n >
percibida de ningún modo, o de un modo extremadamente
vago i confuso. ¿Es el orden verdadero el que produce
efectos prodijiosos en la razón humana? ¿O es cualquier idea
de orden? Si lo primero, el principio moral de Mr. Jouffroy es
absolutamente estéril, es como si no existiese para la casi to-
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
talidad de los hombres, que no puede elevarse hasta él; en
suma, no es un principio moral, porque no puede serlo el que
no es fácilmente accesible a nuestra inteligencia. Si lo segundo,
asentamos la moral sobre una base movible, vaga, aérea; ca-
da individuo concebirá el orden a su modo, i tendrá sil moral
aparte. Ademas, si cualquiera idea de orden, aun la errónea
abrazada incautamente por la razón, es capaz de producir esa
simpatía, será un criterio peligrosísimo para la adopción de
una norma que dirija las acciones humanas. Pero ¿qué es la
simpatía do la razón? La razón es susceptible de conviccio-
nes tan profundas como se quiera; pero las afeccionos, i por
consiguiente las simpatías, pertenecen propiamente a la vo-
• luntad, al corazón. Ademas, simpatizar es participar de una
afección ajena, i propiamente de una afección penosa; de ma-
nera que, para que fuese exacta la expresión de Mr. Joufíroy,
deberíamos representarnos el orden como un ser sensible, aji-
tado de una afección penosa, o por lo menos, de una afección
cualquiera, de que participase la razón. ¿Que es, pues, lo qu ?
quiere decírsenos? ¿Que la idea de orden produce una convic-
ción inmediata, verdadera, profunda? Prodúzcala en buen hora;
esa convicción no sería mas que la percepción clara i evidente
de una relación O de un conjunto de relaciones, i si no en-
cuentra algún auxiliar poderoso en la voluntad, no es conce-
bible que la razón tenga mas motivo de prosternarse ante ella,
que ante la idea de la relación del radio a la circunferencia.
,.< I se nos quiere decir que la idea de Orden despierta en la vo-
luntad afecciones vivas, profundas, que nos conmueven pode-
Bata, a nuestro entender, es la sola acepción ra/.o-
nable que podemos dar al lenguaje de Mr. Jouffroy. I esto ¿qué*
quiere decir? Lo que ya se lia dicho i repetido: que desde que
Una norma útil, nos apasionamos a ella; i que
i nuevo motivo de aooion, pero un motivo (pie
noia del m >tivo análogo del estado egoísta, sino
• n que la idos de norma ^-^ el tercer estado moral, es el pro-
lo de una experiencia mas larga, de nociones mas vastas,
tas complicadas. Nonos dejemos deslum-
ir por mol Larazon que so prosterna, que venera,
APUNTES SCBRG LA TKOIlÍA Ülí tí. JOÜFFHOT 365
([uc adora, o es solo la razón impasible que ve relaciones i las
reconoce como verdaderas i evidentes, o es ademas el corazón
(me se apasiona por una idea de orden que la razón le pono
delante. Si lo primero, no hai un motivo de acción; si lo se-
gundo (que es lo cierto), el motivo inmediato es una pasión,
una tendencia a la mayor suma posible de felicidad individual,
según la razón la calcula i concibe.
La filosofía sensualista yerra en cuanto supone que la vo-
luntad no es capaz de apasionarse por el orden; la filosofía
idealista yerra en cuanto supono que la idea de orden es capaz
de mover la voluntad sin apasionarla.
Pero, por mas que hace la escuela idealista, involuntaria-
mente la vemos echarse en brazos de la pasión, cuando quiero
explicar el imperio del orden sobre el alma. ¿Qué otra cosa
significa esa postración ante el orden, esa adoración, esa apo-
teosis del orden? No hai medio: o significa convicciones impo-
tentes, o supono pasiones activas. ¿Qué significa la belleza del
orden? O significa que la contemplación i la realización del
orden producen un placer delicado, puro, exquisito, como to-
do lo bello, o no significa nada.
o Negar que haya para nosotros, que somos seres racionales,
algo de santo, de sagrado, de obligatorio, es negar una de es-
tas dos cosas: o que la razón humana se eleva a la idea del bien
en sí, del orden universal, o que después de haber concebido
esta idea, nuestra razón se inclina ante ella, i siente inmedia-
ta e íntimamente que ha encontrado su verdadera lei, que an-
tes no había percibido; dos hechos que no es dado desconocer
ni disputar.»
Somos no solo seres racionales, sino seres sensibles; i la
moral tiene una relación tan íntima, tan inmediata, con la
parte sensible de nuestro ser, como con la parte racional.
Supóngase al hombre destituido de razón; la moral perece.
Supóngasele destituido de sensibilidad; ¿qué será de las recom-
pensas de la virtud, do los remordimientos del crimen, del
mérito de resistir a las seducciones? Por lo demás, lejos de ser
un hecho que la razón humana se eleve a la idea del orden
universal, lo contrario es un hecho, si entendemos por razón
300 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
humana la de la gran mayoría de los hombres. El hombre
pensador, el hombre contemplativo, el filósofo se elevarán tai-
vez a esa idea. Pero ¡triste moral la que no contase con guiar
al común de los hombres por ella! ¡Triste moral la que esta-
bleciese por principio una abstracción, que cada cual explica
i formula a su modo!
(El Araucano, Años do i 846 i 1847.)
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FILOSOFÍA FUNDAMENTAL
POR l>ON JAIME BÁLMES
presbítero
I
¿En qué consisto que la íilosofia, la ciencia de los hechos
del sentido íntimo, cuyas percepciones pasan por infalibles,
es la mas incierta de todas, la mas 11 actuante, la mas expues-
ta a contradicción? ¿Por qué, mientras las ciencias físicas po-
seen un caudal de verdades que han salido victoriosas de la
prueba del tiempo i enjendran cada día verdades nuevas con
una fecundidad portentosa, apenas se puede decir que haya
un principio seguro, incontrastable, en la psicolojía i metafí-
sica, donde sistemas simultáneos i sucesivos se hacen una gue-
rra de muerte, i cuya historia no es mas que una serie inter-
minable de combates i ruinas? Lo mas notable es la fe de cada
escuela filosófica en sus propias especulaciones, i la confianza
con que todas ellas apelan al testimonio de la conciencia. ¿Qué
es, pues, la conciencia, este sentido íntimo que se supone in-
capaz de engañarnos?
La causa está, a mi ver, en que el alma confunde a veces
las apariencias falaces de la imajinacion con los hechos ver-
daderos suyos, en que el testimonio de la conciencia es irre-
cusable. Tomemos, por ejemplo, la idea jeneral, cuya teoría
ha sido, desde Platón acá, un campo de reñidas contiendas en-
tre las varias sectas filosóficas. En la idea jeneral, dicen unos,
368 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
no ha¡ nada jenoral sino el nombre; las representaciones que
este nombre ofrece al entendimiento son todas individuales,
aunque variables, porque figuran, ya un individuo, ya otro,
de los comprendidos en el jénero. Otros, al contrario, la con-
sideran como un concepto intelectual, en que los individuos
desaparecen, i solo queda un tipo común, que no retiene sino
las formas i calidades en que se asemejan. Si los primeros
yerran, debo de consistir sin duda en que la imajinacion les
hace equivocar los conceptos jenerales con las representacio-
nes individuales que accidentalmente los acompañan; i si
yerran los segundos, ¿a qué puede atribuirse, sino a que ima-
jinan ver en el entendimiento lo que en realidad no hai?
En las ciencias físicas, no es así. Los prestijios de la ima-
jinacion se desvanecen ante la viva luz de observaciones i
experimentos que están sujetos al examen de los sentidos
corpóreos, i pueden repetirse, combinarse, modiiirar.se de mil
maneras, fijarse en todas sus circunstancias i pormenores, i
someterse al criterio del cálculo.
Sea de ello lo que fuere, no puede negarse que es, a lo
menos, muí difícil purificar de tal modo el testimonio du la
conciencia en las percepciones psicológicas, que estemos segu-
ros de que no ticno en ellas ninguna parte la imajinacion. I
bé ahí una especie de lójica de que no sabemos se haya trata-
do de propósito hasta ahora, sin embargo do que, en el arte
de investigar la verdad, apenas hai materia que mas importe
adiar i profundizar.
Kl presbítero don Jaime Bálmes, escritor merecidamente
'popular, i acaso el pensador mas sabio i profundo de que pue-
de hoi gloriarse la España, nos presenta en su Filosofía Fun-
d&ment&l un sistema nuovo en ([iie no pneas de las grandes
cuestionen de la psicolojfa i la ética se resuelven de un modo
luminoso i orijinal. Ocupan gran parte de la obra los argu-
mentos del autor contra Los sistemas (pie se oponen al suyo;
i aun rece que, en esta polémica, la viotoria no es
M'-mprr de Bálmes, bal puntos en que combate .-i -ais adversa-
Mi una fuerza de raciocinio que convence, No leñemos la
incion de crijimos en ¡ucees; hablamos de nuestras ¡m-
filosofía fundamental :>t>(J
presiones; i por otra parte, creemos que, aun al mas humilde
ciudadano de la república de las letras, es permitido exponer
sus opiniones, cualesquiera que sean, i discutir las ajenas con
la cortesía que se debe a todos i con el respeto que se merecen
el saber i el talento.
El señor Bal mes principia por lo que a muchos parecerá
talvez enteramente ocioso. ¿Sabemos algo? ¿Tenemos funda-
mentos para creer que hai algo cierto, algo absolutamente
verdadero, en los conocimientos humanos? ¿Puedo estar segu-
ro de mi propia existencia, de la existencia de otros espíritus,
i de la del universo corpóreo? El proponer dificultades i dudas
de esta especie «podría, dice Balines, sujerir la sospecha de
que semejantes investigaciones nada sólido presentan al espí-
ritu, i solo sirven para alimentar la vanidad del sofista....
Estoi lejos de creer que los filósofos deban ser considerados
como lejí timos representantes de la razón' humana.... Pero,
cuando todos ellos disputan, disputa en cierto modo la huma-
nidad misma. Todo hecho que afecta al linaje humano, es dig-
no de un examen profundo.... La razón i el buen sentido no
deben contradecirse; i esta contradicción existiría si, en nom-
bre del buen sentido, se despreciara como inútil lo que ocupa
la razón de las inteligencias mas privilegiadas. Sucede con
frecuencia que lo grave, lo significativo, lo que hace meditar
a un hombre pensador, no son ni los resultados de una dispu-
ta, ni las razones que en ella se aducen, sino la existencia
misma de la disputa. Es' a vale talvez poco por lo que es en
sí; pero quizas vale mucho por lo que indica.
«En la cuestión de la certeza, están encerradas en algún
modo todas las cuestiones filosóficas. Cuando se la ha desen-
vuelto completamente, se ha examinado bajo uno u otro as-
pecto todo lo que la razón humana puede concebir sobre Dios,
sobre el hombre, sobre el universo. A primera vista, se presen-
ta quizas como un simple cimiento del edificio científico; pero
en este cimiento, si se le examina con atención, se ve retrata-
do el edificio entero; es un plano en que se proyectan de una
manera mui visible, i en hermosa perspectiva, todos los sólidos
que ha de sustentar....
OPÚSC, i?
370 OPÚSCULOS MTERAUIOS I CIÚTICOS
«Al descender a las profundidades a que estas cuestiones
nos conducen, el entendimiento se ofusca, i el corazón se sien-
te sobrecojido de un relijioso pavor. Momentos antes contem-
plábamos el edificio de los conocimientos humanos, i nos lle-
nábamos de orgullo al verlo con sus dimensiones colosales, sus
formas vistosas, su construcción galana i atrevida; hemos
penetrado en él; senos conduce por hondas eavida les; i como
si nos halláramos sometidos a la influencia de un encanto,
parece que los cimientos se adelgazan, se evaporan, i que el
soberbio edificio queda notando en el aire....
«Todo lo que concentra al hombre, llamándole a elevada
contemplación en el santuario de su alma, contribuye a en-
grandecerle, porque le despega de los objetos materiales, le
recuerda su alto oríjen, i le anuncia su inmenso destino. En
un siglo de metálico i de goces, en que todo parece encami-
narse a no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en cuanto
pueden sen ir a regalar el cuerpo, conviene que so remuevan
esas grandes cuestiones en que el entendimiento divaga con
amplísima libertad por espacios sin lin.
«Solo la intelijencia se examina a sí propia. La piedra cae
sin conocer su caída; el rayo calcina i pulveriza, ignorando su
fuerza; la flor nada sabe de su encantadora hermosura; el
bruto animal sigue sus instintos, sin preguntarse la razón de
ellos: solo el nombre, frájil organización, que aparece un mo-
mento sobre la tierra para deshacerse luego en polvo, abriga
un espíritu, que, después de abalear el mundo, ansia por com-
prenderse, encerrándose en sí propio, allí dentro, como en un
larii», donde él mismo es a un tiempo el oráculo i el con-
sultor. ¿Quién soi, qué bago, qué pienso, porqué pienso, có-
mo pienso, qué son los fenómenos que experimento en mí,
por ipu'- OStOJ sujeto a ellos, eii.il es su cansa, cuál el Orden
i producción, cuáles sus relaciones? lié aquí lo que se
I unta ol espíritu: cuestiona? graves, cuestiones espinosas,
nobles, sublimes, perenne testimonio de que
)¡ ú dentro d< iperior a esa materia inerte, solo
Mr movimiento i variedad de formas; de que nai
qUC COn ÍVÍdad intima, espontánea, radicada en su
FILOSOFÍA FL'NDaMKNTAL 371
naturaleza misma, nos ofrece la imájen de la actividad infi-
nita que ha sacado el mundo de la nada con un neto solo de
su voluntad.»
A estas profundas reflexiones de Bálmeg, suscribimos de bue-
na gana en todo jénero de cuestiones filosóficas. Creemos, sin
embargo, contrayéndonos a 1 i materia presente, que todo lo
que sea buscar la razón de los primeros principios, i los fun-
damentos lójicos de la confianza que prestamos a ellos, es que-
rer engolfarnos en una esfera que está mas allá del alcance
posible de las faculta les humanas. Nuestro entendimiento se
ve forzado a creer que hai certeza, i que existen medios de
llegar a ella i de conocer la verdad,* so pena de no pensar en
nada, de no creer en nada, inclusa su propia existencia. In-
vestigar si hai certeza, i en qué se funda, i cómo la adquirimos,
es ipso [acto dar por ciertas las primeras verdades i las re-
glas jenerales de la lójica, sin las cuales es absolutamente im-
pasible dar un paso en esta investigación i en otra cualquiera.
¿Hai certeza? ¿Estamos ciertos de algo? «A esta pregunta,
dice Iiálmes, responde afirmativamente el sentido común.»
Pero, si en esta materia es irrecusable la autoridad del sentido
común, ¿por qué nó en todas las otras?
Se trata de asentar un principio supremo, un principio de
que nazcan lógicamente los otros, i todos los conocimientos
humanos. Pero ¿qué garantía nos ofrece un principio, una
verdad evidente, cualquiera que sea, que no nos la ofrezcan
otros principios, otras verdades de la misma especie? Si esta
garantía es su inmediata evidencia (i es imposible que haya
otra), la evidencia es un fundamento lejítimo de la certeza en
todo jénero de materias. I ¿cómo deduciríamos del primer
principio los otros? Sin duda por medio de las reglas jenera-
les de la lójica. Pero, si nos fiamos de estas reglas en la cues-
tión presente, ¿no reconocemos por el mismo hecho la verdad
* No debe confundirse la certeza o certidumbre con la verdad; ésta
es la conformidad de nuestros conceptos intelectuales con la realidad
de las cosas; aquella es meramente el asenso del alma a la verdad
o lo que le parece tal.
372 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de todo lo que en ellas se envuelve? Si no se supone concedi-
do que una cosa no puede ser i no ser a un mismo tiempo;
que yo soi, al sacar la consecuencia, el mismo que era al sen-
tar las premisas; que no nos engaña la memoria^ cuya instru-
mentalidades indispensable en la serie de juicios encadenados
uno con otro por el raciocinio, no hai raciocinio posible, por
sencillo que sea. Fichte confiesa que, en su investigación de una
verdad absoluta, de que se deriven nuestros conocimientos, co-
mo de una primera fuente, colocada en una eminencia inviola-
ble, admite tácitamente las reglas lójieas, las leyes a que está
sujeto el entendimiento cuando raciocina, cuando piensa, i que
en este proceder hai ciertamente un círculo, pero círculo inevi-
table. «I supuesto, dice, que es inevitable, i que lo confesamos
francamente, es permitido, para asentar el principio mas eleva-
do, dar nuestra confianza a todas las leyes de la lójica jeneral.»
Pero, de ser inevitable el círculo, en alguna materia, no se si-
gue que sea permitido raciocinar en círculo, porque racioci-
nando de eso modo, no es posible llegar al conocimiento de la
verdad. ¿Qué diríamos del jeómetra que, para determinar la
superficie del paralelógramo, supusiese conocida la superficie
de cada uno de los triángulos en que lo divide la diagonal, i
determinase luego la superficie de cada uno de éstos por me-
dio de la del primero? Decir que, en una materia dada, es ine-
vitable el raciocinio en circulo, vale tanto como decir que en
ella ea imposible un raciocinio lejítimo; i el que confiesa fran-
lente lo primero, debe resignarse a confesar de la misma
manera lo segundo.
Nos parecen muJ sensatas las reflexiones de Bálmes acerca
ístema de Fichte. Presentaremos un brevísimo extracto
las.
a — Todo 1 1 mundo, dios Fichte, concede que A <>s A, o A
! proposición es cierta absolutamente; i nadie po-
dría pensar en disputarla. Admitiéndola, nos atribuimos el
derecho de poner una coi i como absolutamente oierta. No so
quiere decir con esta proposición que \ os, o que A existe,
«ano que L es, A ea as/, estoes, .\ es A. Bntreel st con-
dicional de la primera proposioion, i el asi afirmativo de la
FILOSOFÍA FUNDAMENTAL 373
Segunda, hai una relación necesaria; ella es la que se pone
absolutamente i sin otro fundamento; a esta relación necesaria
la llamo provisoriamente X. —
«Todo este aparato de análisis, observa el autor de la Fi-
losofía Fundamental, no significa mas de lo que sabe un
estudiante de lójica, esto es, que en toda proposición la cópula,
o el verbo ser, no significa la existencia del sujeto, sino su
relación con el predicado. Para decirnos una cosa tan sencilla,
no eran necesarias tantas palabras, ni tan afectados esfuerzos
de entendimiento, mucho menos tratándose de una proposición
idéntica. Pero tengamos paciencia para continuar leyendo al
filósofo alemán.
a — ¿Este A es o no es? Nada hai decidido to lavía sobre el
particular. Se presenta, pues, la siguiente cuestión: ¿Bajo qué
condición A es?
«—En cuanto a X, ella está en el yo, i es puesta por el yo,
porque el yo es quien juzga en la proposición expresada; i
hasta juzga con verdad, con arreglo a A', como a una lei; por
consiguiente, A' es dada al yo; i siendo puesta absolutamente,
i sin otro fundamento, debe ser dada al yo por el yo mismo. —
«¿A qué se reduce toda esa algarabía? * (pregunta nuestro
autor). Helo aquí, traducido al lenguaje común. En las pro-
posiciones de identidad o igualdad, hai una relación; el espíritu
la conoce; la juz^a i falla sobre lo demás con arreglo a ella.
Esta relación es dada a nuestro espíritu; en las proposiciones
idénticas, no necesitamos de ninguna prueba para el asenso.
Todo esto es mui verdadero, mui claro, mui sencillo. Pero,
cuando Fichte añade que esta relación debe ser dada al
yo por el mismo yo, afirma lo que no sabe, ni puede saber.
¿Quién le ha dicho que las verdades objetivas nos vienen de
nosotros mismos? ¿Tan lijeramente, de una sola plumada, se
resuelve una de las principales cuestiones de la filosofía, cual
* La hemos simplificado un poco, para facilitar su intelijencia; i aun
de ese modo creemos que pocos tendrán por demasiado severa la ca-
lificación de Bálmes. Las algarabías de los escolásticos no llegaron
jamas a tanto.
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
es la del oríjen de la verdad? ¿Nos ha definido por ventura el
yo? ¿Nos ha dado de él alguna idea? Sus palabras, o no signi-
fican nada, o expresan lo siguiente: juzgo de una relación;
este juicio está en mi; esta relación, como conocida, i prescin-
diendo de su existencia real, está en mí: todo lo cual se redu-
ce alo mismo que, con mas sencillez i naturalidad, dijo Des-
cartes: yo pienso, luego existo
«Estas formas del filósofo aloman, aunque poco a propósito
para ilustrar la ciencia, no tendrían mas inconveniente que el
de fatigar al autor i al lector, si se las limitara a lo que hemos
visto hasta aquí; pero desgraciadamente ese yo misterioso,
que se nos hace aparecer en el vestíbulo mismo de la ciencia,
i (jue, a los ojos de la sana razón, no es ni puede ser otra cosa
que lo que fué para Descartes, a saber, el espíritu humano,
(pie conoce su existencia por su propio pensamiento, va dila-
tándose en manos de Fien te, como una sombra jigantesca, que,
comenzando por un punto, acaba por ocultar su cabeza en el
ciclo i sus pies cu el abismo. Esc j/o, sujeto absoluto, es lue-
go un ser que existe simplemente, porque se pone a sí mismo;
es un Bér que se crea a sí propio, que lo absorbe todo, que lo
lo, que se revela en la conciencia humana, como en una
de las infinitas fases que comparten la existencia infinita.»
Esta especie de metafísica es a lo que los filósofos alemanes
dan el título orgulloso de ciencia trascendental, desde cuya
elevada rejion apenas se dignan de volver los ojos a lo que
llaman desdeñosamente empirismo, estoes, a las verdades.
de que solo nos consta por la observación i la experiencia, i a
los principios grabados con caracteres indelebles en el alma
humana.
II
ESI capítulo 26 del libro i." déla Filosofía Fundamental (to«
nio l.", pajina 229 I siguientes , contiene, entre muchas cosas
en que campea la all.i i i > t . ■ 1 1 ¡ - ■ i o • i ; i de BálmeS, algunas de (JUO
/ nos sentiríamos inclinados a discutir.
,T ■ ! i e moci miento humano m reduce a la simple percep-
FILOSOFÍA FUNDAMENTAL 375
cion do identidad, i su fórmula jenoral podría ser la siguiente:
A es A, o bien, una cosa es ella misma? Filósofos de nota
opinan por la afirmativa; otr >s sientan lo contrario. Yo creo
que hai en esto cierta confusión de ideas, relativa mas bien al
estado de la cuestión, que al fondo de ella misma.» No es Fácil
entender qué es lo que se llama estado de la cuestión, como
contrapuesto al fondo. Si se dijera que, en el fondo de la cues-
tión, hai mas unanimidad de lo que a primera vista parece, i
que la diverjencia de opiniones proviene mas bien de la varie-
dad de aspectos bajo los cuales se presenta la materia que de
una verdadera oposición en lo que se disputa, acaso nos ex-
presaríamos de un modo mas claro i exacto.
«Conduce mucho a resolverla con acierto, continúa Bal-
ines, el formarse i !eas bien claras i exactas de lo que es el
juicio, i la relación que por él se afirma o se niega. En todo
juicio, hai percepción de identidad o de no identidad, según es
afirmativo o negativo. El verbo es no expresa unión de predi-
cado con el sujeto, sino identidad; i cuando va acompañado de
la negación, diciéndose no es, se expresa simplemente la no
identidad, prescindiendo de la unión o separación. Esto es tan
verdadero i exacto, (pie, en cosas realmente unidas, no cabe
juicio afirmativo por solo faltarles la identidad, de manera
que en tales casos, para poder afirmar, es preciso afirmar el
predicado en concreto, esto es, envolviendo en él de algún
modo la idea del sujeto mismo; por manera, que la misma
propiedad que en concreto debiera ser afirmada, no puede ser-
lo en abstracto, antes bien debe ser negada. Así se puede de-
cir el hombre es racional; pero nó, el hombre es la racio-
nalidad; el cuerpo es extenso; pero nó, el cuerpo es la
extensión; el papel es blanco; pero mí, el papel es la blan-
cura. I esto ¿porqué? ¿Es que la racionalidad no esté en el
hombre, que la extensión no se halle unida al cuerpo, i la
blancura al papel? Nó ciertamente; pero, aunque la racionali-
dad esté en el hombre, i la extensión en el cuerpo, i la blan-
cura en el papel, basta que no percibamos identidad entre los
predicados i los sujetos para que la afirmación no pueda tener
cabida; por el contrario, lo que la tiene es la negación, a pe-
376 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
sar de la unión; así se podrá decir el hombre no es la racio-
nalidad, el cuerpo no es la extensión, el papel no es la
blancura.
a lio dicho que, para salvar la expresión de identidad, empleá-
bamos el nombre concreto en lugar del abstracto, envolviendo
en aquel la idea del sujeto. No se puede decir el papel es la
blancura; pero sí el papel es blanco, porque esta última pro-
posición significa el papel es lina cosa blanca, es decir, que
en el predica lo blanco, en concreto, hacemos entrar la idea
jeneral de una cosa, esto es, de un sujeto modificable, i este
sujeto es idéntico al papel molificado por la blancura.»
Esta exposición de lo que es el juicio no nos parece que
presenta su verdadera e íntima naturaleza. ¿Qué es lo que so
quiere decir cuando se dice la azucena es blanca? La respues-
ta es tan obvia, que hasta parecerá trivialidad indicarla. Es
evidente que el que profiere esta proposición trata solo de sig-
nificar la sensación particular que la azucena produce en el
alma, es decir, un efecto de la azucena, una cualidad quo
consiste en afectar de cierto modo particular el alma, en su-
ma, una relación de causalidad. Esta es la relación que se
trata de expresar directamente; i la que desde luego se pre-
senta al espíritu del que halda i de los que oyen.
Es preciso distinguir la sustancia del juicio de su forma
exterior, de su corteza, por decirlo así, que pertenece al len-
guaje, mas bien que al entendimiento. Por el lenguaje, hemos
distribuido todos Los objetos en clases, i estas clases están siom«
pre fundadas en relaciones desemejanza. Cuando quiero ex-
ir la cualidad que percibo en una cusa, no tengo otro
lio de hacerlo que referirla a la (dase do las cosas quo se
asemejan en aquí lia particular cualidad. Así para dar a enten-
der las sensaciones que el color particular d<- la azucena pro-
duce en la vista, la refiero a la dase de cosas que se asemejan
ir que la azucena es Manca, es decir que la
es lemejante a laclase de cosas quesuolon llamarse
blancas, i tan semejante) que le corresponde el mismo titulo
jeneral. I i relación de semejanza no os verdaderamen-
lol juicio que me propongo declarar, sino el modo
FILOSOFÍA FUNDAMENTAL 377
en que, por la constitución del lenguaje, me es necesario decla-
rarlo. Los que han creído, pues, que, en los juicios afirmativos,
se trataba siempre de expresar una relación de semejanza, han
teni lo en cierto modo razón; pero su aserto no concierne a la
sustancia íntima del juicio, sino a su forma exterior i verbal.
La relación, que es el objeto inmediato del juicio, puede ser
de muchas i diversas especies; no hai relación alguna que no
sea concebida por medio del juicio, i que no pueda ser objeto
directo de esta facultad intelectual, como que el juicio no es
otra cosa que la facultad de concebir relaciones, afirmándolas o
negándolas. Cuando digo que a la primavera se (sigue el vera-
no, la relación, que es el objeto directo del juicio, es la de
sucesión; i cuando digo que 9 es mas (pie 7, el objeto directo
es aquella relación particular que expresamos por medio dé-
las palabras mas i menos; comparando a 9 con 7, juzgo que el
primero es mas i el segundo menos. Pero la forma exterior i
verbal de estos juicios, es siempre una relación de semejanza;
decir que una cosa es posterior a otra, o mayor que otra, es
referirla a la clase do las cosas que se asemejan en esta cuali-
dad relativa de posterioridad o de mayoría, porque posterior
i mayor son nombres jenerales, nombres de clases fundadas
sobre una relación de semejanza.
La relación de semejanza puede, como todas las otras, ser
a veces el objeto directo, la sustancia del juicio. Cuando digo
que la camelia se parece a la rosa, la semejanza entre estas
dos flores es el objeto directo del juicio; i para declarar este
juicio, me sirvo del predicado parecido o semejante, por me-
dio del cual doi a entender que la relación percibida es como
la que se percibe entre los objetos a que se da el título de se-
mejantes. La semejanza entre las dos ñores es la sustancia
del juicio; la semejanza de la relación percibida con las otras
relaciones de su clase es la forma externa i verbal.
Detengámonos un momento en la relación de semejanza,
que constituye la forma externa de todo juicio. Decir la azu-
cena es blanca, es referirla a la clase de las cosas a que seda
este título, es comprenderla en esa clase, es afirmar, por consi-
guiente, la identidad de la azucena con una parte de los obje-
3CUL0S LITERARIOS I CRÍTICOS
to« que comprende esa clase. La relación de semejanza conduce
asi, en la ¡orina externa del juicio, a la relación de identidad;
pero solo en la forma externa, porque en la sustancia no se
trata de identidad ni de semejanza, sino cuando esas relacio-
nes son objetos directos, como en estos juicios: el arco de
circulo es una curca en que todos lo? puntos distan igual-
mente de otro punto; la camelia se parece a la rosa.
No se crea que es una estéril teoría la que distingue, en el
juicio, i en la proposición que lo expresa, la sustancia i la
forma externa. Talvez en otra ocasión se nos ofrecerá mani-
festar lo mucho que importa esta distinción en la teoría del
raciocinio.
No es, pues, enteramente exacto que el juicio consista en
una percepción de la identidad o no identidad del predicado
con el sujeto. El juicio tiene un campo infinitamente mas vas-
to. Cuando él entendimiento pronuncia que dos objetos tienen
o no tienen cierta relación entre sí, ¿qué haco sino juzgar?
Así el juicio es esencialmente la percepción o concepción de
cierta relación o no relación entre los objetos que el alma
compara, que contempla, por decirlo así, el uno al lado del
<>tro, relación sumamente varia, pero que, trasladada al len-
guaje sea que en efecto comuniquemos nuestras ideas a otros,
o que hablemos, en Cierto modo, con nosotros mismos, como
lo hacemos amenu lo pensando), se expresa por medio de una
relación de semejanza, convertible en una relación de iden-
tidad.
una propensión natural la que nos hace atribuir a la
i m 'leí entendimiento I<> quo propiamente pertenece a
la del lengu ijc, propensi m contra la cual es preciso estar aler*
I |i< "i imputarse no pocos de los errores (pie lian
alecido en [a filosofía del entendimiento. El mismo Bál-
permfti I" decirlo, sometiendo nuestra aserción al
falle inteligentes), nos parece no estar suficientemente
• l • ilusión.
El | que hemos copiado, nos presenta otra prueba de
lieai predicados abstractos ;» sujetos
porque no re perciba identidad, porque real-
FILOSOFÍA FUNDAMENTAL 3T*->
monte se percibe. Haga el entendimiento cuantos esfuerzos
pueda; racional i racionalidad son para él una misma cosa;
la representación intelectual que la segunda de estas palabras
despierta, es la misma que despierta la primera. Así realmente
bai i se percibe identidad entre hombre i racionalidad, entre
papel i blancura (obsérvese que decimos raciona! idad i blan-
cura, sin artículo). Es verdad que estas proposiciones chocan";
no se puede decir, ciertamente, el Hombre es racionalidad, el
papel es blancura. Pero ¿por qué? Por una lei del lenguaje,
fundada en el oficio especial a que están destinados los nom-
bres abstractos.
Los nombres abstractos envuelven una especie de ficción
o metáfora, que consiste en representar como parte de una co-
sa lo que realmente es la misma cosa bajo cierto aspecto;
cuando decimos blancura, nos representamos esta cualidad
como una parte de los seres Illancos, separada i distinta de las
otras. Diremos, pues, que un cuerpo tiene blancura, o que hai
blancura en él, como decimos que un animal tiene manos i
pies, o que en una planta hai espinas. Siendo esta la institu-
ción peculiar de los nombres abstractos, el decir que un cuer-
po es blancura, no puede menos de chocarnos tanto, como si
dijésemos que la encina es bellota.
Esta institución del lenguaje ha creado, digámoslo así, un
mundo aparte, compuesto de seres ficticios, cuya clasificación
es paralela a la de los seres reales. Así color es un jénero que
comprende blancura, verdor, etc., como cuerpo colorido
es un jénero que comprende cuerpo blanco, verde, oic. Ha-
blando rigorosamente, entre estos dos órdenes de seres, no
puede concebirse ni identidad ni no identidad, porque no cabe
comparación.
I no se crea que esta ficción es una figura ociosa. Al con-
trario, vemos en ella uno de los instintos mas maravillosos del
lenguaje. Sin ella, no sería posible expresar las verdaderas
relaciones de las cosas de un modo bastante claro i preciso.
Decir, por ejemplo, que la virtud inspira amor, es decir que
el hombre virtuoso, por el hecho de serlo, i prescindiendo
de circunstancias que debiliten o destruyan los efectos de este
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
hecho, es amable. De aquí es que, si tratásemos de eliminar
de una proposición los nombres abstractos, i de traducirla en
palabras concretas, nos hallaríamos muchas veces embaraza-
dos; tendríamos que emplear largas i complicadas perífrasis
para dar a entender oscuramente lo que con aquellos expresa-
mos de un modo tan breve, como exacto i luminoso. Así la
abundancia de elementos abstractos de que consta una lengua,
se puede mirar como una señal inequívoca del grado do desa-
rrollo intelectual a que ha llegado el pueblo que la habla.
III
«La sensación, considerada en sí, es una mera afección inte-
rior; pero va casi siempre acompañada de un juicio mas o
menos esplícito, mas o menos notado por el mismo que siente
i juzga...
«La simple sensación no tiene una relación necesaria con el
objeto externo...
«Esta correspondencia entre lo interno i lo externo es de la
incumbencia del juicio que acompaña a la sensación, no de la
-ación misma...
«La sensación, pues, considerada en sí, no atestigua; es un
hecho que pasa en nuestra alma.
«Por desplega la i perfecta que so suponga la sensibilidad,
dista mucho de la inteligencia.»
l.i doctrina desenvuelta en las precedentes proposiciones,
npadaí en el capitulo I." del libro 2.' de la obra do R-il-
íundamontal en la psioolojía; a todas ellas es imposi-
ble dejar de suscribir, por poco que se haya meditado sobre
! ; móntenos intelectuales. Las siguientes observaciones so
< li i-i i i ilustrarla i extenderla.
ilai en el entendimiento dos órdenes de fenómenos que po-
domo , llamar primordiales: los unos pertenecen a laoonoien-
ibili 1 1 1. Por la conciencia, nos rapiega-
esto es, el alma sobre el alma.
• la llamó por eso reflexión; i muchos le han dado, por
FILOSOFÍA fundamental ¿<]
la misma razón, el título de sentido intimo, que solo puede
convenirle metafóricamente. Por la conciencia, obra el alma
en sí misma; por la sensibilidad, los objetos externos obran
sobre el alma, produciendo sensaciones.
Como la sensación no es de suyo objetiva, tampoco lo son
de suyo las afecciones de la conciencia; lo que a las unas i las
otras las bace objetivas, es el juicio que las acompaña.
El juicio que acompaña a las afecciones de la conciencia,
consiste en referirlas al ?/o, a el alma. Todo juicio consiste en
percibir una relación. La relación percibida en los actos de la
conciencia es la de identidad. El alma reconoce aquella afec-
ción, aquel estado particular en que se baila, i (pie forma el
objeto de la conciencia en un momento dado, como una afec-
ción suya, como un estado suyo; identifica esta afección o es-
tado consigo misma; se ve a sí misma en la modificación par-
ticular que experimenta. De este modo, es como percibe sus
propias modificaciones, percepción que merece verdaderamen-
te llamarse así, porque es inmediata i directa. Las percepcio-
nes de la conciencia son verdaderas intuiciones, i en una no-
menclatura exacta, no deberíamos dar este nombre a otras.
Pasemos a la sensación, que, como dice Balines, es un he-
dió interno, un hecho del alma, que de suyo no dice relación
a lo externo, a los cuerpos. ¿De qué modo se han objetivado
las sensaciones? ¿Cómo ha pasado el alma por medio de ellas
al conocimiento del universo corpóreo? I ¿qué es para nosotros
este conocimiento?
La sensación, como todos saben, se produce en el alma, a
consecuencia de una acción corpórea. I lo primero que debe
necesariamente seguir a ella, i en cierto modo acompañarla
(porque la sucesión es tan rápida, que no nos es posible perci-
bir un tiempo intermedio), es la conciencia, la intuición de la
sensación; el alma percibe en ella un nuevo estado suyo, i lo
reconoce por suyo. El alma es todavía objeto de sí misma.
Nada de objetividad externa.
La objetividad externa no principia, sino cuando el alma re-
conoce en la sensación el efecto de una causa externa. No es
esto decir que, en las primeras épocas de la intelijencia, haya
OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
podido presentarse al espíritu la idea de causa con la claridad
i distinción que a nosotros. Pero una lei del entendimiento,
q;iL' podemos mirar como un instinto, hace que el alma, al
experimentar la sensación, salga en cierto modo de sí misma,
se crea en comunicación con algo misterioso que no es ella, i
lo revista de su propia sensación, que desde este momento no
solo pertenece a el alma como un medio de ser suyo, sino a otra
cosa distinta, como signo de ella, como un medio de recono-
cerla, i de distinguirla de otras cosas, cuya presencia se le
notifica por medio de otras sensaciones, que la significan a
su voz.
Esta tendencia del entendimiento a objetivar la sensación,
parece instintiva, porque no puede derivarse de la experiencia.
El alma refiere sus sensaciones a causas externas, porque no
ve las causas de ellas en sí misma; raciocina en conformidad
al principio abstraeto, no hai hecho sin causa; pero este ra-
ciocinio es oscuro, instintivo. El alma, en las primeras épocas
de la intelijencia, no raciocina sentando principios abstractos
i sacando de ellos consecueneias; la mayor parte de los hom-
bres no lo hacen jamas. Los principios abstractos han sido pri-
mitivamente tendencias instintivas, i para la mayor parte de
los hombres, no son nunca otra cosa.
El rústico que mide con la vara dos lonjitudos, i hallando
611 ellas igual nú. ñero de varas, las llama iguales, raciocina sin
du 1 1 conforme al principio abstracto, si dos ci><n:< son iguales
;t ini;i tercera, son igu&les entre si; pero sin que se le pre-
ite principio bajo su forma abstracta. En rigor, los
axiomas no son premisas de ningún raoiooinio, sino fórmulas
que reprc mtan procederes raciooinativos, que el alma ejecuta
por instinto. Discurre que ai .1 i />' son ¡guales a C, A es igual
a /;.■ i discurriendo así, afirma el principio jonoral, pero bajo
una forma oonoreta. Refiere del mismo modo las sensaciones
isas externas, porque hai en ella una tendencia instintiva
a referir i"'l" hecho nuevo a un neoho antecedente, i porque
el bocho antecedente no es suyo.
independiente de cualquiera opinión que
•ca de la existencia o lo naturaleza do la materia.
FILOSOFÍA FUNDAMENTAL
Que ha¡ en nosotros una tendencia que nos hace referir las
sensaciones a causas externas, esto es, distintas del //o, es una
cosa incontestable, una determinación concreta, de un axioma
a que arreglamos babitualmente nuestros raciocinios en la vi-
da: no hai Hecho sin causa,. Que esta tendencia sea o nó un
fundamento lójico lejítimo, i cuál sea su verdadero significado,
son cuestiones en que están divididas las escuelas, i sobre las
cuales puedo no ser satisfactoria la doctrina de la Filosofía
Fundamental; pero, de cualquier modo que sobre ello se pien-
se, la explicación anterior queda en pié. Referirnos las sensa-
ciones a causas externas, i lasbacemos signos de estas causas;
percibimos de este modo causas extrínsecas al yo. Causa ex-
terna de sensación, materia, cuerpo, son expresiones que sig-
nifican una misma cosa, lié aquí, pues, otro orden de percep-
ciones; percepciones en que el objeto es representado por un
fenómeno espiritual que no es él, por la sensación; percepcio-
nes que no s,m intuitivas, como las de la conciencia, sino re-
presentñtivaSt i que, por el medio de representación de que
nos servimos, (pie es la sensación, se pueden llamar también
sonsitioas. Lo que el alma percibe directamente en ellas, son
las sensaciones; los cuerpos no los percibe en realidad, sino
se los representa por medio de las sensaciones, que les sirven
de signos.
De signos decimos, no de imájenes. Entre la sensación i
la cualidad corpórea representada por ella, no hai mas seme-
janza, que entre las letras i los sonidos del habla.
Hai, con todo, un aspecto bajo el cual las sensaciones repre-
sentan imitativamente el universo corpóreo. Las relaciones que
percibimos entre las sensaciones, son para nosotros imájenes
de las relaciones que concebimos entre las cualidades corpó-
reas. Los agregados de sensaciones representan agregados de
cualidades corpóreas, (tomo los agregados de letras represen-
tan agregados de sonidos; la .composición de uno de aquellos
agregados es una imájen de la composición de uno de éstos.
Las semejanzas de las sensaciones no solo representan, sino
pintan, digámoslo así, las semejanzas de las cualidades i ac-
ciones corpóreas. La sucesión de unas sensaciones a otras, co-
38'» OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CRÍTICOS
rresponde a la sucesión de unas cualidades o acciones corpó-
reas a otras; la coexistencia de las unas, a la coexistencia de las
otras; etc., etc. Esto no es decir que la pintura sea siempre
fiel; por el contrario, nos engaña amenudo. Pero siempre- pro-
cedemos en el supuesto de que las relaciones mentales son
una copia de las relaciones reales entre las cualidades i ac-
ciones corpóreas. Así en un alfabeto perfecto, el orden i seme-
janza de las letras corresponden al orden i semejanza de los
sonidos orales.
Después volveremos con Bal mes a la teoría de las percep-
ciones representativas o sensitivas; por ahora nos limitaremos
a examinar si es tan difícil, como él cree, el tirar la línea divi-
soria entre lo sensible i lo intelijente.
Desde luego, observaremos que, en la clasificación de los ac-
tos i facultades del alma, como en todas las otras clasificacio-
nes, hai algo de arbitrario. El alma, en todos sus actos i facul-
tades, es una i diferente. Reducir los actos i facultades a clases
diversas, según sus semejanzas i diferencias, es una operación
que puede conducir a resultados varios, según el punto de
vista en que se coloca el observador.
Con todo eso, admitidas las proposiciones que hemos copia-
do al principio de este artículo, nos parece que está completa
i satisfactoriamente resuelto el problema, de la línea divisoria
entre la sensibilidad id entendimiento, según las ideas mis-
mas d^ Balines; i no le hallamos consecuente a sus propios
principios, cuando para resolverlo oree necesario apelar a con-
sideraciones de otro orden.
l ;ilnies distingue la sensación de los juicios, que casi siem-
pre la acompañan. I ¿no es el juicio, según el mismo Balines,
una operación del entendimiento? Lo intelijente principia, pues,
ni su propia doctrina, en el juicio minino de que vienen
acompafi >nes. ¿Puede apetecerse una linea di-
visoria in
i la verdad, concebimos un intermedio entre la
loion i lt referencia objetiva que constituye el juicio de
:iii- acompafi ida. Este intermedio es la percepción
intuitiva que <•! {/o tiene de la sensación, como la tiene de todo
filosoiía fundamental
hecho que sobreviene en él, i sobre que puede reflejarse la
conciencia. Pero este mismo reflejo no comienza a ser percep-
ción, sino por medio del juicio, en que el yo reconoce la sen-
sación como una afección o estado suyo. Así la conciencia
misma, sin el juicio, es una facultad meramente pasiva; no
testifica nada, no entiende; no pertenece a la inlelijeneia. En
el umbral del juicio, termina por una parte la conciencia me-
ramente pasiva i por otra la sensibilidad; i allí mismo prin-
cipia la intelijeneia.
El entendimiento, tomada esta palabra en una acepción
jeneral, comprende todas las facultades que sirven a el alma
para la investigación de la verdad; i en este significado, la sen-
sibilidad misma pertenece a la intelijeneia. Cuando distingui-
mos lo sensible i lo intelijente, damos a lo seu únelo una ex-
tensión mas limitada, que es a la que nos ceñimos cuando
consideramos el juicio como el acto inicial del entendimiento.
El juicio, a diferencia cié la conciencia pasiva i de la simple
sensibilidad, es también lo (pie constituye la actividad intelec-
tual. En el juicio, el alma, comparando dos objetos, viéndolos
el uno al lado del otro, sacando así de ellos un objeto nuevo,
que no es el uno ni el otro, es a saber, una relación entre
ellos, es eminentemente activa, porque es fecunda, i en cierto
modo creadora.
So ha hecho consistir la actividad del alma en la atención,
a la cual se ha considerado como una facultad especial, i como
una manera de esfuerzo que el alma hace, por decirlo así, de
adentro hacia afuera, a diferencia de la sensibilidad, que pa-
rece ejercitarse de afuera hacia adentro. Esto se adaptaría de
algún modo a las percepciones sensitivas actuales, en que el
alma, cuando atiende, obra sobre los órganos, i aviva las sen-
sasiones que por su ministerio experimentamos i a que desea-
mos contraernos, excluyendo en cuanto es posible las otras.
Pero no se adapta ni a las percepciones intuitivas, ni a los
actos do la memoria.
Talvez sería mas exacto considerar la atención, no como
una facultad intelectual distinta, sino como una cualidad de los
actos intelectuales, que consiste en el grado de fuerza i viveza
386 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
en que los ejecutamos o experimentamos. En este grado de fuer-
za, influye amenudo la voluntad, i entonces la atención es vo-
luntaria, i la acompaña una verdadera actividad del alma, pero
una actividad que pertenece propiamente ala voluntad, no al
entendimiento. Otras veces se verifica la atención, esto es, se ha-
cen mas vivas i enérjicas las representaciones i concepciones del
entendimiento, sin que concurra de modo alguno la voluntad,
i aun frecuentemente a pesar de ella. Nos es imposible dejar de
atender a un dolor agudo; la sensación tiene entonces un grado
de fuerza que la hace prevalecer sobre las otras sensaciones, i
sobre los recuerdos e imajinaciones que en otras circunstancias
prevalecerían. Entre muchas sensaciones simultáneas, las me-
nos familiares prevalecen i amortiguan las otras. Entre mu-
chos recuerdos simultáneos, prevalecen los de aquellos objetos
que tienen conexión con nuestro intereso pasión dominante.
La vista del mar, por ejemplo, despierta una infinidad de ideas,
entre las cuales prevalece alguna, que no es una misma para
los diferentes espectadores. El físico recordará talvez la teoría
del flujo i reflujo; el comerciante, la nave cuyo retorno aguar-
da; el alma relijiosa i contemplativa pensará en la magnifi-
cencia de las obras del Criador; la madre, en el hijo ausento
que surca otros mares o .vive en país extranjero al otro lado
del océano. Encada una de estas almas, prevalece una idea
diferente, que amortigua las otras i las hace eñ cierto modo
láte&tes. Cuanto mayor es la fuerza de una idea, mas se debi-
litan i amortiguan las demás ideas coexistentes; i tanta puede
s«-r la V¡VCZa i exaltación de Una de ellas, que hasta las sensa-
ciones actuales dejen do ser percibidas por la conciencia. El
alma parce disponer de un.i santidad limitada de atención,
ipie se reparte en diferentes grados entre las ideas coexistentes;
«tibie que se avive i exalte una de ellas, sin que las
otra oionalmente s i atenúen i degraden.
i 'i Araucano, Año <!«• 1848.)
FILOSOFÍA
í:ri;sn r.uMPLETU DE MR. KATTIER
I
Aunque miramos el Manual de Mr. Uattier como una íle
las mejores obras que pueden adoptarse para la enseñanza ele-
mental de la filosofía en nuestro país, no por eso disimulare-
mos que eiertas opiniones del autor nos parecen aventuradas;
que su nomenclatura ofrece inconvenientes graves; i que en
algunas materias encontramos incompleta su doctrina, al paso
quo difusa i redundante en otras. Convenimos desde luego en
que el primero de estos cargos vale poco. En la variedad de
sistemas que dividen hoi la filosofía, cada cual es dueño de
elejir los principios que mas fundados conceptúe; i no somos
tan presuntuosos que pensemos imponer nuestras opiniones a
nadie. Pero, aun en esta parte, puede no ser inútil la discusión.
Por lo tocante a los otros dos reparos, esperamos que no serán
del todo desatendidas las observaciones en que nos hemos
propuesto apoyarlos. Tratándose ahora do redactar un texto
para la clase do filosofía del Instituto Nacional, i habiéndose
elejido, en cuanto al fondo i método, el Manual de Mr. Rat-
tier, las presentamos como meras indicaciones al ilustrado
profesor que se ha encargado de este importante trabajo. Aun-
que no se nos ha proporcionado comparar el Manual con el
Curso Completo, juzgamos que el primero es un resumen del
segundo, i preferimos referirnos al Curso, porque, estando allí
OPÚSCULOS LITERARIOS 1 CIÚTICOS
mas extensamente desarrollada la doctrina del autor, allí es
donde podemos comprenderla mejor, i juzgar acertadamente
de lo que falte o sobre en ella para una enseñanza elemental.
No es nuestro ánimo rebajar el alto concepto de que gozan
en Chile las obras filosóficas de Mr. Rattier. Nosotros mismos
hemos sitio de los primeros en recomendarlas. Si no son del
pequeño número de aquellas en que campea algún gran prin-
cipio orijinal, que abra un nuevo i vasto horizonte a la ciencia,
el autor ocupa a lo menos un lugar distinguido entre los es-
critores cuya misión es refundir trabajos ajenos, coordinarlos,
i darles la forma conveniente para hacerlos entrar en la cir-
culación jeneral, misión, también, de alta importancia, i cuyo
adecuado desempeño exije cualidades nada comunes: una ex-
tensa instrucción para el acopio de los esparcidos materiales;
un juicio superior para apreciarlos i elejirlos; un talento do
elaboración, que, elucidándolos, i modificándolos, i corrijién-
dolos cuando es menester, dé coherencia a las partes, unidad
i simetría al todo. Estas son las cualidades que, a nuestro jui-
cio, distinguen eminentemente el Curso de Filosofía de que
se trata. Mr. Rattier no es \u\ mero abreviador o compilador;
domina la materia; mejora ainenudo lo que debe a oíros; i po-
\\ alto grado el talento de asimilación, (pie dijiere, orga-
niza, i da a todo lo (pie toca, la estampa de sus propias ideas.
Cuando no haya hecho avanzar la ciencia, a lo menos la habrá
colocado en una posición elevada, de donde sea fácil tender la
\¡sta sobre todo el espacio recorrido por ella, i contemplar las
conquistas (¡lie señalan su larga carrera. En cuanto a la ejecu-
:. que en esta especie de obras es una circunstancia impor-
tante, la de Mr. Rattier reúne en tola-; partes la claridad a la
inda; i la difusión, (¡iic de cuando en cuando se le puede
imputar, si- compensa hasta cierto punto oon la variedad de
I que se hacen servir al (>s(dan>ci miento de cada
'ion, habilitan lo al lector para ealilicar las opiniones di-
ao.
Se abre el Curso por una Introducción, en que o] autor,
: <'i objeto d«- la filosofía, para hacer*
bir uifjor, i tnanife tar \> importancia de sus aplica-
FILOSOFÍA Dfi MU. RATTIER 389
cionc-s, celia una ojeada sobre todos los ramos del saber hu-
mano.
«Como hai, dice, dos clases de seres bien distintos por su
naturaleza, los unos perceptibles por medio de los sentidos, i
de que se compone el mundo visible1, los otros accesibles sola-
mente a la intelijencia i que constituyen el mundo invisible,
hai por lo mismo dos clases de ciencias: las unas, que tienen
por objeto los cuerpos, sus propiedades, los fenómenos que se
observan en ellos, i las leyes jcnerales i constantes que presi-
den a la producción de estos fenómenos; las otras, que tienen
por objeto los espíritus, los fenómenos que los manifiestan,
las leyes según las cuales se combinan los elementos del pen-
samiento, las facultades que tiene el alma de recibir ciertos
modos de ser o de dárselos a sí misma por su actividad pecu-
liar.
«De aquí la primera división de las ciencias en físicas i me-
iafis tais.»
Las ciencias metafísicas se subdividen del modo siguiente:
«La ciencia del espíritu humano se llama psicolojía, cuan-
do estudia el pensamiento en cada hombro, es decir, en los
individuos; recibe el nombre de donólo) ía o de política,
cuando estudia el pensamiento en cada sociedad, esto es, en
las varias especies; i se denomina anh'opolojía, cuando es-
tudia el pensamiento en el jénero, esto es, en la humanidad
toda.
«Pero el pensamiento, sea que lo estudiemos en el indivi-
duo, en la especie o en el jénero, so presenta bajo tan variadas
formas, que, con la ciencia del espíritu humano, se enlazan
necesariamente, como expresión del pensamiento, una multi-
tud de ciencias i artes metafísicas, que constituyen otras tan-
tas aplicaciones de la jtsicolojín, de la donolojía, i de la an-
tropolojtn.
«Así, cuando el pensamiento del hombre, fijándose en la
noción del ser, aspira a comprenderla en su mayor jenerali-
dad, la ciencia toma el nombre de ontolojía. Llámase teodi-
cea, cuando el espíritu humano, remontándose al principio
universal de los seres, eleva su pensamiento a Dios, a los atri-
330 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
butos de la divinidad, a las relaciones entre el hombre i su
autor soberano. Llámase moral o ética, cuando el pensa-
miento, contemplando las relaciones entre el hombre i sus se-
mejantes, le considera bajo el punto de vista de los deberes
que le incumbe llenar en- el seno de la sociedad; i recibe el
nombre de estética, cuando trata especialmente de las combi-
naciones i deducciones que nos suministra la noción de la be-
lleza, i de las aplicaciones que deben hacerse de los principios
de lo bello a las artes i a la literatura.
«Así también la filolojía, o ciencia de las lenguas conside-
radas como signos del pensamiento en los diferentes pueblos;
la gramática, o ciencia de las palabras i de las relaciones en-
tre ellas; la lójica, o ciencia del raciocinio i de las leyes de la
razón; la elocuencia, o ciencia de los medios propios para mo-
ver i persuadir; la civilización, que comprende en su jenera-
lidad la lejislacion, ciencia de lo que debe mandarse o prohi-
birse, como bueno o malo, útil o dañoso; la administración,
o ciencia de gobernar con orden i justicia los intereses de los
estados, de las familias i de los particulares; la jurispruden-
cia, o ciencia del derecho público i privado; la pedayoj ¿a, o
ciencia de conducir i educar la juventud; en suma, todas las
ciencias sociales i políticas, que hacen depender las acciones
humanas de algo (pie es superior a la simple idea de utilidad,
i las subordina a la leí moral de equidad i caridad, que es el
alma del cuerpo Social; la historia, O ciencia délos pensamien-
tos, hechos i acontecimientos en (pie tienen parte los indivi-
duos, las familias, las naciones, el jénero humano; la etno-
grafl&i o ciencia de las costumbres de los varios pueblos; no
mas que ramOS o aplicaciones diversas de esta ciencia je-
ncral que estudia las nal urale/.as inteli jeiltes.
laaifícaremos también entre lasarles metafísicas la escri-
tura, el arte ínjonioso de pintarlas palabras i de hablar a los
. la tipogr&fíeii que inmortaliza el pensamiento humano,
multiplicando los me líos de trasmitirlo intacto a los siglos
fu tur M; I i ' /<///, otro medio de activar las roinunica-
oionei intelectuales i lo circulación de los pensamientos en el
po social; Iñjcsticul&cion I la pan/om/ma, palabra ma«
FILOSOFÍA DB MR. R.VTTIKIi 391
terial que no expresa ya las ideas con sonidos, sino las pinta
con jestos, con las actitudes del cuerpo, con los movimientos
de la fisonomía; la música, transformación gloriosa de. la pa-
labra, como la llama el abate Oerbert, arte de conmover i
agradar por el conocimiento de las relaciones misteriosas que
existen, no ya entre los sonidos i las ideas, sino entre los so-
nidos i los sentimientos mas íntimos del alma; la declama-
ción, que obra a un tiempo en el hombre por el poder de las
ideas i por el poder del canto, do (pie es una imájen rebajada;
la pintura, palabra muda i escritura intuitiva, palabra muda,
cuando en las combinaciones de formas i colores exprime toda
el alma humana, con todas las pasiones i to los los sentimien-
tos que pueden figurar en ella, escritura intuitiva, ruando,
como los jeroglíficos ejipcios, representa hechos i cosas, no
con signos convencionales, sino bajo sus formas naturales vi-
vientes; la poesía, que se sustituye a la pintura por sus imá-
jenes i descripciones i al canto por su armonía; la mnemóni-
ca, que es a la memoria lo que la lójica a la razón, reglándola
i dirijiéndola; la danza, que en todos los pueblos es el lengua-
je de la alegría i de todos los sentimientos expansivos del al-
ma, i que, como signo de una afección natural i de todos los
matices en que se manifiesta, participa de la pantomima por
los movimientos combinados que imprime al cuerpo, i de la
música por el ritmo, a que necesariamente debe sujetarse; la
arquitectura, que en sus relaciones con el pensamiento moral
i relijioso, puede también considerarse como una escritura
sublime, realizada en los monumentos, en los templos que
erije a la divinidad, etc. En todas estas artes i en muchas
otras que sería largo enumerar, la idea es todo, la materia
nada; todo su valor está en el pensamiento que exprimen.»
Pudiéramos copiar otros pasajes de la introducción, como
muestras de la manera peculiar del autor, de la extensión de
sus miras, del espíritu moral i liberal de su filosofía, i de la
fácil i natural elegancia con que ameniza los asuntos que toca.
Pero estamos reducidos a límites demasiado estrechos, i de-
bemos apresurarnos a exponer las observaciones que al prin-
cipio indicamos.
3Q2 OPÚSCULOS LITEIUMOS I CIÚTICOS
El autor comienza por la jisicolojía, osto es, por la ciencia
del yo o del alma. En la psicolojía, desenvuelve primeramente
todos los elementos constitutivos del pensamiento. Los prime-
ros que llaman su atención, pertenecen a la sensibilidad.
«La sensibilidad, según Mr. Rattior, es el conjunto de las
modificaciones que el yo experimenta cuando recibe la acción
del mundo visible o invisible, no por el conocimiento que ad-
quiere del uno o del otro, sino por las sensaciones agradables
o desagradables, los goces o padecimientos, las emociones de
placer o de pena, las aversiones o deseos, las afecciones sim-
páticas o antipáticas que esta acción determina en el ]/o.»
(tomo 1, pajina 122). Contra esta definición, pudieran hacerse
objeciones graves. ¿Por qué servirse de la sensación para ex-
plicar la sensibilidad, de la cual es aquella un acto, que toda-
vía no conocemos, i cuya definición no nos da el autor basta
muchas pajinas después:' Por otra parte, la sensibilidad, según
esta definición, se reconoce por el placer o pena, el goce o
padecimiento, la aversión o deseo que un objeto visible o invi-
sible produce en el alma; de que se seguiría que los actos del
alma a que falla este colorido de goce o pena, de simpatía o
antipatía, no son actos de la sensibilidad, i que las sensaciones
mismas, cuando no son agradables o desagradables, no perte-
necen a esta facultad primitiva. Un objeto que vemos, i que
ip) nos afecta Otl bien ni en mal, produce sin duda sensacio-
nes, afecta «•! sentido de la vista, que es una de las faculta-
des especiales, comprendidas bajo el término jenérioo sensibi*
lidad. El mismo Mr. I.'atlier reconoce que las sensaciones
(pie el mundo material determina en nosotros, son amenudo
indiferentes, esto es, ni agradables ni desagradables, lié
aquí sms formales palabras: «Las sensaciones (pie el alma ex«
peri menta ;i consecuencia de las impresiones que se operan en
os, no son para ella placeres ni penas pro-
piamente tales ■ proposición inexacta en su joneralidad, no lo
«pro, pero lo son muchos veces). «Hai circunstancias
bajo la Influencia de una sensación del tacto,
del oí I i 0 I B "/.a ni padece. I aun se puede decir
que] indiferentes son las mas numerosas» tomo
FILOSOFÍA DE MR. RATTIER 3'J3
1 , pajina 181). I seguidamente refuta a Mr. Garnier, para quien
una sensación indiferente es una sensación que no existe,
¿Cómo, pues, conciliar esta doctrina con la definición preceden-
te? Una de dos: o tenemos sensaciones que no son actos de la
sensibilidad, contra la doctrina de Mr. Rattier, que creemos
es la doctrina universal en esta materia; o no es esencial en
los actos de la sensibilidad el placer o dolor, el g« ce o pade-
cimiento, contra la definición de Mr. Rattier.
Nuestro autor distingue dos especies tic sensibilidad: la fí-
sica i la moral. Sensibilidad física es una denominación poco
aparente, a nuestro juicio; porque la sensibilidad, bajo todas
sus formas, es una facultad espiritual, una facultad de cuyos
actos tenemos conciencia. Pero ¿qué es la sensibilidad física?
Ella abraza, según Mr. Rattier, todas las sensaciones agrada-
bles o desagradables, que determina en nosotros la ajencia de
los cuerpos externos, todos los placeres i tudos los dolores que
localizamos en alguno de nuestros órganos, i todos los apetitos
i deseos sensuales, atractivos o repulsivos, que el alma expe-
rimenta con esta ocasión (pajina 123), otra definición que ado-
lece del defecto que se llama en la lójica Ídem per Ídem, por-
que sensibilidad, .<<,ii.<ncion i sensual, son palabras cognadas
cuyos significados tienen un fondo común; i era necesario ha-
ber definido una de ellas separadamente para que por su medio
se determinase la idea que corresponde a cada una de las otras.
Pero, en lo que nos parece mas defectuosa la definición, es en
que no abraza realmente tjdos los fenómenos de la sensibili-
dad física. Exclúyense, primeramente, las sensaciones indife-
rentes, que referimos a órganos determinados, o (según la
expresión del autor;, que localizamos en alguno de nuestros
órganos, como son las mas numerosas i familiares de la vista,
oído i tacto. Las sensaciones que produce en mi vista un ob-
jeto (pie de ningún modo me interesa, la que produce en mi
oído un rumor insignificante, o en mi tacto el tocamiento de
un cuerpo que no me afecta ni en bien ni en mal, ¿a qué sen-
sibilidad pertenecen? Según el texto de las dos definiciones que
liemos considerado, se podría responder que a ninguna; i casi
habría motivo de pensar que tal ha sido la mente del autor,
391 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
si él mismo no hubiese tenido cuidado de anunciarnos, desde
las primeras pajinas, que las sensaciones de todas clases son
hechos interiores que él comprende bajo el nombre común
de sensibilidad.
Exolúyense, en segundo lugar, las sensaciones determinadas
per nuestro propio cuerpo i que se localizan en un órgano;
las sensaciones que corresponden a las impresiones que una
parte de nuestro cuerpo hace en otra, i en que nuestro cuerpo
ejerce sobre sí mismo acciones semejantes a las que podría ejer-
cer en él un cuerpo externo. Ademas, el cuerpo animado des-
pierta sensaciones peculiares en el alma que lo vivifica, i sen-
saciones que se localizan. La lesión de una viscera ocasiona
un dolor agudo que referimos a la parte afecta. ¿Se compren-
de esta especie de sensaciones en la definición anterior? ¿I no
corresponden ellas rigorosamente a la sensibilidad física?
En tercer lugar, se excluyen indebidamente las sensaciones
que no se localizan en órgano alguno peculiar, i que referi-
mos vagamente a todo el sistema, como las de lasitud, fatiga,
sueño. El cuerpo viviente se halla impresionado, en cada uno
de estos estados, de una manera especial, que aun no ha po-
dido describirnos la fisiolojía, i que lleva traza de ser un enig-
ma eterno, indescifrable al microscopio i al escalpelo. Pero
cualquiera que sea la alteración física, química, eléctrica,
magnética, que en esos estados experimenten los nervios, los
Culos, el cerebro, los mo:los de ser quo determinan ellos
en el //", en el alma, son sensaciones qué no localizamos,
icionef que Be nos figuran derramadas sobre toda la má-
quina corpórea que el yo vivifica. ¿I no son estas también
que pertenecen al dominio de la sensibilidad fí-
En l"- fenómenos de esta especie de sensibilidad, distingue
Mr. Rattiorla impresión^ que corresponde al organismo, i la
icion, quo tiene su asiontoen el alma. La impresión afecta
primeramente una parte oualquiera de la superficie externa o
interna de nu< ¡ afección se comunica luego
a los nervio por medio de ellos hasta «■! oere-
ii prirniticñ o superftci&l, impresión media o
FILOSOFÍA DE MR. RATTIER M'o
nerviosa, impresión profunda o cerebral. Mr. Rattier da
también a la impresión superficial el título de orgánica, que
debiera extenderse a todas tres, porque los nervios i el cerebro
son verdaderos órganos; i aun pudiera decirse que es en ellos
donde existe eminentemente el organismo de la vida; a lo me-
nos así es en el hombre, i en las especies de animales que mas
se aproximan a la nuestra.
Estos tres grados de la impresión se pueden distinguir con
claridad en la que precede a las sensaciones de la vista, oído,
olfato, gusto i tacto, i jeneral mente a las sensaciones que lo-
calizamos en algún órgano determinado. Así el fluido lumi-
noso que nos hace ver los colores, después de atravesar los
dos maravillosos aparatos ópticos que llamamos ojos, impre-
siona la retina; i esta impresión se propaga por medio de cier-
tos nervios hasta el cerebro. Así también un tejido interior
dañado o desarreglado ejerce, en consecuencia, una acción es-
pecial en ciertos nervios, que la trasmiten del mismo modo al
cerebro. Pero ¿son siempre fáciles de discernir esos tres gra-
dos? ¿En qué órgano particular tiene orí jen, i por qué nervios
es conducida al centro cerebral, la impresión que produce en
el alma la sensación del sueño?
En seguida, pasa el autor a la descripción de los órganos, i
a la exposición íisiolójica de los fenómenos de la impresión,
materia que, a lo menos en el Manual, hubiera podido redu-
cirse a lo mui preciso para explicar los hechos de la percep-
ción sensitiva, esto es, los juicios que forma el alma sobre
las cualidades i estados de los cuerpos externos i del suyo
propio, según las variedades de las sensaciones que experi-
menta, las cuales corresponden necesariamente a las varieda-
des de las impresiones orgánicas. En ninguno de los sentidos,
son mas complejos estos juicios que en la vista. Las leyes a
que obedece el entendimiento en la apreciación de los colores,
figuras, tamaños i distancias de los cuerpos, deduciéndolas de
menudísimas variedades de sensación, que corresponden a
menudísimas variedades de impresión, han dado materia a
muchos interesantes trabajos desde el siglo XVÍI acá. Lo me-
jor de Reid es acaso la ¡jarte que ha dedicado a este asunto en
396 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
su Investigación de los principios del sentido coman, en
que lo concerniente a la vista forma uno de los mas bellos i
acabados capítulos de la filosofía intelectual. I con todo eso,
el doctor Reíd lia logrado desempeñar su objeto economizan-
do extremadamente los datos físicos i anatómicos.
Lo que menos estamos dispuestos a aceptar en la teoría de
Mr. Iíattier, es la división que hace de las impresiones i las
.sensaciones en externas e internas, suponiendo un exacto
paralelismo, bajo este respecto, entró la impresión, la sensa-
ción i la percepción sensitiva. Pero la verdades que semejante
paralelismo no existe; que donde se encuentra fundamental-
mente esa diferencia, i donde podemos manifestarla i formu-
larla de un modo claro i preciso, es en la percepción sensitiva.
Importa mucho para fijar nuestras ideas no perder de vista
la esencial separación de los tres trámites que acabamos de
enumerar. «Entre estos dos hechos, la impresión i la sensa-
ción, dice Mr. Kattier (pajina i 79), hai toda la distancia (pie
separa a la sustancia corporal de la sustancia espiritual. La
impresión es un modo de ser de la materia, una alteración en
los órganos, una vibración, un movimiento que se opera en
ellos, que se comunica de la superficie interna o externa del
cuerpo a los nervios i al cerebro, i cuyo progreso puede seguir,
describir i averiguar la lisiólo] ía, observando atentamente los
hechos que la constituyen. Pero una vez que ha recorrido los
diferentes grados de la impresión hasta el centro cerebral en
que ésta termina, se encuontra atajado el fisiólogo; porque allí
i los límites de la materia; allí principia el dominio del
¡dina i del pensamiento; i la experimentación física cedo su
tugar a I,i observad m psicolójica. La sensación no es un he-
cho corporal, que pueda presentarse a los ojos del profesor de
manifieste bajo la punta del escalpelo.»
; ¡cacto. Pero no hallamos que se tracen de un
i tímente preci o los limites entre la sensaoion i la
opción.
icion un modo de sor del alma, ocasio-
por alt< que han ocurrido en «'1 cuerpo, mi oa-
i propio de la n icion es no toner objeto divovso do
FILOSOFÍA OE MR, RATTIET? 307
ella misma. Sí se observa atentamente a el alma que lo expe-
rimenta, haciendo abstracción de todos los fenómenos espiri-
tuales que pueden manifestarse a consecuencia, es imposible
ver en ella otra cosa que una modificación del yo, que existe
de cierta manera particular, es decir, que tjozn o padece bajo
la influencia del placer o el dolor. Es seguro, pues, que la
sensación no supone absolutamente mas que sujeto afectado
ele cierta manera; que el yo no tiene en ella conciencia, sino
de sí mismo i de su modo de ser; i que bajo la acción de la
fuerza extraña que lo afecta, se halla en un estado puramente
pasivo.» (pajina 181). Prescindimos del goce o padecimiento,
que aparece aquí otra vez como esencial en la sensibilidad.
El carácter de la sensación, se dice, es no tener objeto diverso
de ella misma. El carácter de la sensación, diríamos de me-
jor gana, es no tener objeto alguno. Si la sensación tuviese
por objeto a sí misma, ¿en qué se distinguiría de la concien-
cia? Cuando el alma percibe la sensación, como cuando perci-
be el recuerdo, como cuando percibe el juicio, como cuando
percibe cualquiera de sus modos de ser, la facultad que ejer-
cita es la conciencia. A la verdad, el alma es una; todas sus
facultades forman un todo uno, simple, indivisible. Pero en
una análisis rigorosa, es necesario separarlas cuidadosamente
una de otra; que es, en otros términos, discernir los diversos
hechos de que consta cada fenómeno espiritual.
Las percepciones de la conciencia son de muí otra naturale-
za que las percepciones sensitivas. En aquellas, el alma ve di-
rectamente una modificación suya; en éstas, lo mismo que
en el alma, ve directamente también una modificación suya-,
pero al mismo tiempo ve indirecta i representativamente otra
cosa; porque de esa modificación de sí misma, que es siempre
una sensación, hace un signo con que se representa la causa
extraña de que la sensación es efecto. A las percepciones de
conciencia caracteriza un juicio de identidad; a las percepcio-
nes de cualidades o estados materiales, un juicio de causalidad.
Creemos expresar su diferente naturaleza, llamando a las unas
intuitivas, directas; a las otras, sensiíiuas, rcpresenlalivas7
indirectas.
3'JS OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
La impresión pertenece al cuerpo; la sensación, ala sensibi-
lidad; la percepción, ala inteligencia.
V jamos ahora la diferencia entre las percepciones sensiti-
vas internas i las externas.
Si la referencia que hacemos de la sensación es al organismo
(sea que se nos muestre como circunscrita a una parte, o como
derramada sobre todo él), si se representan por medio de la
sensación cualidades i estados peculiares de los cuerpos vi-
vientes (verbi gracia, el hambre, el sueño, el dolor que locali-
zamos en una viscera, el escozor que referimos a un. punto
de la cutis), la percepción es interna. Si el alma va mas allá,
si reconoce en la sensación la ajencia de una causa exterior
que afecta el organismo, i por medio del organismo su propio
ser, representándose en esa ajencia cualidades o estados quo
pertenecen a la materia en jeneral, i pueden existir en los cuer-
pos vivos, como en la materia bruta, inorgánica (verbi gra-
cia, un color, un sonido, una superficie suave o áspera), la
percepción es externa.
Así, el ser externa o interna la percepción sensitiva, no con-
siste precisamente en la localidad de la impresión orijina!,
sino en ser mediata o inmediata la causa corpórea a que el yo
refiere la sensación; i como en toda percepción sensitiva no
puede menos de haber causa inmediata, que es una afección
del organismo, no hai percepción sensitiva externa, a que no
acompañe necesariamente una percepción sensitiva interna.
Cuando un color produce una sensaoion en el alma, percibe el
alma intuiti valúente est.i sensa >ion, i representativamente, por
medio de la misma sensación, dos cusas diversas, un color i
una afección orgánica.
Ilai en estos fenómenos una composición progresiva. Bi
lumia el alma a Mren la sensai mi un modo de ser su i/o,
una percepción de oonoionoia, una percepción direc-
8i 1 1 alma m representa por 'medie de la sensa-
ción la cana inmediata, la af000ÍOn Orgánica que afecta su
íbilidad, tenemos una percepción sensitiva interna. ¿Re-
oonoee, ademas de la afeooion orgánica, que es la causa ¡n-
mediata, otr tante quo obra en ésta, i, por
filosofía bk mu. rattier 3'JQ
meiio de ésta, en ella misma? Tenemos una percepción sen-
sitiva externa.
Todavía podemos dar un paso mas. A veces hai dos causas
corpóreas mediatas, de las cuales una obra en otra, i la segun-
da en el órgano, i por medio del órgano, en el alma, como
sucede en las percepciones de la vista, oído i olfato. En las do
la vista, por ejemplo, un cuerpo distante imprimo cierto mo-
vimiento, cierta modificación particular al fluido luminoso;
éste impresiona, en consecuencia, a ciertos órganos; i los órga-
nos impresionados afectan de cierto modo particular la sensi-
bilidad. Cuando tenemos, pues, alguna idea del proceder de la
naturaleza en las percepciones de la vista, una misma sensa-
ción es objeto directo de la conciencia i se nos hace signo de
tres cosas diversas: de una impresión particular del organis-
mo, de una modificación particular de los rayos do luz que
lo impresionan, i de un color particular del objeto visible,
que imprime aquella particular modificación a la luz. El sig-
no, sin variar de naturaleza, varía de significado, según la re-
ferencia que unimos a él.
Si, pues, como hemos visto, una misma impresión, i por
consiguiente, una misma sensación, puede servirnos para per-
cepciones internas o externas, es preciso admitir que lo exter-
no i lo interno de las sensaciones o de las impresiones, según
la división de Mr. Rattier, no tiene que ver con lo interno i lo
externo de las percepciones, según su natural división, que no
se aleja mucho de la de nuestro autor.
Los caracteres diferenciales que asigna Mr. Rattier a sus
dos clases de impresiones (pajina 171), justifican nuestra opi-
nión.
1 .° Las externas nacen con ocasión de un excitante exte-
rior, cuya presencia i naturaleza se prestan a la. observación;
al paso que los excitantes de las internas se hallan envueltos
en una oscuridad profunda. — Se hace consistir el carácter de
la impresión en el carácter de la percepción provocada por
ella; la impresión es externa si percibimos una sustancia ex-
terior que la produce; interna, si no se percibe semejante
sustancia. Hai un zumbido de oídos que se asemeja mucho al
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de ciertos insectos; la sensación, i por consiguiente, la impre-
sión, son de una misma especie en ambos casos. Sin embar-
go, la impresión, i por consiguiente, la sensación, se califican,
en el un caso, de internas, i en el otro, de externas, en virtud
de una circunstancia que es del todo extraña a las dos, es a
Babor, el referir o nó el alma la sensación a un excitante ex-
terior.
2." Las impresiones externas se localizan, mientras que es-
tamos en una ignorancia completa acerca del sitio en que se
desenvuelven las otras. — Esta diferencia falla muellísimas ve-
ces. El estatlo orgánico, producido por la temperatura atmos-
férica, i de que nacen las sensaciones de calor o de frió, no se
localiza; i nadie negará que referimos estas sensaciones a un
excitante exterior, el ambiente; de manera que, atendiendo al
primero de estos dos caracteres, deberíamos llamar interna la
impresión, en la nomenclatura de Mr. líattier, i atendiendo al
segundo, la deberíamos calificar de externa. Por otra parte,
cuando sentimos un dolor agudo, que nos parece tener asien-
to en un tejido interior, cuando experimentamos una sensación
de angustia (pie referimos al pecho, i en otras muchas inco-
modidades i dolencias, la impresión se localiza; i bajo este
punto de vista, pertenece a la clase de las externas, al paso
que, no apareciendo excitante alguno exterior, es preciso lla-
marla interna.
Tenemos la facilitad de sustraernos a los excitantes ex-
teriores, tapándonos, por ejemplo, los oídos, cerrando los par-
i, alejándonos di- un cuerpo, cuy*» contacto nos es desagra-
dable; pero no podemos atajar el desarrollo de una impresión
n.i: a despecho nuestro, persisten, cuando sentimos ham-
los correspondientes estados orgánicos, mientras
no « o dormimos; i todo lo que podemos es atenuar
has) i [i into la Intensidad de la Bensaoion por una fuer-
¡icion di- espíritu, dirijida a otro objeto; pero al fin
triunfa el o, Orgánicas qu<' sirven
al ejercicio <! se producen a veces sin
plO ántOS eitado del zum-
ii ' «ii ii, los ojos, después de
FILOSOFÍA DE MU. RATT1KU 401
haber estado algún tiempo bajo la acción de una luz viva, nos
parece ver todavía la luz; i en otras alucinaciones de que ha-
cen mención las obras de medicina i íisiolojía. Las impresiones
son internas, porque río podemos sustraernos a ellas. 8in em-
bargo, son semejantes a las que sirven [¡ara el ejercicio nor-
mal de los sentidos externos; a lo menos, así es creíble por la
semejanza de las sensaciones que producen; i si son diferen-
tes, no tenemos medio de saberlo. Es decir que, según la no-
menclatura do Mr. Rattíer, impresiones i sensaciones en que
no columbramos diferencia de naturaleza, se colocan en diver-
sas categorías a virtud de una circunstancia extraña, el poder
o no sustraernos a ellas.
4." Por las sensaciones que provienen de las impresiones
excitadas por ajentes externos, conocemos estos ajentes; por
las sensaciones que las impresione» internas excitan, nada
aprende el alma acerca de una ajemia externa. — Por medio
de estas sensaciones, aprendemos a distinguir ciertos estados
orgánicos: el del hambre, el de la sed, el de la lesión de una
entraña, etc. Por medio de las otras, aprendemos también a
.distinguir ciertos estados orgánicos: el de la visión, la audi-
ción, la olfacción, etc. ¿En qué está, pues, la diferencia? En
haber o nó, al mismo tiempo i por el mismo medio, percepcio-
nes externas. Por las funciones peculiares de la intelijencia,
se clasifican las afecciones del organismo i de la sensibilidad.
5.° Las impresiones externas son amenudo indiferentes; las
internas son acompañadas de placer o dolor. Por la exposi-
ción misma de Mr. Rattier, se echa de ver la insuficiencia de
este carácter. Impresiones de las que él llama externas, son a
veces acompañadas de placer o dolor: de placer, cuando olemos
una rosa, un jazmín; cuando gustamos una vianda sabrosa;
de dolor, cuando miramos una luz demasiado intensa, cuando
oímos el chirrido de una carreta, cuando pasamos la mano por
una superficie erizada de filos i puntas, cuando olemos una
cosa que hiede, cuando probamos una cosa que excita a náu-
sea. I también hai ciertas impresiones de las que él llama
internas, que no tienen semejante carácter, verbi gracia, los
latidos del corazón en su estado normal.
opúfc. :-,\
102 OPÜSCUt.08 LITERARIOS I CRÍTICOS
No hai para que detenernos en lo externo i lo interno de
las sensaciones, porque sería repetir casi con las mismas pa-
labras lo que hemos dicho de las impresiones.
Lo que hai de cierto, es que las afecciones del organismo
no nos son conocidas, sino por las sensaciones que excitan. Los
fisiólogos mismos no pueden lisonjearse de habernos mostrado
en ellas otra cosa que la corteza, por decirlo así, de los fenó-
menos orgánicos; la mecánica de las fuerzas vitales, las ínti-
mas alteraciones que se operan en cada tejido, en cada fibra,
i de que se ocasionan las varias especies o modos particulares
de sensación, serán probablemente un misterio eterno. Las
impresiones orgánicas de que resultan las sensaciones de la
vista, son de las que mejor conocemos. I ¿hasta dónde llega
loque sabemos de ellas? Hasta donde ha podido llevarnos la
óptica, hasta la miniatura que pintan los rayos de luz en la
retina. Pero ¿qué son las impresiones nerviosas i cerebrales
que se desarrollan mas allá? Nuestras ideas de los estados i
afecciones orgánicas son ideas de causas ocultas, de que las
sensaciones son signos, signos que se parecen aellas, como la
escritura a la voz humana, i no mas, ni talvez tanto. La im-
portancia psicolójica de las impresiones consiste en las sen-
saciones <pic despiertan, como la de las sensaciones en su sig-
nifica lo objetivo, en la referencia que de éstas hace el alma a
cansas mediatas o inmediatas. Así la percepción sensitiva es
el verdadero punto de vista, Mr. Ftattier mismo, en lo que di-
ce de las impresiones i las sensaciones, se ve obligado a recu-
rrir continuamente a la percepción, aun para darse a entender.
n
'Ir. Rattfcr a su definición do la sensibilidad
i forma de las Bensaoion cinco clases:
Plfl | del tacto,
Maceres i penas del
Place ■ i penas del olfutOj
\'\ l oído,
l laceres i pena j de la \ i
FILOS CÍA UE Mil. RaTTIKR 103
Quedan, por consiguiente, excluidas de su clasificación to-
das las sensaciones que no son acompañadas de placer o de
pena, que, según él, son las mas numerosas de la vista, oído
i tacto.
Por otra parte, aunque esta clasificación de los cinco senti-
dos externos está umversalmente admitida, no puedo mirarse
como completa, a no ser que se incluyan en el sentido del
tacto afecciones que de ningún modo le pertenecen. De un
cuerpo que tocamos se dice que está caliente o fi'io, como de
una bebida que gustamos se dice que está dulce o amarga, o
de una superficie sobre la cual ponemos la mano, que está
lisa O áspera; la percepción sensitiva en estos tres caso
externa i plesioscópica, esto es, de aquellas en que se refiere
la sensación a una causa externa que obra inmediatamente en
un órgano. De un cuerpo en combustión, colocado a cierta dis-
tancia, decimos que calienta, como de una lámpara se dice
que alumbra, percepción sensitiva externa i apOSCÓpicaj el
objeto a que se refiere la sensación, no obra en el órgano inme-
diatamente. De la misma especie, son las percepciones de la
temperatura atmosférica; cuando decimos que liace calor o
frió, reconocemos una cualidad, un estado externo a nosotros,
que nos afecta de cierto modo, i que atribuimos a un sujeto
vago, indeterminado, a la naturaleza que nos rodea, sujeto
también de otros varios estados o hechos externos, como los
que designamos por las expresiones llueve, nieva, hiela.
Hasta aquí la sensación puede llamarse externa, porque se bu-
ce signo de cualidades de la materia inorgánica. Perohai otros
casos en que no es así. Tengo calor, tengo frió, se dice, co-
mo tengo hambre : tengo sueño, declarando estados particu-
lares del organismo; i eso mismo es lo que damos a entender
cuando decimos siento calor, como siento fatiga, siento
opresión en el pecho, me siento bueno o malo. De manera
que una misma especie de sensación puede servir para percep-
ciones internas, en que nos representamos estados orgánicos;
para percepciones externas en que nos representamos cuali-
dades de cuerpos que obran a cierta distancia de los órganos;
i para percepciones externas en que nos representamos cuali-
404 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
(lacles de cuerpos que tocan la superficie del nuestro. Mr. Rat-
tier pondera en varias partes de su Curso la admirable filo-
sofía de que está como impregnado el lenguaje vulgar; i la
materia presente es de aquellas en que los filósofos hubieran
podido estudiarlo con fruto.
De todas las variedades de percepción a que sirven las sen-
saciones de calor o frió, no hai otras en que puedan confun-
dirse con las del tacto, que aquellas que son producidas por
cuerpos que realmente tocamos. Pero no hai mas motivo para
mirarlas en este caso como sensaciones táctiles, que para dar
este título a las sensaciones peculiares del gusto, que están
siempre asociadas a las del tacto, i que, sin embargo, se han
considerado umversalmente como de diversa naturaleza. De
un cuerpo que gustamos, podemos decir a un mismo tiempo
que osl;í duro i que está sabroso, atribuyendo las dos cuali-
dades a sentidos diversos. ¿No tenemos igual o mayor funda-
mento para distinguir dos sentidos en las sensaciones de
dureza i calor que experimentamos tocando una piedra que lia
estado expuesta a los rayos del sol:* ¿Hai mas analojía, en esto
caso, entre las dos sensaciones asociadas? ¿No vemos, al con-
trario, que esta asociación, indefectible en el sentido del gus-
to, falta amenudo en las sensaciones de calor o frió, puesto
que las referimos muellísimas veces a cuerpos distantes, a
ajentes vagos, impalpables, i aun a meros estados orgáni-
Mr. líaiiicr ha hecho de los apetitos o deseos sensuales un
p gro lo o manifestación de la sensibilidad física. A nues-
tro juicio, hai en ellos «los cosas (pie deben distinguirse: una
icion de malestar, incomodidad, desazón, dolor, que, refe-
rid • al org mismo, constituye una percepción sensitiva interna,
i un OOnatO de la voluntad, que no pertenece a los fenómenos
de la sensibilidad física, ¡ deque tenemos percepción intuiti-
ii de conciencia,
eini.s, como Mr. Rattier, una sensibilidad moral,
i la por i Inmateriales. Las varias manifestaciones
bilidad tienen el título peculiar de omocionrs,
Por© no VOmOS que SC haya
filosofía de mk. rattier 105
trazado con precisión el límite que separa las sensaciones
propiamente dichas de los sentimientos o emociones.
Desde luego es necesario separar en estos fenómenos del
alma lo que pertenece a la voluntad, que desea, quiere, rehu-
ye, rechaza, i produce en el cuerpo los movimientos corres-
pondientes, para procurar ciertos objetos o evitarlos, i lo que
pertenece a la intelijencia, que recuerda-; imajina, juzga, exco-
gita medios i prevé consecuencias, de lo que pertenece a la
sensibilidad pura, que consiste en la molestia, pena, desazón,
dolor que el alma refiere a sí misma, i de que tiene percep-
ción intuitiva, pero que, llegando a cierto grado de intensidad,
produce impresiones orgánicas, dolores, incomodidades que el
alma refiere al organismo, i de que tenemos, por consiguien-
te, percepciones internas. Los fenómenos de las pasiones i
afectos son sobre manera complejos; i para darnos cuenta de
ellos, es necesario descomponerlos en sus últimos elemen-
tos.
Observemos desde luego que, en los fenómenos de la sensi-
bilidad moral, la parto del cuerpo i la parte del alma se mani-
fiestan regularmente en un orden inverso al que presentan las
excitaciones de la sensibilidad física. En ésta, un estado orgá-
nico despierta una sensación; la sensación, a su vez, excita a
la intelijencia, que percibe el estado orgánico, piensa en él i
en los objetos que tienen relación con él; i al ejercicio de la
intelijencia, sucede la intervención de la voluntad, que tiene
los medios de proporcionar a el alma un placer o de sustraerla
a un dolor. Cuando el alma goza, la intervención de la volun-
tad puede ser negativa o nula. Satisfecha el alma con ese estado
actual, se concentra en él. El hambre, por ejemplo, principia
por una modificación particular del organismo, de que tenemos
una percepción sensitiva interna, a que sucede la ocupación
del pensamiento en los objetos propios para hacer cesar la sen-
sación penosa de necesidad, i la determinación de la voluntad
hacia ellos, que constituye un apetito, un deseo sensual. Satis-
faciendo esta necesidad, gozamos, experimentamos sensaciones
agradables, que referimos al organismo. El ejercicio de la vo-
luntad se debilita por grados, i al fin se extingue.
106 OPÚSCULOS LITBRABI08 I CIÚTICOS
Ds otra manera se desenvuelven las emociones morales, los
afectos. En este fenómeno, la causa que pro. luce la sensación,
llamada entonces sentimiento, es una imajinacion, un juicio,
una idea. Cuando presenciamos las agonías de un moribundo,
no es la percepción visual del objeto externo lo que nos afecta,
lo que produce en nosotros el sentimiento de compasión u
horror, sino la idea de los padecimientos del moribundo, la
imajinacion que nos coloca a nosotros mismos en una situación
semejante, i el juicio deque lardeo temprano hemos inevita-
blemente de vernos en ella, ante un porvenir de felicidad o
miseria, juicio que despierta en nosotros emociones solemnes,
profundas. Estos afectos del alma, llevados a cierto punto,
obran en el organismo; se revelan en nuestra voz, en nuestro
semblante, en nuestras actitudes i movimientos involuntarios;
nos estremecemos, lloramos. Las afecciones del organismo
producen, al mismo tiempo, percepciones sensitivas internas; i
a todo se mezcla la participación de la voluntad; el alma tiendo
a huir de ese espectáculo que la aflijo i espanta.
De la misma manera, si la dicha inesperada de u\\ amigo
enajena de regocijo, es evidentemente la intelijencia lo
que influye en la sensibilidad, i por medio de ésta en el orga-
nismo. La alegría que en esa i en otras ocasiones semejantes
irnos, supone cierta participación de los órganos, quo pa-
san entonces a un estado extraordinario do movilidad. Así
vemos manifestarse esto afecto por saltos ¡ brincos en los niños
i en f >das las personas quo no se cuidan do la compostura
rior. Por oso, el baile ha sido en todas parles su expresión
natural. -Pero esa modificación corpórea no es mas que un
lado pálido de I i quo pasa entonces en la intelijonoia, quo
hace combinaciones rápidas de ideas, viuda do un pensamiento
a Otro, i pro luce la ! la jovialidad, la al'M-
. la tlMSt< trio, ül almn no R ile de un círculo
• violencia pars distraerse
del -| ento que la nflije; busca la soleda 1 i ol silencio;
hacen tan lentos
intelectuales; los oj 1 1 ie lijan;
. oflriondo la mas des>
I'ILOOFÍA DK Mil. HATTIKIi -HIT
cansada; apoyamos la cabeza cu las manos, como si aun el
esfuerzo habitual que es necesario para sostenerla nos fuese
entonces molesto. A veces., .con todo, la alegría i la tristeza
proceden inmediatamente del organismo, i pertenecen a la
sensibilidad física.
Aun las emociones mas delicadas, como son, por ejemplo,
lasque suscita el ejercicio de la intelijencia, cuando contem-
pla alguna de las Indias creaciones de la fantasía poética o
artística, o cuando brilla súbitamente a sus ojos una verdad
nueva, fecunda de consecuencias importantes, aun estas emo-
ciones etéreas, digámoslo así, cuque el espíritu^ como despren-
dido de la materia, se eleva a las mas altas rej iones a que le
es permitido remontarse en su mansión terrena, pro. lucen
modificaciones orgánicas, que se manifiestan en el semblante.
¿Quién pronunció jamas el eurclin sin una bulliciosa conmo-
ción de todo su ser espiritual i orgánico? Cada pasión tiene
sus jestos, sus actitudes, su fisonomía, i da modulaciones pe-
culiares a la voz humana. Esto es lo que imitan la declama-
ción, la música, la pintura, la mímica; i en esto consiste su
poder. Pero estas mismas artes no conmueven la sensibilidad,
sino por medio de la intelijencia.
Echamos menos en el Curso Completo la análisis de estos
fenómenos de la sensibilidad moral, bajo el punto de vista
psicológico. Verdad es que el autor ocupa en ellos muchas pa-
jinas, i de las mas interesantes de su obra; pero que, por el
aspecto con que los mira, estarían mejor colocadas en la filo-
sofía mora!. Los sentimientos son inmediatamente excitados
por la intelijencia, que refleja el espectáculo i el movimiento
del mundo moral i social, relijioso i político, literario i artísti-
co. Pero las relaciones de los objetos multiformes que en él se
lo ofrecen, sea con el individuo aislado, o entre los varios
miembros de la sociedad, i sus efectos en la felicidad propia,
en la felicidad común, i en la realización de los destinos hu-
manos, son del dominio de la ética. ¿No es, pues, una mani-
fiesta anticipación de las doctrinas morales lo mas de lo que
se contiene desde la pajina 200 hasta la 309? Léase como una
muestra (i pudiéramos dar otras muchas i de mayor extensión
408 OPÚSCULOS LITBRAIUOS I CRÍTICOS
lo que dice Uv. Rattier sobre el amor a la soledad, al fio del
titulo primero, destinado a la sensibilidad. E! asunto es, sin
duda, importante, i está expuesto con la lucidez i elegancia
que resplandecen en todo el Curso. Pero ¿aguardaría nadie
estos dos párrafos en otra parte de la obra, que en la que se
dedica a la actividad voluntaria, a los deberes i destinos hu-
manos, en una palabra, al hombre moral?
«El último sentimiento de que tenemos que dar cuenta es
el amor a la soledad, la necesidad de sustraernos al mundo i
recojernos en nosotros mismos. Este sentimiento no tiene su
principio en la misantropía; se huye a los hombres, no porque
se les aborrezca, sino porque la vida mundana es un obstáculo
a la perfección a que aspiramos. No se trata de aquellas circuns-
tancias extraordinarias, que en los primeros siglos del cristianis-
mo, empujaban a millares de Heles a ret'ujiarse en los desiertos,
único asilo en que les era dado gozar, en paz, de la libertad
de servir a Dios según su conciencia. El mundo pagano, con
sus bárbaros empera lores, sus persecuciones, sus patíbulos i
verdugos, bastaba entonces para que se tomase aversión auna
sociedad que solo presentaba proscripciones a los sectarios
de la relijíun nueva. Pero, dice Mr. de Chateaubriand, — cuando
cesaron las calamidades de los siglos bárbaros, la sociedad,
tan hábil para atormentar las almas i tan injeniosa en dolor,
ha sabido hacer que nazcan otras mil razones de adversidad,
(¡iic nos arrojan fuera del mundo. ¡Qué de pasiones engañadas,
qué de sentimientos traicionados, (pié de pesares amargos nos
arrastran a la soledad! —I aun no os ese el único principio del
sentimiento que describimos. No todos los hombros son ven-
dido, por sus amigos, o abandonados de sus naturales protecto-
res, víctimas dd infortunio, o do la injusticia; pero todo hom-
bre siente, de ouand - en cuando, la nooosi la l de vivir consigo
del mundo, de sus Faatidi >s i agitaciones, i de
tas que impone el comercio social, se retira
; tuario de I propio corazón i busca .illt una tiv-
er suyo, i después de haberse
entregado todo entero a dad, i de haber sentido todo
el p i mil obligaciones que presoribe, gusta de recobrar
FILOSOFÍA DE MR. UATTIUn 4<'rJ
su existencia, de restaurar su individualidad, de pertenecer al-
gunas lioras a sí mismo.
«Pero esta necesidad de recojimiento asume un carácter de-
terminado en las almas elevadas, que, desde la altura del sen-
timiento relijiósó, contemplan la perfección moral a que es
llamado el hombre, la corrupción del mundo, los lazos que
tiende a la virtud, las pasiones que enciende, i la dificultad
de cumplir, entretantos peligros, nuestro inmortal destino ...
El deseo de la perfección, i la incompatibilidad de una virtud
sin mancha con el contacto impuro del mundo i el espectácu-
lo corruptor de sus vicios i escándalos, he ahí lo que las indu-
ce; a salir déla vida común, para no tener que pelear, sino con
los enemigos interiores. Ahora pues, todo hombre que no es
enteramente ajeno al sentimiento relijioso, halla en sí mismo,
mas o menos desarrollado, el jérmen de estos deseos, de estas
disposiciones íntimas. El cristianismo lo ha depositado en todas
las conciencias, con la doctrina de la perfección evanjélica. Para
todo hombre, hai momentos en que la necesidad de hurtar el
cuerpo a la tiranía del mundo i a la esclavitud de las pasiones,
se hace sentir poco o mucho, i en que la imájen de aquella
felicidad que se asocia a la dulce paz de una vida oscura,
consagrada a la virtud, se presenta al espíritu de un modo
maso menos claro i mas o menos atractivo. — Xo lo dudemos,
dice Mr. de Chateaubriand; tenemos en el fondo del alma mil
razones de soledad; unos son arrastrados a ella por un pensa-
miento inclina lo a la contemplación; otros por cierto encoji-
miento tímido, el cual hace que gusten de habitaren sí mis-
mos; i también hai almas demasiado excelentes, que buscan
en vano en la naturaleza otras almas, hechas para unirse con
ellas, i parecen condena las a una especie de virjinidad moral
o de viu lez eterna. Pava estas almas solitarias, es para quie-
nes la relijion había levantado sus asilos — .»
Toda esta parte del Curso está llena de excelente doctrina,
que no puede dejar de ser provechosísima a la juventud, donde
quiera que se coloque; pero es mejor que esté en su lugar.
Observaremos de paso, para la debida exactitud i precisión
del lenguaje, que la palabra sen! i míenlo es propiamente un
410 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
hecho de la sensibilidad, i nada mas; designa la especio do
sensaciones despertadas por la intelijencia, como las otras lo
son por el organismo. Al fenómeno complejo en que concurren
a un tiempo la intelijencia, la sensibilidad física i moral, i las
tendencias o determinaciones de la voluntad, convienen mejor
bus palabras pn<ion, aféelo.
III
En el título "2." de la psicolojía, se trata de las percepciones >,
materia en que se nos permitirá decir que las clasificaciones i
nomenclatura de Mr. Rattier están mui lejos de satisfacernos.
1. Primeramente, dando el nombre de sentido íntimo ala
conciencia, sería necesario advertir que esta denominación no
debe entenderse sino como una simple metáfora, porque no exis-
te identidad de naturaleza entre la conciencia i los sentidos, en-
tre las percepciones directas que el alma tiene de sí misma, i las
percepciones indirectas de los sentidos, que no ven el objeto en
sí mismo, sino representado, simbolizado por una cosa del
todo diversa, la sensación. En el ejercicio dolos sentidos, lo
que el alma percibe directamente es la sensación por medio de
la conciencia; i HO percibe las cualidades materiales, sino do
un modo indirecto, representándoselas por medio de las diver-
sensaciones que los objetos materiales excitan en ella. Esta
nos parece una idea fundamental en psicolojía; i no sería difícil
probar que las diverjencias do los varios sistemas psioolóji-
provienon casi todas de no formularse este principio con la
, -ion necesarias.
En "•, para quien la sensación os toda el
i, la conciencia es un sentido. .Mas, separadas la sensibili-
dad i la intelijencia, no vemos porqué so hayan de poner en
una ; iría que darles un mismo nombre) las
les que pertenecen o la primera oon la
faoull leneia, que contempla todas las
modi los sus actos.
o palabras correlativas; la primera
FILOSOFÍA DE MR. IUTTIEK 4lt
denota la facultad o capacidad., cuyo ejercicio actual o indivi-
dual es designado por la segunda. Respecto de la. conciencia,
tío tenemos una voz cognada que signifique los actos, como la
tiene el idioma ingles (conscience, conscionsness); i por eso,
en nuestra lengua, se suelen designar con una misma palabra
la facultad i los actos; pero pudiéramos apropiar a éstos la de-
nominación de intuiciones, que les conviene perfectamente, i
no es nueva en esta acepción. Así lo liemos hecho, i seguire-
mos haciéndolo.
2. Mr. Rattier divide las percepciones en seis clases: percep-
ciones interiores o de conciencia, «conocimiento que toma el
yo de todos los fenómenos que en él se producen, de todas las
modificaciones de (jiie es actualmente sujeto» (tomo 1, pajina
321); recuerdos, percepciones de los hechos interiores pasados
(pajina 341); percepciones materiales externas; percepciones
de relación, que se atribuyen a una facultad especial llamada
razón; percepciones morales, por cuyo medio conocemos el
bien i el mal moral; percepciones estéticas, que nos dan a co-
nocer lo bello i lo feo.
Esta división nos parece viciosa por varios respectos. No es
exacto que en los recuerdos percibamos siempre hechos inte-
riores pasados. Cuando nos limitamos a recordar una afección
circunscrita a el alma, un puro objeto de la conciencia, pudie-
ra decirse (aunque no con una completa propiedad que el
recuerdo es una intuición de lo pasado, i la memoria una con-
ciencia retro-intuitiva. Pero, cuando recordamos objetos ex-
ternos, la música que oímos anoche en el teatro, las llores que
vimos ayer en el jardín, la serie de perspectivas que se nos
han presentado en un viaje, ¿podremos mirar estos actos del
alma que versan sobre cosas materiales, como meras percep-
ciones de hechos interiores pasados? ¿Podremos darles ese
título sin una impropiedad manifiesta? Si las percepciones
actuales no son, todas, percepciones de hechos interiores pre-
sentes, ¿por qué los recuerdos, reproduciendo las percepciones
que fueron actuales, lian de ser, todos, percepciones de hechos
interiores pasados?
La memoria reproduce las percepciones orijinales o actuales
W'l OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de tocias especies; i por consiguiente, los recuerdos, las percep-
ciones reproducidas, se dividen en las mismas especies que
las percepciones orijinales. — -Las percepciones orij ¡nales, las
percepciones propiamente dichas, sean intuitivas o sensitivas,
de hechos interiores atestiguados por la conciencia, o de he-
chos exteriores a el alma, que conocemos por los sentidos,
forman un jénero; los recuerdos, en que se reproducen todas
esas percepciones, forman otro jénero colateral, tan extenso
como el primero.
Pero el recuerdo, aun cuando se trate de un hecho circuns-
crito a el alma, de un hecho de conciencia, no es propiamen-
te la intuición de un hecho interior que ya no es. En el re-
cuerdo, se renueva un estado anterior del alma con mas o
menos viveza. — Pero hai algo mas que una simple renovación
en los fenómenos de la memoria. El alma asocia al objeto del
recuerdo la idea de tiempo pasado, idea que nace espontánea-
mente en el recuerdo, i cuyo primer oríjen está sin duda en
él. Por una lei primitiva de la intelijencia, colocamos el objeto
de la percepción renovada en una perspectiva distinta de la
que obra actualmente sobre los sentidos o la conciencia, con-
cibiendo entre las dos perspectivas una relación particular
indefinible, la relación de 9Ucesioni en que la perspectiva re-
novada es án¿6¿, i la perspectiva actual, despv.es,
'.\. El (aiarto miembro de la división anterior de Mr. Rattier
ofrece también dificultades graves. VA autor enumera, en-
I \ñ percepciones de relación, las de semejanza o diferencia,
de efecto i, de fenómenos a sustancia, de cuerpo a es-
>, (}>• existencia a duración, Ar orden a intelijencia, de lo
linit . a lo infinito, de lo relativo a lo absoluto, de lo oontinjon*
irio, de hechos a leyes, ^- principios a oonsecuen-
imen do esta enumeración nos engolfaría en dis-
,is interminables. Por ah >ra, nos limitaremos
.. alg ni a indicaciones; i diremos, en primer lugar, que
por qué motivo no se haya
ella le percepción de una relación diferen-
te de todas las en que el misino Mr. Rattier i iodo
undo reconoce; lo de identidad i distinción entendiendo
filosofía de mu. rattier 113
por distinto lo no idéntico, que es su significado propio).
Apenas es menester advertir que no es lo misino semejante o
diferente, que idéntico O distinto. Dos hojas de un árbol son
semejantes, i en tanto grado pueden serlo, que no percibamos
la menor diferencia entre ellas, sin que por eso dejen de ser
distintas, puesto que forman dos seres, i no uno solo. Por el
contrario, el yo del niño i el de la misma persona en la vejez,
son diferentísimos, i sin embargo, idénticos. Ni es peculiar de
la identidad el percibirse en un mismo ser, al paso que las otras
relaciones se perciben ordinariamente entre seres distintos.
Porque una cosa puede parecemos semejante o desemejante a
sí misma, contemplada en situaciones diversas; i la duración
no es mas que la sucesión continua de una cosa a sí misma.
Otra relación ha omitido Mr. Rattier entre las que pueden
ser objetos de percepciones especiales, relación que es el ele-
mento constitutivo de todas nuestras i leas de tamaño, número,
cantidad e intensidad, relación que ocurre cada instante al en-
tendimiento, i sobre la cual está fundado el vasto edificio de
las ciencias matemáticas. Hablamos de la relación de igualdad
o desigualdad, de mas o menos. I no es menester probar que
no se reduce a ninguna de las enumeradas por Mr. Rattier; i
que, en último resultado, es un concepto elemental, indefinible.
Señalando la de la existencia a la duración, quiere decir Mr.
Rattier que no podemos concebir una cosa como existente, sin
que por el mismo hecho la refiramos a aquella grande escala
con que medimos las existencias: el tiempo. Así es en efecto.
Pero ¿es este un concepto relativo simple? ¿Qué es el tiempo,
sino un agregado continuo, infinito e infinitamente divisible,
de sucesiones? ¿I (pié es la sucesión sino una de las varias fases
en que se nos presenta la relación que designamos con las pa-
labras simultaneidad, sucesión, útiles, después? ¿Xo deno-
tamos con cada una de ellas un concepto elemental, indefinible,
que entra como parte integrante en las ideas de duración i
de tiempo?
Mutatis mutandis, podemos aplicar lo mismo a la relación
de cuerpo a espacio. No podemos concebir cuerpo sin que lo
refiramos a cierta porción del espacio. I como el espacio mismo
i! i OPÚSCULOS LITET.AIUOS I CIÚTICOS
es un agregado continuo, infinito e infinitamente divisible, de
relaciones de extraposicion entre puntos imajinarios en todas
las direcciones posibles, sígnese que el concepto de extraposi-
cion es el concepto constitutivo del espacio, como lo es de las
ideas de extensión, tamaño, figura, situación i distancia. Pero
la extraposicion misma no es una relación elemental c indefi-
nible. Hemos manifestado su composición en uno de los artí-
culos del Crepúsculo.
La relación del efecto a la causa pudiera no ser otra cosa
que el concepto de la sucesión uniforme i constante de dos fe-
nómenos, uno de los cuales acarrea invariablemente al otro,
de manera que, dado el primero, somos inducidos a concebir
que le sigue el segundo. Mucho se ha disputado sobre esto;
pero no creemos se haya probado hasta ahora que haya en la
causa l ¿dad otra cosa que sucesión uniforme i constante, ne-
cesaria unas veces, como entre la primera causa i las otras, i
otras veces continjente, derivada do la ordenación suprema,
que ha encadenado los fenómenos, sometiéndolos a ciertas le-
yes, a ciertas conexiones constantes. Como quiera que sea,
Mr. Uattier entiende por relación del efecto a la causa, un
axioma, una lei del raciocinio, en virtud de la cual concebimos
que todo nuevo fenómeno supone una causa; que todo lo que
se produce a nuestros sentidos, a nuestra intelijencia, supone
algo que le ha precedido acarreándolo, produciéndolo, en vir-
tud de esas leyes de sucesión constante, establecidas por la
Ha, primera. Tenemos asi confundidas las relacio-
[ue pueden percibirse directamente, con relaciones mas
ilas, con la» leyes del raciocinio, que formulamos en axio-
i|ue pertenecen propiamente a la razón.
s< »bre la relación de lo finito a lo infinito, habría mucho que
decir. Sientan algunos fHosofos i esta doctrina es bastante jo-
neral en el din que por el hecho de presentarse al entendi-
miento u finita nace en él necesariamente la Mea del
Infinito, porque finito quiere decir no infinito. Pero la verdad
íntelijenoias humanas, ocupadas
intérnente en eoaaa finitas, llegan al último término de
1 1 ni o alumbrar eso infinito er por medio del dog<
FILOSOFÍA DE Mi!. RATTIKH 415
ma rclijio.so, que los revela la incomprensible infinitud de los
atributos divinos, la eternidad de la existencia futura, etc.
Ni es lo mismo presentarse al entendimiento una cosa linita,
que concebirla como no infinita. ¿Puede dudarse que la inte-
lijencia infantil se representa con la mayoi* claridad los obje-
•tos corpóreos en su natural figura i tamaño sin pensar en lo
infinito? ¿I no es esto lo mismo (pie pasa en los' entendimien-
tos adultos, con mui limitadas excepciones? La idea del infini-
to no entra en los procederes ordinarios i espontáneos de la
razón humana; es una deducción filosófica, erizada de difi-
cultades, en que el entendimiento puede apenas abrirse cami-
no entro contrarios absurdos.
Casi otro tanto puede decirse de la relación de lo eontin-
jente a lo necesario. Deduciremos lo segundo de lo primero,
como deducimos del orden la causa intelijente, i de lo relativo
lo absoluto, i de los fenómenos la sustancia, i de los princi-
pios las consecuencias, por el raciocinio de demostración, i de
los hechos las leyes jenerales por el raciocinio analójioo. Pero
ya que Mr. líattier ha querido darnos una lista de las relacio-
nes que sirven al raciocinio i pertenecen a la razón, ¿no hubiera
debido mencionar aquí una de las mas familiares al entendi-
miento, la que sirve a la especie particular de raciocinio, lla-
mada SílojismOj es a saber, la relación del continente al
contenido, de la especie al j enero? Domina sobre este punto
en las escuelas una idea que nos parece errónea. No todo ra-
ciocinio es silojismo; hai en el entendimiento varios tipos de-
raciocinio, espontáneos, instintivos, que se diferencian entre
sí, según la relación particular sobre que versan;, i si bien
muchos de ellos (no todos) pueden reducirse al silojismo por
medio de un largo circuito, no es necesaria esta reducción, ni
representa hecho alguno intelectual. No es necesaria, porque
cada uno de estos procederes avasalla por sí solo al entendi-
miento con tanto o mas poder que el silojismo, sin necesidad
de que lo comprobemos por él. I no representa hecho alguno
psicológico, porque esa reducción (cuando es posible) es un ar-
tificio mecánico de la escuela, i no una operación espontánea
de la inlelijencia.
ílii OPÚSCULOS LITERAAI08 1 CRÍTICOS
Pero este cuarto miembro de clasificación de las percepcio-
nes nos presenta ademas el inconveniente de comprenderse en
los dos primeros.
Toda percepción es un juicio; i todo juicio envuelve de ne-
cesidad una relación. En las percepciones intuitivas o de
conciencia, el yo reconoce un fenómeno interior como suyo i lo
identifica consigo mismo. El yo, por ejemplo, que ahora expe-
rimenta cierta sensación, es el mismo yo en que la memoria
me reproduce, mas o menos oscura i vagamente, una cadena
inmensa de modificaciones, cuyo principio se pierde para mí
en el sombrío horizonte de lo pasado, relación de identidad,
que no puede menos de presentarse con bastante claridad al
entendimiento desdo aquella temprana edad en que el niño es
capaz de usar el pronombre de la primera persona, que signi-
fica la propia sustancia, una, continua, i siempre la misma,
agregándole adjetivos i verbos que significan las modificacio-
nes i estados accidentales de su ser, incesantemente variables.
De donde nace otra relación, la de los modos o fenómenos a
la sustancia, cuyo tipo ve el hombre en sí mismo, i lo aplica
después a los demás sores, relación que so revela también
muí temprano por el uso de los sustantivos, adjetivos i ver-
Eú las percepciones sensitivas, no es la identidad la relación
característica; la sensación es para el alma el efecto de una
i (pie no es ella; la relación que el juicio pronuncia ea la
de causalidad, acompañada lie varias oirás; la de distinción
la causa de la sensación que experimento no 68 el yo)¡ la de
La sustancia formada sobre el tipo de los teñóme*
¡ores referidos al yo sustancial), i las de localidad o
espacio, (píese manifiestan asimismo en una edad temprana
por el uso de las innumerables palabras que significan lugar,
situación, distancia, figura, tamaño.
En un . Intervienen ademas Ideas de tiempo, rela-
ojoni lultanoidad, de sucesión, de antes i después, que
¡i también desde i.t niftez por el halda, i especialmen-
te por la conjugación del vorbo, que nace tanto [tapel*en el
mi mío del leí
FILOSOFÍA DE UR. RATTIER 417
Aun liai mas. Si clamos al objeto percibido uno o mas nom-
bres, si lo llamamos (mentalmente) espíritu o cuerpo, esfera o
prisma, planta o piedra, blanco o rojo, como no podemos me-
nos de hacerlo desde el primer desenvolvimiento de la inteli-
gencia, tendremos en toda percepción una o mas relaciones de
semejanza, porque dar un nombre jencral a un objeto es refe-
rirlo a una clase en virtud de la semejanza que percibimos
entre ese objeto i los demás objetos de la clase; i aun cuando
le damos un nombre propio, percibimos la semejanza del ob-
jeto en situaciones diversas, i do la semejanza inferimos la
identidad. Así en cada objeto que percibimos bai un grupo mas
0 menos complicado de relaciones.
Si, pues, en toda percepción van envueltas relaciones, ¿qué
es lo que tienen de peculiar i característico las que se llaman
en el Curso de Mr. Ratticr percepciones de relación? ¿No su-
pondría este cuarto miembro que los otros cinco son percep-
ciones de lo absoluto? ¿Percibimos algo absoluto? Creemos que
nó, i que cuando llamamos absoluto un objeto do percepción,
prescindimos de las relaciones que entran necesariamente en
todas las percepciones como elementos esenciales de que no
podemos despojarlas.
Las relaciones esenciales e inseparables de las percepciones
son la de identidad en las intuitivas o de conciencia; i la
de causalidad en las sensitivas, que tienen algo material por
objeto. Cuando digo, por ejemplo, que estoi triste o ale-
gro, no hai duda que comparo mi estado presente con otros
que de antemano he percibido en mí, i que de esta compara-
ción naco la idea de semejanza, pero si soi capaz de comparar
el estado presente con otros, es porque veo el estado presente
en sí mismo i separado de los otros. No puedo sin duda ex-
presarlo, sino valiéndome de un nombro jeneral que envuelve
una comparación; pero este es un acto ulterior que se sobre-
pone a la percepción de mi estado presente en sí mismo. Do la
misma manera, cuando percibo que un cuerpo es blanco o ro-
jo, hai dos actos separables: la percepción del color en sí mis-
mo, iia comparación de este color con otros colores conocidos,
en virtud de la cual percibo una semejanza que me hace dar
0PÚ8G, 53
\\S OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
al color que veo el mismo nombre que a otros colores que he
visto. Lo que no puedo separar de la percepción intuitiva o
sensitiva, es el juicio en que reconozco a la afección de mi ser,
o simplemente como una modificación del ?/o, o a lemas como
un efecto i signo de una causa que no es el yo. Se llaman,
pues, percepciones absolutas las que solo envuelven estas re-
laciones esenciales, i percepciones de relación las otras.
De lo cual se sigue que las percepciones de relación no
constituyen una especie distinta de Jas percepciones de concien-
cia o de las percepciones sensitivas que Mr. Rattier llama
exteriores; que las percepciones de conciencia pueden ser ab-
solutas o relativas; i las percepciones sensitivas lo mismo.
Peca, pues, la clasificación de Mr. Rattier de la misma mane-
ra que pecaría la clasificación de las plantas de un huerto si
las dividiésemos en indíjenas, exóticas, anuales i perennes!:
porque las indíjenas pueden ser anuales o perennes, i las exó-
ticas lo mismo.
Otros reparos pudieran hacerse sobre las percepciones mo-
rales, i las percepciones estéticas; pero el examen de unas i
otras exijiria mas espacio que el de los breves artículos que
sobre esta materia hemos destinado a la Revista. Concluire-
mos con una observación que nos parece importante.
La rel&cion es la obra de la inteligencia sobre los materia-
les que le ofrecen la conciencia i la sensibilidad, En las percep-
ciones de relaeion, la inteligencia esactiva, fecunda. Concibe,
crea en cierto modo, algo que los materiales sobre los cuales
trabaja no contienen; que no existe en elfos sino como causa o
fundamento, i que necesita de una elaboración ulterior. Pu-
diéramos experimentar sensaciones semejantes i no percibir
semejanza; la relación de semejanza es una especie de crea'
oion, on que el entendimiento ejerce oierta actividad que le es
propia, actividad, sin embargo, determinada por la naturaleza
<]<■ I i comparan. Las |)eroepOÍOneS de ivla-
eomplet.i u verdaderas ideas, no-
• limiento
de S&ntingo, Afto do i- 19
ENSAYOS LITERARIOS
i C R í T ICOS
P U K i> 0 N A 1- B Ii H T O LISTA l ARAGÓN
Los jóvenes que se dedican ala literatura, i especialmente a
la poesía, hallarán en esta colección observaciones mui sensa-
tas, mucho conocimiento del arte, i una filosofía sólida i so-
bria, sin pretensiones de profundidad, sin la neblina metafísica
con que parece que recientemente se ha querido oscurecer, no
ilustrar, la teoría de la bella literatura. A todas estas cualida-
des, reúne don Alberto Lista el mérito de un lenguaje puro i
correcto, i de un estilo natural i elegante, que está siempre al
nivel de su asunto, i se eleva a la altura conveniente cuando
so le ofrece desenvolver las leyes primordiales de las creacio-
nes artísticas, i establecerlas sobre la naturaleza de las facul-
tades intelectuales i los instintos del alma humana. Ningún
escritor castellano, a nuestro juicio, ha sostenido mejor que
don Alberto Lista los buenos principios, ni ha hecho mas vi-
gorosamente la guerra a las extravagancias de la llamada li-
bertad literaria, que, so color de sacudir el yugo de Aristóteles
i Horacio, no respeta ni la lengua ni el sentido común, que-
branta a veces hasta las reglas de la decencia, insulta a la re-
lijion, i piensa haber hallado una nueva especie de sublime en
la blasfemia.
Como esta nueva escuela se ha querido canonizar con el tí-
tulo de romántica.! don Alberto Lista ha dedicado algunos de
120 OPÚSCULOS LITUHARIOS I CItÍTiCOS
sus artículos a determinar el sentido de esta palabra, averi-
guando hasta qué punto puede reconocerse el romanticismo
como racional i lejítimo. Aunque no se convenga en todas las
ideas emitidas por este escritor (i nosotros mismos no nos sen-
timos inclinados a aceptarlas todas), hemos creído que los ar-
tículos que ha dedicado a estas cuestiones, dan alguna luz
para resolverlas satisfactoriamente.
La palabra romántico nos ha venido de la lengua inglesa,
donde se deriva de romance. Con esta última palabra, que es
de oríjen francés, se significó al principio la lengua vulgar
francesa, para distinguirla de la latina, que se cultivaba en
las escuelas, i estaba casi reducida a la iglesia i los claustros.
Por extensión, se dio el mismo nombre a las composiciones en
lengua vulgar, i señaladamente a las del jénero narrativo, en
que se contaban los hechos do algún personaje real o imagi-
nario, es decir, a las historias o novelas en prosa o verso, en-
tre las cuales tuvieron particular celebridad las jestas i los li-
bros de caballería.
«Antes que hubiese una escuela de literatura llamada ro-
manticismo (dice don Alberto Lista), vemos usado en los es-
critores ingleses de mas nota el epíteto de romantic en senti-
do metafórico, i aplicado a aquellos sitios en que la naturaleza
desplega toda la varieda i de sus formas con el aparente des-
orden que la caracteriza entre los contrastes de hermosas cam-
piñas i collados amenos con montes escarpados, precipicios
horribles i peñascos estériles e incultos. La propiedad do la
metáfora es Visible; esos paisajes se llaman románticos por su
semejanza con los que se describen en las novelas, i que los
autores pintan adornados de todos aquellos contrastes i belle-
... Hé aqui OUantO hemos podido averiguar acerca del
oríjen déla voz ?'omanf ¿cismo. Según él, solo puede significar
e de literatura, cuyas producciones Be semejan en
plan, estilo i adornos a las del jénero novelesco.»
una nías latitud pudiera qui/.as darse a esta deducción.
podría decirse que na con aquella palabra una
de literatura producción! emejan, no a las
• n que oomo l< i que bosqueja
ENSAYOS LITERARIOS I CRÍTICOS 421
el señor Lista, sino a los paisajes mismos descritos? ¿Qué es lo
que carao teriza esos sitios naturales? Su magnífica irregulari-
dad; grandes efectos, i ninguna apariencia de arte. ¿I no es
esta la idea que se tiene jeneralmcnte del romanticismo?
Ahora pues, desde el momento en que se impone el roman-
ticismo la obligación de producir grandes efectos, esto es, im-
presiones profundas en el corazón i en la fantasía, está lejiti-
mado el jénoro. La condición de ocultar el arte, no será
entonces proscribirlo. Arto ha de haber forzosamente. Lo hai
en la Divina Comedia del Dante, como en la Jcrusalcn del
Taso. Pero el arte en estas dos producciones lia seguido ca-
minos diversos. El romanticismo, en este sentido, no reco-
nocerá las clasificaciones del arte antiguo. Para él, por ejem-
plo, el drama no será precisamente la trajedia de Hacine, ni
la comedia de Moliere. Admitirá jéneros intermedios, ambi-
guos, mixtos. I si en ellos interesa i conmueve, si presentan-
do a un tiempo príncipes i bufones, haciendo llorar en una
escena i reír en otra, llena el objeto de la representación dra-
mática, que es interesar i conmover (para lo cual es indispen-
sable poner los medios convenientes, i emplear, por tanto, el
arte), ¿se lo imputaremos a crimen?
En esto creemos estar sustaneialmente de acuerdo con don
Alberto Lista. «Las reglas de los antiguos, dice, fueron dedu-
cidas del estudio i observación de los modelos, comparados
con los efectos que debían naturalmente producir en la fanta-
sía i el corazón, porque a esto hemos de venir siempre a parar.
El jenio que describe, está obligado a satisfacer al gusto que
goza i siente. La facultad de crear en las artes tiene por obje-
to complacer el sentimiento innato de la belleza, que reside en
el hombre. Este es el principio fundamental de la ciencia
poética, i esta es la primera lei del arte; de ella se deducen las
demás.
«No creemos, pues, que el romanticismo, si es algo, sea una
cosa tan frivola i tenue como lo sería la mera imitación de las
novelas, ni tan anárquica i disparatada, como una declaración
de guerra alas leyes del buen gusto, dictadas por la natura-
leza, deducidas de la observación, i consagradas por grandes
i'.'- OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
maestros i grandes modelos. Pues si no es eso, ¿qué podrá
ser? ¿Qué valor podremos dar a esta palabra?»
Es preciso, con todo, admitir que el poder creador del jenio
no está circunscrito a épocas o fases particulares de la luí ina-
nidad; que sus formas plásticas no fueron agotadas en la Gre-
cia i el Lacio; que es siempre posible la existencia de modelos
nuevos, cuyo examen revele procederes nuevos, que sin dero-
gar las leyes imprescriptibles, dictadas por la naturaleza, las
apliquen a desconocidas combinaciones, procederes que den al
arte una fisonomía orijinal, acomodándolo a las circunstancias
de cada época, i en los que se reconocerá algún diala sanción
de grandes modelos i de grandes ynaeslros. Shakspearc i
Calderón ensancharon así la esfera del jenio, i mostraron que
el arte no estaba todo en las obras do Sófocles o de Moliere,
ni en los preceptos de Aristóteles o de Boileau.
■Algunos han creído, continúa Lista en el segundo de los
citados artículos, que el romanticismo actual es la literatura
propia de la edad media, en que la epopeya se convirtió en
novela, la historia en crónicas, i la mitolojía en narraciones
de milagros íinjidos. Esta opinión aislada, i sin apoyarla en
otras consideraciones, viene a identificarse con la primera, que
reduce el oríjen de la literatura romántica a lo que indica su
etimolojía, esto es, a la novela, cultivada en los últimos tiem-
de i Ireoia, pero no con tanta celebridad, como en los siglos
de la caballería.
«Si esta opinión fuese cierta, el proyecto de resucitar en
dias la literatura de la edad media, seria tan desca-
bellado como el de don Quijote, ¿i lomo en una época de filosofía
pueden agrá lar las mismas cosas (jiieeiitiisiasiiial.au a nues-
luloa e ignorantes antepasados? ¿Cómo una sociedad
culta ha de complacerse en las consejas que inventó* el carao*
ter guerrero i ■upersticioso de aquellos tiempos? La Europa Be
rtido en una escena política; ¿quién será tan necio
livertir a los hombres que leen periódioos i di¡¿-
.ii batallas de jigantes i apariciones de
i demos entender a ( 'aideron, que
describe I ■ icasdesu nigloj no sufrimos:
LYOS LITERARIOS l CRÍTICOS il>
a Tirso, sino a favor de su licenciosa malignidad; i ¿toleraría-
mos las hazañas do Amadis o de Esplandian, o los cantos de
Berceo? »
Sin embargo, no se puede negar que en el romanticismo,
como mas comunmente se entiende, hai cierto tinte de la lite-
ratura de la edad media, modificada sucesivamente por el ca-
rácter de los siglos que ha ido atravesando hasta llegar a no-
sotros. El primer desarrollo poético de las lenguas modernas
nos ofrece la historia, o lo que pasaba por tal, escrito en rima,
i cantado en los castillos i plazas al son del rabel i la vihuela.
El duque de Normandía se enseñorea de la Inglaterra; i los
poetas franceses que se establecen en su nueva corte lienelieiauel
rico venero de las tradiciones bretonas. La historia fabulosa do
Arturo i sus predecesores, poco tiempo antes dada a luz por un
monje de Gales en prosa latina, sirve de tema a los cantos de
los poetas anglo-normandos desde el siglo XII. Aparecen en-
tonces las leyendas de la Tabla Redonda, i con ellas una mito*
lojía nueva, apoyada en las creencias populares: la de las hadas,
encantadores i májicos, que la lengua franco-romana, la len-
gua de los troveros^ naturalizó en el mediodía de Europa; que
engalanó los cantares heroicos de los franceses desde el siglo
XIII; que desde el mismo siglo tuvo eco al otro lado de los
Alpes i de los Pirineos; que se labró un monumento eterno en
el Orlando i en la Jerusalen Libertada. Del siglo XIV en
adelante, prohijaron aquella especie de maravilloso los libros
do caballería, i la conservaron en España hasta la edad de
Cervantes, que la enterró en el sepulcro de su héroe, último
de los caballeros andantes.
Miramos esta mitolojia como esencialmente romántica, va-
ciada en las lenguas romances de la edad media, i amoldada a
las narraciones poéticas aun algunos siglos después que la li-
teratura había tomado un nuevo carácter, bebiendo otra vez
en las fuentes griegas i latinas. Fué abandonada, porque dejó
de tener apoyo en las creencias de los pueblos; pero la historia
de la edad media, las costumbres de aquella época singular, el
pundonor, la. idolatría de las damas, el desalío, la guerra pri-
vada, suministraron todavía materiales a los poetas i a los
OPÚSCULOS LlTEHAniOS I CfilTICOS
autores de novelas; Walter Scott les (lió nueva vida en sus
magníficos cuadros en verso i prosa; i la lengua castellana nos
ha presentado tentativas felices de la misma especie en El
Moro Expósito i en otras composiciones modernas.
De aquí se sigue que ha existido i existe una poesía verda-
deramente romántica, descendiente de la historia i de la lite-
ratura délos siglos medios, alo menos en cuanto a la natura-
leza de los materiales que elabora. Pero, aun cuando retrata
Lis costumbres i los accidentes de la vida moderna en el trato
social, en la navegación, en la guerra, como lo hace el Don
Juñil de Byrori, como lo hace en prosa la novela de nuestros
días, ¿no hallaremos en estas obras de la imajinacion el ro-
manticismo, la escuela literaria que se abre nuevas sendas,
desconocidas do los antiguos, i mas adaptadas a una sociedad
en que la poesía no canta, sino escribe, porque todos leen, i
siguiendo su natural instinto, elijo los asuntos mas a propósito
para movernos e interesarnos, i les da las formas que mas se
adaptan al espíritu positivo, lójico, experimental, de estos úl-
timos'tiempos?
Don Alberto Lista describe así la influencia del cristianismo
i de las instituciones políticas en esta revolución literaria:
La relijion de la antigua Grecia ¡déla antigua Roma,
afectaba muí poco el corazón i la intelijenoia. Sus dogmas
Bolo hablaban a la imajinacion; i sus pompas i festividades, a
los sentidos. Tenían dioses, que habían sido hombres; tenían
icias enteramente poéticas, que solo fueron en sus prinoi-
alegorias injeniosas de los fenómenos del mundo físico o
intelectual. Estaban tan poco de acuerdo su relijion i su moral,
que, como ha observado muí bien Rousseau, la casta romana
ofreoia sacrificios a Venus, i el intrépido espartano, al miedo.
i gobierno republicano, que sobrevivió algunos siglos a
la libertad dedrecia i a la república romana lujo las formas
munioipales, obligaba i los oiudadanos a vi\ ir en el toro, don-
de d i • 1 1 1 las ideas, los intereses i los sentimientos
individuales, domle el boinbre ■ ■ por decirlo así, i
ntaba <'l patriota, el estadista, el amante lerdado-
r«i <> flnjido del procomunal
ENSAYOS LITERARIOS I CRÍTICOS 425
«La sociedad, donde reinaba esta creencia i esta clase de
gobierno, debía entregarse mas bien al estudio de la política
que de la moral. Pocas veces reflexionaría el hombre sobre sí
mismo, porque toda su atención absorberían la ambición o el
bien de la patria. El gobierno republicano exije ademas, como
condición indispensable de su existencia, la esclavitud domes-
tica, porque, sin esclavos que cuiden de los negocios de la casa,
mal podría el ciudadano acudir a los públicos en el foro. El
amor era desconocido en las épocas de buenas costumbres;
entonces cada joven recibía su esposa de mano de sus padres.
Lo mismo sucedía en los tiempos de corrupción; pero esto era
en el siglo de oro de las mujeres prostituidas. El divorcio lle-
gaba a ser un adulterio legal; i la atracción de los sexos solo
era una potencia meramente física. Quien no lo crea, lea a
Ovidio i a Petrarca.*
«Veamos ya qué especie de literatura convenia a esta socie-
dad. Solamente podia cantarse en ella el amor físico, embelle-
cido con ficciones i alegorías mitológicas; mas no los sentimien-
tos interiores del hombre, que, o no existían, o para nadase
consideraban; nó la lucha de los afectos i de las pasiones con
el deber; nó el deseo innato e inmenso, pero vago, de felicidad,
que reside en el alma humana. Como la relijion jentílica no
revelaba al hombre el misterio de su existencia, como la forma
de gobierno no le dejaba tiempo ni atención para estudiarse a
sí mismo, los poetas mas grandes de Grecia i Roma solo pin-
taron lo que veian en la sociedad: pasiones, vicios i virtudes;
pero consideradas en jeneral, i no modificadas según las cir-
cunstancias particulares de cada individuo, costumbres mas o
menos feroces según la cultura de las épocas, caracteres do-
tados de cualidades universales, i en las cuales nada vemos
del interior del individuo, solo vemos las formas jenerales del
ciudadano.
«A la relijion de la imajinacion, sucedió la déla intelijencía.
* Deba decir Petronio, porque Petrarca es cabalmente el poeta
en que el lenguaje del amor es mas casto, mas idolátrico, mas espiri-
tual. Dualidades que faltan de todo punto al de Petronio.
126 OPÚSCULOS UTG15AIUOS I CBÍTICOS
El hombre reconoció que era un deber suyo, estudiarse a sí
mismo, luchar contra sus propias pasiones i someterlas al yu-
go de la razón. El hombre reconoció en todos los demás a
hermanos suyos a quienes tenia obligación de amar, i cesó,
por consiguiente, la esclavitud doméstica. El hombre, en fin,
reconoció en su esposa un ser intelijente, que debía acompañar-
lo en la carrera de la vida, i que debía gozar de su libertad al
mismo tiempo que le obedeciese; el bello sexo quedó emanci-
pado; i el amo'* moral, fundado en la estimación i en la elec-
ción mutua, nació entonces.
Al gobierno republicano, sucedió el monárquico bajo dife-
rentes formas; pero todas templadas por el principio del cris-
tianismo, enemigo de la tiranía, al mismo tiempo que del des-
orden. Los ciudadanos tuvieron a la verdad una patria que
defender, i que sostener; mas no era necesario que viviesen
en la pla/.a pública, merced al sistema representativo, imi-
tado de los concilios del cristianismo, que les permitía vacar
a sus negocios domésticos, ejercer sus profesiones i atender,
sin necesidad de esclavos, a los intereses de su casa i fa-
milia.
«Claro es (pie una sociedad así constituida, necesitado una
literatura muí diferente de la de 1 'críeles i de Augusto. Su
poesía cantará la patria i los héroes; pero al describirlos, no
omitirá las luchas interiores que sufrieron para hacer triunfar
la virtud de las pasiones. Cantará el amor, porque ¿CUt non
dictus Uyla*? pero lo ennoblecerá, pintándolo como una es-
pecie de culto, como un tributo debido no solo a la hermosura,
también a las prendas del alma. Presentará en el teatro
: 1 i- di »nes; perú siempre con un fin favorable a
la buena moral. Escribirá novelas, en las cuales, en medio de
i bus interesantes, no se olvidará de pendrar en los mas
iniiiii del corazón humano, i de arrancarle a la natu-
iretOS. liará descripciones de las escenas mas be-
i; p«ro siempre las enlazará con una verdad
ntimien P tara los deseos del hom-
bre; pero de modo que se conozca la insuficiencia de ios place-
iilieiila i. i in lin, cuando cante
ENSAYOS LITERARIOS I CRÍTICOS 427
la relijion, se elevará su alma a las rejiones desconocidas que
nos ha revelado el sacro poeta do Sion; i su fantasía, embelle-
cida con las luces de la inteligencia, formará cuadros muí su-
periores a los de Píndaro i Homero, porque cada ¡majen será
un sentimiento, i cada idea una virtu 1.
«Esta es la diferencia que encontramos entre la literatura
antigua, i la que conviene a los pueblos civilizados i cristianos
gue habitan la Europa de nuestros dias. Si el romanticismo
ha de ser algo contrapuesto al clasicismo, no puede ser otra
cosa, sino lo que acabamos de describir. En el punto de vista
en (¡lio hemos colocado la cuestión, ha recibido todo el alcance
(jue puede tener, i que efectivamente le han dado ya algunos
jenios de primer Orden. Es verdad que en los siglos bárbaros,
sin luces, sin cultura, con idiomas informes, poco mérito pu-
dieron tener las primeras producciones de la nueva literatu-
ra. Pero vinieron los tiempos de Petrarca, Taso, Shakspeare,
Mil ton, i entre nosotros, de Herrera, líioja, Lope i Calderón; i
se conoció entonces cuáles eran les medios de interesar a la
suciedad europea. »
Adherimos a este modo de pensar de Lista, aunque talvez
se encuentre alguna exajeracion en las ideas con que lo apoya,
sobre todo en lo tocante a la influencia de las instituciones po-
líticas sobre el sentimentalismo de la moderna poesía. La de-
mocracia del agora i del foro había expirado muchos siglos
antes de Dante i Petrarca, i nos parece algo forzado el recur-
so de reemplazar su influjo por el de las formas municipales
que sobrevivieron a la república romana i no conservaron la
mas débil imájen de aquella ajitada democracia. Que el amor
fuese incompatible con las buenas costumbres en las dos na-
ciones clásicas, es una hipérbole inadmisible; el amor, aunque
algo menos reservado en su expresión, era tan afectuoso, tan
capaz de sacrificios heroicos, tan sensible a la prendas del
alma del objeto amado, como lo ha sido en todas las otras épo-
cas de civilización i cultura. La emancipación del bello sexo
habia principiado verdaderamente bajo la república romana, i
el efecto práctico, tanto de la potestad marital, como de la pa-
terna, distaba mucho del despotismo doméstico, que han mi-
OPÚSCULOS L1TKH.UU0S I CIÚTICOS
rado algunos, con poco fundamento, como uno de los lunares
de la lejislacion de aquel pueblo. Que no se viese en las poesías
de Grecia i Roma al individuo, sino las formas jenerales del
ciudadano, lo desmiente Homero, lo desmiente ¡Sófocles, lo
desmiente Virjilío mismo, aunque inferior a estos dos grandes
poetas en la facultad de individualizar los caracteres. Se creerla,
por lo que dice Lista, que los asuntos patrióticos i republicanos
ocupaban el primer lugar en la poesía de los griegos; i es todo
lo contrario. La antigua monarquía, la familia real de Tobas,
de Argos, de Atenas, es lo que figura casi perpetuamente en
el teatro trájico. La epopeya no canta sino las proezas i aven-
turas de los tiempos heroicos. La comedia antigua, de Atenas,
especie de farsa alegórica, que es a la democracia ateniense lo
que nuestros autos sacramentales a las creencias cristianas,
fué ol solo jénero inspirado por la política. Ni/la lucha interior
de las pasiones fué tampoco desconocida a la trajedia o la epo-
peya clásica. En fin, ¿no son ahora mucho mas republicanas
las costumbres en Inglaterra, en Francia i en otras naciones,
que en Roma bajo el dominio de Augusto i de sus sucesores:'
Ls cierto que los poetas modernos disecan mas profunda i de-
licadamente el corazón humano; pero basta para explicar este
efecto la generalidad de los estudios filosóficos, el espíritu de
análisis que ha pendrado t idas las ciencias i todas las artes,
i la necesidad de ir adelante impuesta en todas direcciones al
( spirítu humano, necesidad tan imperiosa, que, cuando no
acierta con el camino del progreso, antes que permanecer es-
tacionario se extravia, i aparecen en la literatura las épocas de
decadencia en que ol jenio se extraga, la Imajinacion se aficio-
na lo i extraño, loa sentimientos dejeneran en su-
tiles conceptos ¡ la elegancia en culteranismo.
ii de materiales nuevos, i libertad de formas, (pie no
M, sino a las leyes imprescriptibles de la inte-
lijenoia, i a los nubles Instintos del corazón humano, es lo que
lejítima do todos los siglos i países, i por
ate, el romanticismo, (pie es la poesía de los tiempos
i ola lifio'aoioncfl conven-
cí malos, i ail iptadu n la exi ¡en ¡ias de nu< lo. En é
ENSAYOS LITERARIOS I CRÍTICOS 429
pues, en el espítitu de la sociedad moderna, es donde debemos
buscar el carácter del romanticismo. Falta ver si el que ahora
so califica de tal, «cumple las condiciones necesarias de la li-
teratura, cual la quiere el estado social de nuestros días.»
Sobre este asunto, no podemos menos de copiar a don Alberto
Lista, en su artículo tercero. Es un trozo escrito eon mucha
sensatez i vigor.
«Nada es mas opuesto al espíritu, a los sentimientos i a las
costumbres de una sociedad civilizada i cristiana, que lo que
ahora se llama romanticismo, a lo menos en la parte dramá-
tica. El drama moderno es digno de los siglos de la Grecia
primitiva i bárbara; solo describe el hombre fisiolójico, esto
es, el hombre entregado a la enerjía de sus pasiones, sin freno
alguno de razón, de justicia, de relijion. ¿Sacia su amor, su
venganza, su ambición, su enojo? Es feliz. ¿llalla obstáculos
invencibles que destruyen sus criminales esperanzas? Busca
un asilo en el suicidio.
«Los dramáticos del dia hacen consistir todo su jenio, todo
el mérito de su invención en acumular monstruosidades mo-
rales. Los hombres son en sus dramas mucho mas perversos
que en la escena del mundo. Sus maldades son poéticas, como
la tempestad de que habla Juvenal. ¿Qué utilidad resulta de
esta e::a j oración? Se ha dicho, i no sin fundamento, que la
lectura de las novelas extragaba en otro tiempo el entendi-
miento de los jóvenes, haciéndoles creer que los hombres eran
mejores de lo que son. Pero mas dañosos nos parecen loa
dramas modernos que pintan la naturaleza humana peor de
lo que es. Error por error, preferimos la noble confianza de
creer a todos los hombres semejantes a Grandison, i a todas
las mujeres tan virtuosas como Clara, a la triste cuanto infa-
mo sospecha de tropezar a cada paso con Antony o con Lu-
crecia Borjia. Los primeros pueden ser útiles en calidad de
modelos, aunque no sea posible llegar a su perfección ideal. I
¿no es de temer que la juventud, tan simpática con todo lo
que es fuerza i movimiento, aunque se dirija al mal, quiera
imitar los monstruos que se le presentan en la escena, no mas
que por el infeliz orgullo de parecer dotada de pasiones fuer-
I I > OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
tos? Tanto es do temer, cuanto no faltan ejemplares de tan
infausta imitación.
«No podemos pasar de aquí sin hacer una advertencia útil
a nuestra juventud. La verdadera fuerza i enerjíade alma, no
está en las pasiones, sino en la razón. Las pasiones fuertes
anuncian por lo común un ánimo débil, si son desenfrenadas.
Mas fuerza de alma hai en el padre de familia oscuro que lle-
na la larga carrera de su vida con virtudes poco celebradas,
cumpliendo con exactitud los dcl>eres de hombre i de ciuda-
dano, que en Alejandro el Grande, víctima de su ambición i
de su inquietud. Aquel mostrará menos pavor que el héroe
de Maeedonia en las cercanías del sepulcro.
«No sabemos por qué asquean tanto nuestros dramaturgos
de hoi la literatura de los griegos. ¿Por ventura la Clitcmncs-
tra, el Oréstes, la Electra, el Ejisto de Sófocles no se parecen
mas a los modelos de maldad que presenta actualmente la es-
cena, que la Dcsdémona de Shakspeare, los amantes de Lope
de Vega, el Horacio de Corneille i la Andrómaca de Racinc?
Pero los poetas trájicos de Atenas tenían disculpa en su creen-
cia. Su relijion nada influía en la moral; para ellos el hombre
era un ser puramente fisiolójico, dírijído invenciblemente por
el destino.
/.//,■/ volentem ducunt, nolentem trahunt.
Luce el hado al que lo sigue; arrastra al que resiste.
«¿Pueden tener esta disculpa nuestros dramaturgos? I si
i ereen en la ciega necesidad del destino, ¿oreen también
en ella los pueblos que asisten a sus espectáculos?
Pero dirán que, el fln de sus dramas es moral, por cuanto
¡■sos acaban suicidándose; i ¿qué es el suicidio para
hombrea quenada oreen, sino sus pasiones? Después que se
han! de maldades, después de haber servido a los es-
lo platos de todos los delitos, se les da por postre
el mayor de todo, ellos a loi ojos de la naturaleza i de la reli-
jion. [Bella moral, por oíorto!
haber verdadero efecto moral ni dramático sin in«
quita •• al i interesarse ningún corazón
ENSAYOS LITEN A1U08 i CRÍTICOS 'i'¿\
honrado i sensible ni en Aiüony, ni en Anjeio de Pacfua, ni
en Lucrecia llorjia, ni en otros mil (Iranias, donde el hom-
bre que tenga alguna delicadeza se halla como en el medio de
un albaíial? Comparemos con los horrores que se representan
eu esas composiciones infernales nuestros sentimientos dulces,
nuestra civilización intelijente, nuestras creencias relijiosas,
nuestra filantropía i hasta nuestras pasiones atenuadas i redu-
cidas a su justa medida por la amenidad de las costumbres.
¿Cómo podemos sufrir los hombres del siglo XIX la barbarie
de los tiempos de Cadmo i de Pélopc?
«I ¿qué diremos de ese furor de desfigurar la historia para
hacer ridículos u odiosos los personajes mas célebres de ella?
Nosotros no tenemos a Felipe II por un hombre bueno; pero
no somos tan necios que le creamos tal como le han pintado
Schiller i Alfieri, copiando los retratos infieles que de él hi-
cieron los historiadores de Francia, cuya potencia humilló, i
los del protestantismo, cuyos progresos contuvo. No creemos
que Carlos V careciese de defectos; pero ¿quién le conocerá en
el badulaque del lleraani? Creemos también que habrán exis-
tido antiguamente en la corte de Francia algunas princesas
livianas; pero eso de arrojar sus amantes al rio desde la torre
de Nesle, es burlarse de los espectadores. Calderón desfiguró
la historia; pero fué para asimilar los personajes griegos i ro-
manos a los caballeros españoles, que por cierto valían tanto
como los héroes de calquicr nación
«El siglo no puede sufrir ya la anarquía, ni en los escritos,
ni en las conversaciones; la anarquía vencida se ha refujiado
a la escena. ¿Por qué se la sufre en ella? Porque los hombres
son inconsecuentes, i porque la moda es la reina del mundo.
«Pero la moda pasará; i entonces será muí fácil conocer
que el romanticismo actual, anárquico, anti-relijioso i anti-
moral, no puede ser la literatura de los pueblos ilustrados por
la luz del cristianismo, intelijentcs, civilizados, acostumbrados
a colocar sus intereses i sus libertades bajo la salvaguardia
de las instituciones.»
(Revista de Santiago, Año de 1&48.]
EL LUJO
i
Los moralistas que quisieran proscribir el lujo, i los econo-
mistas que lo consideran como útil i aun necesario en la so-
ciedad, pudieran hacer creer, a vista de la discordia de sus
doctrinas, que sus ciencias respectivas tienen objetos diferen-
tes c incompatibles, siendo así que una i otra se proponen un
mismo i\n: que es la felicidad de los hombres. Sin embargo,
las opiniones de unos i otros, despojadas de las exajeraciones
extravagantes en que a ve <n envueltas, armonizan per-
fectamente, i se reúnen en un punto medio, que es el de la
sencilla i sobria verdad. Procuremos fijarlo, i establecer los
principios que deben dirijir a los hombres i a las sociedades
en su conducta económica.
Exajeran los moralistas que condenan indistintamente todo
consumo improductivo, excepto el de los artículos necesarios
para la vida. Las alfombras, sillas, mesas, loz*a, cristales,
vestidos, oro i plata de que nos servimos, pudieran ser reem-
plazados por otros objetos mucho mas groseros i baratos, sin
(¡ue peligrase por eso nuestra existencia; el paño burdo, por
ejemplo, liaría para el abrigo del cuerpo el mismo oficio, i tai-
vez mejor, que los hermosos tejidos de lana de que nos provee
la Europa; de que se sigue que el uso de los paños finos, se-
gún estos filósofos de la escuela ascética, es una superfluidad,
un lujo censurable, i bajo el mismo fallo caerían un sinnúme-
ro de efectos manufacturados, que entran hasta en el uso or-
ori'sc. 55
OPÚSCULOS LITEMAIUOS I CIÚTICOS
dinarío de las familias menos acomodadas, i que forman lo
que Yoltairc llamaba graciosamente:
Le superllu, chose si néeessaire.
Pero, ¿es pernicioso a las costumbres, se opone a la conser-
vación i aumento de la riqueza nacional, i a su mejor dis-
tribución i circulación, .el lujo, tomado en este sentido? Es
cierto que las familias, reducidas a lo estrictamente necesario,
se encontrarían al cabo del año con un sobrante considerable
de sus rentas, el cual podrían emplearen la creación i elabora-
ción de nuevos productos. Pero, ¿de qué especie serian éstos?
Objetos de lujo no deberían ser; en el país nadie los consumi-
ría, porque suponemos reducidas las familias a lo que necesi-
tan para vivir; i tampoco podrían exportarse, porque en mo-
ral no puede ser lícito que una nación se haga a sabiendas la
proveedora de efectos que van a empobrecer i corromper las
otras. Por consiguiente, sería preciso que retirase sus capita-
les de las manufacturas que elaboran objetos de lujo, lié aquí,
pues, o condenada una porción cuantiosa de riqueza a dormir
en las arcas, o derramada sobre la agricultura i las otras ar-
tes productoras de lo necesario una cantidad excesiva de capi-
tal i trabajo, que acarrearía una abundancia ruinosa para los
capitalistas i especuladores, es decir, una destrucción conside-
rable de los BhoiTOfl que había ya acumulado la sociedad.
Entretanto, perecerían los obreros que ganaban su subsisten-
cia en las manufacturas de hijo; i suponiendo adoptado el mis-
mo sistema en todos los pueblos del inundo, quedaría reduci-
do el jéncro^ humano B una décima o talve/. una centésima
parto do lo que es en <'l dia.
Se dirá acaso que esto inconveniente no naco de que el sis-
tema de que tratamos sea malo en sí, sino de que se halla es-
tablecido i arraigado en las looiedados el sistema contrario; i
Olióla introducción de aquel po puede efectuarse, sino de un
modo lento i gradual. Figurémonos, pues, una sociedad tor-
il principio según las reglas de estos moralistas
■ tridente que n porción del jénero humano,
ihora vive de la arte del lujo, no llegaría jamas a exis-
EL LUJO
tir; i que la población del mundo, i de cada país en particular,
no podría llegar a ser jamas lo que es en el dia. Las artes de
subsistencia, i especialmente la agricultura, dan productos que
suministran muchísimo mas de lo necesario para la mera
existencia de los que se emplean en ellas. Para que el sobran-
te se distribuya entre los demás hombres, es necesario que
ellos tengan objetos que cambiar por lo que necesitan, es do-
oír, objetos de lujo. Proscritos éstos, se sigue que quedan ex-
cesivamente limitadas las permutaciones que hacen circular
por todas las clases los productos de cada una; privada pro-
porcionalmcnte la sociedad de medios de subsistencia; e impo-
sibilitada de aumentarse mas allá de lo que permite el estre-
cho i mezquino réjimen de la filosofía ascética.
Aun suponiendo que un país pudiese exportar el sobrante
de loque producen su agricultura i sus artes, i que elaborase
artículos de lujo para exportarlos, no podría, según el sistema
do que hablamos, retornar objetos de lujo que no consume; i
al cabo vendríamos a parar en que, siendo tan poco lo estric-
tamente necesario, tendría que limitar sus exportaciones por
sus retornos, i su industria productora por sus consumos i sus
exportaciones. Por todas partes, no vemos, mediante este sis-
tema, sino capitales sustraídos a la circulación; capitales que
no proporcianarían a sus dueños comodidad ni placer, ni a los
pobres ocupación, ni a la sociedad riqueza; capitales en cuya
adquisición sería locura afanarse, porque de nada servirían;
artes innumerables sin estímulo; clases numerosas sofocadas
en su jérmen, i que si llegasen a existir, sería para que vivie-
sen sumidas en la miseria, i por consiguiente, en la inmorali-
dad. Déjese al propietario la libre disposición de lo suyo; i ese
lujo que a los ojos severos de una moral bien intencionada,
pero poco perspicaz, es un mal, vendrá a ser un correctivo
saludable de la desigualdad de los bienes, haciendo a la rique-
za tributaria del trabajo, único patrimonio de los que no han
sido favorecidus de la fortuna. Se declama contra las necesidades
facticias que el lujo enjendra i alimenta; i se olvida que las ne-
cesidades caprichosas del rico proporcionan al pobre una gran
parte de los medios de subvenir a sus necesidades reales. Lo
436 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
cierto es que ni ha existido jamas, ni puede concebirse estado
social en que no haya mas o menos lujo; i que cuanto crecen
la población i k\ riqueza, tanto es mas útil, i aun preciso, que
se extienda i se diversifique el goce de lo que inconsiderada-
mente se condena como superfino i vicioso. Lo que hace el lu-
jo, es variar de formas, según el estado de civilización i cultura
de un pueblo, i según sube o baja en la escala de la prosperi-
dad. Eil una sociedad que adelanta, el deseo de mejorar su
condición, que es natural a todos los hombres, les hace dedi-
car una parte mas o menos considerable del sobrante anual a
nuevas empresas de industria; crece la demanda del trabajo;
i el obrero recibe una recompensa mas liberal por el suyo.
Con el lujo de los ricos, se aumentan las comodidades i goces
de la clase trabajadora. El lujo mismo so refina por grados.
Poco a poco, se derrama sobre toda la sociedad un aspecto do
aseo, decencia i delicadeza. A la glotonería i la crápula, suce-
den placeres de otro orden; aparecen la elegancia en los mue-
bles, la nitidez en las habitaciones i en el vestido, el gusto
de las artes, el de la música, tan recomendado en todos tiem-
pos, el de las letras, tan fecundo de utilidades prácticas i do
goces intelectuales; en suma, todo lo que forma la civilización
i cultura de un pueblo. I entre tanto, no solo se ameniza el
trato, no solo se suavizan i pulen las costumbres, sino verda-
deramente se mejoran. Es una observación, repetidas veces
confirmada por la experiencia, (pie la moral de las clases infe-
riores es tanto mejor, OliantO mas comodidad i limpieza se
advierten en su ajuar i su traje, l'n vestido desaliñado i SUCIO
Igj siempre un indicio seguro de una intelijenein inerte i
' 1 . - un COraZOn corrompido.
Lo contrario sucede en una sociedad que decae. Cada año
. lira de las artes productoras una parte del capital n.'i-
del capital de los pobres, que es su indus-
tria, se retira también; el trabajador gana a duras penas, con
u tiente, una subsistencia mozquina; la maoilen-
i p<>r todas partes, i con ella
la prostitución i ol crimen; campiña i .mies cultivadas se, trans-
forman en ei ubron de escom-
EL 1 I.ID
bro.s; la muerto, ocupada perpetuamente en equilibrar la po-
blación con las subsistencias, disminuye cada año el número
de los habitantes. I entre tanto, los dispendios del lujo, sin ser
en realidad mayores, sin ser acaso tan grandes como en una
sociedad floreciente, no guardan, como en esta, una moderada
proporción con los consumos útiles, i son mucho mas odiosos,
porque resaltan sobré la miseria pública.
Existe, pues, en todas las sociedades el lujo, aunque con
cierta variedad de formas: brillante, intelectual, esparcido, en
la sociedad que prospera; fastuoso, triste, concentrado, en la
sociedad que decae. El criterio a que debemos apelar para
eonocer si un pueblo sube o baja, es la condición de la clase
trabajadora. ¿La vemos cada dia mejor vestida, mejor alojada?
La sociedad se enriquece, i las costumbres mejoran. Tal es
(gracias al cielo) el estado de Chile. No se necesitan racioci-
nios para que su creciente prosperidad so revele a nuestros
ojos en el aspecto de las ciudades, que se extienden i se her-
mosean, en el de los campos, donde cada dia hace nuevas
conquistas el arado, en la marcha de las artes mecánicas, que
se multiplican i perfeccionan, en la de las letras, en la finura
social, i en fin (digan lo que dijeren ciertos políticos atrabilia-
rios, laudatorea temporis acti), en la moralidad de las cos-
tumbres, i en todo.
En otro artículo manifestaremos los peligros que puede el
lujo traer consigo; los límites que la moral i la economía le
señalan a una; i los objetos en que puede desplegarse con mas
beneficio del individuo i de la sociedad.
11
Si por una parte es cierto que no pueden suprimirse las ar-
tes de lujo sin que se menoscaben inmensamente el bienestar
de la clase industriosa, la población i riqueza del país, es evi-
dente por otra que todo consumo improductivo hace un des-
falco en el capital nacional, i que, por tanto, aumentados
mas allá de cierto punto los goces superfinos, las necesidades
133 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
facticias, en vez de servir de estímulo a las artes productoras,
les quitarían la sustancia que las vivifica. El lujo es entonces
en la sociedad lo que el quintral en los árboles: la engalana i
hermosea, pero chupándole el juzgo de que se nutre, i hacién-
dola menos vigorosa i fecunda. Iíai, por consiguiente, un tér-
mino medio, en que el interés de la producción so equilibra
con los goces del consumo, i en que la sociedad es, como la
familia económica, que reserva una parte de sus rentas, para
la conservación c incremento del capital, i gasta lo restante
en objetos necesarios a la vida, i en su comodidad, decencia i
placer.
Así, como en la familia, la relación entre lo que se ahorra i
lo que se gasta puede ser mayor o menor sin que por eso dejen
de crecer mas o menos su capital i su renta, de la misma ma-
nera en el cuerpo político, que no es otra cosa que el agregado
de las familias, puede variar mucho el total de los dispendios
improductivos comparado con el de los consumos útiles, sin que
por eso dejen de progresar la riqueza de la nación i el produc-
to anual quo se reparte entre todas las clases que la componen.
Tanto en la familia particular, como en la nación entera, hai,
por decirlo así, una escala de economías que por el un extre-
mo raya con la disipación i por el otro con la mezquindad i
avaricia. Ahora bien, si es un insensato el avaro que se con-
tenta con proveer escasa i tristemente a sus necesidades natu-
rales, i se desvela en acumular tesoros que de nada le sirven,
absteniéndose de los placeres inocentes que dan un verdadero
precio a La existencia, ¿obraría con mas cordura la nación que,
animada de un espíritu semejante, prohibiese como ficticio i
frivolo todo lo que u<> es necesario, todo lo que se da al ornato
de Ul e\; oeial, a 1.1 elegancia, al reereo, a los placeres
del alma, que desenvuelven facultades embotadas en la vida
mica, i revelan al hombre su dignidu I en la escala de los
vivientes! La codicia, que degrada al individuo, ¿podría jamas
. ■me r de un pueblo? La nación que obrase de
ría realmente mas insensata que el avaro, porque
a lo ne urda en bus áreas una riqueza verdadera,
que le representa los objetos da comodidad i placer de que so
EL LIMO i3í>
priva, i en los que él o sus herederos pueden convertirla cuan-
do quieran; pero la nación no tendría cosa alguna por precio
de sus privaciones; obstruida mil manantiales de subsistencia
i de riqueza; vería desiertas sus ciudades, incultos sus campos,
i vacío su erario.
Pero si el lujo es necesario hasta cierto punto, no puede
dudarse que hai un límite, pasado el cual dejenera en perni-
cioso. Sus efectos serian funestísimos, cuando los consumos
disminuyesen progresivamente el capital destinado a la pro-
ducción; pero, aun sin llegar a este punto, puede acarrear males
graves. La subsistencia de los trabajadores, que forman la ma-
yoría de toda nación, sería tanto mas escasa, cuanto menos
rápido el incremento de aquel capital; porque la condición de
esta parte del pueblo no es feliz o miserable en razón de ser
absolutamente grande o pequeño el capital que fomenta la in-
dustria, sino en razón de la velocidad con que crece. Para que
el trabajador adquiera lo necesario i sea dueño de ciertas co-
modidades, para que pueda educar una familia i mantenerla,
es menester que la demanda de trabajo sea mayor cada año,
de manera que guarde proporción con el incremento numérico
del pueblo. Si la proporción en que crece el capital destinado
a la producción se hace mas lenta, por este solo hecho, aunque
la nación siga enriqueciéndose, el trabajador no recibirá ya la
misma recompensa que antes por el sudor de su frente; la
indijencia comenzará a presentarse en las familias, i con ella
los achaques físicos i morales, que menoscaban el bienestar co-
mún, i que, por una lei irrevocable de las suciedades, retardan
el movimiento de la población, para nivelarla con las subsis-
tencias. Pero, aunque no haya un retardo positivo en la pro-
gresión del capital de la industria, es mu i posible que los
consumos, sustrayendo una parte de lo que pudiera última-
mente acumularse a él, no permitan a la industria todo el
vuelo de que sería capaz, i entonces, aunque positivamente
mejorase mas i mas cada año la suerte de la clase trabajado-
ra, no sería tan grande la mejora, como en las circunstancias
«>n que se halla la sociedad podría serlo.
Estos efectos perniciosos del lujo son muí difíciles de ave-
ni' OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
riguar i calcular, por el gran número do causas concurrentes
que pueden influir en la buena o mala condición de la clase
trabajadora. El capital que hubiera corrido espontáneamente
a la producción, se retira de ella por la predilección indebida
acordada a un ramo en detrimento de otro; por los estorbos
de una tutela mal entendida, que, ideada para el fomento de la
industria, la embaraza i la agobia; por la protección ineficaz
que las instituciones en que domina un principio exajerado
dispensan a la propiedad; por la inseguridad del crédito bajo
una torcida o defectuosa administración de justicia, i por otras
varias causas. Las circunstancias a que aludimos, i las que le
son contrarias, tienen tanto poder que llegan a paliar hasta
cierto punto el de la progresión lenta o rápida del capital que
pone en movimiento la industria. Así es que, suponiendo dos
o mas naciones en que la riqueza nacional i la demanda de
trabajo adelanten con igual velocidad, puede; suceder que la
clase trabajadora goce de una suerte mucho mas acomodada,
moral i feliz en una de ellas que en las otras.
La acción de estas concausas consiste casi siempre en facilitar
o entorpecer la circulación del sobrante anual, porque, según
sea mas o menos la cuota que de este sobrante quepa a los
que contribuyen con su trabajo a producirlo, así es menester
que 0 menos feliz la suerte del trabajador. Es preciso,
. fijar la vista en ellas, para no equivocar los efectos del
lujo con los d<- otros principios de que ese mismo lujo es una
acia i un síntoma. El lujo en los casos de que había-
nla excrecencia en que se desahoga la riqueza acumu-
corriendo sin estorbo por todos los canales del
cuerpo social, hubiera llevado la vida i el vigor hasta las últi-
entónoes no la causa, sino el efecto de una
Lo que en esta materia nos parece menos cuestionable, es
que ■ irnos tienden mas eficaz i directamente que
atar la riqueza, i con ella la felioidad nacional.
El lujo que consume objetos que nos \ ienen del extranjero, es
lien' de índuljenoia que el que se alimenta d<- articu*
1 tboran en nuestro propio suelo; que el que, emi
EL LUJO í^l
picando las clases industriales de nuestra población, les pro-
porciona medios de subsistencia, i disminuye con ellas los
hábitos viciosos i los crímenes. La preferencia de una especie
de lujo sobre otra dependerá, pues, de las circunstancias en
que se baile la sociedad.... Tero este asunto exije que lo trate-
mos con alguna extensión, i lo reservamos para otro número.
(VA Araucano* Año de IS3'J.)
OPÚSCULO
SOHRK
LA HACIENDA PÚBLICA
POR
DIEGO JOSÉ BEXA VENTE
Cuando en esta obra no hallásemos otra cosa, que la re-
seña histórica de todos los ramos de que se compone la ha-
cienda pública de Chile, esa sola circunstancia debería reco-
mendarla a los lectores chilenos, i a los americanos en jeneral,
que miren con un interés de familia la economía de los nuevos
estados, tan semejantes en su primera planta, i en la evolu-
ción de sus elementos políticos. Ella contiene materiales que
no podrán menos de llamar la atención de todos aquellos para
quienes la estadística comparativa es un objeto de investiga-
ción i de estudio, materiales nuevos para la ciencia, si hemos
de juzgar por las escasas i erróneas noticias que se dan de
nuestra república, bajo este respecto, aun en las publicaciones
modernas de mas crédito. Nuestros conciudadanos, sobre todo,
hallarán en ella un cúmulo de datos que no creemos se en-
cuentren reunidos en ninguna parto, i que ya sería vergonzoso
ignorar. Pero el Opúsculo no se limita a darnos un excelente
cuadro sinóptico de nuestro sistema fiscal; ni es la exposición
de los hechos lo que constituye su principal mérito. El autor,
al hablar de cada ramo de rentas, bosqueja brevemente su his-
toria, rastrea su oríjen en el nacimiento i progreso de las ins-
444 OPÚSCULOS LITEHAIUOS I CIÚTICOS
ti (.liciones sociales, i su introducción en la hacienda do Chile;
muestra su estado actual, sus inconvenientes, sus vicios; i
hace indicaciones importantes para la corrección i sucesiva
mejora de nuestra organización administrativa. Ni es esto todo.
El autor desenvuelve serias consideraciones sohre el balance
real entre las rentas i los gastos nacionales, sobre lo precario
de ciertos ramos, sobre lo que puede tener do ilusorio la pros-
peridad de otros, i sobre la necesidad de una constante i severa
economía, para cubrir todas las cargas actuales i continjentes
del servicio público, i desempeñar relijiosamente las obligacio-
nes contraídas con los acreedores del estado, señalando espe-
cialmente aquellas partes de nuestro réjimen administrativo
que exijen mas imperiosamente una reforma. En suma, la
obra respira un verdadero celo patriótico; i aunque pudiera
a veces parecer abultado algún peligro, i menos justa alguna
censura, en toda ella se deja ver una razón ilustrada i sólida,
(pie busca sinceramente el bien, i trata de ponernqs a la vista,
no una pintura lisonjera que halague a la vanidad nacional, si-
no un íiel retrato de la república bajo su aspecto económico i
fiscal, con todos sus lunares i sombras.
Uno de los puntos cu que insiste el autor, es la formación
de una estadística de la república, contraída particularmente
a estos cuatro objetos: población, propiedades, consumo do
abastos, i movimiento comercial. La adquisición de conoci-
mientos estadísticos exactos ofrece grandes dificultades en Chi-
le; pero acaso no insuperables en ninguno de estos cuatro
departamentos, sin embargo deque, en el primero, que es el
necesario i fundamental, las hai gravísimas por un efeo-
i . de ciertos hábitos i prácticas nacionales, de que hemos ba-
ldado otra voz, ¡ que no podemos esperar se corrijan, sino con
el pi civilización, que penetra lentamente las ma-
[tádos satisfactorios en esta, como en otras
i uno larga i porfiada lucha contra las
upacionos, i contra esa inercia característica, que vive
■ •o el aotu il esta lo de cosas, porque mira con horror
iborioio 'O Indispensables paro mejorarlo;
.1 tiempo como si el tiempo pu
OPÚSCULO SOIÍKK LA HACIENDA I'ÚUI.ICA <íí.'
diese algo sin los hombres. «Si por cobardía o falta de resolu-
ción (dice juiciosamente el autor), si por no apartarnos de
la senda trillada, nos dejamos arrastrar del tiempo, mui tarde
o nunca llegaremos til término apetecido Para dar el im-
pulso necesario a los elementos de riqueza, mas que capitales
circulantes, que es la jeneral disculpa de nuestra apatía, nos
falta la decisión.» Pero no podemos obtener el bien, si no lo
deseamos, ni es posible desearlo, si no lo creemos posible, con-
dición preliminar, que es mas difícil de lo que se piensa,
porque sobre este punto hai una incredulidad jeneral, profun-
damente arraigada. Possunt quiá posse ridaüur, puede
porque cree que puede, es la divisa do toda sociedad que está
animada de una vida enérjica.
Casi no hai pajina del Opúsculo que no contenga sujestio-
nes i avisos mui dignos de fijar la atención de todos aquello:-;
que se interesen en la suerte de Chile. Nuestros administra-
dores verán en él un programa de sus futuros trabajos; i a su
luz, podremos valuarlos aciertos, i medir el progreso efectivo
de la prosperidad nacional. Tantas prendas apreciables, real-
zadas por un estilo que tiene toda la claridad i la sencilla ele-
gancia que convienen a una obra didáctica, aseguran al Opús-
culo la mas favorable acojida, i nos hacen esperar con ansia
la publicación de los cuadernos siguientes, en que sin duda
veremos desenvueltas las ideas del autor, sobre algunas cues-
tiones importantes relativas a la constitución económica de
Chile, que, en el presente número, solo han podido tocarse de
paso.
(El Araucano, Año cíe 1842.)
EL LIBRO DE LAS MADRES
I P 11 B C K P T ORAS
ADAPTADO A MESTIIAS COSTUMBRE!
POR
DON RAFAEL M1NVIKLLK
Después de los términos en que la Revista Católica ha reco-
mendado El Libro de las Madres i Preceptoras que, traducido
por don Rafael Minvielle, va a publicarse en breve, i de la
aprobación honrosa que ha merecido este trabajo a la facul-
tad de humanidades, podrá añadir a estos sufrajios mui poco
peso el nuestro; i nos limitaríamos a anunciar la publicación,
i a insertar el informe leído a la facultad por uno de sus
miembros, i aceptado unánimemente por ésta, si no miráse-
mos como un deber particular nuestro el contribuir en cuanto
podamos a la favorable acojida de las obras de esta clase, ra-
ras todavía entre nosotros, en medio de la abundancia con que
entran i se derraman por todas partes otras producciones de
la prensa europea, harto menos recomendables bajo el punto
de vista de la educación i la moral.
En la formación del espíritu i las costumbres de ambos
sexos, hai una parte trascendente a que no se puede dar dema-
siada importancia, i con respecto a la cual la adquisición de
conocimientos literarios i de habilidades artísticas, no debe
ocupar sino un lugar secundario. Aquella parte de la educa-
ción que se dirije a inculcar sentimientos relijiosus, senti-
448 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
mientos de honor, sentimientos de verdadero patriotismo, sen-
timientos de humanidad i beneficencia, i que en las personas
del otro sexo cultiva las virtudes que le son en cierto modo
propias, la modestia, el recato; que se dirije a formar buenas
hijas, buenas madres, buenas esposas, es indudablemente la
primera de todas, i en la que, sin embargo, resta todavía
mucho por hacer, para que la enseñanza doméstica, la de las
escuelas i colejios correspondan dignamente a su objeto.
Tal es el asunto del libro que recomendamos, contraído al
bello sexo. Útil a las preceptoras, lo será todavía mas a las
madres, i por medio de éstas a la sociedad en jeneral, porque
la enseñanza doméstica, entendiendo por estas palabras, la for-
mación del espíritu i el corazón de las niñas, las primeras
ideas, los primeros sentimientos que se les inspiran, esta en-
señanza, decimos, es el fundamento de las otras, que produ-
cirán buenos o malos frutos, según estén preparadas las almas
en que obran, i según sean coadyuvadas o contrariadas por la
que se recibe en el hogar doméstico. Estamos repitiendo máxi-
mas trilladas, verdades que nadie desconoce en teoría; pero
es doloroso decir que nuestra práctica no se conforma a ellas.
Nú; las costumbres déla primera juventud no son las que de-
bieran sci1; i a la incuria de los padres i madres de familia, a
la relajación de la disciplina doméstica, tan necesaria bajo las
instituciones republicanas, es a lo que debe imputarse prin-
cipalmente este lamentable defecto.
Para remediar poco a poco el mal, uno de los medios mas
a pn l la publicación de obras como la presente. El
itO ba sido bien desempeñado en el libro orijinal; i me-
lo ba sido en manos del traductor, por las
oportunas alteraciones que ha hecho en él, merece ciertamen-
te la ion del público, el oual estimulará de este modo
i o reimpresión 'le i la misma clase, que
forman '•.•! el día una de I estimables contribuciones dé
iterra i Francia.
i podemos menos de añadir que esta traducción tiene
mérito bien raro entre las que pululan cada
la de un lenguaje castizo, correc<
EL LI1JR0 LE LAS MADRES I PRECEPTORAS 449
to i elegante sin el resabio de galicismos, que es la tina de
nuestra naciente literatura. Presentamos a nuestros lectores
como una muestra el siguiente pasaje, que coincide con nues-
tras reflexiones precedentes.
«¡Hombres que os hacéis los arbitros do nuestro destino,
cuan poco conocéis vuestros intereses, al afirmar que la suerte
de la mujer es la que le conviene, i que no tiene derecho a
quejarse! A ejemplo de la sabiduría divina, os atrevéis a decir:
— Lo que yo he hecho está bien hecho, — -i sin embargo, todos
los dias os desmienten los hechos; porque, a medida que las
luces se propagan, el sentido moral se desarrolla, costumbres
i hábitos nuevos traen otras necesidades, las leyes se modifi-
can i se derogan. ¿Por qué, pues, en medio de esta renova-
ción jeneral, la causa santa de vuestras madres, de vuestras
esposas i de vuestras hijas os sería indiferente? ¿No debe pro-
venir do vosotros ese impulso noble i poderoso que puede me-
jorar la condición de aquellas que estáis encargados de protejer?
¿Pensáis, por ventura, que, poniendo, en un platillo de la gran
balanza, la fuerza, el poder, la libertad, en el otro, la debili-
dad, la sujeción, el abatimiento, semejante desigualdad no
tuerza las conciencias? ¿Creéis ser justos? Nó, sin duda. El
principio de nuestra moralidad está, pues, en vosotros; a vos-
otros toca el darle la forma i la vida.
«Nada viene mas directamente en apoyo de estas reflexio-
nes, que el sentimiento que anima hoi dia a todas las almas
¡onerosas c ilustradas con respecto a la educación de las mu-
jeres. Se ha empezado a comprender, en fin, que, independien-
temente de las miras interesadas en que siempre se han com-
placido en dirijirlas, hai una razón de orden mas elevado
inherente a la perfección de su ser, razón sacada de su propia
naturaleza, i enteramente inconexa con la cuestión material.
En efecto, nadie puede dudar que esta mitad del jénero huma-
no, sujeta a la otra por el orden necesario, no le sea igual en
esencia, que no emane del mismo oríjen, i que no tienda ha-
cia un mismo fin. Nadie puede dudar tampoco que existe una
multitud de mujeres cuya condición no depende directamente
de hombre alguno; i que,, por una consecuencia natural de
450 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
este hecho, es preciso educar a las niñas para su felicidad,
cualquiera que sea la suerte que les pueda tocar en el múñ-
elo, en vez de formarlas exclusivamente según los hábitos i las
exij encías del hombre, en lugar de proponerles el hombre, de
cien maneras injeniosas, por fin especial de su virtud.
«Resultará de este espíritu nuevo una marcha completa-
mente diversa en la educación de las mujeres. La joven edu-
cada en el sentimiento relijioso de su destino providencial, del
amor al bien, del aprecio soberano a la verdad, adquirirá
ideas jenerales i grandes, que ejercitarán su alma i su inteli-
gencia; entonces se instruirá por motivos elevados; a medida
que estudiará para conocer, se afirmarán mas sus afeccio-
nes virtuosas; i su razón, así como su juicio, dejando de ser
sacrificados a los juegos pueriles de la memoria i de la imaj ¡na-
ción, viniendo en su auxilio todas sus facultades, sabrá inspi-
rarse por sí misma, mostrarse sucesivamente mujer de inteli-
gencia, mujer de corazón, i también en los dias de prueba, la
mujer fuerte de la Escritura.
«Todo nos induce a creer que este impulso será muí luego
jeneral. La experiencia demuestra tan claramente que, educan-
do a las mujeres para hacor únicamente de ellas unos objetos
de placer o de vanidad, instrumentos de economía i de bien-
estar, se comete una falta tan grave i deplorable, quo todos
los espíritus serios están preoeupados, a esta hora, de la nece-
sidad (!<■ un sistema de educación propio a conciliar, en fin, en
ellas las necesidades morales del alma con el desarrollo do la
intelijenoia i los Intereses materiales de la vida.»
El Araucano, Año de 1846.)
REFLEXIONES
SOBRE LAS CAUSAS MORALES DE LAS CONVULSIONES INTERIORES
DE LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS
I EXAMEN DE LOS MEDIOS EFICACES PARA REPRIMIRLAS
PÜR DON JOSÉ IGNACIO GORIUTI
arcediano de la santa iglesia catedral de Salta
I
La lectura do osta obra no puede dejar de producir un ver-
dadero placer a los amantes de la libertad i civilización ame-
ricana, por la instrucción i sólido juicio con que, en jeneral,
está escrita. El señor Gorriti ha señalado a los patriotas ins-
truidos la dirección que deben dar a sus trabajos, si desean
sinceramente que sus especulaciones sean fructuosas. Puesta
siempre la mira en las mejoras prácticas, toca solo por encima
aquellas cuestiones abstractas de teorías constitucionales, con
que tantos entendimientos superiores han hecho i hacen sudar
las prensas, i no se detiene en ellas, sino lo necesario, para
manifestar su insustancialidad- i sus peligros.
Aunquo nosotros no estamos de acuerdo con el autor en
algunos de sus pensamientos filosóficos i políticos, su celo por
la causa pública, la liberalidad de sus opiniones, harto rara por
desgracia en el clero, su moderación, i la sencillez misma de
su lenguaje, desnudo de las pretensiones brillantes, de que tan
recargadas están hoi dia nuestras producciones literarias, nos
OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
previenen siempre a su favor, i no eludamos que le granjeen
la buena acojida ele todos los lectores sensatos.
La educación es el gran medio que propone, para la conso-
lidación del orden interior en las nuevas repúblicas, i por
consiguiente, es el asunto dominante de la obra; i no vacilamos
en decir que, de cuanto se ha escrito hasta ahora sobre esta
materia en los estados hispano-americanos, natía hemos visto
que contenga tantas ideas útiles, adaptables a nuestra situación
moral i política.
Presentaremos, en prueba de ello, algunas de las reflexiones
que hace sobre la educación popular; i principiaremos por las
que siguen, relativas a la importancia del aseo i compostura en
los niños.
«Desde el primer dia, dice, debe cuidar el maestro de la
limpieza i ajustamiento de los niños; jamas debe disimularles
que se presenten en la escuela, sino bien lavados; tampoco con
la ropa sucia, dilacerada o mal ajustada, sino limpia, bien
compuesta, i bien remendada, si no pueden tenerla nueva. El
que desde la niñez se acostumbra a parecer delante de las jen-
tcs inmundo, con el vestido sucio, con rasgones i agujeros,
tiene mucho andado para ser un bribón; pierde la vergüenza;
no se apercibe de la indecencia; se acostumbra a vivir como
quiera-, a sufrir privaciones sin necesidad, efecto de la holga-
zanería, a malbaratar lo que adquiere; no siente otro jénero
de necesidad que la de satisfacer sus vicios; i a falta de un
arbitrio asi -jura! lo de adquirir, tiene recurso al petardo o al
robo; sus brazos, en vez de ser Titiles a la sociedad, son el
Suplido de ella, i una de las mas eficaces causas do la pobreza
pública; en ve/, de que un niño acostumbrado a cuidar de sil
limpieza i de su ropa, empieza desde temprano a cuidar de si,
i a tener miramiento por ios «lemas hombres; forma ideas de.
> a estimarse; i sin repugnancia reprimo
aquello que 61 advierte que pueden sindicarle de Ber con-
loa ladeoonoia; adquiere civilidad l circunspección en sus
ijea el aprecio de las ¡entes de bien; siente el
inoia, procuro irla, i hacerse digno
muí de i i entra en el deseo de figurar en la
ABPLBXI0NK8 SOnnE LOS ESTADOS AMERICANOS 153
sociedad; i busca medios honestos. De aquí la aplicación al
trabajo, el aumento de la industria i de la riqueza nacional.»
El autor insiste en este punto con mucha razón; i sienta una
proposición que nos parece de una verdad incontestable, i que
debieran tener presente todos los padres i los preceptores de
la juventud: que el cuidado en la limpieza i compostura exte-
rior influye en la moralidad de las acciones. Igual atención
recomienda sobre la civilidad i los miramientos que se deben
tener a los demás hombres, a cuyo efecto es indispensable
que los niños vean en el maestro un modelo constante de mo-
deración, urbanidad i decencia, i que los padres contribuyan
por su parte a la elicacia de estas lecciones, que no se impri-
men profundamente, sino por medio del ejemplo i de las habi-
tudes domésticas. Esto solo manifiesta cuan lentos son los
frutos que deben esperarse de la educación, aun suponiéndola
tan jeneral i tan perfecta, como dista mucho de serlo. ¿De qué
sirve que el niño beba buenos principios i reciba amonesta-
ciones saludables en la escuela, si, al salir de ella, encuentra en
su casa, en vez del aseo, compostura i decencia, inculcadas por
el maestro, el desaliño asqueroso, la grosería de lenguaje i
acciones, la insoleneia brutal, la disolución i la crápula bajo sus
formas mas repugnantes i vergonzosas? Es incontestable, sin
embargo, que, si por alguna parte debe eomenzar la reforma,
es por la instrucción que se reeibe en la infancia; i si las se-
millas sembradas en la escuela no pueden desarrollarse i fruc-
tificar por sí solas, el concurso de otras causas contribuirá
poderosamente a desenvolverlas i fecundarlas. Entre éstas, mi-
ramos como una de las mas eficaces la instrucción relijiosa;
pero una instrucción relijiosa, en que se dé menos importan-
cia a las prácticas exteriores, al culto meramente oral, a las
expiaciones de pura fórmula, al misticismo, a las austerida-
des ascéticas, i en que ocupen el primer lugar las grandes
verdades morales, el homenaje del corazón i el ejercicio habi-
tual de la justicia i de la beneficencia.
Otra causa que debe concurrir con éstas, es la conveniente
distribución del producto de la riqueza nacional. En una socie-
dad que progresa, hai anualmente un sobrante que, reparado
OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
el capital productivo, se invierte parte en aumentarlo, i parte
en consumos de comodidad i lujo, estériles de suyo, pero ne-
cesarios en cierto modo, porque los consumos improductivos
son el objeto final en que termina toda industria i que la hace
nacer i la estimula. De la distribución de este producto, depen-
de en mucha parte el bienestar, i por consiguiente, la moralidad
de las clases inferiores; cuanto mayor es la proporción que
éstas logran en él, por medio de su industria i trabajo, mas
feliz es su condición, i mas susceptible se hace de impresiones
morales. De que se sigue que la naturaleza de los consumos
improductivos, la especie de comodidades i de lujo que halagan
el gusto o capricho de las primeras clases, tiene una iníluencia
poderosísima en la suerte del pueblo i en el carácter nacional.
Si estas comodidades i este lujo consisten en artículos de
ostentación elabóralos en países extranjeros, podrá crecer
cuanto se quiera la riqueza de la nación; pero la gran masa
del pueblo, a pesar de este incremento de la riqueza nacional,
podrá permanecer indijente i miserable, i sumida por siglos
en la mas deplorable corrupción. El comercio extranjero será
Olltónoes como un rio caudaloso que humedece i fecunda el
terreno por donde corre, mientras a alguna distancia de sus
márjenea no hai mas que esterilidad i abrojos. Pero suponga-
mos, por el contrario, que el lujo se cebe do preferencia en
objetos ({iie la industria nativa le suministre. El sobrante anual
ildrá del país, sino después de haberse dividido en multi-
tud de vertientes i raudales, que esparcirán por todas partes
la vida i l;i abundancia, i al paso que dcstierreil del bajo pue-
blo la andrajosa miseria, lo harán cada vez mas laborioso,
mas calculador, mas económioo, mas sobrio, i en una palabra,
moral.
i el concurso de estas i «tiras causas que no nos detene-
a enuraei que nos parecen de una importancia se-
ound i luciría resultados sensibles i rápidos la educacii n
popular; de otra • no del em< « i perarlos de ella.
Per idelante con la obra del señor Oorriti. Este
eclesiá o la necesidad do uniformar la
m popul i croe que indas las escuelas
REFLEXIONES SOBRE LOS ESTADOS AMERICANOS 455
deberían tener una provisión suficiente de libros, para prestar-
los gratis a los pobres, exijiendo de los otros alumnos un pre-
cio módico por su uso. Esto podría conseguirse a poca costa,
porque desde que se viese que una obra era necesaria en al-
guna de las nuevas repúblicas, el ínteres de los libreros de
Europa la multiplicaría cuanto se quisiese, i su multiplicación
la abarataría.
En segundo lugar, los libros elementales deberían ser otros
tantos catecismos de moral, que enseñasen a los niños sus de-
beres para con Dios, para con los domas hombres, i para con-
sigo mismos; pie, juste, et sobrie viverc. «Bajo el dominio
español, dice el autor, no había sistema de educación en las
escuelas; los maestros de primeras letras eran en jeneral igno-
rantes i viciosos; toda su educación era cual se debía esperar
de ellos. Cada niño leia el libro que podia traer de su casa:
historias profanas, cuya relación no entendian ellos ni sus
maestros, libros de caballerías o cosas parecidas. Los padres
mas piadosos daban a sus hijos, para leer, vidas de santos,
escritas por autores sin criterio, i por consiguiente, sobrecar-
gadas de hechos apócrifos i de milagros íinjidos, u obras ascé-
ticas, partos de una piedad indijesta. Los niños ciertamente
aprendían a leer; pero su razón habia recibido impresiones
siniestras que producían efectos fatales en la vida social.»
¡Ojalá que los defectos de que habla el autor, i sobre todo el
de la mala elección de los primeros libros que se ponen en
manos del niño, hubieran desaparecido con la dominación
española! Este es uno de los puntos relativos a la educación
popular, que demandan mas urjentemente la atención del
gobierno.
El señor Gorriti esfuerza mucho la importancia del estudio
de la lengua castellana en las escuelas; pero tenemos por su-
perfluo trasladar aquí sus juiciosas observaciones, porque en
esta materia ha habido afortunadamente una completa revolu-
ción en Santiago. Sin embargo, no será inoportuno decir algo
sobre el método que, para la enseñanza del idioma patrio, nos
parece que debe seguirse en las escuelas i demás estableci-
mientos literarios.
OPÚSCULOS LITERAIUOS I CHITICOS
llai muchos que croen que el estudio de la lengua nativa es
propio déla primera edad, i debe limitarse a las escuelas do
primeras letras. Los que así piensan, no tienen una idea cabal
de los objetos quo abraza el conocimiento de un lengua i del
fin que deben proponerse estudiándola. El estudio de la lengua
so extiende a toda la vida del hombre, i se puede decir que no
acaba nunca. En las escuelas primarias, no se puede hacer mas
que principiarlo por medio de un libro elemental, que dé al
niño ciertos rudimentos proporcionados a su comprensión, libro
que debe estar escrito con aquella filosofía delicada, que con-
siste toda en ocultarse, poniéndose al nivel de una inteligencia
que apenas asoma, i libro que por desgracia no existe. Las
definiciones de las gramáticas comunes distan mucho del ri-
gor analítico que se mira como indispensable en todas las artes
i ciencias, i que en ninguna clase de obras es tan necesario,
como en aquellas que ofrecen el primer pábulo a las facultades
intelectuales. Allí es donde debe evitarse con mas cuidado el
acostumbrar al entendimiento a pagarse de ideas falsas o
inexactas. Los hábitos viciosos que se adquieren en esta edad
temprana, van a influir en toda la vida.
Quo semel cst imbuía icccns, sei vabit odorem
Testa diu..
Nada se ganará, pues, con poner en manos del niño una gra-
sa, i hacerle aprender de memoria Erases que ao entiende,
ni puc le entender, i que absoluta:)., nte no le sirven para dis-
lir lo bueno de lo malo cu el lenguaje. ¿Qué provecho lo
dta d<- tener la cabeza moblada do definiciones, ¡ de saber
analizar una frase en la pizarra, diciendo que la es artículo,
tierra^ su ! inth rbo, i extensa,, adjetivo, si realmente
(Iguir, sino a lientas i a bulto, al nombre del ver-
ntivo de) a lj< tivo; i si, al salir de la escuela, si fue
diciendo, e >n haber entrado en ella, yo íueso, yo
yo copeo i yo oaceo, tu sois, vos eres, im-
o i hom ! ; ireoe
que la enseftanza del Idiom nteramonte práctica,
reducida al mim, para quo lus evite, los vicios
REFLEXIONES SOBRE LOS ESTADOS AMERICANOS 457
de que está plagada el habla del vulgo. Debe primeramente ccv
rrejir.se su pronunciación, haciéndole proferir cada letra con el
sonido que le es propio. Deben hacérsele notar his malas con-
cordancias, instruyéndole de lo que es el jénero de los nom-
bres, que solo tiene por objeto evitarlas, i manifestándole, por
ejemplo, que la palabra vos, aunque dirijida a una sola por- '
sona, concuerda siempre con las terminaciones plurales del
verbo. Debe hacérsele conjugar amenudo los verbos regulares
e irregulares, tanto los familiares, en que el halda popular es
viciosa, como aquellos en (pie, por serlo extrañ os o descono-
cidos, puede vacilar el niño. Sobro todo, nada debe decir
que no esté a su alcance; ninguna palabra debe citársele, cuyo
significado no se le explique. A estos i otros ejercicios prácti-
cos semejantes, debe reducirse, si no nos equivocamos, la gra-
mática del idioma patrio en las escuelas primarias. El estudio
del mecanismo i jenio de la lengua, pueden hacerlo mas tarde,
en clases destinadas a este solo objeto, las personas que culti-
ven las profesiones literarias o que aspiren a una educación
esmerada. La lengua será, para ellos, un ramo interesante de
literatura i de filosofía.
En otro número, continuaremos el examen de la obra del
señor arcediano de Salta; i por ahora nos limitamos a reco-
mendarla a nuestros lectores, por el buen sentido en que está
escrita i por las indicaciones útiles de que abunda.
II
El señor Gorriti no está bien con la práctica, tan común hoi
dia en las escuelas de mejor nota, de hacer adquirir a los niños
una forma de letra extranjera. Nosotros convenimos en la jus-
ticia de sus observaciones; i creemos que la forma castellana
es preferible por su calidad, por la mayor semejanza que
tiene con lo impreso, i acaso también por su hermosura. Se
dirá que es mas fácil de adquirir la inglesa. Pero, ni nos pa-
rece demostrado que lo sea, ni cuando lo fuese, debiera sacri-
ficarse a un insignificante ahorro de tiempo la ventaja incom-
458 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
parable do la claridad. La segunda de las razones de preferencia
que hemos apuntado, nos parece también mui digna de tenerse
en consideración, porque todos saben que el aprendizaje de la
lectura tiene dos partes; que el niño, después que ya lea corrien-
temente en libro, tiene que ejercitarse en leer manuscritos; i
que la diferencia de la letra de imprenta a la de pluma aumenta
innecesariamente las dificultades de un arte, cuya adquisición
importa tanto jeneralizar en todas las clases.
Si la introducción de los usos extranjeros que hacen una
ventaja conocida a los nacionales es una de las mayores utili-
dades que traen consigo el trabajo i comercio recíproco de los
pueblos, no por eso debe adoptarse sin examen todo lo que
nos viene de otras naciones, por mas industriosas i cultas que
sean. Téngase toda la indulgencia que se quiera con los capri-
chos inocentes de la moda; pero, al dejar lo nuestro por lo
ajeno, asegurémonos, a lo menos, de que no vamos a perder
en el cambio.
El señor Gorriti so detiene bastante en la parte orgánica i
científica de los seminarios. Este es uno de los asuntos quo nos
parecen mejor desempeñados en su obra, i de que pueden ha-
cerse aplicaciones mas inmediatas a Chile. Lo que dice el autor
en ordénalos libros que deben ponerse en manos de los semi-
naristas, para inspirarles sentimientos piadosos, ha sido dicta-
do a un mismo tiempo por la verdadera piedad i por una
sólida filosofía. «Se debe tener gran cuidado {^on sus palabras)
en la elección de loe libros en que han de estudiar la oiencia
do la salud. En las bibliotecas anticuas, especialmente en las
que fueron do los jesuítas, hormigueaban libros asoétioos, obras
de loa mismos jesuítas; pero quo, con mui pocas excepoiones,
son mas perniciosos que útiles. Un joven de espíritu débil pe-
• con la lectura di' 00S8J todas atorrantes, capares de baeer
desesperir o perder <-i juicio, como he visto algunos; i el que
i un temple de espíritu mas fuerte, si es dr, un talen-
to superficial, di verdades presentadas con tanta exa-
!on, con mu aparato de palabras tan pomposo, i sin una
prueba solida qu • convenza al entendimiento; i tiene dado
un paso bien l.i impiedad.... LOS sermones del
REFLEXIONES SOBRE LOS ESTADOS AMERICANOS 459
padre Bourclaloue, los del señor Masil.on, i las eonferencias
de este ilustre prelado eon su clero, me parecen libros mucho
mas a propósito para la lectura de los colejiales en los dias de
ejercicios; ellos presentan las verdades santas de nuestra rcli-
jion con fuerza, elocuencia i sencillez, fundadas en razones
sólidas que cautivan el entendimiento i arrojan al corazón
centellas que prenden en él el fuego del divino amor.... Pero
la virtud del cristiano no debe sor una virtud especulativa; no
se puede pasar la vida meditando; es preciso obrar; i para no
incurrir en desaciertos, la persona que desea servir a Dios
necesita guias i consejeros que le dirijan por la senda de la
vida; libros manuales, que puedan acompañarle sin molestia,
para consultarlos a cada rato, pueden tener lugar de un di-
rector o pedagogo. El tratado De Imitatione Christi por
Tomas Kémpis es excelente, para guiar un alma por el camino
de la cruz, i nutrir en ella la humildad i la caridad, que son el
fundamento de todas las virtudes»....
Los objetos de enseñanza en los seminarios deben abrazar,
según nuestro autor: 1.° idiomas, 2.° dialéctica i metafísica,
3.° filosofía moral, 4.° nociones de física, 5.° teolojía, C.° teolo-
jía moral, 7.° la historia de los concilios, 8.° la retórica sa-
grada.
Entre los idiomas, se recomiendan, ademas del patrio i del
latino, el francés, ingles e italiano. No incluye en esta lista el
griego, i demás idiomas orientales, no porque desconoce su
importancia, sino porque ha procurado ceñirse a lo mas urjen-
te, i porque son tan raras en América las obras clásicas escri-
tas en ellos, que su adquisición no reportaría ninguna ventaja.
Esta última razón nos parece de mu i poco peso. Nada sería
mas fácil que hacer venir de Europa cuantas obras de esta es-
pecie se quisiesen, a precios mui moderados.
«Son innumerables, dice, los secretos que le ha arrancado a
la naturaleza el espíritu de análisis, de observación i de com-
paración; son también innumerables los errores que ha disi-
pado i las preocupaciones que ha destruido la crítica i el
estudio de las antigüedades; i ¡cuánto se han rectificado los
conocimientos en materia de gobierno, de lejislacion, de dere-
7jG0 opúsculos literarios i clínicos
cho eclesiástico i otras varias! El teatro del mundo polítieo ha
variado; sus intereses i relaciones son del todo nuevas; nuevos
principios deben rejir'as.
«Sería cosa mui triste i degradante, que un ciudadano de los
nuevos estados, habiendo emprendido la carrera de las letras,
se encontrase desprovisto do algunos conocimientus sobre la
mayor parte de esos objetos, después de haber sido condeco-
rado con una borla de doctor en sagrada teolojía, jurispruden-
cia civil o canónica. Cuando éramos colonos, cuando la inqui-
sición perseguía, como a hechiceros, a los que sabían un poco
mas de física que el común de los doctores; cuando prohibía
el curso de los libros que combatían los falsos principios del
feudalismo; cuando cruzaba, de acuerdo con el gobierno,
el estudio de las ciencias exaetas por temor, se decia, de
qvc los jóvenes se hagan materialistas, un doctor de las
universidades de los países españoles sabía bastante si había
traqueado los tomarrones de Goti, Gonet, Suárez i Vásquez,
llenado su cabeza de sutilezas escolásticas, i versadose en forjar
sofismas, para envolver a su antagonista. Si podía referir el
catálogo de los concilios jenerales, enumerar las herejías,
conciliar algunas aparentes contradicciones de ios libros sagra*
dos, se le consideraba como un pozo do ciencia; era un hom-
bre eminente.
i se trataba de materias morales, el que babia estudiado
el padre Cóncina, leído a Ligorio e Golet, o alguno de esos
otros fabricantes de pecados moríales, era un hombre de con-
sejo.
\n materias de jurisprudencia canónica, era un grande hom«
l que conocía el cuerpo < 1 * ■ 1 derecho, según el orden de sus
títulos; el que sabía distinguir entre la autoridad del Decreto
'aciano, la de lai Decretales de » Iregorio Nono, ( 'lemen~
\ ig&ntes; ol que se hallaba en estado de decir
lo que sobre una materia dada opinaba Fagnani, Reinfestufcl,
n i alguno POCO maso ménOS, sucedía lo
i la jurisprudencia civil. Cada uno de éstos presénta-
i sobre un asunto dado una disertación
muí erudita, llena de citas, autori lados, doctrinas, oto, Nada
REFLEXIONES SOURE LOS ESTADOS AMERICANOS 4fli
dejaría desear, supuesto que la materia se ciñese precisamente
a un asunto teolójico, canónico o civil; pero si por desgracia
se mezclaban en él algunos puntos que se rozasen con otras
materias diversas, envolvería, en erudición i doetrina, dispa-
rates que darían compasión. ¿Por qué? Porque nada mas habia
aprendido que la teolojía, o los cánones, o el dereeho civil.
Nadie será buen teólogo, buen canonista, buen jurista, buen
moralista, sin tener regulares noeioncs de las ciencias natura-
les i exactas. Las ciencias son como las virtudes, que ninguna
se puede tener en grado eminente, sola, i sin ser auxiliada de
otras.
«Antes de la emancipación de las Américas, era disculpable
la Taita de instrucción en las ciencias naturales i exactas
Ahora que los libros científicos pueden venir sin obstáculo,
que está en los intereses de las repúblicas i de los ciudadanos
instruirse en todos los ramos conocidos de literatura, sería mui
deshonorante, para los nuevos republicanos que no sintiesen
el noble empeño de instruirse en ellos....
«Por ignorancia en la jeografía, el consejo de Indias expi-
dió una real orden, para que los buques procedentes de los
puertos de España, conduciendo azogues, viniesen a descargar
a la misma ribera de Potosí, para evitar los costos que ocasio-
naba su conducción por tierra desde Buenos Aires. Por igno-
rancia en náutica i en física, en Lima, a principios del siglo
pasado, procedió la inquisición contra un piloto hábil que del
Callao a Valparaíso hizo un viaje en menos de la mitad del
tiempo que antes habia empleado el buque mas velero. En
Poma, jimio largo tiempo i pereció en finen un calabozo el
insigne Galileo, porque enseñaba la estabilidad del sol en el
centro de nuestro sistema planetario, i el movimiento de la
tierra en torno de él, i no quiso jamas ni hacer injuria a la
verdad, ni engañar a los hombres con una retractación apa-
rento.
«En el siglo VII, se condenó en un concilio africano la opi-
nión de un Zacarías que enseñaba que la tierra era un globo
habitado en todas sus partes, porque se decia que esta opinión
favorecía a la herejía de los preadamitas. San Agustín, a pesar
462 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
de la penetración de su injenio, cayó en la misma equivocación
de los padres del concilio; a un dogma de fe asociaban un su-
puesto falso; la consecuencia debía ser errónea La falta de
física fué, pues, la que pretendió convertir en dogma relijioso
un error palpable.
«No pueden leerse sin asombro las inepcias i desatinos que
con tanta gravedad i aparato de autoridad escriben juristas i
moralistas en el tratado De Usuris.... La falta de conocimien-
tos en el valor i variedad de las permutas ha hecho dar una
interpretación absurda al texto: mutuum date, nihil inde
accipientes; todos sus argumentos se fundan en que el metal
amonedado es improductivo, porque tiene un valor intrínseco,
principio evidentemente falso
«¿De cuántas leyes absurdas, de cuántas resoluciones intrín-
secamente injustas, tanto en el foro contencioso, como en el
de la conciencia, no lia sido manantial fecundo el error deque
el metal amonedado no es productivo, ni variable su precio?
Do este error funesto, han participado príncipes, legisladores,
tribunales, algunos concilios provinciales, doctores i directores
de id mas. Pero ¿qué sucedió? La evidencia, el sentimiento de
utilidad, la experiencia del provecho que reporta toda la so-
ciedad, ha prevalecido sobre las leyes, ordenanzas, cánones,
decretos, censuras, etc.; i se han establecido bañóos de des-
cuento i de crédito público, i los jiros do dinero a ínteres so
han jeneraliz n lo que el comercio ha tomado una acti-
vidad incalculable, la industria ha encontrado fomento, i loa
gobiernos un medio de satisfacer relijiosamente sus deudas,
sin arruinar bus reñías, ni gravar a Loa subditos. Las relaoio-
pueblOS se han estreehado, trabado los intereses,
! i loa celos i alejad» pretextos de rompimiento; i la
moral pública ba mejorado.
i p hIi-.v la rezón condenar oontratoa de que tanto bien
l-eeibe <1 hombre en lo físico i en lo moral' No obstante, ellos
lian s¡,lo un obj< ración pira las leyes, que, por falta
de conocimiento en la economía, loa han combatido neciamen-
fa no ae priva pultura ooleaiáatioa al banquero que
on. Va \u\ confesor prudente no
DEFLEXIONES SOBRE LOS ESTADOS AMERICANOS 4G3
se atreverá a obligar a su penitente a restituir las ganancias
adquiridas dando dinero a interés; i los legisladores no se ocu-
parán en poner tasa a estas ganancias, como no se ocupan en
ponerla a otras especulaciones.»
De estos principios, deduce el señor Gorriti que nadie puede
ser un mediano teólogo, moralista, canonista, ni ejercer dig-
namente la augusta función de lejislador, sin teñera lo menos
nociones jenerales en diferentes ramos de ciencias natura-
les i políticas. I para conseguirlo, cree que es un medio indis-
pensable el conocimiento do los idiomas cultos de Europa.
Cree también nuestro autor que este conocimiento i aquellas
nociones son necesarios a los esclesiásticos, i en especial a los
curas, porque los habilitan para hacer mas extensa la esfera
de su beneficencia i les suministran un excelente preservativo
contra los vicios a que conduce la falta de una recreación
mental inocente. El cuadro que presenta aquí de la corrupción
de costumbres en los curatos rurales, no puede tacharse de exa-
geración; i la análisis que hace de sus causas es exacta i satis-
factoria.
Hablando de la dialéctica, nos parece que el señor Gorriti da
una excesiva importancia al raciocinio silojístico; i lo extraña-
ríamos menos, si no viésemos que recomienda particularmente
los principios lójicos de Condillac. Lo que se ha enseñado has-
ta ahora con el nombre de dialéctica en las escuelas, no abraza
mas que una parte pequeña de las leyes a que está sujeto el
raciocinio, porque el silojismo es un modo particular de dedu-
cir de lo conocido lo desconocido, i tenemos otros varios que
nos conducen breve i fácilmente a la verdad en muchos casos
en que la forma silojística es inaplicable o embarazosa.
El juicio que hace el señor Gorriti déla Ideolojía de Destutt
Tracy es severo, i acaso toca en la raya de injusto; pero hasta
cierto punto nos parece fundado. Hai en la obra de Destutt
Tracy cosas mui triviales presentadas como descubrimientos
importantes, principios aventurados, que no se prueban, o se
prueban de un modo superficial, que está mui lejos de produ-
cir convicción; i lo que es mas, un olvido inexcusable de ver-
dades fundamentales, que otros filósofos, i Condillac mismo,
4G\ OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
habían demostrado con la mayor claridad i evidencia. Así es
que, a pesar do las formas elegantes i especiosas con que osle
filósofo ha adornado su doctrina,, la obra está desterrada de
las escuelas i cuenta en el dia un número bien escaso de ad-
miradores.
El señor Gorriti se extiende largamente sobre la importan-
cia de la moral; i sus ideas acerca de este punto interesante
son tan puras, como sólidas. Debemos empero confesar que no
convenimos en todo, i que su censura de las opiniones de Je-
remías Bentham nos parece poco fundada. No ignoramos que
puede apoyar, con autoridades muí respetables, su reprobación
del principio de utilidad, proclamado por aquel célebre publi-
cista; pero nos inclinamos a creer que, presentada la doctrina
de Bentham bajo su verdadero aspecto, no tiene nada que deba
alarmar a las conciencias mas puras; nada que disminuya en
lo mas mínimo el valor de los hechos heroicos i de los sacrifi-
cios desinteresados.
Los fenómenos del mundo moral, si no nos equivocamos,
se pueden clasificar de este modo. En virtud de las leyes esta-
blecidas por el autor de la naturaleza, hai ciertas acciones
humanas que producen al que las ejecuta una suma de males
mucho mayor que el placer o satisfacción que podemos pro-
p memos en ellas. EstOS males, o son consecuencias de las
leyes del universo corpóreo, como las enfermedades i dolores
que vienen en pos del libertinaje, o nacen de la desconfianza,
r que inspira a los dnnas hombres nuestra con-
dud 'O sola basta para causamos padecimientos
unamente infelices. Hai, por el contra-
no, .1 que producen al que las ejecuta una suma de bie-
ires que la incomodidad o dolor que puoden
aprii nos en ellas; i estos bienes, o son pro-
ducidos por las leyc del universo; o provienen déla
confianza, estimación i amor, que inspiras tos demás hombres
conducta. La naturaleza ha establecido de esté modo
un oódigodc i premios; i la razón, guiada por la ex-
i lejislacion natural. ¿Qué son, pues,
rolarlos do la lei primera, quo, escrita
REFLEXIONES SOBBE LOÉ ESTADOS AMERICANOS 465
con caracteres indelebles en el corazón humano, dice a cada
uno en todos los momentos do la vida: consérvate i sé feliz.
La sanción física i la sanción de la vindicta humana, son
las mas universales e iutelijibles; pero la sensibilidad consti-
tucional i la educación añaden otras que, en parte, concurren
con ellas i en parte las suplen, cuando faltan. Desenvuélvese
en la sociedad i se fortifica con la civilización aquella simpatía
con los bienes i males ajenos, que, para las almas bien consti-
tuidas i morijeradas, es un placer exquisito o una pena intensa,
cuando a la representación de la felicidad o miseria ajena se
junta la idea de ser esta felicidad o miseria obra nuestra. En
virtud de esta simpatía, la beneficencia i la malignidad hallan
otra tercera especie de castigos i recompensas en el fondo mis-
mo del corazón humano. ¿No es, pues, el instinto el que nos
hace apetecer la felicidad propia, el que nos lleva a enjugar las
lágrimas del desgraciado, o el que pintándonos los padecimien-
tos de una familia inocente, como consecuencia de un acto
nuestro, nos aparta de cometerlo? ¿Condenará el moralista, co-
mo motivos interesados que no deben influir en la conducta de
un ser racional, la satisfacción pura de haber hecho el bien de
sus semejantes o la horrorosa pena de haber causado su des-
gracia? ¿Puede acaso la voluntad humana ser dirijida por otros
móviles que la esperanza de un bien o el temor de un mal?
Fuera do estas tres especies do castigos i premios, fuera de
estas tres sanciones, física, social i simpática, hai otras dos,
cuyas semillas ha plantado la naturaleza en el alma, pero que
no se desarrollan ni producen frutos saludables, sino por me-
dio do una educación conveniente. Tal es la constitución del
espíritu humano, que, cuando el alma so da a sí misma el tes-
timonio de haber obrado bien, es decir, conforme a ciertas
reglas que concebimos deben dirijir nuestra conducta, senti-
mos placer, i cuando se da un testimonio contrario, experi-
mentamos una sensación desagradable que nos hace no estar
contentos con nosotros mismos. Estas sensaciones son suscep-
tibles de varios grados, según el carácter, la educación i los há-
bitos; pero quizá no hai hombre tan bárbaro ni tan endureci-
do por la repetición del crimen en quien falten absolutamente.
opííc, 59
•166 OPÚSCULOS LITERARIOS I CIÚTICOS
La desgracia está en que las reglas a que referimos nuestras
acciones pueden ser mas o menos conformes a nuestro ver-
dadero interés i el de la sociedad. La conciencia extraviada
aprobará a veces lo que debiera echarnos en cara, i otras su-
cederá al contrario. Un juez, por ejemplo, va a pronunciar un
fallo de vida o muerte; aunque está seguro do que el acusado
es delincuente, le absuelve; i se complace interiormente en
haber ejecutado un acto de clemencia, cuando debiera acusar-
se de haber hecho un daño incalculable a la sociedad, i de
haber traicionado su ministerio. lié aquí, pues, una cuarta san-
ción, la de la conciencia: saludable, cuando se le ha dado una
dirección conveniente; ineficaz i talvez perniciosa en el caso
contrario.
Es un error harto común figurarse que tenemos como escri-
tas i estampadas en el alma ciertas máximas de conducta, que
han precedido a la reflexión, que son unas mismas en todos
los hombres, i que nos guian con seguridad a lo bueno, es
decir, a nuestra verdadera felicidad, que nunca puede estaren
oposición con la felicidad jencral. Ilai casos sin duda en que
las reglas de conducta son obvias i uniformes. El asesinato,
por ejemplo, es un acto que compromete tan abiertamente la
paz de la sociedad i nuestro interés propio; las consecuencias
funestas de este acto son tan palpables, que a primera vista,
i como por un movimiento anterior a toda reflexión, la con-
eienoia Levanta el grito vedándolo i forceja contra el brazo del
mi), aunen el hervor délas pasiones maléficas, que le
arman con el puñal homicida. Pero hai una infinidad de casos
en que la regla pareoe osoura o equivoca, De aqui la necesidad
<\>- cultivar i;i conciencia; de aqui la importancia del estudio
<!<• la filosofía moral, ramo de enseñanza que, como dioe mui
bien el irriti, debiera ocupar el primer lugar en la
'duración de] pueblo.
Pero preguntamos: ¿en qué consiste que este testimonio * l* - 1
alma | por li un -¡.arado de las o! ras sanciones, un mó-
vil de mi. ¡.rio que la buena conciencia
ni fuente perenne dG Btisfaociones, i lámala un manan-
tial do inquietud* brimientoe interiores, que acibaran el
REFLEXIONES SOllRE LOS ESTADOS AMERICANOS 467
goce de todo aquello que el alma ha comprado con el crimen,
i la hacen exclamar dolorosamente;
Medio de fonte leporum
surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus angit?
En una palabra, ¿se determina la voluntad por máximas
abstractas? ¿o por los placeres i penas de conciencia, que re-
sultan de lo que, según las ideas adquiridas, nos figuramos
como buena o mala conducta?
La relijion viene, en fin, a coronar la obra de la moral. I
¿qué es lo que ella propone a el alma? Recompensas i premios.
Supongamos los sentimientos relijiosos mas puros de que es
susceptible el corazón humano. Supongamos un alma que no
es determinada a obrar bien, sino por la íntima satisfacción
de que su conducta es aceptable a los ojos de un ser infinita-
mente bueno i justo. ¿No es ese placer individual lo que busca
esta alma en medio de las abnegaciones i de los sacrificios, i
en la hoguera misma del martirio? Es cierto que este héroe de
la relijion no pensará jamas en sí mismo. Pero ¿no anhela por
un bien? I ¿puede concebirse bien alguno que no consista en
una satisfacción, en un placer del cuerpo o del espíritu?
Todo se toca en la moral: mejorando nuestro ser, contribui-
mos al bien de la sociedad; contribuyendo a la felicidad de los
demás hombres, hacemos la nuestra; i si estamos imbuidos en
sanas máximas relijiosas, procederemos con la sincera convic-
ción de que, mejorando nuestro ser, i contribuyendo en cuanto
podamos al bien de los demás hombres, tributaremos al ser
supremo el incienso mas suave i el homenaje mas digno déla
bondad i justicia infinita. De que se sigue que la análisis de
todos los motivos morales, si es que no queremos deslum-
hrarnos con frases brillantes, va a parar, por último resultado,
en nuestro propio bien; i que este bien individual, deducido
de una exacta comparación de los placeres i ponas de todas
clases que dimanan de nuestros actos voluntarios, coincide
exactamente con los dictados de la relijion verdadera, cuyas
santas máximas tienden a la'clicha de los hombres aun en este
mundo; con los avisos de una conciencia ilustrada, cuando la
4G8 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
educación ha grabado en ella, como regla invariable, que no
debemos pretender para nosotros mismos lo que, concedi-
do a los demás hombres en circunstancias semejantes,
sería pernicioso a la sociedad; con las sujestiones de la sim-
patía, cuando ésta, desoyendo a la conciencia, no dejenera en
flaqueza; i con la vindicta humana, la reputación i la gloria,
cuando el juicio de los hombres no está pervertido por preo-
cupaciones perniciosas a los intereses sociales. Nuestro propio
bien, explicado por el bien de la comunidad, es, por decirlo
así, la moral; todas las sanciones de que hemos hablado con-
curren i terminan en él, como en su centro.
Sin sentir, hemos prolongado esta discucion mas de lo que
pensábamos; i nos vemos precisados a cerrar aquí el examen
de la obra del señor Gorriti, recomendando particularmente
los capítulos que siguen, sobre la organización i enseñanza de
los seminarios i eolejios. A pesar do una u otra proposición
aventurada, del desaliño del estilo en algunos pasajes, i de la
incorrección de la ortografía, en que tendrá sin duda mucha
parte la circunstancia de no haberse dado a luz la obra bajo la
inspección del autor, creemos que el señor Gorriti ha hecho en
ella un aprcciablc presente a los americanos.
(FA Araucano, Ano do 1836 |
u. C
LAS REPÚBLICAS HISPANOAMERICANAS
El aspecto de un dilatado continente que aparecía en el
mundo político, emancipado de sus antiguos dominadores, i
agregando de un golpe nuevos miembros a la gran sociedad
do las naciones, excitó a la vez el entusiasmo de los amantes
de los principios, el temor de los enemigos de la libertad, que
veian el carácter distintivo de las instituciones que la América
escojia, i la curiosidad de los hombres de estado. La Europa,
recien convalecida del trastorno en que la revolución francesa
puso casi todas las monarquías, encontró en la revolución de
la América del Sur un espectáculo semejante al que poco antes
de los tumultos de París había fijado sus ojos en la del Norte,
pero mas grandioso todavía, porque la emancipación de las
colonias inglesas no fué, sino el principio del gran poder que
iba a elevarse de este lado do los mares, i la de las colonias
españolas debe considerarse como su complemento.
Un acontecimiento tan importante, i que fija una era tan
marcada en la historia del mundo político, ocupó la atención
de todos los gabinetes i los cálculos de todos los pensadores.
No ha faltado quien crea que un considerable número de na-
ciones colocadas en un vasto continente, c identificadas en ins-
tituciones i en orí jen, i a excepción de los Estados Unidos, en
costumbres i relijion, formarán con el tiempo un cuerpo res-
petable, que equilibre la política europea, i que por el aumen-
to de riqueza i do población i por todos los bienes sociales
que deben gozar a la sombra de sus leyes, den también, con
el ejemplo-, distinto curso a los principios gubernativos del an-
4 70 OPÚSCULOS LITERARIOS I CRÍTICOS
tiguo continente. Mas pocos han dejado de presajiar que, para
llegar a este término lisonjero, teníamos que marchar por una
senda erizada de espinas i regada de sangre; que nuestra
inexperiencia en la ciencia de gobernar había do producir fre-
cuentes oscilaciones en nuestros estados; i que mientras la
sucesión de jeneraciones no hiciese olvidar los vicios i resabios
del coloniaje, no podríamos divisar los primeros rayos de
prosperidad.
Otros, por el contrario, nos han negado hasta la posibilidad
de adquirir una existencia propia a la sombra do instituciones
libres que han creído enteramente opuestas a todos los elemen-
tos que pueden constituir los gobiernos hispano-americanos.
Según ellos, los principios representativos, que tan feliz aplica-
ción han tenido en los Estados Unidos, i que han hecho de
los establecimientos ingleses una gran nación que aumenta
diariamente en poder, en industria, en comercio i en población,
no podían producir el mismo resultado en la América española.
La situación de unos i otros pueblos al tiempo de adquirir su
independencia era esencialmente distinta: los unos tenían las
propiedades divididas, se puede decir, con igualdad; los otros
veían la propiedad acumulada en pocas manos. Los unos esta-
ban acostumbrados al ejercicio de grandes derechos políticos,
al paso que los otros no los habían gozado, ni aun tenían idea
U importancia. Los unos pudieron dar a los principios libe*
ralee toda la latitud de que hoi gozan, i los otros, aunque cman-
rfpados de la España, tenían en su seno una clase numerosa o
Influyente con cuyos intereses chocaban. Estos han sido los
principales motivos, porque han afectado desesperar de la con-
solidación de nuestros gobiernos los enemigos de nuestra in-
dependencia.
Mu efecto, formar constituciones políticas mas o menos
plausibles, equilibrar Ingeniosamente los poderos, proclamar
ntías, i hacer ostentaciones do principios liberales, son
en el estado do adelantamiento a que ha
i 1.) en n UempOf Ifl Ciencia social. Pero conocer a
I i la Índole i las neoesidades de los pueblos a quienes debe
;i]>l|. uiliar de las seducciones de bri-
REPÚBLICAS HISI'ANO-AMERICAXAS 471
liantes teorías, escuchar con atención e imparcialidad la voz
de la experiencia, sacrificar al bien público opiniones queridas,
no es lo mas común en la infancia de las naciones, i en crisis
en que una gran transición política, como la nuestra, inflama
todos los espíritus. Instituciones que en la teoría parecen dig-
nas de la mas alta admiración, por hallarse en conformidad con
los principios establecidos por los mas ilustres publicistas,
encuentran, para su observancia, obstáculos invencibles en la
práctica; serán quizá las mejores que pueda dictar el estudio
de la política en joneral, pero no, como las que Solón formó
para Atenas, las mejores que se pueden dar a un pueblo deter-
minado. La ciencia de la lejislacion, poco estudiada cutre no-
sotros, cuando no teníamos una parte activa en el gobierno
do nuestros países, no podia adquirir desde el principio de
nuestra emancipación todo el cultivo necesario, para que los
legisladores americanos hiciesen de ella meditadas, juiciosas i
exactas aplicaciones, i adoptasen, para la formación de las
nuevas constituciones, una norma mas segura que la que pue-
den presentarnos máximas abstractas i reglas jenerales.
Estas ideas son plausibles; pero su exajeracion sería mas
funesta para nosotros, que el mismo frenesí revolucionario.
Esa política asustadiza i pusilánime desdoraría al patriotismo
americano; i ciertamente está en oposición con aquella osadía
jenerosa que le puso las armas en la mano, para esgrimirlas
contra la tiranía. Reconociendo la necesidad de adaptar las
formas gubernativas a las localidades, costumbres i caracteres
nacionales, no por eso debemos creer que nos es negado
vivir bajo el amparo de instituciones libres, i naturalizar en
nuestro suelo las saludables garantías que aseguran la liber-
tad, patrimonio de toda sociedad humana, que merezca el nom-
bre de tal. En América, el estado de desasosiego i vacilación
que ha podido asustar a los amigos de la humanidad, es pura-
mente transitorio. Cualesquiera que fuesen las circunstancias
que acompañasen a la adquisición de nuestra independencia,
debió pensarse que el tiempo i la experiencia irían rectificando
los errores, la observación descubriendo las inclinaciones, las
costumbres i el carácter de nuestros pueblos, i la prudencia
Til OPÚSCULOS LITISKAltlOS I CRÍTICOS
combinando todos estos elementos, para formar con ellos la
base de nuestra organización. Obstáculos que parecen inven-
cibles desaparecerán gradualmente: los principios tutelares,
sin alterarse en la sustancia, recibirán en sus formas externas
las modificaciones necesarias, para acomodarse a la posición
peculiar de cada pueblo; i tendremos constituciones estables,
que afiancen la libertad e independencia, al mismo tiempo que
el orden i la tranquilidad, a cuya sombra podamos consoli-
darnos i engrandecernos. Por mucho que se exajere la oposi-
ción de nuestro estado social con algunas de las instituciones
de los pueblos libres, ¿se podrá nunca imajinar un fenómeno
mas raro que el que ofrecen los mismos Estados Unidos en la
vasta libertad que constituye el fundamento de su sistema po-
lítico, i en la esclavitud en que jimen casi dos millones de
negros bajo el azote de crueles propietarios? I sin embargo,
aquella nación está constituida i prospera.
Entre tanto, nada mas natural que sufrir las calamidades
que afectan a los pueblos en los primeros ensayos de la carrera
política; mas ellas tendrán término; i la América desempeña-
rá en el mundo el papel distinguido a que la llaman la grande
extensión de su territorio, las preciosas i variadas producciones
de su suelo, i tantos elementos de prosperidad que encierra.
Durante este periodo de transición, es verdaderamente sa-
tisfactorio, para los habitantes de Chile, ver que se goza en
parte de la América una época de paz, que ya se deba a
ras instituciones, ya al espíritu de orden, que distingue
el carácter nacional, ya B las lecciones de pasadas desgracias,
dejado da nosotras las escenas de horror que han aflijiclo
a otras secciones del continente americano. En Chile, <
idos los pueblos por la lei; pero hasta ahora esas armas
no han servido, Bino para sostener el orden, i el goce de
: a consoladora ohser-
yacion aumenta en Importancia al lijar nuestra vista en las
en que se ooupa la nación en las
ira la primera majistratura. Las tempestuosas aji-
. !< o acompañar* no turban
i [¡os dui no bo dispu-
REPÚBLICAS HISPANOAMERICANAS 473
tan el terreno; la circunspección i la prudencia acompañan al
ejercicio de la parte mas interesante de los derechos políticos.
Sin embargo, estas mismas consideraciones causan el desa-
liento i talvez la desesperación de otros. Querrían que este acto
fuese solemnizado con tumultos populares, que le presidiese
todo jénero de desenfreno, que se pusiesen en peligro el orden
i las mas caras garantías ¡Oh! ¡nunca lleguen a verificarse
en Chile estos deseos!
(El Araucano, Año de 1S3G.)
^StS&t
QAP
ÍNDICE
Pijinn
Introducción . v
Historia de la conquista ele Méjico por un indio mejicano del si-
glo XVI i
Colección de los viajes i descubrimientos que hicieron por mar
los españoles desde fines del siglo XV, con varios documen-
tos inéditos 9
Historia física i política de Chile por Claudio Gay 47
Investigaciones sobre la influencia de la conquista i del sistema
colonial de los españoles en Chile, memoria presentada a la
universidad enla sesión solemne de 22 de setiembre de 1844
por don José Victorino Lastarria 71
Memoria sobre la primera escuadra nacional, presentada a la
universidad en la sesión solemno de 11 de octubre de 1844,
por don Antonio García Reye* 89
Bosquejo histórico de la constitución del gobierno do Chile du-
rante el primer período de la revolución, desde 1810 hasta
1814, por don José Victorino Lastarria 99
Modo de escribir la historia 107
Modo de estudiar la historia 419
Constituciones 427
Memoria sobre el primer gobierno nacional presentada a la uni-
versidad en la sesión solemne de 7 de noviembre de 1847,
por don Manuel Antonio Tocornal 135
Memoria sobre el servicio personal de los indígenas i su aboli-
ción, presentada a la universidad en la sesión solemne de 29
de octubre de . J84S, por el presbítero don José Hipólito
Salas . . . 151
Memoria histórico-crítica del derecho público chileno, desde 1810
hasta 1833, presentada a la universidad en la sesión solemne
de 14 de octubre de 1849, por doa Ramón Briseño 165
Historia de la conquista del Perú, por W. II. Prescott ' 115
El coronel don Jorje Beauchef 203
El historiador Guzman 209
4 76 índice
Don Mariano de Egaña 213
Antonio Pérez, secretario do estado de Felipe II 217
Juicio sobre las obras poéticas de don Nicasio Alvarez do Cien-
fuégos . 229
La victoria de Junio, canto a Bolívar, por José Joaquín Olmedo. 2'i5
Juicio sobre las poesías de José María Heredia 253
Juicio crítico de don José Gómez Ilermosilla 265
Triunfo de Ituzaingó, canto lírico, por Juan Cruz Várela. . . . 295
Leyendas españolas, por José Joaquín de Mora 301
Romaneos históricos, por don Ánjel Saavedra, duque de Rívas . 313
Curso de filosofía, por N. O. R. E. A 317
Apuntes sobre la teoría de los sentimientos morales de Mr.
Jouffroy. 337
Filosofía fundamental, por don Jaime Balines, presbítero . . . 307
Filosofía, curso completo de Mr. Rattier 387
Ensayos literarios i críticos, por don Alberto Lista i Aragón . . 419
El lujo 433
Opúsculo sobre la Hacienda Pública, por Diego José Benavente. 143
El libro de las madres i preceptoras, adaptado a nuestras cos-
tumbres, por don Rafael Minvielle. 447
Reflexiones sobre las causas morales do las convulsiones inte-
riores do los nuevos estados americanos i examen de los
medios eficaces para reprimirlas, por don José Ignacio Go-
rriti, arcediano de la santa iglesia catedral de Salta. . . . 451
Las repúblicas hispano-americanas 'ni1.!
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PQ
8549
B3
1881
v.7
Bello, Andrés
Obras completas de don
Andrés Bello.'
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